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Resumen
Palabras clave:
Geopolítica, energía nuclear, seguridad nacional, desarrollo, Perú, Argentina
Abstract
The article’s main porpoise is to stody the geopolitical environment that prompted the
upraising of the nuclear energy in Peru. To do it, it will be analyzed the state of art of
the international agreements signed by the Peruvian government regarding the nuclear
sector and its implications for the national security; as well as the historical and political
factors that, thanks to their absence or presence, are shaping a geopolitical-institutional
relationship between national security and the development –or not- of nuclear energy.
One of the key factors that underline this article is closely related to the geopolitical
approach between Argentina and Peru during the seventies and how this approach
shaped the Peruvian nuclear development, particularly emphasized with the RP-10
opening in 1988, and it is explained thanks to the high level of political and strategical
coincidences between both administrations.
Keywords:
Geopolitics, Nuclear Energy, National Security, Development, Peru, Argentina
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Introducción
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desarrollo no harán variar la dependencia energética en forma sustancial, por lo que, se
mantendrá el grado de dependencia respecto de los recursos energéticos importados,
afectando el logro de los objetivos nacionales, a la seguridad nacional y a los intereses
nacionales (p. 322). Así, las consecuencias del déficit de recursos energéticos y de la
composición de la matriz energética nacional se manifiestan en una forma muy
compleja entre las variables que constituyen el Sistema de Energía y Defensa, así como
en la incidencia que se produce en la capacidad de disuadir, en el desarrollo nacional, en
el poder, en la proyección internacional, en la economía, y en las FF.AA. respecto del
rol de los combustibles y de las fuentes energéticas en caso de un conflicto armado. (p.
323)
Pfirter (2012) observa una relación entre energía nuclear y seguridad nacional a
partir de la protección que brinda insertar a un estado en el sistema nuclear
internacional. Esta inserción tiene que ver con la firma y el respeto a los tratados de
reducción de armamento, no proliferación, uso pacífico, de la energía nuclear, etc., de
forma que estos protocolos de control y vigilancia regional e internacional, serían un
elemento que incrementaría los niveles de seguridad nacional a partir del entendimiento
y la cooperación con otros actores similares. El ejemplo por excelencia es el caso
argentino-brasilero: Sin perjuicio de mantener sus programas nucleares secretos,
Argentina y Brasil, a partir de 1983 ambas dirigencias reconocieron la conveniencia de
evitar la suspicacia y una costosa e inconducente competencia en el campo nuclear e
impulsaron activamente un proceso sostenido de fortalecimiento de la confianza mutua.
Lo hicieron a través de declaraciones políticas, compromisos formales, intercambio de
información y visitas recíprocas de alto nivel a instalaciones sensitivas. El fin de la
Guerra Fría y la distensión que la acompañó actuaron como un telón de fondo propicio
para ese acercamiento.
En su análisis del caso argentino, Hurtado de Mendoza (2009) expone que los
procesos de institucionalización democrática son más beneficiosos en términos de
seguridad nacional que aquellos programas desarrollados bajo liderazgos autoritarios.
Es posible que exista un proceso de aceleramiento del desarrollo nuclear, pero al
realizarse durante un episodio dictatorial, éste pierde no sólo legitimidad al interior de
su propia nación, sino que genera sospechas en los países vecinos y en los países
centrales, de manera que, lo que al principio podría parecer un incremento del desarrollo
nuclear en función de un aumento presupuestario y un liderazgo con pensamiento
estratégico-militarista, termina, en la práctica, siendo un retroceso en función de las
sanciones internacionales y la desconfianza que se genera en otros países periféricos que
compiten por la hegemonía regional en un sentido geopolítico y tecnológico-científico.
Siguiendo esa misma línea de trabajo, Rut Diamint (1992) menciona que desde la vuelta
a la democracia en Argentina, es decir, con un nivel de mayor institucionalidad y un
marco legal que transfiere la política nuclear del ámbito militar al ámbito civil, se
avanza hacia una lógica de seguridad nacional que incluye un tránsito hacia la seguridad
cooperativa. Este tránsito apuntaba a marcar las relaciones de cooperación y los
intereses comunes regionales para elaborar una concepción compartida de seguridad y
contribuir a la defensa del orden y los valores occidentales: se avanza hacia la
integración, ergo, hacia la eliminación de hipótesis de conflicto superpuestas (Diamint,
1996).
Sobre el caso brasilero, Garay Vera y Pérez Gil (2014) analizan como Brasil
podría romper el equilibrio regional y convertirse en el nuevo hegemón “al sur del Canal
de Panamá”. El uso de la tecnología nuclear relacionado con la política de la Defensa
transciende la mera posesión de estas armas. Primero –dicen los autores-, no hay
ninguna duda de que los submarinos de propulsión nuclear implicarían un uso militar de
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la tecnología nuclear; en segundo lugar, el programa de energía nuclear se sitúa en el
sector industrial de la defensa; en tercer lugar, un submarino nuclear implica per se un
importante potencial geoestratégico; y, en cuarto lugar, como consecuencia de una
política de prestigio internacional, el uso de tecnología nuclear en motores para
vehículos militares podría favorecer la proliferación horizontal de esta tecnología.
Expuestas las aproximaciones al tema, es posible afirmar que los dos aspectos
más relevantes para analizar el “factor (geo)político” son: (1) la disuasión y (2) la
interdependencia. Dada que la experiencia peruana no es prolífica en estos dos aspectos
generales y que la bibliografía extranjera no ha mostrado demasiado interés, el aporte de
este artículo se fundamenta en presentar los resultados de dos estudios realizados para
esta publicación: (1) la forma como los países vecinos más nuclearmente desarrollados -
Argentina y Brasil- dieron forma a una política de cooperación pasando primero por la
disuasión y la competencia; y (2) tanto la trayectoria cooperativa peruano-argentina
cómo el tránsito del “apogeo” a la “decadencia” en el ámbito nuclear, son la respuesta
institucional a un problema mucho más grande: las relaciones peruano-argentinas
experimentaron, a todo nivel, la misma secuencia.
La evidencia muestra que el Perú no ha implementado las recomendaciones de
los organismos internacionales propulsores de la energía nuclear. Hablar de las
“recomendaciones” implica hablar de una dimensión técnica-política de la energía
nuclear puntualmente materializada en los Protocolos Adicionales de la OIEA,
orientados a fortalecer la eficacia y mejorar la eficiencia del sistema de salvaguardias
como contribución a los objetivos de la no proliferación nuclear a nivel mundial, esto
significa que los Protocolos Adicionales dotan al OIEA de mejores instrumentos para
garantizar la no desviación de materiales nucleares declarados y la ausencia de
materiales y actividades nucleares no declaradas.
En ese sentido, el presente artículo recorrerá la historia y presente institucional
del IPEN en el periodo 1977-2013 a partir de la revisión de los documentos e informes
producidos enfatizando la relación que se plantea entre seguridad institucional y
seguridad nacional en el Perú. Asimismo, la relación bilateral entre Perú y Argentina
será estudiada dotándole del rol “fundamental” para explicar el desarrollo nuclear local;
y, finalmente, un acercamiento a las experiencias internacionales será utilizado para
contextualizar el vínculo formado entre relaciones internacionales y seguridad nuclear
en el devenir de la geopolítica nuclear tanto global como regional.
Desarrollo
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son los lazos de cooperación históricos y políticos, así como los acuerdos bilaterales, los
que motorizan el desarrollo nuclear; y es la interrupción de los mismos, ya sea por
causas económicas, políticas o por el contexto internacional/bilateral, la que impidió
continuar con el mencionado crecimiento y desarrollo, no obstante, el factor interno
relacionado con la calidad burocrática local no es un tema que deba subestimarse.
Tabla 1
Acuerdos multilaterales firmados por el Perú.
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Guerra de las Malvinas, no fue otra cosa que la materialización de una serie de acuerdos
y vínculos tácitos que se habían desarrollado entre Perú y Argentina, tanto a nivel
militar como a nivel político. En ese sentido, las acciones y declamaciones a favor de la
Argentina en 1982, fueron la respuesta militar-estratégica, en caso se produjera una
victoria argentina, a un posible entendimiento a costa de Chile.
Este supuesto entendimiento a costa de Chile, de haber resultado bien la
aventura de la dictadura argentina, no hubiera sido posible sin el alto nivel de
coincidencias que tuvieron Morales Bermúdez y Videla. Las relaciones político-
militares entre Perú y Argentina se basan en dos aspectos fundamentales: (1) el alto
grado de intercambio académico de oficiales peruanos y argentinos formados en las
escuelas militares de ambos países; y, (2) el acercamiento entre los exdictadores
Morales Bermúdez y el argentino Jorge Rafael Videla durante la segunda etapa del
Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas y el Proceso de Reorganización
Nacional en general y, en particular, a raíz de la visita que hiciera el primer mandatario
peruano a Videla entre el 14 y 17 de junio de 1979.
Es importante el estudio de estas relaciones político-militares puesto que el
desarrollo nuclear peruano está profunda y directamente asociado al entendimiento
cooperativo entre dos gobiernos militares con profundas coincidencias ideológicas-
políticas, así pues, la relación entre interés estratégico y geopolítica se vuelve cada vez
más clara a partir de 1977 otorgándole al desarrollo nuclear un estatus cada vez menos
científico, independiente de las políticas públicas de “Ciencia y Tecnología” (CyT) para
quedar cada vez más bajo la órbita militar y de la seguridad nacional.
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Militarismo Pre Perón- Justicialismo-Velásco (1973- Videla-Morales Bermúdez
Velásco (1968-1973) 1975) (1976-1980)
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Figura 1. Acuerdos firmados desde el gobierno de Onganía hasta el de Morales
Bermúdez
Fuente: Velásquez (2006)
No hay que pasar por alto que en junio de 1980 (poco antes de que Belaúnde
asumiera la Presidencia) ciudadanos argentinos fueron secuestrados en Lima por un
comando argentino y transportados a su país bajo la sospecha de que estaban
preparando un atentado contra la vida de Videla (Villarán, 2004, p. 56). Pasando revista
a la conferencia de prensa dada por Morales Bermúdez, se encuentra que la prensa
internacional le preguntó con preocupación acerca de un posible entendimiento a costa
de Chile. La cuestión que interesa no es la respuesta en sí misma (que fue negativa),
sino la existencia de la preocupación por parte de la prensa de que exista en el trasfondo
una alianza argentino–peruana debajo del papel (Morales Bermúdez, 1979 recuperado
de CARI-CEPE, 2000).
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Dictadura de Videla Dictadura de Viola Dictadura de Galtieri Dictadura de Bignone
(1976-1981) (1981) (1981-1982) (1982-1983)
Figura 2. Acuerdos firmados por los presidentes de la Junta Militar Argentina del
“Proceso de Reorganización nacional”
Fuente: Velásquez (2006)
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desarrollo”, en obvia crítica a los intentos soviético-cubanos de “satelizar” el
movimiento.
En marzo de 1977, Videla decidió viajar al Perú respondiendo a la invitación del
general Morales Bermúdez. La afinidad ideológica con el visitante quedó expresada en
la declaración conjunta, donde ambos mandatarios asentaron su mutuo repudio al
fenómeno de la violencia guerrillera, expresándose de la siguiente manera:
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Dictaduras militares pre Intermedio Justicialista Proceso de Reorganización
Perón (1966-1973) (Perón-Martínez) Nacional (1976-1983)
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El desarrollo nuclear peruano: orígenes y apogeo
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ofrecido construir una facilidad crítica para entrenar al personal del IPEN, que sería
donada si el contrato se firmaba (Diego Hurtado de Mendoza, Secretario de Innovación
de la Universidad nacional de General San Martín, Investigador del Consejo Argentino
de Ciencia y Tecnología. Comunicación personal –recuperada del IEDES-. 28/06/2013).
Al respecto, el Dr. Modesto Montoya, expresidente del IPEN, sostiene que el viraje
peruano hacia el mercado proveedor argentino, interrumpió algunos procesos de
intercambio académico que ya se encontraban vigentes entre Perú y Gran Bretaña, y
que, de hecho, causó algunos problemas diplomáticos entre ambos países. Afirma,
además, que la decisión de orientar la adquisición de un reactor de potencia cero hacia
los argentinos, fue una decisión política que estuvo influenciada directamente por las
relaciones cívico-militares que se encontraban en un punto muy estrecho y concordante
hacia la segunda mitad de la década del setenta del siglo XX (Modesto Montoya,
expresidente del IPEN. Comunicación personal –recuperada del IEDES-. 25/06/2013).
De acuerdo con el Dr. Víctor Latorre, primer presidente civil del instituto, el
entendimiento entre militares peruanos y argentinos en términos de cooperación nuclear
estuvo principalmente motivado desde el lado argentino. Esto es, los avances en ciencia
y tecnología así como sus potenciales aplicaciones militares, alentaron a los argentinos a
creer que el uso estratégico podía virar a un uso táctico de la energía nuclear como un
elemento de presión/seducción en vecinos con hipótesis de conflicto coincidentes con
las suyas (Víctor Latorre, expresidente del IPEN y director del Instituto de Ciencia y
Tecnología de la Universidad Ricardo Palma. Comunicación personal –recuperada del
IEDES-. 15/07/2013). Así, el IPEN vio cómo terminó su etapa formativa e iniciaba una
etapa competitiva con Chile, que para finales de la década del setenta tenía más
infraestructura nuclear que el Perú y una política nuclear dirigida, también, por el sector
militar. De esta manera, los políticos-militares argentinos entendieron la transferencia
tecnológica como una forma de afianzar su órbita de influencia en el Perú en general y
en el sector militar en particular. No es difícil que se deduzca que el nombramiento de
Latorre en el IPEN haya generado dos situaciones: (1) un enfriamiento de la política de
investigación intra-IPEN; y, (2) tensión con relación a los compromisos asumidos por el
Perú y su forma de cancelación de los mismos (Dr. Víctor Latorre, expresidente del
IPEN y director del Instituto de Ciencia y Tecnología de la Universidad Ricardo Palma.
Comunicación personal –recuperada del IEDES-. 15/07/2013).
La dimensión geopolítica de la energía nuclear es vista desde una perspectiva
tanto de cooperación como de inter-dependencia. En ese sentido, para comprender el
acercamiento nuclear peruano-argentino es necesario entender en primer lugar los
elementos de tensión que existían dentro del proveedor tecnológico (Argentina), de la
misma manera en que se puede entender las tensiones internas y las discusiones en torno
a las “necesidades estratégicas” que plantearon los militares peruanos del Gobierno
Revolucionario de las FF.AA. Es necesario remontarse hasta el surgimiento de las
primeras políticas púbicas argentinas orientadas a Ciencia y Tecnología (CyT). Las
políticas oficiales de CyT se remontan al primer peronismo (1946-1955) y son la
respuesta del Estado a una serie de secuencias de innovación tecnológica propiciadas
por el sector privado a través de entes de corte filantrópico aglutinados en la
“Asociación Argentina Para el Progreso de las Ciencias” (AAPC).
La AAPC y el Estado argentino confrontaban por la legitimidad y el sentido
social de la investigación, de manera que se produjo un desdoblamiento del proceso de
institucionalización guiado por ideologías, representaciones y modelos institucionales
divergentes. Así, mientras la AAPC promovía institutos privados con base en un
sistema de filantropía (IByME, IIB Fundación Campomar, Instituto de Investigación
Médica Mercedes y Martín Ferreyra, etc.) y divulgaba su actividad a través de la
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publicación “Ciencia e Investigación”, el Gobierno nacional promovía la planificación
económica teniendo a la CyT integradas a este proceso explicando así la fundación de la
CNEA (1950), la Dirección Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (1950),
el Instituto Antártico Argentino (1951), el Centro de Investigaciones Tecnológicas de
las Fuerzas Armadas (1954), entre otros centros de estudio, así como la publicación
“Mundo Atómico” desde 1950 (Hurtado de Mendoza, 2014).
Con el derrocamiento de Perón a manos de la “Revolución Libertadora”, se
desmanteló la estructura de CyT y se avanzó en una suerte de “reorganización” y
creación de instituciones de CyT pero sin una política clara, específica y explícita. Así
surgieron el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA, 1956), el Instituto
Nacional de Tecnología Industrial (INTI, 1957) y el Consejo Nacional de
Investigaciones Científicas y Tecnológicas (CONICET, 1958), que funcionó como
órgano de enlace y de fortalecimiento de la investigación intra-universitaria,
planteándose como objetivos: la libertad de investigación y acceso a los estándares de
internacionales de investigación científica; autorregulación (no-intervención del
Estado); financiamiento estatal; y ciencia básica como principal objetivo. Durante esa
misma época la CNEA tendría por objetivos alcanzar la autonomía en el desarrollo de
tecnología nuclear a través del desarrollo de capacidades tecnológicas en CyT; el
desarrollo incremental de la tecnología nuclear; y la conformación de una industria
nuclear nacional argentina (ibíd.).
Esta breve descripción del comportamiento histórico-institucional del socio
peruano más cercano no es casual: muestra en trazos gruesos las tensiones y acuerdos
que surgen de cualquier proyecto nacional que esté orientado a la CyT y muestra
también que tan necesario es institucionalizar no sólo la democracia sino también la
gestión pública para la consecución de objetivos estratégicos planteados a largo plazo.
La política nuclear requiere de factores que incidan en un comportamiento institucional
que garantice la previsibilidad y la estabilidad tanto de la toma de decisiones como del
ambiente en el que se desarrolla la investigación científica.
El acercamiento entre el Perú y la Argentina se hizo concreto a razón de que la
oferta argentina incluyó el diseño y construcción de un reactor de 10 MW, una planta de
producción de radioisótopos y radiofármacos, y laboratorios auxiliares para física,
química y protección radiológica. En noviembre de 1977 se firmó el contrato para “la
ejecución del diseño y la construcción, instalación y puesta en marcha del Centro
Nuclear de Investigaciones” en Huarangal. La transacción incluía un acuerdo financiero
por el cual el Banco Nacional de Desarrollo de la Argentina otorgaba al Banco de la
Nación del Perú un crédito por valor del orden de 48,5 millones de dólares para
financiar la construcción de las instalaciones. Para Renato Radicella, que estuvo a cargo
de las negociaciones, “ésta fue la primera transferencia de tecnología importante
realizada por la CNEA”. Radicella destacaba tiempo más tarde la experiencia ganada
por la Argentina, que además “no perdió plata a pesar de la inflación”, y el respaldo del
Banco Central y la Aduana. “Tuvimos el país atrás”, explicaba, y ponía como ejemplo
la promulgación de la “Ley del Proyecto Perú”, que facilitó los aspectos administrativos
de la venta, declaró el proyecto de interés nacional y otorgó a la CNEA “facilidades
especiales” (Diego Hurtado de Mendoza, Secretario de Innovación de la Universidad
nacional de General San Martín, Investigador del Consejo Argentino de Ciencia y
Tecnología. Comunicación personal –recuperada del IEDES-. 28/06/2013).
La facilidad crítica, bautizada RP-0, entró en operación en julio de 1978. Un
aspecto relevante del contrato fue el entrenamiento de 150 científicos y técnicos
peruanos, que en parte fue realizado en la Argentina. Castro Madero, presidente de la
CNEA, interpretaba el acuerdo con Perú como algo inédito en América latina y como
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un ejemplo privilegiado de lo que se entiende por “transferencia horizontal” (Hurtado de
Mendoza, 2009). El RP-10 –el reactor de investigación de 10 MW, corazón del
proyecto alrededor del cual se había diseñado el conjunto de las instalaciones– sería el
de mayor potencia en operación en América latina. Un punto delicado era que hubiera
sido diseñado para operar con uranio enriquecido al 90%. La CNEA decidió rediseñar el
reactor para que pudiera trabajar con uranio enriquecido al 20%, opción considerada no
proliferante (ibíd.).
A pesar de esta iniciativa, la Nuclear Non-Proliferation Act aprobada por el
Congreso de los EE.UU. en marzo de 1978, establecía la prohibición de cooperar en el
área nuclear con países que no aceptaran salvaguardias completas. Esto significaba,
entre otras cosas, que se ponía fin al compromiso de EE.UU. de proveer el uranio
enriquecido para que la Argentina pudiera fabricar los elementos combustibles para sus
propios reactores de investigación y para el reactor peruano. Mientras que el uranio
enriquecido para el RA-3 fue comprado a la Unión Soviética, el uranio enriquecido al
20% para el reactor peruano tuvo que ser enviado desde EE.UU. a Alemania, donde una
empresa de este país se encargó de la construcción de los elementos combustibles con
ingeniería provista por la CNEA. Castro Madero, director de la CNEA durante la
dictadura cívico-militar, opinaba que resultaba muy difícil “discriminar hasta dónde se
trata de evitar la proliferación y hasta dónde se permite que existan monopolios, que
existan intereses comerciales o que exista el interés de que algunos países no tengan la
posibilidad de desarrollar sus planes autónomos” (Diego Hurtado de Mendoza,
Secretario de Innovación de la Universidad Nacional de General San Martín,
Investigador del Consejo Argentino de Ciencia y Tecnología. Comunicación personal –
recuperada del IEDES- 28/06/2013).
Para comprender la magnitud de la transferencia: el RP-10 es del tipo piscina y tiene 10
MW de potencia térmica, siendo una instalación nuclear donde se controla la fisión
nuclear, que consiste en la ruptura del núcleo atómico del Uranio-235 (U-235) con una
gran liberación de energía, neutrones y emisión de radiaciones. Los neutrones
producidos de esta manera son utilizados para la investigación y producción de
radioisótopos. Los principales usos y servicios del reactor RP-10 son: tecnología de
reactores nucleares, producción de radioisótopos, ciencia de materiales, análisis por
activación neutrónica, capacitación y entrenamiento en tecnología de reactores
nucleares. Su gran versatilidad permite que simultáneamente puedan realizarse estas
aplicaciones.
Los laboratorios de la Planta de Producción de Radioisótopos (PPR) tienen un
área construida de 3500 m2 y está conformada por un conjunto de celdas para el manejo
y producción de materiales radiactivos. El RP-10 suministra el material radiactivo que
se procesa en la PPR, razón por la cual el edificio del reactor esta intercomunicado con
el corredor caliente de la planta, que es por donde se transporta el material radiactivo a
las celdas de producción. Dicha instalación tiene un promedio de 30 laboratorios, entre
los cuales, los dedicados a la producción tienen unas celdas construidas con ladrillos de
plomo de 50 y 100 mm de espesor, garantizando la seguridad de los operadores que
realizan los procesos químicos. En estos recintos especiales dotados de pinzas o tele-
manipualdores (sic) y también visores de vidrio plomado se realiza la producción de
radioisótopos emisores de radiación gamma como Yodo 131, Tecnecio 99m, Samario
153 e Iridio 192, utilizados principalmente en las aplicaciones médicas.
Sobre lo mencionado, el Dr. Modesto Montoya sugiere que no es posible
aumentar la capacidad operativa del RP-10 (en torno al 10% de su capacidad) por dos
motivos: primero, no existen suficientes recursos humanos para maximizar la capacidad
de trabajo tanto en producción como en investigación; y, segundo, aunque existieran
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esos recursos humanos propios, la producción superaría las necesidades del mercado
peruano, de manera que sería económicamente insustentable en la medida en que se
produciría un desbalance notable entre capacidad de oferta y capacidad de demanda
(Modesto Montoya, expresidente del IPEN. Comunicación personal –recuperada del
IEDES-. 25/06/2013).
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hipótesis de conflicto. Evidentemente, la integración impone una serie de desafíos tales
como la construcción de confianza, pero también la disuasión o el entendimiento a partir
del mutuo temor a las consecuencias provocadas por una situación de anarquía en los
esquemas de seguridad Este-Oeste (durante la Guerra Fría) o Norte-Sur (durante la
globalización). Se busca recontar, primero, cómo estas estructuras de cooperación
internacional en los escenarios más desarrollados (Europa, por citar un ejemplo)
fomentaron procesos de integración y desactivación de hipótesis de conflicto que dieron
lugar a un mundo más seguro y a un desarrollo nuclear mucho más sostenible y
armonioso. De la misma forma, también se realizará una interpretación de la realidad
regional basada en el entendimiento argentino-brasilero que significó el fin de la mutua
desconfianza a partir de la creación de un sistema de salvaguardas y mutuo control de
las operaciones nucleares estratégicas y de los “programas paralelos” que se
instituyeron en ambos países.
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margen los postulados realistas sobre la naturaleza humana, la ausencia de una
autoridad central es un elemento suficiente en sí mismo para justificar el carácter
eminentemente conflictivo de la política internacional. En un sistema de estas
características, los responsables políticos han de procurar poseer aquellas cuotas de
poder que garanticen la consecución de los intereses nacionales de sus respectivos
países.
Así, la disuasión es uno de los instrumentos a disposición de los Estados para
ejercitar su poder, es decir, para emprender acciones dirigidas a influenciar el
comportamiento de otros Estados de manera congruente con sus intereses. Para Brody
(1974), este concepto se refiere:
Herman Kahn (1960) plantea que existen tres tipos de disuasión dependiendo del
cálculo que se haga a la hora de evaluar una respuesta: la disuasión contra un ataque
directo; la disuasión de provocación extrema; y, finalmente, la disuasión de provocación
moderada. Los ejemplos clásicos están basados en la dicotomía militar Rusia-Estados
Unidos. Así, en la disuasión de Tipo I, el primer paso será analizar, por ejemplo, los
efectos que causaría el ataque ruso en la capacidad de respuesta de los EE.UU.,
dependiendo esencialmente de las tácticas y capacidades desarrolladas por el enemigo.
Generalmente, el problema de la advertencia resulta altamente prioritario. La segunda
parte del cálculo -las consecuencias de una falta de coordinación entre las fuerzas
supervivientes en los EE.UU.- depende en gran medida de sus tácticas, así como de la
flexibilidad de sus planes. Otro punto que puede ser de gran importancia es el siguiente:
los modernos armamentos nucleares son tan poderosos que, aun cuando no destruyan su
objetivo, pueden transformar el ambiente al grado de provocar la inoperatividad de las
armas de contraataque.
Respecto a la disuasión de Tipo II, ésta dicta el empleo de amenazas estratégicas
con el fin de disuadir a un enemigo de emprender actos de provocación extrema
distintos de un ataque directo contra el territorio rival. En el escenario mencionado
(Rusia-EEUU), el estratega soviético se cuestiona: si realizo este movimiento de
provocación extrema -¿nos atacarán los norteamericanos?- La posibilidad de que los
soviéticos pongan en marcha la provocación contemplada será determinada en gran
medida por sus estimaciones del cálculo norteamericano con respecto a lo que sucedería
si los papeles se invirtieran. Es decir, de lo que sucedería si los norteamericanos
atacaran y dañaran seriamente la fuerza aérea estratégica rusa, y los rusos
contraatacaran sin coordinación alguna en las fauces de una defensiva aérea de los
EE.UU. alertada y, probablemente, contra una población norteamericana debidamente
evacuada. Si tal posibilidad resulta creíble para los soviéticos, debe serlo porque ellos
reconocen el probable fracaso de su propia disuasión tipo I.
Finalmente, la disuasión tipo III podría calificarse de "disuasión de ojo por ojo".
Se refiere a aquellos actos que se refrenan en función de que el agresor potencial teme
que el defensor u otros adopten en consecuencia acciones limitadas, tanto de índole
militar como no militar, lo cual restaría todo beneficio a la agresión. La amenaza más
obvia que se podría agrupar bajo la categoría de disuasión tipo III sería la capacidad de
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librar una guerra limitada de cualquier especie. ¿Qué es lo que disuadió a los rusos de
una serie de Coreas y de Indochinas? Probablemente no sea tanto el temor a un ataque
directo de los EE.UU., con sus fuerzas actuales, como la probabilidad de que los
Estados Unidos y sus aliados vayan a incrementar tanto su poderío militar como su
resolución ante crisis de tal magnitud. Es factible aumentar los efectos disuasorios de
dicha posibilidad mediante la realización de preparativos explícitos, de modo tal que se
puedan maximizar nuestras fuerzas instantáneamente cada vez que el bando contrario
nos provoque. Si los rusos cobraron conciencia de que el deterioro en el ámbito de las
relaciones internacionales impulsó a los norteamericanos a adoptar un programa de
choque, fue, quizá, porque no estuvieron tan dispuestos a permitir que se deterioren las
relaciones internacionales.
Por supuesto, al llevar este paradigma a América del Sur, lo que hay que tomar
en cuenta es la calidad de la percepción que tienen mutuamente los ejes del Pacífico y
del Atlántico, esto es, cómo se observan, analizan y leen Brasilia y Buenos Aires, así
como Lima y Santiago. No cabe duda de que sus relaciones han estado influenciadas
por las llamadas “imágenes espejo” con arreglo a las cuales, ambos estados se
atribuyen, recíprocamente, el mismo cúmulo de intenciones agresivas. Ahora bien, el
mundo en el que el macartismo y el temor a un holocausto nuclear eran algo patente y
latente, ya no existe más. Los nuevos desafíos desde la caída de la Unión Soviética y
del Muro de Berlín, pasan por controlar las “nuevas amenazas”: los nacionalismos
étnicos, los conflictos armados con fuerzas irregulares, el narcotráfico, las epidemias, la
pobreza y el terrorismo. En la década de los sesenta, la disuasión nuclear cumplía su
función, pero llevaba de forma implícita el riesgo de una deflagración absolutamente
devastadora: la guerra nuclear, que podía borrar del mapa ciudades enteras como ya
habían probado con éxito los EE.UU. en Hiroshima y Nagasaki en 1945. Actualmente,
en un escenario internacional diferente y que hace frente a los cambios producidos por
la política de seguridad global de los Estados Unidos después de los Atentados del 11 de
Septiembre, la estrategia de disuasión nuclear tiene que ser reformulada o enfrentarse a
la alternativa del anacronismo. En consecuencia, se torna imprescindible desarrollar
nuevas iniciativas basadas en un mayor consenso internacional y en enfoques y políticas
más acordes a las realidades del siglo XXI (Terradas, 2010, p. 1).
Bajo este encuadramiento y acompañado de la emergencia de las “nuevas
amenazas” a la seguridad nacional/internacional, el mundo se encuentra frente a una
instancia dicotómica: los principales jugadores del concierto internacional están ante
una oportunidad de reordenamiento mundial, y “deben poner fin a las crónicas fallas
económicas y de seguridad del sistema actual, y configurar a partir de allí, un nuevo
escenario: más seguro y democrático, pero por sobre todo, basado en instituciones
internacionales que regulen efectivamente el poder nuclear, mediante una real capacidad
del uso de la fuerza, emanada de la legitimidad que da el consenso colectivo de los
pueblos” (ibíd.).
Siguiendo estas premisas, del encuentro entre las teorías del conflicto y de los
juegos, ha surgido una muy prolífica distinción entre juegos de suma cero (puro
conflicto), juegos de suma positiva (pura cooperación), y juegos mixtos (de cooperación
y conflicto). Éstos últimos son los que abren el espacio a la negociación. En la vida real
es prácticamente imposible que se presente una dinámica social que se comporte
únicamente como juego de suma cero o juego de suma positiva, pues siempre están
presentes aspectos abiertos a la negociación, tanto en las situaciones más conflictivas
como en las más pacíficas. No obstante, lo que sí existe en la vida real, son
mentalidades que consideran los conflictos como de suma cero o de suma positiva. En
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el primer caso, el conflicto tiene una alta probabilidad de terminar en tragedia. En el
segundo caso el conflicto tiene una alta probabilidad de terminar en explotación.
De lo mencionado anteriormente, se entiende –analizando someramente la
experiencia europea- como en épocas de conflicto pueden surgir espacios de
cooperación. El ejemplo al que se desea apelar es el surgimiento de la Comisión
Europea de la Energía Atómica (EURATOM). Por supuesto, el surgimiento de
EURATOM fue una consecuencia del desarrollo de políticas científicas mancomunadas
surgidas de una integración política mucho más amplia y con un sustento especialmente
económico-industrial. Así, La creación de la Comunidad Europea del Carbón y del
Acero en 1952 constituyó el primer paso hacia la Europa supranacional. Por primera vez
los seis Estados miembros de esta organización renunciaron, si bien es cierto que en un
área restringida, a una parte de su soberanía en favor de la comunidad.
El fracaso de la Comunidad Europea de Defensa (CED) en 1954 hizo zozobrar el
proceso de integración europeo, pero, por el contrario, la Conferencia de Mesina (1955)
significó un relanzamiento de dicho proceso. En 1956 se formó un comité encargado de
elaborar un estudio para la creación de un mercado europeo común. Dicho comité,
conferenciando en Bruselas y con la presidencia de P. Spaak, canciller anfitrión, expuso
en 1956 dos proyectos que satisfacían a las dos alternativas apoyadas por los Estados:
(1) la creación de un mercado común generalizado; y (2) la creación de una comunidad
de la energía nuclear. En marzo de 1957 se rubricaron los Tratados de Roma. El primero
de ellos daba por establecida una Comunidad Económica Europea (CEE); y, el segundo
–y de suma relevancia para el tema que exponemos- una Comunidad Europea de la
Energía Atómica. Para combatir el déficit generalizado de energía convencional de los
años cincuenta, los seis estados fundadores trataron de obtener su independencia
energética apelando a la energía nuclear. Dado que los costes de las inversiones
necesarias para el desarrollo de esta energía superaban las posibilidades de cada país por
separado, los países fundadores se unieron para crear la mencionada EURATOM.
El Tratado tiene como objetivo la contribución a la formación y al crecimiento
de las industrias nucleares europeas; conseguir que todos los Estados miembros saquen
partido del desarrollo de la energía nuclear; y, finalmente, garantizar la seguridad de
abastecimiento. Al mismo tiempo, el Tratado asegura un alto nivel de seguridad para las
poblaciones e impide cualquier desviación hacia fines militares de materiales nucleares
que, en principio, fueron destinados a usos civiles. Es necesario señalar que EURATOM
solo tiene competencias en el ámbito de la energía nuclear civil y pacífica:
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En el tránsito del conflicto a la cooperación, se empiezan a consolidar escenarios
donde las necesidades estratégicas (el autoabastecimiento y la seguridad energética)
pasan a un segundo plano después del proceso de consolidación, y empiezan a discutirse
en escalas más grandes las posibilidades de cooperación técnica y transferencias
tecnológicas. La historia entrega una franja de estabilidad que es motivada por ambas: el
conflicto y la cooperación. El conflicto da origen a las preguntas y la cooperación
intenta entregar las respuestas.
Entonces, paradójicamente, al mismo tiempo que se han incrementado los
niveles de conflictividad, se han reforzado las tendencias a la cooperación. Lejos, en
este caso, de las situaciones típicas de suma cero postuladas por el realismo, las armas
nucleares han creado, entre países rivales, un interés y un futuro común que no tiene
precedentes. Sus respectivos destinos se encuentran ligados de forma absolutamente
desconocida en el pasado, lo que resulta sorprendente en un continente en el que,
aunque trille la repetición, se han librado los conflictos más sangrientos de la historia.
De manera que, así como el tránsito de la disuasión a la cooperación se puede entender
por la interrelación entre teoría del conflicto y teoría de juegos, también es necesario
entender que la disuasión deja de ser disuasión cuando nace el factor represalia, y ante
ese escenario, es el entendimiento el que surge como motor integrador y armonizador en
un contexto en el que las superpotencias no pueden sino aceptar las reglas de la
“destrucción mutuamente asegurada”, ergo, la supervivencia a toda cosa.
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dependencia energética, es relevante para nuestra seguridad nacional, no sólo porque
fortalece la seguridad energética doméstica, sino porque desde una perspectiva
geopolítica, acerca los intereses nacionales a los intereses regionales, lo que genera una
confluencia de objetivos que apuntala nuestro desarrollo cooperativo y va
desvaneciendo las teorías de conflicto.
La mencionada experiencia europea, es un ejemplo excelente para comprender el nivel
de cooperación que pueden alcanzar los Estados cuando se enfrentan a “enemigos
modernos”. Estos “enemigos modernos” no son otros que las “nuevas amenazas” y estas
“nuevas amenazas” incluyen la vulnerabilidad energética. Con los elevados niveles de
intercambio comercial y la transnacionalización de las inversiones y del capital, el Perú
debería empezar a entender la seguridad nacional propia como una dimensión más de la
seguridad regional. Las amenazas a un país vecino son, en gran medida, amenazas al
propio país. Esto no desde una visión similar a la que planteaba el TIAR, sino a una
visión que observa cómo la vulnerabilidad energética impacta en la seguridad
económica y jurídica de un país, lo que, debido a la mencionada transnacionalización de
las inversiones y los capitales, deja de ser un asunto exclusivamente de un Estado y pasa
a afectar a toda la comunidad regional o internacional.
En este momento la cooperación bilateral Perú-Argentina, en palabras del Dr.
Carlos José Aga, director del Portal Energético Internacional, está limitada a un
reducido intercambio de estudiantes en el (Instituto) Balseiro y algunos intercambios en
materia de medicina nuclear. En comparación con el pasado hay un retroceso muy
notorio que, por supuesto, ha sido consecuente con un proceso político divergente desde
el affaire Menem-Contrabando de Armas a Ecuador y que se ha profundizado con los
diferentes enfoques políticos que tuvieron sucesivamente Alejandro Toledo y Alan
García con Néstor Kirchner y Cristina Fernández, respectivamente; sin embargo, la
integración social y política ha avanzado más que la económica y comercial. Hoy
Argentina tiene una visión sumamente multipolar de la cooperación nuclear: Indonesia,
Rusia, Brasil. Perú aún tiene un camino que recorrer en estos desarrollos, superando
propias restricciones internas. En ese campo todo es potencial: Argentina puede ejercer
una influencia decisiva en materia de provisión de recursos humanos, tal como lo está
haciendo Brasil (Dr. Eduardo Vior, docente de la Universidade Federal de Integraçao
Latino Americana, comunicación personal –recuperada del IEDES- 7/7/2013).
El primer punto destacado en los procesos de desarrollo nuclear en América del
Sur, está marcado por una necesidad estatal de promover y gestionar la energía nuclear
como un bien estratégico y de uso potencialmente dual. El surgimiento de la energía
nuclear en la región está normado por una visión geopolítica de supervivencia y supra-
vivencia, es decir, buscando la prevalencia de la visión política nacional sobre la
regional, buscando, ante todo, la conducción y liderazgo en el sub-continente. Por ello,
no es difícil entender por qué tanto Argentina como Brasil, bajo liderazgos estatistas y
de perfiles autoritarios, diseñaron tempranamente políticas públicas orientadas a
garantizar su posición geoestratégica en el continente y rápidamente iniciaron una
dinámica de competencia que alentó la “carrera nuclear” en el Atlántico Sur. Tampoco,
entonces, es sorprendente que otros países de la región del Atlántico Sur, como
Sudáfrica, hayan querido participar de la misma carrera: el objetivo resultaba claro,
llevar la discusión nuclear hacia el Sur en un momento en el que ya se empezaba a
discutir un esquema internacional y jurídico que sería ampliamente desventajoso para
las potencias pro-nucleares incapaces de darle usos duales a su tecnología endógena.
Tanto Brasil como Argentina diseñaron programas nucleares de mutua exclusión
en términos tecnológicos, apuntando no sólo a la competencia, sino a la des-
cooperación. Esto es, bloquear iniciativas mutuas a través del apoyo a sus aliados
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regionales (Perú y Chile) a lo largo del siglo XX y durante el éxtasis de la Doctrina de
Seguridad Nacional. En términos de políticas públicas, lo que se observa es que en la
actualidad nuclear peruana se realizan esfuerzos particulares con orígenes en la sociedad
civil, pero a diferencia del ejemplo histórico argentino donde se intentó centralizar la
producción científica bajo la órbita de la planificación estatal, la sociedad civil peruana
organizada a través de instituciones de promoción científica, no estuvo enfrentada con
la idea de organización desde el Estado, sino por el contrario, es el Estado peruano el
que -más allá de eventos puntuales como la convergencia peruana-argentina durante la
última dictadura o durante los acuerdos García-Alfonsín- no pareció tener demasiado
interés en ejercer sus inherentes funciones en pos del desarrollo científico en general y
nuclear en particular, lo cual es consecuente con la escasa vocación administradora del
Perú y su poca capacidad técnico-burocrática para gestionar políticas públicas producto
del desmantelamiento estatal de la década del noventa.
Los procesos de desinversión y los esquemas de de-construcción de los institutos
científicos (y de todo segmento público) son un costado más de la escasa intención
planificadora y desarrollista que está yendo a contrasentido de la región
latinoamericana. El caso chileno muestra una vez más como las necesidades públicas y
las necesidades privadas se van entrelazando en un escenario que pasó con mucho pesar
pero sin turbulencias la transición democrática post Pinochet. Eso no quita, sin
embargo, que una visión pro-mercado como la chilena, no haya sido positivamente
influenciada por la lógica de la planificación estatal y el desarrollismo. El desarrollo
nuclear chileno, si bien no alcanza todavía la tecnología ni el presupuesto para producir
energía nucleoeléctrica, fue comandado por iniciativas estatales y democráticas, pero
también por las ambiciones militares (por ejemplo, “Lo Aguirre”), de manera que
concertar el desarrollo a través del entendimiento de las necesidades políticas,
estratégicas, comerciales y de investigación, fue el camino que eligieron para mantener
un programa costoso.
Un eje fundamental para entender la relación entre “tratados internacionales /
acuerdos bilaterales” con el desarrollo nuclear peruano, es comprender la diferencia que
hubo en el proceso nuclear a partir de dos formas de gobierno de un mismo Estado.
Mientras que la época “refundacional” del IPEN se dio bajo la órbita autoritaria de la
segunda etapa del Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas, su apogeo se dio
bajo una órbita civil que supuso un entendimiento político y menos geopolítico de la
energía nuclear. Una arista interesante: a pesar de la supuesta consolidación democrática
durante los años ochenta, los factores económicos y políticos (hiperinflación y conflicto
armado interno contra Sendero Luminoso y el Movimiento Revolucionario Túpac
Amaru), terminaron por deshacer el camino andado, pero no por un problema técnico o
económico, sino, curiosamente, porque abrió el camino, tanto en Argentina como en
Perú, a un proceso de reforma neoliberal acompañado por un populismo autoritario por
parte de Menem y Fujimori. Esta “nueva transición política” generó un caos
institucional al más alto nivel que derivó en la búsqueda del desmantelamiento del
IPEN. Sin una adecuada renovación de cuadros técnicos y sin el apoyo político-
económico de un gobierno de corte autoritario (y discrecional en las asignaciones
presupuestarias), resultó muy difícil la supervivencia de una estructura que, aunque
democrática, había nacido a través de un proceso tan autoritario como estatista, y que,
como es de suponer, no supo incorporarse a la nueva lógica de gestión pública
privatizadora que propuso la década del noventa en el Perú.
Aunque el estancamiento de la cooperación nuclear peruano-argentina a nivel
político (los nuevos acuerdos peruano-argentinos estarían más orientados a la
liberalización del intercambio comercial, acuerdos migratorios y a la incorporación del
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Perú como socio al MERCOSUR) supuso el inicio de la “decadencia” del IPEN, no se
deben subestimar sus propias falencias institucionales, que año a año, como vimos,
fracasaron en el cumplimiento de sus objetivos, dándole un argumento “irrefutable” al
expresidente Fujimori en su intención de limitar el campo de acción del IPEN, buscando
limitarlo a actividades de irradiación de alimentos, es decir, a actividades económicas
que sean sustentables financieramente, sin tomar en cuenta la dimensión geopolítica y
estratégica que debe tener cualquier agencia energética/nuclear nacional y, más aún,
subestimando la necesidad de alentar una política científica nacional en un contexto de
crisis, como si la ciencia y tecnología estuvieran desligadas del desarrollo y la seguridad
nacionales (El Comercio, 01/01/1991). Esto, por supuesto, no es sorprendente en un
contexto en el que Argentina, de la mano de su ministro de economía, Domingo
Cavallo, privatizó Yacimientos Petrolíferos Fiscales, y la administración Fujimori
privatizó la que quizá es la industria civil más estratégica de todas: la refinación del
combustible que abastece a la capital.
Conclusiones
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