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La Cruz

La vida del Fundador estuvo bajo el signo de la cruz. Cuando alguien se pone a entera
disposición de la obra redentora de Cristo, Dios señala su vida con la cruz; así fue
también señalada la vida del Padre Kentenich. Y él no huyó de la cruz. Precisamente en
las horas, días y años de sufrimiento y sacrificio, de abandono y renuncia, ejercitó la
santa osadía de entregarse a Dios con confianza ilimitada.
Y Dios premió su entrega regalándosele en íntima cercanía y haciendo triunfar su
poder sobre los ataques del demonio. La fuente de esta santa osadía fluía desde el
Santuario de gracias de la Madre Tres Veces Admirable.
Cada sufrimiento quiere ser un llamado para una tarea. Cobijados en la cercanía de
Dios, transformados en su amor, quiere enviamos para que comprendamos a los
demás y les llevemos consuelo y ayuda. “La cruz descifra todos los enigmas de la vida”,
decía el Padre.
Una anécdota:
En el Noviciado, el Padre Kentenich había escrito como encabezamiento de su
“Programa de Vida”: “Quién quiera seguirme, niéguese a sí mismo, tome su cruz y
sígame”. Esta consigna determinó también su vida posterior. La cruz se convirtió para
él en símbolo de elección y de particular seguimiento de Cristo. Contemplando su vida,
su primo lo expresó en las siguientes y sencillas palabras: “José estuvo clavado en la
cruz desde la cuna hasta la tumba”.
Cada persona que ha sido escogida por Dios, es marcada con la cruz. Esto también
sucedió con la vida del Padre y él aceptó el sufrimiento con valentía y siguió a su
Maestro porque sabía que la cruz de la vida es una gracia que significa fecundidad para
el Reino de Dios. Así lo dijo una vez: “Al igual que la Santísima Virgen, nosotros somos
predilectos de la cruz y por la muerte de Cristo llegamos a ser predilectos del Padre”.
El Padre amó la cruz. Vio en ella un gran valor, una prueba del amor de Dios, que
soportó por su Obra: “Para mi cruz y sufrimiento, es lo más valioso, son los regalos de
más valor que el amor del Padre me envía para que yo me asemeje al Salvador y en El
atraiga, de manera especial, la complacencia del Padre”.
También nuestra vida se halla bajo el signo de la cruz. La vida del Padre y Fundador de
la Familia de Schoenstatt nos da una esperanza. Cada sufrimiento quiere sumergimos
más profundamente en el infinito amor del Padre eterno.
¡Qué atractivos seriamos si no anduviéramos tristes sino diciendo claramente que
somos redimidos! ¡Participamos en la vida gloriosa del Salvador y no sólo en su vida
sufriente! ¡Fuera, por tanto, con todo pesimismo, viva el optimismo! ¡Viva la
victoriosidad! Está claro que no hay resurrección sin muerte, y en la medida en que
pendamos de la cruz debemos experimentar al mismo tiempo la alegría. El se esconde
detrás de mi cruz ¿Qué quiere? Quiere ser buscado. Debo ponerme en sus manos, en
El y con El. Hay un esplendor de la cruz y un esplendor de la gloria…

“Lleve Usted, su cruz tranquilo, humilde, valiente. ¡Así ayuda Ud. a salvar el mundo!”,
nos invita el Padre.

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