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Anti Dubring PDF
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("ANTI-DÜHRING")
Federico Engels - 1878
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INDICE GENERAL
PROLOGOS
INTRODUCCION
I. Generalidades 3
II. Lo que promete el señor Dühring 14
SECCIÓN PRIMERA
FILOSOFIA
SECCIÓN SEGUNDA
ECONOMIA POLITICA
SECCIÓN TERCERA
SOCIALISMO
NOTAS
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Archivo Marx-Engels
Escrito: Por Engels (con contribuciones de Marx)..
Publicado por vez primera: En 1878.
Versión al castellano: Instituto del Marxismo-
Leninismo & Editorial Progreso, Moscú.
Digitalización: Ediciones Bandera Roja.
Esta edición: Marxists Internet Archive, 2003.
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Cuando, hace tres años, el señor Dühring lanzó inesperadamente un reto a su siglo,
como adepto y, simultáneamente, como reformador del socialismo, varios amigos
alemanes se me dirigieron repetidamente con el deseo de que ilustrara críticamente
aquella nueva teoría socialista en el órgano central del partido socialdemocrático,
que era entonces el Volkstaat. Estos amigos lo consideraban absolutamente
necesario si se quería evitar nueva ocasión de confusión y escisión sectaria en el
joven partido que acababa de unificarse definitivamente. Ellos estaban en mejores
condiciones que yo para apreciar la situación alemana; por eso me ví yo obligado a
prestarles fe. Resultó además que una parte de la prensa socialista dispensó al
nuevo converso una calurosa acogida, la cual, aunque sin duda exclusivamente
tributada a la buena voluntad del señor Dühring, permitía adivinar al mismo
tiempo en esa parte de la prensa del partido la buena voluntad para cargar con la
doctrina de Dühring en atención a la buena voluntad del mismo Dühring. Había
incluso personas ya dispuestas a difundir la doctrina entre los trabajadores en
forma popularizada. Por último, el señor Dühring y su pequeña comunidad de
sectarios ejercitaban todas las artes de la publicidad y la intriga para obligar al
Volkstaat a tomar resueltamente posición ante aquella nueva doctrina que se
presentaba con tan desmesuradas pretensiones.
A pesar de todo ello pasó un año antes de que me decidiera, descuidando otros
trabajos, a hincar el diente en esa amarga manzana. Pues era una manzana que
había que comerse del todo si se daba el primer bocado. Y la manzana no era sólo
amarga, sino también muy voluminosa. La nueva teoría socialista se presentaba
como último fruto práctico de un nuevo sistema filosófico. Había, pues, que
estudiarla en la conexión de ese sistema y, por tanto, había que estudiar el sistema
mismo. Había que seguir al señor Dühring por un extenso territorio en el que trata
de todas las cosas posibles y de algunas más. Así surgió una serie de artículos que
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igual que otros productos manufacturados alemanes, entre los cuales las largas
trompetas no estuvieron representadas, desgraciadamente, en Filadelfia[1] . Hasta
el socialismo alemán, señaladamente desde el buen ejemplo del señor Dühring,
sopla alegremente en las largas trompetas y da de sí unos tales y unos cuales muy
orgullosos de una ciencia de la que realmente no han aprendido nada[2] . Se trata
de una enfermedad infantil, síntoma de la incipiente conversión del académico
alemán a la socialdemocracia e inseparable de ella, pero que sin duda quedará
superada gracias a la naturaleza notablemente sana de nuestros trabajadores.
No es culpa mía el haber tenido que seguir al señor Dühring por terrenos en los
cuales no puedo moverme sino, a lo sumo, con las pretensiones de un aficionado.
En la mayoría de estos casos me he limitado a oponer hechos indiscutidos a las
afirmaciones falsas o deformadas de mi contrincante. Tal ha sido la situación en la
jurisprudencia y en muchos puntos de la ciencia de la naturaleza. En otros se trata
de nociones generales de la ciencia natural teorética, es decir, de un terreno en el
cual también el especialista de la investigación de la naturaleza tiene que rebasar
su especialidad y penetrar en terrenos vecinos, terrenos en los cuales, según la
confesión del señor Virchow, él mismo es tan semiignorante como los demás. Espero
que se me conceda la misma indulgencia que en esos casos se conceden
recíprocamente los especialistas por las imprecisiones y torpezas de expresión.
F. ENGELS
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Ha sido para mí una sorpresa que el presente escrito tuviera que aparecer en una
nueva edición. El objeto en él criticado está hoy olvidado prácticamente; y el escrito
mismo, además de haber estado al alcance de miles de lectores en el Vorwärts de
Leipzig, aunque por entregas, en 1877 y 1878, se imprimió también en un volumen
y en gran número de ejemplares. ¿Cómo puede, pues, seguir interesando a alguien
lo que escribí hace años sobre el señor Dühring?
Es muy probable que ello se deba a la circunstancia de que este escrito, como casi
todos los míos que entonces estaban en circulación, fue prohibido en el Imperio
Alemán inmediatamente después de promulgarse la ley contra el socialismo. El
efecto de esta medida tenía que ser claro para todo el que no estuviera aherrojado
por los hereditarios prejuicios burocráticos de los países de la Santa Alianza: el
efecto tenía que ser la duplicación y la triplicación de los libros prohibidos, la
revelación de la impotencia de los señores de Berlín, incapaces de imponer la
ejecución de las prohibiciones que decretan. De hecho, esta amabilidad del gobierno
del Reich me está acarreando más ediciones de mis escritos breves de las que son
compatibles con mi responsabilidad, pues no tengo tiempo suficiente para revisar el
texto como fuera debido, y la mayoría de las veces tengo que mandarlo a la
reimpresión sin más ceremonias.
Pero a eso se añade aún otra circunstancia. El sistema del señor Dühring aquí
criticado abarca un campo teorético muy amplio; esto me obligó a seguirle por todas
partes y a contraponer en cada punto mis concepciones a las suyas. Con ello la
crítica negativa se hizo positiva; la polémica se convirtió en una exposición más o
menos coherente y sistemática del método dialéctico y de la concepción comunista
dél mundo sostenidas por Marx y por mí, y esto ocurrió en una serie bastante
amplia de campos temáticos. Desde que se presentó al mundo por vez primera en la
Miseria de la filosofía de Marx y en el Manifiesto Comunista, esta concepción
nuestra ha atravesado un estadio de incubación de más de veinte años, hasta que
con la aparición de El Capital empezó a abarcar
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con velocidad creciente círculos cada vez más amplios, para encontrar actualmente,
rebasando con mucho los límites de Europa, consideración y adhesión en todos los
países en los que haya, por una parte, proletarios, y, por otra, teóricos científicos
sin prejuicios. Parece, pues, que existe un público cuyo interés por la cosa es lo
suficientemente grande como para cargar con la polémica contra las tesis de
Dühring, polémica hoy sin objeto en muchos respectos, en consideración de los
desarrollos positivos dados en añadido a la polémica.
Quiero hacer observar incidentalmente lo que sigue: como el punto de vista aquí
desarrollado ha sido en su máxima parte fundado y desarrollado por Marx, y en su
mínima parte por mí, era obvio entre nosotros que esta exposición mía no podía
realizarse sin ponerse en su conocimiento. Le leí el manuscrito entero antes de
llevarlo a la imprenta, y el décimo capítulo de la sección sobre economía («De la
Historia crítica») ha sido escrito por Marx; yo no tuve sino que acortarlo un poco,
desgraciadamente, por causa de consideraciones externas. La colaboración de Marx
se explica porque siempre fue costumbre nuestra ayudarnos recíprocamente en
cuestiones científicas especiales.
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Los demás cambios que querría hacer se refieren principalmente a dos puntos.
Primero, a la prehistoria humana, cuya clave nos facilitó Morgan en 1877. Pero
como posteriormente a la primera edición de esta obra tuve ocasión de considerar el
material de Morgan en El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado,
Zurich, 1884, bastará con remitir aquí a dicha obra posterior.
Y, en segundo lugar, querría modificar la parte que trata de la ciencia natural. Hay
en ella una gran torpeza de exposición, y hoy día podrían formularse más clara y
precisamente varias cosas. Si, pues, no me atribuyo el derecho de corregirme, estoy
en cambio obligado a criticarme aquí a mí mismo.
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Pero hacer esto de un modo coherente y en cada terreno concreto es una tarea
gigantesca. No sólo es el terreno que hay que dominar casi infinito, sino que
además toda la ciencia natural se encuentra en este terreno sometida a un proceso
de transformación tan imponente que apenas puede seguirlo aquel que dispone
para ello de todo su tiempo. Y desde la muerte de Carlos Marx mi tiempo está
hipotecado por deberes más urgentes, por lo cual he tenido que interrumpir mi
trabajo. Tengo que contentarme por ahora con las indicaciones dadas en el presente
escrito, y esperar si más tarde vuelve a presentárseme una ocasión para reunir y
editar los resultados conseguidos, tal vez junto con los importantísimos
manuscritos matemáticos dejados por Marx.[5]
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las fronteras tajantes e insuperables van desapareciendo cada vez más. Desde la
licuefacción del último gas auténtico, desde la prueba de que un cuerpo puede
ponerse en un estado en el cual son indistinguibles la forma gaseosa y la de gota,
los estados de agregación han perdido el último resto de su anterior carácter
absoluto. Con el teorema de la teoría cinética de los gases según el cual los
cuadrados de las velocidades con que se mueven las moléculas en los gases
perfectos son, a temperatura igual, inversamente proporcionales a los pesos
moleculares, el calor se suma sin más a la serie de las formas de movimiento
directamente medibles como tales. Mientras que aún hace diez años la gran ley
fundamental del movimiento, entonces recientemente descubierta, se concebía
como mera ley de la conservación de la energía, como mera expresión de la
indestructibilidad del movimiento y de la imposibilidad de crearlo, o sea según su
aspecto meramente cuantitativo, aquella expresión estrecha y negativa es hoy cada
vez más desplazada por la transformación positiva de la energía, con lo que empieza
finalmente a apreciarse el contenido cualitativo del proceso y se borra el último
recuerdo del Creador ajeno al mundo. Ya no hay que predicar como cosa nueva que
la cantidad de movimiento (de la llamada energía) no varía cuando se transforma de
energía cinética (la llamada fuerza mecánica) en electricidad, calor, energía
potencial de posición, etc., y a la inversa; ese hecho es ya el fundamento adquirido
de la investigación, aún mucho más rica en contenido, del proceso mismo de
transformación, del gran proceso básico en cuyo conocimiento se comprime todo el
de la naturaleza. Y desde que en biología se trabaja con la antorcha de la teoría de
la evolución han ido también disolviéndose una tras otra las rígidas líneas de la
clasificación en el terreno de la naturaleza orgánica; cada día aumenta el número
de los eslabones intermedios casi inclasificables, la investigación más detallada
pasa organismos de una clase a otra, y caracteres diferenciales que se habían
convertido casi en artículos de fe pierden su validez absoluta; tenemos ahora
mamíferos ovíparos y, si se confirma la noticia, hasta pájaros de cuatro patas. Si ya
hace años Virchow se vio obligado, a consecuencia del descubrimiento de la célula,
a descomponer la unidad del individuo animal en una federación de estados
celulares, con una concepción más progresista que científico-natural y dialéctica, el
concepto de la individualidad animal (y, por tanto, también de la humana) se
complica hoy aún mucho más por el descubrimiento de esas células blancas de la
sangre que, como amebas, se mueven
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F. ENGELS.
[*] Es mucho más fácil abalanzarse contra la vieja filosofía de la naturaleza, según
el ejemplo del superficial vulgo à la Karl Vogt, que justipreciar su importancia
histórica. La filosofía de la naturaleza contiene mucho absurdo y mucha fantasía,
pero no más que las teorías afilosóficas contemporáneas de ella presentadas por los
investigadores empíricos de la naturaleza; pero también contenía muchas cosas con
sentido y entendimiento, como empieza a verse desde la difusión de la teoría de la
evolución. Así ha reconocido Haeckel con todo derecho los méritos de Oken y
Treviranus. Con su protolimo y sus protovesículas, Oken ha establecido como
postulado de la biología lo que más tarde se ha descubierto realmente como
protoplasma y como célula. Y por lo que hace concretamente a Hegel, puede decirse
que en muchos respectos está por encima de sus contemporáneos empíricos, los
cuales creían haber explicado todos los fenómenos oscuros con adscribirlos a
alguna fuerza subyacente —fuerza de gravedad, fuerza natatoria, fuerza eléctrica de
contacto, etc.—, o bien, cuando eso no era posible, atribuyéndolos a una sustancia
desconocida, como la materia lumínica, el calórico, la sustancia eléctrica, etc. Las
sustancias imaginarias están hoy prácticamente desbancadas, pero la
fantasmagoría de las fuerzas combatida por Hegel, sigue aún haciendo sus
apariciones, por ejemplo, en 1869, en el discurso de Innsbruck de Hemholtz
(Helmholtz, Populare Vorlesungen <Lecciones de divulgación>, II. Heft, 1871, pág.
190). Frente a la divinización de Newton, cubierto de honores y riquezas por
Inglaterra, Hegel destacó que Kepler, al que Alemania dejó sumido en la miseria, es
el verdadero fundador de la moderna mecánica de los cuerpos celestes, y que la ley
newtoniana de gravitación está ya contenida en las tres leyes de Kepler, y hasta
explícitamente en la tercera. Lo que Hegel ha demostrado en su Naturphilosophie,
270 y añadidos (Hegel, Werke <Obras de Hegel>, 1842, vol. VII, págs. 98 y 113-115)
con un par de sencillas ecuaciones, se encuentra como resultado de la más reciente
mecánica matemática en las Vorlesungen uber mathematiscge Physik <Lecciones de
física matemática> 2ª ed., Leipzig, 1877, pág. 10, de Gustav Kirchhof, y
esencialmente en la misma sencilla forma matemática desarrollada por vez primera
por Hegel. Los filósofos de la naturaleza son respecto de la ciencia natural
conscientemente dialéctica lo que los utópicos respecto del comunismo moderno.
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F. ENGELS.
INTRODUCCION
I. GENERALIDADES
Los grandes hombres que iluminaron en Francia las cabezas para la revolución en
puerta obraron ellos mismos de un modo sumamente revolucionario. No
reconocieron ninguna autoridad externa, del tipo que fuera. Lo sometieron todo a la
crítica más despiadada: religión, concepción de la naturaleza, sociedad, orden
estatal; todo tenía que justificar su existencia ante el tribunal de la razón, o
renunciar a esa existencia. El entendimiento que piensa se aplicó como única
escala a todo. Era la época en la que, como dice Hegel, el mundo se puso a
descansar sobre la cabeza, primero en el sentido de que la cabeza humana y las
proposiciones descubiertas por su pensamiento pretendieron valer como
fundamento de toda acción y toda sociación humanas; pero luego también en el
sentido, más amplio, de invertir de arriba abajo en el terreno de los hechos la
realidad que contradecía a esas proposiciones. Todas las anteriores formas de
sociedad y de Estado, todas las representaciones de antigua tradición, se remitieron
como irracionales al desván de los trastos; el mundo se había regido hasta entonces
por meros prejuicios; lo pasado no merecía más que compasión y desprecio. Ahora
irrumpía finalmente la luz del día; a partir de aquel momento, la superstición, la
injusticia, el privilegio y la opresión iban a ser expulsados por la verdad eterna, la
justicia eterna, la igualdad fundada en la naturaleza y los inalienables derechos del
hombre.
pág. 4
Hoy sabemos que aquel Reino de la Razón no era nada más que el Reino de la
Burguesía idealizado, que la justicia eterna encontró su realización en los
tribunales de la burguesía, que la igualdad desembocó en la igualdad burguesa
ante la ley, que como uno de los derechos del hombre más esenciales se proclamó
la propiedad burguesa y que el Estado de la Razón, el contrato social roussoniano,
tomó vida, y sólo pudo cobrarla, como república burguesa democrática. Los grandes
pensadores del siglo XVIII, exactamente igual que todos sus predecesores, no
pudieron rebasar los límites que les había puesto su propia época.
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Mientras tanto, junto con la filosofía francesa del siglo XVIII y posteriormente a ella,
había surgido la moderna filosofía alemana, para encontrar en Hegel su cierre y
conclusión. Su mayor mérito fue recoger de nuevo la dialéctica como forma
suprema del pensamiento. Los antiguos filósofos griegos fueron todos innatos
dialécticos espontáneos, y la cabeza más universal de todos ellos, Aristóteles, ha
investigado incluso las formas más esenciales del pensamiento dialéctico. La
filosofía moderna, en cambio, aunque también ella tenía brillantes representantes
de la dialéctica (por ejemplo, Descartes y Spinoza), había cristalizado cada vez más,
por la influencia inglesa, en el modo de pensar llamado metafisico, el cual dominó
también casi exclusivamente a los franceses del siglo XVIII, por lo menos en sus
trabajos específicamente filosóficos. Fuera de la filosofía estrictamente dicha, ellos
también eran capaces de suministrar obras maestras de la dialéctica; bastará con
recordar El sobrino de Rameau, de Diderot, y el Tratado sobre el origen de la
desigualdad entre los hombres, de Rousseau. Vamos a limitarnos aquí a indicar lo
esencial de ambos métodos de pensamiento; más tarde volveremos a tratar
detalladamente este tema.
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total, y mientras no podamos hacer esto no podremos tampoco estar en claro sobre
el cuadro de conjunto. Para conocer esas particularidades tenemos que arrancarlas
de su conexión natural o histórica y estudiar cada una de ellas desde el punto de
vista de su constitución, de sus particulares causas y efectos, etc. Esta es por de
pronto la tarea de la ciencia de la naturaleza y de la investigación histórica, ramas
de la investigación que por muy buenas razones no ocuparon entre los griegos de la
era clásica sino un lugar subordinado, puesto que su primera obligación consistía
en acarrear y reunir material. Los comienzos de la investigación exacta de la
naturaleza han sido desarrollados por los griegos del período alejandrino y más
tarde, en la Edad Media, por los árabes; pero una verdadera ciencia de la
naturaleza no data propiamente sino de la segunda mitad del siglo XV, y a partir de
entonces ha hecho progresos con velocidad siempre creciente. La descomposición
de la naturaleza en sus partes particulares, el aislamiento de los diversos procesos
y objetos naturales en determinadas clases especiales, la investigación del interior
de los cuerpos orgánicos según sus muy diversas conformaciones anatómicas, fue
la condición fundamental de los progresos gigantescos que nos han aportado los
últimos cuatrocientos años al conocimiento de la naturaleza. Pero todo ello nos ha
legado también la costumbre de concebir las cosas y los procesos naturales en su
aislamiento, fuera de la gran conexión de conjunto. No en su movimiento, por tanto,
sino en su reposo; no como entidades esencialmente cambiantes, sino como
subsistencias firmes; no en su vida, sino en su muerte. Y al pasar ese modo de
concepción de la ciencia natural a la filosofía, como ocurrió por obra de Bacon y
Locke, creó en ella la específica limitación de pensamiento de los últimos siglos, el
modo metafísico de pensar.
Para el metafísico, las cosas y sus imágenes mentales, los conceptos, son objetos de
investigación dados de una vez para siempre, aislados, uno tras otro y sin
necesidad de contemplar el otro, firmes, fijos y rígidos. El metafísico piensa según
rudas contraposiciones sin mediación: su lenguaje es sí, sí, y no, no, que todo lo
que pasa de eso del mal espíritu procede. Para él, toda cosa existe o no existe: una
cosa no puede ser al mismo tiempo ella misma y algo diverso. Lo positivo y lo
negativo se excluyen lo uno a lo otro de un modo absoluto; la causa y el efecto se
encuentran del mismo modo en rígida contraposición. Este modo de pensar nos
resulta a primera vista muy plausible porque es el del llamado sano sentido común.
Pero el sano sentido común, por apreciable compañero
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Sólo, pues, por vía dialéctica, con constante atención a la interacción general del
devenir y el perecer, de las modificaciones progresivas o regresivas, puede
conseguirse una exacta exposición del cosmos, de su evolución y de la evolución de
la humanidad, así como de la imagen de esa evolución en la cabeza del hombre. En
este sentido obró desde el primer momento la reciente filosofía alemana. Kant
inauguró su trayectoria al disgregar el estable sistema solar newtoniano y su eterna
duración después del célebre primer empujón en un proceso histórico: en el origen
del Sol y de todos los planetas a partir de una masa nebular en rotación. Al mismo
tiempo infirió la consecuencia de que con ese origen quedaba simultáneamente
dada la futura muerte del sistema solar. Su concepción quedó consolidada medio
siglo más tarde matemáticamente por Laplace, y otro medio siglo después el
espectroscopio mostró la existencia de tales masas incandescentes de gases en
diversos grados de condensación y en todo el espacio cósmico.
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pensamiento el seguir la marcha gradual, progresiva, de ese proceso por todos sus
retorcidos caminos, y mostrar su interna legalidad a través de todas las aparentes
casualidades.
No interesa aquí el hecho de que Hegel no resolviera esa tarea. Su mérito, que ha
abierto una nueva época, consiste en haberla planteado. Pues la tarea es tal que
ningún individuo podrá resolverla jamás. Aunque Hegel ha sido —junto con Saint
Simon— la cabeza más universal de su época, estaba de todos modos limitado,
primero, por las dimensiones necesariamente reducidas de sus propios
conocimientos, y, por los conocimientos y las concepciones de su época, igualmente
reducidas en cuanto a dimensión y a profundidad. Y a ello se añadía aún una
tercera limitación. Hegel fue un idealista, es decir, los pensamientos de su cabeza
no eran para él reproducciones más o menos abstractas de las cosas y de los
hechos reales, sino que, a la inversa, consideraba las cosas y su desarrollo como
reproducciones realizadas de la Idea existente en algún lugar ya antes del mundo.
Con ello quedaba todo puesto cabeza abajo, y completamente invertida la real
conexión del mundo. Por correcta y genialmente que Hegel concibiera incluso varias
cuestiones particulares, otras muchas cosas de detalle están en su sistema, por los
motivos dichos, zurcidas, artificiosamente introducidas, construidas, en una
palabra, erradas. El sistema hegeliano es en sí un colosal aborto, pero también el
último de su tipo. Aún padecía una insanable contradicción interna: por una parte,
tenía como presupuesto esencial la concepción histórica según la cual la historia
humana es un proceso evolutivo que, por su naturaleza, no puede encontrar su
consumación intelectual en el descubrimiento de la llamada verdad absoluta; pero,
por otra parte, el sistema hegeliano afirma ser el contenido esencial de dicha verdad
absoluta. Un sistema que lo abarca todo, un sistema definitivamente concluso del
conocimiento de la naturaleza y de la historia, está en contradicción con las leyes
fundamentales del pensamiento dialéctico; lo cual no excluye en modo alguno, sino
que, por el contrario, supone que el conocimiento sistemático de la totalidad del
mundo externo puede dar pasos de gigante de generación en generación.
La comprensión del total error por inversión del anterior idealismo alemán llevó
necesariamente al materialismo, pero, cosa digna de observarse, no al materialismo
meramente metafísico y exclusivamente mecanicista del siglo XVIII. Frente a la
simplista recusación ingenuamente revolucionaria de toda la historia anterior, el
moderno materialismo ve en la historia el proceso de evolución
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Los nuevos hechos obligaron a someter toda la historia anterior a una nueva
investigación, y entonces resultó que toda historia sida anterior había sido la
historia de las luchas de clases,[6] que estas clases en lucha de la sociedad son en
cada caso producto de las relaciones de producción y del tráfico, en una palabra, de
la situación económica de su época; por tanto, que la estructura económica de la
sociedad constituye en cada caso el fundamento real a partir del cual hay que
explicar en última instancia toda la sobrestructura de las instituciones jurídicas y
políticas, así como los tipos de representación religiosos, filosóficos y de otra
naturaleza de cada período histórico. Con esto quedaba expulsado el idealismo de
su último refugio, la concepción de la historia, se daba una concepción materialista
de la misma y se descubría el camino para explicar la consciencia del hombre a
partir del ser del hombre, en vez de explicar, como se había hecho hasta entonces,
el ser del hombre partiendo de su consciencia.
Pero el socialismo entonces existente era tan incompatible con esa concepción
materialista de la historia como pudiera serlo la concepción de la naturaleza propia
del materialismo francés con la dialéctica y la nueva ciencia natural. El anterior
socialismo criticaba sin duda el modo de producción capitalista existente y sus
consecuencias, pero no podía explicar uno ni otras, ni, por tanto, superarlos; tenía
que limitarse a condenarlos por dañinos. Se trataba, empero, de exponer ese modo
de producción capitalista en su conexión histórica y en su necesidad para un
determinado período histórico, o sea también la necesidad de su desaparición, y,
por otra parte, de descubrir su carácter interno, que aún seguía oculto, pues la
crítica realizada hasta entonces había atendido más a sus malas consecuencias que
al proceso de la cosa misma. Todo esto fue posible gracias al descubrimiento de la
plusvalía. Con ello se probó que la forma fundamental del modo de producción
capitalista y de la explotación del trabajador por él realizada es la apropiación de
trabajo no pagado; que el capitalista, incluso cuando compra a su pleno precio la
fuerza de trabajo de su obrero, al precio que tiene como mercancía en el mercado,
aún recaba a pesar de ello más valor del que por ella pagó; y que esta plusvalía
constituye en última instancia la suma de valor por la cual se acumula en las
manos de las clases poseedoras la suma de capital en constante
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Los escritos del señor Dühring de oportuna consideración aquí son por de pronto
su Curso de filosofía, su Curso de economía nacional y social y su Historia crítica de
la economía nacional y del socialismo. La primera obra es la que nos ocupará
principalmente para empezar.
aquel que asume la representación de este poder [la filosofía] en su tiempo y para el
posterior desarrollo hoy previsible.[7]
El señor Dühring se proclama, pues, único verdadero filósofo del presente y del
futuro hoy previsible. El que discrepe de él discrepará de la verdad. Ya muchas
personas antes que el señor Dühring han pensado eso de sí mismas, pero —
dejando aparte a Ricardo Wagner— él es probablemente el primero que lo ha dicho
con tanta tranquilidad. La verdad de la que se trata en sus escritos es, por cierto,
una verdad definitiva y de última instancia.
Esta filosofía es, pues, de tal naturaleza que levanta al señor Dühring por encima
de las innegables fronteras de su limitación subjetiva personal. Cierto que esto es
necesario para que pueda sentar definitivas verdades de última instancia, aunque
por el momento no comprendemos aún cómo va a poder realizarse ese milagro.
Este "sistema natural del saber, valioso ya de por sí para el espíritu" ha "fijado con
seguridad las configuraciones fundamentales del ser, sin perdonar nada en cuanto
a profundidad de pensamiento". Desde su "punto de vista realmente crítico" ofrece
"los elementos de una filosofía real",
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fruto práctico de una teoría clara y que llega hasta las últimas raíces,
con lo que resulta tan infalible y tan portador de la única salvación como la filosofía
dühringiana, pues
Este florilegio de elogios del señor Dühring por el señor Dühring puede fácilmente
multiplicarse por diez. Y es posible que ya haya suscitado en el lector alguna duda
acerca de si está realmente ante un filósofo o ante... Pero será mejor pedir al lector
que se reserve el juicio hasta que conozca más de cerca la citada radicalidad. El
florilegio anterior debe servir sólo para mostrar que no estamos en presencia de un
filósofo y socialista corriente que se limita a formular sus ideas y confiar al ulterior
desarrollo la decisión sobre su valor, sino ante un ser completamente extraordinario,
que afirma ser no menos infalible que el Papa, y cuya doctrina, fuera de la cual no
hay salvación, debe aceptarse sin más, so pena de sucumbir a la más condenable
de las herejías. No estamos, pues,
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en presencia de uno de esos trabajos de que tan ricas son todas las literaturas
socialistas, y recientemente también la alemana: trabajos en los cuales personas de
diverso calibre intentan, del modo más sincero que pueda imaginarse, ponerse en
claro acerca de cuestiones para cuya solución tal vez les falta en mayor o menor
medida el material; trabajos en los cuales, por muchos que sean sus defectos
científicos y literarios, siempre es de apreciar la buena voluntad socialista. Aquí,
por el contrario, el señor Dühring nos ofrece proposiciones que declara son
verdades definitivas de última instancia junto a las cuales, por tanto, toda otra
opinión es desde el principio falsa; y al igual que la verdad exclusiva, el señor
Dühring posee también el único método de investigación rigurosamente científico,
junto al cual son acientíficos todos los demás. O bien tiene razón y entonces
estamos ante el mayor genio de todos los tiempos, ante el primer hombre
sobrehumano, puesto que infalible , o bien no tiene razón, y en este caso,
cualquiera que fuera nuestro juicio, el benévolo respeto a su posible buena
voluntad sería precisamente la ofensa más mortal que podríamos inferir al señor
Dühring.
Aún Kant resulta, si malamente, tolerado al menos; pero tras él todo ha sido
confusión:
se produjeron las "brutalidades y las insanias, tan necias como hueras, de los
primeros epígonos, señaladamente las de un Fichte y un Schelling... monstruosas
caricaturas, obra de ignorantes filosofastros de la naturaleza... las monstruosidades
postkantianas" y las "febriles fantasías", coronadas por "un Hegel". Este hablaba la
"jerga hegeliana" y difundió la "epidemia hegeliana" por medio de su "manera, que
por si eso faltaba, es acientífica incluso en la forma", y por medio también de sus
"crudas expresiones".
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"revela todos los elementos de la locura... Ideas que por lo común se encuentran en
los manicomios... sueños de lo más frenético... productos de la enajenación mental...
El indeciblemente estúpido Fourier", ese enfermo de "infantilismo", ese "idiota", no
es ni siquiera socialista; su falansterio no es en absoluto un elemento de socialismo
racional, sino "un engendro construido según el esquema del tráfico común".
Y, por último:
Aquel al que no basten... esos ataques [de Fourier contra Newton] para convencerse
de que en el nombre de Fourier y en todo el fourierismo no hay más verdad que la
primera sílaba, debería incluirse a su vez bajo alguna categoría de idiotas.
"tenía ideas pobres y muertas... su pensamiento moral, tan grosero... sus lugares
comunes que degeneran en rarezas... su tipo de concepción, absurdo y grosero...
Las concepciones de Owen no merecen una crítica seria... su vanidad", etc.
El señor Dühring caracteriza, pues, con suma agudeza, a los utópicos por sus
nombres del modo siguiente: Saint Simon saint (santo), Fourier fou (loco); Enfantin
enfant (niño); lo único que falta es que añada: Owen o weh!,[8] con lo que le habrían
bastado cuatro palabras para disipar con un trueno un período
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Por lo que hace a los juicios de Dühring sobre los socialistas posteriores nos
limitaremos a entresacar, por razones de brevedad, sólo los referentes a Lassalle y
Marx:
Y así sucesivamente, pues tampoco esto es sino un pequeño florilegio superficial del
jardín del señor Dühring. Como es natural, por el momento no nos importa en
absoluto saber si esos amables insultos, que por poco educado que fuera el señor
Dühring deberían impedirle llamar a nada desdeñoso y petulante, son también
verdades definitivas de última instancia. También nos abstendremos por ahora de
dudar de su radicalidad, no vaya a ser que se nos prohiba incluso elegir nosotros
mismos la categoría de idiotas a la que pertenecemos. Nos hemos considerado
obligados exclusivamente, por una parte, a dar un ejemplo del lenguaje al que el
señor Dühring llama
FILOSOFIA
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del mundo externo. Con lo que se invierte enteramente la situación: los principios
no son el punto de partida de la investigación, sino su resultado final, y no se
aplican a la naturaleza y a la historia humana, sino que se abstraen de ellas; no es
la naturaleza ni el reino del hombre los que se rigen según los principios, sino que
éstos son correctos en la medida en que concuerdan con la naturaleza y con la
historia. Esta es la única concepción materialista del asunto, y la opuesta
concepción del señor Dühring es idealista, invierte completamente la situación y
construye artificialmente el mundo real partiendo del pensamiento, de ciertos
esquematismos, esquemas o categorías que existen en algún lugar antes que el
mundo y desde la eternidad. Igual que... un Hegel.
Pero el señor Dühring no puede permitirse este sencillo tratamiento del problema.
No sólo piensa en nombre de la humanidad —lo cual sería ya por sí mismo una
cosa muy bonita—, sino, además, en nombre del ser consciente y pensante de todos
los cuerpos cósmicos.
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Así, pues, para que nadie dé en la sospecha de que en algún otro cuerpo celeste dos
por dos son cinco, el señor Dühring se ve imposibilitado de llamar humano al
pensamiento, y tiene así que separarlo del único fundamento real que nos importa,
a saber, el hombre y la naturaleza; con eso cae torpemente y sin salvación en una
ideología que le obliga a aparecer como epígono del "epígono" Hegel. Por lo demás,
tendremos ocasión de saludar al señor Dühring varias veces en otros planetas.
Es obviamente imposible fundar sobre una tal base ideológica ninguna doctrina
materialista. Más tarde veremos que el señor Dühring se ve más de una vez
obligado a atribuir a la naturaleza acciones conscientes, esto es, a hacer de ella lo
que en alemán se llama Dios.
Pero nuestro filósofo de la realidad tenía además otros motivos para trasladar el
fundamento de toda realidad desde el mundo real hasta el mundo del pensamiento.
La ciencia de ese esquematismo universal general, de esos principios formales del
ser, es precisamente el fundamento de la filosofía del senor Dühring. Cuando
queremos inferir el tal esquematismo universal no de la cabeza, sino sólo mediante
la cabeza, partiendo del mundo real, y los principios del ser partiendo de lo que es,
no necesitamos filosofía alguna, sino conocimientos positivos del mundo y de lo que
en él ocurre; y lo que entonces resulta no es tampoco una filosofía, sino ciencia
positiva. Pero entonces el libro del señor Dühring sería trabajos de amor perdidos.
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toda la matemática pura sin ningún añadido empírico y luego poder aplicarla al
mundo, así también se imagina que puede engendrar por de pronto en su cabeza
las configuraciones básicas del ser, los elementos simples de todo saber, los
axiomas de la filosofía, deducir luego de ellos la filosofía entera, o esquematismo
universal, y conceder finalmente por supremo decreto esa constitución a la
naturaleza y al mundo humano. Pero, desgraciadamente, la naturaleza no es en
absoluto, y el mundo humano lo es en escasísima medida, como los prusianos de
Manteuffel de 1850.[9]
1. El todo es mayor que la parte. Esta proposición es una mera tautología, pues la
represcntación "parte", concebida cuantitativamente, se refiere ya desde su origen
de un modo determinado a la representación "todo", a saber, de tal modo que
"parte" significa sin más que el "todo" cuantitativo consta de varias "partes"
cuantitativas'. Los llamados axiomas no hacen más que formular eso explícitamente,
con lo que no avanzamos ningún paso. Y hasta es posible probar en cierto sentido
esa tautología diciendo: un todo es aquello que consta de varias partes; una parte
es aquella entidad que, con otras, constituye un todo; consecuentemente, la parte
es menor que el todo; la vaciedad de la repetición subraya aun entonces la vaciedad
del contenido.
2. Si dos magnitudes son iguales a una tercera, son iguales entre sí. Este
enunciado, como mostró ya Hegel, es una inferencia garantizada por la lógica, es
decir, un enunciado demostrado, aunque fuera de la matemática pura. Los demás
axiomas sobre la igualdad y la desigualdad son meras ampliaciones lógicas de esa
inferencia.
Estos enunciados tan pobres de contenido no tienen por sí mismos ningún atractivo
ni en la matemática ni en ningún otro campo. Para poder avanzar tenemos que
añadirles contenidos reales,
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Pero ¿por qué perder tanto tiempo en esto? Luego de haber cantado con entusiasmo
en las páginas 42 y 43 de su obra la independencia de la matemática pura respecto
del mundo experiencial, su aprioridad, su dedicación a las libres creaciones e
imaginaciones del entendimiento, el señor Dühring dice en la página 63:
"A menudo se pasa por alto, en efecto, que esos elementos matemáticos ["número,
magnitud, tiempo, espacio y movimiento geométrico"] no son ideales más que por su
forma... mientras que las magnitudes absolutas son algo plenamente empírico,
cualquiera que sea el género a que pertenecen"..., pero "los esquemas matemáticos
son susceptibles de una caracterización aislada de la experiencia y, sin embargo,
suficiente".
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"El ser que todo lo abarca es único." Si tautología significa la simple repetición en el
predicado de lo que ya está dicho en el sujeto, y si eso constituye un axioma,
entonces tenemos un axioma de lo más puro. En el sujeto nos dice el señor Dühring
que el ser lo abarca todo, y en el predicado afirma impertérrito que no hay nada
fuera del ser. ¡Qué colosal "pensamiento creador de sistema"!
deja de haber lugar para las trascendencias en cuanto que el espíritu ha aprendido
a concebir el ser en su homogénea universalidad.
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Lo más gracioso de todo este asunto es que el señor Dühring utiliza la demostración
ontológica de la existencia de Dios para probar la inexistencia de Dios a partir del
concepto del ser. El argumento ontológico es del siguiente tenor: al pensar a Dios le
concebimos como suma de todas las perfecciones. Pero en la suma esencial de
todas las perfecciones está ante todo la existencia, pues un ser inexistente es
necesariamente imperfecto. Por tanto, tenemos que incluir la existencia entre las
perfecciones de Dios. Por tanto, Dios tiene que existir. Exactamente igual razona el
señor Dühring: al pensar el ser lo pensamos como un concepto. Lo comprendido en
un concepto es unitario. El ser no correspondería, pues, a su concepto si no fuera
unitario. Por tanto, tiene que ser unitario. Luego no hay Dios, etc.
Cuando hablamos del ser y meramente del ser, la unidad no puede consistir más
que en lo siguiente: que todos los objetos de que se trate son, existen. En la unidad
de ese ser están reunidos, y en ninguna otra, y la común afirmación de que todos
ellos son no sólo no puede atribuirles ninguna otra propiedad, común o no común,
sino que incluso excluye por de pronto de la consideración toda otra propiedad.
Pues en cuanto que nos apartemos, aunque sólo sea un milímetro, del hecho
sencillo y básico de que el ser compete en común a todas esas cosas, en ese mismo
momento empiezan las diferencias entre esas cosas a presentarse ante nuestra
mirada; y el que esas diferencias consistan, por ejemplo, en que las unas son
blancas y las otras negras, las unas animadas y las otras inanimadas, las unas
acaso inmanentes y las otras trascendentes, no es nada que podamos decidir en
base al hecho de que a todas ellas se atribuye uniformemente la mera existencia.
pág. 31
Sigamos con el texto. El ser del que nos habla el señor Dühring no es
aquel ser puro idéntico a sí mismo, carente de toda determinación particular y que
no representa en realidad sino una contrafigura del pensamiento de la nada o de la
ausencia de pensamiento.
Mas veremos muy pronto que el mundo del señor Dühring arranca de un ser
carente de toda interna diferenciación, de todo movimiento y transformación, y es,
por tanto, de hecho una mera contrafigura de la nada mental, es decir, una nada
real. A partir de ese ser-nada se desarrolla el actual estado diferenciado del mundo,
el cual es cambiante y presenta una evolución, un devenir; y sólo después de haber
comprendido esto llegamos a "mantener idéntico a sí mismo el concepto del ser
universal", incluso en esa misma transformación eterna.
Tenemos, pues, ahora el concepto del ser a un nivel superior en el cual incluye a la
vez la fijeza y la modificación, el ser y el devenir. Llegados a este punto hallamos
que
Mas esos conceptos son los medios de distinción de la cualidad; y luego de estudiar
ésta seguimos adelante:
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Todas esas lindezas están muy lejos de haber sido "decididas axiomáticamente"
según lo prescrito, sino que han sido tomadas sencillamente de fuera, es decir, de
la Lógica de Hegel. Y ello de tal modo que en todo el capítulo no hay ni rastro de
conexión interna, salvo en la medida en que la toma de Hegel, y que el conjunto del
desarrollo culmina en una fantasmagoría huera sobre el espacio y el tiempo, la
fijeza y la transformación.
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debe querer decir que está filosofando en una jaula, a saber, la jaula del
esquematismo categorial de Hegel.
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Hay que salvarse urgentemente, y por suerte está aquí dispuesto el señor Dühring.
Para estimar rectamente las siguientes revelaciones acerca del despliegue del
mundo en el tiempo y de su limitación en el espacio tenemos que apelar de nuevo a
algunos pasos del "esquematismo universal".
"La forma más precisa de una infinitud pensable sin contradicción es la ilimitada
acumulación de los números en la serie numérica... Del mismo modo que siempre
podemos añadir a cualquier número otra unidad, sin agotar nunca la posibilidad de
seguir contando, así se añade a cada estado del ser otro estadio más, y la infinitud
consiste en la ilimitada producción de esos estados. Esta infinitud exactamente
pensada no tiene, por eso mismo, más que una única forma fundamental y una
única dirección. Pues aunque para nuestro pensamiento es indiferente proyectar
una dirección contrapuesta, de acumulación de los estados, la infinitud que
progresa hacia
pág. 35
La segunda consecuencia es
El propio sehor Dühring, cuya exposición hemos reproducido hasta aquí, se siente
muy edificado por la importancia de este descubrimiento. Por de pronto se limita a
esperar que "por lo menos
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no será considerado como una verdad de poca monta"; pero luego dice:
Recuérdese el modo sumamente sencillo con el cual hemos llevado los conceptos de
infinitud y su crítica hasta un alcance hasta ahora desconocido... los elementos de
la concepción universal del espacio y del tiempo, tan sencillamente construidos por
nuestra presente agudización y profundización.
Hemos, pues, llevado esos conceptos hasta ese alcance. Y con nueva profundización
y agudización. ¿Quién somos ese nosotros y cuándo es ese hasta ahora? ¿Quién
profundiza y agudiza?
Esas frases están literalmente copiadas de un libro muy conocido que apareció por
vez primera en 1781 y se titula Crítica de la razón pura, de Immanuel Kant, en el
que todo el mundo puede leerlas, en la primera parte, segunda sección, segundo
libro, segundo apartado, segundo epígrafe: "Primera antinomia de la razón pura". Al
señor Dühring no pertenece en esto más gloria que la de haber pegado a una idea
expuesta por Kant el nombre de ley de la cantidad discreta determinada, así como el
haber descubierto que
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hubo un tiempo en el que no había tiempo, aunque sí había un mundo. Para todo
lo demás, es decir, para todo lo que tiene sentido en la exposición del señor
Dühring, "nosotros" somos Immanuel Kant, y el "ahora" tiene cincuenta años. Es,
desde luego, "sumamente sencillo". Y es también notable el "alcance hasta ahora
desconocido".
Pero ocurre que Kant no formula en absoluto esos enunciados como resueltos por
su demostración. Antes al contrario: en la página contrapuesta a ésa afirma y
prueba lo contrario, a saber: que el mundo no tiene ningún comienzo en el tiempo
ni fin en el espacio; y en esto ve precisamente la antinomia, la irresoluble
contradicción de que lo uno es tan demostrable como lo otro. Gentes de menor
calibre habrían quedado tal vez meditabundas al ver que "un Kant" halló aquí una
dificultad irresoluble. No es ése el caso de nuestro audaz creador de "resultados y
concepciones radicalmente propios": él escribe impertérrito la parte de la antinomia
kantiana que le sirve y tira el resto.
imaginamos el tiempo como una línea contada a partir del uno o trazada a partir de
un punto determinado, estamos diciendo ya que el tiempo tiene un comienzo:
estamos presuponiendo lo que debemos probar. Damos a la infinitud del tiempo un
carácter unilateral y a medias; pero una infinitud unilateral y partida es ya una
contradicción en sí, lo contrario, precisamente, de una "infinitud pensada sin
contradicción". No podemos superar esa contradicción sino admitiendo que el uno
con el que empezamos a contar la sucesión, el punto a partir del cual medimos la
línea, son, respectivamente, un uno arbitrario de la sucesión y un punto arbitrario
de la línea, siendo la línea o la sucesión indiferentes a la decisión que tomemos
respecto a la fijación de los mismos.
Está claro que la infinitud que tiene un final, pero no tiene un comienzo, no es ni
más ni menos infinita que la que tiene un comienzo y no tiene un final. La más
modesta comprensión dialéctica habría debido decir al señor Dühring que el
comienzo y el final van necesariamente juntos como el Polo Norte y el Polo Sur, y
que cuando se prescinde del final el comienzo se convierte en final, es decir, en un
final de la sucesión, y a la inversa. Toda esa ilusión sería imposible sin la
costumbre matemática de operar con sucesiones infinitas. Como en la matemática
hay que partir de lo determinado y finito para llegar a lo indeterminado y
desprovisto de final, todas las sucesiones matemáticas, positivas o negativas,
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tienen que empezar con un uno para poder calcular con ellas. Pero la necesidad
ideal del matemático está muy lejos de ser una ley necesaria y constrictiva del
mundo real.
Pasemos delante. Así, pues, el tiempo ha tenido un comienzo. Y ¿qué había antes
de ese comienzo? El mundo en un estado idéntico a sí mismo e inmutable. Y como
en ese estado no se siguen transformaciones, el especial concepto de tiempo se
transforma en la idea más general del ser. Ante todo, lo que importa en esta
cuestión no es en absoluto cuáles son los conceptos que se transforman en la
cabeza del señor Dühring. No se trata del concepto de tiempo, sino del tiempo real,
del que el señor Dühring no conseguirá liberarse a tan bajo precio. En segundo
lugar, por mucho que se transforme el concepto de tiempo en la idea más general
del ser, eso no nos hará adelantar nada. Pues las formas fundamentales de todo ser
son el espacio y el tiempo, y un ser situado fuera del tiempo es un absurdo tan
descomunal como un ser fuera del espacio. El "ser atemporalmente sido" de Hegel y
el "ser inmemorial" neoschellingiano son incluso nociones racionales, comparados
con este ser filera del tiempo. Por eso el señor Dühring procede, en efecto, muy
cautelosamente: se trata realmente de un tiempo, pero de un tiempo al que en el
fondo no debe llamarse tal, pues naturalmente que el tiempo en sí no consta de
partes reales, sino que es nuestro entendimiento el que le divide arbitrariamente;
sólo un conjunto de cosas distintas que ocupen el tiempo pertenece a lo
enumerable, y no se sabe qué puede significar la acumulación de una duración
vacía. No es aquí del todo indiferente, en efecto, lo que puede significar esa
acumulación; lo que se pregunta es si el mundo en el estado presupuesto por el
señor Dühring dura, recorre un lapso de
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tiempo. Sabemos hace mucho tiempo que no puede obtenerse ningún resultado
midiendo una duración sin contenido, como tampoco se conseguirá nada haciendo
mediciones sin finalidad y sin objetivo en un espacio vacío; precisamente por eso,
por esa ociosidad del procedimiento, Hegel llamaba mala a esa infinitud. Según el
señor Dühring, el tiempo existe exclusivamente por la transformación, no la
transformación en y por el tiempo. Y precisamente porque el tiempo es diverso e
independiente de la transformación es posible medirle con ayuda de la
transformación, pues en el medir es necesario siempre algo diverso de lo que hay
que medir. Y el tiempo en el que no se produce ninguna transformación perceptible
está muy lejos de no ser ningún tiempo; es más bien el tiempo puro, sin afectar por
nada ajeno, es decir, el tiempo verdadero, el tiempo como tal. De hecho, cuando
queremos concebir el concepto de tiempo en toda su pureza, aislado de toda mezcla
ajena y heterogénea, nos vemos obligados a poner entre paréntesis todos los
diversos acaecimientos que se producen simultánea y sucesivamente en el tiempo,
para imaginarnos así un tiempo en el que no pasa nada. Con esto no dejamos
disolverse el concepto de tiempo en la idea general del ser, sino que llegamos
finalmente al concepto puro de tiempo.
Cuando la magnitud afecta a un elemento fijo del ser permanece sin alterar en su
determinación. Esto sale... de la materia y de la fuerza mecánica.
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De hecho, balbucea, "la identidad absoluta de aquel inicial estado- límite no ofrece
por sí misma ningún principio de transición. Pero recordemos que la misma
situación se presenta incluso con el menor nuevo miembro de la cadena de la
existencia que ya conocemos. Así, pues, el que pretenda suscitar dificultades en
este punto capital hará mejor en proponerlas en ocasiones menos aparentes.
Además, la posibilidad de inserción de estados intermedios progresivos y graduados
queda abierta, y con ella el puente de la continuidad, para proceder hacia atrás
hasta la consunción de la interacción. Cierto que desde un punto de vista
estrictamente conceptual esa continuidad no llega a superar el pensamiento
principal, pero ella es para nosotros la forma básica de toda legalidad y de toda otra
transición conocida,
pág. 42
de tal modo que tenemos cierto derecho a utilizarla como mediación también entre
aquel equilibrio primero y su perturbación. Pero si pensáramos el equilibrio por así
decirlo [!] inerte según los criterios y conceptos que hoy se admiten, sin especial
rigor [!], en nuestra actual mecánica, sería ciertamente imposible indicar cómo ha
podido llegar la materia al juego de las alteraciones". Además de la mecánica de las
masas hay, según el señor Dühring, una transformación del movimicnto de las
masas en movimiento de partículas mínimas, pero "no disponemos hoy de ningún
principio general" acerca de cómo se produce esa transformación, "y por eso no
puede asombrarnos el que estos procesos discurran hasta cierto punto en la
oscuridad".
Eso es todo lo que tiene que decirnos el señor Dühring. Y efectivamente tendríamos
que ver el colmo de la sabiduría, no ya en la autoamputación de la fuerza genesíaca,
sino en la ciega fe del carbonero, para contentarnos con esas tristes escapadas y
vacías frases. El señor Dühring confiesa que por sí misma la absoluta identidad no
puede llegar a la alteración. No hay en esa identidad ningún medio por el cual el
equilibrio absoluto pueda pasar al movimiento ¿Qué hay entonces? Tres insanas
formas de palabrería.
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creación no podemos pasar de nada a algo, aunque el algo sea tan pequeño como
un infinitésimo matemático. El puente de la continuidad no es, pues, ni siquiera un
pons asinorum, sino que sólo es transitable para el señor Dühring.
Tercera: mientras siga vigente la actual mecánica, que es, según el señor Dühring,
una de las palancas más esenciales para la educación del pensamiento, es
imposible indicar cómo se pasa de la ausencia de movimiento al movimiento. Pero
la teoría mecánica del calor nos muestra que el movimiento de las masas se
transforma en ciertas circunstancias en movimiento molecular (aunque también
aquí el movimiento procede de otro movimiento, jamás de la ausencia de
movimiento), y esto, indica tímidamente el señor Dühring, podría ofrecer tal vez un
puente entre lo rigurosamente estático (en equilibrio) y lo dinámico (en movimiento).
Pero esos procesos tienen lugar "en la oscuridad". Y en la oscuridad nos deja
plantados el señor Dühring.
A este punto hemos llegado con toda la profundización y la agudización: nos hemos
hundido cada vez más profundamente en un absurdo cada vez agudizado, para
aterrizar finalmente donde por fuerza teníamos que hacerlo, "en la oscuridad". Esto,
empero, inquieta poco al señor Dühring. Ya en la página siguiente tiene la
tranquilidad de afirmar que ha
Por suerte, en toda esta inerme confusión y extravío "en la oscuridad" nos queda un
consuelo que es realmente como para levantar los ánimos.
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La teoría kantiana del origen de todos los cuerpos celestes actuales a partir de
masas nebulosos en rotación ha sido el mayor progreso conseguido por la
astronomía desde Copérnico. Por vez primera se osó atentar contra la idea de que la
naturaleza no tiene historia alguna en el tiempo. Hasta entonces los cuerpos
celestes se habían considerado fijos desde el primer momento en órbitas y estados
siempre idénticos; y aunque los seres vivos se extinguieran en los cuerpos celestes
particulares, los géneros y las especies se consideraban también inmutables. Sin
duda la naturaleza se encontraba, de un modo obvio, en constante movimiento,
pero ese movimiento parecía la repetición incesante de los mismos procesos. Kant
abrió la primera brecha en esa representación, tan conforme
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con el modo metafísico de pensar, y lo hizo de modo tan científico que la mayoría de
los argumentos utilizados por él siguen siendo hoy válidos. Cierto que la teoría
kantiana sigue siendo hoy día, hablando con rigor, una hipótesis. Pero tampoco el
sistema copernicano es más que eso hoy día, y tras la prueba espectroscópica de la
existencia de tales masas incandescentes de gases en el espacio, prueba que
destruye toda resistencia, la oposición científica a la teoría de Kant se ha sumido en
el silencio. Tampoco el señor Dühring consigue llevar a cabo su construcción del
mundo sin un tal estadio nebular, pero se venga de ello exigiendo que se le muestre
el sistema mecánico existente en dicho estado de nebulosa, y cubriendo entonces
de despectivos adjetivos la hipótesis de la nebulosa por el hecho de que es
imposible indicarle dicho sistema mecánico. La ciencia contemporánea no puede,
en efecto, caracterizar ese sistema de un modo que satisfaga al señor Dühring. Del
mismo modo se encuentra imposibilitada de dar respuesta a muchas otras
preguntas. Por ejemplo, a la pregunta ¿por qué no tienen cola los sapos? tiene que
limitarse por ahora a contestar: porque la han perdido. Pero si ante esto
decidiéramos indignarnos y decir que todo esto se mantiene en la vaguedad y lo
informe de una idea de pérdida no precisable ulteriormente y una concepción
sumamente nebulosa, una tal aplicación de la moral a la ciencia de la naturaleza
no nos haría avanzar en absoluto. En todo caso es posible formular esas
expresiones poco amables de enfado, y precisamente no suelen aplicarse a nada y
en ningún campo. ¿Quién impide al señor Dühring mismo descubrir el sistema
mecánico de la nebulosa originaria?
está muy lejos de coincidir con un estado plenamente idéntico del medio cósmico o,
dicho de otro modo, con el estado idéntico a sí mismo de la materia.
Esto es una verdadera suerte para Kant, el cual pudo contentarse con la posibilidad
de retroceder desde los cuerpos celestes actuales hasta la esfera nebular, sin soñar
siquiera en un estado de la materia simpre idéntico consigo mismo. Sea dicho de
paso, el que en la actual ciencia de la naturaleza la esfera nebular de Kant se
designe como nebulosa originaria debe entenderse, como es obvio, de un modo
meramente relativo. Se trata de una niebla originaria, por una parte, como origen
de los cuerpos celestes hoy existentes y, por otra parte, como la forma más antigua
de la materia a la que
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El señor Dühring se da cuenta de que en este punto puede jugar con cierta ventaja.
En el lugar en que nosotros tenemos que detenernos, con la ciencia, junto a la
nebulosa por ahora originaria, él puede seguir mucho más allá, con la ayuda de su
ciencia de la ciencia, hasta aquel
estado del medio cósmico que no pucde concebirse ni como puramente estático en
el actual sentido de la representación ni como dinámico
"La unidad de materia y fuerza mecánica a la que llamamos medio cósmico es, por
así decirlo, una fórmula lógico- real, que sirve para indicar el estado, idéntico
consigo mismo, de la materia como presupuesto de todos los estadios de desarrollo
enumerables".
Está claro que aún nos falta mucho para liberarnos del estado originario y
autoidéntico de la materia. Aquí se le llama unidad de materia y fuerza mecánica, lo
cual es una fórmula lógico- real, etc. Así, pues, en cuanto termine la unidad de
materia y fuerza mecánica empezará el movimiento.
La forma lógico- real no es más que un tímido intento de aprovechar las categorías
hegelianas del en- sí y el para- sí para la filosofía de la realidad. Para Hegel, la
identidad originaria de las contraposiciones sin desarrollar y ocultas en una cosa,
un hecho o un concepto, consiste en el en- sí; en el para- sí aparece la
diferenciación y separación de esos elementos ocultos, y empieza su pugna.
Tenemos, pues, que representarnos el inmóvil estado originario como unidad de
materia y fuerza mecánica, y la transición al movimiento como separación y
contraposición de una y otra. Lo que con ello hemos ganado no es la prueba de la
realidad de aquel estado originario fantástico, sino, simplemente, la posibilidad de
concebirlo bajo la categoría hegeliana del en- sí, así como la de concebir su no
menos fantástico final bajo la categoría del para- sí. ¡Socórrenos, Hegel!
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Por todo ello, un estado inmóvil de la materia resulta ser una de las
representaciones más vacías y desdibujadas, una pura "fantasía febril". Para llegar
a ella hay que representarse el equilibrio mecánico relativo en el que puede
encontrarse un cuerpo en esta Tierra como un reposo absoluto, para generalizarlo
luego al conjunto del universo. Esto queda sin duda facilitado por la reducción del
movimiento universal a mera fuerza mecánica. Y entonces esa limitación del
movimiento a mera fuerza mecánica ofrece además la ventaja de poder
representarse una fuerza como algo en reposo, atado, es decir, ineficiente por el
momento. Pues si la transmisión del movimiento es, como ocurre muy a menudo,
un proceso un tanto complicado con diversos eslabones intermedios, puede
entonces diferirse la transmisión real a un momento cualquiera, abandonando
simplemente el último eslabón de la cadena. Así ocurre, por ejemplo, cuando se
carga una escopeta y uno se reserva el momento en el cual, oprimiendo el gatillo, va
a tener lugar la descarga, es decir, la transmisión del movimiento liberado por la
combustión de la pólvora. Así puede uno imaginarse que mientras ha durado el
estado inmóvil e idéntico consigo mismo la materia estaba cargada de fuerza, y esto
es lo que parece entender el señor Dühring —si realmente entiende algo— por
unidad de materia y fuerza mecánica. Esta idea es absurda, porque generaliza en
términos absolutos al universo un estado que es por su naturaleza relativo, y al
cual, por tanto, no puede estar sometido en un momento dado más que una parte
de la materia. Pero, aun prescindiendo de esto, sigue en pie la dificultad: primero,
¿cómo llegó el mundo a estar cargado de fuerza, siendo así que hoy día las
escopetas no se cargan por sí mismas?, y segundo: ¿de quién es el dedo que luego
apretó el gatillo? Hagamos lo que hagamos, bajo la dirección del señor Dühring
llegamos siempre al Dedo de Dios.
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tenemos "que recordar insistentemente que junto con los estados de movimiento de
la materia están también dados estados estáticos, y que estos últimos no pueden
medirse por el trabajo mecánico...; si antes hemos caracterizado a la naturaleza
como una gran trabajadora y ahora tomamos con rigor esa expresión, tenemos que
añadir que los estados idénticos consigo mismos y en reposo no representan ningún
trabajo mecánico. Volvemos, pues, a echar de menos el puente de lo estático a lo
dinámico, y si el llamado calor latente ha seguido siendo hasta ahora para la teoría
una piedra de escándalo, tenemos que reconocer también aquí una imperfección
innegable, sobre todo en las aplicaciones al cosmos".
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Sin duda es hueso duro de roer y píldora verdaderamente amarga para nuestro
metafísico el que el movimiento deba encontrar criterio y medida en su contrario, en
el reposo. Se trata de una flagrante contradicción, y toda contradicción es, según el
señor Dühring, un contrasentido. Pese a lo cual es un hecho que la piedra colgada
representa una determinada cantidad de trabajo mecánico, utilizable de cualquier
modo y precisamente medible de varias maneras —por ejemplo, por caída directa,
por caída en el plano inclinado, por rotación de un torno— , igual que la escopeta
cargada. Para la concepción dialéctica, la expresabilidad del movimiento en su
contrario, el reposo, no ofrece absolutamente ninguna dificultad. Toda la
contraposición es para ella, como hemos visto, meramente relativa; no hay reposo
absoluto ni equilibrio incondicionado. El movimiento individual tiende al equilibrio,
y el movimiento total suprime de nuevo el equilibrio. Reposo y equilibrio son,
cuando se presentan, resultados de un movimiento limitado, y está claro que ese
movimiento es medible por su resultado, expresable en él, y reproducible de nuevo
a partir de él de una forma u otra. Pero el señor Dühring no se permite la
tranquilidad de contentarse con tan sencilla exposición de la cosa. Como buen
metafísico, empieza por abrir entre el movimiento y el equilibrio un amplio abismo
inexistente en la realidad, y luego se asombra de no poder encontrar ningún puente
que supere ese abismo de fabricación propia. Igual daría que montara en su
metafísico Rocinante y se dedicara a perseguir la "cosa en sí" kantiana, pues eso es
precisamente lo que se oculta tras este puente inhallable.
Pero ¿qué hay de la teoría mecánica del calor y del calor latente o ligado que sigue
siendo para esa teoría una "piedra de escándalo"?
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La teoría mecánica del calor, según la cual el calor consiste en una vibración de las
partículas físicas activas mínimas de los cuerpos (moléculas), mayor o menor según
la temperatura y el estado de agregación, en una vibración, pues, que, en ciertas
circunstancias, puede transformarse en cualquier otra forma de movimiento,
explica el hecho declarando que el calor desaparecido ha realizado un trabajo, ha
sido transformado en trabajo. Al fundirse el hielo se suprime la estrecha y firme
conexión de las moléculas entre ellas, y se transforma en una laxa acumulación; al
vaporizarse el agua en el punto de ebullición se produce un estado en el cual las
moléculas particulares dejan de ejercer influencias perceptibles unas en otras, y
hasta se dispersan en todas direcciones bajo la influencia del calor. Está claro que
las moléculas de un cuerpo en estado gaseoso están dotadas de una energía mucho
mayor que la que tuvieran en el estado líquido, y en el líquido mayor que en el
sólido. El calor latente no ha desaparecido, por tanto, sino que se ha transformado
sencillamente y ha tomado la forma de la fuerza de tensión molecular. En cuanto
cese la condición por la cual las moléculas pueden presentar esa libertad absoluta o
relativa las unas respecto de las otras, en cuanto que —en nuestro ejemplo— la
temperatura descienda por debajo de los 100º y 0º, respectivamente, dicha fuerza
entrará en acción y las moléculas se acercarán con la misma fuerza con la que
fueron antes separadas; y dicha fuerza desaparecerá, pero sólo para volver a
aparecer como calor, y precisamente como la misma cantidad de calor que antes
era latente. Esta explicación es, naturalmente, una hipótesis, como toda la teoría
mecánica del calor, puesto que nadie ha visto hasta ahora una molécula, por no
hablar ya de una molécula en vibración. Sin duda estará, por tanto, llena de
defectos, como toda esta joven teoría; pero puede al menos explicar el proceso sin
caer en ningún momento en pugna con la indestructibilidad e increabilidad del
pág. 52
Así, pues, los estados idénticos consigo mismos, las situaciones en reposo de los
estados físicos de agregación solido, Iíquido y gaseoso, representan efectivamente
trabajo mecánico, en cuanto el trabajo mecánico es medida del calor. Tanto la
sólida corteza terrestre cuanto el agua del océano representan en su actual estado
de agregación una cantidad perfectamente determinada de calor liberado, el cual
corresponde obviamente a una cantidad no menos determinada de fuerza mecánica.
En el paso de la esfera gaseosa de la que ha surgido la Tierra al estado líquido y
luego al estado en gran parte sólido, se ha irradiado un determinado quantum de
energía molecular en el espacio, en forma de calor.
A partir de este momento podemos vernos felizmente libres del estado originario
idéntico consigo mismo, aunque no sea más que por algún tiempo. Pues el señor
Dühring pasa a la química y aprovecha la ocasión para revelarnos tres leyes de
fijeza de la naturaleza, descubiertas hasta ahora por la filosofía de la realidad. A
saber:
1ª: la persistencia cuantitativa de la materia general; 2ª: la de los elementos simples
(químicos); 3ª: la de la fuerza mecánica; las tres son inmutables.
pág. 53
Así, pues, el único resultado positivo que es capaz de ofrecernos el señor Dühring
como fruto de su filosofía natural del mundo inorgánico es la increabilidad y la
indestructibilidad de la materia, así como las de sus elementos simples —en la
medida en que los tenga— y las del movimiento, o sea tres hechos de antiguo
conocidos y que él formula muy imperfectamente. Son todas ellas cosas sabidas
desde antiguo. Pero lo que no sabíamos es que se tratara de "leyes de la fijeza" y,
como tales, de "propiedades esquemáticas del sistema de las cosas". Es el mismo
tratamiento al que antes vimos sometido a Kant: el señor Dühring se apodera de
cualquier venerable lugar común por todos sabido, le pega una etiqueta
dühringiana y llama al resultado
Pero no hay que desesperarse por ello ni mucho menos. Cualesquiera que puedan
ser los defectos de la ciencia radicalísima y de la mejor organización social, hay algo
que el señor Dühring puede afirmar con la mayor resolución:
El oro existente en el universo tiene que haber sido siempre la misma cantidad, y
no puede ni aumentar ni disminuir, del mismo modo que no puede hacerlo la
materia general.
Desgraciadamente, el señor Dühring no nos dice qué podemos comprar con ese "oro
existente".
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Con esta tajante afirmación se ahorra el señor Dühring el tener que decir algo más
acerca del origen de la vida, aunque de un pensador que ha seguido la evolución del
mundo hasta el estado idéntico consigo mismo, y que tan familiarmente se
encuentra en los demás cuerpos celestes, podía esperarse sin duda que supiera
sustanciosos detalles también sobre este punto. Por lo demás, aquella afirmación es
sólo a medias correcta, mientras no se complete con la línea nodal hegeliana, ya
citada, de relaciones cuantitativas. Pese a toda la paulatinidad, la transición de una
forma de movimiento a otra es siempre un salto, una inflexión decisiva. Tal es el
caso de la transición entre la mecánica de los cuerpos celestes y la de las masas
menores situadas en uno de ellos; también la transición de la mecánica de las
masas a la mecánica de las moléculas, la cual incluye los movimientos que
estudiamos en lo que suele llamarse propiamente física: calor, luz, electricidad,
magnetismo; así también tiene lugar la transición entre la física de las moléculas y
la de los átomos la —química—, con un salto decisivo; y aún más visiblemente es
éste el caso en la transición de la acción química común al quimismo de la
albúmina, al que llamamos vida. Dentro de la esfera de la vida los saltos se hacen
cada vez más escasos e imperceptibles. Otra vez es Hegel el que tiene que corregir al
señor Dühring.
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fines. Miremos adonde miremos, en la obra del señor Dühring tropezamos siempre
con algún "crudo" pensamiento hegeliano, presentado tranquilamente por nuestro
autor como ciencia propia y radical. Nos llevaría demasiado lejos el estudiar aquí
hasta qué punto está justificada y es adecuada la aplicación de las ideas de fin y
medio al mundo orgánico. En todo caso, hasta la aplicación del "fin interno"
hegeliano —es decir, un fin que no procede de un tercero intencionalmente activo,
la sabiduría de la Providencia por ejemplo, sino que se encuentra en la necesidad
de la cosa misma— da constantemente lugar, en gentes que no están
suficientemente educadas desde el punto de vista filosófico, a una subrepticia e
inconsciente introducción de la acción conscientemente intencional. El mismo
señor Dühring, que tan desmesuradamente se indigna ante la menor manifestación
"espiritista" de otras personas, nos asegura
con resolución que las sensaciones instintivas han sido creadas principalmente por
la satisfacción que comporta su juego.
tiene que mantener constantemente en orden el mundo de los objetos, y aún tiene
aparte de ése otros asuntos que resolver "los cuales exigen a la naturaleza más
sutileza que la que comúnmente se le reconoce". Pero la naturaleza no sólo sabe por
qué ha creado esto y aquello, no sólo tiene que realizar servicios de doméstica, y no
sólo tiene sutileza, lo cual es ya gran cosa incluso en el pensamiento subjetivo
consciente, sino que, además, tiene una voluntad: pues el añadido a los instintos,
un añadido que consiste en que, de paso, satisfacen reales condiciones naturales,
como la alimentación, la reproducción, etc., "no puede considerarse como hechos
directamente queridos, sino sólo como indirectamente queridos".
Con esto hemos llegado a una naturaleza que piensa y obra conscientemente, es
decir, que hemos llegado al "puente" que va, no ciertamente de lo estático a lo
dinámico, pero sí al menos del panteísmo al deísmo. ¿O es tal vez que ha tentado
también al señor Dühring el hacer un poco de semipoesía "filosófico-natural"?
Darwin concibió en sus viajes científicos la opinión de que las especies de las
plantas y los animales no son fijas, sino que se transforman. Para seguir trabajando
esa idea en su patria no encontró mejor campo de estudio que el cultivo de las
plantas y la ganadería o cría de animales. Inglaterra es precisamente el país clásico
de estas actividades; los logros de otros países —de Alemania, por ejemplo— no
pueden dar ni de lejos la medida de lo conseguido en Inglaterra en este campo.
Además, los éxitos más sobresalientes corresponden a los últimos cien años, de tal
modo que la comprobación de los hechos resultaba poco difícil. Darwin halló, pues,
que este tipo de cultivo y cría había producido en animales y plantas de la misma
especie diferencias mayores que las que se encuentran entre especies generalmente
reconocidas como diversas. La transformabilidad de las especies quedaba, pues,
probada hasta cierto punto, y, por otra parte, quedaba fundamentada la posibilidad
de que organismos que poseen diversos caracteres específicos tengan antepasados
comunes. Darwin se preguntó entonces si no existen en la naturaleza causas que —
sin la intención consciente del criador o cultivador— tengan que producir a la larga
en los organismos vivos alteraciones análogas a las que produce la cría artificial.
Halló esas causas en la desproporción entre el gigantesco número de gérmenes
creados por la naturaleza y el escaso número de los organismos que realmente
llegan a la madurez. Y como todo germen tiende a desarrollarse, surge
necesariamente una lucha por la existencia, que se manifiesta no sólo como directo
combate físico o aniquilación y consumo, sino también, por ejemplo, como lucha
por el espacio y por la luz, hasta en las plantas mismas. Y es obvio que en esta
lucha tienen las mejores perspectivas de llegar a madurez y de reprodncirse
aquellos individuos que poseen propiedades individuales ventajosas para la lucha
por la existencia, por modestas que ellas sean. Estas características individuales
favorables tienen, pues, la tendencia a transmitirse por herencia, y cuando se
presentan en varios individuos de la misma especie tienden además a
incrementarse, por herencia acumulada, en la dirección inicialmente tomada,
mientras que los individuos que no poseen esas pecualiaridades sucumben más
fácilmente en la lucha por la existencia y desaparecen
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paulatinamente. De este modo se transforma una especie por selección natural, por
supervivencia de los individuos más aptos.
El señor Dühring dice contra esa teoría de Darwin que el origen de la idea de lucha
por la existencia se encuentra, como el propio Darwin confiesa, en una
generalización de los puntos de vista del economista y teórico de la población
Malthus, y que, por lo tanto, está manchada por todos los defectos propios de las
sacerdotales concepciones maltusianas sobre la acumulación de la población.
Ahora bien: la realidad es que a Darwin no le pasa siquiera por la mente decir que
el origen de la idea de lucha por la existencia se encuentra en Malthus. Lo único
que afirma es que su teoría de la lucha por la existencia es la teoría de Malthus
aplicada a todo el mundo animal y vegetal. Por grande que sea la torpeza de Darwin
al aceptar en su ingenuidad la doctrina de Malthus tan irreflexivamente, todo el
mundo puede apreciar de un solo vistazo que no hacen falta las lentes de Malthus
para percibir en la naturaleza la lucha por la existencia, la contradicción entre el
innumerable masa de gérmenes que produce pródigamente la naturaleza y el
escaso número de los que consiguen llegar a la madurez; contradicción que se
resuelve efectivamente en gran parte mediante la lucha por la existencia, a veces
sumamente cruel. Y del mismo modo que la ley del salario sigue en pie mucho
tiempo después de que se arrumbaran las argumentaciones maltusianas en que la
basó Ricardo, así también puede tener lugar la lucha por la existencia en la
naturaleza sin necesidad de interpretación maltusiana. Por lo demás, también los
organismos de la naturaleza tienen sus leyes de población, prácticamente sin
estudiar en absoluto, pero cuyo descubrimiento será de importancia decisiva para
la teoría de la evolución de las especies. ¿Y quién ha dado el impulso decisivo en
esa dirección? Darwin precisamente.
El señor Dühring se guarda muy bien de tocar este aspecto positivo de la cuestión.
En vez de eso sigue atacando exclusivamente a la lucha por la existencia. Imposible
hablar, dice, de lucha por la existencia entre plantas inconscientes y pacíficos
herbívoros:
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Es verdad que al tratar de la selección natural Darwin prescinde de las causas que
han producido las alteraciones en los individuos particulares, y trata por de pronto
del modo como esas desviaciones individuales se convierten progresivamente en
características de una raza, variedad o especie. Para Darwin se trata por de pronto
no tanto de descubrir las causas —que hasta ahora son en parte desconocidas del
todo, y en parte sólo aducibles muy genéricamente— cuanto de establecer una
forma racional según la cual se consolidan sus efectos, cobran importancia
duradera. El hecho de que Darwin haya atribuido a su descubrimiento un ámbito
de eficacia excesivo, que le haya convertido en palanca única de la alteración de las
especies y de que haya descuidado las causas de las repetidas alteraciones
individuales para atender sólo a la forma de su generalización, todo eso es un
defecto que comparte con la mayoría de las personas que han conseguido un
progreso real. Además: si fuera verdad que Darwin produce a partir de la nada las
alteraciones de
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Una verdadera adaptación a las condiciones de la vida tal como la naturaleza las
ofrece o las sustrae es algo que presupone impulsos y actividades determinadas por
representaciones. En otro caso la adaptación es mera apariencia, y la causalidad
que en ella actúa no está por encima de los bajos niveles de lo físico, lo químico y la
fisiología vegetal.
También aquí es el nombre lo que irrita al señor Dühring. Pero llame al hecho como
más le guste, la cuestión es si por esos procesos se producen modificaciones en las
especies de los organismos. Y el señor Dühring se abstiene también aquí de dar una
respuesta.
Tan riguroso es con los demás este hombre que sabe precisamente por qué
finalidad hace la naturaleza esto o aquello, el hombre que habla de la sutileza de la
naturaleza y hasta de su voluntad. Hay efectivamente confusión espiritista, pero
¿en quién? ¿En Haeckel o en el señor Dühring?
Y no sólo hay confusión espiritista, sino también confusión lógica. Hemos visto que
el señor Dühring insiste enérgicamente en dar vara alta al concepto de finalidad en
la naturaleza:
La relación entre medio y fin no presupone en absoluto una intención consciente.
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Ni la rana de zarzal ni los insectos que se alimentan de hojas tienen color verde
porque se lo hayan apropiado intencionalmente o según ciertas representaciones; lo
mismo vale del color amarillo arenoso de los animales del desierto, y del color
predominantemente blanco de los animales terrestres del Polo; antes al contrario,
esos colores no pueden explicarse más que por fuerzas físicas y acciones químicas.
Pero es innegable que con esos colores dichos animales resultan adaptados al
medio en el que viven, porque resultan menos visibles para sus enemigos. Del
mismo modo, los órganos con que ciertas plantas apresan y devoran a los insectos
que se posan en ellas están adaptados a esa actividad, y hasta teleológicamente
adaptados. Si el señor Dühring insiste en que la adaptación tiene que ser producida
por representaciones, lo que hace es decir con otras palabras que la actividad
finalística tiene que estar también mediada por representaciones, ser consciente e
intencionada. Con lo que nos encontramos de nuevo, como es corriente en la
filosofía de la realidad, con el Creador finalista, con Dios.
La afirmación de que Darwin deriva todos los organismos de un solo ser originario
es, por expresarnos cortésmente, una "propia y libre creación e imaginación" del
señor Dühring. Darwin dice explícitamente en la penúltima página del Origin of
Species, sexta edición, que ve
a todos los seres no como creaciones particulares, sino como descendencia, en línea
recta, de unos pocos seres.
Sin duda es duro e irrefutable el reproche hecho por el señor Dühring a Darwin de
que su estudio termina en cuanto que se le corta el hilo de la descendencia.
Desgraciadamente, ese reproche afecta a toda nuestra ciencia de la naturaleza. En
cuanto se le corta el hilo de la descendencia tiene que terminar. Hasta ahora, en
efecto, no ha conseguido producir seres orgánicos sino por descendencia; ni
siquiera ha podido producir sencillo protoplasma u otras proteínas a partir de los
elementos químicos. Por eso no puede decirnos sólidamente hasta ahora sobre el
origen de la vida sino que tiene que haberse producido por vía química. Pero tal vez
sea la filosofía de la realidad capaz de ayudarnos en este punto, puesto que ella
dispone de productos de la naturaleza coordinados y que no están mediados por
descendencia unos de otros. ¿Cómo han podido surgir dichas producciones? ¿Por
generación espontánea? Pero hasta el momento ni los más audaces representantes
de la generación espontánea se han atrevido a engendrar de este modo más que
bacterias, gérmenes de hongos y otros organismos muy bajos, no insectos, peces,
pájaros ni mamíferos. Si, pues, estos productos de la naturaleza —orgánicos, que
son los únicos que nos interesan aquí— son coordinados y no están relacionados
por la descendencia, entonces ellos mismos o aquel de sus antepasados que se
encuentra en el lugar en que "se corta el hilo de la descendencia" tiene que haber
aparecido en el mundo por un particular acto de creación. Ya estamos, pues, otra
vez con el Creador y con lo que se llama deísmo.
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Pero dejemos ya las molestas y contradictorias quejas y murmuraciones con las que
el señor Dühring descarga su enfado por el colosal avance que la ciencia natural
debe al impulso de la teoría darwinista. Ni Darwin ni los científicos que le siguen se
proponen empequeñecer en lo más mínimo los méritos de Lamarck; ellos son, por el
contrario, los que han resucitado su pensamiento. Pero no debemos olvidar que en
tiempos de Lamarck la ciencia no disponía aún, ni mucho menos, de material
suficiente para poder dar respuesta a la cuestión del origen de las especies, si no
era mediante una anticipación por así decirlo profética. Aparte del enorme material
que se ha acumulado luego en la botánica y la zoología descriptivas y anatómicas,
han surgido desde los tiempos de Lamarck dos nuevas ciencias cuya importancia es
aquí decisiva: el estudio del desarrollo de los gérmenes animales y vegetales
(embriología) y el estudio de los restos orgánicos conservados en las diversas capas
de la superficie terrestre (paleontología). Hay, en efecto, una característica
coincidencia entre la evolución gradual de los embriones hasta el estado de
organismo maduro y la sucesión de las plantas y animales que han aparecido
sucesivamente en la historia de la Tierra. Esta coincidencia es precisamente lo que
ha dado a la teoría de la evolución su fundamento más sólido. Pero la teoría de la
evolución es aún demasiado joven, por lo que es seguro que el ulterior desarrollo de
la investigación modificará muy sustancialmente también las concepciones
estrictamente darwinistas del proceso de la evolución de las especies.
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Esto parece querer decir que las producciones de la naturaleza que no son del
mismo nivel, es decir, las especies en transformación, proceden unas de otras,
mientras que las del mismo nivel no proceden unas de otras. Pero tampoco es
exactamente esto, pues también en especies heterogéneas
Por último, nos pone en guardia contra el abuso de las palabras "metamorfosis" y
"evolución". Dice que metamorfosis es un concepto poco claro y que el concepto de
evolución no es admisible sino en la medida en que pueden probarse realmente
leyes de la evolución. En vez de una y otra debemos decir "composición", con lo que
todo queda arreglado. Nos encontramos con la historia de siempre: las cosas se
quedan como estaban, y el señor Dühring se queda plenamente sastisfecho con que
cambiemos el nombre. Cuando hablamos de la evolución del polluelo en el huevo
estamos creando confusión porque no podemos indicar sino muy deficientemente
las leyes de ese desarrollo. Si en cambio hablamos de su composición, queda todo
claro: el polluelo se compone estupendamente
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y debemos felicitar al señor Dühring por ser no sólo digno de situarse con noble
autoestimación al lado del autor de El anillo del nibelungo, sino también porque
puede hacerlo en calidad de compositor del futuro.
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Todos los cuerpos orgánicos, con excepción de los que ocupan el más bajo nivel,
constan de células, pequeños acúmulos proteicos que no pueden verse sino con
muchos aumentos y que poseen en
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el interior un núcleo. Por regla general, la célula desarrolla también una membrana
externa, y el contenido es más o menos fluido. Los cuerpos celulados más sencillos
constan de una célula; la gran mayoría de los seres orgánicos es pluricelular,
consta de un complejo coherente de muchas células que en los organismos
inferiores son aún iguales, mientras que en los superiores cobran formas,
agrupaciones y actividades cada vez más diferenciadas. En el cuerpo humano, por
ejemplo, los huesos, los músculos, los nervios, los tendones, los ligamentos, los
cartílagos, la piel, en una palabra, todos los tejidos, se componen de células o
proceden de ellas. Pero desde la ameba, que es un acúmulo de proteína
generalmente sin membrana y con un núcleo en el interior, hasta el hombre, y
desde la más pequeña desmidiácea unicelular hasta la planta más desarrollada, es
común a todos el modo como se reproducen las células: por división. El núcleo de la
célula se estrecha primero por el centro; la faja estrecha que separa las dos partes
del núcleo se va acusando cada vez más; al final se separan aquellas dos partes y
constituyen dos núcleos. El mismo proceso tiene lugar en la célula, y cada uno de
los nuevos núcleos se convierte en centro de una acumulación de materia celular
aún unida con la otra por una zona cada vez más estrecha, hasta que al final las
dos se separan y siguen viviendo como células independientes. Mediante esta
repetida división celular se desarrolla progresivamente el animal a partir del germen
del huevo y una vez ocurrida la fecundación; del mismo modo tiene lugar en el
animal adulto la sustitución de los tejidos agotados. Una persona que pretenda
llamar a ese proceso una composición y que declare "pura imaginación" la
designación del mismo como desarrollo o evolución no puede saber nada de todo
esto, por difícil que resulte imaginar hoy un ignorante así, pues el proceso lo es
exclusivamente de desarrollo, y en su decurso no se compone absolutamente nada.
Más adelante tendremos aún algo que decir acerca de lo que el señor Dühring
entiende en general por vida. Particularmente piensa en lo siguiente:
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grumo de proteína sin diferenciación, toda una serie de otras móneras y todas las
sifonadas. La única vinculación de todos estos seres con los organismos superiores
consiste en que su componente esencial es la albúmina y que, consiguientemente,
realizan las funciones propias de ésta, es decir, que viven y mueren.[13]
Y luego:
En cambio, las plantas carecen totalmente y para siempre del más pálido rastro de
sensación, y carecen también de toda disposición para la
Empecemos por recordar que en la Filosofía de la naturaleza, 351, añadido, Hegel
dice que
He aquí de nuevo una "grosera crudeza" de Hegel que, mediante la anexión por el
señor Dühring, asciende al estamento noble de una verdad definitiva de última
instancia.
En segundo lugar: aquí notamos por vez primera que se habla de formaciones de
transición externamente indecisas o indecidibles (¡hermoso galimatías!) entre la
planta y el animal. Que existan esas formas intermediarias, que haya organismos
de los que no podemos decir si son plantas o animales, que no podamos, pues,
trazar de un modo rotundo la frontera entre la planta y el animal, eso es
precisamente para el señor Dühring lo que suministra la necesidad lógica de
establecer una característica diferencial de la que en el mismo momento confiesa
que no es concluyente. Pero no es necesario que retrocedamos hasta el ambiguo
terreno entre las plantas y los animales: ¿realmente no presentan el más pálido
rasgo de sensibilidad ni tienen disposición alguna para ella las plantas sensitivas
que pliegan las hojas al menor contacto, o cierran
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las flores, o las plantas insectívoras? Ni el señor Dühring puede afirmar esto sin
"acientífica semipoesía".
En tercer lugar: también es una libre creación e imaginación del señor Dühring su
afirmación de que la receptividad está psicológicamente[14] vinculada con la
existencia de un aparato nervioso, por simple que sea. Ni los animales inferiores ni
los zoófitos, por lo menos en su gran mayoría, presentan rastro de aparato nervioso.
Sólo a partir de los gusanos se encuentra regularmente un tal aparato, y el señor
Dühring es el primero en afirmar que aquellos animales no tienen sensibilidad
porque no tienen nervios. La sensibilidad no está necesariamente vinculada a
nervios, aunque sí a ciertos cuerpos proteicos que hasta el momento no ha sido
posible precisar.
Una pregunta así no puede proceder más que de alguien que no sepa nada ni de
animales ni de plantas.
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su vez aclaración por la vida misma, aclaración, esto es, mediante la diferencia
entre lo orgánico y lo inorgánico, entre lo vivo y lo no vivo. Con esta explicación no
adelantamos, pues, ni un paso.
El intercambio químico tiene también lugar sin vida. Hay toda una serie de
procesos en la química que, si llega suficiente suministro de materias primas,
reproducen constantemente sus propias condiciones, y de tal modo que un
determinado cuerpo aparece como portador del proceso. Así ocurre en la fabricación
de ácido sulfúrico por combustión de azufre. Se produce en este proceso dióxido de
azufre, SO2, y al añadir vapor de agua y ácido nítrico el dióxido de azufre toma
hidrógeno y oxígeno y se convierte en ácido sulfúrico, SO 4H2. El ácido nítrico pierde
oxígeno y da por reducción óxido de nitrógeno; este óxido de nitrógeno toma en
seguida oxígeno del aire y se transforma en óxidos superiores del nitrógeno, pero
sólo para volver a ceder en seguida ese oxígeno al dióxido de azufre y repetir de
nuevo el proceso, de modo que teoréticamente una ínfima cantidad de ácido nítrico
bastaría para transformar en ácido sulfúrico una cantidad ilimitada de dióxido de
azufre, oxígeno y agua. El intercambio químico tiene también lugar cuando
sustancias líquidas atraviesan membranas orgánicas muertas, y hasta membranas
inorgánicas, como ocurre con las células artificiales de Traube. Queda, pues, claro
que el metabolismo, el intercambio químico, no nos hace avanzar en absoluto, pues
el intercambio químico específico que debe explicar la vida necesita en realidad ser
explicado por la vida. Tenemos, pues, que proceder de otro modo.
Mas ¿en qué consisten esos fenómenos vitales siempre presentes en igual medida y
en todos los seres vivos? Ante todo, en que el cuerpo albuminoideo toma de su
medio otras sustancias adecuadas y se las asimila, mientras que otras partes viejas
del cuerpo se descomponen y se disimilan. Otros cuerpos no vivos se transforman
también, se descomponen o se combinan en el curso de las cosas naturales, pero
con ello dejan de ser lo que eran. La roca disgregada por los agentes atmosféricos
no es ya una roca; el metal oxidado pasa a ser un óxido. En cambio, lo que en los
cuerpos inertes es causa de la desaparición es para la albúmina condición básica de
la existencia. A partir del momento en que se interrumpe en el cuerpo albuminoideo
esa constante reposición de los elementos, esa permanente alternancia de
alimentación y eliminación, deja de ser el propio cuerpo albuminoideo, se
descompone, es decir, muere. La vida, el modo de existencia de un cuerpo
albuminoideo, consiste, pues, ante todo en que en cada instante es él mismo y otro;
y esto no a consecuencia de un proceso al que esté sometido desde fuera, como
puede ser el caso también en cuerpos inertes. La vida, por el contrario, el
intercambio químico que tiene lugar por la alimentación y la eliminación, es un
proceso que se autorrealiza y es inherente, innato, a su portador, la albúmina,
hasta el punto de que ésta no puede existir sin él. Y de esto se sigue que si alguna
vez la química consigue producir artificialmente albúmina, esta albúmina mostrará
necesariamente fenómenos vitales, por débiles que ellos sean. Quedará,
naturalmente, la cuestión de si la química será también capaz de descubrir
simultáneamente la alimentación adecuada para esa albúmina.
Todos los demás factores simples de la vida se derivan entonces de ese intercambio
químico mediado por la alimentación y la eliminación, como función esencial de la
albúmina, y de su propia plasticidad: la excitabilidad, que se encuentra ya incluida
en la
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El que sólo es capaz de pensar de la mano del lenguaje no sabe aún lo que significa
pensamiento propio y peculiar.
Según esto, los animales son los pensadores más propios y peculiares, pues que su
pensamiento no está jamás turbado por la imperiosa mezcla del lenguaje.
Ciertamente, ante los pensamientos dühringianos y el lenguaje que los expresa se
ve lo poco que están hechos esos pensamientos para ninguna lengua, y lo poco que
está hecha la alemana para esos pensamientos.
De todo esto nos libera finalmente la cuarta sección del libro, la cual nos ofrece,
además de aquellas fluidas gachas verbales, algo tangible de vez en cuando acerca
de la moral y el derecho. La invitación al viaje por los demás cuerpos celestes se nos
presenta esta vez nada más empezar:
...los elementos de la moral tienen que "hallarse también en todos los seres no
humanos en los cuales un entendimiento activo tiene que ocuparse del orden
consciente de mociones vitales instintivas, y ello de un modo concordante... Pero
nuestra atención a dichas consecuencias será escasa... Por otra parte, es siempre
una idea que amplía benéficamente el horizonte la de que en otros cuerpos celestes
la vida individual y colectiva tiene que partir de un esquema que... no consigue
suprimir ni obviar la constitución básica general de un ser que obra según el
entendimiento.
El hecho de que la validez de las verdades dühringianas para todos los demás
mundos posibles se coloque esta vez al principio del capítulo correspondiente, en
vez de al final, tiene su razón suficiente. Una vez establecida la validez de las ideas
dühringianas
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de moral y justicia para todos los mundos, resulta más fácil ampliar benéficamente
su validez para todos los tiempos. Y también aquí se trata de verdades definitivas de
última instancia. Nada menos.
El mundo moral tiene "como el del saber general... sus principios permanentes y
sus elementos simples"; los principios morales están "por encima de la historia y
por encima de las actuales diferencias entre las constituciones de los pueblos... Las
específicas verdades con las que se constituyen en el curso de la evolución la plena
consciencia moral, y por así decirlo, la conciencia, pueden pretender, una vez
reconocidas hasta sus últimos fundamentos, una validez y un alcance análogos a
los de las concepciones y las aplicaciones de la matemática. Las verdades
auténticas son inmutables..., de tal modo que es una necedad presentar la rectitud
del conocimiento como afectable por el tiempo y por las transformaciones reales".
Por eso la seguridad del saber riguroso y la suficiencia del conocimiento común no
nos permiten desesperar, a la luz de la reflexiva prudencia, de la validez absoluta de
los principios del saber. "Ya la duda duradera es un enfermizo estado de debilidad,
y simple expresión de ruda confusión, la cual intenta a veces conseguir en la
consciencia sistemática de su nulidad la apariencia de una actitud algo sólida. En
las cuestiones éticas, la negación de principios generales se aferra a la multiplicidad
geográfica e histórica de las costumbres y de los principios, y si se le concede la
inevitable necesidad de lo malo y lo perverso ético, se cree definitivamente más allá
del reconocimiento de la validez seria y de la real eficacia de los coincidentes
impulsos morales. La skepsis corrosiva, que se dirige no contra particulares
doctrinas falsas, sino contra la capacidad humana de desarrollar la moralidad
consciente, desemboca finalmente en una nada real, y hasta en algo que es peor
que el mero nihilismo... Se vanagloria de poder dominar en su confuso caos de
disueltas y baratas representaciones morales, y abrir las anchas puertas al arbitrio
sin principios. Pero se equivoca grandemente, pues la mera apelación a los
inevitables destinos del entendimiento por el error y la verdad basta para revelar
mediante esa sola analogía que la natural falibilidad no excluye necesariamente la
realización de lo acertado.
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El propio señor Dühring declara necesario que la consciencia, y por tanto también
el pensamiento y el conocimiento, tenga que manifestarse sólo a través de una serie
de seres individuales. No podemos atribuir soberanía al pensamiento de cada uno
de esos individuos más que en el sentido de que no conocemos ningún poder que
sea capaz de imponerle por la fuerza, estando él sano y despierto, algún
pensamiento. Mas por lo que hace a la validez soberana de los conocimientos de
cada individuo, todos sabemos que es imposible afirmarla, y que, según toda la
experiencia conocida, esos conocimicntos contienen sin excepción muchas más
cosas corregibles que imperfectibles o correctas.
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Lo mismo ocurre con las verdades eternas. Si alguna vez llegara la humanidad al
punto de no operar más que con verdades eternas, con resultados del pensamiento
que tuvieran validez soberana y pretensión incondicionada a la verdad, habría
llegado con eso al punto en el cual se habría agotado la infinitud del mundo
intelectual según la realidad igual que según la posibilidad; pero con esto se habría
realizado el famosísimo milagro de la infinitud finita.
Pero ¿no hay verdades tan firmes que toda duda a su respecto nos parece locura?
Por ejemplo, que dos por dos son cuatro, que los tres ángulos de un triángulo
suman dos rectos, que París está en Francia, que un hombre sin alimentar muere
de hambre, etc. ¿Hay, pues, verdades etemas, verdades definitivas de última
instancia?
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e integra no porque entienda lo que hace, sino por mera fe, porque el resultado ha
sido hasta ahora siempre correcto. Aún peor es lo que ocurre en la astronomía y la
mecánica, y en la física y la química uno se encuentra en medio de hipótesis como
en medio de un enjambre de abejas. Ni tampoco es la ciencia posible de otra
manera. En física nos encontramos con el movimiento de moléculas, en química
con la formación de moléculas a partir de átomos y, a menos que la interferencia de
las ondas luminosas sea una fábula, no tenemos perspectiva alguna de poner
jamás ante nuestros ojos esos interesantes objetos y verlos. Las verdades definitivas
de última instancia van a resultar curiosamente escasas con el tiempo.
Aún peor estamos con la geología, la cual, por su naturaleza misma, se ocupa de
procesos en los cuales no hemos estado presentes ni nosotros ni ningún hombre.
La cosecha de verdades definitivas de última instancia es consiguientemente cosa
de mucho esfuerzo y, por tanto, muy escasa.
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Pero aún peor es la situación de las verdades eternas en el tercer grupo de ciencias,
el grupo histórico, que estudia las condiciones vitales de los hombres, las
situaciones sociales, las formas jurídicas y estatales con su sobrestructura ideal de
filosofía, religión, arte, etc., en su sucesión histórica y en su resultado actual. En la
naturaleza orgánica nos encontramos por lo menos con una sucesión de procesos
que, en la medida en que se trata de nuestra observación inmediata, se repiten con
bastante regularidad en el seno de límites bastante amplios. Las especies orgánicas
siguen siendo a grandes rasgos las mismas que en tiempos de Aristóteles. En
cambio, en la historia de la sociedad las repeticiones de situaciones son
excepcionales, no son la regla, en cuanto rebasamos las situaciones primitivas de la
humanidad, la llamada edad de piedra, y cuando se producen tales repeticiones no
tienen lugar nunca exactamente en las mismas condiciones. Así ocurre, por ejemplo,
con la presencia de la propiedad colectiva originaria de la tierra en todos los
pueblos cultos y la forma de su disolución. Por eso en el terreno de la historia
humana estamos con nuestra ciencia mucho más atrasados que en el de la
biología; aún más: cuando excepcionalmente se llega a conocer la conexión interna
de las formas de existencia sociales y políticas de una época, ello ocurre por regla
general cuando esas formas están ya en parte sobreviviéndose a sí mismas y
caminan hacia su ruina. El conocimiento es, pues, aquí esencialmente relativo, en
cuanto se limita a la comprensión de la coherencia y las consecuencias de ciertas
formas de sociedad y estado existentes sólo en un tiempo determinado y para
pueblos dados, y perecederas por naturaleza. El que en este terreno quiera salir a la
caza de verdades definitivas de última instancia, de verdades auténticas y
absolutamente inmutables, conseguirá poco botín, como no sean trivialidades y
lugares comunes de lo más grosero, como, por ejemplo, que los hombres no pueden
en general vivir sin trabajar, que por regla general se han dividido hasta ahora en
dominantes y dominados, que Napoleón murió el 5 de mayo de 1821, etc.
Pero es muy curioso que las supuestas verdades eternas, las verdades definitivas de
última instancia, etc., se nos propongan las más de las veces precisamente en este
terreno. En realidad, sólo proclama verdades eternas como el que dos y dos son
cuatro, el que los pájaros tienen pico u otras afirmaciones semejantes, aquel
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Habríamos podido añadir a las ciencias citadas antes las que investigan las leyes
del pensamiento humano, es decir, la lógica y la dialéctica. Pero tampoco en ellas es
mejor la situación de las verdades eternas. El señor Dühring declara que la
dialéctica propiamente dicha es un contrasentido, y los muchos libros que sobre
lógica se han escrito y siguen escribiéndose prueban suficientemente que también
en esto las verdades definitivas de última instancia crecen mucho más dispersas de
lo que algunos creen.
pág. 80
pág. 81
Ningún físico hará tal afirmación. Dirá más bien que tiene validez dentro de ciertos
límites de presión y temperatura y para determinados gases; y tampoco excluirá
que dentro de esos mismos límites estrechos exista la posibilidad de que futuras
investigaciones pongan aún una limitación más estricta o den de la misma una
nueva versión.[*]
Tal es, pues, la situación de las verdades definitivas de última instancia en la física,
por ejemplo. Por eso los trabajos realmente científicos evitan sistemáticamente
expresiones dogmático- morales tales como error y verdad, mientras que estas
expresiones nos salen constantemente al paso en escritos como la filosofía de la
realidad, en los que una vacía cháchara quiere imponersenos como el resultado
más soberano del soberano pensamiento.
[*] Esto parece haberse confirmado desde que lo escribí. Tras las nuevas
investigaciones de Mendeleiev y Boguski con aparatos más precisos, todos los gases
auténticos han mostrado una relación variable entre la presión y el volumen; el
coeficiente de expansión ha resultado positivo en el hidrógeno para todas las
presiones aplicadas hasta ahora (el volumen disminuyó más lentamente de lo que
aumentaba la presión); para el aire atmostérico y los demás gases estudiados se
halló para cada uno un punto cero de presión, de tal modo que para presión menor
aquel coeficiente es positivo, y para presión mayor negativo. La ley de Boyle, aun
prácticamente utilizable hasta hoy, va a necesitar, pues, como complemento toda
una serie de leyes especiales. (Ahora —1885— sabemos que no hay en absoluto
gases "auténticos". Todos han sido reducidos a estado fluido-líquido.)
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camino, con el bien y el mal vamos a hacer aún menos. Esta contraposición se
mueve exclusivamente en el terreno moral, es decir, en un terreno perteneciente a
la historia humana, y en él las verdades definitivas de última instancia se
encuentran precisamente con la mayor escasez. Las nociones de bien y mal han
cambiado tanto de un pueblo a otro y de una época a otra que a menudo han
llegado incluso a contradecirse. (Alguien podrá sin duda replicar que el bien no es el
mal ni el mal el bien, y que si se confunden el bien y el mal se suprime toda
moralidad y cada cual puede hacer o dejar de hacer lo que quiera.) Esta es también
la opinión del señor Dühring, en cuanto se le quita todo el estilo sentencioso de
oráculo. No obstante, la cuestión no es tan fácil de liquidar. Si tan sencilla fuera,
tampoco habría discusión sobre el bien y el mal, todo el mundo sabría lo que son el
bien y el mal. Pero ¿cuál es hoy la situación? ¿Qué moral se nos predica hoy? Hay,
por de pronto, la cristiano-feudal, procedente de viejos tiempos creyentes, que se
divide fundamentalmente en una moral católica y otra protestante, con
subdivisiones que van desde la jesuítico-católica y la protestante ortodoxa hasta la
moral laxa ilustrada. Se tiene además la moral moderno-burguesa y, junto a ésta,
la moral proletaria del futuro, de modo que ya en los países más adelantados de
Europa el pasado, el presente y el futuro suministran tres grandes grupos de
teorías morales que tienen una vigencia contemporánea y copresente. ¿Cuál es la
verdadera? Ninguna de ellas, en el sentido de validez absoluta y definitiva; pero sin
duda la moral que posee más elementos de duración es aquella que presenta el
futuro en la transformación del presente, es decir, la moral proletaria.
Mas al ver que las tres clases de la sociedad moderna, la aristocracia feudal, la
burguesía y el proletariado, tienen cada una su propia moral, no podemos sino
inferir de ello que en última instancia los hombres toman, consciente o
inconscientemente, sus concepciones éticas de las condiciones prácticas en que se
funda su situación de clase, es decir, de las situaciones económicas en las cuales
producen y cambian.
Pero en las tres teorías morales antes indicadas hay cosas comunes a todas: ¿no
puede ser esto, por lo menos, una pieza de la moral válida para las tres? Aquellas
teorías morales representan tres estadios diversos de una misma evolución
histórica. Tienen, pues, un trasfondo histórico común, y, ya por eso,
necesariamente, muchas cosas comunes. Aún más. Para estadios evolutivos
económicos iguales o aproximadamente iguales, las teorías morales tienen que
pág. 83
¿Se convierte por ello este mandamiento en mandamiento moral eterno? En modo
alguno. En una sociedad en la que se eliminen los motivos del robo, en la que a la
larga no puedan robar sino, a lo sumo, los enfermos mentales, sería objeto de burla
el predicador moral que quisiera proclamar solemnemente la verdad eterna "No
robarás".
Con esto podrá apreciarse el orgullo del señor Dühring que, desde el corazón de la
sociedad de clases, presenta la pretensión de imponer a la sociedad futura y sin
clases, en vísperas de una revolución social, una moral etema, independiente de la
época y de las transformaciones reales. Aun suponiendo —cosa para nosotros hasta
el momento desconocida— que el señor Dühring entendiera por lo menos en sus
rasgos fundamentales la estructura de esa sociedad futura.
pág. 84
no por ello menos "penetrante hasta las raíces": por lo que hace al origen del mal,
contamos con el hecho de que el tipo del gato, con su correspondiente falsedad, se
encuentra presente en una formación animal, con la circunstancia de que en el
mismo nivel se halla en el hombre también una conformación análoga del carácter...
El mal no es, pues, nada misterioso, a menos que se quiera rastrear en la existencia
del gato o del animal de presa en general algo místico.
El mal es el gato. El diablo, pues, no tiene cuernos ni pezuña, sino uñas retráctiles
y ojos verdes. Y Goethe cometió un error imperdonable al presentar a Mefistófeles
como perro negro en vez de bajo la forma del sudodicho gato. El mal es el gato. Esta
es la moral no sólo para todos los mundos, sino también ¡para el gato!
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Hemos conocido ya varias veces el método del señor Dühring. Ese método consiste
en descomponer cada grupo de objetos del conocimiento en sus elementos
supuestamente simples, aplicar a esos elementos axiomas no menos sencillos y
supuestamente evidentes y seguir operando con los resultados así conseguidos.
También una cuestión del ámbito de la vida social
Se trata sencillamente de otra formulación del viejo amable método ideológico que
solía llamarse apriorístico, y que consiste en no registrar las propiedades de un
objeto estudiando el objeto, sino en deducirlas demostrativamente a partir del
concepto del objeto. Primero se forma uno un concepto del objeto a partir del objeto;
luego se da la vuelta al espejo y se mide el objeto por su imagen, el concepto. El
objeto debe regirse por el concepto, no el concepto por el objeto. En el caso del
señor Dühring, el servicio comúnmente realizado por el concepto es cosa de los
elementos simples, es decir, de las últimas abstracciones a las que consigue llegar;
pero esto no altera en nada el método; estos elementos simples son, en el mejor de
los casos, de naturaleza puramente conceptual. La filosofía de la realidad muestra,
pues, también aquí que es pura ideología, deducción de la realidad no a partir de sí
misma, sino a partir de la representación.
Si, pues, un tal ideólogo se dispone a construir la moral y el derecho no con las
condiciones sociales reales de los hombres que le rodean, sino a partir del concepto
o de los supuestos elementos
pág. 86
simples de "la sociedad", ¿qué material tiene para esa construcción? Lo tiene
obviamente de dos tipos: primero, el escaso resto de contenido real que tal vez
quede en aquellas abstracciones puestas como fundamento; segundo, el contenido
que nuestro ideólogo vuelva a introducir en ellas partiendo de su propia consciencia.
Y ¿qué encuentra en su consciencia? Sobre todo, concepciones morales y jurídicas
que son expresión más o menos adecuada —positiva o negativa, conformista o
polémica— de las condiciones sociales y políticas en las que vive; luego tal vez
nociones tomadas de la literatura principal; por último, quizá, manías personales.
Nuestro ideólogo puede revolver todo lo que quiera: la realidad histórica que ha
echado por la puerta vuelve a entrar por la ventana, y mientras cree estar
proyectando una doctrina ética y jurídica para todos los mundos, está ejecutando
en realidad un retrato de las corrientes conservadoras o revolucionarias de su
época, deformado porque, separado de su suelo real, es como un rostro reflejado
por un espejo cóncavo e invertido.
Dos voluntades humanas son como tales plenamente iguales una a la otra, y la una
no puede por de pronto imponer positivamente nada a la otra. Con esto "se
caracteriza la forma fundamental de la justicia moral"; y también la de la justicia
jurídica, pues "para el desarrollo de los conceptos jurídicos de principio no
necesitamos más que la relación plenamente simple y elemental entre dos seres
humanos".
Que dos seres humanos o dos voluntades humanas como tales son plenamente
iguales no sólo no es un axioma, sino que es incluso una gran exageración. Dos
hombres pueden ser por de pronto, incluso como tales seres humanos, desiguales
por el sexo, y este sencillo hecho nos lleva en seguida a este otro —si nos
permitimos por un momento seguir al señor Dühring en su infantilismo— , a saber,
que los dos elementos simples de la sociedad no son dos hombres, sino un
hombrecito y una mujercita, los cuales fundaron una familia, la forma de
asociación primera y más sencilla para la producción. Pero esto no satisface cn
absoluto al señor Dühring. Pues, por una parte, hay que igualar lo más posible a
los dos fundadores de sociedad y, por otra parte, ni el mismo señor Dühring
pág. 87
Tenemos que comunicar aquí al lector la desagradable nueva de que a partir de este
momento no va a conseguir perder de vista a esos dos famosos hombres por algún
tiempo. Los dos desempeñan en el terreno de las relaciones sociales un papel
parecido al asumido hasta ahora por los habitantes de otros cuerpos celestes, de
los que esperamos habernos despedido ya. En cuanto se presenta una cuestión de
la economía, la política, etc., los dos hombres se ponen inmediatamente en marcha
y liquidan "axiomáticamente" el asunto en un momento. Se trata de un
extraordinario descubrimiento creador, y creador precisamente de sistema, que ha
hecho nuestro filósofo de la realidad: aunque desgraciadamente, si es que queremos
hacer honor a la verdad, hay que decir que no ha sido él el que ha descubierto a los
dos hombres en cuestión. Son más bien comunes a todo el siglo XVIII. Se presentan
ya en el tratado de Rousseau sobre la desigualdad, en el que —sea dicho de paso—
sirven para probar axiomáticamente lo contrario de las afirmaciones dühringianas.
Desempeñan un papel capital en los autores de la economía política, desde Adam
Smith hasta Ricardo; pero en estos autores los dos hombres son por lo menos
desiguales por el hecho de que cada uno de ellos desempeña un oficio distinto —por
lo general, los oficios de cazador y pescador— y en que se intercambian sus
respectivos productos. Por lo demás, en todo el siglo XVIII nuestros dos hombres
sirven principalmente como mero ejemplo, y la originalidad del señor Dühring
consiste exclusivamente en haber ascendido ese método de ejemplificación a la
categoría de método fundamental de toda ciencia de la sociedad y a criterio de todas
las formaciones históricas. Cierto que es imposible facilitarse más la "concepción
rigurosamente científica de las cosas y los hombres".
pág. 88
sus voluntades son totalmente iguales entre sí y ninguno de ellos puede mandar
nada al otro, no podemos en modo alguno tomar dos hombres cualesquiera. Tienen
que ser dos seres humanos tan liberados de toda realidad, de todas las situaciones
nacionales, económicas, políticas y religiosas que se dan en la Tierra, de toda
particularidad sexual y personal, que no queda ni de uno ni de otro más que el
mero concepto "ser humano"; entonces sí que son "plenamente iguales" entre sí.
Son, pues, dos plenos fantasmas conjurados por ese mismo señor Dühring que en
todas partes rastrea y denuncia mociones "espiritistas". Los dos fantasmas tienen
que hacer, naturalmente, todo lo que les pide su conjurador, razón por la cual
todos los números que realizan son sumamente indiferentes para el resto del
mundo.
pág. 89
Hay también "dependencias admisibles", pero éstas se explican "por motivos que no
hay que buscar en la actuación de las dos voluntades como tales, sino en un tercer
ámbito, como, por ejemplo, cuando se trata de niños en la insuficiencia de su
autodeterminación".
Sigamos:
pág. 90
Dejamos al lector el trabajo de consultar por sí mismo la triste diatriba que sigue a
esa tímida escapatoria y en la que el señor Dühring se revuelve y agita como un
jesuita para establecer casuísticamente hasta qué punto puede el hombre humano
proceder contra el hombre bestial, en qué medida puede utilizar contra él la
desconfiánza, la astucia bélica, expedientes violentos, incluso terroristas y de
engaño, sin pecar por ello frente a la moral inmutable.
Así, pues, la igualdad desaparece también cuando dos personas son "moralmente
desiguales". Pero entonces no valía absolutamente la pena conjurar a aquellos dos
hombres plenamente iguales, pues no hay ni dos personas que sean plenamente
iguales desde el punto de vista moral. Pero la desigualdad consiste, según parece,
en que la una es una persona humana, mientras la otra lleva en sí una buena
porción de bestia. Ahora bien: la descendencia del hombre a partir del reino animal
conlleva la circunstancia de que el hombre no se libere nunca plenamente de la
bestia, de tal modo que no podrá tratarse nunca sino de un más o un menos, una
diferencia de grado en cuanto a bestialidad y humanidad. Aparte de la filosofía de la
realidad, sólo el cristianismo —que por eso tiene consecuentemente su juez
universal, para practicar la división— conoce una distribución de los hombres en
dos grupos claramente delimitados, hombres- hombres y hombres- bestias, buenos
y malos, corderos y cabritos. Mas ¿quién será juez universal en la filosofía de la
realidad? Tendrá probablemente que ocurrir como en la práctica del cristianismo,
en el cual las piadosas ovejitas asumen ellas mismas, y con el éxito sabido, la
función de juez universal contra sus mundanales prójimos cabritos. Si alguna vez
llega a formarse, la secta de los filósofos de la realidad no les cederá seguramente
en nada en este respecto a los hombres de Dios. Pero la cosa puede dejarnos
indiferentes; lo que nos interesa es la confesión de que, a consecuencia de la
desigualdad moral entre los hombres, la igualdad vuelve a disiparse. Retirada
número 2.
Cuando el uno obra según la verdad y la ciencia y el otro según cualquier preiuicio
o superstición..., tienen que presentarse nonnalmente perturbaciones recíprocas...
Alcanzado cierto grado de incapacidad, rudeza o mala tendencia del carácter,
tendrá que producirse siempre un choque... La fuerza es el último recurso no sólo
contra niños y locos. La mala conformación de enteros grupos naturales y clases
culturales de hombres puede convertir en una necesidad inevitable la sumisión de
su voluntad, hostil por su deformación, en el sentido de una reconducción de la
misma a los vínculos comunes. La voluntad ajena sigue aquí considerándose como
equiparada;
pág. 91
Así, pues, no sólo la desigualdad moral, sino incluso la intelectual basta para
eliminar la "plena igualdad" de las dos voluntades y para elaborar una moral según
la cual todos los crímenes de los civilizados estados rapaces contra pueblos
atrasados, incluyendo las monstruosidades de los rusos en el Turquestán, pueden
justificarse. Cuando en el verano de 1873 el general Kaufmann asaltó la tribu
tártara de los yomudas, mandó quemar sus tiendas y acuchillar "a la caucásica",
como decía la orden, a sus mujeres y a sus niños, afirmó también que la sumisión
del pueblo de los yomudas, hostil por su deformación, en el sentido de su
reconducción a los vínculos comunes, se había hecho una necesidad inevitable, y
que los medios que él había utilizado eran los más adecuados, pues el que quiere el
fin tiene también que querer los medios. Sólo que no fue lo suficientemente cruel
como para burlarse encima de los yomudas diciendo que, puesto que los degollaba
por compensación, estaba precisamente respetando su voluntad como equiparada.
Encima de eso, los que se reservan el decidir qué es superstición, prejuicio, rudeza,
mala tendencia del carácter, y cuándo son necesarios para la compensación la
sumisión y la fuerza, son en este conflicto los elegidos, los que obran
sedicentemente según la verdad y la ciencia, es decir, en última instancia, los
filósofos de la realidad. La igualdad es, pues, ahora la compensación por la fuerza, y
la primera voluntad reconoce como equiparada a la segunda por el procedimiento
de someterla. Retirada número 3, que ya aquí degenera en vergonzosa huida.
Dicho sea de paso, la fraseología según la cual la voluntad ajena es considerada
como equiparada precisamente en la compensación o el restablecimiento del
equilibrio por la fuerza, es una simple deformación de la teoría hegeliana según la
cual la pena es un derecho del delincuente;
Con esto podemos dejar el tema. Sería superfluo seguir aún al señor Dühring por
su progresiva destrucción de la igualdad tan axiomáticamente establecida, de la
soberanía humana general, etc.,
pág. 92
u observar cómo, aunque consiga producir la sociedad con dos hombres, necesita
un tercero para construir el Estado, pues —por decirlo brevemente— sin ese tercero
es imposible constituir una mayoría y sin ella, es decir, sin el dominio de la mayoría
sobre la minoría, es imposible que exista un Estado; o cómo se desvía luego
paulatinamente hacia las aguas más tranquilas de la construcción de su Estado
socialitario del futuro, en el que tendremos el honor de ir a visitarle una hermosa
mañana. Hemos visto ya suficientemente que la plena igualdad de las dos
voluntades no subsiste sino mientras esas dos voluntades no quieren nada; que en
cuanto que dejan de ser voluntades humanas como tales y se convierten en
voluntades reales, individuales, en las voluntades de dos hombres, queda
suprimida la igualdad; que la infancia, la locura, la supuesta bestialidad, el
supuesto prejuicio, la supuesta superstición y la sospechada incapacidad, por un
lado, y la imaginada humanidad, la comprensión de la verdad y de la ciencia, por
otro, que toda diferencia, pues, en la cualidad de las dos voluntades y en la de las
inteligencias que las acompañan justifica una desigualdad, la cual puede llegar
incluso a la sumisión; ¿qué más vamos a pedir, una vez que el señor Dühring
mismo ha derribado tan radicalmente y desde los fundamentos su propio edificio de
la igualdad?
La idea de que todos los seres humanos en tanto que tales tienen algo en común y
que son además iguales dentro del alcance de ese algo común es, naturalmente,
antiquísima. Pero la moderna exigencia de igualdad es completamente distinta de
esa noción; la idea moderna consiste más bien en deducir de aquella propiedad
común del ser-hombre, de aquella igualdad de los seres humanos como tales, la
exigencia de validez política o social igual de todos los hombres, o, por lo menos, de
todos los ciudadanos de un Estado o de todos los miembros de una sociedad.
Tuvieron que pasar, y pasaron, milenios antes de que de aquella primitiva
representación de igualdad relativa se explicitara la inferencia de una equiparación
pág. 93
en el Estado y la sociedad, y hasta que esa inferencia pudiera incluso parecer algo
natural y evidente. En las más antiguas comunidades naturales, la equiparación no
tenía sentido, sino, a lo sumo, entre los miembros de la pequeña comunidad;
mujeres, esclavos y extranjeros quedaban obviamente excluidos de ella. Entre los
griegos y los romanos las desigualdades de los hombres tenían bastante más
importancia que cualquier igualdad. Habría parecido por fuerza a los antiguos una
insensatez la idea de que griegos y bárbaros, libres y esclavos, ciudadanos y
protegidos, ciudadanos romanos y súbditos sometidos (por usar una expresión muy
genérica) pudieran pretender una situación política igual. Bajo el Imperio Romano
fueron disolviéndose paulatinamente todas esas diferencias, con excepción de la
diferencia entre libres y esclavos; surgió así, al menos para los libres, aquella
igualdad privada sobre cuyo fundamento se desarrolló el derecho romano, la más
perfecta formación del derecho basado en la propiedad privada de la que tengamos
conocimiento. Pero mientras subsistió la contraposición entre libres y esclavos, era
imposible hablar de consecuencias jurídicas de la igualdad general humana; así lo
hemos visto aún recientemente en los estados esclavistas de la Unión
norteamericana.
El cristianismo no conoció más que una igualdad de todos los hombres, a saber, la
de la igual pecaminosidad, la cual correspondía plenamente a su carácter de
religión de los esclavos y oprimidos. Junto a ella conoció a lo sumo la igualdad de
los elegidos, la cual, empero, no se subrayó sino muy al comienzo. Las huellas de la
comunidad de bienes que se encuentran también en los comienzos de la nueva
religión son más reducibles a la solidaridad de los perseguidos que a reales ideas de
igualdad. Muy pronto la consolidación de la contraposición sacerdote- laico termina
también con este rudimento de igualdad cristiana. La marea germánica que cubrió
la Europa occidental suprimió para siglos todas las ideas de igualdad, con la
paulatina edificación de una jerarquía social y política de naturaleza más
complicada que todo lo conocido hasta entonces; pero, al mismo tiempo, aquella
invasión introdujo a la Europa occidental y central en el movimiento de la historia,
creó por vez primera un compacto territorio cultural y, en ese territorio y también
por vez primera, un sistema de estados de carácter predominantemente nacional y
en relaciones de influencia y acoso recíprocos. Con esto preparó el suelo en el cual
podría hablarse más tarde de equiparación humana y derechos del hombre.
pág. 94
[*] Marx presentó por vez primera en El Capital esta derivación de las modernas
ideas de igualdad a partir de las condiciones económicas de la sociedad burguesa.
pág. 95
Pero, como hemos sabido, desde el momento en que rompe la crisálida de la ciudad
feudal, desde el momento en que pasa de la situación de estamento medieval a la de
clase moderna, la burguesía va siempre e inevitablemente acompañada por su
sombra, el proletariado. Y análogamente las exigencias burguesas de igualdad van
acompañadas por exigencias de igualdad proletarias. Desde
pág. 96
maniobrar a sus dos célebres hombres por el terreno de la igualdad, eso se debe a
que la cosa resulta muy natural para el prejuicio público. Y, efectivamente, el señor
Dühring llama natural a su filosofía, precisamente porque ella parte de cosas que le
parecen a él muy naturales. Pero no se pregunta, naturalmente, por qué le parecen
naturales.
pág. 98
Un hombre que tiene derecho a hablar así de sí mismo tiene por fuerza que inspirar
confianza desde el primer momento, especialmente frente al "estudio jurídico, breve
y descuidado según propia confesión, del señor Marx".
Por eso tiene que asombrarnos que la crítica de la situación del derecho privado,
que con tanta seguridad se presenta, se limite a contarnos que
pág. 99
El proceso contra Lassalle de que aquí habla el señor Dühring se vio en el verano de
1848 ante el Tribunal de Colonia, ciudad en la cual, como en casi toda Renania,
estaba vigente el derecho penal francés. El derecho territorial prusiano se había
introducido excepcionalmente sólo para faltas y delitos políticos, pero ya en 1848
Camphausen suprimió de nuevo incluso esa excepción. El derecho francés no
conoce siquiera la vergonzosa categoría jurídica prusiana de "ocasionar" un delito, y
aún menos, naturalmente, la de ocasionar un intento de delito. No conoce más que
la incitación al delito y ésta, para que sea penable, tiene que realizarse "mediante
regalos, preparativos con dolo o artificios penables" (Code pénal, art. 60). El
ministerio fiscal, formado en el derecho territorial prusiano, perdió de vista, como el
señor Dühring, la esencial diferencia entre el precepto francés, claro y determinado,
y la vaga indeterminación prusiana, intentó un proceso tendencioso a Lassalle y
fracasó brillantemente pues sólo un completo ignorante del moderno derecho
francés puede afirmar que este derecho penal conozca la absolución de la instancia,
esa absolución a medias del derecho territorial prusiano; el derecho penal francés
no conoce más que la condena o la absolución, y ninguna cosa intermedia.
Podemos y tenemos, pues, que decir que el señor Dühring no habría podido
cometer con tal aplomo ese "trazado histórico de gran estilo" contra Lassalle si
hubiera tenido alguna vez en las manos el Code Napoleón. Tenemos, por tanto, que
comprobar que el único código burgués moderno, basado en las conquistas sociales
de la gran Revolución Francesa, conquistas que traduce al terreno jurídico, que el
moderno derecho francés, en una palabra, es completamente desconocido para el
señor Dühring.
pág. 100
Aún más, es incluso posible familiarizarse con la idea, que no carece de ejemplos
históricos, de que una condena con votos en contra debería ser una institución
imposible en una comunidad perfecta... Pero este modo sano y profundamente
espiritual de concebir el problema tiene que pareccr, como ya hemos indicado,
inadecuado para las formaciones tradicionales, pues es demasiado bueno para ellas.
Así, pues, el señor Dühring ignora también que la unanimidad de los jurados es
imprescindible y necesaria no sólo para condenas penales, sino incluso para
sentencias en procesos civiles, según el derecho común inglés, es decir, según el
derecho consuetudinario y no escrito que se encuentra en vigor desde tiempos
inmemoriales, por lo menos desde el siglo XIV. Ese modo de concebir el problema,
serio y profundamente espiritual y, según el señor Dühring, demasiado bueno para
el mundo actual, tiene, pues, en Inglaterra vigencia legal ya en la más tenebrosa
Edad Media, y pasó de Inglaterra a Irlanda, a los Estados Unidos de América y a
todas las colonias inglesas, sin que los más profundos estudios especializados del
señor Dühring permitan rastrear ni una palabra de ello. El campo de la unanimidad
de los jurados es, pues, no sólo infinitamente grande frente al diminuto mundo del
derecho territorial prusiano, sino que es además más extenso que el conjunto de
todos los territorios en los que decide la mayoría del jurado. El señor Dühring no
sólo desconoce el derecho francés, el único moderno, de un modo total, sino que es
además igualmente ignorante por lo que hace al único derecho germánico que se ha
desarrollado independientemente de la autoridad romana hasta los tiempos
modernos y se ha extendido por todos los continentes: el derecho inglés. Claro que
esa ignorancia está justificada, pues el tipo de pensamiento jurídico inglés
A esa justificación tenemos que contestar con Spinoza: ignorantia non est
argumentum, la ignorancia no es argumento.
Por todo lo visto tenemos que concluir que los profundos estudios especializados del
señor Dühring han consistido en sumirse durante tres años teoréticamente en el
Corpus juris y otros tres
pág. 101
Mas ¿dónde impera tan confusa situación? Como siempre, en el ámbito de vigencia
del derecho territorial prusiano, en un territorio en el cual, junto a dicho derecho
territorial, tienen los más diversos grados relativos en vigencia los derechos
provinciales, estatutos locales y, en algunos lugares, el derecho común y otros
emplastos más, suscitando en todos los juristas prácticos ese grito de angustia que
el señor Dühring reproduce aquí tan simpatéticamente. Pero no hace ni siquiera
falta que abandone su querida Prusia; basta con que se llegue al Rin para
convencerse de que en esta región no se habla ya siquiera de toda esa confusión
desde hace setenta años, y ello por no hablar ya de otros países civilizados en los
cuales esa situación anacrónica ha sido eliminada hace mucho tiempo.
Adelante:
La ocultación de la natural responsabilidad individual se produce de un modo
menos grosero mediante los juicios secretos, y por lo tanto anónimos, de
colectividades, mediante acciones colectivas de colegios u otras instituciones
burocráticas que enmascaran la participación personal de cada miembro.
pág. 102
Baste con eso. La fanfarronería sobre la sabiduría jurídica no tiene más fondo —en
el mejor de los casos— que los conocimientos profesionales más comunes de un
comunísimo jurista prusiano de la vieja escuela. El terreno jurídico y de la ciencia
del Estado, cuyos resultados nos expone consecuentemente el señor Dühring
"coincide" con el ámbito de vigencia del derecho territorial prusiano. Aparte del
derecho romano, hoy día bastante corriente incluso en Inglaterra, los conocimientos
jurídicos de nuestro autor se limitan estrictamente al derecho territorial prusiano,
ese código del despotismo patriarcal ilustrado, que está escrito en un alemán
pág. 103
como para pensar que el señor Dühring aprendió a escribir con él, y que, con sus
glosas morales, su indeterminación y su inconsistencia jurídicas y sus bastonazos
como medio de tortura y pena, pertenece completamente a la época
prerrevolucionaria. Lo que pasa de eso procede para el señor Dühring del Malo,
tanto el moderno derecho burgués de Francia como el derecho inglés, con su
peculiar desarrollo y su garantía de la libertad personal, desconocida en todo el
continente. La filosofía que "no permite que subsista ningún horizonte aparente,
sino que, con poderoso y subversivo movimiento, despliega todos los cielos y todas
las tierras de la naturaleza interna y externa", tiene como horizonte real las
fronteras de las seis viejas provincias de la Prusia Oriental, y a lo sumo, como
añadidos, las pocas franjas de tierra en las que vale también el noble derecho
territorial. Más allá de ese horizonte no despliega ni cielos ni tierras, ni naturaleza
externa ni naturaleza interna, sino sólo el cuadro de la más crasa ignorancia sobre
lo que ocurre en el resto del mundo.
En el lugar de todas las falsas teorías de la libertad hay que poner la estructura
empírica de la situación en la cual la comprensión racional por un lado y las
determinaciones instintivas por otro se unifican, por así decirlo, en una fuerza
intermedia. Los hechos básicos de este tipo de dinámica deben tomarse de la
observación, y deben también estimarse en cuanto a naturaleza y dimensiones, con
la aproximación que sea posible, para la predicción cuantitativa de los
acontecimientos aún no ocurridos. Con esto no sólo se eliminan radicalmente las
necias ilusiones acerca de la libertad interior, que han sido roídas como alimento
por milenios de la humanidad, sino que, además, se las sustituye por algo positivo,
utilizable para la organización práctica de la vida.
Según esto, la libertad consiste en que la comprensión racional tira del hombre
hacia la derecha, los instintos irracionales tiran de él hacia la izquierda, y en este
paralelogramo de fuerzas el movimiento real tiene lugar según la diagonal. La
libertad sería, pues, la media de comprensión e instinto, entendimiento y ceguera, y
su grado en cada individuo podría establecerse empíricamente mediante una
"ecuación personal"[16] por utilizar una expresión de los astrónomos. Pero pocas
páginas después leemos:
pág. 104
pág. 105
En las obras del señor Dühring, la historia recibe, por supuesto, otro tratamiento.
En general, como historia de los errores, de la ignorancia y la grosería, de la
violencia y el sometimiento, la historia es un objeto que repugna a la filosofía de la
realidad; pero en concreto se divide en dos grandes partes, a saber: 1.ª, desde el
estadio de la materia idéntico consigo mismo hasta la Revolución Francesa, y 2.ª,
desde la Revolución Francesa hasta el señor Dühring, y en ese esquema el siglo XIX
es aún esencialmente reaccionario, y aún más (!) que el XVIII desde el punto de
vista espiritual, a pesar de lo cual lleva en su seno al socialismo y, con él, el germen
de una transformación más gigantesca que todo lo imaginado (!) por los precursores
y los héroes de la Revolución Francesa.
El desprecio de la filosofía de la realidad por la historia transcurrida hasta hoy se
justifica del modo siguiente:
Los pocos milenios para los cuales contamos, con una anámnesis histórica mediada
por documentos originales no tienen mucha importancia con su pasada constitución
humana, si se piensa en la sucesión de los milenios por venir... El género humano
como totalidad es aún muy joven, y cuando un día la anámnesis científica tenga
que contar con decenas de milenios en vez de con milenios, la infantilidad espiritual
e inmadura de nuestras instituciones tendrá el valor de un supuesto obvio para la
comprensión de nuestra época, considerada como historia antigua.
pág. 106
Una de las piezas más características de la nueva ciencia radical es la sección sobre
la individualización y la valorización de la vida. El más sentencioso de los lugares
comunes brota y discurre aquí, en incontenible corriente, durante tres capítulos
enteros. Tendremos que limitarnos, desgraciadamente, a unas pocas y breves
muestras:
La esencia más profunda de todo sentimiento, y, con ello, de todas las formas de
vida subjetivas, se basa en la diferencia de situaciones... Por lo que hace a la vida
plena (!), es empero posible mostrar sin más discusión (!) que lo que intensifica el
sentimiento vital y desarrolla los estímulos decisivos es el paso de una situación
vital a otra... La situación aproximadamente igual a sí misma, mantenida, por así
decirlo, en la tenacidad de la inercia y como en el mismo estado de equilibrio,
cualquiera que sea su constitución, tiene poca importancia para poner a prueba la
existencia... La habituación, la inserción vital, por así decirlo, hace de ella algo
completamente indiferente y átono que no difiere mucho de lo muerto. A lo sumo se
añade entonces, como una especie de moción vital negativa, el sufrimiento del
aburrimiento... En una vida que se acumula sobre sí misma, se apaga para los
individuos y para los pueblos toda pasión y todo interés por la existencia. Todos
esos fenómenos resultan explicables por nuestra ley de la diferencia.
pág. 107
La velocidad con que el señor Dühring elabora sus resultados radicalmente propios
supera toda expectativa. Apenas se ha traducido al lenguaje real- filosófico el lugar
común según el cual la persistente estimulación del mismo nervio o la persistencia
del mismo estímulo cansan a todo nervio y a todo sistema nervioso, lo que quiere
decir que en situación normal tiene que haber una interrupción y una alternancia
de los estímulos nerviosos —como puede leerse desde hace años en cualquier
manual de fisiología y como sabe por propia experiencia cualquier semiculto— ,
apenas, pues, ha sido traducida esa arcaica trivialidad a la misteriosa forma según
la cual la esencia más profunda de todo sentimiento se basa en la diferencia de
estados, cuando se transforma sin más en "nuestra ley de la diferencia". Y esta ley
de la diferencia hace "perfectamente explicable" toda una serie de fenómenos que no
son a su vez más que ilustraciones y ejemplos de lo conveniente que es el cambio,
ejemplos que no necesitan explicación alguna ni para la más vulgar inteligencia
adocenada y que tampoco cobran ni un átomo de nueva claridad por la alusión a
esta supuesta ley de la diferencia.
Pero con esto no está aún agotada, ni mucho menos, la radicalidad de "nuestra ley
de la diferencia":
Nuestra ley de la diferencia puede además tener una aplicación más mediata
aduciendo el hecho de que la repetición de lo ya experimentado o ejecutado no tiene
ningún atractivo.
El lector puede añadir por sí mismo las sentenciosas perogrulladas a que dan pie
frases de la profundidad y radicalidad de las recién citadas; el señor Dühring puede
exclamar triunfalmente al final de su libro:
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"Los medios para mantener vivo el interés común por la vida [tarea hermosa para
un club de cursis y para los que quieran ingresar en él] consisten en hacer
desarrollarse o relevarse unos a otros los intereses individuales por así decírlo
elementales, de los que se compone el todo, y ello según lapsos de tiempo naturales.
También al mismo tiempo y para la misma situación deberá utilizarse la gradación
en la sustituibilidad de los estímulos satisfechos más bajos y fáciles por las
excitaciones superiores y más duraderas, para evitar que se produzcan huecos
totalmente desprovistos de interés. Por lo demás, todo consiste en impedir que las
tensiones naturales o que se producen naturalmente en el curso de la existencia
social se acumulen arbitrariamente o sean forzadas o, por el error contrario, se
satisfagan ya a la menor excitación, impidiéndoles así desarrollar una necesidad
capaz de goce. La observancia del ritmo natural es en esto, como en otras partes, la
condición del movimiento armónico y gracioso. Tampoco se debe proponer la
irresoluble tarea de prolongar los atractivos estímulos de una situación más allá del
plazo que les ha sido puesto por la naturaleza o las condiciones", etc.
El hombre de bien que adopte estas solemnes sentencias vacías hijas de una
pedantería dedicada a fantasear sobre las más tibias trivialidades, para hacer de
ellas la regla de la "experiencia de la vida", no podrá, desde luego, quejarse de
"huecos totalmente desprovistos de interés". Necesitará todo el tiempo disponible
para preparar correctamente y ordenar sus goces, de modo que no le quedará ni un
momento libre para ese disfrute mismo.
Tenemos que experimentar la vida, la vida plena. Sólo dos cosas nos prohibe el
señor Dühring: primera: "las suciedades del uso del tabaco", y, segunda, las
bebidas y los alimentos que "tienen propiedades repulsivas o, en general,
rechazables por una sensibilidad refinada".
Por lo demás, el señor Dühring podría ser un poco más liberal por lo que hace a las
bebidas espirituosas. Un hombre que, según propia confesión, sigue sin encontrar
el puente que lleve de lo
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estático a lo dinámico, tendría sin duda buenos motivos para juzgar benignamente
al pobre diablo que, por haber contemplado con demasiada insistencia el fondo del
vaso, busca luego en vano a su vez el puente de lo dinámico a lo estático.
pág. 110
Según la lógica, o más bien doctrina del logos, hegeliana, lo contradictorio no está
en el pensamiento, que por su naturaleza es simplemente subjetivo y
representación consciente, sino que se encuentra objetivamente en ]as cosas y
hechos mismos y puede hallarse en ellos, por así decirlo, de carne y hueso, de tal
modo que el contrasentido no es simplemente una combinación imposible del
pensamiento, sino una fuerza real. La realidad de lo absurdo es el primer artículo
de fe de la unidad hegeliana de lógica e ilógica.. . Cuanto más contradictorio, tanto
más verdadero, o, con otras palabras: cuanto más absurdo, tanto más creíble; esta
máxima, ni siquiera inventada por él, sino tomada de la teología de la revelación y
de la mística, es la muda expresión del llamado principio dialéctico.
El contenido mental de los dos pasos citados puede resumirse en la proposición que
contradicción = contrasentido y, por tanto, no puede presentarse en el mundo real.
Esta proposición puede tener
pág. 111
Mientras contemplamos las cosas como en reposo y sin vida, cada una para sí,
junto a las otras y tras las otras, no tropezamos, ciertamente, con ninguna
contradicción en ellas. Encontramos ciertas propiedades en parte comunes, en
parte diversas y hasta contradictorias, pero en este caso repartidas entre cosas
distintas, y sin contener por tanto ninguna contradicción. En la medida en que se
extiende este campo de consideración, nos basta, consiguientemente, con el común
modo metafísico de pensar. Pero todo cambia completamente en cuanto
consideramos las cosas en su movimiento, su transformación, su vida, y en sus
recíprocas interacciones. Entonces tropezamos inmediatamente con contradicciones.
El mismo movimiento es una contradicción; ya el simple movimiento mecánico local
no puede realizarse sino porque un cuerpo, en uno y el mismo momento del tiempo,
se encuentra en un lugar y en otro, está y no está en un mismo lugar. Y la continua
posición y simultánea solución de esta contradicción es precisamente el movimiento.
El lector puede apreciar finalmente qué es lo que hay tras esa frase favorita del
señor Dühring; esto, simplemente: que el entendimiento que piensa
metafísicamente no puede en absoluto pasar del pensamiento del reposo al del
movimiento, porque le cierra el camino la citada contradicción. Como contradicción,
el movimiento es para él completamente inconcebible. Y al afirmar la
inconceptuabilidad del movimiento, reconoce sin quererlo la existencia
pág. 112
Hemos indicado ya que la matemática superior tiene como uno de sus fundamentos
la contradicción de que lo recto y lo curvo tienen que ser en determinadas
circunstancias lo mismo. También construye la contradicción de que líneas que se
cortan ante nuestros ojos tienen que valer, cinco o seis centímetros más allá, como
paralelas, esto es, como líneas que no pueden cortarse al prolongarlas en el infinito.
Y sin embargo, con estas y otras contradicciones aún más violentas, la matemática
superior produce resultados no sólo correctos, sino, además, inalcanzables por la
matemática elemental.
Pero incluso en esta última hormiguean las contradicciones. Es, por ejemplo, una
contradicción que una raíz de A deba ser una potencia de A, y, sin embargo, A1/2 =
. Es una contradicción que una magnitud negativa tenga que ser el cuadrado de
algo, pues toda magnitud negativa, multiplicada por sí misma, da un cuadrado
positivo. La raíz cuadrada de menos uno es, por tanto, no sólo una contradicción,
sino un verdadero contrasentido. Y, sin embargo, es un resultado en muchos
casos necesario de correctas operaciones matemáticas; aún más: ¿qué sería de la
matemática, elemental o superior, si se le prohibiera operar con ?
La matemática penetra en el terreno dialéctico con el tratamiento
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Sólo nos sería posible considerar más de cerca el antagonismo de fuerzas del señor
Dühring y su esquematismo universal antagónico si nos hubiera dicho sobre este
tema algo más que esa mera fraseología. Luego de producirlo el señor Dühring, este
antagonismo no se nos presenta ni una vez en acción en el esquematismo universal
ni en la filosofía de la naturaleza, lo cual constituye la mejor confesión de que el
señor Dühring no es capaz de conseguir absolutamente nada positivo con esa
"forma básica de todas las acciones en la existencia del mundo y su esencia". Una
vez rebajada la hegeliana "doctrina de la esencia" a las trivialidades de unas fuerzas
que se mueven en sentidos contrapuestos, pero no en contradicciones, lo mejor es
desde luego evitar toda aplicación de ese lugar común.
El Capital de Marx ofrece al señor Dühring el segundo punto de apoyo para dar
salida a su cólera antidialéctica:
Pero ésta no es la primera vez que escritos del señor Dühring se nos ofrecen como
"cosas" en las que "la contradicción está
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objetivamente presente y puede hallarse, por así decirlo, en carne y hueso". Lo cual
no le impide continuar victoriosamente:
La comunicación más sorprendente que nos hace el señor Dühring es, en todo caso,
que para el punto de vista de Marx "todo es al final uno y lo mismo", o sea, por
ejemplo, que para Marx capitalistas y asalariados, modos de producción feudal,
capitalista y socialista "son todo uno", y, al final, incluso Marx y el señor Dühring
son "uno y lo mismo". Para explicar la posibilidad de una tal necedad no queda más
supuesto que la hipótesis de que la mera palabra "dialéctica" pone al señor Dühring
en un estado de irresponsabilidad en el que, en razón de cierta "falsa y confusa
idea", todo lo que dice y hace es finalmente "uno y lo mismo".
pág. 115
"mi dibujo histórico de gran estilo", o también "el procedimiento sumario que hace
sus cuentas con el género y el tipo y ni siquiera se molesta en honrar con
refutaciones por micrológicos detalles a lo que Hume llamó el populacho de los
eruditos; este procedimiento de alto y noble estilo es el único compatible con los
intereses de la verdad plena y con los deberes para con el público ajeno a las
ataduras del gremio profesional".
pág. 116
Admiremos ahora el alto y noble estilo gracias al cual el señor Dühring atribuye a
Marx lo contrario de lo que en realidad ha dicho. Marx dice: el hecho de que una
suma de valor no pueda convertirse en capital sino cuando ha alcanzado una
dimensión mínima, distinta según las circunstancias, pero determinada en cada
caso particular, es una prueba de la corrección de la ley hegeliana. El señor Dühring
hace decir a Marx: Como, según la ley hegeliana, la cantidad se muta en cualidad,
por eso ocurre qué "un anticipo, cuando alcanza un determinado límite, se
convierte... en capital". Precisamente lo contrario.
pág. 117
Hemos visto ya antes, a propósito del esquematismo universal, que con esta línea
nodal hegeliana de relaciones dimensionales en la que, en un determinado punto de
alteraciones cuantitativas, se produce repentinamente un cambio cualitativo, el
señor Dühring ha tenido la pequeña desgracia de que en un momento de debilidad
la ha reconocido y aplicado él mismo. Dimos allí uno de los ejemplos más conocidos,
el de la transformación de los estados de agregación del agua, que a presión normal
y hacia los 0º C pasa del fluido al sólido, y hacia los 100º C pasa del líquido al
gaseoso, es decir, que en esos dos puntos de flexión la alteración meramente
cuantitativa de la temperatura produce un estado cualitativamente alterado del
agua.
Habríamos podido aducir en apoyo de esa ley cientos más de hechos tomados de la
naturaleza y de la sociedad humana. Así por ejemplo, toda la cuarta sección de El
Capital de Marx —producción de la plusvalía relativa en el terreno de la cooperación,
división del trabajo y manufactura, maquinaria y gran industria— trata de
innumerables casos en los cuales la alteración cuantitativa modifica la cualidad de
las cosas de que se trata, con lo que, por usar la expresión tan odiosa para el señor
Dühring, la cantidad se muta en cualidad, y a la inversa. Así, por ejemplo, el hecho
de que la cooperación de muchos, la fusión de muchas fuerzas en una fuerza total,
engendra, para decirlo con las palabras de Marx, una "nueva potencia de fuerza"
esencialmente diversa de la suma de sus fuerzas individuales.
mientras que en el señor Dühring subyacen a toda afirmación —y del modo que
hemos visto— "las afirmaciones capitales del saber exacto en la mecánica, la física y
la química", etc. Pero para que también los terceros puedan decidir, vamos a
considerar algo más detalladamente el ejemplo aducido en la nota de Marx.
pág. 118
Punto de Punto
ebullición de fusión
CH2O2: ácido fórmico . . . . . . . . . . . 100º 1º
C2H4O2: ácido acético . . . . . . . . . . . 118º 17º
C3H6O2: ácido propiónico . . . . . . . . . 140º
C4H8O2: ácido butírico . . . . . . . . . . . 162º
C5H10O2: ácido valeriánico . . . . . . . . . 175º
y así sucesivamente hasta C30H60O2, el ácido melísico, que no se funde hasta los 80º
y no tiene punto de ebullición, porque no se puede pasar al estado de vapor sin
descomponerlo.
Aquí tenemos, pues, toda una serie de cuerpos cualitativamente distintos, formados
por simple añadido cuantitativo de elementos, y siempre en la misma proporción. El
hecho se presenta del modo más claro cuando todos los elementos de la
combinación alteran su cantidad en la misma proporción, como ocurre en las
parafinas normales CnH2n+2: la inferior es el metano, CH4, un gas; la más alta
conocida, el hexadecano, C16H34, es un cuerpo sólido que forma cristales incoloros,
se funde a 21º y tiene el punto de ebullición a 278º. En las dos series, cada nuevo
miembro se produce por el añadido de CH2, un átomo de carbono y dos de
hidrógeno, a la fórmula molecular del miembro anterior, y esta alteración
cuantitativa de la fórmula molecular produce cada vez un cuerpo cualitativamente
distinto.
pág. 119
gráfico; casi en todas partes en la química, ya en los diversos óxidos del nitrógeno y
en los distintos oxácidos del fósforo o del azufre, puede verse cómo la "cantidad se
muta en cualidad" y hallarse, por así decirlo, en carne y hueso en las cosas y
procesos esta supuesta idea confusa y nebulosa de Hegel, con lo cual nadie se
siente confuso y nebuloso, salvo el señor Dühring. Y puesto que Marx ha sido el
primero en llamar la atención sobre ello y el señor Dühring ha leído esa alusión sin
entenderla siquiera (pues de otro modo no habría dejado pasar sin más la increíble
blasfemia), ello basta para aclarar, incluso sin apelar a la gloriosa filosofía
dühringiana de la realidad, a quién faltan "los elementos formativos eminentemente
modernos del modo científico natural de pensar", si a Marx o al señor Dühring, y a
quién falta el conocimiento de las "afirmaciones capitales... de la química".
Para terminar, vamos a apelar a otro testimonio más de la mutación de cantidad en
calidad, a saber, Napoleón. Este describe el combate de la caballería francesa, de
jinetes malos, pero disciplinados, contra los mamelucos, indiscutiblemente la mejor
caballería de la época en el combate individual, pero también indisciplinada:
Dos mamelucos eran sin discusión superiores a tres franceses, 100 mamelucos
equivalían a 100 franceses; 300 franceses eran en general superiores a 300
mamelucos, y 1.000 franceses aplastaban siempre a 1.500 mamelucos.
Igual que en Marx una determinada magnitud mínima variable de la suma de valor
de cambio era necesaria para posibilitar su trasformación en capital, así también es,
según Napoleón, necesaria una determinada dimensión mínima de la sección de
caballería para permitir a la fuerza de la disciplina, que reside en el orden cerrado y
la aplicación según un plan, manifestarse y llegar hasta la superioridad incluso
sobre masas mayores de caballería irregular, mejor montadas y de mejores jinetes y
guerreros, y por lo menos del mismo valor personal. Pero ¿qué prueba esto contra el
señor Dühring? ¿No sucumbió Napoleón miserablemente en lucha con Europa? ¿No
sufrió derrota tras derrota? ¿Y por qué? Precisamente por haber introducido en la
táctica de la caballería la confusa y nebulosa idea de Hegel.
pág. 120
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En Marx se lee más bien: "Es negación de la negación. Esta restablece la propiedad
individual, pero sobre la base de los logros de la era capitalista, de la cooperación
de trabajadores libres y de su propiedad colectiva de la tierra y de los medios de
producción producidos por el trabajo mismo. La transformación de la propiedad
privada de los individuos, basada en el propio trabajo y dispersa, en propiedad
privada capitalista, es, naturalmente, un proceso incomparablemente más lento,
duro y difícil que la transformación de la propiedad privada capitalista, basada ya
fácticamente en el proceso social de producción, en una producción social." Esto es
todo. El estadio producido por la expropiación de los expropiadores se caracteriza,
pues, como restablecimiento de la propiedad individual, pero sobre la base de la
propiedad colectiva de la tierra y de los medios de producción producidos por el
trabajo mismo. Para todo el que entienda alemán, eso significa que la propiedad
colectiva comprende la tierra y los demás medios de producción, y la propiedad
individual los productos, es decir, los objetos de consumo. Y para que la cosa
resulte comprensible incluso para niños de seis años, presenta Marx en la página
56[19] una "asociación de hombres libres que trabajan con medios de producción
colectivos y gastan conscientemente como fuerza social de trabajo sus muchas
fuerzas de trabajo individuales", es decir, una asociación organizada de modo
socialista, y dice: "El producto total de la asociación es un producto social. Una
parte de ese producto vuelve a servir como medio de producción. No deja nunca de
ser social. Pero otra es consumida como medios de vida por los miembros de la
asociación.
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Por eso hay que distribuirla entre ellos." Lo cual es bastante claro, incluso para la
hegelizada cabeza del señor Dühring.
Hemos partido hasta ahora del supuesto de que el falso citar del señor Dühring
procediera, pese a su tenacidad, al menos con buena fe, y se basara o bien en una
propia total incapacidad de comprender, o bien en la costumbre de citar de
memoria, que puede ser característica de la historiografía de gran estilo, pero, por
lo común, se considera grave desaliño. Parece, sin embargo, que hemos llegado al
punto en el cual también para el señor Dühring la cantidad muta en calidad. Pues
si consideramos: primero, que el paso de Marx es en sí perfectamente claro y se
completa además por otro paso del mismo libro que resulta ya imposible
comprender mal; segundo, que ni en la crítica de El Capital en los
Ergänzungsblätter, que hemos citado antes, ni en la primera edición de la Historia
crítica el señor Dühring había descubierto ese monstruo de la "propiedad a la vez
individual y social", sino que no lo ha encontrado hasta la segunda edición, es decir,
a la tercera lectura, y que en esta segunda edición, reelaborada en sentido socialista,
el señor Dühring necesitaba hacer decir a Marx todos los absurdos posibles sobre la
organización futura de la sociedad, para poder presentar tanto más triunfalmente
—como en efecto hace— la "comuna económica que he esbozado económica y
jurídicamente en mi Curso": si consideramos todo eso, se nos impondrá la
conclusión de que el señor Dühring nos está obligando casi a suponer
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Y ahora preguntó al lector: ¿dónde están las intrincaciones dialécticas hirsutas, los
arabescos ideales, las ideas ambiguas y falsas según las cuales todo es uno y lo
mismo? ¿Dónde el milagro dialéctico para los fieles, dónde la misteriosa confusión y
las intrincaciones según el modelo de la doctrina hegeliana del logos, sin la cual
Marx, según el señor Dühring, no consigue construir su desarrollo? Marx muestra
simplemente con método histórico y resume brevemente en esos párrafos que, al
modo como en otro tiempo la pequeña industria produjo necesariamente por su
propio desarrollo las condiciones de su aniquilación, es decir, la expropiación de los
pequeños propietarios, así ahora el modo de producción capitalista produce
igualmente las condiciones materiales bajo las cuales tienen que perecer. El proceso
es histórico, y si al mismo tiempo es dialéctico, ello no es culpa de Marx, por mucho
que le disguste al senor Dühring.
Pero ¿qué es esa terrible negación de la negación que tanto amarga la vida al señor
Dühring, hasta el punto de desempeñar para él el mismo papel que en el
cristianismo el pecado contra el Espíritu Santo? Es un procedimiento sencillísimo,
que se ejecuta en
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del viejo, sino que inserta en los permanentes fundamentos del primero todo el
contenido mental de una evolución bimilenaria de la filosofía y de la ciencia natural,
así como de esa misma historia de dos mil años. Ni siquiera es ya este nuevo
materialismo una filosofía, sino una simple concepción del mundo que tiene que
confirmarse y actuarse no en una selecta ciencia de la ciencia, sino en las ciencias
reales. La filosofía es, pues, aquí "superada",[21] es decir, "tanto superada cuanto
conservada"; superada en cuanto a su forma, conservada en cuanto a su contenido
real. Hay, pues, un contenido real, que se encuentra al examinar bien la cosa,
donde el señor Dühring no ve más que "juego de palabras".
Todos los posteriores progresos [más allá del estado originario] fueron otros tantos
pasos, aparentemente, hacia el perfeccionamiento del hombre individual, pero, en
realidad, hacia la decadencia de la especie... El trabajo de los metales y la
agricultura fueron las dos artes cuya invención provocó esta gran revolución [la
transformación del bosque primitivo en tierra cultivada, pero también la
introducción de la miseria y la servidumbre a través de la propiedad]. El oro y la
plata según el poeta, el hierro y el trigo según el filósofo, han civilizado a los
hombres y arruinado al género humano.[22]
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Es cosa indiscutible y ley fundamental de todo el derecho político que los pueblos
se han dado príncipes para proteger su libertad, no para aniquilarla.
"Aquí está el grado extremo de la desigualdad, el punto final que cierra el círculo y
toca ya al punto del que hemos partido; aquí se hacen iguales todas las personas
privadas, precisamente porque no son nada, y los súbditos no tienen ya más ley
que la voluntad del señor". Pero el déspota no es señor sino en cuanto tiene el poder,
y, por tanto, "no puede quejarse contra el poder cuando se le expulsa... El poder le
sostuvo, el poder le derriba, y todo discurre según su recto curso natural".
Y así vuelve a mutar la desigualdad en igualdad, pero no en la vieja igualdad
espontánea de los protohombres sin lenguaje, sino en la igualdad superior del
contrato social. Los opresores son oprimidos. Es la negación de la negación.
Tenemos, pues, aquí, ya en Rousseau, una marcha del pensamiento que se parece
a la de Marx en El Capital como una gota de agua a otra, y, además y en detalle,
toda una serie de las mismos giros dialécticos de que se sirve Marx: procesos que
son por su naturaleza antagonísticos, que contienen en sí una contradicción,
mutación de un extremo en su contrario y, finalmente, como núcleo de todo, la
negación de la negación. Si, pues, Rousseau no podía aún hablar la jerga hegeliana
en 1754, está de todos modos muy infectado por el mal hegeliano, la dialéctica de la
contradicción, la doctrina del Logos, la teología, etc., dieciséis años antes del
nacimiento de Hegel. Y cuando el señor Dühring procede a infectar la teoría
russoniana de la igualdad con su victorioso par de hombres, está operando ya en el
plano inclinado por el que resbalará sin remisión hasta caer en brazos de la
negación de la negación. El estado en el cual florece la igualdad de esos dos
hombres, representado también claramente como estado ideal, aparece en la página
271 de la Filosofía caracterizado como "estado originario". Pero este estado
originario queda superado inevitablemente en la página 279 por el "sistema
predatorio": primera negación. Mas ahora hemos llegado, gracias a la filosofía de la
realidad, al momento de suprimir el estado predatorio e introducir en su lugar la
comuna
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¿Qué es, pues, la negación de la negación? Es una ley muy general, y por ello
mismo de efectos muy amplios e importante, del desarrollo de la naturaleza, la
historia y el pensamiento; una ley que, como hemos visto, se manifiesta en el
mundo animal y vegetal, en la geología, en la matemática, en la historia, en la
filosofía, y a la que el mismo señor Dühring tiene que someterse sin saberlo a pesar
de todos sus tirones y resistencias. Es evidente que cuando lo describo como
negación de la negación no digo absolutamente nada sobre el particular proceso de
desarrollo que atraviesa, por ejemplo, el grano de cebada desde la germinación
hasta la muerte de la planta con frutos. Pues como el cálculo integral es también
negación de la negación, si pretendiera haber dicho con eso algo sobre lo concreto
no afirmaría sino el absurdo de que el proceso vital de una espiga de cebada es
cálculo integral, o acaso socialismo. Y esto es precisamente lo que los metafísicos
imputan siempre a la dialéctica. Cuando digo de todos esos procesos que son
negación de la negación los estoy reuniendo a todos bajo esa ley del movimiento, y
dejo precisamente por ello fuera de consideración la particularidad de cada proceso
especial. La dialéctica no es, empero, más que la ciencia de las leyes generales del
movimiento y la evolución de la naturaleza, la sociedad humana y el pensamiento.
Más puede aún objetarse: la negación aquí realizada no es una verdadera negación;
también niego un grano de cebada cuando lo muelo, un insecto cuando lo aplasto,
la magnitud positiva a cuando la borro, etc. O bien niego la frase "la rosa es una
rosa"; y ¿qué sale en limpio si luego vuelvo a negar esta negación y digo: "la rosa es
sin embargo una rosa?" Estas objeciones son realmente los argumentos capitales de
los metafísicos contra la dialéctica, y plenamente dignos de esa limitación del
pensamiento. En la dialéctica, negar no significa simplemente decir no, o declarar
inexistente una cosa, o destruirla de cualquier modo. Ya Spinoza dice: omnis
determinatio est negatio, toda determinación o delimitación es negación. Además, la
naturaleza de la negación dialéctica está determinada por la naturaleza general,
primero, y especial, después, del proceso. No sólo tengo que negar, sino que tengo
que superar luego la negación. Tengo, pues, que establecer la primera negación
pág. 132
de tal modo que la segunda siga siendo o se haga posible. ¿Cómo? Según la
naturaleza especial de cada caso particular. Si muelo un grano de cebada o aplasto
un insecto, he realizado ciertamente el primer acto, pero he hecho imposible el
segundo. Toda especie de cosas tiene su modo propio de ser negada de tal modo
que se produzca de esa negación su desarrollo, y así también ocurre con cada tipo
de representaciones y conceptos. En el cálculo infinitesimal se niega de modo
diverso de como se hace en la consecución de potencias positivas de raíces
negativas. También esto hay que aprenderlo, como cualquier otra cosa. Con el mero
conocimiento de que la espiga de cebada y el cálculo infinitesimal caen bajo la
negación de la negación, no puedo ni plantar cebada ni deferenciar e integrar con
éxito, del mismo modo que tampoco con las meras leyes de la determinación de las
notas por las dimensiones de las cuerdas puedo sin más tocar el violín. Pero es
claro que en una negación de negación que consista en la pueril ocupación de
poner y borrar alternativamente a o afirmar alternativamente de una rosa que es
una rosa y no lo es, no puede obtenerse más que una prueba de la necedad del que
aplique tan tediosos procedimientos. Pese a lo cual los metafísicos pretenden
demostrarnos que si realmente queremos ejecutar la negación de la negación, ése
es el modo correcto de hacerlo.
Es, pues, de nuevo el señor Dühring el que nos sugiere una mistificación al afirmar
que la negación es un capricho analógico inventado por Hegel, tomado de la religión
y basado en la historia del pecado original. Los hombres han pensado
dialécticamente mucho antes de saber lo que era dialéctica, del mismo modo que
hablaban ya en prosa mucho antes de que existiera la expresión "prosa". La ley de
la negación de la negación, que se cumple en la naturaleza y en la historia
inconscientemente, e inconscientemente también en nuestras cabezas hasta que se
la descubre, fue formulada de un modo claro por vez primera por Hegel. Y si el
señor Dühring quiere proceder él mismo con ella, pero en secreto, y lo único que no
puede soportar es el nombre, debe encontrar un nombre mejor. Mas si lo que quiere
es expulsar la cosa misma del ámbito del pensamiento, tendrá que proceder
primero a expulsarla benévolamente de la naturaleza y de la historia, y también a
inventarse una matemática en la cual –a × –a no sea +a² y en la que esté prohibido
bajo pena severa diferenciar e integrar.
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XIV. CONCLUSION
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ECONOMIA POLITICA
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I. OBJETO Y METODO
La economía política es, en su más amplio sentido, la ciencia de las leyes que rigen
la producción y el intercambio de los medios materiales de vida en la sociedad
humana. Producción e intercambio son dos funciones distintas. La producción
puede tener lugar sin intercambio, pero el intercambio —precisamente porque no es
sino intercambio de productos— no puede existir sin producción. Cada una de
estas dos funciones sociales se encuentra bajo influencias externas en gran parte
específicas de ella, y tiene por eso también en gran parte leyes propias específicas.
Pero, por otro lado, ambas se condicionan recíprocamente en cada momento y
obran de tal modo la una sobre la otra que podría llamárselas abscisa y ordenada
de la curva económica.
Las condiciones en las cuales producen e intercambian productos los hombres son
diversas de un país a otro, y en cada país lo son de una generación a otra. La
economía política no puede, por tanto, ser la misma para todos los países y para
todas las épocas históricas. Desde el arco y la flecha, el cuchillo de piedra y el
excepcional intercambio y tráfico de bienes del salvaje hasta la máquina de vapor
de mil caballos, el telar mecánico, los ferrocarriles y el Banco de Inglaterra, hay una
distancia gigantesca. Los habitantes de la Tierra del Fuego no han llegado a la
producción masiva ni al comercio mundial, del mismo modo que tampoco conocen
la "pelota" con las letras de cambio ni los cracks bolsísticos. El que quisiera reducir
la economía de la Tierra del Fuego a las mismas leyes que rigen la de la Inglaterra
actual no conseguiría, evidentemente, obtener con ello sino los lugares comunes
más triviales. La economía política es, por tanto, esencialmente una ciencia
histórica. Esa ciencia trata una materia histórica, lo que quiere decir una materia
en constante cambio; estudia por de pronto las leyes especiales de cada particular
nivel de desarrollo de la producción y el intercambio, y no podrá establecer las
pocas leyes muy generales que valen para la producción y el intercambio como tales
sino al final de esa investigación. No hará falta decir que las leyes válidas
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La economía política, como ciencia de las condiciones y formas bajo las cuales las
diversas sociedades humanas han producido y practicado el intercambio, y bajo las
cuales han distribuido, según aquéllas, sus productos, es una ciencia que está aún
por constituirse con esta extensión. Lo que por el momento poseemos en materia de
ciencia económica se limita casi exclusivamente a la génesis y el desarrollo del
modo de producción capitalista: empieza con la crítica de los restos de formas
feudales de producción e intercambio, muestra la necesidad de su sustitución por
formas capitalistas, desarrolla luego las leyes del modo de producción capitalista y
de sus correspondientes formas de intercambio considerando su aspecto positivo,
esto es, el aspecto por el cual promueven los fines generales de la sociedad, y
termina con la crítica socialista
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del modo de producción capitalista, es decir, con la exposición de sus leyes según
su aspecto negativo, probando que este modo de producción tiende por su propio
desarrollo hacia un punto en el cual se hace imposible a sí mismo. Esta crítica
muestra que las formas capitalistas de producción e intercambio se convierten
progresivamente en una traba insoportable para la producción misma; que el modo
de distribución necesariamente determinado por aquellas formas ha producido una
situación de clase cada día más insoportable, la contraposición, cotidianamente
agudizada, entre unos capitalistas, cada vez menos, pero cada vez más ricos, y los
trabajadores asalariados, cada vez más numerosos y, a grandes rasgos, cada vez en
peor situación; y, finalmente, que las masivas fuerzas de producción originadas en
el marco del modo de producción capitalista, y ya indominables por éste, esperan
que tome posesión de ellas una sociedad organizada para conseguir una
cooperación planeada, con objeto de asegurar a todos los miembros de la sociedad
los medios de la existencia y del libre desarrollo de sus capacidades, y ello en
medida siempre creciente.
Para llevar plenamente a cabo esta crítica de la economía burguesa no bastaba con
el conocimiento de la forma capitalista de la producción, el intercambio y la
distribución. Había que estudiar también, al menos en sus rasgos capitales, y
considerar comparativamente las formas que la han precedido o que aún subsisten
a su lado en países poco desarrollados. Dicho en términos generales, sólo Marx ha
emprendido hasta ahora una tal investigación comparativa, y a sus investigaciones
debemos, casi exclusivamente, todo lo sabido hasta ahora sobre la economía
teorética preburguesa.
Aunque nacida hacia fines del siglo XVII en unas cuantas cabezas geniales, la
economía política en sentido estricto, en su formulación positiva por los fisiócratas
y Adam Smith, es esencialmente una criatura del siglo XVIII, y se suma a los logros
de los grandes ilustrados contemporáneos franceses, con todas las excelencias y
todos los defectos de aquella época. Lo que antes dijimos de los ilustrados puede
aplicarse también a los economistas de la época. La nueva ciencia no era para ellos
expresión de la situación y las necesidades de su época, sino expresión de la Razón
eterna; las leyes, por eIla descubierras, de la producción y del intercambio no eran
leyes de una forma históricamente determinada de aquellas actividades, sino
eternas leyes naturales; se desprendían de la naturaleza del hombre. Pero,
examinado con buena luz, ese hombre resulta ser el ciudadano medio en su
transición hacia el tipo del
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A continuación nos ofrece "las leyes naturales más generales de toda economía".
Lo habíamos adivinado.
Pero estas leyes naturales no permiten una recta comprensión de la historia pasada
más que si se las "estudia en la ulterior determinación que han
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Esta es la sinfonía que, como wagneriano motivo, nos anuncia que los dos célebres
hombres han emprendido la marcha. Pero es también algo más, a saber, el tema
básico de todo el libro del señor Dühring. A propósito del derecho, el señor Dühring
no supo ofrecernos más que una mala traducción de la teoría igualitaria de
Rousseau al socialismo, como pueden oírse, pero en mucho mejor, en cualquier
tasca obrera de París desde hace años. Aquí nos da otra traducción socialista, y no
mejor, de las quejas de los economistas por el falseamiento de las eternas leyes
económicas naturales y de sus efectos, a consecuencia de la intromisión del Estado,
del poder. En este punto el senor Dühring se encuentra merecidamente solo entre
los socialistas. Todo trabajador socialista, independientemente de su nacionalidad,
sabe muy bien que el poder se limita a proteger la explotación, pero no la crea; que
el fundamento de su explotación es la relación entre el capital y el trabajo
asalariado, y que esta relación ha nacido por vía puramente económica, y no
violenta.
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Pero ¿quién es ese ser humano sin deberes, pensado como único, sino aquel fatal
"Adán originario" en el Paraíso, donde está sin pecado precisamente porque no
puede cometer ninguno? Mas también a este Adán de la filosofía de la realidad le
espera un pecado original. Junto a este Adán aparece de repente, no una Eva de
ondulantes mechones, pero sí un segundo Adán. Inmediatamente asume Adán
deberes, y los viola. En vez de abrazar a su hermano como equiparado con él, le
somete a su dominio, le subyuga, y toda la historia humana hasta el día de hoy
padece las consecuencias de ese primer pecado, del pecado original del
sometimiento, razón por la cual toda esa historia no vale para el señor Dühring ni
una perra chica.
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Diremos en todo caso que preferimos la vieja leyenda semítica, en la cual aún valía
la pena para el hombrecito y la mujercita abandonar el estado de inocencia, y que el
señor Dühring tendrá para siempre la gloria sin competencia posible de haber
construido el pecado original con dos varones.
Sólo la imagen de un Robinson que se encuentra aislado con sus energías frente a
la naturaleza y que no tiene nada que compartir con nadie puede dar un esquema
mental adecuado para la idea de la producción... Análoga utilidad tiene para la
presentación intuitiva de lo esencial de la idea de distribución el esquema mental de
dos personas cuyas fuerzas económicas se combinan y que evidentemente tienen
que enfrentarse la una a la otra de algún modo por lo que hace a sus partes. No
hace falta realmente más que este simple dualismo para exponer con todo rigor
algunas de las relaciones de distribución más importantes y estudiar
embrionariamente sus leyes en su necesidad lógica... La colaboración sobre un pie
de igualdad es aquí tan imaginable como la combinación de las energías mediante
el pleno sometimiento de una parte, la cual se ve entonces oprimida como esclavo o
mero instrumento del servicio económico, y no es alimentada sino precisamente
como instrumento... Entre el estado de igualdad y el estado de nulidad por una
parte y omnipotencia y única intervención activa por otra se encuentra una serie de
grados ilustrados con polícroma multiplicidad por los fenómenos de la historia
universal. El presupuesto esencial es aquí una mirada universal a las diversas
instituciones jurídicas y antijurídicas de la historia...
Ahora finalmente vuelve a pisar tierra firme el señor Dühring. Del brazo de sus dos
hombres puede lanzar el reto a su siglo. Pero todavía hay un ser anónimo detrás de
esa tríada.
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contraposiciones de clase , no le quedaba más que aplicar a ella sus dos hombres, y
con eso quedaba listo el radical fundamento de la economía de la realidad. No vaciló
un momento en la ejecución de ese "pensamiento creador de sistema". Trabajo sin
contraprestación, que rebasa el tiempo de trabajo necesario para el sustento del
trabajador: éste es el punto. Adán, que en este caso se llama Robinson, manda,
pues, inmediatamente a un segundo Adán, llamado Viernes, que se ponga a
trabajar febrilmente. Pero, ¿por qué trabaja Viernes más de lo que necesita para su
sustento? También esta pregunta tiene parcial respuesta en Marx. Pero la
respuesta es demasiado dilatada para los dos hombres. El asunto se resuelve así
expeditivamente: Robinson "oprime" a Viernes, le reduce "como esclavo o
instrumento al servicio económico" y no le mantiene sino "en cuanto instrumento".
Con esta novísima "versión creadora" mata el señor Dühring dos pájaros de un tiro.
Primero, se ahorra el trabajo de explicar las diversas formas de distribución que
han existido, sus diferencias y sus causas: todas son simplemente recusables, se
basan en la opresión, la violencia. Sobre esto tendremos que volver a hablar más
adelante. Segundo, el señor Dühring traslada así toda la teoría de la distribución
del terreno económico al de la moral y el derecho, es decir, del terreno de los firmes
hechos materiales al de las opiniones y los sentimientos más o menos vacilantes. Ya
no necesita, pues, investigar ni probar, sino que le basta con declamar
torrencialmente, y puede proclamar la exigencia de que la distribución de los
productos del trabajo se rija no por sus causas reales, sino según lo que a él, el
señor Dühring, le parece moral y justo. Pero lo que parece justo al señor Dühring
no es en absoluto cosa inmutable, y, por tanto, está lejos de ser una verdad
auténtica. Pues éstas, según el propio señor Dühring, son "absolutamente
inmutables". En el año 1868 afirmaba el señor Dühring (Los destinos de mi
memorial social...) que
cómo puede compadecerse jamás una transformación del trabajo asalariado en otra
clase de actividad lucrativa con las leyes de la naturaleza humana y la articulación
necesaria del cuerpo social.
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Así, pues, en 1868 la propiedad privada y el trabajo asalariado son necesarios por
naturaleza, y por tanto justos; en 1876, ambos son emanación de la violencia y el
"robo", y por tanto injustos. Y nos es imposible saber qué es lo que podrá parecer
moral y justo dentro de algunos años a un genio tan tempestuoso, razón por la cual
lo mejor será atenernos, en nuestra consideración de la distribución de las riquezas,
a las leyes reales, objetivas, económicas, y no a las momentáneas ideas de justo e
injusto del senor Dühring, las cuales son mutables y subjetivas.
Si no tuviéramos mejor garantía de la futura subversión del actual modo de
distribución de los productos del trabajo, con sus hirientes contraposiciones de
miseria y sobreabundancia, hambre y disipación, que la consciencia de que ese
modo de distribución es injusto y de que el derecho tiene que triunfar finalmente,
nuestra situación sería bastante mala y nuestra espera bastante larga. Los místicos
medievales que soñaban en un próximo reino de los Mil Años tenían ya consciencia
de la injusticia de las contraposiciones de clase. En el umbral de la historia
moderna, hace trescientos cincuenta años, Thomas Münzer proclamó sonoramente
esa consciencia por el mundo. La misma llamada suena —y se apaga— en las
revoluciones burguesas inglesa y francesa. Y si el llamamiento a suprimir las
contraposiciones y diferencias de clases, que hasta 1830 dejó frías a las clases
trabajadoras y en sufrimiento, encuentra hoy eco entre millones, repercute en un
país tras otro, y precisamente en la misma sucesión y con la misma intensidad con
que se desarrolla en los diversos países la gran industria, si ese grito ha
conquistado una fuerza que puede hacer frente a todos los poderes unidos contra él
y puede estar segura de su triunfo en un próximo futuro, ¿a qué puede deberse
todo ello? A que, por una parte, la gran industria moderna ha creado un
proletariado, una clase que puede formular por vez primera en la historia la
exigencia de suprimir no tal o cual organización de clase o tal o cual privilegio de
clase, sino las clases como tales, y que se encuentra en tal situación que tiene que
imponer esa exigencia so pena de hundirse en la condición del coolí chino. Y, por
otra parte, a que esa misma gran industria ha creado con la burguesía una clase
que posee el monopolio de todos los instrumentos de producción y todos los medios
de vida, pero que en todos los períodos de loca exaltación y en todos los cracks que
siguen a esos períodos prueba ser ya incapaz de seguir dominando las fuerzas
productivas que han crecido más de lo que su poder abarca; una clase bajo cuya
direccion la
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sociedad corre hacia la ruina como una locomotora cuyo maquinista fuera
demasiado débil para abrir la bloqueada válvula de escape. Dicho de otro modo:
aquel fenómeno se debe a que tanto las fuerzas productivas producidas por el
moderno modo de producción capitalista cuanto el sistema de distribución de
bienes por él creado han entrado en hiriente contradicción con aquel modo de
producción mismo, y ello hasta tal punto que tiene que producirse una subversión
de los modos de producción y distribución que elimine todas las diferencias de clase,
si es que la entera sociedad moderna no tiene que perecer. La certeza de la victoria
del socialismo moderno se basa en ese hecho material y tangible que se impone con
irresistible necesidad y en forma más o menos clara a las cabezas de los proletarios
explotados; en eso, y no en las ideas de lo justo y lo injusto
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La relación de la política general con las formaciones del derecho económico está
tan resuelta y, al mismo tiempo, tan peculiarmente determinada en mi sistema, que
no será superflua para facilitar el estudio una especial referencia a este punto. La
formación de las relaciones políticas es lo históricamente fundamental, y las
dependencias económicas no son más que un efecto o caso especial y, por tanto,
siempre hechos de segundo orden. Algunos de los recientes sistemas socialistas
parecen evidentemente presentar una actitud completamente invertida respecto de
ese principio rector, pues desarrollan las subordinaciones políticas como a partir de
las condiciones económicas. Cierto que estos efectos de segundo orden existen
como tales, y son sobre todo perceptibles en el presente; pero lo primitivo tiene que
buscarse en el poder político inmediato, y no en un indirecto poder económico.
del principio de que las condiciones políticas son la causa decisiva de la situación
económica, y que la relación inversa no representa sino una retroacción de segundo
orden...; si se concibe la agrupación política no por sí misma, como punto de
partida, sino exclusivamente como medio de lograr el pienso, se conservará siempre
un buen trozo oculto de reacción por más radicalmente socialista y revolucionario
que se parezca.
Tal es la teoría del señor Dühring. Aparece simplemente afirmada, decretada, por
así decirlo, en esos otros muchos lugares. En ninguno de los tres gruesos
volúmenes se hace el menor intento de prueba o de refutación de la opinión
contraria. Y aunque las pruebas fueran tan baratas como las moras, el señor
Dühring se abstendría de darnos prueba alguna, pues el asunto está ya probado
por el célebre pecado original con el cual Robinson sometió a Viernes. Fue un acto
de violencia, es decir, un acto político. Y como esa opresión constituye el punto de
partida y el hecho fundamental de toda la historia pasada, y como la tal acción ha
sido inoculada de injusticia por el pecado original, de tal modo que
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Observemos ante todo que hace falta estar tan enamorado de sí mismo como lo está
el señor Dühring para considerar esa opinión "peculiar", cosa que no es en modo
alguno. La idea de que lo decisivo en la historia son las acciones políticas del poder
y del Estado es tan vieja como la historiografía misma, y es también la causa
principal de que se haya conservado tan poco acerca del desarrollo de los pueblos,
el movimiento silencioso y realmente impulsor que procede como trasfondo de esas
sonoras escenas. Esta idea ha dominado toda la historiografía del pasado, y no ha
recibido un primer golpe hasta los historiadores burgueses franceses de la
Restauración; lo único "peculiar" es que tampoco de esto sepa nada el señor
Dühring.
Sigamos: aun admitiendo por un momento que el señor Dühring tuviera razón al
decir que toda la historia pasada puede reconducirse al sometimiento del hombre
por el hombre, tampoco habríamos llegado, ni con mucho, al fondo de la cuestión.
Sino que habría que preguntarse por de pronto: ¿cómo llegó Robinson a oprimir a
Viernes? ¿Por mero gusto? Nada de eso. Más bien hemos visto que Viernes es
"oprimido como esclavo o mero instrumento para el servicio económico" y que "no es
sustentado sino como instrumento". Robinson ha sometido a Viernes
exclusivamente para que trabaje en provecho de Robinson. ¿Y cómo puede
Robinson obtener provecho del trabajo de Viernes? Sólo si Viernes produce con su
trabajo más medios de vida que los que tiene que darle Robinson para que sea
capaz de trabajar. Así, pues, contra el explícito precepto del señor Dühring,
Robinson no ha "tomado como punto de partida y por sí misma la agrupación
política" producida por el sometimiento de Viernes, sino que "la ha tratado
exclusivamente como medio de lograr el pienso"; que tenga la bondad de ver cómo se
pone de acuerdo con su señor y maestro Dühring.
El pueril ejemplo arbitrado por el señor Dühring para mostrar que el poder es lo
"históricamente fundamental" prueba, por el contrario, que el poder, la violencia, no
es más que el medio, mientras
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Así, pues, cuando el señor Dühring llama a la propiedad actual propiedad violenta y
la caracteriza como
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por fuerza de trabajo no es más que una parte del producto del trabajo ajeno
aprapiado sin equivalente, y, en segundo lugar, tiene que ser no sólo repuesto por
su productor, el trabajador, sino repuesto con un nuevo surplus [excedente]...
Originariamente la propiedad se nos presentó basada en el propio trabajo... La
propiedad se presenta ahora [al final del desarrollo trazado por Marx], por el lado
del capitalista, como el derecho a apropiarse trabajo ajeno no pagado, y, por el lado
del trabajador, como la imposibilidad de apropiarse de su propio producto. La
separación de propiedad y trabajo resulta consecuencia necesaria de una ley que
partía aparentemente de su identidad." Dicho de otro modo: aunque excluyamos
toda posibilidad de robo, violencia y estafa, aunque admitamos que toda propiedad
privada se basa originariamente en trabajo propio del propietario y que en todo el
ulterior proceso no se intecambian sino valores equivalentes, aun en ese caso
tropezaremos necesariamente, en el curso del desarrollo de la producción y del
intercambio, con el actual modo de producción capitalista, con la monopolización
de los medios de producción y de vida en las manos de una clase poco numerosa,
con el aplastamiento de la otra clase, la de los proletarios excluidos de la posesión y
que constituyen la enorme mayoría, con la alternancia periódica de producción
especulativamente hinchada y crisis comercial, y con toda la actual anarquía de la
producción. Todo el proceso se explica por causas puramente económicas, sin que
ni una sola vez hayan sido imprescindibles el robo, la violencia, el Estado o
cualquier otra intervención política. La "propiedad violenta" no es tampoco más que
una frase vanidosa destinada a disimular la falta de una comprensión del real
curso de las cosas.
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(CONTINUACION)
Pero consideremos algo más detenidamente ese omnipotente "poder" del señor
Dühring. Robinson somete a Viernes "con el puñal en la mano". Pero ¿de dónde ha
sacado el puñal? Ni en las fantásticas islas de las robinsonadas crecen hasta ahora
los puñales como las hojas de los árboles, y el señor Dühring nos debe, por tanto,
respuesta a esta pregunta. Del mismo modo que Robinson ha podido conseguir un
puñal, podemos suponer que Viernes aparece un buen día con un revólver cargado
en la mano, en cuyo caso se invierte toda la relación de "poder": Viernes manda y
Robinson tiene que trabajar. Pedimos perdón al lector por este juego de entrar tan
consecuentemente en la historia de Robinson y Viernes, propia del cuarto de los
niños y no de la ciencia; pero ¿cómo evitarlo? No tenemos más remedio que aplicar
concienzudamente el método axiomático del señor Dühring, y no es culpa nuestra
el que al hacerlo nos movamos siempre en un terreno de pura puerilidad. Así, pues,
el revólver triunfa sobre el puñal, y con esto quedará claro incluso para el más
pueril de los axiomáticos que el poder no es un mero acto de voluntad, sino que
exige para su actuación previas condiciones reales, señaladamente herramientas o
instrumentos, la más perfecta de las cuales supera a la menos perfecta; y que,
además, es necesario haber producido esas herramientas, con lo que queda al
mismo tiempo dicho que el productor de herramientas de poder más perfectas —
vulgo armas— vence al productor de las menos perfectas, o sea, en una palabra,
que la victoria del poder o la violencia se basa en la producción de armas, y ésta a
su vez en la producción en general, es decir: en el "poder económico", en la
"situación económica", en los medios materiales a disposición de la violencia.
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A comienzos del siglo XIV, la pólvora llegó a la Europa occidental a través de los
árabes, y subvirtió, como saben los niños de escuela, todo el arte de la guerra. La
introducción de la pólvora y de las armas de fuego no fue empero en modo alguno
un acto de violencia, sino una acción industrial, es decir, un progreso económico.
La industria es siempre industria, ya se oriente a la producción o a la destrucción
de las cosas. Y la introducción de las armas de fuego tuvo efectos radicalmente
transformadores no sólo en el arte mismo de la guerra, sino también en las
relaciones políticas de dominio y vasallaje. Para conseguir pólvora y armas de fuego
hacían falta una industria y dinero, y los que poseían las dos cosas eran los
habitantes de las ciudades, los burgueses. Por eso las armas de fuego fueron desde
el principio armas de las ciudades y de la ascendente monarquía, que se apoyaba
en las ciudades contra la nobleza feudal. Las murallas de piedra de los castillos de
la nobleza, hasta entonces inexpugnables, sucumbieron ante los cañones de los
ciudadanos, y las balas de las burguesas escopetas atravesaron las armaduras
caballerescas. Con la pesada caballería aristocrática se hundió también el dominio
de la nobleza; con el desarrollo de la clase urbana, la infantería y la artillería van
convirtiéndose progresivamente en las armas decisivas; obligado por la artillería, el
oficio de la guerra tuvo que añadirse una sección nueva y completamente
industrial: la de los ingenieros.
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La concurrencia de los diversos estados entre sí les obligaa utilizar cada año más
dinero para el ejército, la escuadra, la artillería, etc., es decir, a acelerar cada vez
más la catástrofe financiera; y, por otra parte, a realizar cada vez más en serio el
servicio militar obligatorio, y con ello, en definitiva, a familiarizar al pueblo entero
con el uso de las armas, a capacitarlo para imponer en un determinado momento
su voluntad contra el poder militar que le manda. Y ese momento se presenta en
cuanto que la masa del pueblo —trabajadores y campesinos del campo y la
ciudad— tengan una voluntad. En ese momento el ejército principesco se trasmuta
en ejército popular; la máquina se niega a seguir sirviendo y el militarismo
sucumbe por la dialéctica de su propio desarrollo. El socialismo conseguirá
infaliblemente lo que no consiguió la democracia burguesa de 1848 —precisamente
porque fue burguesa y no proletaria—, a saber: dar a las masas trabajadoras una
voluntad de contenido correspondiente a su situación de clase. Y esto significa la
ruptura del militarismo y, con él, la de todos los ejércitos permanentes, desde
dentro.
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Si pasamos ahora de la tierra al agua, se nos ofrece, con sólo contemplar los
últimos veinte años, una transformación de radicalidad aún mayor. La nave de
combate de la guerra de Crimea era el barco de madera de dos o tres puentes,
dotado con 60 a 100 cañones y movido aún principalmente a vela, pues su débil
máquina de vapor no era más que un elemento auxiliar. Llevaba principalmente
piezas de 32 libras, con tubos de unos 25 quintales, y algunas pocas piezas de 68
libras con tubos de menos de 50 quintales. Hacia fines de la guerra aparecieron
baterías flotantes y acorazadas de hierro, pesadas, casi inmovibles; pero que para la
artillería naval de la época eran monstruos casi invulnerables. Pronto se adoptó ese
blindaje de hierro también para las naves de combate; la coraza era al principio
delgada: se consideraba que un espesor de cuatro pulgadas era ya una coraza
pesadísima. Pero el progreso de la artillería superó pronto esos blindados; para
cada espesor de los que se aplicaron sucesivamente se encontró una nueva
artillería más pesada que lo atravesaba fácilmente. Y así hemos llegado hoy, por un
lado, a espesores de blindado de diez, doce, catorce y veinticuatro pulgadas (Italia
se propone construir un barco con una coraza de tres pies de espesor), y, por otra,
a piezas artilleras rayadas de 25, 35, 80 y hasta 100 toneladas de peso por tubo, las
cuales lanzan a distancias antes inauditas proyectiles de 400, 1.700 y hasta 2.000
libras. La actual nave de combate es un gigantesco vapor acorazado, movido por
hélice, que desplaza de 8.000 a 9.000 toneladas y cuenta con una fuerza de 6.000 a
8.000 caballos de vapor, lleva torres giratorias, cuatro o, a lo sumo, seis piezas
pesadas, y tiene una proa que termina, bajo la línea de flotación, en un espolón
para hundir por choque los barcos enemigos; es todo él una colosal
[*] Esto lo saben muy bien en el Estado Mayor prusiano. "El fundamento de la
organización militar es ante todo la estructuración de la vida económica de los
pueblos en general", dice el señor Max Jähns, capitán de Estado Mayor, en una
conferencia. (Kölnische Zeitung, 20 de abril de 1876, tercera página.)
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como todo otro fenómeno histórico, sucumbe por las consecuencias de su propio
desarrollo.
También aquí vemos, pues, con meridiana claridad, que no hay que buscar en
absoluto "lo primitivo en el poder político inmediato, en vez de en un poder
económico indirecto". Al contrario. ¿Qué resulta ser precisamente lo "primitivo" del
poder? La potencia económica, la disposición de los medios de poder de la gran
industria. El poder político en el mar, basado en los modernos buques de guerra, no
resulta nada "inmediato", sino precisamente mediado por la potencia económica,
por el alto desarrollo de la metalurgia, la utilización de técnicos hábiles y de ricas
minas de carbón.
Pero ¿para qué seguir? Dése en la próxima guerra naval al señor Dühring el mando
supremo, que él aniquilará sin torpedos ni demás artificios, sino con el simple
medio de su "poder inmediato", todas las escuadras acorazadas sometidas a la
situación económica.
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(CONCLUSION)
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familia y sin siervos no podría cultivar sino una reducida parte de sus posesiones?
Así, pues, para probar que el hombre, con objeto de someter a la naturaleza, tiene
que empezar por someter al hombre, el señor Dühring transforma sin más "la
naturaleza" en "propiedad de zonas grandes", y esta propiedad territorial —¿sin
determinar de quién?— se transforma en seguida en sus manos en propiedad de un
gran señor, el cual, naturalmente, no puede cultivar sus tierras sin siervos.
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cada vez más al Oeste. En Australia y Nueva Zelanda han fracasado todos los
intentos del Gobierno inglés de producir artificialmente una aristocracia de la tierra.
En resolución: si exceptuamos las colonias tropicales y subtropicales, en las que el
clima impide al europeo realizar trabajos agrícolas, el gran señor de la tierra que
rotura el suelo por medio de sus esclavos o siervos, sometiendo así la naturaleza a
su dominio, resulta una pura imagen de la fantasía. La verdad es lo contrario.
Cuando en la Antigüedad se presenta el gran terrateniente, como en Italia, no
convierte tierra agreste en campo fértil, sino que transforma la tierra de labor
preparada por el campesino en pastos para el ganado, despuebla y arruina todo el
país. Sólo en tiempos modernos, desde que una población más densa ha
aumentado el valor del terreno, y señaladamente desde que el progreso de la
agronomía ha hecho aprovechable también la tierra mala, ha empezado la gran
propiedad territorial a intervenir en gran escala en la roturación de tierras vírgenes
y de pastos, y ello principalmente robando a los campesinos sus tierras comunales,
igual en Inglaterra que en Alemania. Pero ni siquiera esto ha carecido de contrapeso.
Por cada acre de tierras comunales que los grandes terratenientes han roturado en
Inglaterra, han transformado en Escocia por lo menos tres acres de tierra ya
roturada en pastos para ovinos, y, al final, incluso en cotos de caza mayor.
Nos estamos interesando aquí exclusivamente por la afirmación del señor Dühring
según la cual la roturación de grandes extensiones de tierra —es decir,
aproximadamente toda la zona de cultivos— no ha tenido lugar "jamás ni en ningún
lugar" sino por medio de grandes terratenientes y de siervos; hemos visto que esa
afirmacion tiene "como presupuesto" una ignorancia histórica verdaderamente
inaudita. Pero no nos preocupamos aquí de si en diversas épocas los esclavos han
cultivado terrenos ya roturados, o roturados en gran parte (como ocurrió en la edad
del florecimiento griego), o de si lo han hecho los siervos (como ocurrió en las
explotaciones serviles desde la Edad Media); tampoco discutimos ahora cuál ha sido
la función social de los grandes terratenientes en diversas épocas.
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Con lo que se ahorra, naturalmente, el tener que decir una palabrita siquiera sobre
el origen del capital, por ejemplo.
Si el señor Dühring no quiere decir con su dominio del hombre por el hombre, como
condición previa del dominio de la naturaleza por el hombre, sino que nuestra
actual situación económica, el grado de desarrollo hoy alcanzado por la agricultura
y la industria, es el resultado de una historia social desarrollada a través de
contraposiciones de clase, relaciones de dominio y servidumbre, entonces está
diciendo algo que desde el Manífiesto Comunista ha tenido tiempo de sobra para
convertirse en un lugar común. Lo que importa es explicar el origen de las clases y
de las relaciones de dominio, y si el señor Dühring no dispone para esa explicación
más que de la repetida palabra "violencia", no nos puede hacer avanzar ni un paso.
El simple hecho de que los dominados y explotados son en todo tiempo mucho más
numerosos que los dominantes y explotadores —lo que quiere decir que la fuerza
real está del lado de aquéllos— basta para poner de manifiesto la necedad de toda
esta teoría de la violencia y el poder. Hay que explicar aún las relaciones de dominio
y servidumbre.
Los hombres entran en la historia tal como primitivamente salen del reino animal
en sentido estricto: aún semianimales, rudos, aún impotentes frente a las fuerzas
naturales, aún sin conocer las propias, pobres, por tanto, como los animales, y
apenas más productivos que ellos. Domina cierta igualdad en la situación vital, y
también, para los cabezas de familia, una especie de igualdad en la posición social:
por lo menos, hay una ausencia de clases sociales, ausencia que aún perdura en
las comunidades espontáneas agrícolas de los posteriores pueblos de cultura. En
todas esas comunidades hay desde el principio cierto interés común cuya
preservación tiene que confiarse a algunos individuos, aunque sea bajo la
supervisión de la colectividad: la resolución de litigios, la represión de
extralimitaciones de los individuos más allá de lo que está justificado, vigilancia
sobre las aguas, especialmente en los países calurosos, y, finalmente, funciones
religiosas propias del selvático primitivismo de ese estadio. Tales funciones públicas
se encuentran en las comunidades primitivas de todos los tiempos, en las más
antiguas comunidades de las marcas germánicas igual que en la
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India actual. Están, naturalmente, provistas de cierto poder y son los comienzos del
poder estatal. Las fuerzas productivas crecen paulatinamente; la población,
adensándose, crea en un lugar intereses comunes, en otro intereses en pugna entre
las diversas comunidades, cuya agrupación en grandes complejos suscita una
nueva división del trabajo, la creación de órganos para proteger los intereses
comunes y repeler los contrarios. Estos órganos, que ya como representantes de los
intereses colectivos de todo el grupo asumen frente a cada comunidad particular
una determinada posición que a veces puede ser incluso de contraposición,
empiezan pronto a independizarse progresivamente, en parte por el carácter
hereditario de los cargos, carácter que se introduce casi obviamente porque en ese
mundo todo procede de modo natural y espontáneo, y en parte porque esos cargos
van haciéndose cada vez más imprescindibles a causa de la multiplicación de los
conflictos con otros grupos. No es necesario que consideremos ahora cómo esa
independización de la función social frente a la sociedad pudo llegar con el tiempo a
ser dominio sobre la sociedad, cómo el que empezó como servidor se transformó
paulatinamente en señor cuando las circunstancias fueron favorables, cómo, según
las condiciones dadas, ese señor apareció como déspota o sátrapa oriental, como
príncipe tribal griego, como jefe de clan céltico, etc., ni en qué medida durante esa
transformación aplicó también la violencia; ni cómo, por último, las diversas
personas provistas de dominio fueron integrando una clase dominante. Lo único
que nos interesa aquí es comprobar que en todas partes subyace al poder político
una función social: y el poder político no ha subsistido a la larga más que cuando
ha cumplido esa su función social. Los muchos despotismos que han aparecido y
desaparecido en Persia y la India sabían siempre muy bien que eran ante todo los
empresarios colectivos de la irrigación de los valles fluviales, sin la cual no es
posible la agricultura en esas regiones. Los cultos ingleses han sido los primeros
que se han permitido olvidarlo en la India; los ingleses entregaron a la ruina los
canales y las esclusas, y ahora están finalmente descubriendo, a causa del hambre
que regularmente se produce, que han descuidado la única actividad que podía
justificar su dominio de la India en la medida en que había justificado el de sus
predecesores.
Pero junto a la formación de esa clase tuvo lugar la constitución de otra. La división
espontánea del trabajo en el seno de la familia campesina permitió, alcanzado cierto
nivel de bienestar, el añadido de una o más fuerzas de trabajo ajenas a la familia.
Esto
pág. 174
ocurrió sobre todo en las tierras en las que había desaparecido la vieja posesión
comunitaria del suelo, o en las que, por lo menos, el antiguo cultivo colectivo había
pasado a segundo término tras el cultivo separado de las distintas parcelas por las
familias correspondientes. La producción estaba ya lo suficientemente desarrollada
como para que la fuerza de trabajo humana pudiera producir más de lo que
necesitaba para su simple sustento; existían medios para sostener más fuerza de
trabajo, así como los necesarios para ocuparla; la fuerza de trabajo se convirtió así
en un valor. Pero la propia comunidad y la asociación a la que pertenecía no podían
suministrar fuerza de trabajo disponible suplementaria. La guerra la suministró, y
la guerra es tan antigua como la existencia simultánea de varios grupos sociales en
contacto. Hasta entonces no se había sabido qué hacer con los prisioneros de
guerra; se les había matado simplemente, y antes habían sido comidos. Pero en el
nivel de la "situación económica" ahora alcanzado, esos prisioneros cobraron un
valor: se les dejó vivir y se utilizó su trabajo. En vez de dominar la situación
económica, el poder y la violencia quedaron, pues, constreñidos al servicio de la
situación económica. Así se inventó la esclavitud. La esclavitud se convirtió pronto
en la forma dominante de la producción en todos los pueblos que se habían
desarrollado más allá del viejo tipo de comunidad; pero al final fue también una de
las causas principales de su decadencia. La esclavitud posibilitó la división del
trabajo en gran escala entre la agricultura y la industria, y, con esa división del
trabajo, posibilitó también el florecimiento del mundo antiguo, la civilización griega.
Sin esclavitud no hay Estado griego, ni arte griego, ni ciencia griega; sin esclavitud
no hay Imperio Romano. Y sin el fundamento del helenismo y del romanismo no
hay tampoco Europa moderna. No deberíamos olvidar nunca que todo nuestro
desarrollo económico, político e intelectual tiene como presupuesto una situación
en la cual la esclavitud fue reconocida como necesaria y universal. En este sentido
podemos decir: no hay socialismo moderno sin esclavitud antigua.
pág. 175
Añadamos con esta ocasión que todas las contraposiciones históricas conocidas
entre clases explotadoras y explotadas, dominantes y dominadas, encuentran su
explicación en esa productividad relativamente subdesarrollada del trabajo humano.
Mientras la población que realmente trabaja está tan absorbida por su trabajo
necesario que carece de tiempo para la gestión de los asuntos comunes de la
sociedad —dirección del trabajo, asuntos de estado, cuestiones jurídicas, arte,
ciencia, etc.—, tuvo[34] que haber una clase especial liberada del trabajo real y que
resuelva esas cuestiones,
pág. 176
y esa clase no dejó nunca de cargar sobre las espaldas de las masas trabajadoras
cada vez más trabajo en beneficio propio. El gigantesco aumento de las fuerzas
productivas alcanzado por la gran industria permite finalmente dividir el trabajo
entre todos los miembros de la sociedad sin excepción, limitando así el tiempo de
trabajo de cada cual, de tal modo que todos se encuentren con tiempo libre para
participar en los comunes asuntos de la sociedad, los teoréticos igual que los
prácticos. Sólo ahora, pues, se ha hecho superfluo toda clase dominante y
explotadora, y hasta se ha convertido en un obstáculo al desarrollo social; y sólo
ahora será despiadadamente suprimida, por mucho que se encuentre en posesión
del "poder inmediato".
Si, pues, el señor Dühring se permite arrugar la nariz ante la civilización griega,
porque ésta se basaba en la esclavitud, puede reprochar a los griegos, con la misma
justificación, que no tuvieran máquinas de vapor ni telégrafo eléctrico. Y cuando
afirma que nuestra moderna servidumbre asalariada no es más que una herencia,
algo transformada y suavizada, de la esclavitud, y no debe explicarse por sí misma
(es decir, por las leyes económicas de la sociedad moderna), o bien está afirmando
que el trabajo asalariado es, como la esclavitud, una forma de servidumbre y de
dominio de clase, cosa que sabe todo el mundo, o bien está sosteniendo una tesis
falsa. Pues con la misma razón podríamos decir que el trabajo asalariado debe
explicarse exclusivamente como forma suavizada de la antropofagia, que es la forma
hoy día generalmente comprobada de utilización primitiva del enemigo vencido.
Con eso estará claro cuál es el papel que desempeña la violencia en la historia,
comparado con el desarrollo económico. En primer lugar, todo poder político
descansa originariamente en una función económica, social, y aumenta en la
medida en que, por disolución de las comunidades primitivas, los miembros de la
sociedad se transforman en productores, con lo que se alejan cada vez más de los
administradores de las funciones sociales colectivas. Luego, cuando el poder
político se ha independizado ya frente a la sociedad, se ha transformado de servidor
en señor, puede actuar en dos sentidos. O bien lo hace en el sentido y la dirección
del desarrollo económico objetivo, en cuyo caso no existe roce entre ambos y se
acelera el desarrollo económico, o bien obra contra este desarrollo, y entonces
sucumbe, con pocas excepciones, al desarrollo económico. Estas pocas excepciones
son casos aislados de conquista en los cuales los salvajes conquistadores aniquilan
o
pág. 177
pág. 178
admite la posibilidad de que tal vez sea necesaria la violencia para derribar la
economía de la explotación del hombre: por desgracia, pues toda aplicación de la
violencia desmoraliza al que la aplica. Esto hay que oír, cuando toda revolución
victoriosa ha tenido como consecuencia un gran salto moral y espiritual. Y hay que
oírlo en Alemania, donde un choque violento —que puede imponerse
inevitablemente al pueblo— tendría por lo menos la ventaja de extirpar el servilismo
que ha penetrado en la consciencia nacional como secuela de la humillación sufrida
en la guerra de los Treinta Años. ¿Y esa mentalidad de predicador, pálida, sin savia
y sin fuerza, pretende imponerse al partido más revolucionario que conoce la
historia?
pág. 179
Han pasado casi cien años desde que apareció en Leipzig un libro que ha tenido
hasta comienzos de este siglo treinta y tantas ediciones, y ha sido distribuido y
difundido en las ciudades y el campo por los funcionarios, los clérigos y los
filántropos de todas clases, además de prescribirse de un modo general a las
escuelas elementales como libro de lectura. El libro es El amigo de los niños, de
Rochow. Ese libro se proponía adoctrinar a los jóvenes retoños de los campesinos y
los artesanos acerca de su oficio y de sus deberes para con sus superiores sociales
y estatales, y enseñarles al mismo tiempo una benéfica satisfacción con su destino
terrenal, con el pan negro y las patatas, el trabajo de prestación servil, el salario
bajo, los bastonazos paternos y otras alegrías semejantes, todo ello se hacía por
medio de la ilustración entonces corriente en el país. Con esos fines se explicaba a
la juventud de la ciudad y del campo cuán sabia es la institución natural por la
cual el hombre tiene que ganarse con el trabajo su sostenimiento y sus goces, y
cuán feliz es consiguientemente el campesino o el artesano, ya que le está permitido
condimentar su comida con amargo trabajo, en vez de estar siempre torturado,
como el rico glotón, por el estómago indispuesto, la retención biliar o el empacho,
de tal modo que sólo con asco puede engullir incluso los más selectos bocados.
Estas mismas vulgaridades que el viejo Rochow consideró adecuadas para la
juventud campesina de la Sajonia electora de su tiempo nos ofrece el señor Dühring
en las páginas 14 y siguientes de su Curso como lo "absolutamente fundamental"
de la más reciente economía política.
"Las necesidades humanas tienen como tales sus leyes naturales, y, desde el punto
de vista de su acrecentamiento, se encuentran encerradas en límites que sólo la
innaturaleza puede rebasar durante algún tiempo, hasta que a la misma siguen la
repugnancia, el tedio vital, el embotamiento, la amputación social y, finalmente,
una salvadora aniquilación... Un juego que consista en puras distracciones, sin
ninguna otra finalidad seria, lleva
pág. 180
Se trata, como se ve, de las más triviales trivialidades de un Rochow honorario, las
cuales celebran en la obra del señor Dühring su centenario, y lo hacen, encima,
como "profunda fundamentación" del único "sistema socialitario" verdaderamente
crítico y científico.
Una vez puesto ese fundamento puede el señor Dühring seguir construyendo.
Aplicando el método matemático, empieza por darnos una serie de definiciones
según el modelo del antiguo Euclides. Este procedimiento es tanto más cómodo
cuanto que le permite componer de tal modo sus definiciones que ya esté
parcialmente contenido en ellas lo que habrá que demostrar con su ayuda. Así
sabemos, por de pronto, que
pág. 181
a prestaciones gratuitas. Y hoy día, hasta un niño de seis años puede ver que la
riqueza domina hombres exclusivamente por medio de las cosas de que dispone.
Pero ¿por qué tiene que elaborar el señor Dühring esa falsa definición de la riqueza?
¿Por qué tiene que desgarrar la conexión real que ha imperado en todas las
sociedades clasistas que han existido? Lo hace para poder desplazar la riqueza del
terreno económico al terreno moral. El dominio sobre cosas está muy bien, pero el
dominio sobre hombres es cosa mala; y como el señor Dühring se ha prohibido a sí
mismo explicar el dominio sobre hombres por el dominio sobre cosas, puede
practicar de nuevo aquí un audaz pase de prestidigitación y explicarlo
expeditivamente por la conocida violencia. La riqueza como dominio sobre hombres
es "el bandidismo", con lo que llegamos de nuevo a una edición empeorada del
primigenio y proudhoniano "la propiedad es el robo".
Y con esto hemos situado felizmente la riqueza al alcance de los dos puntos de vista
esenciales de la producción y la distribución: riqueza como dominio sobre cosas es
riqueza de producción, el lado bueno de la riqueza; riqueza como dominio sobre
hombres es la riqueza de distribución que ha existido hasta hoy, el lado malo de la
riqueza: ¡afuera con él! Aplicado a la situación actual, ese principio significa: el
modo capitalista de producción está muy bien y puede seguir existiendo, pero el
modo capitalista de distribución no vale y tiene que suprimirse. A esos absurdos
lleva el escribir sobre economía sin haber entendido siquiera la conexión entre
producción y distribución.
Dicho de otro modo: el valor es el precio. O más bien, por no ser injustos con el
señor Dühring, sino recoger en lo posible con sus propias palabras el absurdo de su
definición: el valor son los precios. Pues en la página 19 nos dice: "el valor y los
precios que lo expresan en dinero", comprobando, pues, él mismo que un mismo
valor tiene muy diversos precios y, por tanto, con su definición, otros tantos valores
diversos. Si Hegel no estuviera muerto hace mucho tiempo, se ahorcaría al ver estos
resultados. Pues ni con toda su teología habría conseguido él producir este valor
que tiene tantos valores diversos cuantos diversos precios tiene. Hace falta,
pág. 182
en efecto, toda la seguridad del señor Dühring para empezar una nueva y más
profunda fundamentación de la economía con la declaración de que la única
diferencia conocida entre precio y valor es que el uno está expresado en dinero y el
otro no.
Pero con todo esto seguimos sin saber qué es el valor, y aún menos con qué se
determina. El señor Dühring tiene, pues, que añadir más explicaciones.
pág. 183
¿Qué utilidad tiene toda esa pueril inversión falseadora de los hechos? La de
permitir pasar del "valor de producción", valor verdadero, pero hasta ahora sólo
ideal, por medio de la "resistencia", al único valor que hasta ahora impera en la
historia, el valor de "distribución" falseado por la violencia:
pág. 184
como comprador lo que ha ganado como vendedor, con lo que los precios han
cambiado nominalmente, pero siguen siendo en realidad lo que eran antes, iguales,
y todo sigue como estaba y el célebre valor de distribución es mera apariencia, o
bien los supuestos gravámenes y tributos representan una suma de valor real, a
saber, una suma producida por la clase trabajadora y productora de valor, pero que
se apropia la clase de los monopolistas; esa suma de valor consta entonces de
trabajo no pagado; en este caso, a pesar del hombre con el puñal en la mano, a
pesar de los supuestos tributos y del supuesto valor de distribución, nos
encontramos con la teoría marxiana de la plusvalía.
"La formación del precio por medio de la competencia individual debe considerarse
también como una forma de la distribución económica y de la tributación
recíproca...; supóngase que las existencias de una mercancía necesaria disminuyen
de repente de un modo considerable: entonces el vendedor se encuentra con un
desproporcionado poder para explotar...; el aumento puede ser colosal, como
muestran especialmente aquellas circunstancias anómalas en las que se
interrumpe por algún tiempo considerable el suministro de artículos necesarios, etc.
Hay además en el curso normal de las cosas monopolios de hecho que se permiten
un aumento arbitrario de los precios, como ocurre con los fcrrocarriles, las
sociedades de suministro de agua y gas del alumbrado a las ciudades, etc.
Por lo demás, tampoco en estos monopolios puede descubrirse al hombre del puñal
en la mano que, según el señor Dühring, tiene que estar tras ellos. Antes al
contrario: en las ciudades sitiadas, el hombre del puñal, el comandante, si
realmente cumple con sus funciones, termina muy pronto con el monopolio, y
confisca las reservas monopolísticas para distribuirlas homogéneamente. Por otra
parte, cuando los hombres del puñal han intentado fabricar un "valor de
distribución", no han cosechado más que malos
pág. 185
¿Qué decir a esto? Si todos los valores de las mercancías se miden por la energía
humana incorporada a ellas, ¿qué queda del valor de distribución, del suplemento
del precio y de la tributación?
pág. 186
El señor Dühring nos dice sin duda que también cosas no producidas, e incapaces,
por tanto, de tener propiamente un valor, reciben un valor de distribución y pueden
cambiarse por cosas producidas, con valor. Pero al mismo tiempo nos dice que
todos los valores, por tanto, también los pura y exclusivamente de distribución,
consisten en la energía incorporada a ellos. Desgraciadamente no nos dice cómo va
a incorporarse energía a una cosa no producida. En todo caso, al final de esa
confusión de valores queda claro que el valor de distribución, el suplemento de
precio impuesto a las mercancías por la posición social, la imposición de tributos
por el puñal, se reducen a nada; el valor de las mercancías se determina
exclusivamente por la cantidad de energía humana, vulgo trabajo, que se encuentra
incorporada en ellas. El señor Dühring dice, pues, aunque confusa y
desaliñadamente, si se prescinde de la renta de la tierra y de los pocos precios de
monopolio, lo mismo que hace tiempo dijo clara y precisamente la teoría del valor
de Ricardo Marx.
pág. 187
Con esto llegamos por fin a lo que realmente quiere decir el señor Dühring. El valor
de una mercancía se determina por los costes de producción, dicho en el lenguaje
de la economía vulgar;
frente a lo cual Carey "subrayó la verdad de que no son los costes de producción los
que determinan el valor, sino los costes de reproducción". (Historia crítica, pág. 401).
La determinación del valor de la mercancía por el salario del trabajo, que en Adam
Smith se entrecruza aún frecuentemente con la determinación del valor por el
tiempo de trabajo, ha sido expulsada de la economía científica desde Ricardo, y no
se mantiene hoy más que en la economía vulgar. Los más triviales sicofantes del
existente orden social capitalista son los que hoy predican la determinación del
valor por el salario del trabajo, presentando al mismo tiempo el beneficio del
capitalista como un tipo superior de salario, un salario de la renuncia (de la
renuncia a gastarse el capital en juergas), como premio del riesgo, como salario de
la dirección de los asuntos, etc. El señor Dühring no se diferencia de ellos más que
por el hecho de declarar robo al beneficio. Dicho de otro modo: el señor Dühring
basa directamente su socialismo en las doctrinas de la economía vulgar de peor
calidad. Lo que ocurra a esa economía vulgar ocurrirá a su socialismo. Ambos se
sostendrán y caerán juntos.
Es claro que lo que un trabajador produce y lo que cuesta son cosas tan distintas
como lo que produce y lo que cuesta una máquina. El valor creado por un
trabajador en una jornada de doce horas no tiene nada en común con el valor de
los alimentos que
pág. 188
Toda evolución de la sociedad humana por encima del nivel de salvajismo animal
empezó el día en que el trabajo de la familia creó más productos de los que eran
necesarios para su sustento, el día, esto es, en que una parte del trabajo pudo
aplicarse no ya a la producción de meros medios de vida, sino a la de medios de
producción. El fundamento de todo progreso social, político e intelectual fue y sigue
siendo la existencia de un excedente del producto del trabajo respecto de los costes
de sostenimiento del trabajo, y la formación y el incremento de un fondo social de
producción y reserva procedente de aquellos excedentes. En la historia transcurrida
hasta ahora, ese fondo estuvo en poder de una clase privilegiada, que consiguió con
él también el poder político y la dirección espiritual. La próxima transformación
social hará finalmente social ese fondo de producción y reserva, es decir, la masa
total de las materias primas, los instrumentos de producción y los alimentos, al
sustraerlos a la disposicion de aquella clase privilegiada y adjudicándolos como
bien común a la sociedad entera.
pág. 189
pág. 190
jamás del gran descubrimiento con el que Ricardo empieza su obra capital:
El lector puede interpretar una frase así del modo que quiera, pero lo más seguro es
no interpretarla de ninguna manera.
Llegados a este punto, el lector puede escoger, de entre las cinco clases de valor que
nos presenta el señor Dühring, la que más le guste: el valor de producción, que
procede de la naturaleza, o el valor de distribución, que ha sido creado por la
maldad del hombre y que se caracteriza por ser medido por el gasto de energía que
no está realmente en él; o, tercero, el valor medido por el tiempo de trabajo; o,
cuarto, el valor medido por los costes de reproducción; o, finalmente, el valor
medido por el salario. La selección es, pues, abundante, la confusión completa, y no
nos queda ya sino exclamar con el mismo señor Dühring:
La teoría marxiana del valor no es más que "la común... doctrina de que el trabajo
es la causa de todos los valores, y el tiempo de trabajo la medida del mismo. Con
esto queda en completa oscuridad el modo como hay que concebir el diversificado
valor del trabajo que suele llamarse calificado... Cierto que, también según nuestra
teoría, sólo el tiempo de trabajo aplicado puede medir los costes naturales y, por
tanto, el valor absoluto de las cosas económicas; pero en este caso debe
considerarse igual en valor el tiempo de trabajo de cada cual, y sólo habrá que
considerar además, a propósito de prestaciones cualificadas, cómo coopera con el
tiempo individual de trabajo de un individuo el de otras personas... por ejemplo, en
la herramienta utilizada. Así, pues, no ocurre, como en la nebulosa concepción del
señor Marx, que el tiempo de trabajo de alguien valga ya en sí más que el de otra
persona, porque haya en él, por así decirlo, más tiempo medio de trabajo
condensado, sino que todo tiempo de trabajo es, sin excepciones y básicamente, del
mismo valor, sin que sea necesario pensar además en un valor medio, y lo único
que hay que hacer ante las prestaciones de una persona, igual que ante cualquier
producto terminado, es advertir cuánto tiempo de trabajo de otras personas puede
estar encubierto en la aplicación de un tiempo de trabajo aparentemente propio. Y
para la rigurosa validez de la teoría no significa ninguna diferencia el que se trate
de una herramienta de producción para uso de la mano, o de la mano misma, y
hasta de la cabeza, cosas todas que sin el tiempo de trabajo de otras gentes no
habrían podido cobrar la propiedad peculiar y la capacidad de rendimiento que
tienen. En cambio, el señor Marx, en todas sus exposiciones sobre el valor, no
consigue liberarse del fantasma, siempre presente en el fondo, de un tiempo de
trabajo cualificado. Lo que le ha impedido liberarse de esta tendencia es la
mentalidad tradicional de las clases cultivadas, para las cuales tiene que ser una
monstruosidad el admitir que el tiempo de trabajo de un peón es, desde el punto de
vista económico, exactamente del mismo valor que el del arquitecto".
El paso de Marx que ha dado ocasión a esa "majestuosa cólera" del señor Dühring
es muy corto. Marx está buscando qué es
pág. 192
pág. 193
Cierto que, según la teoría del señor Dühring, también en la comuna económica el
tiempo de trabajo utilizado es lo único que puede medir el valor de las cosas
económicas, pero aquí el tiempo de trabajo de todos debe considerarse por principio
exactamente igual en valor: todo tiempo de trabajo es sin excepción y básicamente
pág. 194
Pero contemplemos, a pesar de todo, con algo más de detalle la teoría de la igualdad
de valor. Todo tiempo de trabajo es plenamente equivalente, el del peón al del
arquitecto. Así, pues, el tiempo de trabajo, y con él el trabajo mismo, tienen un
valor. Pero el trabajo es el productor de todos los valores. Él es lo único que da un
valor en sentido económico a los productos naturales. El valor mismo no es sino la
expresión del trabajo humano socialmente necesario objetivado en una cosa. Por
tanto, el trabajo no puede tener un valor. Hablar del valor del trabajo y querer
determinarlo es lo mismo que hablar del valor del valor o del peso del peso, no de
un cuerpo pesado, y querer determinarlos. El señor Dühring se desentiende de
personajes como Owen, Saint Simon y Fourier llamándolos alquimistas sociales. Al
especular y fabular sobre el valor del tiempo de trabajo, es decir, del trabajo,
prueba él mismo estar muy por debajo de los verdaderos alquimistas. Y ahora
apréciese la osadía con la que el señor Dühring atribuye a Marx la afirmación de
que el tiempo de trabajo de alguien tiene ya en sí mismo más valor que el de otra
persona, lo que supone afirmar que el
pág. 195
tiempo de trabajo y el trabajo tienen un valor. Eso se atribuye a Marx: a Marx, que
ha sido el primero en exponer que el trabajo no puede tener ningún valor, y por qué
no puede tenerlo.
La comprensión de que el trabajo no tiene valor ni puede tenerlo es de suma
importancia para el socialismo, el cual se propone emancipar a la fuerza de trabajo
humana de su situación de mercancía. Al comprender eso caducan todos los
intentos —heredados por el señor Dühring del espontáneo socialismo obrero— de
regular la futura distribución de los medios de existencia como una especie de
superior salario del trabajo. Además, de aquella comprobación se sigue la ulterior
comprensión de que la distribución, en la medida en que está dominada por puntos
de vista puramente económicos, se regulará por el interés de la producción, y la
producción se promueve del mejor modo mediante una forma de distribución que
permita a todos los miembros de la sociedad desarrollar del modo más polifacético
posible sus capacidades, así como mantenerlas y ejercitarlas. Cierto que a la
mentalidad del señor Dühring, heredada de la de las clases cultivadas, tiene que
parecerle monstruoso que un día deje de haber peones y arquitectos de profesión, y
que el hombre que durante media hora haya dado instrucciones en calidad de
arquitecto pueda llevar también durante un rato la carretilla, hasta que vuelva a ser
útil su actividad como arquitecto. ¡Bonito socialismo es el que eterniza la profesión
de peón!
pág. 196
¿Cómo se resuelve esta importante cuestión del salario más alto del trabajo
eompuesto? En la sociedad de productores privados, los particulares o las familias
cargan con los costes de formación del trabajador calificado; por eso corresponde a
los particulares el precio, más alto, de la fuerza de trabajo calificada: el esclavo
hábil se vende más caro, y el obrero hábil cobra salario más alto. En la sociedad
organizada de un modo socialista, es la sociedad la que carga con esos costes, y por
eso le pertenecen también los frutos, los valores mayores producidos por el trabajo
compuesto. El trabajador mismo no tiene derecho a reclamar más que los otros. De
lo que se sigue, dicho sea incidentalmente, la práctica aplicación de que la favorita
reivindicación por el obrero del "producto pleno del trabajo" tiene también sus más
y sus menos.
pág. 197
"El señor Marx no tiene del capital el concepto económico general, según el cual se
trata de un medio de producción producido, sino que intenta descubrir una idea
más especial, dialéctico histórica, que penetre en el juego de metamorfosis de los
conceptos y de la historia. El capital tiene que proceder del dinero, tiene que
constituir una fase histórica que empieza con el siglo XVI, señaladamente con los
conatos de un mercado muudial ya supuestos en esa época. Es evidente que con
esa versión del concepto se pierde el rigor del análisis económico. En tan groseras
concepciones, que se proponen ser mitad lógicas y mitad históricas, aunque de
hecho no son sino bastardas de fantasía histórica y lógica, se arruina la capacidad
de distinción del entendimiento, junto con todo honesto uso de los conceptos",
Así, pues, según Marx, el capital ha nacido del dinero a principios del siglo XVI. Lo
que es como decir que el dinero metálico ha nacido, hace sus buenos tres mil años,
de las cabezas de ganado, porque en otros tiempos, y entre otras cosas, también las
cabezas de ganado han desempeñado funciones de dinero. Sólo el señor Dühring es
capaz de un modo de expresión tan grosero y desplazado. En la doctrina de Marx, el
dinero aparece como forma última en el análisis de las formas económicas en cuyo
seno tiene lugar el proceso de la circulación de mercancías. "Este último producto
de la circulación de mercancías es la primera forma de manifestación del capital.
Históricamente, el capital empieza en todas partes por enfrentarse con la propiedad
de la tierra en la forma de dinero, como riqueza en dinero, capital mercantil y
capital usurario... La misma historia se desarrolla cotidianamente ante nosotros.
Todo nuevo capital aparece en primera instancia en escena
pág. 198
Luego Marx estudia los procesos por los cuales el dinero se transforma en capital, y
halla por de pronto que la forma en la cual el dinero circula como capital es la
inversión de la forma en la cual circula como equivalente general de las mercancías.
El simple propietario de mercancías vende para comprar; vende lo que no necesita,
y compra lo que necesita con el dinero conseguido con la venta. El capitalista en
cierne compra desde el principio algo que no necesita él mismo; compra para vender,
y precisamente para vender más caro, para recuperar el valor en dinero puesto
inicialmente en el negocio de compra, aumentado por nuevo dinero. Y a ese
aumento llama Marx plusvalía.
¿De dónde procede esa plusvalía? No puede deberse a que el comprador compre las
mercancías por debajo de su valor, ni a que el vendedor las venda por encima de él.
Pues en ambos casos se igualan las ganancias y pérdidas de los individuos, en la
que cada uno de ellos es alternativamente comprador y vendedor. Tampoco puede
proceder de extorsiones, pues la extorsión, aunque puede sin duda enriquecer a
uno a costa de otro, no puede aumentar la suma total poseída por ambos, ni
tampoco, por tanto, la suma de los valores en circulación. "La totalidad de la clase
capitalista de un país no puede perjudicarse a sí misma."[39]
Y, sin embargo, vemos que la totalidad de la clase capitalista de cada país se
enriquece constantemente, vendiendo más caro que lo que compró, apropiándose
plusvalía. Estamos, pues, como al principio: ¿de dónde procede esa plusvalía? Hay
que resolver esta cuestión, y por vía puramente económica, excluyendo toda
extorsión, toda inmixtión de cualquier poder. La cuestión es: ¿cómo es posible
vender constantemente más caro de lo que se ha comprado, incluso admitiendo que
siempre se cambien valores iguales por valores iguales?
pág. 199
Al mostrar de ese modo cómo surge la plusvalía y cómo no puede producirse sino
bajo el dominio de las leyes qué regulan el intercambio de mercancías, Marx puso al
descubierto el mecanismo del actual modo de producción capitalista y del modo de
apropiación basado en él: desveló el núcleo cristalino en torno del cual se ha
depositado todo el orden social de hoy.
pág. 201
feudal. Con esto, y con la constitución del comercio mundial y del mercado mundial,
que datan de la misma época, estaba dado el fundamento sobre el cual la masa de
riqueza móvil existente podía transformarse progresivamente en capital, y en
dominante más o menos exclusivamente el modo de producción capitalista,
orientado a la producción de plusvalía.
Hasta aquí hemos venido repasando las "groseras concepciones" de Marx, esas
"bastardas de fantasía histórica y lógica" en las que "se arruina la capacidad de
distinción del entendimiento, junto con todo honesto uso de los conceptos".
Comparemos ahora esas "ligerezas" con las "profundas verdades lógicas" y la
"cientificidad última y más rigurosa en el sentido de las disciplinas exactas", tal
como nos las ofrece el señor Dühring.
Así pues, Marx "no tiene del capital el concepto económico general, según el cual se
trata de un medio de producción producido"; dice más bien que una suma de
valores se convierte en capital cuando se ufiliza formando plusvalía. Y ¿qué dice el
señor Dühring?
Por sibilino y torturado que ello esté dicho, una cosa es segura: el tronco de medios
de poder económicos puede dedicarse a continuar la producción por toda la
eternidad, pero, según las palabras del mismo señor Dühring, no se convertirá en
capital mientras no consiga "partes de los frutos de la fuerza de trabajo general", es
decir, plusvalía o por lo menos plusproducto. El pecado que el señor Dühring
reprocha a Marx, a saber, el no abrigar el concepto económico general del capital,
es pecado suyo, y el además comete otro, a saber, un torpe plagio de Marx "mal
disimulado" por su grandilocuente estilo.
El capital en sentido social [el señor Dühring va a tener que descubrir un capital en
sentido no social] es, en efecto, espccíficamentc distinto del mero medio de
producción, pues mientras que el último tiene un carácter meramente técnico y es
necesario en toda circunstancia, el primero se caracteriza por su fuerza social de
apropiación y formación de participaciones. El capital social es sin duda en gran
parte medio técnico de producción en su función social; pero esta función es
precisamente lo que... tiene que desaparecer.
pág. 202
Esa función, dice el señor Dühring, "no se basa en la naturaleza de los medios de
producción ni en su imprescindibilidad técnica".
pág. 203
"El capital —dice Marx— no ha inventado el plustrabajo. Siempre que una parte de
la sociedad posee el monopolio de los medios de producción, el trabajador, libre o
siervo, tiene que añadir al tiempo de trabajo necesario para su sustento otro tiempo
de trabajo suplementario, para producir los medios de vida del propietario de los
medios de producción."[44] Así, pues, el plustrabajo, el trabajo realizado en añadido
al tiempo necesario para el sustento del trabajador, y la apropiación de ese
plustrabajo por otros, o sea la explotación del trabajo, es común a todas las formas
de sociedad que han existido, en la medida en que se movieran en contraposiciones
de clase. Pero el medio de producción no cobra, según Marx, el carácter específico
de capital más que cuando el producto de ese plustrabajo asume la forma de
plusvalía, cuando el propietario de los medios de producción se enfrenta con el
trabajador libre —libre de ataduras sociales y exento de posesión propia— como
objeto de la explotación, y le explota con el fin de producir mercancías. Y esto no ha
ocurrido en grande sino desde fines del siglo XV y comienzos del XVI.
Es, por tanto, el señor Dühring el que no tiene "del capital el concepto
universalmente válido según el cual es medio de producción producido", sino más
bien un concepto radicalmente contrapuesto que incluye incluso el medio de
producción no producido, la tierra y sus fuentes de riqueza naturales. Por otra
parte, la idea
pág. 204
pág. 205
medios de producción que consiguen beneficio o interés, como puede verse por
extenso en las páginas 156 y siguientes del Curso. Lo mismo habría podido el señor
Dühring incluir primero bajo el nombre "locomotora" también a los caballos, bueyes,
asnos y perros, pues también con ellos es posible mover carruajes, y reprochar
luego a los ingenieros actuales que al limitar el nombre "locomotora" a las
modernas máquinas de vapor convierten todo en una fase histórica, caen en
groseras concepciones, bastardas de fantasía histórica y lógica, etc.; tras de lo cual
podría finalmente declarar que los caballos, los asnos, los bueyes y los perros
quedan excluidos de la denominación "locomotora", la cual vale sólo para las
máquinas de vapor. Todo lo cual nos obliga de nuevo a decir que precisamente con
la concepción dühringiana del concepto de capital se pierde toda la agudeza del
análisis y sucumbe toda capacidad de distinción, junto con el uso honesto de los
conceptos, y que las concepciones groseras, la confusión, las ligerezas presentadas
como profundas verdades lógicas y la fragilidad de los fundamentos florecen
precisamente en su obra.
Pero todo eso no quiere decir nada. Queda, a pesar de todo, para el señor Dühring
la gloria de haber descubierto el punto de apoyo en torno al cual se mueve toda la
economía pasada, toda la política y todo el derecho, en una palabra: la historia
entera. Helo aquí:
pág. 206
(CONCLUSIÓN)
En opinión del señor Marx, el salario no representa más que el pago del tiempo de
trabajo durante el cual el trabajador trabaja realmente para posibilitar la propia
existencia. Bastan para ello pocas horas; toda la parte restante de la jornada de
trabajo, a menudo muy larga, suministra un excedente en el que está contenido lo
que nuestro autor llama "plustrabajo" y en la lengua común se llama beneficio del
capital. Aparte del tiempo de trabajo contenido, ya en cualquier nivel de la
producción, en los medios de trabajo y sus correspondientes materias primas, aquel
excedente de la jornada de trabajo es la parte del empresario capitalista. Según esto,
la prolongación de la jornada de trabajo es puro beneficio estrujado en favor del
capitalista.
pág. 207
Es imposible expresarse con más claridad. En toda ocasión llama Marx la atención
sobre el hecho de que su plusvalía no debe confundirse con el beneficio, o ganancia
del capital, y que este último es más bien una forma subordinada, y muy a menudo
sólo una fracción, de la plusvalía. Y pues que el señor Dühring afirma a pesar de
todo que la plusvalía marxiana es, "en la lengua común", el "beneficio del capital", y
todo el libro de Marx gira en torno de este concepto, hay que concluir que no
tenemos más que dos explicaciones posibles: o bien el señor Dühring lo ha
entendido así, y entonces hace falta un impudor sin igual para criticar un libro
cuyo contenido capital no conoce, o bien lo entiende mejor, y entonces comete una
falsificación consciente.
Sigamos:
Es muy fácil de comprender el odio venenoso con que el señor Marx cultiva esta
mentalidad del negocio de explotación. Pero son posibles una cólera aún más
poderosa y un reconocimiento aún más pleno del carácter de explotación de la
forma económica basada en el trabajo asalariado sin necesidad de aceptar la
formulación teorética que se expresa en la doctrina marxiana de la plusvalía.
pág. 208
Así surge —sigue diciendo— "la cuestión de cómo los empresarios concurrentes son
capaces de dar al pleno producto del trabajo, y con él al plusproducto, un valor
duradero tan superior a los costes naturales de producción, como muestra la
aludida relación del excedente de las horas de trabajo. En la doctrina marxiana no
puede encontrarse una respuesta a esa cuestión, y ello por la sencilla razón de que
en dicha doctrina no puede siquiera plantearse la pregunta. Esa doctrina no
percibe siquiera seriamente el carácter de lujo de la producción basada en el
trabajo asalariado, no reconoce en modo alguno como fundamento último de la
esclavitud blanca la constitución social con sus posiciones de explotación. Antes al
contrario, según esa doctrina, lo político social tiene que explicarse por lo
económico.
Hemos visto por los pasos antes citados que Marx no afirma en modo alguno que el
plusproducto sea siempre y por término medio vendido a su pleno valor por el
capitalista industrial que es el primero en apropiárselo, como presupone aquí el
señor Dühring. Marx dice explícitamente que también la ganancia del comercio
constituye una parte de la plusvalía, y esto no es posible, en las condiciones
presupuestas, más que si el fabricante vende su producto al comerciante por debajo
del valor, cediéndole así una parte del botín. Tal como el señor Dühring la plantea,
la cuestión no podía, efectivamente, ni plantcarse siquiera a Marx. Pero la pregunta,
racionalmente formulada, dice así: ¿Cómo se transforma la plusvalía en sus formas
subordinadas de beneficio, interés, ganancia comercial, renta de la tierra, etc.? Y
Marx promete resolver esa cuestión en el libro tercero de su obra. Pero si el señor
Dühring no podía esperar a que apareciera el segundo volumen de El Capital, tenía
al menos que examinar más cuidadosamente el primero. Así habría podido leer,
además de los pasos citados, en la página 323,[47] por ejemplo, que, según Marx,
las leyes inmanentes de la producción capitalista se imponen como leyes
constrictivas de la competencia en el movimiento externo de los capitales, y que en
esta forma llegan a conciencia del capitalista individual como motivos impulsores;
que, por tanto, el análisis científico de la competencia no es posible más que
cuando se ha entendido la naturaleza interna del capital, del mismo modo que el
movimiento aparente de los cuerpos celestes no es comprensible más que para
aquel que conoce su movimiento real, pero no perceptible; tras de lo cual Marx
muestra con un ejemplo cómo se presenta y ejerce su fuerza impulsora una
determinada ley, la del valor, en un determinado
pág. 209
pág. 210
del capital es una institución política y social, la cual obra más poderosamente que
la competencia. Los empresarios obran en este aspecto como estamento, y cada uno
de ellos sostiene su posición. Una vez domina el correspondiente tipo de economía,
resulta ser una necesidad el que haya cierto grado de beneficio del capital.
El dominio del capital ha nacido y crecido como apéndice al dominio del suelo. Una
parte de los campesinos siervos llegó a las ciudades y se transformó en trabajadores
artesanales y, finalmente, en material de fábrica. Tras la renta de la tierra, el
beneficio del capital se ha desarrollado como una segunda forma de la renta de la
posesión.
pág. 211
precisamente lo que hay que explicar y probar. Por fuerza tenemos, pues, que
concluir que el señor Dühring es incapaz de dar respuesta a su propia pregunta, a
saber: ¿cómo pueden los empresarios competidores infundir duraderamente al
producto del trabajo un valor superior a sus costes naturales de producción? Esto
quiere decir que el señor Dühring es incapaz de explicar el origen del beneficio. Por
eso no le queda más recurso que decretar que el beneficio del capital es producto
del poder o la violencia, lo cual, por lo demás, coincide plenamente con el artículo 2
de la constitución social dühringiana: el poder distribuye. Lo cual está ciertamente
muy bien dicho; pero entonces "surge la cuestión": el poder distribuye... ¿qué? Algo
tiene que haber para distribuir, porque si no ni el más omnipotente poder
conseguirá, con la mejor voluntad del mundo, distribuir nada. El beneficio que se
meten en el bolsillo los empresarios competidores es una cosa muy sólida y tangible.
El poder puede tomarlo, pero no producirlo. Y si ya el señor Dühring nos niega
tenazmente la explicación de cómo el poder se apodera del beneficio empresarial,
cuando se trata de saber de dónde saca ese beneficio, el silencio de nuestro autor
es sepulcral. Donde no hay nada que distribuir, el emperador, como cualquier otro
poder, pierde todo derecho. De la nada no se obtiene nada, y señaladamente no se
obtiene beneficio. Si la propiedad del capital no tiene ningún sentido práctico y no
es susceptible de valoración más que en la medida en que contiene en sí el poder
directo sobre el material humano, entonces vuelve a surgir la pregunta triple:
primero, ¿cómo consigue el patrimonio en capital ese poder? Esta cuestión no
queda en absoluto resuelta con aquellas pocas afirmaciones históricas antes
citadas. Segundo: ¿cómo se transforma en valoración del capital, en beneficio, aquel
poder? Y, tercero, ¿de dónde toma ese beneficio?
Se tome por donde se tome, la economía dühringiana no permite dar un paso más.
Para todas las desagradables cuestiones que tiene pendientes —beneficio, renta de
la tierra, salarios de hambre, opresión del trabajo— tiene una sola palabra
explicativa: el poder, la violencia, y otra vez el poder, y la "más poderosa cólera" del
señor Dühring acaba por resolverse a su vez en cólera sobre el poder. Hemos visto,
en primer lugar, que esa apelación al poder y la violencia es una torpe escapatoria,
una remisión desde el terreno económico al terreno político, y que es incapaz de
explicar un solo hecho económico, y segundo, que la apelación deja por explicar el
origen del poder mismo, laguna, por lo demás, muy prudente,
pág. 212
pues para rellenarla tendría que llegar al resultado de que toda potencia social y
todo poder político tienen su origen en condiciones económicas previas, en los
modos de producción e intercambio históricamente dados de cada sociedad.
El carácter del beneficio del capital es una apropiación de la parte principalísima del
producto de la fuerza de trabajo. Es impensable sin el correlato de un trabajo
sometido de un modo u otro, inmediata o mediatamente.
Y en la página 183:
El salario del trabajo "no es en ningún caso más que una soldada por la cual tienen
que asegurarse en general el sustento y la capacidad de reproducción del
trabajador".
Lo que se adjudica a la renta de la posesión tiene que perderse para el salario del
trabajo, y, a la inversa, la parte de la capacidad general de
pág. 213
rendimiento (!) que llega al trabajo tiene que sustraerse a los ingresos de la posesión.
El señor Dühring nos lleva de sorpresa en sorpresa. En la teoría del valor y en los
capítulos siguientes, hasta la doctrina de la competencia, incluyendo ésta misma —
lo que quiere decir: desde la página 1 hasta la página 155—, los precios de las
mercancías, o valores, se dividían en: 1º, costes naturales de producción, o valor de
producción, es decir, las inversiones en materia prima, medios de trabajo y salario,
y 2º, gravamen o valor de distribución, tributación impuesta con el puñal en la
mano en favor de la clase de los monopolistas; ese gravamen, como vimos, no podía
en realidad modificar en nada la distribución de las riquezas, pues tiene que
devolver con una mano lo que toma con la otra; por lo demás, a juzgar por la
información que el senor Dühring nos da acerca de su origen y de su contenido, ese
gravamen ha nacido de la nada y consiste en nada. En los dos capítulos siguientes,
que tratan de las clases de ingresos y ocupan de la página 156 a la página 217, no
se dice ya una palabra de aquel gravamen. El valor de todo producto del trabajo, de
toda mercancía, se divide ahora en las dos partes siguientes: primero, los costes de
producción, incluido el salario del trabajo pagado, y, segundo, "el producto neto
conseguido mediante el aprovechamiento de la fuerza de trabajo", el cual constituye
el ingreso del dueño del trabajo. Y este producto neto tiene una fisionomía muy
conocida e imposible de ocultar por ningún tatuaje ni afeite. "Para aclararse
definitivamente la situación que aquí impera" basta con que el lector se imagine los
pasos del señor Dühring que acabamos de citar impresos al lado de los textos antes
citados de Marx sobre el plustrabajo, el plusproducto y la plusvalía, y el lector
hallará en seguida que el señor Dühring está transcribiendo directamente El Capital,
aunque a su manera.
pág. 214
No tenemos, pues, más remedio que admitir que el llamativo escándalo suscitado
por el señor Dühring sobre El Capital en la Historia crítica, y señaladamente toda la
polvareda que levanta con la célebre cuestión que se plantea a propósito de la
plusvalía —y que más le habría valido no plantear, puesto que él mismo no es
[*] Y ni siquiera esto, en realidad. Pues Rodbertus (Sociale Briefe <Cartas Sociales>,
núm. 2, pág 59) dice también: "Renta es según esta [su] teoría todo ingreso sin
trabajo propio, o sea meramente en base a una posesión".
pág. 215
Y así tenemos que describir los logros del señor Dühring con sus mismas palabras,
del modo siguiente:
"En opinión del señor" Dühring, "el salario no representa más que el pago del
tiempo de trabajo durante el cual el trabajador trabaja realmente para posibilitar la
propia existencia. Bastan para ello pocas horas; toda la parte restante de la jornada
de trabajo, a menudo muy larga suministra un excedente en el que está contenido
lo que nuestro autor llama "renta de la posesión..." Aparte del tiempo de trabajo
contenido, ya en cualquier nivel de la producción, en los medios de trabajo y sus
correspondientes materias primas, aquel excedente de la jornada de trabajo es la
parte del empresario capitalista. Según esto, la prolongación de la jornada de
trabajo es puro beneficio estrujado en favor del capitalista. Es muy fácil de
comprender el odio venenoso con que el señor" Dühring "cultiva esta mentalidad del
negocio de explotación..."
pág. 216
Adam Smith "no sólo ha dejado, curiosamente, de situar en cabeza el factor más
importante de todo desarrollo económico, sino que ha omitido incluso
completamente su formulación específica, olvidando así y rebajando
involuntariamente a un papel subordinado aquella fuerza que ha impuesto su
impronta al moderno desarrollo europeo". Esta "ley fundamental que hay que
colocar en cabeza es la del equipamiento técnico o, como podría decirse, del
armamento de la fuerza económica humana naturalmente dada".
Esta "ley fundamental" descubierta por el señor Dühring es del siguiente tenor:
pág. 217
Asombroso. El señor Dühring nos trata como aquel bromista de Moliere trató al
noble de nueva leva, al que comunicó la noticia de que durante toda su vida había
estado hablando en prosa sin saberlo. Sabemos hace mucho tiempo que inventos y
descubrimientos aumentan en muchos casos la fuerza productiva del trabajo (y en
otros muchos no, como prueba la basura de archivo de todas las oficinas de
patentes del mundo); lo que debemos al señor Dühring es la enseñanza de que esta
antigua trivialidad es la ley fundamental de toda la economía. Si el "triunfo de la
cientificidad superior" en economía, como en filosofía, no consiste más que en dar
al primer lugar común un nombre sonoro, proclamarlo ley de la naturaleza o hasta
ley fundamental, entonces el "más profundo fundamentar" y la subversión de la
ciencia quedan efectivamente al alcance de cualquiera, hasta de la redacción de la
Volks-Zeitung berlinesa. Y entonces también nos veríamos obligados "con todo rigor"
a aplicar al señor Dühring el juicio que él mismo ha emitido sobre Platón, del modo
siguiente:
"Si eso se presenta como sabiduría económica, habrá que decir que el autor de" las
fundamentaciones económicas "la comparte con cualquier persona movida a
formular un pensamiento" —y hasta meras palabras vacías— "a propósito de
alguna obvia trivialidad"
Ley núm. 2. División del trabajo: "La separación de las ramas profesionales y la
división de las actividades aumentan la productividad del trabajo."
pág. 218
Esas son las "leyes naturales" en las que el señor Dühring basa su nueva economía.
Sigue en esto fiel a su método, ya expuesto a propósito de la filosofía. Unas pocas
trivialidades de tristísima vulgaridad, y encima mal expresadas, constituyen los
axiomas, que no necesitan demostración, las proposiciones fundamentales, leyes
naturales también de la economía. Con el pretexto de exponer el contenido de esas
leyes vacías, se aprovecha la oportunidad para disparar una difusa charlatanería
económica sobre los diversos temas cuyos nombres aparecen en las supuestas leyes,
es decir, sobre inventos, división del trabajo, medios de transporte, población,
interés, competencia, etc., charlatanería cuya grosera trivialidad no tiene más
condimento que unas grandilocuencias sibilinas y, de vez en cuando, alguna errada
concepción o enfática y fantasmal especulación acerca de heterogéneas sutilezas
casuísticas. Luego se llega a la renta de la tierra, el beneficio del capital y el salario
del trabajo; y como en lo que precede no hemos tratado más que las dos últimas
formas de apropiación, estudiaremos ahora brevemente, para terminar, la
concepción dühringiana de la renta de la tierra.
Pasaremos aquí por alto todos los puntos en los que el señor Dühring se limita a
transcribir a su predecesor Carey; lo que nos interesa ahora no es Carey, ni
tampoco defender la concepción ricardiana de la renta de la tierra contra las
falsificaciones y las insensateces de Carey. El único que nos importa es el señor
Dühring, y éste define la renta de la tierra como "el ingreso que el propietario como
tal percibe de la tierra o suelo".
Pues, dice, "si se quisiera seguir con la analogía, la ganancia que queda al
arrendatario después de haber pagado la renta de la tierra debería corresponder al
resto del beneficio del capital que queda para el empresario que trabaja con capital
ajeno, una vez pagados los intereses. Mas no se está acostumbrado a considerar las
ganancias del arrendatario como ingreso
pág. 219
pág. 220
Los ingresos derivados del trabajo se llaman salario; los que alguien obtiene por la
aplicación de capital se llama beneficio...; el ingreso que procede exclusivamente de
la tierra se llama renta y pertenece al propietario del suelo... Esos diversos tipos de
ingresos son fáciles de distinguir cuando van a parar a personas diversas; cuando
van a parar a la misma persona, se mezclan frecuentemente, por lo menos en el
lenguaje cotidiano. Un terrateniente que administra por sí mismo una parte de su
tierra debería percibir, una vez deducidos los gastos de administración, tanto la
renta de propietario de la tierra cuanto el beneficio del arrendatario. Pero, al menos
en el lenguaje común, llamará beneficio a toda su ganancia, mezclando la renta con
el beneficio propiamente dicho. La mayoría de nuestros plantadores
norteamericanos y de las Indias occidentales se encuentran en esta situación; los
más cultivan sus propias posesiones, y por eso oímos rara vez hablar de la renta de
una plantación, y se nos habla en cambio del beneficio que produce... Un hortelano
que cultive con sus propias manos su huerta es en una sola persona terrateniente,
arrendatario y trabajador. Por eso su producto debería suministrarle la renta del
primero, el beneficio del segundo y el salario del tercero. Pero corrientemente se
considera el conjunto como fruto de su trabajo; la renta y el beneficio se confunden,
pues, aquí con el salario del trabajo.
Ese texto se encuentra en el capítulo sexto del libro primero de Adam Smith.[49] El
caso de la gestión en nombre propio ha sido, pues, estudiado hace ya cien años, y
las inseguridades y discutibilidades que tanto preocupan en este punto al señor
Dühring nacen exclusivamente de su propia ignorancia.
pág. 221
Con esto aprendemos dos cosas. Primera, que el arrendatario "disminuye" la renta
del propietario, con lo que, según el señor Dühring, y a diferencia de lo que se había
pensado hasta ahora, no es el arrendatario el que paga renta al terrateniente, sino
el terrateniente el que la paga al arrendatario, lo cual es ciertamente una
"concepción radicalmente propia". Y, en segundo lugar, sabemos finalmente lo que
el señor Dühring entiende por renta de la tierra, a saber, todo el plusproducto
obtenido mediante la explotación del trabajo campesino en la agricultura. Mas
como este plusproducto se ha dividido siempre hasta ahora en economía —tal vez
con la excepción de algunos economistas vulgares— en renta de la tierra y beneficio
del capital, nos vemos obligados a comprobar que tampoco de la renta de la tierra
tiene el señor Dühring "el concepto universalmente aceptado".
pág. 222
pág. 223
X. DE LA "HISTORIA CRITICA"
pág. 224
Según esto, no habría propiamente (!) que recordar absolutamente nada positivo,
por lo que hace a la teoría económica científica, de la Antigüedad, y la Edad Media,
totalmente acientífica, aún ofrece menos motivo para ello" [¡menos motivo para no
decir nada!]. Pero como al amaneramiento que consiste en afectar vanidosamente la
aparieneia de erudición ha deteriorado el carácter puro de la ciencia moderna,
habrá que aducir por lo menos como indicación algunos ejemplos.
Y el señor Dühring aporta entonces ejemplos de una crítica que realmente está libre
incluso de toda "apariencia de erudición".
doble es el uso de todo bien: el uno es propio de la cosa como tal, y el otro no, como,
por ejemplo, de una sandalia, el servir para calzar y para el trueque; ambos son
usos de la sandalia, pues también el que la cambia por algo de que carece, dinero o
alimento, utiliza la sandalia como sandalia; pero no en su uso natural, pues la
sandalia no existe por el trueque,
no sólo está, según el señor Dühring, "dicha muy trivial y pedantemente", sino que,
además, los que descubren en ese texto una "distinción entre valor de uso y valor
de cambio" cometen la "humorada" de olvidar que el valor de uso y el valor de
cambio han cuajado en "tiempos recentísimos" y "en el marco del sistema más
adelantado", que es, naturalmente, el del propio señor Dühring.
Esto se refiere probablemente al paso del capítulo XII, 5, de El Capital, página 369
de la tercera edición,[52] en el que, en realidad, se establece, por el contrario, que la
visión de la división del trabajo propia de la Antigüedad clásica se encuentra "en la
más radical contraposición" con la moderna. La exposición de la división del
pág. 225
trabajo por Platón, genial para su época, no merece del señor Dühring más que
cejas fruncidas y nariz arrugada; Platón la expone como fundamento espontáneo de
la ciudad (que para el griego era lo mismo que el Estado). La razón del desprecio es
que Platón no cita —¡pero lo hace el griego Jenofonte, señor Dühring!—[53] la
"frontera"
que pone la extensión del mercado en cada caso a la ulterior ramificación de las
profesiones y a la división técnica de las operaciones especiales; la idea de esta
frontera es aquel conocimiento con el cual se convierte finalmente en una verdad
económica de importancia un concepto que en otro caso apenas si puede llamarse
científico.
El papel del dinero ha sido en todo tiempo el primer estímulo capital de los
pensamientos económicos (!). Mas, ¿qué sabía de ese papel un Aristóteles? Sólo,
evidentemente, lo contenido en la idea de que el intercambio por la mediación del
dinero ha seguido al intercambio natural primitivo.
Pero si "un" Aristóteles se permite a pesar de todo descubrir las dos diversas formas
de circulación del dinero, aquella en la cual actúa como mero medio de circulación,
y aquella en la cual actúa como capital dinero,[54]
entonces no hace más que expresar, según el señor Dühring, "una antipatía moral".
pág. 226
Por lo que hace al capítulo del señor Dühring sobre el mercantilismo vale más leerlo
en el "original", es decir, en el Sistema nacional de F. List, capítulo 29, "El sistema
industrial, erróneamente llamado mercantil por la escuela". Lo cuidadosamente que
sabe evitar también aquí el señor Dühring toda "apariencia de erudición" puede
verse, entre otras cosas, por lo siguiente:
primera obra sobre economía política escrita en Italia el escrito de Antonio Serra, de
Nápoles, sobre los medios para procurar a los reinos abundancia de oro y de plata
(1613).
pág. 227
el libro fue durante cien años más el evangelio mercantilista. Si, pues, el
mercantilismo tiene alguna obra que haya hecho época y esté "como una especie de
inscripción" en su puerta, se trata de la obra de Mun, y precisamente el libro ni
siquiera existe en la "historia atentamente observadora de las relaciones de
jerarquía" que profesa el señor Dühring.
Es, pues, una condescendencia imposible de sobrestimar la que tiene el "más serio
pensador" señor Dühring al consentir dar noticia de "un Petty". Y ¿cómo lo hace?
Las frases de Petty sobre "el trabajo, y hasta el tiempo de trabajo, como medida del
valor, de lo que se encuentran en su obra... indicios imperfectos", no vuelven a
citarse salvo en esa breve indicación. Indicios imperfectos. En su Treatise on Taxes
and Contribution (primera edición, 1662), Petty da un análisis plenamente claro y
correcto de la magnitud de valor de las mercancías. Al exponerla de un modo
intuitivo basándose en la equivalencia de metales nobles y trigo que cuesten la
misma cantidad de trabajo, Petty enuncia la primera y última palabra "teorética"
sobre el valor de los metales nobles. Pero también dice en términos claros y
generales que los valores de las mercancías se miden por el trabajo igual (equal
labour). Luego aplica su descubrimiento a la solución de diversos problemas,
algunos muy complicados, e infiere repetidamente, en diversas ocasiones y diversos
escritos, importantes consecuencias de la proposición principal, incluso en
ocasiones en que no vuelve a formularla. Ya en su primer trabajo dice:
pág. 228
Así, por ejemplo, sostiene que hay que encontrar una relación natural de igualdad
(a natural par) entre la tierra y el trabajo, de modo que pueda expresarse
arbitrariamente el valor "en cada uno de ellos o, aún mejor, en los dos".
En cambio, el señor Dühring opone a la teoría del valor de Petty la siguiente aguda
observación:
es decir, de los que "antes" no se ha dicho más que en esos "indicios" son
"imperfectos". Este es un procedimiento muy característico del señor Dühring:
"antes" alude a algo con una frase vacía, y "después" hace creer al lector que ya
"antes" se le ha dado conocimiento de la cosa principal, por debajo de la cual se
escurre en realidad, antes y después, nuestro autor.
pág. 229
Por lo que hace al primero destacaremos el único descubrimiento propio del señor
Dühring. Este ha descubierto una relación entre Boisguillebert y Law, desconocida
hasta el momento. Boisguillebert afirma, en efecto, que los metales nobles podrían
sustituirse por dinero crédito (un morceau de papier), o dinero fiduciario, en las
normales funciones de dinero que desempeñan en el marco de la circulación de las
mercancías.[57] Law, en cambio,
pág. 230
Del mismo modo puede realizarse sin más la metamorfosis de un tío en una tía.
Cierto que el señor Dühring añade para limitar la cosa: "Por lo demás,
Boisguillebert no tenía esa intención."
A pesar de todo, puede reconocerse que nuestro autor ha conseguido aquí y allá
alguna observación realmente acertada. (Página 83.)
Pero, en realidad, las mariposas de papel, meros signos del dinero, debían
revolotear por entre el público no para "extirpar" la base de metales nobles, sino
para traspasarla de los bolsillos del público a las vacías arcas del estado.
Para volver a Petty y al papel poco glorioso que le hace desempeñar el señor
Dühring en la historia de la economía, oiremos por de pronto lo que nos dice sobre
los sucesores inmediatos de Petty, Locke y North. El mismo año de 1691
aparecieron las Considerations on Lowering of Interest and Raising of Money de
Locke y los Discourses upon Trade de North.
Lo que [Locke] escribió sobre el interés y la moneda no se sale del marco de las
reflexiones corrientes bajo el dominio del mercantilismo e inspiradas por los
acontecimientos de la vida del Estado. (Página 64.)
pág. 231
Con esto tiene que quedar completamente claro para el lector de esta "información"
por qué el Lowering of Interest de Locke tuvo en la segunda mitad del siglo XVIII tan
importante influencia en la economía política de Francia e Italia, y ello en diversas
direcciones.
Más de un hombre de negocios había pensado igual [que Locke] sobre la libertad de
la tasa de interés, y también el desarrollo de la situación real suscitaba la tendencia
a considerar ineficaz cualquier obstaculización o limitación del interés. En un época
en la que un Dudley North podía escribir sus Discourses upon Trade con la
tendencia al librecambio, tenían que estar ya en el aire, por así decirlo, muchas
cosas que bastan para que la oposición teorética contra las limitaciones del interés
no resulte nada inaudito. (Página 64.)
Locke, pues, tenía que meditar las ideas de tal o cual "hombre de negocios" de su
época, o bien sorber mucho de lo que en su tiempo estaba "como en el aire", para
poder teorizar y no tener que decir nada "inaudito" sobre la libertad de la tasa de
interés. Pero el hecho es que ya en 1662, en su Treatise on Taxes and Contributions,
Petty había contrapuesto el interés como renta del dinero, al que llamamos usura
(rent of money which we call usure), a la renta de la tierra y el suelo (rent of land and
houses), y había adoctrinado a los terratenientes —que querían refrenar legalmente
no la renta de la tierra, pero sí la del dinero— sobre la vanidad y la esterilidad de
dictar leyes civiles positivas contra la ley de la naturaleza (the vanity and
fruitlessness of making civil positive law against the law of nature). Por eso declara
en su Quantulumcungue (1682) que la regulación legal del interés es tan necia como
una regulación de la exportación de los metales nobles o de la cotización de los
títulos cambiarios. Y en el mismo escrito dice lo decisivo sobre el raising of money
(el intento, por ejemplo, de dar a medio chelín el nombre de un chelín por el
procedimiento de acuñar una onza de plata en el doble número de chelines).
Por lo que hace al último punto, Locke y North se limitan casi a copiarle. Mas,
respecto del interés, Locke continúa el paralelo de Petty entre el interés del dinero y
la renta de la tierra, mientras que North contrapone generalmente el interés como
renta del capital (rent of stock) a la renta de la tierra, y los lores del stock a los lores
de la tierra. Locke recoge con limitaciones la libertad del interés exigida por Petty;
North la recoge en términos absolutos.
pág. 232
Aparte de eso, el señor Dühring informa a su lector de que North fue "un
comerciante", y una mala persona, y que su escrito "no consiguió el aplauso de
nadie". ¡Y sólo faltaba eso! ¡Que ese escrito hubiera conseguido "aplauso" en
tiempos de la victoria definitiva del proteccionismo aduanero en Inglaterra, y con la
gentuza entonces dominante! Pero ello no impidió que el libro tuviera efectos
teoréticos inmediatos, comprobables en toda una serie de trabajos económicos
aparecidos en Inglaterra inmediatamente después que el suyo, algunos aún en el
siglo XVIII.
Locke y North nos han suministrado la prueba de cómo los primeros y audaces
pasos que Petty dio en casi todas las esferas de la economía política fueron
recogidos por sus sucesores ingleses y ulteriormente elaborados separadamente.
Las huellas de este proceso durante el período que va desde 1691 hasta 1752 se
imponen ya al observador más superficial por el hecho de que todos los escritos
económicos de importancia pertenecientes al período enlazan con Petty de un modo
positivo o negativo. Por eso este período, lleno de cabezas originales, es el más
importante para el estudio de la progresiva gestación de la economía política. La
"historiografía de gran estilo" que reprocha a Marx, como pecado imperdonable, el
dar tanta importancia a Petty y a los escritores de aquel período, suprime el período
mismo de la historia. Salta inmediatamente desde Locke, North, Boisguillebert y
Law hasta los fisiócratas, y luego presenta en la entrada del templo auténtico de la
economía política... a David Hume. Con permiso del señor Dühring restableceremos
el orden cronológico y volveremos a poner, como es natural, a Hume antes que los
fisiócratas.
pág. 233
Vanderlint Londres, 1734. Por desconocido que sea este Vanderlint para el señor
Dühring, el hecho es que aún se le cita en escritos económicos ingleses hacia fines
del siglo XVIII, es decir, ya en la época post-smithiana.
Al igual que Vanderlint, Hume trata el dinero como mero signo del valor; copia casi
literalmente de Vanderlint (y esto es importante, porque habría podido tomar
también de otros muchos escritos la teoría del signo del valor) el argumenta que
explica por que la balanza comercial no puede estar constantemente contra o en
favor de un país; enseña, como Vanderlint, el equilibrio de las balanzas, el cual se
establecería de un modo natural, según las diversas posiciones económicas de los
distintos países; predica el librecambio, también como Vanderlint, aunque menos
audaz y consecuentemente; destaca con Vanderlint, aunque más opacamente, el
papel de las necesidades como impulsoras de la producción; sigue a Vanderlint en
el error de atribuir al dinero bancario y a todo papel valor público una determinada
influencia en los precios de las mercancías; rechaza con Vanderlint el dinero
fiduciario; piensa como Vanderlint, que los precios de las mercancías dependen del
precio del trabajo, es decir, del salario; le copia incluso en la manía de que el
atesoramiento mantiene los precios bajos, etc. El señor Dühring había ya gruñido
mucho, en su sibilino estilo, sobre la incomprensión de la teoría del dinero de Hume
por parte de otros, y señaladamente había aludido muy amenazadoramente a Marx,
el cual, por si todo ello fuera poco, ha hablado en El Capital subversivamente, de las
secretas conexiones de Hume con Vanderlint y con J. Massie, del que aún no
hemos dicho nada.
Lo de la incomprensión es como sigue. Por lo que hace a la real teoría del dinero de
Hume, según la cual el dinero es mero signo del valor y, por tanto, si no cambian
las demás circunstancias, los prccios de las mercancías suben en la misma
proporción en que aumenta la masa de dinero en circulación, y bajan en la misma
proporción en que esa masa disminuye,[58] el señor Dühring tiene que limitarse,
incluso con la mejor voluntad, a repetir lo que han dicho sus equivocados
predecesores, aunque lo haga con el luminoso estilo que le es propio. Hume, en
cambio, una vez establecida dicha teoría, se objeta a sí mismo (como ya antes había
hecho Montesquieu, partiendo de los mismos presupuestos),
que es "seguro" que desde el descubrimicnto de las minas americanas "la industria
ha aumentado en todas las naciones de Europa excepto en la de
pág. 234
los propietarios de esas minas" y que esto "entre otras cosas, es efecto del aumento
de oro y plata".
Al final de la discusión, Hume nos dice también por qué ocurre eso, aunque su
explicación es mucho más unilateral que las de varios de sus predecesores y
contemporáneos:
Dicho de otro modo: Hume está describiendo el efecto de una revolución en el valor
de los metales nobles, y precisamente una depreciación, o, lo que equivale a lo
mismo, una revolución en el criterio de medida del valor de los metales nobles.
Hume establece correctamente que, en el paulatino curso de compensación de los
valores de las mercancías, esa depreciación no "aumenta el precio del trabajo",
vulgo salario, sino en última instancia, o sea que aumenta el beneficio de los
comerciantes e industriales, "estimula la aplicación", a costa de los trabajadores
(cosa que le parece muy oportuna). Pero Hume no se plantea siquiera la cuestión
propiamente científica a saber: si un aumento de los metales nobles, mantenidos al
mismo valor, influye sobre los precios de las mercancías, y, en caso afirmativo, en
qué medida influye , y confunde todo "aumento de los metales nobles" con su
depreciación. Hume hace, pues, exactamente lo que Marx dice que hace (en la
Contribución a la crítica, etc., pág. 173). Aún volveremos a tocar de paso este punto,
pero ahora vamos a atender al essay de Hume sobre el "interest".
pág. 235
de Hume: An Essay on the Governing Causes of the Natural Rate of Interest, wherein
the sentiments of Sir W. Petty and Mr. Locke, on that head, are considered. Su autor
es J. Massie, un escritor activo en diversos campos y, como resulta de la literatura
inglesa de la época, también muy leído. La explicación de la tasa de interés por
Adam Smith se parece más a la de Massie que a la de Hume. Ambos, Massie y
Hume, lo ignoran todo y no dicen nada de la naturaleza del "beneficio" que en
ambos desempeña cierta función.
Así, por ejemplo, el ensayo de Hume sobre el interés empieza con las siguientes
palabras:
Con razón no hay nada que se tenga por señal tan segura del floreciente estado de
una nación como la modestia de la tasa de interés; aunque yo creo que la causa de
ello es diversa de la que corrientemente se supone.
Ya en su primera frase, pues, aduce Hume la opinión de que una tasa de interés
baja es la señal más segura de la floreciente situación de una nación,
presentándola como un lugar común que ya en su tiempo era trivial. Y,
efectivamente, esta "idea" había tenido sus buenos cien años para llegar a ser
corriente y callejera. En cambio
"La idea principal que hay que destacar de sus opiniones [las de Hume] sobre la tasa
de interés es que ésta es para él el verdadero barómetro de la situación [¿de qué
situación?] y que su pequeñez es señal casi infalible del florecimiento de una
nación." (Pág. 130.)
Esto, por cierto, provoca en nuestro crítico historiador un ingenuo asombro: que, al
descubrir una determinada idea afortunada, Hume "no se presente siquiera como
descubridor de la misma". Ello, desde luego, no le habría ocurrido al señor Dühring.
Hemos visto que Hume identifica todo aumento de los metales nobles con el
aumento de los mismos acompañado de su depreciación, de una revolución en su
propio valor, es decir, en la medida del valor de las mercancías. Esta confusión era
inevitable para
pág. 236
Hume, que carecía de toda comprensión de la función de los metales nobles como
medida del valor. Y no podía tener esa comprensión porque tampoco sabía una
palabra del valor mismo. El término "valor" aparece quizá una sola vez en sus
escritos, y ello precisamente para estropear el error de Locke, según el cual los
metales nobles sólo tienen "un valor imaginario", diciendo que dichos metales
tienen "principalmente un valor ficticio".
En este punto anda Hume muy por debajo no sólo de Petty, sino también de varios
de sus contemporáneos ingleses. El mismo "atraso" manifiesta cuando celebra, aún
al modo antiguo, al "comerciante" como motor principal de la producción, cosa que
ya había superado cumplidamente Petty. Y por lo que hace a la categórica
afirmación del señor Dühring, según la cual Hume se ha ocupado de "las relaciones
económicas fundamentales", basta traer a colación el escrito de Cantillon citado por
Adam Smith (y aparecido, como los ensayos de Hume, en 1752,[59] pero muchos
años después de la muerte de su autor), para asombrarse de la estrechez de
horizonte de los trabajos económicos de Hume. Como se ha dicho,[60] Hume es
respetable también en el terreno de la economía política —y a pesar de la patente
que le extiende el señor Dühring—, pero no es en él en ningún modo un
investigador original, ni menos un autor que haya hecho época. La influencia de
sus ensayos de economía en los círculos cultivados de su tiempo se debió no sólo a
la excelente exposición, sino también, y aún mucho más, a que eran una
magnificación progresista y optimista de la industria y el comercio entonces
florecientes en Inglaterra, o sea de la socicdad capitalista que entonces se imponía
rápidamente: en ella tenían por fuerza que encontrar "aplauso". Baste sobre esto
una fugaz indicación. Es sabido que, precisamente en tiempos de Hume, la masa
del pueblo inglés combatió apasionadamente el sistema de impuestos indirectos
utilizado sistemáticamcnte por el malfamado Robert Walpole para beneficiar a los
terratenientes y a los ricos en general. En el ensayo sobre los impuestos (Of Taxes),
en el que, sin nombrarle, Hume polemiza con su hombre de confianza y siempre
presente, Vanderlint, que era el mayor enemigo de los impuestos indirectos y el más
resuelto abanderado de la imposición de la tierra, podemos leer:
"Ellos [los impuestos sobre el consumo] tendrían que ser en realidad muy fuertes, y
estar puestos muy sin razón, para que el trabajador no fuera capaz de pagarlos
mediante un aumento de su aplicación y de su espíritu de ahorro, sin aumentar el
precio de su trabajo."[61]
pág. 237
"Este egoísta Hume, ese falsificador de la historia", retrata a los monjes ingleses
como gordos individuos sin mujer ni familia que viven de la mendicidad; "pero él no
tuvo nunca familia ni mujer, y era también un mozo bastante gordo, cebado en
considerable medida con dineros públicos que no había merecido por ningún
servicio realmente prestado al público", dice Cobbett,[64] "groseramente" plebeyo.
"En el tratamiento práctico de la vida", Hume "supera en mucho a un Kant en
direcciones esenciales" dice el señor Dühring.
Pero ¿por qué se concede a Hume en la Historia crítica un lugar tan exagerado?
Simplemente, porque este "serio y sutil pensador"
pág. 238
tiene el honor de representar el Dühring del siglo XVIII. Pues al modo como Hume
sirve de prueba de que
"la creación de toda esta rama de la ciencia [la economía] ha sido obra de la filosofía
más ilustrada".
así el antecedente de Hume da la mejor garantía de que toda esa rama de la ciencia
va a encontrar su culminación visible por ahora en este hombre fenomenal que ha
subvertido la filosofía simplemente "más ilustrada" para hacer de ella la filosofía de
la realidad, cuya luminosidad es absoluta, y en el cual, como en Hume, cosa, por
cierto,
pág. 239
"Le parecía [a Quesnay] evidente que el rendimiento [el señor Dühring acaba de
hablar de producto neto] debe concebirse y tratarse como un valor en dinero... por
eso aplica sus reflexiones (!) inmediatamente a los valores en dinero, presupuestos
por él como resultados de la venta de todos los productos agrícolas en la transición
desde la primera mano. De este modo (!) opera en las columnas de su Tableau con
algunos miles de millones" (es decir, con valores en dinero).
Con esto sabemos tres cosas: que Quesnay en el Tableau opera con los "valores en
dinero" de los "productos agrícolas", incluyendo en ellos el "producto neto" o
"rendimiento limpio". Sigamos el texto:
Así, por cuarta y quinta vez, se nos informa de que en el "Tableau" no hay más que
valores en dinero.
Seguimos por el momento en el mismo sitio. Pero ahora viene algo nuevo:
"Por otra parte, también de todos modos [este "también de todos modos" es una
verdadera perla] el producto neto entra en la circulación como objeto natural, y se
convierte de este modo en un elemento con el cual... hay que sustentar... a la clase
llamada estéril. Aquí puede observarse en seguida (!) la confusión que se produce
por el hecho de que la argumentación está en un caso determinada por el valor en
dinero, y en otros casos por la cosa misma.
Parece, más bien, y en general, que toda circulación de mercancías padece de esa
"confusión" que consiste en que las mercancías entran en dicha circulación a la vez
como "objetos naturales" y como valores en dinero". Pero aún estamos girando en el
círculo de los valores en dinero", pues "Quesnay quiere evitar un doble asiento del
producto económico".
Con permiso del señor Dühring: en la parte inferior del "Análisis" del Tableau por
Quesnay figuran las diversas clases de productos como "objetos naturales", y arriba
en el Tableau figuran sus valores en dinero. Más tarde, Quesnay ha encargado
incluso a su ayudante, el abate Baudeau, que introdujera en el "Tableau" mismo los
objetos naturales junto a sus valores en dinero.
"Pero la inconsecuencia [respecto del papel atribuido por Quesnay a los propietarios
de la tierra] queda clara en seguida, en cuanto que se pregunta qué ocurre en el
circuito económico con el producto neto apropiado como renta. En este punto, las
concepciones de los fisiócratas y el Tableau económico no han sido posibles sino por
una confusión y una arbitrariedad llevadas ya hasta el misticismo."
pág. 241
Una vez sacudido el doloroso secreto, la horaciana negra cura que llevó a cuestas
durante su cabalgata por las praderas fisiocráticas, nuestro "más serio y sutil
pensador" se pone a soplar la trompeta del modo que sigue:
"Las líneas que Quesnay traza en su Tableau, tan sencillo por lo demás (!) [y son
cinco líneas], las cuales quieren representar la circulación del producto neto",
hacen preguntarse si no subyace a "esos maravillosos enlaces de columnas" una
fantasía matemática, si no recuerdan el hecho de que Quesnay se ha interesado por
el problema de la cuadratura del círculo, etc.
Como, a pesar de toda su sencillez, esas líneas son incomprensibles para el señor
Dühring según su propia confesión, éste no puede evitar, según su corriente estilo,
considerarlas sospechosas. Y así puede por fin dar con final satisfacción el golpe de
gracia al fatal Tableau:
"Tras considerar el producto neto según este aspecto, que es el más discutible", etc.
El "aspecto más discutible del producto neto" es, según esto, la obligada confesión
de que el señor Dühring no entiende una palabra del Tableau économique ni del
"papel" que desempeña en él el producto neto. ¡Qué picaresco humor!
Pero para que nuestros lectores no se queden en la misma cruel ignorancia del
Tableau de Quesnay con la que por fuerza tienen que aguantarse los que se queden
en la sabiduría económica "de primera mano" que les ofrece el señor Dühring,
indicaremos brevemente lo que sigue:
Como es sabido, la sociedad se divide, según los fisiócratas, en tres clases: 1ª, la
clase productora, es decir, la clase realmente activa en la agricultura: arrendatarios
y trabajadores agrícolas; se la llama productora porque su trabajo crea un
excedente: la renta. 2ª, la clase que se apropia ese excedente, la cual comprende los
propietarios de la tierra y sus dependientes, el príncipe y, en general, los
pág. 242
El primer presupuesto del Tableau es que esté introducido como régimen general el
sistema de arriendos, y con él la agricultura en grande y sistemática explotación, tal
como se concibe en la época de Quesnay, el cual tiene presente como modelos en
este punto la situación de Normandía, la Île-de-France, la Picardía y algunas otras
provincias francesas. El arrendatario aparece por eso mismo como el verdadero
director de la agricultura, representa en el Tableau toda la clase productora
(agricultora) y paga a los terratenientes una renta en dinero. Se atribuye a la
totalidad de los arrendatarios un capital de inversión, o inventario, de diez mil
millones de libras, una quinta parte del cual —dos mil millones— constituyen un
capital de explotación que hay que reponer anualmente; el modelo inspirador de
esta estimación fueron también las explotaciones en arriendo mejor cultivadas de
las citadas provincias francesas.
Otros presupuestos son: 1.º, que se tienen, por simplificación, precios constantes y
reproducción simple; 2.º, que se excluye toda circulación que tenga totalmente
lugar en el seno de una sola clase, y no se considera más que la circulación entre
clase y clase; 3.º: que todas las compras o ventas que tienen lugar entre una clase y
otra en el curso del ejercicio o año económico se resumen en una única suma total.
Por último, hay que recordar que en la Francia de Quesnay, como ocurría más o
menos en toda Europa, la propia industria doméstica de las familias campesinas les
facilitaba la parte más considerable de las satisfacciones de necesidades no
pertenecientes a la clase de los alimentos y que, por tanto, esos medios de
satisfacer necesidades no alimenticias se computan en el Tableau, como cosa
evidente, como instrumental o medios de la agricultura misma.
pág. 243
bruto de los productos anuales del suelo, o "reproducción total" del país —en este
caso Francia—, el cual figura por eso mismo en cabeza del Tableau. El valor de ese
producto bruto se estima según los precios medios de los produetos de la tierra en
las naciones comerciantes. Importa cinco mil millones de libras, suma que expresa
aproximadamente el valor en dinero del producto agrícola bruto de Francia, en base
a las estimaciones estadísticas posibles en la época. Esta es precisamente la razón
por la cual Quesnay "opera con algunos miles de millones" en el Tableau,
exactamente con cinco mil, y no con cinco libras de Tours.
Todo ese producto bruto, que vale cinco mil millones, se encuentra, pues, en las
manos de la clase productora, o sea de los arrendatarios que lo han producido
gastando un capital anual de explotación de dos mil millones, el cual corresponde a
un capital total de inversión, con instalación, de diez mil millones. Los productos
agrícolas, como alimentos y materias primas, etc., necesarios para la reposición del
capital de explotación —lo que quiere decir tambien para el sustento de todas las
personas inmediatamente activas en la agricultura— se toman in natura de la
cosecha total[65] y se gastan para la nueva producción agrícola. Y puesto que, como
queda dicho, se han supuesto precios constantes y reproducción simple en base a
los criterios cuantitativos fijados, el valor en dinero de esa parte del producto bruto
que se retira anticipadamente es igual a dos mil millones de libras. Esta parte no
entra, pues, en la circulación general. Pues, como ya se ha indicado, queda excluida
del cuadro la circulación que se produce sólo en el seno de eada clase particular, y
no entre las diversas clases.
Una vez repuesto el capital de explotación, tomándolo así del producto bruto, queda
un excedente de tres mil millones, uno de ellos en materias primas y dos en
productos alimenticios. La renta que los arrendatarios tienen que pagar a los
terratenientes no constituye, empero, sino dos tercios de ese excedente, o sea dos
mil millones. Pronto se verá por qué sólo esos dos mil millones figuran bajo la
rúbrica "producto neto" o "ingresos limpios".
Además de la "reproducción total" agrícola, que vale cinco mil millones, tres mil de
los cuales entran en la circulación general, existe aún, antes de que empiece el
movimiento representado en el Tableau, todo el "pécule" de la nación, dos mil
millones en dinero líquido, que están en las manos de los arrendatarios. La
situación es como sigue:
pág. 244
constituye al mismo tiempo el punto final de un ano económico, por ejemplo, del
año 1758, tras el cual empieza un nuevo año económico. Durante este nuevo año
de 1759, la parte del producto bruto destinada a la circulación se divide entre las
otras dos clases por medio de cierto número de pagos, compras y ventas
particulares. Estos movimientos sucesivos y dispersos, que cubren todo un año, se
resumen —como necesariamente tenía que ocurrir en el Tableau— en pocos actos
que recogen en una sola cifra todo un año. Así, a fines del año 1758 ha vuelto a
afluir a la clase de los arrendatarios el dinero que pagó a los terratenientes como
renta del año 1757 (y el propio Tableau mostrará cómo ocurre eso), a saber, la
suma de dos mil millones, de tal modo que en 1759 puede volver a lanzarlos a la
circulación. Mas puesto que aquella suma, como observa Quesnay, es mucho
mayor que la necesaria para la circulación total del país (Francia) en la realidad
pues en la realidad los pagos se repiten constante y fragmentariamente , los dos mil
millones de libras en manos de los arrendatarios constituyen la suma total del
dinero circulante en la nación.
pág. 245
pág. 246
Tercera circulación (imperfecta): Los arrendatarios compran a la clase estéril, por mil
millones en dinero, mercancías manufacturadas; una gran parte de esas
mercancías son herramientas agrícolas y otros medios de producción necesarios
para la agricultura. La clase estéril devuelve a los arrendatarios ese mismo dinero,
al comprar con él mil millones de materias primas, en reposición de su propio
capital de explotación. Con esto han refluido a los arrendatarios los dos mil
millones en dinero gastados por ellos en pago de la renta, y el movimiento[67] está
concluido. Y con esto también queda resuelto el gran enigma de "qué ocurre en el
circuito económico con el producto neto apropiado como renta".
pág. 247
Y ahora admírese la exposición del señor Dühring, tan "realmente crítica", tan
infinitamente superior a la "tradicional y frívola información". Luego de habernos
subrayado cinco veces con gran misterio lo discutible que es el que en el Tableau
Quesnay opere con meros valores en dinero, lo cual es, por lo demás, falso, el señor
Dühring llega al resultado de que en cuanto pregunta
pág. 248
"qué ocurre en el circuito económico con el producto neto apropiado como renta", se
impone la conclusión de que "el Tableau económico no ha sido posible sino por una
confusión y una arbitrariedad llevadas ya hasta el misticismo".
Hemos visto que el Tableau —exposición, tan sencilla como genial para su tiempo,
del proceso anual de reproducción tal como este es mediado por la circulación—
contesta muy precisamente a la pregunta de qué ocurre con aquel producto neto en
el circuito económico nacional, con lo que el "misticismo" y la "confusión" y la
"arbitrariedad" son también en este caso exclusivos del señor Dühring, "aspecto
sumamente discutible" y único "producto neto" de sus estudios fisiocráticos. Y el
señor Dühring domina la importancia histórica de los fisiócratas exactamente igual
que su teoría.
Y para "un Dühring" no cuentan los hechos de que Mirabeau es en sus opiniones
económicas un fisiócrata en lo esencial, de que en la Asamblea Constituyente de
1789 Mirabeau es la primera autoridad económica, de que esta Asamblea llevó a la
práctica, con sus reformas económicas, gran parte de las proposiciones de la teoría
fisiocrática, y, señaladamente, gravó con un importante impuesto el producto neto
apropiado "sin contraprestación" por los terratenientes, es decir, la renta.
Del mismo modo que el férreo paréntesis que encierra los años 1691-1752 eliminó a
todos los predecesores de Hume, así también otro paréntesis no menos
impenetrable elimina a sir James Steuart, situado entre Hume y Adam Smith. En la
"empresa" del senor Dühring no se encuentra ni una sílaba de la gran obra de
Steuart, que, independientemente de su importancia histórica, ha enriquecido
duraderamente el ámbito de la economía política. A falta de información, el señor
Dühring lanza contra Steuart el peor insulto de que dispone en su léxico, y dice que
fue un profesor de la época de Adam Smith. La grave acusación es infundada.
Steuart fue, en realidad, un terrateniente escocés, desterrado de la Gran Bretaña
por su supuesta participación en la conspiración estuardiana, y que se familiarizó
con la situación económica de diversos países por su larga estancia y sus viajes en
el continente.
economistas tienen como único valor el haber sido "conatos" de la más profunda y
"decisiva" fundamentación ofrecida por el señor Dühring, o bien el de dar más brillo
a ésta por el contraste de su condenabilidad. A pesar de lo cual hay en la economía
algunos héroes que no sólo constituyen "conatos" de la "fundamentación más
profunda", sino que incluso han formulado "proposiciones con las cuales la
fundamentación más profunda se "compone directamentc, más que "desarrollarse"
a partir de ella, como quedó prescrito en la filosofía de la naturaleza: ahí está la
"grandeza incomparable" de List, el cual, para provecho y edificación de los
fabricantes alemanes, hinchó en "poderosas" palabras las "sutilísimas" doctrinas
mercantilistas de un Ferrier y otros, o Carey, que descubrió en la siguiente frase el
auténtico núcleo de su sabiduría:
¿Cuál es, pues, el resultado final de nuestro análisis del sistema dühringiano,
"personalmente creado", de la economía política? Simplemente el hecho de que con
todas las sonoras palabras y aún más ruidosas promesas hemos sido burlados
exactamente igual que en la Filosofía. La teoría del valor, esa "piedra de toque de la
madurez de los sistemas económicos", nos llevó a comprobar que el señor Dühring
entiende por "valor" cinco cosas totalmente diversas y directamente contradictorias
unas con otras, lo que quiere decir, en el mejor de los casos, que ni siquiera sabe lo
que quiere. Las "leyes naturales de toda economía", enunciadas con tanta pompa
resultaron trivialidades redondas, conocidas por todo el mundo y muchas veces ni
siquiera enunciadas de un modo correcto. La única explicación de los hechos
económicos que sabe darnos el
pág. 250
sistema personalmente creado por el señor Dühring es que dichos hechos son
resultado del "poder" o "violencia", frase con la cual los filisteos de todas las
naciones se consuelan desde hace milenios de todas las desgracias que les ocurren,
y con la cual, por otra parte, quedamos tan a oscuras como antes de que nos la
digan. Mas en vez de estudiar ese poder en cuanto a su origen y a sus efectos, el
señor Dühring nos conmina a tranquilizarnos con gratitud por la mera palabra
"poder", aceptándola como causa última y explicación definitiva de todos los
fenómenos económicos. Cuando se ve obligado a dar más concretas explicaciones
sobre la explotación capitalista del trabajo, la presenta en términos generales como
basada en el gravamen o el recargo, apropiándose en esto la "exacción previa"
(prélèvement) proudhoniana; y luego, en particular, la explica por medio de la teoría
marxiana del plustrabajo, el plusproducto y la plusvalía. Así consigue reconciliar
felizmente dos concepciones que se contradicen sin apelación, y lo consigue por el
elemental procedimiento de escribirlas una detrás de otra. Y al modo como en la
filosofía no encontraba insultos suficientemente groseros contra aquel Hegel al que
estaba saqueando sin cesar —y estropeándolo—, así también en economía, en la
Historia crítica, la ilimitada serie de insultos a Marx sirve simplemente para
encubrir el hecho de que todo lo relativamente racional sobre el capital y el trabajo
que se encuentra en el Curso es también plagio y deteriorización de Marx. La
ignorancia que, en el Curso, se permite colocar al "gran terrateniente" al comienzo
de la historia de los pueblos de cultura, sin saber una palabra de la propiedad
colectiva de las comunidades tribales o aldeanas de la que arranca realmente toda
historia, esa ignorancia hoy día casi incomprensible resulta casi superada por la
que en la Historia crítica se pavonea como "amplitud universal de la mirada
histórica", y de la que nos hemos limitado a dar unos pocos ejemplos para infundir
saludable temor al incauto. En una palabra: primero se tiene el colosal "gasto" de
autoelogio, de trompeteos de mercado, de promesas en pirámide sin fin, y luego el
"rendimiento" igual a cero.
Sección Tercera
SOCIALISMO
pág. 253
I. CUESTIONES HISTORICAS
Vimos en la Introducción cómo los filósofos franceses del siglo XVIII, precursores de
la Revolución, apelaban a la razón como juez único de todo lo que existe. Había que
establecer un Estado razonable, una sociedad razonable, y había que eliminar sin
compasión todo lo que contradecía a la razón eterna. Vimos igualmente que esa
eterna razón no era en realidad más que el intelecto idealizado del ciudadano medio
que entonces cristalizaba en burgués. Por eso cuando la Revolución Francesa hubo
realizado esa sociedad y ese Estado de la Razón, la nuevas instituciones por
racionales que fueran en comparación con la situación anterior, no resultaron en
modo alguno razonables en sentido absoluto. El Estado de la Razón acabó en un
atasco. El contrato social roussoniano había tenido su realización en el período del
Terror, del cual escapó la burguesía, extraviada en su propia capacitación política,
para refugiarse, primero, en la corrupclón del Directorio, y luego bajo la protección
del despotismo napoleónico. La paz eterna prometida se transmutó en una
inacabable guerra de conquista. No habían ido mejor las cosas en la sociedad de la
Razón. La contraposición entre pobre y rico, en vez de disolverse en el bienestar
gcneral, se había agudizado por la eliminación de los privilegios, gremiales y de otro
tipo, que solían tender un puente por encima de ella, así como por la desaparición
de las instituciones benéficas eclesiásticas que la suavizaban. El desarrollo de la
industria sobre bases capitalistas hizo de la pobreza y la miseria de las masas
trabajadoras una condición general de existencia de toda la sociedad. De año en
año aumentó el número de delitos. Mientras que los vicios feudales antes
abiertamente manifiestos a la luz del día pasaban a segundo término, aunque sin
ser ciertamente suprimidos, los vicios burgueses hasta entonces cultivados en el
secreto florecieron tanto más exuberantemente. La "fraternidad" de la divisa
revolucionaria se realizó en los pinchazos y en la envidia de la lucha de la
competencia. En el lugar de la opresión violenta apareció la
pág. 254
corrupción, y en el del puñal como primera palanca social del poder se impuso el
dinero. El derecho de pernada, ius primae noctis, pasó de los señores feudales a los
fabricantes burgueses. El matrimonio mismo siguió siendo, como hasta entonces, la
forma legalmente reconocida y la capa encubridora de la prostitución, pero ahora se
completó con un abundante florecimiento del adulterio. En resolución: comparadas
con las magníficas promesas de los ilustrados, las instituciones sociales y políticas
establecidas por la "victoria de la Razón" resultaron desgarradas imágenes que
suscitaron una amarga decepción. Ya no faltaban más que hombres que
formularan esa decepción, y esos hombres aparecieron con el cambio de siglo. En
1802 aparecieron las Cartas ginebrinas de Saint-Simon; en 1808 se publicó la
primera obra de Fourier, aunque el fundamento de su teoría databa ya de 1799, y el
primero de enero del año 1800 Roberto Owen asumió la dirección de New Lanark.
pág. 255
Establecido esto, no nos detendremos ni un instante más ante estos aspectos hoy
plenamente pertenecientes al pasado. Podemos dejar a pequeños merceros literarios
a la Dühring el manipular solemnemente esas fantasías que hoy no pasan de ser
motivo de entretenimiento, y la satisfacción de demostrar la superioridad de su
propio sobrio modo de pensar comparándolo con tales "absurdos". Nosotros
preferimos admirar los geniales gérmenes teóricos y pensamientos que aparecen por
todas partes en aquellos primitivos autores, rompiendo el caparazón fantasioso:
gérmenes para los cuales son completamente ciegos nuestros sesudos filisteos.
Saint-Simon afirma en sus Cartas ginebrinas que "todos los hombres deben
trabajar". En el mismo escrito muestra haber comprendido que el período del Terror
fue el dominio de las masas desposeídas:
Contemplad —grita a esas masas— lo que ocurrió en Francia cuando dominaron
vuestros camaradas; consiguieron producir el hambre.
pág. 256
Días, que la alianza de Francia con Inglaterra y, en segundo lugar, la de los dos
países con Alemania, es la única garantía de un próspero desarrollo y de la paz en
Europa. Predicar a los franceses de 1815 una alianza con los vencedores de
Waterloo exigía desde luego bastante más valor que declarar a los profesores
alemanes una guerra de chismorreos.[68]
Como se aprecia por ese ejemplo, Fourier maneja la dialéctica con la misma
maestría que su contemporáneo Hegel. Con la misma dialéctica subraya contra la
cháchara sobre la ilimitada capacidad de perfeccionamiento del hombre que toda
fase histórica tiene, junto con su rama ascendente, también una rama descendente,
y aplica esta concepción también al futuro de toda la humanidad. Fourier ha
introducido en la consideración histórica la futura muerte de la humanidad, igual
que Kant ha introducido la noción de final de la tierra en la ciencia de la naturaleza.
pág. 258
Pero Owen no estaba satisfecho con eso. La existencia que había facilitado a sus
trabajadores no era aún ni mucho menos, para su mirada, una existencia digna del
hombre: "aquellas gentes eran esclavos míos". La situación relativamente favorable
en que los había puesto estaba aún muy lejos de permitirles un desarrollo
multilateral y racional del carácter y del entendimiento, por no hablar ya de una
libre actividad vital.
pág. 259
eso me pregunté: ¿qué ocurre con la diferencia entre la riqueza consumida por las
1.500 personas y la que habrían tenido que consumir 600.000?
La respuesta estaba clara. Esa diferencia se había utilizado para entregar a los
propietarios del establecimiento unos intereses del cinco por ciento sobre el capital
de instalación y, además, 300.000 libras esterlinas largas (6.000.000 de marcos) de
beneficio. Y lo que valía a este respecto para New Lanark valía aún en mayor
medida de todas las fábricas en Inglaterra.
Sin esta nueva riqueza creada por las máquinas no habrían podido sostenerse las
guerras contra Napoleón y por el mantenimiento de los principios sociales
aristocráticos. Y, sin embargo, ese nuevo poder era una creación de la clase
trabajadora.
A ella debían pertenecer también los frutos. Las nuevas gigantescas fuerzas
productivas, utilizadas hasta ahora sólo para enriquecer a individuos y oprimir a
las masas, ofrecían a Owen el fundamento de una nueva formación social, y debían
destinarse a trabajar exclusivamente, como propiedad colectiva, por el bienestar
colectivo.
Así surgió el comunismo de Owen, por la vía mental del hombre de negocios, como
fruto, por así decirlo, del cálculo empresarial. Y siempre mantuvo ese mismo
carácter orientado a lo práctico. Así, por ejemplo, en 1823 Owen propuso suprimir
la miseria irlandesa mediante colonias comunistas, y presentó cálculos completos
de los costes de instalación, las inversiones anuales y el rendimiento previsible. Por
todo eso su definitivo plan del futuro contiene la elaboración técnica de los detalles
con tal conocimiento concreto que, si se admite en general el método de reforma
social de Owen, queda poco que objetar, desde el punto de vista técnico, contra sus
detalles.
pág. 260
Esos son los hombres a los que el soberano señor Dühring contempla con desprecio
desde la altura de su "verdad definitiva de última instancia", de la cual dimos en la
Introducción[71] algunos ejemplos. Y ese desprecio tiene ciertamente, en un aspecto,
su razón suficiente se basa, en efecto, en una ignorancia realmente espantosa de
los escritos de los tres utopistas. Así nos dice de Saint-Simon que
Mas aunque el señor Dühring parece haber tenido realmente en sus manos algunas
de las obras de Saint-Simon, en vano buscamos por las veintisiete páginas que le
dedica las "ideas básicas" de Saint-Simon; como nos ocurrió antes con lo que
"significaba en
pág. 261
De Fourier no conoce ni recoge nuestro autor más que el novelesco detalle de las
fantasías futuristas, las cuales, ciertamente, son "mucho más importantes" para
probar la infinita superioridad del señor Dühring sobre Fourier que el investigar
cómo Fourier "intenta de vez en cuando criticar la situación real". ¡De vez en
cuando! A saber: casi en cada página de sus obras, las chispas de la sátira y la
crítica revientan por encima de las miserias de la elogiada civilización. La frase
equivale, digamos, a sostener que el señor Dühring declara sólo "de vez en cuando"
que el señor Dühring es el pensador más grande de todos los tiempos. Y por lo que
hace a las doce páginas enteras dedicadas a Roberto Owen, el señor Dühring no ha
tenido absolutamente más fuente que la miserable biografía del filisteo Sargant, el
cual no conocía tampoco los principales escritos de Owen: los que versan sobre el
matrimonio y sobre las instituciones comunistas. Por eso el señor Dühring puede
atreverse a sentar la audaz afirmación de que no es lícito "suponer en Owen un
resuelto comunismo". Si el señor Dühring hubiera tenido simplemente en las
manos el Book of the New Moral World de Owen, habría encontrado en él, dicho con
todas las letras, no sólo el más resuelto de los comunismos —con obligación igual
de trabajar y derecho igual de todos al producto (según la edad, como añade
siempre Owen)—, sino, además, la elaboración completa del edificio de la
comunidad comunista del futuro, con planta, alzada y panorama a vista de pájaro.
Mas si el "estudio directo de los propios escritos de los representantes del círculo de
ideas socialista" se limita al conocimiento de los títulos y, a lo sumo, del motto de
algunos pocos de ellos, como hace el señor Dühring aquí, entonces, ciertamente, lo
único que sale en limpio son esas afirmaciones necias y literalmente inventadas.
Owen no sólo ha predicado el "comunismo resuelto", sino que además lo ha
practicado durante cinco años (a fines de los treinta y principios de los cuarenta) en
la colonia de Harmony Hall, en Hampshire, cuyo comunismo no deja nada que
desear en cuanto a resolución. Yo personalmente he conocido a varios antiguos
miembros de aquel experimento comunista. Sargant, en cambio, no sabe nada de
ellos, como no sabe nada de toda la actividad de Owen entre 1836 y
pág. 262
1850, razón por la cual la "más profunda historiografía" del señor Dühring se queda
también al respecto en una ignorancia negra como la pez. El señor Dühring llama a
Owen "un monstruo de ]a impertinencia filantrópica desde todos los puntos de
vista". Mas cuando el señor Dühring nos informa del contenido de libros que no
conoce apenas sino por título y motto, no podemos permitirnos decir que él sea "un
monstruo de impertinencia ignorante desde todos los puntos de vista". Pues, dicho
por nosotros, eso sería brutal "insulto".
Los utopistas, como hemos visto, fueron utopistas porque no podían ser otra cosa
en una época en la que la producción capitalista estaba aún tan poco desarrollada.
Se vieron obligados a sacar de sus cabezas los elementos constructivos de una
nueva sociedad, pues esos elementos no eran aún generalmente visibles en la
sociedad vieja misma; los utopistas estaban limitados a apelar a la razón para
establecer los rasgos básicos de su nueva construcción, porque no podían aún
apelar a la historia contemporánea. Pero cuando ahora, casi ochenta años después
de los utopistas. el señor Dühring sale a escena con la pretensión de construir el
sistema "decisivo" de un nuevo orden social, no desarrollándolo a partir del material
histórico presente y cristalizado, y como resultado necesario del mismo, sino
despidiéndolo de su soberana cabeza, de su razón grávida de verdades definitivas,
entonces él mismo, él que huele por todas partes epígonos, es a su vez un mero
epígono de los utopistas, o el más reciente de los utopistas. El senor Dühring llama
a los grandes utopistas "alquimistas sociales", de acuerdo: en su tiempo la alquimia
era necesaria o inevitable. Pero después de aquella época la gran industria ha
tomado las contradicciones que dormían en el modo de producción capitalista y las
ha desarrollado hasta hacer de ellas tan violentas contraposiciones, que el próximo
hundimiento de este modo de producción está, por así decirlo, al alcance de la
mano; que las mismas nuevas fuerzas productivas no pueden mantenerse ni
desarrollarse ulteriormente sino por la introducción de un nuevo modo de
producción que corresponda a su actual grado de desarrollo; que la lucha de las
dos clases engendradas por el actual modo de producción, reproducidas por él en
contraposición cada vez más aguda, afecta ya a todos los países civilizados y se
hace cada día más violenta, y que ya se ha logrado la comprensión de esa conexión
histórica de las condiciones de la transformación social que ella misma hace
necesaria y de los rasgos básicos de esa transformación, también
pág. 263
pág. 264
El orden social existente ha sido creado, como hoy día concede prácticamente todo
el mundo, por la clase ahora dominante, que es la burguesía. El modo de
producción característico de la burguesía, conocido desde Marx con el nombre de
"modo de producción capitalista", era incompatible con los privilegios locales y
estamentales, igual que con los lazos personales del orden feudal; la burguesía
destruyó el orden feudal y levantó encima de sus
pág. 265
pág. 267
[*] No hará falta aclarar que, aunque la forma de apropiación se mantiene idéntica,
el carácter de la apropiación queda tan revolucionariamente cambiado por los
hechos descritos como pueda quedarloa la producción misma. Entre que me
apropie de mi propi producto o del producto de otro hay, naturalmente, una gran
diferencia: se trata de dos especies de apropiación. Dicho sea de paso: el trabajo
asalariado, en el cual se encuentra en germen no pudo desarrollarse en forma de
modo de producción capitalista hasta que quedaron establecidas sus previas
condiciones históricas.
pág. 268
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pág. 271
[*] Die Lage der arbeitenden Klasse in Englad <La situación de la clase trabajadora
en Inglaterra>, pág. 109.[73]
pág. 272
pág. 273
Desde 1825 en efecto, fecha en la cual estalló la primera crisis general, todo el
mundo industrial y comercial, la producción y el intercambio de todos los pueblos
civilizados y de sus apéndices más o menos barbáricos, salen de quicio
aproximadamente cada diez años. El tráfico queda bloqueado, los mercados se
saturan, los productos se almacenan tan masiva cuanto invendiblemente, el dinero
líquido se hace invisible, desaparece el crédito, se paran las fábricas, las masas
trabajadoras carecen hasta de alimentos por haber producido demasiado, una
bancarrota sigue a otra, y lo mismo ocurre con las ejecuciones forzosas en los
bienes. Esa situación de bloqueo dura años, fuerzas productivas y productos se
desperdician en masa, se destruyen, hasta que las acumuladas masas de
mercancías, tras una desvalorización mayor o menor, van saliendo finalmente, y la
producción y el intercambio vuelven paulatinamente a funcionar. La marcha se
acelera entonces progresivamente y pasa a ser trote; el trote industrial se hace
luego galope, y ésta vuelve a culminar en la carrera a rienda suelta de un completo
steeple-chase[74] industrial, comercial, crediticio y especulativo, para llegar
finalmente, tras los más audaces saltos, a la fosa del nuevo crack. Y así
sucesivamente. Todo eso lo hemos vivido desde 1825 cinco veces, y lo estamos
experimentando en este momento (1877) por sexta vez. El carácter de estas crisis es
tan claramente manifiesto que ya Fourier pudo describirlas todas al llamar a la
primera crise plétorique, crisis pletórica o por abundancia.
pág. 274
pág. 275
[*] Digo que se ve obligado. Pues sólo cuando los medios de producción o del tráfico
han rebasado realmente la posibilidad de ser dirigidos por sociedades anónimas,
sólo cuando la estatalización se ha hecho inevitable económicamente, y sólo en este
caso, significa esa medida un progreso económico, aunque sea el actual estadoel
que la realiza: significa la consecución de un nuevo estadio previo a la toma de
posesión de todas las fuerzas productivas por la sociedad misma. Pero
recientemente, desde que Bismarck se dedicó también a estatalizar, se ha
producido cierto falso socialismo —que ya en algunos casos ha degenerado en
servicio al estado existente— para el cual toda estatalización, incluso la
bismackiana, es sin más socialista. La verdad es que si la estatalización del tabaco
fuera socialista, Napoleón y Metternich deberían contarse entre los fundadores del
socialismo. Cuando el estado belga se construyó sus propios ferrocarriles por
motivos políticos y financieros muy vulgares, o cuando Bismack estatalizó sin
ninguna necesidad económica las líneas férreas principales de Prusia, simplemente
por tenerlas mejos preparadas para la guerra y poder aprovecharlas mejor
militarmente, así como para educar a los funcionarios de ferrocarriles como
borregos electorales del gobierno y para procurarse, ante todo, una fuente de
ingresos nueva e independiente de las decisiones del parlamento, en ninguno de
esos casos se dieron, directa o indirectamente, consciente o inconscientemente,
pasos socialistas. De selo éstos, también serían instituciones socialistas la Real
Compañia de Navegación, las Reales Manufacturas de Porcelana y hasta los sastres
de compañía del ejército.
pág. 276
Las fuerzas activas en la sociedad obran exactamente igual que las fuerzas de la
naturaleza —ciega, violenta, destructoramente—, mientras no las descubrimos ni
contamos con ellas. Pero cuando las hemos descubierto, cuando hemos
comprendido su actividad, su tendencia, sus efectos, depende ya sólo de nosotros el
someterlas progresivamente a nuestra voluntad y alcanzar por su medio nuestros
fines. Esto vale muy especialmente de las actuales gigantescas fuerzas productivas.
Mientras nos neguemos tenazmente a entender su naturaleza y su carácter —y el
modo de producción capitalista y sus defensores se niegan enérgicamente a esa
comprensión—, esas fuerzas tendrán sus efectos a pesar de nosotros, contra
nosotros, y nos dominarán tal como detalladamente hemos expuesto. Pero una vez
comprendidas en su naturaleza, pueden dejar de ser las demoniacas dueñas que
son y convertirse, en manos de unos productores asociados, en eficaces servidores.
Esta es la diferencia entre el poder destructor de la electricidad en el rayo de la
tormenta y la electricidad dominada del telégrafo y del arco voltaico;
pág. 277
la diferencia entre el incendio y el fuego que actúa al servicio del hombre. Con este
tratamiento de las actuales fuerzas productivas según su naturaleza finalmente
descubierta, aparece en el lugar de la anarquía social de la producción una
regulación socialmente planeada de la misma según las necesidades de la
colectividad y de cada individuo; con ello el modo capitalista de apropiación, en el
cual el producto esclaviza primero al productor y luego al mismo que se lo apropia,
se sustituye por el modo de apropiación de los productos fundado en la naturaleza
misma de los modernos medios de producción: por una parte, una apropiación
directamente social como medio para el sostenimiento y la aplicación de la
producción; por otra parte, apropiación directamente individual como medios de
vida y disfrute.
pág. 278
todo ello, no hay ya nada que reprimir y que haga necesario un especial poder
represivo, un Estado. El primer acto en el cual el Estado aparece realmente como
representante de la sociedad entera —la toma de posesión de los medios de
producción en nombre de la sociedad— es al mismo tiempo su último acto
independiente como Estado. La intervención de un poder estatal en relaciones
sociales va haciéndose progresivamente superflua en un terreno tras otro, y acaba
por inhibirse por sí misma. En lugar del gobierno sobre personas aparece la
administración de cosas y la dirección de procesos de producción. El Estado no "se
suprime", sino que se extingue. De acuerdo con ese principio hay que calibrar la
fraseología que habla de un "Estado libre popular", y tanto desde el punto de vista
de su temporal justificación para la agitación cuanto desde el de su definitiva
insuficiencia científica, y también con ese criterio puede estimarse la exigencia de
los llamados anarquistas, que quieren suprimir el Estado de hoy a mañana.
pág. 279
pág. 280
sociedad, gracias a la producción social, una existencia que no sólo resulte del todo
suficiente desde el punto de vista material, sino que, además de ser más rica cada
día, garantice a todos su plena y libre formación y el ejercicio de todas sus
disposiciones físicas e intelectuales, existe hoy por vez primera, incipientemente,
pero existe.[*]
[*] Unas pocas cifras bastan para dar una idea aproximada de la enorme fuerza
expansiva de los modernos medios de producción, incluso bajo la opresión
capitalista. Según las recientes estimaciones de Giffen, la riqueza total de la Gran
Bretaña e Irlanda sumaba en cifras redondeadas:
pág. 281
pág. 282
III. PRODUCCION
Luego de todo lo visto, no puede sorprender al lector que la exposición de los rasgos
fundamentales del socialismo dada en el capítulo anterior no vaya, en modo alguno,
en el sentido del señor Dühring. Al contrario. El señor Dühring no tiene más
remedio que arrojarla al abismo de todas las basuras, junto con las demás
"bastardas de fantasía histórica y lógica", las "groseras concepciones" y las
"confusas y nebulosas ideas", etc. Pues para él el socialismo no es en absoluto un
producto necesario del desarrollo histórico, y aún menos de las condiciones
económicas del presente, groseramente materiales y orientadas a meros fines de
pienso. El señor Dühring lo sabe mucho mejor. Su socialismo es una verdad
definitiva de última instancia: es "el sistema natural de la sociedad", y tiene sus
raíces en un "principio universal de la justicia", y aunque ese socialismo no tiene
más remedio que tomar nota de la actual situación, creada por la anterior
pecaminosa historia, con objeto de mejorarla, esto es ciertamente una desgracia
desde el punto de vista del puro principio de la justicia. El señor Dühring compone
su socialismo, como todo lo demás, por medio de sus dos célebres hombres. Estas
dos marionetas, en vez de ponerse, como hasta ahora, a representar los papeles de
señor y siervo, representan por una vez, y por variar, la comedia de la equiparación,
y con eso queda listo el fundamento del socialismo dühringiano.
Es, por tanto, evidente que el señor Dühring no concede en absoluto a las crisis
industriales la importancia histórica que les hemos atribuido.
Las crisis son para él meras desviaciones ocasionales de la "normalidad", se limitan,
a lo sumo, a dar ocasión para el "despliegue de un orden más normado". El "modo
habitual" de explicar las crisis por la sobreproducción no satisface en absoluto a su
concepción más exacta. Cierto que una tal explicación puede admitirse para crisis
especiales en ciertos ámbitos". Así, por ejemplo, "una plétora en el mercado de
librería causada
pág. 283
por ediciones de obras cuyos derechos han quedado libres, y que son aptas para la
venta en masa.
El señor Dühring puede acostarse desde luego con la conciencia tranquila: sus
inmortales obras no producirán jamás esa universal catástrofe.
Pero en las grandes crisis no es la sobreproducción, sino más bien "el retraso del
consumo popular... el subconsumo artificiosamente engendrado... la ostaculización
de las necesidades populares (!) en su natural crecimiento, lo que hace al final tan
críticamente grande el abismo entre los depósitos y la salida de los productos."
pág. 284
El señor Dühring tiene en general nociones muy curiosas del mercado mundial.
Hemos visto cómo intenta imaginarse verdaderas crisis especiales de la industria,
como un auténtico literato alemán, por medio de imaginarias crisis de la feria del
libro de Leipzig, lo que equivale a intentar comprender una tempestad en el mar
mirando atentamente una tormenta en un vaso de agua. También se imagina que la
actual producción empresarial tiene que "girar en cuanto a su salida
principalmente en el círculo de la propia clase propietaria", lo cual no le impide,
apenas dieciséis páginas después, presentar al modo corriente, como industrias
modernas decisivas, la del hierro y la del algodón, es decir, precisamente las dos
ramas de la producción cuyos productos no consume la clase propietaria sino en
diminuta proporción, y que se orientan necesariamente ante todo al consumo
masivo. Busquemos lo que busquemos, no encontramos en el señor Dühring más
que cháchara vacía y contradictoria. Mas tomemos un ejemplo de la industria del
algodón. Cuando en la sola ciudad de Oldham —que es una ciudad relativamente
pequeña, una de la docena de ciudades de 50.000 a 100.000 habitantes de la zona
de Manchester que se dedican a la industria algodonera— el número de husos
dedicados exclusivamente a producir hilo del 32 ha pasado en cuatro años, de 1872
a 1875, de los dos millones y medio a los cinco millones, de modo que en una sola
ciudad media de Inglaterra hay tantos husos hilando hilo de un solo número
cuantos posee la industria algodonera de toda Alemania, incluida Alsacia, y cuando
la expansión de las demás ramas y localidades de la industria algodonera inglesa y
escocesa ha tenido lugar en general en una proporcion sensiblemente igual, hace
falta una gran dosis de radical cara dura para explicar el actual colapso de la salida
del hilado de algodón y sus tejidos en Inglaterra por el subconsumo de las masas
inglesas, y no por la sobreproducción de los fabricantes ingleses de algodón.[*]
[*] La explicación de las crisis por el subconsumo procede de Sismondi, y aún tiene
en su obra cierto sentido. De Sismondi la ha tomado Rodbertus, y de Rodbertus la
ha copiado el señor Dühring con su habitual manera trivializadora.
pág. 285
Los futuros juristas de la comuna económica se devanarán los sesos para conseguir
entender lo que eso quiere decir. Nosotros renunciamos a ello y nos informamos a
continuación de que
pág. 286
Aquí se presenta otra vez esa "vil manierilla" que tiene el señor Dühring de atribuir
falsamente afirmaciones: "cualidad tan vulgar" (como él mismo dice), que "sólo
puede calificarse con la palabra vil"; se trata de una falsedad tan injustificada como
aquel otro invento del señor Dühring según el cual la propiedad colectiva es en
Marx "a la vez propiedad individual y propiedad social".
Pero no tendrá el poder "de proceder excluyentemente hacia afuera... pues entre las
diversas comunas económicas hay libertad de movimientos y necesidad de aceptar
a nuevos miembros según determinadas leyes y normas administrativas...
análogamente... a lo que ocurre hoy con la pertenencia a una formación política y
con la participación en las competencias económicas comunales."
Mas todavía no estamos nada en claro acerca del "derecho publicístico". Dos
páginas más adelante nos lo explica el señor Dühring:
La comuna económica no abarca "al principio más que el ámbito político social
cuyos miembros están unidos en un sujeto jurídico unitario, y en esa cualidad
tienen la disposición sobre toda la tierra, las viviendas y las instituciones de
producción".
No es, pues, cada comuna la que dispone, sino la nación entera. El "derecho
público", el "derecho sobre la cosa", la "relación publicística con la naturaleza", etc.,
no es, pues, sólo "por lo menos oscuro y discutible", sino que se encuentra en
directa contradicción
pág. 287
Este antagonismo es, según el señor Dühring, "inevitable por la naturaleza misma
de las cosas". Pero "es discutible la idea de que el abismo entre la agricultura y la
industria... sea insalvable. De hecho existe ya cierta continuidad del paso, la cual
promete aumentar aun mucho en el futuro". Ya ahora dos industrias se han
introducido en la agricultura y la empresa agrícola: "ante todo las destilerías, y en
segundo lugar la obtención de azúcar de remolacha..., la producción de bebidas
espirituosas es de tal importancia que hasta ahora se la ha subestimado más que
otra cosa". Y "si fuera posible que, a consecuencia de algunos descubrimientos, se
constituyera un círculo mayor de industrias tales que se produjera la necesidad de
situar las fábricas en el campo y apoyarlas directamente en la producción de
materias primas," se debilitaría la contraposición de ciudad y campo, y "se
conseguirían los fundamentos más amplios del desarrollo de la civilización". Pero,
además, "una cosa parecida podría plantearse por otro camino. Además de las
necesidades técnicas, importan cada vez más las necesidades sociales, y cuando
estas últimas se hagan decisivas para la agrupación de las actividades humanas,
no será ya posible descuidar los beneficios que se desprenden de un próximo y
sistemático enlace de las ocupaciones del campo con las realizaciones del trabajo
técnico de transformación".
pág. 288
Por lo que hace a las cuestiones de la división del trabajo, ya hemos dicho antes
que pueden considerarse liquidadas en cuanto que se tiene en cuenta los hechos de
las diversas ocasiones naturales y las capacidades personales.
"El atractivo del ascenso hacia actividades que ponen en juego más capacidades y
más preparación se basaría exclusivamente en la inclinación a la ocupación
correspondiente y en la alegría de ejercitar precisamente esa cosa y no otra"
[¡ejercitar una cosa!].
pág. 290
Los utopistas estaban ya plenamente en claro acerca de los efectos de la división del
trabajo, acerca del anquilosamiento del obrero, por una parte, y de la actividad
misma del trabajo, por otra, limitada a la repetición perpetua, monótona y
mecánica, de uno y el mismo acto. La superación de la contraposición entre la
ciudad y el campo es para Fourier, igual que para Owen, la primera condición
básica de la superación de la vieja división del trabajo en general. Según los dos
autores, la población debe distribuirse por el país en grupos de mil seiscientos a
tres mil seres humanos; cada grupo habita, en el centro de su demarcación, un
gigantesco palacio, con comunidad doméstica. Fourier habla de vez en cuando de
ciudades, pero éstas constan simplemente de cuatro o cinco palacios contiguos.
Según los dos autores, cada miembro de la sociedad toma parte tanto en la
agricultura cuanto en la industria; en el caso de Fourier, el papel industrial
principal es desempeñado por la artesanía y la manufactura. Owen, en cambio
piensa en la gran industria, y hasta propone la introducción del vapor y de la
maquinaria en las tareas domésticas. Pero incluso dentro de la agricultura y de la
industIia exigen ambos la mayor diversidad posible de ocupaciones para cada
individuo, y, consiguientemente, la educación de la juventud es una actividad
técnica lo más multilateral posible. Según los dos autores, tiene que desarrollarse el
hombre de un modo universal mediante una ocupación práctica universal, y el
trabajo tiene que recuperar el atractivo perdido por la división; a ello contribuirá
por de pronto la variación y la correspondiente brevedad de la "sesión" (ésta es la
expresión de Fourier) dedicada a cada trabajo particular. Los dos han llegado ya
mucho más allá que la concepción tradicional del señor Dühring, la cual considera
que la contraposición entre la ciudad y el campo es inevitable por la naturaleza de
la cosa, como si en cualesquiera situaciones un cierto número de "existencias"
tuviera que estar condenado a producir un solo artículo; esa concepción quiere
eternizar los "tipos económicos" de hombres distinguidos por el modo de vida, y
perpetuar la existencia de gentes que se alegran de
pág. 291
ejercitar una cosa y ninguna otra, es decir, que han caído ya tan bajo que se
alegran de su propia esclavitud y unilateralidad. Comparado con las ideas básicas
incluso de las más insensatas fantasías del "idiota" Fourier, o con las más pobres
ideas del "rudo, pálido y débil" Owen, el señor Dühring, todavía sometido
totalmente a la división del trabajo, aparece como un impertinente enano.
Todo eso ha dejado ya hoy de ser mera fantasía, mero piadoso deseo. Dado el actual
desarrollo de las fuerzas productivas, basta ya el aumento de la producción que
viene dado por la socialización de las fuerzas productivas, por la eliminación de las
inhibiciones y perturbaciones nacidas del modo de producción capitalista, del
despilfarro de productos y medios de producción, para que, con una participación
general en el trabajo, el tiempo de éste pueda reducirse a una duración muy
pequeña desde el punto de vista de nuestros actuales conceptos.
La superación de la vieja división del trabajo no es tampoco una exigencia que
tenga que pagarse con una pérdida de productividad del trabajo. Al contrario. La
gran industria ha hecho ya de ella una condición de la producción misma. "La
operación a máquina supera la necesidad de fijar, al modo de la manufactura, la
distribución de los grupos de obreros entre las diversas máquinas, adaptando
constantemente los mismos trabajadores a la misma función. Como el movimiento
total de la fábrica no parte del obrero, sino de la máquina, puede organizarse un
constante cambio de personal sin interrupción del proceso de trabajo... Por último,
la rapidez con la cual se aprende de joven el trabajo a máquina
pág. 292
pág. 293
pág. 294
Y ahora consideremos la infantil idea del señor Dühring de que la sociedad puede
tomar posesión de la totalidad de los medios de producción sin cambiar
radicalmente el viejo modo de producir y, ante todo, sin suprimir la vieja división
del trabajo; según él, todo está listo en cuanto "se toman en cuenta las
disposiciones naturales y las capacidades personales", pero dejando como antes a
enteras masas de existencias esclavizadas por la producción de un solo artículo,
"poblaciones" enteras absorbidas por una sola rama de la producción, y a la
humanidad dividida, como antes, en cierto número de diversos "tipos económicos"
anquilosados, como son los de "peón" y "arquitecto". La sociedad tiene que ser
entonces dueña de los medios de producción en su totalidad para que cada cual
siga siendo esclavo de su medio de producción y pueda sólo elegir el medio de
producción del que quiere ser esclavo. Considérese también el modo como el señor
Dühring considera "inevitable por la naturaleza de la cosa" la separación entre la
ciudad y el campo, sin poder descubrir más que un pequeño paliativo en las ramas
industriales, específicamente prusianas en su situación,
pág. 295
Cierto que para darse cuenta de que los elementos revolucionarios que eliminarán
la vieja división del trabajo, con la separación de la ciudad y el campo, y
subvertirán toda la producción, se encuentran ya contenidos en germen en las
condiciones de producción, de la gran industria moderna, y para entender que el
actual modo de producción capitalista está obstaculizando el despliegue de dichos
elementos, hay que tener un horizonte algo más amplio que el ámbito de vigencia
del derecho territorial prusiano, la tierra en la cual el aguardiente y el azúcar de
remolacha son los dos productos industriales decisivos, y en la cual las crisis
comerciales pueden estudiarse en la feria del libro. Pero para tener ese horizonte
más amplio hay que conocer la verdadera gran industria en su historia y en su
realidad actual, es decir, en el país en el que tiene su patria y es el único en que
hasta ahora ha conseguido su desarrollo clásico; entonces no se pensará siquiera
en corromper el moderno socialismo científico ni en rebajarlo al socialismo
específicamente prusiano del señor Dühring.
pág. 296
IV. LA DISTRIBUCION
pág. 297
Pero, por otra parte, la comuna tiene que posibilitar también a los individuos que le
compren los artículos producidos, pagándoles, como contraprestación de su trabajo,
una cierta suma diaria, semanal o mensual de dinero, la cual debe ser la misma
para todos. "Por eso desde el punto de vista de la socialidad es indiferente decir que
ha desaparecido el salario del trabajo o que el salario tiene que ser la única forma
de ingreso económico". Mas los salarios iguales y los precios iguales establecen la
"igualdad cuantitativa del consumo, aunque no la cualitativa", y con eso se ha
realizado económicamente el "principio universal de la justicia".
Sobre la determinación del montante de ese salario del futuro, el señor Dühring nos
dice sólo
que también aquí, como en todos los demás casos, "se cambia trabajo igual por
trabajo igual". Por seis horas de trabajo se pagará, pues, una suma de dinero que
encarne precisamente seis horas de trabajo.
pág. 298
de los obreros. No es, ni mucho menos, tan radical como tiende a parecerlo.
pág. 299
¿Cómo puede evitarse esa doble y escindida faz de la comuna económica? Podría
servirse para ello la comuna del celébre "gravamen", o imposición sobre el precio,
vendiendo, por ejemplo, su producción anual por 480.000 marcos, en vez de por
360.000. Pero como todas las demás comunas económicas se encuentran en la
misma situación y tienen que hacer lo mismo, cada una de ellas tendrá que pagar
en el intercambio con las demás tanto "gravamen" cuanto ella misma percibe, con lo
que el "tributo" recaerá exclusivamente sobre sus propios miembros.
O bien la comuna económica puede zanjar el problema cortando por lo sano: pagar
a cada miembro, por seis horas de trabajo, el producto de menos de seis horas de
trabajo, el de cuatro, por ejemplo, lo que quiere decir ocho marcos en vez de doce al
día, pero manteniendo los precios de las mercancías al nivel anterior. En este caso
hace abierta y directamente lo que en el caso anterior buscaba por un rodeo:
constituye lo que Marx ha caracterizado como plusvalía, en una cuantía anual de
120.000 marcos, pagando a sus miembros, de modo exquisitamente capitalista, por
debajo del valor de su prestación, y cargándoles además las mercancías, que sólo a
ella pueden comprar, a su valor pleno. La comuna económica no puede, pues,
conseguir un fondo de reserva sino revelándose como versión "ennoblecida" del
sistema Truck,[*] sobre una amplísima base comunista.
Una de dos, pues: o bien la comuna económica cambia "trabajo igual por trabajo
igual", y entonces no puede, sino que sólo los particulares lo pueden, acumular un
fondo para el sostenimiento y la ampliación de la producción, o bien constituye un
tal fondo, y entonces no puede cambiar "trabajo igual por trabajo igual".
[*] Los ingleses llaman así al sistema, también conocido en Alemania, por el cual los
mismos fabricantes abren tiendas y obligan a sus obreros a comprar en ellas.
pág. 300
pág. 301
[2] Palabras del contraalmirante Chevalier de Parrat sobre los realistas franceses en
1796.
[5] Los manuscritos económicos de Marx son más de 1.000 páginas dedicadas
principalmente al cálculo infinitesimal. Aparecen en el vol. 69 de OME.
[8] ¡ay!
[11] Las cifras dadas por la ciencia de la época y recogidas por Engels en este
ejemplo son algo inferiores a las hoy admitidas.
[20]. Engels utiliza generalmente la segunda edición del libro primero de El Capital
(aunque introduciendo en el texto subrayados).
Pero en este lugar la segunda ediciön no dice "capital", sino "monopolio del capital".
[21] Aufgehoben, que generalmente se traduce en esta edición por superada(o). Aquí
Engels usa el término entre comillas, para llamar la atención sobre su sentido
material.
[22] Todas las cursivas de las citas del Discours son de Engels.
[27] La imagen del texto alemán, traducido libremente aquí, se basa en la idea de
apagar (ausmachen, que significa apagar y también hacer explicito y redundar en).
[28] Reptiles eran, en la frase familiar alemana de la época, los periodistas que
recibían gratificación de Bismarck por escribir en favor del gobierno. Este uso,
retorsión del que inicialmente había hecho Bismarck del término del discurso, se
refleja aún en expresiones como "fondo de reptiles", que designa los dineros fuera
de supervisión utilizados por los gobiernos para comprar servicios a los que no
desean dar publicidad.
[30] Terrateniente.
[31] OME 40, pág. 256.
[33] Los cinco mil millones de marcos pagados por Francia al Imperio Alemán como
contribución de guerra, por la de 1870.
[34] Esta discordancia en los tiempos verbales ("está absorvida", "carece", frente a
"tuvo") se encuentra en el texto alemán. Se conserva en la traducción porque podría
revelar, por debajo del mero descuido estitlístico, una vacilación en la formulación
de la tesis.
[35] Engels cita la 3.ª ed., London 1821, pág. 181, de On the principles of political
economy, and taxation.
[37] OME 40, pág. 52, n. 15. Las cursivas son de Engels.
[43] Ibid.
[57] Ésta es la expresión que se encuentra en el manuscrito dado por Marx a Engels
para este capítulo (Randnoten zu Dührings Kritische Geschischte der
Nationalökonomie). Engels transcribió erróneamente "producción de las mercancías".
Los editores de MEW han restituido el texto del manuscrito.
[58] La traducción corrige un descuido del texto (señalado por los editores de MEW)
por el que se trastocan los términos "suben" y "bajan".
[60] Esta alusión se refiere al paso que comienza por "Pero, ¿por qué..." y termina
por el asterisco. Ese paso era en las ediciones 1.ª y 2.ª del Anti-Dühring anterior al
recién leído.
[63] F. C. Schlosser, autor de una extensa Historia universal (Weltgeschichte für das
deutsche Volk). Marx cita el vol. XVII, Frankfurt am Main, 1855).
[67] Se corrige el error (señalado por los editores de MEW) Berechnung (cálculo,
cuenta) por Bewegung (movimiento).
[68] Esta alusión de Engels tiene por objeto una campaña crítica que Dühring
realizó contra las costumbres académicas, la organización y el funcionamiento de
las universidades alemanas de la época. En represalia quedó Dühring apartado de
la enseñanza.
[69] Este paso de Anti-Dühring es unos de los últimos lugares en que la voz
"burguesa" tiene un sentido ambiguo entre lo que hoy (1976) se llama burgués y lo
que se llama civil, cívico. Como traducción de bürgerliche Gesellschaft se podría dar
aquí fundadamente "sociedad civil", no necesariamente "sociedad burguesa". Se
trata, en cualquier caso, de una sociedad en la cual lo político (el estado
principalmente) no se presenta como elemento de lo social (economía, cultura,
costumbres no legisladas, etc.), sino separado de ello. En alemán se ha conservado
para ambos sentidos (clase burguesa, sociedad civil con escisión de lo político) un
mismo término, bürgerlich, que es la voz germánica sobre cuya raíz (Burg) han
construido las lenguas neolatinas "burgo", "burgués", "burguesía". El hecho de que
la burguesía del siglo XIX haya sido la clase social que más cerca ha estado de
consumar la separación (por relativa que fuera) entre lo político y lo social ha
consolidado en alemán la ambigüedad de bürgerlich, empujando a los escritores de
estas materias a usar el francés bourgeoisie para referirse a la clase burguesa.
[72] Sobre esta forma de organización rural escribió Engels un ensayo que publicó
en La evolución del socialismo de la utopía a la ciencia. Es probablemente un
esbozo incompleto o, por lo menos, más reducido que el proyecto inicial. Se
encuentra en OME 34.
[73] OME 6.
[76] Sacro Romano Imperio de la Nació Germánica es como los alemanes llaman lo
que en castellano se suele llamar Sacro Imperio Romanogermánico. El imperio
medieval fue uno de los mitos del romanticismo alemán de principios del siglo XIX.
Con la parodia "Imperio aléman de la nación prusiana" Engels tocaba una cuerda
todavía sensible en la Alemania de la época: el desasosiego que produjo el que la
unidad nacional alemana fuera obra del poder más atrasado de Alemania.
[82] Las cuatro leyes de mayo de 1873 en las que se culminó la política de "lucha
cultural" de Bismarck contra el partido católico.
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