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EFECTOS DE LA INTEGRACIÓN LATINOAMERICANA EN LOS NIVELES DE

EMPLEO
Latinoamérica, siendo concebida como una gran parte del Continente
Americano, o también definida como el gran subcontinente latino en el hemisferio
occidental, ha experimentado diversos mecanismos de integración en lo económico,
político, cultural y religioso. En este orden, la región latinoamericana abarca desde
el norte mexicano (Tijuana), hasta el Cono Sur (La Patagonia, Argentina), lo cual, la
convierte en una gran extensión diversa en lo cultural y social, pero con fines
políticos y económicos de progreso comunes. Así pues, hablando de esta
integración, se hace necesario enfatizar sobre los efectos integracionistas que ha
tenido el continente en los niveles de empleo, en cada uno de los países que lo
conforman. Es por ello, que al discernir acerca de integración regional es
fundamental analizar, en primera instancia, qué es lo que motiva a un actor a
establecer vínculos y alianzas con otro, de tal manera que este medio se conciba
como el camino más idóneo para alcanzar desarrollo.
Históricamente se ha demostrado que la primera razón por la cual una parte
está dispuesta a interactuar con otra, es por motivos económicos. El comercio y el
intercambio, específicamente, han sido el motor por excelencia de estos
acercamientos entre actores del sistema internacional. No exclusivamente porque
la ubicación estratégica y los acuerdos regionales facilitan la entrada y salida de
bienes y servicios, sino porque esto también conlleva a un fortalecimiento de las
economías, al incremento de su competitividad desde su condición de bloque
económico y no como un Estado independiente luchando por posicionarse en el
mercado internacional.
En este contexto, la necesidad de integración en Latinoamérica denota que
la participación de varios estados nacionales (países) en bloque ha logrado cambios
significativos (y muchos de ellos positivos) en materia empleo, porque la integración
de países con fines comunes fomentó la generación de empleos directos e
indirectos, los cuales se tradujeron en inversión y crecimiento económico en la
última década del siglo XX y la primera década del siglo XXI. Sin embargo, América
Latina después de 2011 se convirtió en la región más desigual, puesto que más allá de las
cifras, ya suficientemente difundidas por los investigadores que asisten a los organismos
internacionales, hablamos de las propuestas que se han presentado y están sobre la mesa,
pero su implementación es de dudosa eficacia. Así pues, hay indicadores confiables que,
ya para el 2014, reflejaban un estancamiento de la reducción de la pobreza y la
indigencia en Latinoamérica, en un contexto de desaceleración económica.
Por lo cual, La Comisión Económica para América Latina (CEPAL) afirma que
el empleo bien remunerado con seguridad social y derechos es la llave para la salida
de la desigualdad en la región. Y en su documento “Pactos para la Igualdad: Hacia
un futuro sostenible” señalan que hay que poner foco al empleo y recomiendan un
pacto por una fiscalía de vocación universal que invita a encontrar mecanismos de
redistribución para cambiar la realidad actual, donde la riqueza se concentra en
pocas manos, quizá la forma de violencia que directamente conduce a un estado
social de desigualdad.
Con base a lo anterior, La CEPAL ha planteado la necesidad de un debate
serio sobre el tema del salario mínimo que requiere del concurso de todos los
actores, pues no se trata de perjudicar al sector privado ni producir y mantener una
política inflacionaria, pero es necesario que los aumentos de productividad estén
acompañados del incremento del salario. Ya que los informes de la Organización
Interamericana del Trabajo (OIT) sobre Salarios dan a conocer una serie de datos
que dan una idea cabal de la problemática del trabajo en la región, evidenciado que
durante la última década, en los países emergentes y en desarrollo se verificó una
lenta convergencia de los salarios medios hacia los salarios de las economías
desarrolladas, pero estos últimos siguen siendo en promedio tres veces más altos
que en el grupo de las economías en desarrollo las cuales, ellas mismas, constatan
grandes diferencias entre una región y otra.
De igual modo, la productividad laboral (el valor de bienes y servicios
producidos por cada trabajador) sigue siendo superior al crecimiento de los salarios
en los países desarrollados, incluso en los últimos años. Ello se refleja en el
Producto Interno Bruto (PIB) del cual se destina una proporción cada vez menor al
trabajo y mayor al capital. Ello configura una tendencia que muestra cómo los
trabajadores y sus hogares están obteniendo una parte más pequeña del
crecimiento económico, mientras que los propietarios del capital reciben mayores
beneficios. Siendo los salarios la fuente principal de ingreso de los hogares en los
países desarrollados, emergentes y en desarrollo por igual, sobre todo para los
hogares de ingresos medios, es posible afirmar que en la mayoría de los países
donde han aumentado las desigualdades, los descensos de los salarios y el empleo
han sido factor dominante. Allí donde las disparidades de ingresos han disminuido,
mayores salarios y oportunidades de empleo son los que han impulsado la
reducción de la desigualdad.
Sin embargo, las realidades descritas en en el párrafo anterior, se observan
plenamente en escenarios socioeconómicos y sociopolíticos como los que vive
Venezuela desde 2016, en la que los salarios nacionales no compensan el mínimo
poder adquisitivo para las necesidades básicas del trabajador y sus familias,
fomentaron una ola masiva de migraciones internas y a la vez emigraciones hacia
otros países de la región, ocasionando una competencia más activa entre
ciudadanos de esos países con los venezolanos. No obstante, también realidades
sociales y políticas como las Centroamérica se traducen en caravanas de migrantes
que viajan hacia México y Estados Unidos en busca de otras oportunidades de vida,
influyendo todo esto en las políticas de empleo tanto de los países que están
dejando, como de los países donde serán recibidos.
Así pues, la integración regional es clave para incursionar directamente en el
mundo. Una estrategia comercial puede hacer una región mucho más eficiente y
poderosa. Permite compartir conocimientos; tener tarifas más competitivas entre los
socios que abaraten el costo de los productos; generar más negocios; y, en última
instancia, ser económicamente más competitiva con el resto del mundo. Una
regionalización abierta permite que el intercambio de bienes clave para la
competitividad regional como la electricidad y el transporte terrestre, sean mucho
menos costosos. Siempre y cuando, cada país aplique los correctivos
macroeconómicos necesarios para estabilizar sus economías nacionales, logrando
empleos estables con remuneraciones dignas. Dichos trabajos serán logrados con
una verdadera integración entre bloques regionales donde los países en conjunto
trabajen por objetivos comunes con equidad.
Asimismo, en cuanto a los efectos en los niveles de empleo, América Latina
fue la región que tuvo el crecimiento más bajo de la productividad del trabajo entre
2016-2018 con un promedio anual de apenas 0,4. Casi uno de cada cinco jóvenes
no estudia ni trabaja, la pobreza alcanza el 30% y la informalidad del trabajo el 47%.
Con indicadores del índice de desarrollo humano (Coeficiente de GINI) en torno a
0,48 (donde 1 es desigualdad absoluta en la distribución del ingreso y 0 es plena
igualdad), la automatización del empleo renueva los debates sobre las políticas
públicas más adecuadas para la inclusión social. El menú de nuevas opciones
incluye desde los impuestos a las tecnologías hasta la renta básica universal, que
según las primeras estimaciones tendría un costo cercano al 17% del Producto
Interno Bruto regional. Es un tema central que debe formar parte de la agenda
pública y que no está desligado de cuestiones éticas, porque es deber de cada
estado proveer empleo digno y estable a los ciudadanos, pero tal fin será logrado
cuando los países de Latinoamérica realmente trabajen en conjunto por un
verdadero mecanismo de integración.

BIBLIOGRAFÍA

O'Connel, L. (1964). Integración política de América Latina: Validez de una


ideología. Instituto de Desarrollo Económico y Social, IV (14/15).

Olano, A. (2011). Segundo Congreso de Relaciones Internacionales "Relaciones


Internacionales en tiempos de crisis". Colombia y la Integración Andina. Bogotá:
RedIntercol.

Oyarzún, L. (2008). Sobre la naturaleza de la integración regional: Teorías y


debates, Revista de Ciencia Política XXVIII, Pontificia Universidad Católica de
Chile.

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