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A propósito de un caso de neurosis obsesiva (1909)

Freud inició el tratamiento de este caso el 1ero de Octubre de 1907, con una duración
de un año, para culminar con su publicación en 1909.

El medio por el cual la neurosis obsesiva expresa sus pensamientos secretos es


sólo un dialecto del lenguaje histérico, que se emparienta más con la expresión de
nuestro pensar consciente, lo que facilita el establecimiento de la empatía. Sobre
todo, no contiene aquel salto de lo anímico a la conversión histérica que nunca
podemos nosotros acompañar conceptualmente. Pero son las resistencias de los
enfermos, y las formas en que ellas se exteriorizan, lo que vuelve tan difícil
evidenciar la estructura analítica de la neurosis obsesiva, raramente se someten a
tratamiento analítico. También en la vida de relación disimulan sus achaques todo
el tiempo que pueden, y suelen acudir al médico sólo en estadios de su enfermedad
tan avanzados que excluirían su admisión en un sanatorio.

Historial Clínico

Un joven de formación universitaria se presenta indicando que padece de


representaciones obsesivas ya desde su infancia, pero con particular intensidad desde
hace 4 años. Contenido principal de su padecer son unos temores de que les suceda algo a
2 personas a quienes ama mucho: su padre y una dama a quien admira. Además, dice
sentir impulsos obsesivos, y producir prohibiciones referidas aun a cosas indiferentes.
Manifiesta que la lucha contra esas ideas le ha hecho perder años, y por eso se ha rezagado
en su carrera en la vida. De las curas intentadas, la única provechosa fue un tratamiento de
aguas en un instituto de X; pero se debió sólo a haber trabado allí con una mujer un
vínculo que desembocó en un comercio sexual regular. Dice no tener aquí una oportunidad
como esa, sus relaciones sexuales son raras y a intervalos irregulares. Las prostitutas le
dan asco. Su vida sexual ha sido en general pobre, el onanismo desempeñó sólo un ínfimo
papel a los 16 o 17 años. Afirma que su potencia es normal; primer coito a los 26 años.
Impresiona como una mente clara y perspicaz.

A. Introducción del Tratamiento

Después que al día siguiente lo comprometo a decir todo cuanto se le pase por la cabeza
aunque le resulte desagradable, aunque le parezca nimio, o que no viene al caso o es
disparatado y empieza como sigue: Tiene un amigo a quien respeta extraordinariamente.
Acude a él siempre que lo asedia un impulso criminal, y le pregunta si no lo desprecia
como delincuente. Él lo apoya, aseverándole que es un hombre intachable que
probablemente desde su juventud se ha habituado a considerar su vida bajo esos puntos
de vista. Antes, dice, otra persona ejerció sobre él parecido influjo, un estudiante que tenía
19 años cuando él mismo andaba por los 14 o 15; este estudiante le había cobrado afecto,
y había elevado tan extraordinariamente su sentimiento de sí que podía creerse un genio.
Este estudiante fue luego su preceptor hogareño, y de pronto modificó su comportamiento
rebajándolo como a un idiota. Por último, reparó en que se interesaba por una de sus
hermanas y sólo había trabado relación con él para conseguir el acceso a la casa. Esta fue
la primera gran conmoción de su vida.

B. La Sexualidad Infantil
Prosigue diciendo: Mi vida sexual empezó muy temprano. Me acuerdo de una escena de mi
cuarto a quinto. Teníamos una gobernanta joven, muy bella, la señorita Peter. Cierta
velada yacía ella, ligeramente vestida, sobre el sofá, leyendo; yo yacía junto a ella y le pedí
permiso para deslizarme bajo su falda. Lo permitió, siempre que yo no dijera nada a nadie.
Tenía poca ropa encima, y yo le toqué los genitales y el vientre. Desde entonces me quedó
una curiosidad ardiente, atormentadora, por ver el cuerpo femenino. Todavía sé con qué
tensión aguardaba en los baños, adonde aún me permitían ir con la señorita y mis
hermanas, que ella entrara desvestida en el agua. Tengo más recuerdos, de mi sexto año.
Había entonces en casa otra señorita, también joven y bella, que tenía abscesos en las
nalgas y al anochecer solía estrujárselos. Yo acechaba ese momento para saciar mi
curiosidad. También en el baño, aunque la señorita Lina era más recatada que la primera.
Recuerdo una escena, yo debo de haber tenido 7 años. Estábamos sentados juntos, al
anochecer, la señorita, la cocinera, otra muchacha, yo y mi hermano, menor que yo en un
año y medio. De repente escuché, de la conversación de las muchachas, que la señorita
Lina decía: "Con el pequeño es claro que una lo podría hacer, pero Paul (yo) es demasiado
torpe, seguro que no acertaría". No entendí con claridad a qué se referían, pero sí entendí
el menosprecio y empecé a llorar. No creo que haya hecho algo incorrecto conmigo, pero
yo me tomaba libertades con ella. Cuando me metía en su cama, la destapaba y la tocaba, lo
cual ella consentía, quieta. Ya a los 6 años padecía de erecciones y sé que una vez acudí a
mi madre para quejarme. Sé también que a raíz de ello tuve que superar unos reparos,
pues yo vislumbraba el nexo con mis representaciones y mi curiosidad, y por entonces
tuve durante algún tiempo la idea enfermiza de que los padres sabrían mis pensamientos, lo
cual me explicaba por haberlos yo declarado sin oírlos yo mismo. Veo en eso el comienzo de
mi enfermedad. Había personas, muchachas, que me gustaban mucho y por quienes yo
sentía un urgentísimo deseo de verlas desnudas. Pero a raíz de ese desear tenía un
sentimiento ominoso, como si por fuerza habría de suceder algo si yo lo pensaba, y debía
hacer toda clase de cosas para impedirlo». «Pensamientos sobre la muerte del padre me
han ocupado desde temprano y por largo tiempo, dándome gran tristeza». En esta
oportunidad escucho asombrado que su padre, por quien se inquietan sus temores
obsesivos de hoy, ha muerto hace ya varios años.

Interpretación de Freud: Lo que nuestro paciente pinta no es sólo el comienzo de la


enfermedad, sino la enfermedad misma, una neurosis obsesiva completa a la que no le
falta ningún elemento esencial. Vemos al niño bajo el imperio de un componente pulsional
sexual, el placer de ver, cuyo resultado es el deseo de ver desnudas a personas del sexo
femenino que le gustan, el cual aflora siempre de nuevo y con mayor intensidad cada vez.
Este deseo corresponde a la posterior idea obsesiva; si aún no posee carácter obsesivo, ya
se mueve, desde alguna parte, una contradicción a este deseo, pues regularmente un afecto
penoso acompaña su emergencia. Es evidente la presencia de un conflicto en la vida
anímica del pequeño concupiscente; junto al deseo obsesivo, un temor obsesivo se anuda
estrechamente a aquel: toda vez que piensa algo así, es forzado a temer que suceda algo
terrible. Eso terrible se viste ya de una característica imprecisión, que en lo sucesivo nunca
faltará en las exteriorizaciones de la neurosis. Si respecto de cualquiera de esas nebulosas
generalidades de la neurosis obsesiva puede alguien averiguar un ejemplo, esté seguro de
que eso es lo originario y genuino destinado a ser encubierto por la generalización. El
temor obsesivo rezaba restaurado su sentido: «Si yo tengo el deseo de ver desnuda a una
mujer, mi padre tiene que morir». El afecto penoso cobra nítidamente la coloración de lo
ominoso, lo supersticioso, y origina impulsos a hacer algo para extrañarse de la desgracia,
semejantes a los que se impondrán luego en las medidas protectoras.

Vale decir; una pulsión erótica y una sublevación contra ella; un deseo (todavía no
obsesivo) y un temor (ya obsesivo) que lo contraría; un afecto penoso y un esfuerzo hacia
acciones de defensa: el inventario de la neurosis está completo. Y aún hay presente otra
cosa: una suerte de delirio o formación delirante de raro contenido, a saber, los padres
sabrían sus pensamientos porque él los habría declarado sin oírlos él mismo. Declaro mis
pensamientos sin oírlos suena como una proyección hacia afuera de nuestro propio
supuesto, a saber, que él tiene irnos pensamientos sin saber nada de ellos: como una
percepción endopsíquica de lo reprimido. Bien claro lo discernimos: esta neurosis
elemental infantil tiene ya su problema y su aparente absurdidad como cualquier neurosis
complicada de un adulto. Si aplicamos a este caso de neurosis infantil unas intelecciones
obtenidas en otra parte, no podemos sino conjeturar que antes del sexto año
sobrevinieron vivencias traumáticas, conflictos y represiones, que dejaron como residuo
ese contenido del temor obsesivo. Luego averiguaremos hasta dónde nos es posible
redescubrir esas vivencias olvidadas o construirlas con alguna certeza. Entretanto
destaquemos una coincidencia que es probable que no sea indiferente: la amnesia infantil
de nuestro paciente termina, justamente, con su sexto año. Por muchos otros casos tengo
noticia de un comienzo así para una neurosis obsesiva crónica en la primera infancia, con
parecidos deseos concupiscentes a los que se anudan expectativas ominosas y una
inclinación a acciones de defensa. Difícilmente pueda uno resistirse a calificar las vivencias
sexuales del sujeto de muy ricas y eficaces. Pero esto mismo sucede en los otros casos de
neurosis obsesiva que yo pude analizar. Nunca se echa de menos aquí, por oposición a la
histeria, el carácter de la actividad sexual prematura. En la neurosis obsesiva se discierne
que los factores constitutivos de la psiconeurosis no deben buscarse en la vida sexual
actual, sino en la infantil. La vida sexual presente del neurótico obsesivo puede a menudo
parecer por entero normal al explorador superficial; y es frecuente que ofrezca muchos
menos aspectos patógenos y anormalidades que en el paciente aquí considerado.

C. El gran temor obsesivo

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