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Autobiografia Jesucristo
Autobiografia Jesucristo
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Autobiografía de Jesucristo
INTRODUCCIÓN
¿Cuándo?
“…cuando vino la plenitud de los tiempos, Dios envió a su Hijo,
hecho hijo de mujer…”(Gál 4,4)
Esta “plenitud de los tiempos” coincide, aproximadamente, con los
finales del año 749 de la fundación de Roma.
¿Dónde?
En el extremo occidental de Asia. En una tierra, limitada al Norte por la
Fenicia y la Siria, al Este por la Arabia desierta, al Sur por la Idumea y al
Oeste por el Mediterráneo. Una tierra que se llama Palestina, cuya
extensión, 25.124 Km2, es algo menor que la región de Murcia-España.
¿Por qué?
“Porque así amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo Unigénito, a
fin de que todo el que crea en El no perezca, sino que alcance la
vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para juzgar al
mundo, sino para que el mundo sea salvo por El.” (Jn 3,16-17)
La palabra “Evangelio” define la historia de la vida, doctrina y milagros de Jesucristo, contenida
en los cuatro relatos que llevan el nombre de los cuatro evangelistas y que componen el primer libro
canónico del Nuevo Testamento. Los cuatro evangelistas son:
San Mateo
San Marcos Sinópticos
San Lucas
San Juan
Ordenando cronológicamente los relatos anteriores se da lugar a la “Concordancia
Evangélica”, que viene a ser un único relato de unos hechos consumados en tiempo y lugar
determinados. Relatar esta Concordancia en primera Persona, la convierte en Autobiografía,
palabra con la que se define la vida de un hombre ó una mujer contada por sí mismo. Si
además el Protagonista de esta Autobiografía singulariza al lector, entonces nos
encontramos con una interpelación personal del quien escribe al quien le lee, un
requerimiento íntimo de Alguien que parece conocerte profundamente. Este trabajo,
realizado por un Ingeniero Técnico, pretende dar a conocer a Jesucristo según las
enseñanzas del Magisterio de la Iglesia Católica, por tanto, como se puede apreciar en el
fichero “ANTECEDENTES”, dispone del “nihil obstat” certificado el 16 de Junio de 1.981 por
el Excmo. Sr. D. José Bueno Monreal, Cardenal de Sevilla.
El texto canónico se ha mantenido rigurosamente, solo se han añadido unas pocas
palabras que lo convierten en estilo autobiográfico. Los personales comentarios son
consecuentes con mi leal saber y entender, fundamentados con la misma lógica y sentido
común con el que un técnico razona en el ejercicio de su profesión. El Ingeniero que
suscribe expone, al lector, con la máxima objetividad posible, lo que gradualmente, va
interpretando según se avanza en la narración. Al principio, uno se siente mero espectador
de los hechos que describe el Protagonista, Jesucristo, pero a las pocas páginas leídas, te
metes dentro del relato porque te sientes comprometido y acabas “tocado”.
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PROLOGO
En el principio Yo ya era, era la Palabra de mi Padre Dios, en El estaba,
en El era Dios y en El existía en el principio.
Todas las cosas fueron hechas por mí, y sin mí nada se hizo de cuanto ha
sido hecho.
Existía Yo, Luz verdadera, la que ilumina a todo hombre viniendo a este
mundo. En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por mí, y el mundo no me
conoció.
Juan da testimonio de mí y clama diciendo: Este era el que dije: “El que
viene detrás de mí ha sido puesto delante de mí, porque era primero que yo”.
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Este versículo está acomodado y complementado con referencias a la Virgen María.
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Pasados seis meses, envió de nuevo mi Padre al ángel Gabriel a una ciudad de
Galilea llamada Nazaret, a una doncella desposada con un varón llamado José, de la
casa de David, cuyo nombre es María. Entró donde ella estaba y le dijo:
“Dios te salve, llena de gracia, el Señor es contigo, bendita tú entre las
mujeres.”
María, mi Madre, al oír estas palabras, se turbó, y discurría en sí que podría ser
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No le da crédito a las palabras del ángel. La mezquindad del hombre hace imprevisible la respuesta
de un corazón humano a una visión celeste.
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Para una mujer israelita, no tener hijos era una vergüenza entre los suyos.
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este saludo. Y le dijo Gabriel:
“No temas María, pues hallaste gracia a los ojos de Dios. He aquí que
concebirás en tu seno y darás a luz un Hijo, a quien darás por nombre Jesús. Este
será grande, y será llamado Hijo del Altísimo, y le dará el Señor Dios el trono de
David su padre, y reinará sobre la casa de Jacob eternamente y su reinado no
tendrá fin.”
Dijo mi Madre al ángel:
“¿Cómo será eso, pues no conozco varón?”
Y Gabriel le dijo:
“El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cobijará con su
sombra; por lo cual también lo que nacerá será llamado Santo, Hijo de Dios. Y he
aquí que Isabel, tu parienta, también ella ha concebido en su vejez, y este es el sexto
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mes para ella la que llamaban estéril; porque nada es imposible para Dios.”
Y dijo mi Madre:
“He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.”
Y retiróse Gabriel de delante de mi Madre.
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Todo es posible para Dios. Los hombres pedimos como quien somos como somos, pero Dios da
como quien es como es. La Omnipotencia de Dios está al servicio de la Fe. Una sola alma puede
demandar de Dios, en virtud de un supremo acto de Fe, la consumación de un hecho, imposible para
el hombre por sí mismo, que puede influir en la historia de toda la humanidad, en su destino final.
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“¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Y de dónde a mí
esta gracia, que venga la Madre de mi Señor a visitarme? Porque así que sonó tu
voz en mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno. Dichosa tú que has creído
tendrán cumplimiento las cosas que te han sido dichas de parte del Señor.”
Y dijo mi Madre:
“¡Engrandece mi alma al Señor, y se regocija mi espíritu en Dios mi
Salvador; porque puso sus ojos en la bajeza de su esclava. Pues he aquí
que desde ahora me llamarán dichosa todas las generaciones; porque
hizo en mi favor grandes cosas el Poderoso, y cuyo Nombre es Santo; y
su misericordia por generaciones y generaciones, para con aquellos que
le temen. Hizo ostentación de poder con su brazo: desbarató a los
soberbios en los proyectos de su corazón; derrocó de su trono a los
potentados, y enalteció a los humildes; llenó de bienes a los
hambrientos y despidió vacíos a los ricos. Tomó bajo su amparo a
Israel, su siervo, para acordarse de su misericordia, como lo había
anunciado a nuestros padres, a favor de Abraham y a su linaje para
siempre!”
Mi Madre permaneció con Isabel como tres meses y volvió a su casa.
A Isabel se le cumplió el tiempo de su parto y dio a luz un hijo. Y al enterarse sus
vecinos y parientes de que el Señor había usado con ella de gran misericordia, le
daban el parabién. Al octavo día vinieron a circuncidar al niño y querían llamarle con
el nombre de su padre, Zacarías. Intervino Isabel su madre, diciendo:
“No, sino que se llamará Juan.”
Dijéronle:
“Nadie hay en tu familia que se llame con ese nombre.”
Entonces preguntaron por señas a su padre cómo quería que se llamase. El
pidiendo una tablilla, escribió en éstos términos:
“Juan es su nombre.”
Todos quedaron maravillados. Y se abrió de improviso su boca, y se desató su
lengua, y habló bendiciendo a Dios. Y se espantaron todos los que vivían en su
vecindad, y en toda la montaña de Judea se divulgaban todas estas cosas, y todos los
que la oían las guardaron en su corazón diciendo:
“¿Qué será, pues, este niño?”
Y es que la mano de mi Padre estaba sobre este niño.
Zacarías, lleno del Espíritu Santo, profetizó diciendo:
“¡Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque visitó y rescató a su pueblo. Ha
suscitado un poderoso Salvador para nosotros en la casa de David, su siervo, según
le había anunciado desde antiguo por boca de sus santos profetas; salud que nos
liberase de nuestros enemigos y de manos de todos los que nos odian; para hacer
misericordia con nuestros padres y acordarse de su alianza santa; para cumplir su
juramento, que juró a Abraham nuestro padre; de darnos que, libres de temor,
liberados de manos de nuestros enemigos, le sirviéramos en santidad y justicia en
su presencia, todos nuestros días. Y tú, ¡Oh niño!, profeta del Altísimo serás
llamado, por cuanto irás delante del Señor para aparejar sus caminos, para dar a
su pueblo el conocimiento de la salvación en la remisión de sus pecados, por las
entrañas de misericordia de nuestro Dios, por las cuales nos visitará un Sol Levante
desde lo alto, para iluminar a los que están sentados en tinieblas y sombras de
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muerte, para enderezar nuestros pies por el camino de la paz!”
Juan crecía y se robustecía en el espíritu y vivió en los desiertos hasta el día de
su manifestación a Israel.
Aconteció que por aquellos días salió un edicto de César Augusto para que se
hiciese el censo de todo el Imperio. Este empadronamiento, el primero, se efectuó
siendo Quirino gobernador de la Siria. Y se pusieron todos en viaje para inscribirse
cada cual en su ciudad. Subió también mi padre José desde Galilea, de la ciudad de
Nazaret, a la Judea, a la ciudad de David que se llama Belén, por ser él del linaje y
familia de David, para inscribirse en el censo juntamente con María, su esposa y
Madre mía, que estaba en cinta. Y sucedió que estando ellos allí, se le cumplieron a
mi Madre los días del parto y me dio a luz y envolviéndome en pañales, me recostó en
un pesebre, pues no había para nosotros lugar en el mesón.
1.06 Genealogía.6
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Todo este apartado está acomodado a la redacción autobiográfica complementando las palabras de
San Mateo.
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En el Evangelio se dan dos genealogías, una de San Mateo y otra se San Lucas.
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el de Maleleel, el de Cainán, el de Enós, el de Set, el de Adán, el de Dios.
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“¡Ea!, vayamos a Belén, y veamos esto que el Señor nos ha manifestado.”
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Y he aquí que había un hombre en Jerusalén por nombre Simeón, justo y
temeroso de mi Padre Dios, que aguardaba la consolación de Israel y el Espíritu
Santo estaba sobre él, habiéndole sido revelado que no vería la muerte antes de
verme. Vino al Templo impulsado por el Espíritu Santo y cuando mis padres me
introducían en el Templo, se acercó a nosotros y recibiéndome en sus brazos bendijo
a mi Padre Dios diciendo:
“Ahora dejas ir a tu siervo, Señor, según tu palabra, en paz; pues ya vieron
mis ojos tu Salud, que preparaste a la faz de todos los pueblos: luz para iluminación
de los gentiles y gloria de tu pueblo Israel.”
Mis padres estaban maravillados de las cosas que se decían de mí. Simeón nos
bendijo y dijo a mi Madre:
“He aquí que Este está puesto para caída y resurgimiento de muchos en Israel,
y como una señal a quien se hace contradicción- y a ti misma te traspasará el alma
una espada-, para que salgan a la luz los pensamientos del fondo de muchos
corazones.”
Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad
muy avanzada, habiendo vivido con su marido siete años desde que se casó, y
quedando viuda, había llegado hasta los ochenta y cuatro años. No salía del Templo,
sirviendo a mi Padre Dios en ayunos y oraciones noche y día. Acercándose en aquel
momento, alababa también a mi Padre Dios, y hablaba de mí a todos los que
esperaban la redención de Jerusalén.
Por aquellos días llegaron a Jerusalén unos Magos venidos de las regiones
orientales y decían:
“¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Pues vimos su estrella en el
Oriente y venimos a adorarle.”
Al oír esto, el rey Herodes se turbó y toda Jerusalén con él. Y convocados todos
los jefes de los sacerdotes y los escribas del pueblo, se informó de ellos sobre dónde
había de nacer el Mesías. Y ellos le dijeron:
“En Belén de Judá, pues así está escrito por el profeta: Y tú Belén, tierra de
Judá, de ningún modo eres la menor entre las principales ciudades de Judá; porque
de ti saldrá un Jefe que pastoreará a mi pueblo Israel.”
Entonces Herodes, habiendo llamado secretamente a los Magos, se informó
exactamente de ellos acerca del tiempo en que había aparecido la estrella; y
enviándolos a Belén dijo:
“Id y tomad exacta información acerca del Niño; y cuando le hubiereis
hallado, dadme aviso, para que yo también vaya y le adore.”
Después de oír al rey, se pusieron en camino y de repente la estrella que vieron
en el Oriente, iba delante de ellos, hasta que llegando hasta donde Yo me encontraba
se paró encima. Al ver la estrella, sintieron grandísimo gozo. Y entrando en la casa,
me vieron con María, mi Madre; y postrándose en tierra me adoraron; y abriendo sus
tesoros me ofrecieron presentes, oro, incienso y mirra.
Avisados en sueños que no volvieran a Herodes, se tornaron a su tierra por otro
camino.
Así que los Magos hubieron partido, he aquí que un ángel se apareció en sueños
a mi padre, José, diciéndole:
“Levántate, José, toma contigo al Niño y a su Madre y huye a Egipto, y estate
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allí hasta que yo te diga, porque Herodes va a buscar al Niño para matarlo.”
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sus hijos, y no quería ser consolada, pues ya no existen.”
1.11 Vuelta a Nazaret. Pérdida en Jerusalén. Vida en Nazaret
Muerto Herodes, he aquí que un ángel se apareció en sueños a mi padre, José,
en Egipto y le dijo:
“Levántate y toma al Niño y a su Madre, y marcha a tierra de Israel; pues han
muerto los que buscaban la vida del Niño.”
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familia como muchas de Nazaret.
Mis padres cada año iban a Jerusalén por la fiesta de la Pascua y cuando cumplí
doce años subimos a la fiesta según costumbre. Y acabados los días mis padres se
volvieron con la comitiva sin advertir que Yo me había quedado en Jerusalén, pues
creyeron que iría con la caravana y mis parientes. Y así caminaron una jornada. Me
buscaron entre los familiares y conocidos y al no encontrarme se volvieron a
Jerusalén para buscarme. Y sucedió que después de tres días me hallaron en el
Templo, sentado en medio de los doctores, escuchándolos y haciéndoles preguntas,
doctores que quedaron pasmados de los conocimientos que descubrieron en un Niño
de doce años. Mis padres al verme quedaron atónitos y mi Madre me dijo:
“Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira que tu padre y yo,
angustiados, andábamos buscándote.”
Yo les contesté:
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Este párrafo está acomodado para resaltar el estilo autobiográfico
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También se acomoda al relato autobiográfico
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calzado. El os bautizará en Espíritu Santo y fuego. En su mano tiene su bieldo
para limpiar su era y allegar el trigo en su granero; mas la paja la quemará con
fuego inextinguible.”
Y así, con estas y con otras muchas exhortaciones anunciaba al pueblo la Buena
Nueva.
Y aconteció, al tiempo que todo el pueblo era bautizado, que vine desde Nazaret
de Galilea al Jordán y me presenté a Juan para ser bautizado por él. Mas Juan me
atajó diciendo:
“Yo tengo necesidad de ser bautizado por Ti, ¿y Tú vienes a mí?”
Mas Yo le dije:
“Déjame hacer ahora, pues así nos cumple realizar plenamente
toda justicia.”
Juan me bautizó, y al salir del agua, estando en oración, rasgáronse los cielos y
el Espíritu Santo en forma de paloma descendió sobre mí y se oyó la voz de mi Padre
que dijo:
“Este es mi Hijo amado, en quien me agradé”
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Lleno del Espíritu Santo, volví del Jordán para ser conducido, por el mismo
Espíritu, hacia el desierto y ser tentado por el diablo.
Estuve en el desierto, entre las fieras, cuarenta días y cuarenta noches, y fui
tentado por Satanás. No comí nada durante aquellos días, y acabados sentí hambre y
fue entonces cuando se llegó a mi presencia el Tentador diciendo:
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tu pie en alguna piedra.”
Yo le dije:
“También está escrito: “No tentarás al Señor tu Dios.”
De nuevo, Satanás, tomándome, me llevó a un monte sobremanera elevado y
mostrándome todos los reinos del mundo y la gloria de ellos me dijo:
“Te daré toda esa potencia y la gloria de ellos, puesto que a mí me ha sido
entregada, y a quien quiero la doy; si, pues, Tú postrándote delante de mí me
adorares, será Tuya toda.”
Le respondí:
“¡Vete de aquí, Satanás; porque escrito está: “Al Señor tu Dios
adorarás y a El sólo darás culto!”
Y habiendo dado fin a toda tentación el Diablo se retiró de mí hasta otro tiempo
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oportuno. Y he aquí que vinieron los ángeles y me servían.
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Cristo será de nuevo tentado. Satanás no descansará nunca, vive en eterna ansiedad.
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Los judíos enviaron, desde Jerusalén, algunos sacerdotes y levitas que fueron al
encuentro de Juan y le preguntaron:
“Tú, ¿quién eres?”
Y Juan confesó la verdad y no la negó diciendo:
“Yo no soy el Mesías.”
Y volvieron a preguntarle:
“¿Quién pues? ¿Eres Elías tú?”
Y dijo:
“No lo soy.”
Y de nuevo:
“Eres tú el Profeta.”
Y respondió:
“No.”
Dijéronle, pues:
“¿Quién eres? Para que demos respuesta a los que nos enviaron. ¿Qué dices de
ti?”
Juan contestó:
“Yo soy voz del que clama en el desierto: Enderezad el camino del Señor, según
dijo el Profeta Isaías.”
Y los enviados, que eran fariseos, por último, le preguntaron:
“¿Por qué, pues, bautizas, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?”
Juan les respondió diciendo:
“Yo bautizo en agua; en medio de vosotros está quien vosotros no conocéis, el
que viene detrás de mí, a quien no soy digno de desatar la correa de su calzado.”
Estas cosas pasaron en Betania, a la otra parte del Jordán, donde Juan estaba
bautizando.
Al día siguiente, al verme venir hacia él, Juan dijo:
“He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Este es Aquel de
quien yo dije: detrás de mí viene un Hombre que ha sido puesto delante de mí
porque era primero que yo. Y yo no le conocía; mas para que El sea mostrado a
Israel, para esto vine yo bautizando en agua. He visto el Espíritu que descendía del
cielo como paloma y se posó sobre El. Y yo no le conocía, mas el que me había
enviado a bautizar en agua, El me dijo: “Aquel sobre el que vieres descender el
Espíritu y posarse sobre El, Este es el que bautiza en el Espíritu Santo”. Y yo le he
visto, y he dado testimonio de que Este es el Hijo de Dios.”
Al día siguiente, estaba Juan con dos de sus discípulos y fijando sus ojos en mí
dijo:
“He aquí el Cordero de Dios.”
Como oyeran estas palabras, los dos discípulos vinieron en pos de mí, y viendo
que me seguían les dije:
“¿Qué buscáis?”
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Ellos contestaron:
“Rabí, Maestro, ¿dónde moras?”
Y les dije:
“Venid y lo veréis.”
Vinieron, pues, vieron donde moraba y se quedaron conmigo aquel día. Sería
como la hora décima. Andrés, el hermano de Pedro, y Juan se llaman los discípulos
que oyendo las palabras de Juan Bautista me siguieron.
Andrés fue en busca de su hermano Simón y le dijo:
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“Sígueme.”
Era Felipe de Betsaida, la ciudad de Andrés y de Pedro.
Felipe, a su vez, encontró a Natanael, y le dijo:
“Aquel de quien escribió Moisés en la Ley y los Profetas igualmente, le hemos
hallado: Jesús, hijo de José, el de Nazaret.”
Y le dijo Natanael:
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higuera, Yo te vi.”
Respondió Natanael:
“¡Rabí, Tú eres el Hijo de Dios, Tú eres el Rey de Israel!”
Mas Yo le dije:
“¿Porque te he dicho que te vi debajo de la higuera crees? Mayores
cosas que estas verás. En verdad, en verdad os digo: veréis el cielo
abierto y a los ángeles del cielo que suben y bajan sobre el Hijo del
hombre.”
2.05 Bodas de Caná.
Pasados tres días, llegando a Caná de Galilea, se celebraban unas bodas y allí
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estaba mi Madre . Fuimos invitados a la boda mis discípulos y Yo. Como faltase
vino, mi Madre se llegó a mí diciéndome:
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Posiblemente, los novios eran parientes de la Virgen María, de Jesús.
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Estaba cerca la Pascua de los judíos y subí a Jerusalén. Hallé en el Templo a los
que vendían bueyes, ovejas y palomas, a los cambistas sentados.
Hice un azote de cordeles y los eché a todos del Templo y con ellos las ovejas y
los bueyes, desparramando las monedas de los cambistas y volcando sus mesas les
decía:
“¡Quitad eso de ahí, no hagáis la Casa de mi Padre casa de tráfico!”
Y mis discípulos recordaron lo que está escrito: “El celo por tu Casa me devoró.”
Los judíos, que vieron tales cosas, me preguntaron:
“¿Qué señal nos muestras que acredite tu modo de obrar?”
Les respondí:
“¡Destruid este Santuario, y en tres días lo levantaré!”
Dijeron, pues, los judíos:
“En cuarenta y seis años se ha edificado este Santuario, ¿y Tú en tres días lo
levantarás?”
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Mujer, ¿qué nos va a ti y a mí? Todavía no ha llegado mi hora. (Este es el texto real en el Evangelio
de San Juan)
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Para la Virgen María este no sería el primer milagro que contemplara de su Hijo. Sabe con Fe
segura lo que va a ocurrir y consciente de que lo que sugiere a su Hijo en público, adelantará la hora
de la divina manifestación del Mesías.
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los judíos. De noche vino a verme y dijo:
“Rabí, sabemos que vienes de parte de Dios como Maestro; porque nadie puede
hacer esas señales que Tú haces, si Dios no está con El.”
Le respondí:
“En verdad, en verdad te digo: si uno no fuere engendrado de
nuevo no puede ver el Reino de Dios.”
Díjome Nicodemo:
“¿Cómo puede un hombre nacer si ya es viejo? ¿Acaso puede entrar por
segunda vez en el seno de su madre y nacer?”
Le contesté:
“En verdad, en verdad te digo, quien no naciere de agua y Espíritu
no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que nace de la carne, carne es, y
lo que nace del Espíritu, espíritu es. No te maravilles de que te haya
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dicho: “Es necesario que nazcáis de nuevo”. El aire sopla donde quiere,
y oyes su voz, y no sabes de dónde viene ni adónde va: así es todo el que
ha nacido del Espíritu.”
Y dijo Nicodemo:
“¿Cómo puede ser eso?”
Y de nuevo le contesté:
“¿Tú eres maestro de Israel, y esto no sabes? En verdad, en verdad
te digo que lo que sabemos, esto hablamos; y lo que hemos visto, esto
testificamos; y nuestro testimonio no lo aceptáis. Si cuando os he dicho
cosas terrenas no me creéis, ¿cómo me vais a creer si os dijere cosas
celestiales? Nadie ha subido al cielo, sino el que ha bajado del cielo, el
Hijo del hombre que está en el cielo. Y como Moisés puso en alto la
serpiente en el desierto, así es necesario que sea puesto en alto el Hijo
del hombre, para que todo el que crea en El alcance la vida eterna.
Porque así amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo Unigénito, a fin
de que todo el que crea en El no perezca, sino que alcance la vida
eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para juzgar al mundo,
sino para que el mundo sea salvo por El. Quien cree en El, no es
condenado; quien no cree, ya está condenado 15, porque no creyó en el
Nombre del Unigénito Hijo de Dios. Este es el juicio: que la Luz ha
venido al mundo, y amaron los hombres más las tinieblas que la Luz,
porque eran malas sus obras. Porque todo el que obra el mal, aborrece
la Luz, y no viene a la Luz, para que no sean puestas en descubierto sus
obras; mas el que obra la verdad, viene a la Luz, para que se
manifiesten sus obras como hechas en Dios.”
3.03 Ultimo testimonio de Juan.
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tierra habla. El que viene del cielo está por encima de todos. Lo que ha visto y oído,
esto testifica, y su testimonio nadie lo acepta. El que acepta su testimonio pone un
sello a la veracidad de Dios. Porque Aquel a quien Dios envió habla las palabras de
Dios; porque no con medida da el Espíritu. El Padre ama al Hijo, y todas las cosas
ha entregado en sus manos. Quien cree en el Hijo posee vida eterna, mas el que
niega su fe al Hijo no gozará la vida, antes la ira de Dios pesa sobre él.”
Este fue el último testimonio de Juan sobre mí, porque poco después reprendía
a Herodes el tetrarca por motivos de Herodías, la mujer de su hermano y Herodes
añadía a sus múltiples maldades la de encerrar a Juan en la prisión. Encierro que
tendría su origen en la trama farisaica contra Juan.
Así, pues, enterado de que a oídos de los fariseos llegaban las noticias tales
como: “Jesús hace más discípulos que Juan, y bautiza”, decidí abandonar la Judea e
impulsado por la fuerza del Espíritu volví a Galilea.
3.04 La Samaritana.
En este viaje debíamos pasar por Samaria. Llegamos, pues, a una ciudad de
Samaria llamada Sicar, cerca de la posesión que dio Jacob a su hijo José. Estaba allí
la fuente de Jacob. Fatigado del camino me senté, sin más, junto a la fuente, sería
como la hora sexta. Llega una mujer de Samaria a sacar agua y le digo:
“Dame de beber.”
Mis discípulos se habían ido a la ciudad a comprar provisiones. Díceme, pues, la
mujer samaritana:
“¿Cómo Tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy mujer samaritana?”
En efecto, los judíos no tienen trato con los samaritanos. Le dije:
“Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice “Dame de
beber”, tú le hubieras pedido, y El te hubiera dado agua viva.”
Díjome la mujer:
“Señor, no tienes pozal y el pozo está hondo; ¿de dónde, pues, tienes el agua
viva? ¿Acaso eres Tú mayor que nuestro padre Jacob, que nos dio el pozo, y él
mismo bebió con sus hijos y sus ganados?”
Le respondí diciendo:
“Todo el que bebiere de ese agua tendrá sed otra vez; mas quien
bebiere del agua que Yo le diere, no tendrá sed jamás, sino que el agua
que Yo le daré se hará en él fuente de agua bullidora para vida
eterna.”
Díjome la mujer:
“Señor, dame esa agua, para que me quite la sed y no tenga que venir aquí a
sacarla.”
Le dije:
“Ve, llama a tu marido y ven acá.”
Y me respondió:
“No tengo marido.”
Le dije:
“Bien dijiste: “No tengo marido”; porque cinco maridos tuviste, y
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Le contesté:
“Créeme, mujer, que viene la hora en que ni a ese monte ni a
Jerusalén estará vinculada la adoración al Padre. Vosotros adoráis lo
que no conocéis, nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salud
viene de los judíos. Pero llega la hora, y es ésta, en que los verdaderos
adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque el
Padre tales quiere que sean los que le adoren. Espíritu es Dios;17 y
16
Dios no da ningún alma por perdida.
17
Dios es Espíritu del que se nace de nuevo. Así lo dice Cristo a Nicodemo. El Espíritu no se ve pero
se puede percibir como se percibe el viento que se siente y no se ve. No puedo negar su existencia
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Pasados los dos días, salí de allí para Galilea porque un profeta no tiene estima
en su propia patria. Y cuando llegamos a Galilea me hicieron buena acogida los
galileos porque habían visto lo que hice en Jerusalén durante la fiesta. Llegué, pues,
a Caná de Galilea, donde convertí el agua en vino. Había allí un funcionario real,
cuyo hijo estaba enfermo en Cafarnaúm. Este oyendo que Yo llegaba de Judea a
Galilea, vino a mí y me rogaba que bajase y sanase a su hijo porque estaba para
morir. Le dije:
porque no lo contemplen mis ojos y no lo palpen mis manos, como no puedo negar la brisa que me
susurra al oído al mover las hojas de los árboles.
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“Yo soy el Mesías”, el Hijo de Dios tanto tiempo esperado por el pueblo de Israel, un pueblo que
lo sigue esperando hasta el final de los tiempos porque todavía no lo han reconocido.
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y Neftalí, para que se cumpliese lo anunciado por el profeta Isaías cuando dice:
“Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí, camino del mar allende el Jordán,
Galilea de los gentiles: el pueblo sentado en tinieblas vio una gran luz, y a los
sentados en región de muerte y sombra amanecióles una luz.”
Desde entonces comencé a predicar el Evangelio de mi Padre Dios y les decía:
“¡Se ha cumplido el tiempo y está cerca el Reino de los Cielos:
arrepentíos y creed en el Evangelio!”
Mi Nombre se reconoció en toda la comarca y les enseñaba en sus sinagogas y
era glorificado por todos.
Cierto día, caminando por la ribera del mar de Galilea vi a los hermanos Simón-
Pedro y Andrés que echaban la red en el mar, pues eran pescadores. Más adelante vi
a otros dos hermanos, Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que estaban en la nave
con su padre recomponiendo sus redes.
Comencé a hablar a la muchedumbre estando de pie junto al lago. Como se
agolparan sobre mí, vi dos barcas juntas al lago, los pescadores que habían bajado
de ellas estaban lavando las redes y subí a una de ellas, que precisamente era la de
Simón-Pedro y le rogué que bogase un poco apartándose de la playa y así sentado en
la barca de Simón enseñaba a la muchedumbre. Y cuando cesé de hablar, le dije a
Simón:
“Boga mar adentro, y soltad vuestras redes para la pesca.”
Respondió Simón:
“Maestro, con haber estado bregando toda la noche, nada cogimos; pero sobre
tu palabra soltaré las redes.”
Y como esto hicieron, prendieron gran cantidad de peces, y se rompían sus
redes. Hicieron señas a los compañeros que estaban en la otra barca, para que
viniendo le ayudasen. Y vinieron y llenaron ambas barcas, tanto que se hundían.
Viendo esto Simón-Pedro, postróse a mis pies diciendo:
20
“¡Retírate de mí, porque soy un hombre pecador, Señor!”
El espanto les invadió a todos con motivo de esta redada de peces, incluso a
Santiago y a Juan, que formaban sociedad con Simón. Yo le dije a Simón:
“No temas; desde hoy más serán hombres los que pescarás.”
Dirigiéndome a los demás les dije:
“Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres.”
Sacaron las barcas a tierra, lo abandonaron todo y me siguieron. Santiago y
Juan, a los que también llamé, dejando a su propio padre Zebedeo en la nave con los
jornaleros, se vinieron tras de mí.
20
Cristo se gana el alma de Pedro justamente en el ejercicio de su profesión. Este milagro le
sorprende, le desnuda el alma, se descubre indigno de la amistad de este Hombre, se arrodilla ante
su impresionante figura y le rinde el corazón con unas palabras que ya me gustaría a mí, querido
lector, asumirlas con el mismo espíritu que las pronunció Pedro.
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Y sacudiéndole violentamente y dando alaridos, salió de él el espíritu inmundo.
Quedaron todos pasmados de suerte que se preguntaban unos a otros, diciendo:
“¡¿Qué es esto?! ¡¿Qué palabra es ésta?! Porque con autoridad y poder manda
a los espíritus inmundos y le obedecen y salen.”
Se extendió rápidamente mi Nombre por toda la comarca de Galilea. Saliendo
de la sinagoga vinimos a casa de Simón y de Andrés, con Santiago y Juan. La suegra
de Simón yacía en cama con una gran fiebre y me rogaron por ella. Vine a ella, mandé
resueltamente a la fiebre y ésta la dejó; ella, levantándose al instante, nos servía.
Ya tarde cuando se puso el sol, todos cuantos tenían enfermos de diferentes
dolencias los trajeron a mí. Y toda la ciudad estaba agolpada a la puerta. Puse las
manos sobre cada uno de ellos y los curé de las diversas enfermedades de que estaban
aquejados, dándose así cumplimiento a lo anunciado por el profeta Isaías, cuando
dice:
“Él tomó nuestras flaquezas y llevó nuestras enfermedades.”
Me presentaron también muchos endemoniados y lancé los espíritus con mi
palabra. Al salir estos espíritus, que eran demonios, gritando decían:
“¡Tú eres el Hijo de Dios!”
Yo les increpaba y no les permitía decir que sabían que Yo era el Mesías. Al
amanecer, muy oscuro todavía, levantándome, salí y me fui a un lugar solitario para
hacer oración. Vino en mi busca Simón y los demás y hallándome dijeron:
“Todos andan buscándote.”
Mas Yo les dije:
“Vamos a otra parte, a las poblaciones inmediatas, para que
también allí pueda Yo predicar; que para esto salí.”
La muchedumbre me buscaba y al encontrarme querían retenerme, pero les
dije:
“También a otras ciudades tengo que anunciar el Evangelio del
Reino de Dios, pues a esto fui enviado.”21
3.08 El leproso.
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Mas él, en saliendo, comenzó a proclamar bien alto y divulgar el hecho, hasta el
punto de que no pude entrar manifiestamente en ciudad alguna. La fama de mi
Nombre se extendió cada vez más y concurrían grandes muchedumbres para oír mi
palabra y ser curados de sus enfermedades. Yo me retiraba a sitios solitarios para
orar.
3.09 El paralítico de Cafarnaúm.
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unos fariseos y doctores de la Ley que habían venido de todas las aldeas de Galilea,
incluso de Judea y de Jerusalén.
De improviso, he aquí que unos hombres, llevando sobre una camilla un
paralítico, buscaban manera de introducirle y ponerle delante de mí. Pero no
hallando sitio a causa de la muchedumbre, subieron a la terraza y por entre las tejas
lo descolgaron junto con su camilla hasta ponerle en medio delante de mí. Viendo la
fe que tenían, dije al paralítico:
“Buen ánimo, hijo; perdonados te son tus pecados.”
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Tras esto salimos otra vez a la ribera del mar; y toda la muchedumbre venía a mí
y les enseñaba. Pasando vi a Leví el de Alfeo sentado en su despacho de aduanas y le
dije:
“Sígueme.”24
Y abandonándolo todo, levantóse y me seguía. Leví hizo un gran convite en su
casa y muchos publicanos y pecadores estaban a la mesa conmigo y mis discípulos.
Murmuraban los fariseos y sus escribas al verme comer con pecadores y decían a mis
discípulos:
“¿Cómo es que coméis y bebéis con los pecadores y publicanos?”
Habiéndoles oído, les dije:
“No tienen necesidad de médico los sanos y robustos, sino los que se
hallan mal. Andad y aprended qué quiere decir: “Misericordia
quiero, que no sacrificio”. Que no he venido a llamar justos, sino
pecadores a penitencia.”25
Vinieron también los discípulos de Juan que estando con los fariseos ayunando
me dijeron:
“¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos frecuentemente y, en cambio, tus
discípulos no ayunan?”
Les dije:
“¿Acaso pueden ayunar y afligirse los hijos de la sala nupcial en
tanto que está con ellos el esposo? Cuanto tiempo tienen el esposo
consigo, no pueden ayunar. Vendrán días cuando les sea arrebatado el
esposo, y entonces ayunarán en aquel día. Nadie echa un remiendo de
paño tieso sobre un vestido viejo, porque quita su entereza al vestido y
23
El paralítico era un hombre con el alma manchada por un pasado que quizás le atormentara. “Buen
ánimo, hijo…”., estas son las consoladoras palabras que oye de Jesús y en virtud de la fe de unos
amigos y quizás también de su propia fe, se dispone a ser sanado en el alma y en el cuerpo. “¿Quién
puede perdonar pecados sino solo Dios?” Esta pregunta quedó contestada con la evidencia
incuestionable de un milagro que maravilló a los presentes. ¿Qué otros argumentos se necesitan
para creer en el Hijo de Dios?
24
Dios llama con el imperio de su Voluntad, y a quien llama, sea quien sea, lo predispone a obedecer,
con soberana libertad, en el acto.
25
Cristo no ha venido para los justos sino para los pecadores que quieran convertir su vida, volver a
empezar. Entre nosotros….¿Quién es justo?
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Estaba allí un hombre que llevaba treinta y ocho años en su enfermedad y como
le viese tendido en el suelo y conociese que llevaba ya mucho tiempo le dije:
“¿Quieres ponerte sano?”
Me contestó:
“Señor, no tengo un hombre que, cuando se remueva el agua, me eche en el
estanque, y en tiempo que yo llego, otro baja antes que yo.”
Le dije:
“Levántate, toma tu camilla y anda.”
Quedó sano al instante y tomando su camilla andaba. Era sábado aquel día y
encontrándose con unos fariseos le dijeron:
“Es sábado y no te es permitido llevar la camilla.”
Él les respondió:
“El que me sanó me dijo: “Toma tu camilla y anda.”
Le preguntaron:
26
“¿Quién es el hombre que te dijo: “Toma tu camilla y anda?”
No pudo contestarles porque tras curarle me retiré sin ser notado, gracias a la
muchedumbre de gente que había en aquel sitio. Pero después lo hallé en el Templo y
le dije:
“Mira, has sido curado; no peques ya más, no sea que te suceda
algo peor.”
Se fue aquel hombre y manifestó a los fariseos que Yo le había sanado. Y esto fue
causa de que me persiguieran, ¡porque tales cosas hacía en sábado! Encontrándome
con ellos les dije:
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Terminó la Pascua y volví a Galilea y cierto día de sábado paseaba con mis
discípulos por unos sembrados, y como tuvieran hambre comenzaron a arrancar
espigas y frotándolas con las manos las comían. Los fariseos me dijeron:
“Mira, ¿cómo hacen en sábado lo que no está permitido?”
Así mismo decían a mis discípulos:
“¿Por qué hacéis lo que no está permitido en sábado?”
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Dirigiéndome a ellos les dije:
“¿Nunca leísteis qué hizo David cuando tuvo necesidad y sintió
hambre y los que con él estaban, cómo entró en la Casa de Dios en
tiempo de Abiatar, sumo sacerdote, y comió los panes de la proposición,
que no es lícito comer sino a los sacerdotes, y los dio además a los que
con él estaban? ¿O no leísteis en la Ley que en día de sábado los
sacerdotes en el Templo violan el sábado y son inculpables? Pues Yo os
digo que hay aquí algo mayor que el Templo. Y si hubierais entendido
qué quiere decir: “Misericordia quiero que no sacrificio”,28 no
habríais condenado a esos hombres sin culpa. El sábado por el hombre
fue instituido, y no el hombre por el sábado. Así que Señor es el Hijo del
hombre también del sábado.”
4.04 Sano a un hombre que tenía una mano paralizada.
Otro sábado entré en una sinagoga para enseñar. Había un hombre allí que su
mano derecha estaba rígida. Observaban atentamente los escribas y fariseos si en
sábado curaría a ese hombre, para hallar de qué acusarme e incluso me preguntaron:
“¿Es lícito curar en sábado?”
Yo conocía sus pensamientos y dirigiéndome al hombre que tenía rígida la mano
le dije:
“Levántate y ponte de pie en medio.”
Levantóse el hombre y quedó de pie en medio y mirando a los fariseos les dije:
“Os pregunto si es permitido en sábado hacer bien o hacer mal,
salvar un alma o perderla.”
Ellos callaban y les dije:
“¿Qué hombre habrá entre vosotros que tenga una oveja, y si esta
en día de sábado cayere en una hoya, por ventura no la cogerá y la
levantará? Pues ¡qué diferencia no habrá entre un hombre y una oveja!
Así que es permitido en día de sábado hacer bien.”
En silencio les miré con indignación entristecido por el encallecimiento de su
corazón, y dije al hombre:
“Extiende tu mano.”
Y la extendió y quedó restablecida, sana como la otra. Los escribas y fariseos se
llenaron de insensatez y unos y otros deliberaban sobre qué iban a hacer conmigo.
Enterado de sus pretensiones me retiré de allí en compañía de mis discípulos hacia el
mar. Me seguía gran muchedumbre, gente de Galilea, de Judea, de Jerusalén, de
Indumea, de allende el Jordán, de los contornos de Tiro y Sidón porque oían decir
cuanto Yo hacía, extendiéndose mi Nombre por toda la Siria.
28
“Misericordia quiero que no sacrificio”. Esta frase solo se contempla, dos veces, en el Evangelio de
San Mateo. Dios bajó del cielo a reclamar a los hombres misericordia para con sus hermanos. Dios
no quiere sacrificios, quiere amor operando en el ordinario vivir de cada día, sin espectáculo,
calladamente, desde dentro.
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Llegando a la orilla dije a mis discípulos que estuviese preparada una barca
porque la gente me atropellaba para tocarme cuantos padecían enfermedad. A todos
los que se hallaban mal, aquejados de enfermedades y dolores, endemoniados,
lunáticos y paralíticos…, a todos curé. Y los espíritus inmundos en viéndome caían a
mis pies gritando:
29
“¡¡Tú eres el Hijo de Dios!!”
Yo les mandaba severamente que no me diesen a conocer. Se cumplía lo
anunciado por el profeta Isaías, cuando dice:
30
“He aquí mi Siervo, a quien escogí, mi Amado, en quien se agradó mi alma;
pondré mi Espíritu sobre El, y proclamará justicia a las naciones. No porfiará ni
dará voces, ni oirá alguno en la plaza su voz. La caña cascada no la quebrará, y la
mecha humeante no la apagará, hasta que haga triunfar la justicia; y en su
Nombre esperarán las naciones.”
4.06 Elección de los Doce Apóstoles.
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lloraréis!
¡Ay de vosotros cuando os den parabién los hombres, porque así
fue como sus padres hacían con los falsos profetas!
Vosotros sois la sal de la tierra. Mas si la sal se volviere sosa, ¿con
qué se la salará? Para nada vale ya sino para ser tirada fuera y ser
hollada de los hombres.
Vosotros sois la luz del mundo. No puede esconderse una ciudad
puesta sobre la cima de un monte. Ni encienden una lámpara y la
colocan debajo del celemín, sino encima del candelero, y alumbra a
todos los que están en la casa. Que alumbre así vuestra luz delante de
los hombres, de suerte que vean vuestras obras buenas y den gloria a
vuestro Padre, que está en los cielos.
No penséis que vine a destruir la Ley o los Profetas: no vine a
destruir, sino a dar cumplimiento. Porque en verdad os digo: antes
pasarán el cielo y la tierra que pase una sola letra o tilde de la Ley sin
que todo se verifique. Por tanto, quien quebrantare uno de éstos
mandamientos más pequeños y así enseñare a los hombres, será
considerado el más pequeño en el Reino de los cielos; mas quien obrare
y enseñare, éste será considerado grande en el Reino de los cielos.
Porque os certifico que si vuestra justicia no sobrepuja a la de los
escribas y fariseos, no esperéis entrar en el Reino de los cielos.
Oísteis que se dijo a los antiguos: “No matarás; y quien matare,
será sometido al juicio del tribunal”. Mas Yo os digo que todo el que se
encolerizare con su hermano, será reo delante del tribunal; y quien
dijere a su hermano “raca” 32, será reo delante del Sanhedrín; y quien le
dijere “insensato”, será reo de la gehena del fuego. Si, pues, estando tú
presentando tu ofrenda junto al altar, te acordares allí de que tu
hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y
vete primero a reconciliar con tu hermano, y vuelve luego a presentar
tu ofrenda. Sé condescendiente al concertarte con tu contrincante,
presto, mientras vas con él en el camino, no sea caso que el contrincante
te entregue al juez, y el juez al alguacil, y te echen en la cárcel; en
verdad te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el
último céntimo.
Oísteis que se dijo: “No cometerás adulterio”. Mas Yo os digo que
todo el que mira a una mujer para codiciarla, ya en su corazón cometió
adulterio con ella. Que si tu ojo derecho te es ocasión de tropiezo,
arráncalo y échalo lejos de ti, porque más te conviene que perezca uno
solo de tus miembros, y que no sea echado todo tu cuerpo en la gehena.
Y si tu mano derecha te sirve de tropiezo, córtala y échala lejos de ti,
porque más te conviene que perezca uno solo de tus miembros, y que no
32
Palabra hebrea que expresa profundo desprecio por el semejante.
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su gloria, se vistió como uno de ellos. Y si la hierba del campo, que hoy
parece y mañana se echa al horno, Dios así la viste, ¿por ventura no
mucho más a vosotros, hombres de poca fe? No os acongojéis, pues,
diciendo: ¿qué comeremos?, o ¿qué beberemos?, o ¿con qué nos
vestiremos? Pues tras todas esas cosas andan solícitos los gentiles. Que
bien sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todas ellas.
Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y esas cosas todas se os
darán por añadidura. No os preocupéis, pues, por el día de mañana;
que el día de mañana se preocupará de sí mismo: bástele a cada día su
propia malicia.35
No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis
condenados: pues con el juicio con que juzgáis seréis juzgados.
Absolved, y seréis absueltos; dad y se os dará: medida buena, apretada,
remecida, desbordante será la que os den en vuestro seno; porque la
medida que empleareis con los demás, esa misma recíprocamente se
empleará para con vosotros. ¿Por ventura puede un ciego guiar a un
ciego? ¿No caerán acaso entrambos en la hoya? No hay discípulo sobre
el maestro, mas una vez cumplidamente formado, cualquiera será
como su maestro. ¿Y a qué miras la brizna que está en el ojo de tu
hermano, y no adviertes la viga que está en tu propio ojo? ¿O cómo
puedes decir a tu hermano: “Hermano, deja que te saque la brizna que
está en tu ojo”, no viendo tú mismo la viga que está en tu ojo? Farsante,
saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás claro para sacar
la brizna que está en el ojo de tu hermano.
No deis lo santo a los perros, ni echéis vuestras perlas delante de
los puercos, no sea que las pateen con sus pies y revolviendo contra
vosotros os hagan trizas.
Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá:
porque todo el que pide, recibe: y el que busca, halla; y al que llama se
le abrirá. O ¿quién habrá entre vosotros a quien su hijo pidiere pan…?
¿por ventura le dará una piedra?; o también le pidiere un pescado,
¿por ventura le dará una serpiente? O si le pide un huevo, ¿por ventura
le dará un escorpión? Si, pues, vosotros con ser malos, sabéis dar cosas
buenas a vuestros hijos ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará bienes
a los que se lo pidieren …dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?
Así, pues, todo cuanto quisiereis que hagan los hombres
con vosotros hacedlo con ellos.36 Porque ésta es la Ley y los
Profetas.
35
El cumplimiento del deber de cada día, el abandono en las manos del Padre que me ha creado, de
un Padre Bueno que vela por mí. Este si que es camino de santidad, ejerciendo el ordinario vivir de
nuestra vida en Paz.
36
Esta es la llave que abre el Paraíso. Tengo que querer para todos lo que quiero para mí. Yo vendré
a ser amado según la medida de mi amor por los demás. Necesito comunicarme, no puedo ejercer la
vida y el amor en soledad.
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37
A poco que escuches a tu prójimo conocerás con quien tratas. ¡Qué poco tiempo se necesita para
conocer al hombre!
38
A todos y cada uno, en el transcurso de la vida, nos llegan tiempos de imprevisibles
consecuencias. Llegan para los que creen y para los que no creen. El que cree se consolará con la
Esperanza, el que no cree no hay Esperanza que le consuele. Con Fe, pase lo que pase, el último
destino se consuma en la otra vida. Sin Fe no hay más destino que ésta vida, la que se acaba en
unos pocos años.
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lo cual tampoco me consideré digno de ir a Ti; mas ordénalo con una sola palabra,
y quede sano mi muchacho. Que también yo, simple subordinado a las órdenes de la
autoridad, que tengo soldados a mi mando, digo a éste: “Ve” y va; y a otro; “Ven” y
39
viene; y a mi esclavo: “Haz esto”, y lo hace.”
40
Al oír esto, quedé maravillado y vuelto a la gente que me seguía, les dije:
“Os aseguro que ni siquiera en Israel hallé fe tan grande. Y os digo
que vendrán muchos del oriente y del occidente y se recostarán a la
mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el Reino de los cielos; en cambio,
los hijos del Reino serán echados a las tinieblas de allá fuera: allí será el
llanto y el rechinar de los dientes.”
Dirigiéndome a los enviados del centurión les dije:
“Id y decidle: como creíste, hágase contigo.”
Y el muchacho sanó en aquella hora.
Juan, que estaba en la cárcel, tuvo noticias de todas éstas mis obras. Y llamando
a sí a dos de sus discípulos me los envió diciendo:
“¿Eres Tú el que ha de venir o aguardamos a otro?”
Presentáronse a mí los hombres diciendo:
“Juan el Bautista nos ha enviado a ti diciendo: “¿Eres Tú el que ha de venir o
aguardamos a otro?”
39
¿Qué te parece, amigo lector? Tú y yo, ¿tenemos esta Fe?
40
Se sorprende Jesucristo en varias ocasiones. Esta es la primera que se nos muestra en el
Evangelio de San Mateo y de San Lucas. Su sorpresa hace referencia a la Fe de un gentil, es decir,
de un hombre que no era judío.
41
Cristo sintió una profunda pena y sin que nadie se lo pida obra un milagro portentoso, devuelve la
vida a un cadáver. El, que es Autor de la vida, la da y la quita a quien quiere, cuando quiere, donde
quiere. ¿Quién puede ser este Hombre con poder sobre la muerte? Tú y yo, amigo lector ¿quién
creemos que puede ser?
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Uno de éstos fariseos me rogaba que comiese con él, y aceptando entré en su
casa y me recosté a la mesa. Inesperadamente se presentó una mujer, que era
conocida en la ciudad como pecadora; la cual enterándose de que comía en casa del
fariseo, tomó consigo un botecillo de alabastro lleno de perfume, y puesta detrás
junto a mis pies, llorando, comenzó con sus lágrimas a bañarme los pies, y con los
cabellos de su cabeza los enjugaba, y los besaba fuertemente, y los ungió con
42
perfume. Viendo esto el fariseo que me había invitado, dijo para sí:
“Este, si fuera profeta, conociera quién y qué tal es la mujer que le toca, cómo
43
es una pecadora.”
Dirigiéndome a él le dije:
“Simón, tengo una cosa que decirte.”
“Maestro, di.”
“Un prestamista tenía dos deudores: el uno le debía quinientos
denarios, el otro cincuenta. No teniendo ellos con qué pagarle, les
perdonó a entrambos. ¿Quién, pues, de ellos le amará más?”
“Entiendo que aquel a quien más perdonó.”
“Rectamente juzgaste.”
Me volví a la mujer y dije a Simón:
42
¿Quién puede dar más? Para esta mujer ¿quién era Jesús?
43
¿Quién puede dar menos? Para este hombre ¿quién era Jesús?
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45
Por último dije a la mujer:
“Tu fe te ha salvado; vete en paz.”
4.12 El anuncio de la Buena Nueva. La blasfemia contra el Espíritu.
45
Es muy posible que estemos ante María Magdalena, que seguramente venga a ser la María de
Betania, la hermana de Lázaro, María Magdalena, conocida por tal nombre por su pasado más o
menos borrascoso.
46
¿Se entiende, amigo lector? ¿Está claro?
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Otro día, saliendo de casa, llegué a la orilla del mar y otra vez comencé a
enseñar. Como concurriera muchísima gente, subí a una barca y sentado en ella, mar
adentro, les hablaba mientras ellos estaban en la orilla. Comencé a enseñarles en
parábolas, diciéndoles:
“Escuchad. He aquí que salió el sembrador a sembrar. Y sucedió
que, al sembrar, una parte cayó a la vera del camino y fue pisoteada, y
los pájaros del cielo se la comieron. Otra parte cayó en los pedregales,
donde no había mucha tierra, y al punto brotó por no tener
profundidad el terreno; y en saliendo el sol se quemó, y por no tener
raigambre ni humedad se secó. Y otra cayó en medio de espinas, y
brotando juntamente con las espinas, la ahogaron y no dio fruto. Y
47
La conciencia del alma conoce al Espíritu y se peca contra El por acción y por omisión. Hay quien
tuerce, deliberadamente, por hacer daño, el sentido de la acción y la palabra. Sus días están
numerados y contados y en poco tiempo consumidos. Después, en la otra vida, le espera la
eternidad, y allí no hay tiempo, ni a quien hacer daño, sino así mismo. Se conoce el mal y se pacta
con él para tratar de pervertir lo bueno o no defenderlo.
48
“Quien escucha mi palabra y la guarda, quien cumple la Voluntad de mi Padre, es para Mí todo lo
que más quiero”
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otras partes cayeron en tierra buena y daban fruto que subía y crecía, y
rendían una treinta, y una sesenta y una ciento. ¡Quien tenga oídos
para oír, escuche!”
Quedando a solas con mis discípulos, me preguntaban:
“¿Por qué les hablas en parábolas? ¿Y qué significa ésta parábola?”
Les dije:
“A vosotros se os ha dado conocer los misterios del Reino de los
cielos, mas a ellos, los de fuera, no les ha sido dado, todo se les presenta
en parábolas. Porque a quien tiene, se le dará, y andará sobrado; mas
a quien no tiene, aun lo que tiene le será quitado. Por esto les hablo en
parábolas, porque viendo no ven y oyendo no oyen ni entienden. Y se
cumple en ellos la profecía de Isaías, que dice: “Con el oído escucharéis
y no entenderéis; y mirando miraréis y no veréis. Porque se apelmazó
el corazón de este pueblo, y con sus oídos oyeron torpemente, y
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entornaron sus ojos; no sea caso que vean con los ojos, y oigan con los
oídos, y entiendan con el corazón, y se conviertan, ¡cuando Yo los
sanaría!”. En cuanto a vosotros, ¡dichosos vuestros ojos, porque ven, y
vuestros oídos porque oyen! Porque en verdad os digo que muchos
profetas y justos desearon ver lo que veis, y no lo vieron y oír lo que oís,
y no lo oyeron.
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Nadie hay que habiendo encendido una lámpara la cubra con una
vasija o la ponga debajo del lecho, sino que la pone sobre el candelero,
para que los que entren vean la luz. Porque no hay nada escondido que
no se haga manifiesto, ni nada secreto que no sea conocido y venga a
ser manifiesto.
Mirad bien lo que oís. La medida que empleéis para con los demás,
esa misma se empleará para con vosotros, y con creces. Porque al que
tiene se le dará; y al que no tiene, aún lo que tiene se le quitará.”
4.16 Parábola de la cizaña.
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49
Se puede sembrar y morir sin ver el fruto en esta vida, pero tus buenas obras te acompañarán allí
donde vayas. La renta del buen hacer es para siempre, una buena acción se prolonga más allá de lo
que entendemos como tiempo. En Dios todo es eternidad y la buena voluntad de un hombre en el
bien querer y hacer, transciende el tiempo y de esto, se benefician otras generaciones en este y en el
otro mundo.
50
La Virgen María opera en la Iglesia introduciendo la buena levadura, que son sus hijos predilectos,
en la masa del mundo para que este, si quiere, fermente en buenas obras que den gloria a Dios.
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“Es también semejante el Reino de los cielos a una gran red, que,
echada en el mar, recoge peces de todo género; la cual, una vez repleta,
la sacan a la orilla, y allí sentados recogen los peces buenos en banastas
y arrojan a fuera los malos. Así será en la consumación del mundo:
saldrán los ángeles y separarán los malos de en medio de los justos, y
los arrojarán en el horno del fuego; allí será el llanto y el rechinar de
los dientes.”52
4.23 Conclusión. El escriba instruido.
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Me levanté y hablando imperiosamente a los vientos y al mar dije:
“¡Calla! ¡Enmudece!”
Amainó el viento y sobrevino gran bonanza y entonces les dije:
Abordamos a la otra banda del mar en la región de los Gerasenos, la cual está
frente a Galilea. Pisando tierra vinieron a mí dos endemoniados, que salían de los
53
Amigo lector, a ti y a mí ¿qué nos falta para creer? ¿Quién es este Hombre?
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sepulcros, bravíos por demás, hasta el punto de que nadie podía pasar por aquel
camino. Iban desnudos y habitaban en las cavernas sepulcrales. Ni con cadenas
pudieron ser sujetados, pues la forzaban y rompían los grillos. Eran empujados por
los demonios a los despoblados. Y continuamente, noche y día, se estaban en los
sepulcros y en los montes, dando gritos y cortándose con piedras. Como me vieran
desde lejos, corrieron y se postraron delante de mí, y a grandes gritos decían:
“¡¿Qué tienes que ver con nosotros, Jesús Hijo de Dios Altísimo?!” Te suplico, te
conjuro por Dios que no nos atormentes.”
Yo les decía:
“Salid, espíritus inmundos, de éstos hombres. ¿Cuál es vuestro
nombre?”
Me contestaban:
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54
“¡Legión es nuestro nombre, porque somos muchos!”
Y es que habían entrado muchos demonios en ellos. Suplicábanme con
insistencia que no los mandase fuera de aquella región, que no les mandase irse al
abismo. He aquí, que en la falda de un monte pacía una gran piara de cerdos. Y los
demonios me rogaban diciendo:
“¡Si nos echas, mándanos a la piara de cerdos para que entremos en ellos!”
Y consintiendo les dije:
“Id.”
Los espíritus inmundos salieron de los hombres y entraron en los cerdos y al
instante se lanzó toda la piara despeñadero abajo en el mar, como unos dos mil, y se
ahogaron. Los pastores que los apacentaban huyeron despavoridos y dieron la noticia
del hecho en la ciudad y por los campos y escuchada esta, los habitantes de esta
comarca vinieron al lugar de los hechos y llegándose a mí, hallaron sentados a los
hombres de quienes habían salido la legión de demonios, vestidos y en su sano juicio:
y les entró miedo, y me rogaban los gerasenos que me ausentase de sus confines. Subí
a la barca para volverme y uno de los endemoniados me pedía y suplicaba poder estar
Conmigo, mas Yo le dije:
“Vuelve a tu casa, a los tuyos, y entérales de cuanto el Señor ha
hecho contigo y cómo tuvo misericordia de ti.”
Se fue, y se puso a publicar por toda la ciudad y en la Decápolis cuanto Yo,
Jesús, había hecho con él, quedando todos maravillados.
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Autobiografía de Jesucristo
corriente había salido de mí, volviéndome en medio del gentío, dije:
“¿Quién me ha tocado los vestidos?”
Como todos me lo negasen, díjome Pedro y los demás:
“Maestro, ves el gentío que te está oprimiendo y estrujando, y dices: ¿Quién me
tocó?”
Le contesté:
“Alguien me tocó pues de mí he sentido salir una energía.”
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Autobiografía de Jesucristo
“Tu hija ha muerto; ¿para qué molestar ya al Maestro?”
Habiendo entreoído lo que se hablaba, dije al jefe de la sinagoga:
“No temas, cree no más, y será salva.”
No dejando que me siguiese nadie, sólo Pedro, Santiago y Juan, llegamos a la
casa de Jairo y entramos juntos con el padre y la madre de la niña. Todos lloraban y
plañían, y al ver el alboroto y los grandes gritos que daban, dije:
“¿Por qué os alborotáis y lloráis? No lloréis, que la niña no murió
sino duerme.”
Página 71
Autobiografía de Jesucristo
Al cabo de unos días salí de allí y me fui a Nazaret, mi patria, donde me había
criado, acompañándome mis discípulos. Venido el día de sábado, entré según mi
costumbre en la sinagoga y fui invitado a leer. Me fue entregado el libro del profeta
Isaías, y abriéndolo hallé el lugar en que está escrito:
“El Espíritu del Señor sobre mí: por lo cual me ungió, me envió para
evangelizar a los pobres, para sanar a los contritos de corazón, para anunciar a los
cautivos remisión y a los ciegos vista, para dar libertad a los oprimidos, para
proclamar un año de gracia del Señor y un día de justa recompensa.”
Y habiendo enrollado el volumen, lo entregué al ministro y me senté. Los ojos de
todos en la sinagoga estaban clavados en mí. Y comencé a decirles:
“Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír.”
Todos daban testimonio a mi favor y se maravillaban de las palabras de gracia
56
El alma de la niña no estaba ya en su cuerpo. Esto es morir. Volvió a ella al imperativo mandato
de Cristo. El alma de la niña estaba en otro lugar que no puedo entender como un espacio diferente
al que ocupamos en este mundo. Volvió a la niña sin recorrer espacio y sin consumir tiempo. La niña
sin espíritu estaba muerta, era un cadáver para amortajar. ¿Quién es Cristo?
57
Para Dios todo es posible y para el que cree en El también todo es posible. El milagro se
consumará en función de la Fe con la que lo pidamos. Si mi Fe es contundente y firme tengo a mi
disposición la Omnipotencia divina. Dios a disposición de mi Fe y voluntad. ¿Se entiende esto?
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Autobiografía de Jesucristo
que salían de mis labios; y los más, al oírme, se asombraban, diciendo:
“¿De dónde a Este estas cosas? Y ¿qué sabiduría es ésta que le ha sido dada, y
tales milagros obrados por sus manos? ¿No es Este el carpintero, el hijo de José el
carpintero? ¿No se llama su Madre María, y sus hermanos Santiago, José, Simón y
Judas? ¿No están todos entre nosotros? ¿De dónde, pues, a Este todas éstas cosas?”
Se escandalizaban de mí; mas Yo les dije:
“Indudablemente me aplicaréis este proverbio: “Médico cúrate a ti
mismo”. Cuantas cosas hemos oído hechas en Cafarnaúm, hazlas
también aquí en tu patria. En verdad os digo que ningún profeta es
aceptado en su patria, en su casa y entre sus parientes. En
verdad os digo, muchas viudas había por los días de Elías en Israel,
cuando se cerró el cielo por tres años y seis meses, con que vino grande
hambre sobre toda la tierra, y a ninguna de ellas fue enviado Elías sino
a Sarepta, ciudad de Sidonia, a una mujer viuda. Y muchos leprosos
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Autobiografía de Jesucristo
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Autobiografía de Jesucristo
“Este es Juan el Bautista el que yo decapité; ha resucitado de entre los
muertos, y por eso las potencias actúan en él.”
Andaba Herodes desorientado, ya que algunos le decían que Juan había
resucitado de entre los muertos; otros que Elías había aparecido; otros que había
resucitado algún profeta de los antiguos. Pero Herodes decía:
“A Juan yo lo decapité; ¿Quién es Éste, de quien oigo decir tales cosas?”
Y buscaba manera de verme. En efecto, el mismo Herodes había enviado a
prender a Juan y le había puesto en cadenas en la prisión con motivo de Herodías, la
mujer de Filipo, su hermano, pues se había casado con ella. Porque Juan decía a
Herodes:
“No te es permitido tener la mujer de tu hermano.”
Herodías se la guardaba y quería matarle, y no podía; porque Herodes, aunque
quería matarle, tuvo miedo del pueblo, pues le tenía como profeta. Herodes miraba
con respeto a Juan, sabiendo que era hombre justo y santo, y le protegía, y con lo que
oía andaba muy perplejo, y le escuchaba con gusto.
Llegó un día oportuno, cuando Herodes con ocasión de su cumpleaños dio un
banquete a sus magnates, a los tribunos y a los primates de Galilea. Entró la hija de la
misma Herodías y danzó y agradó a Herodes y a los comensales. Y el rey dijo a la
muchacha:
“Te lo juro, pídeme lo que quieras y te lo daré. Cualquier cosa que me pidieres
te la daré, hasta la mitad de mi reino.”
La muchacha salió y dijo a su madre:
“¿Qué debo pedir?”
Ella dijo:
“La cabeza de Juan el Bautista.”
Entrando apresuradamente hizo su petición al rey, diciendo:
“Quiero que ahora mismo me des sobre una bandeja la cabeza de Juan el
Bautista.”
Herodes quedó muy entristecido, pero en atención al juramento y a los
comensales, no quiso desairarla. Y al punto despachó a un satélite y mandó traer la
cabeza de Juan. Decapitó a Juan en la cárcel y trajo su cabeza sobre una bandeja y la
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dio a la muchacha y ésta se la dio a su madre.
Enterados los discípulos de Juan, vinieron y se llevaron el cadáver de su maestro
y le dieron sepultura. Después vinieron a mí y me lo notificaron.
59
¿Dónde habita tu alma Herodías? ¿Con quién estás? Y tu hija ¿está contigo? Me estremece tu
maldad y tu desgracia porque no me das pena. No te concibo arrepentida.
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Autobiografía de Jesucristo
ciudad llamada Betsaida, a la otra banda del mar de Galilea o de Tiberiades.
Viéndonos la muchedumbre y enterados a dónde íbamos nos siguieron a pie
desde todas las ciudades y llegaron antes que nosotros. La muchedumbre me seguía
porque veían los prodigios que obraba en los enfermos.
Al desembarcar vi el gentío y subí al monte acompañado por mis discípulos.
Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos. Alzando los ojos vi que se llegaban a mí
una gran muchedumbre, y me compadecí entrañablemente de ellos
enterneciéndoseme el Corazón porque andaban como ovejas que no tienen pastor.
Los acogí y les hablaba y enseñaba largamente sobre el Reino de Dios, y a los que
60
tenían necesidad de curación los curé.
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Autobiografía de Jesucristo
quedaron saciados. Cuando hubieron quedado satisfechos les dije a mis discípulos:
63
Contemplarían en las manos de los discípulos de Jesús los trozos de pan y pescado multiplicarse y
no agotarse.
64
A los discípulos les costó separarse de la multitud porque sus sentimientos eran terrenos, no
conocían a su Maestro.
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Autobiografía de Jesucristo
despedía a la gente. Calmada la muchedumbre y despedida, me retiré Yo solo al
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monte para orar. Y entrada la noche seguía Yo solo allí, orando.
65
Ahora recuerdo la oferta del Tentador: “Si eres Hijo de Dios, di que éstas piedras se conviertan en
panes.”
66
Tú y yo, amigo lector, estamos perplejos, tanto como el corazón azorado de estos hombres que
han visto a un Hombre que multiplica en sus manos el pan y el pescado para una multitud y ahora lo
ven, atónitos, caminar sobre el mar. ¿Quién es Jesús?
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Autobiografía de Jesucristo
“¡Es un fantasma!”
Perdieron la serenidad y comenzaron a gritar de miedo. Mas Yo les hablé
enseguida:
“¡Tened buen ánimo; soy Yo; no tengáis miedo!”67
Respondiendo Pedro, dijo:
“¡Señor, si eres Tú, mándame ir a Ti sobre las aguas!”
Le dije:
“Ven.”
Bajó Pedro de la barca y comenzó a caminar sobre las aguas para venir hacia mí.
Ya cerca, sintiendo el viento recio, le entró miedo y comenzó a zambullirse gritando:
68
“¡Señor, sálvame!”
Y al punto extendí la mano y asiendo de él le dije:
“Hombre de poca fe, ¿por qué titubeaste?”
Subimos a la barca y amainó el viento. Y los que estaban en la barca se
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postraron delante de mí diciendo:
“¡Verdaderamente, eres el Hijo de Dios!”
Quedaron desmesuradamente atónitos, mirándose unos a otros y con el corazón
entupido pues no se habían dado cuenta cabal de lo acaecido con los panes.
En breve se halló la barca junto a la tierra que íbamos, y apenas salidos de ella
algunos me reconocieron y dando aviso y recorriendo aquella comarca comenzaron a
trasladar en camillas a todos los que se hallaban mal allí donde Yo estaba. Y donde
quiera que entraba, en las aldeas o en las ciudades, o en los cortijos, ponían los
enfermos en las plazas y me rogaban les dejase siquiera tocar la franja de mi manto; y
cuantos me tocaron cobraron salud.
La muchedumbre que estaba al otro lado del mar echó de ver que no había allí
otra lancha, sino una, y que Yo no había entrado en la barca junto con mis discípulos,
sino que ellos se habían marchado solos. Cuando vio, pues, la turba que ni Yo ni mis
discípulos estábamos allí subieron a las lanchas y se dirigieron a Cafarnaúm en mi
busca, y encontrándome me dijeron:
“Maestro, ¿cuándo has venido acá?”
Les respondí diciendo:
“En verdad, en verdad os digo: me buscáis, no porque visteis
señales maravillosas, sino porque comisteis de los panes y os hartasteis.
Trabajad no por el manjar que perece, sino por el que dura hasta la
vida eterna, el que os da el Hijo del hombre; porque a Este, el Padre,
Dios mismo, acreditó con su sello.”
“¿Qué hemos de hacer para obrar las obras de Dios?”
“Esta es la obra de Dios: que creáis en Aquel a quien El envió.” 70
“¿Qué señal, pues, haces tú para que lo veamos y creamos en ti? ¿Cuál es tu
67
Dos cosas me pide Cristo: “buen ánimo”, “no tengas miedo”. Caminar sin temor, pase lo que pase.
68
La reflexión de éstos hechos hace que también a mí me lleven a decir: ¡Señor, sálvame!
69
Con solo emplear la razón llego a la misma conclusión: “¡Verdaderamente, eres el Hijo de Dios!”
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Autobiografía de Jesucristo
obra? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, según que está escrito:
“Pan venido del cielo les dio a comer.”
“En verdad, en verdad os digo: no fue Moisés quien os dio el pan
bajado del cielo, sino mi Padre es quien os da el Pan verdadero, que
viene del cielo; porque el Pan de Dios es el que desciende del cielo y da
vida al mundo.”
“Señor, danos siempre ese pan.”
“Yo soy el Pan de la vida; el que viene a mí no padecerá hambre y el
que cree en mí no padecerá sed jamás. Pero ya os dije que me habéis
visto y no creéis. Todo lo que me da el Padre vendrá a mí, y al que
viniere a mí no le echaré fuera; pues he bajado del cielo no para hacer
mi propia voluntad, sino la voluntad del que me envió. Y esta es la
voluntad del que me envió: que de todo lo que me dio no pierda nada,
sino que lo resucite en el último día. Porque esta es la voluntad de mi
Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en El, tenga vida eterna y lo
resucite Yo en el último día.”
Murmuraban, pues, los judíos de mí, porque había dicho: “Yo soy el Pan bajado
del cielo”, y decían:
“¿No es Este Jesús, el hijo de José, cuyo padre y cuya Madre nosotros
conocemos? ¿Cómo dice ahora: “He bajado del cielo”?”
Les respondí diciendo:
“No murmuréis entre vosotros. Nadie puede venir a mí si no le
trajere el Padre, que me envió; y Yo le resucitaré en el último día. Está
escrito en los Profetas: “Y serán todos enseñados por Dios”. Todo el que
oye al Padre y recibe sus enseñanzas, viene a mí. No que al Padre le
haya visto alguien; sólo el que viene de parte de Dios, Ése es el que a
visto al Padre. En verdad, en verdad os digo: el que cree tiene vida
eterna. Yo soy el Pan de la vida. Vuestros padres en el desierto
comieron el maná, y murieron; Este es el Pan que baja del cielo, para
quien comiere de El no muera. Yo soy el Pan viviente, el que del cielo ha
bajado;71 quien comiere de éste Pan vivirá eternamente, y el Pan que Yo
daré es mi carne por la vida del mundo.”
Disentían entre sí los judíos, diciendo:
72
“¿Cómo puede Éste darnos a comer su carne?”
Les dije:
70
Les está demandando, por lo que han visto, que crean en El y esto supone que acepten su
divinidad.
71
No lo entienden, pero tú y yo, amigo lector, si lo entendemos a dos mil años vista de estos hechos.
Y ¿qué hemos visto hasta ahora? Pues hemos contemplado a un Hombre que, entre otros actos
inexplicables, convierte el agua en vino, que cura a un leproso en el acto, a dos paralíticos, resucita a
un joven en Naím y a una niña de doce años, al imperio de su voz calma la tempestad, expulsa de
dos hombres una legión de demonios, con solo tocar su vestido una mujer recobra la salud, devuelve
la vista a dos ciegos con fe, en sus manos se multiplican los panes y los peces hasta saciar más de
quince mil personas, camina sobre el mar. Este Hombre dice haber bajado del cielo, que su Padre lo
ha enviado y que este Padre no es ni más ni menos que Dios. ¡Este Hombre es el Hijo de Dios!
72
Entendieron bien los que oían. Cristo está ofreciendo comer su carne.
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Autobiografía de Jesucristo
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Autobiografía de Jesucristo
Tras esto anduve por Galilea, pues no quise estar por la Judea, ya que los judíos
me buscaban para matarme. Se acercaron a mí unos escribas y fariseos venidos de
Jerusalén y viendo a algunos de mis discípulos comer su pan con las manos no
lavadas- porque los fariseos y todos los judíos, si no se lavan las manos a fuerza de
puños, no comen, aferrados a la tradición de los ancianos; y al volver de la plaza, si
primero no se bañan, no comen; y hay otras cosas cuya observancia recibieron por
tradición, lavatorio de copas, jarros, vajilla de cobre, lechos…- me preguntaron:
“¿Por qué no caminan tus discípulos conforme a la tradición de los ancianos,
sino que comen su pan con manos profanas?”
Yo, les dije:
“Muy bien profetizó Isaías de vosotros, farsantes, según está
escrito: “Este pueblo me honra con los labios, mas su corazón anda lejos
de mí; es vano el culto que me rinden, enseñando doctrinas, preceptos
de hombres”. Dejando a un lado el mandamiento de Dios, os aferráis a
la tradición de los hombres. Anuláis por las buenas el mandamiento de
Dios, para mantener vuestra tradición. Porque Moisés dijo: “Honra a
tu padre y a tu madre”, y “El que maldijere al padre o a la madre,
muera sin remisión”. Vosotros empero decís: “Si un hombre dijere al
padre o a la madre: Queda declarado KORBAN, que es decir: ofrenda,
todo lo mío que pudieras reclamar en tu provecho, no le dejáis ya hacer
nada por el padre o por la madre, rescindiendo la palabra de Dios con
vuestra tradición que os transmitisteis de unos a otros; y semejante a
éstas en éste género hacéis muchas cosas.”
Dirigiéndome a la muchedumbre les dije:
“Escuchadme todos y entended. No lo que entra en la boca ensucia
al hombre; mas lo que sale de la boca, eso es lo que contamina al
hombre. Quien tenga oídos para oír escuche.”
Y dejando a la gente, entramos en casa, y llegándose mis discípulos, me dijeron:
“¿Sabes que los fariseos al oír tales palabras se escandalizaron?”
Les dije:
“Todo plantío que no plantó mi Padre celestial será arrancado de
raíz. Dejadlos: son ciegos, guías de ciegos; y si un ciego guía a un ciego,
ambos dos caerán a la hoya.”
Tomando Pedro la palabra, dijo:
“Maestro decláranos la parábola que dijiste a la gente.”
Le contesté:
“¿También vosotros tenéis tan poca inteligencia? ¿No comprendéis
que todo lo que de fuera entra en el hombre no es capaz de
contaminarle, pues que no entra en su corazón, sino en su vientre, y de
allí va a parar a la letrina? Todos los alimentos son puros. Mas las
cosas que salen de la boca, del corazón salen, y éstas son las que
contaminan al hombre. Porque de dentro del corazón de los hombres,
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Autobiografía de Jesucristo
75
En dos palabras se aprecia el inmenso dolor de una madre que pide socorro para ella, que sufre
en sí las consecuencias del mal espíritu de su hija.
76
Cristo vuelve a sorprenderse con la fe de una persona que no era judía. Vendrá a tener la misma
sensación que tuvo con la fe del centurión. Obrará, en ambos casos, el milagro a distancia, con solo
ejercer su Voluntad de Hombre y de Dios. La oración perseverante, la pertinaz demanda al Corazón
de Cristo culmina con la consecución de lo que con tanta ansia se pide.
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Autobiografía de Jesucristo
De nuevo saliendo de los confines de Tiro, me encaminé por Sidón hacia el mar
de Galilea, pasando por medio de los términos de la Decápolis. Me presentaron un
sordomudo rogándome que pusiera mi mano sobre él. Lo tomé aparte, lejos de la
turba, introduje mis dedos en sus orejas y con saliva toqué su lengua; y levanté los
ojos al cielo suspirando y dije:
“Effatá” (Ábrete).
Y al punto se abrieron sus oídos, y se soltó la atadura de su lengua y hablaba
correctamente. Les ordené que a nadie lo dijesen, mas cuanto más lo ordenaba, tanto
más y más ellos lo divulgaban. Y asombrados decían:
77
“Todo lo ha hecho bien, y hace oír a los sordos y hablar a los mudos.”
77
“Todo lo ha hecho bien…”. Así de sencillo, Cristo todo lo hace bien.
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Autobiografía de Jesucristo
Marchando de allí, llegamos a la ribera del mar de Galilea y subiendo a la
montaña me senté y vinieron a mí grandes muchedumbres llevando consigo, cojos,
ciegos, sordos, mancos y muchos otros que dejaron a mis pies. Yo les curé a todos de
suerte que la muchedumbre se maravillaba al ver oír a los sordos, sanos a los mancos,
78
caminar a los cojos, tener vista los ciegos; y glorificaban al Dios de Israel.
Una vez despedida la turba, subí a la barca con mis discípulos y vinimos a la
región de Dalmanuta y Magadán. Y saliendo los fariseos y saduceos comenzaron a
discutir Conmigo, demandándome alguna señal procedente del cielo, con ánimo de
tentarme. Les dije:
“Al caer la tarde decís: “Habrá buen tiempo, porque el cielo se
arrebola con aspecto sombrío”. El semblante del cielo sabéis discernir,
¿y las señales de los tiempos no podéis?”
Gimiendo en mi Espíritu, dije:
“¿Para qué esta generación demanda una señal? En verdad os
digo, una generación perversa y adúltera reclama una señal, y señal no
se le dará sino la señal de Jonás.”
Dejándoles, embarcando de nuevo, me fui a la ribera opuesta. Mis discípulos se
habían olvidado de tomar panes y solo tenían un pan en la barca. Yo les prevenía
diciendo:
78
Amigo lector, estamos ante un hecho fehacientemente histórico. Miles de hombres y mujeres, niños
y ancianos, sanos y enfermos se llegaron a Cristo que ejercía su Omnipotencia al servicio de su
Misericordia. Una multitud, tantos como tu razón, amigo lector, quiera entender, pero no menos que la
muchedumbre que comió de los panes que se multiplicaban en sus manos. Una multitud maravillada
de contemplar milagros inauditos, una multitud que glorificaba al Dios de Israel, a este Dios que no es
Otro que el mismo Padre de Cristo, este Padre tuyo y mío en el que no existe el tiempo, un Padre del
alma, último destino de tu existencia y la mía.
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Autobiografía de Jesucristo
Al día siguiente salí con mis discípulos hacia las aldeas de Cesárea de Filipo.
Después de haber orado a solas, llegándome a mis discípulos les pregunté:
“¿Quién dicen las turbas ser el Hijo del hombre?”
Contestaron:
“Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros diferentes, que Jeremías,
79
¿A quién se escogió Jesús como ayudantes? ¡No lo entendían! Solo Dios no puede desmoralizarse
con semejantes discípulos. En cualquier caso, el Corazón de Cristo tenía motivos para entristecerse.
La ramplonería mental de la que hacemos gala los que nos contemplamos creyentes, cristianos, se
pone de manifiesto cada día, cada hora, cada minuto. Somos imprevisibles, capaces de lo mejor y de
lo peor. Dios espera toda una vida con tal de ganarse a un hijo en un minuto. Cristo redime al hombre
con su vida, su muerte y sus tristezas, éstas que propiciamos con nuestra mezquindad.
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Autobiografía de Jesucristo
otros, que algún profeta de los antiguos ha resucitado…”
“Y vosotros, ¿quién decís que Soy?”
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Autobiografía de Jesucristo
Ordené terminantemente a mis discípulos que a nadie dijesen ser Yo el Mesías.
ser su Roca sobre la que se fundamenta la única verdad que salva, la Verdad de Pedro, la única, la
que es Verdad de Cristo.
81
Cristo revela palmariamente su destino. Ya lo conoce, lo conoce desde siempre como Dios y en el
misterio de su inteligencia humana desde Niño. Esta reflexión es su pensamiento dominante, un
supremo abandono en la Voluntad de su Padre que ordenará los acontecimientos para que se cumpla
lo que está escrito.
82
La cruz de cada día es inevitable. O la llevas con garbo detrás de El, negándote a ti mismo por
amor a su Persona, o esta misma cruz, sin Fe, te hunde en desesperanza.
83
Consumes una vida sin vivirla por conseguir las cosas de este mundo. Cuando ya las crees tener
no queda tiempo para disfrutarlas, además tu alma está embotada y en riesgo de perderse para
siempre. ¿Qué vale lo que has ganado? Los restos de cuatro seres queridos, al cabo de pocos años,
los he visto ocupar solamente una capacita en la esquina de una fosa del cementerio.
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Autobiografía de Jesucristo
De seis a ocho días después, tomé a Pedro a Santiago y a Juan y subí con ellos a
un monte elevado para orar. Y mientras estaba orando, me transfiguré en presencia
de ellos. Cambió mi rostro que relumbraba como el sol y mis vestiduras se pararon
blancas como la luz, centelleantes y relampagueantes, blancas en extremo, cuales
ningún batanero sobre la tierra es capaz de blanquearlas así. Dos varones
circundados de gloria me hablaban, eran Moisés y Elías, sobre el tránsito que Yo
realizaría en Jerusalén. Pedro, Juan y Santiago estaban cargados de sueño; mas
despertando vieron mi gloria y la de Moisés y Elías. Y cuando Moisés y Elías se
retiraron díjome Pedro:
“Señor, Maestro, que buena cosa es estarnos aquí; si quieres, haré aquí tres
tiendas: una para Ti, una para Moisés y una para Elías.”
Pedro no sabía lo que decía, pues estaba fuera de sí por el espanto. Y estando
todavía hablando, de pronto se formó una nube luminosa que los cubría y se llenaron
de miedo. Y he aquí una voz salida de la nube que decía:
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84
Esta es la voz del Padre, del Padre del Verbo, de su Palabra. El Padre se agrada en su Hijo e invita
a escucharle, a escuchar su Palabra hecha Hombre como nosotros, menos en el pecado, pero un
Hombre que conoce al hombre porque tiene alma de hombre y carne de hombre. En el Bautismo, el
Padre presentará a su Hijo tal y como ahora lo hace, pero aquí, el Padre dirá que Este es su Elegido
y además pide como Padre y como Dios que le escuchemos y esto, precisamente, amigo lector, es lo
que estamos haciendo, escuchar, en sagrado silencio, la Palabra de Dios leída según el mismo Cristo
la viene susurrando a nuestro corazón.
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“¡¡Creo; socorre a mi fe, aunque sea poca!!”
Viendo que crecía el concurso de la gente, hablé con imperio al espíritu
inmundo:
“¡Espíritu mudo y sordo, Yo te lo mando: sal de él y no entres ya
más en él!”
Y dando gritos y sacudiéndole con extrema violencia, salió, y quedó el niño
como muerto, de suerte que los más decían:
“¡Ha muerto!”
Mas, acercándome a él lo tomé de la mano, lo levanté y él se puso de pie y lo
entregué a su padre. El muchacho quedó curado desde aquel instante. Y todos
quedaron atónitos ante la grandeza de Dios.
Ya en casa me preguntaron mis discípulos:
“¿Por qué nosotros no pudimos lanzarle?”
Les dije:
“Por vuestra poca fe. Porque en verdad os digo que si tuviereis fe
como un granito de mostaza, diréis a éste monte: “Trasládate de aquí
allá”, y se trasladará y nada os será imposible. Este linaje de demonios
con nada puede salir, si no es con oración y ayuno.”86
5.11 Subo a Jerusalén.
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Autobiografía de Jesucristo
“No, sino que embauca a la multitud.”
Nadie, empero, hablaba de mí públicamente por miedo a los judíos. Cuando ya
la fiesta estaba a la mitad subí al Templo y enseñaba. Se maravillaban los judíos
diciendo:
“¿Cómo Éste sabe de letras, sin haberlas aprendido?”
Les respondí diciendo:
“Mi doctrina no es mía, sino de Aquel que me envió. Quien quisiere
cumplir su Voluntad, conocerá si mi doctrina es de Dios o si Yo hablo
por mi propia cuenta. El que habla por su cuenta, busca su propia
gloria: mas quien busca la gloria del que le envió; éste es veraz y no
hay en él injusticia. ¿Por ventura no tenéis la Ley que os dio Moisés? Y
nadie de vosotros cumple la Ley. ¿Por qué tratáis de matarme?”
Respondió la gente:
“Endemoniado estás; ¿quién trata de matarte?”
Les dije:
“Una obra hice, y todos os maravilláis. Por eso Moisés os dio la
circuncisión, no que provenga de Moisés, sino de los patriarcas, y en
sábado circuncidáis a un hombre. Si la circuncisión recibe un hombre
en sábado, para que no venga a menos la Ley de Moisés, ¿os
encolerizáis Conmigo porque en sábado sané a todo hombre? No
juzguéis por apariencias, sino juzgad juicio recto.”
Decían, pues, algunos de los de Jerusalén:
“¿No es Éste a quien tratan de matar? Pues ya veis si habla con libertad, y
nadie le dice nada. ¿Es que por fin habrán conocido de veras los jefes que Este es el
Mesías? Pero Éste sabemos de dónde es; mas el Mesías, cuando venga, nadie sabe
de dónde es.”
Clamé, en el Templo, diciendo:
“¡Conque me conocéis a mí y sabéis de dónde soy…! Pues no he
venido de mí mismo, sino que Otro es, real y verdadero, quien me envió,
a quien vosotros no conocéis. Yo le conozco, porque de El procede mi
existencia y El me envió.”
5.12 Intentan los judíos apoderarse de mí.
Buscaban como apresarme; mas nadie me echó mano, pues todavía no había
llegado mi hora. De la multitud, muchos creyeron en mí, y decían:
“El Mesías, cuando venga, ¿acaso obrará más señales de las que Éste obró?”
Oyeron los fariseos a la gente repetir por lo bajo esas cosas sobre mí, y
despacharon los sumos sacerdotes y los fariseos alguaciles para prenderme.
Les dije, pues:
“Un poco de tiempo todavía estoy con vosotros, y me voy al que me
envió. Me buscaréis y no me hallaréis, y a dónde Yo estoy vosotros no
podéis venir.”
Al oír esto se dijeron los judíos unos a otros:
“¿Adónde se va a ir Éste, que nosotros no lo hallaremos? ¿Por ventura se va a
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Autobiografía de Jesucristo
ir a la dispersión de los gentiles para enseñar a los gentiles? ¿Qué es esto que ha
dicho: “Me buscaréis y no me hallaréis, y donde Yo estoy, vosotros no podéis venir?”
El último día, el mayor de la fiesta, me dirigí a la gente a voces, diciendo:
“¡Quien tiene sed, venga a mí y beba. Quien cree en mí, como dijo la
Escritura, manarán de sus entrañas ríos de agua viva!” 87
Esto dije del Espíritu que habían de recibir los que creyeran en mí. Porque
todavía no había Espíritu, por cuanto Yo no había sido aún glorificado.
Algunos, pues, de la turba oídas estas palabras, decían:
“Este es verdaderamente el Profeta.”
Otros decían:
“Este es el Mesías.”
Mas algunos decían:
“¿Pues acaso el Mesías viene de Galilea? ¿No dijo la Escritura que: “De la
descendencia de David, y de la aldea de Belén, donde estaba David, viene el
Mesías?”
Se originó, pues, escisión en el pueblo a causa de mí. Y alguno de entre ellos
querían prenderme, mas nadie echó mano sobre mí.
Vinieron, pues, los alguaciles a los sumos sacerdotes y fariseos, los cuales les
dijeron:
“¿Por qué no le habéis traído?”
Respondieron los alguaciles:
“Jamás hombre habló así, como Este hombre.”
Dijeron los fariseos:
“¿Qué? ¿También vosotros habéis sido embaucados? ¿Por ventura, alguno
creyó en El entre los jefes o entre los fariseos? Pero esa turba, que no conoce la Ley,
son unos malditos.”
Díceles Nicodemo, el que antes había venido a mí; que era uno de ellos:
“¿Por ventura, nuestra Ley condena al reo si primero no oye su declaración y
viene en conocimiento de lo que hizo?”
Respondieron y le dijeron:
“¿Acaso también tú eres de Galilea? Investiga, y verás que de Galilea, no surge
ningún profeta”
Y se marcharon cada uno a su casa.
87
Quien tenga sed de justicia, de amor, de esperanza, quien busque saciarse de la belleza, de la
bondad, de la paz y la felicidad en el amar y ser amado, sin medida ni tiempo, venga a Cristo y
encontrará la Fuente de todo bien más allá de lo imaginable. Beber de Cristo su palabra que
convertirá la nuestra en ríos de agua viva para bienaventuranza de quien te escucha, para
bienaventuranza tuya y mía, amigo lector..
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Autobiografía de Jesucristo
88
¿qué dices?”
Esto decían tentándome, para tener de qué acusarme. Yo, inclinándome hacia el
suelo, escribía con el dedo en la tierra. Mas como ellos persistiesen preguntándome,
me erguí y les dije:
“Quien de vosotros esté sin pecado, sea el primero en apedrearla.”
E inclinándome de nuevo hacia el suelo volví a escribir en la tierra. Ellos, como
88
Mejor es ser juzgado por Dios que por los hombres. El Hijo de Dios vuelve a ser tentado por
Satanás que se valdrá de sus hijos para poner a prueba la Justicia y la Misericordia divinas. Si Jesús
optaba por salvar la vida de esta mujer se ponía de frente a la Ley de Moisés. Si por el contrario se
inclina hacia la aplicación de la Ley ¿dónde queda su bondad y misericordia con los pecadores?
“Aquel que se considere sin pecado comience la lapidación”. Ante la divina mirada del que conoce la
conciencia de cada persona, aquellos hombres sin misericordia se ven con toda la perversidad del
alma a la vista de los demás, se avergüenzan de su desnudez moral y comienzan a alejarse los más
viejos en años y maldad, después todos.
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Autobiografía de Jesucristo
esto oyeron, se fueron retirando uno a uno, comenzando por los más viejos; y
quedamos solos la mujer de pie en medio y Yo sentado. Alcé la cabeza y le dije:
“Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te condenó?”
Ella contestó:
“Nadie, Señor.”
Y le dije:
“Tampoco Yo te condeno: anda, y desde ahora no peques más.”89
5.14 Doy testimonio de mí mismo.
89
Se marcharon todos y quedaron solas la Misericordia y la Miseria. Jesús absuelve como Dios y no
como los hombres, absuelve sin humillar porque respeta la dignidad del ser humano por muy grave
que sea su pecado.
90
Estas palabras no tienen matices. Tú y yo, amigo lector, entendemos el verdadero sentido del
texto. Cristo manifiesta que El, no es solo, que es El y el Padre que le ha enviado. Y si Yo soy Yo y el
Padre que me ha enviado, no puedo manifestar que mi Persona es la Persona del Padre, porque Yo
soy Yo y mi Padre es mi Padre, sin embargo, en clave de naturaleza o esencia divina, el Padre y Yo
somos lo mismo.
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Autobiografía de Jesucristo
podéis venir?”
Página 97
Autobiografía de Jesucristo
No entendieron que les hablaba de mi Padre. Les dije, pues:
“Cuando levantareis en alto al Hijo del hombre, entonces
conoceréis que Yo soy y que de mí mismo nada hago, sino que, según
me enseñó el Padre, eso hablo. Y el que me envió está Conmigo, y no me
dejó solo, porque Yo hago siempre lo que le agrada.”
Muchos creyeron en mí, y a éstos que creyeron en mí les dije:
“Si vosotros perseverareis en mi enseñanza, sois verdaderamente
discípulos míos, y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.” 92
5.16 Hijos del diablo.
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Autobiografía de Jesucristo
En cualquier caso, en segundos, con un “¡Dios mío, perdóname!” se gana el Corazón de un Padre
que ha esperado toda una vida frustrada.
94
¿Qué más se puede decir? Amigo lector, ¿es que no se entienden estas palabras? Cristo, un
Hombre como tú y como yo, menos en el pecado, dice lo que estás leyendo, que es antes de que
Abraham viniese a ser. ¿Qué te parece? Un Hombre que acredita sus palabras con hechos como
jamás se habían visto desde la creación del mundo, dice existir más allá del tiempo. ¿Quién es este
Hombre de carne y hueso, Hijo de una Mujer, María, Varón que salió de las purísimas entrañas de
una Virgen? ¿Qué Hombre habló, habla o hablará con autoridad divina? ¿Qué más hay que leer, ver
u oír para creer? ¿Cómo es posible que la razón humana ante esta maravillosa luz se mantenga
voluntariamente en tinieblas? Amigo lector, en el ejercicio de mi profesión, en la práctica de la técnica,
la lógica es el instrumento a utilizar como consecuencia de un sentido común que todo hombre tiene
desde sus primeros años de existencia. La Fe no es producto de un sentimiento o de una enfermiza
imaginación. La Fe es un don de Dios que se merece con la buena voluntad en la reflexión de lo que
hasta ahora hemos leído, amigo lector. Hasta aquí, hay argumentos más que suficientes para tener
profunda conciencia, inteligencia plena, de que estamos, para nuestra estupefacción, ante un relato
de hechos humanos y divinos contados por el mismo Dios, el Dios en el que existo y me muevo, el
Creador de lo que se ve y no se ve. Este Dios, como verás a continuación, amigo lector, también es
un Dios Redentor y se llama Jesucristo.
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Autobiografía de Jesucristo
95
Nació ciego y vivió ciego hasta encontrarse con Jesús. Dios puso su saliva en la tierra, hizo un
poquito de lodo, untó los ojos del ciego de nacimiento, se lavó en la piscina de Siloé y comenzó a ver
la luz por primera vez. Para Dios todo es posible.
96
Siento vergüenza ajena por el hecho de que puedan existir seres de mi raza, hombres, capaces de
razonar con tan perversa ignorancia, una ignorancia voluntariamente querida. Un corazón enfermo
por la maldad que entenebrece la razón.
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Autobiografía de Jesucristo
ahora?”
Respondieron sus padres y dijeron:
“Sabemos que éste es nuestro hijo y que nació ciego; cómo ve ahora, no lo
sabemos, o quién abrió sus ojos, nosotros no lo sabemos; preguntadle a él, edad
tiene; él dirá de sí.”
Esto dijeron sus padres, porque temían a los judíos; pues ya se habían
concertado los judíos en que, si alguno me reconociera por Mesías, fuese expulsado
de la sinagoga. Por esto dijeron sus padres: “Edad tiene; preguntadle a él”. Llamaron,
pues, por segunda vez al hombre que había estado ciego, y le dijeron:
“Da gloria a Dios. Nosotros sabemos que Este hombre es pecador.”
A esto respondió él:
“Si es pecador no lo sé; una cosa sé: que yo estaba ciego y ahora veo.”
Dijéronle, pues:
“¿Qué hizo contigo? ¿Cómo te abrió los ojos?”
Les respondió:
“Os lo dije ya, y no me escuchasteis; ¿a qué lo queréis oír de nuevo? ¿Acaso
también vosotros queréis haceros discípulos suyos?”
Le cargaron de denuestos y le dijeron:
“¡Tú discípulo Suyo eres; nosotros, de Moisés somos discípulos! Nosotros
sabemos que a Moisés le ha hablado Dios; mas Este no sabemos de dónde es.”
Respondió el hombre y les dijo:
“En esto precisamente está lo extraño: que vosotros no sabéis de dónde es, y,
no obstante, me abrió los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, sino
que, si uno honra a Dios y cumple su voluntad, a éste escucha. Nunca jamás se oyó
decir que uno abriera los ojos de un ciego de nacimiento. Si Este no viniera de Dios,
no pudiera hacer nada.”
Respondieron y le dijeron:
“Empecatado naciste tú de pies a cabeza, ¿y tú nos das lecciones a nosotros?”
Y le echaron fuera. Llegó a mis oídos que le habían echado afuera y
encontrándome con él le dije:
“¿Tú crees en el Hijo de Dios?”
“¿Y quién es, Señor, para que crea en El?”
“Le has visto, y el que habla contigo, El es.”97
“Creo, Señor.”
Postrándose, me adoró. Y dije a mis discípulos:
“Para un juicio vine Yo a este mundo: para que los que no ven,
vean; y los que ven, se vuelvan ciegos.”
5.20 Yo soy la Puerta. Yo soy el Buen Pastor.
97
Cristo como Dios, se dará a conocer, de forma directa, a su interlocutor, en dos ocasiones. a este
joven y a la samaritana. A este, le dirá Jesús: “Le has visto…”, a la samaritana le dirá: “Soy Yo, el que
habla contigo…”
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Autobiografía de Jesucristo
Les dije:
“Si fuerais ciegos, no tuvierais pecado, mas ahora decís: “Vemos”:
vuestro pecado subsiste. En verdad, en verdad os digo, el que no entra
por la puerta en el redil de las ovejas, sino que salta por la otra parte,
ese ladrón es y salteador; mas el que entra por la puerta es pastor de
las ovejas. A éste el portero le abre, y las ovejas oyen su voz, y llama a
sus ovejas cada una por su nombre, y las saca afuera. Cuando ha
sacado afuera todas las suyas, va delante de ellas, y las ovejas le
siguen, porque conocen su voz; mas al extraño no le seguirán, antes
huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños.”
No entendieron ésta alegoría y les dije de nuevo:
“En verdad, en verdad os digo que Yo soy la puerta de las ovejas.
Todos cuantos vinieron antes de mí, ladrones son y salteadores; mas no
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Autobiografía de Jesucristo
les escucharon las ovejas. Yo soy la puerta; quien entrare por mí será
salvo, y entrará y saldrá, y hallará pasto. El ladrón no viene sino para
robar, y matar, y destruir; Yo vine para que tengan vida y anden
sobrados. Yo soy el Buen Pastor. El Buen Pastor expone su vida por las
ovejas; el que es asalariado y no pastor, de quien no son propias las
ovejas, ve venir al lobo y abandona las ovejas y huye, y el lobo las
arrebata y dispersa, porque es asalariado y no le importa de las ovejas.
Yo soy el Buen Pastor, y conozco las mías, y las mías me conocen, como
me conoce mi Padre y Yo conozco a mi Padre; y doy mi vida por las
ovejas. Y otras ovejas tengo que no son de este aprisco; éstas también
tengo Yo que recoger, y oirán mi voz y vendrá a ser un solo rebaño, un
solo Pastor. Por esto me ama mi Padre, porque Yo doy mi vida, para
volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que Yo por mí mismo la doy.
Poder tengo para darla y poder tengo para tomarla otra vez. Esta
orden recibí de mi Padre.”98
Otra vez se originó escisión entre los judíos con motivo de éstas palabras. Y
decían muchos de ellos:
“Demonio tiene y disparata. ¿Para qué le escucháis?”
Otros decían:
“Esas palabras no son de endemoniado. ¿Es que un endemoniado puede abrir
los ojos a los ciegos?”
Mientras andábamos por Galilea, maravillándose todos por las cosas que hacía,
instruía a mis discípulos diciéndoles:
“Clavad vosotros en vuestros oídos estas palabras: el Hijo del
hombre ha de ser entregado en manos de los hombres, y le darán la
muerte; y después de muerto, al tercer día resucitará.”
Mas ellos no entendían estas palabras, estaban cubiertas como un velo para
ellos, de suerte que no alcanzaban su sentido; y tenían miedo de preguntarme sobre
ellas quedando entristecidos sobremanera.
98
Amigo lector, estas palabras están dichas por un Hombre que sabe que tiene que dar la vida por
sus ovejas, que nadie se la quita, que la da El por Sí mismo. Dice tener poder para darla y poder para
recobrarla. ¿Quién es este Hombre? Dice que por esto el Padre le ama. Este Padre es el Dios que
creó el mundo. No habla de un padre terreno. Este Hombre, con antelación, conoce su destino, Sabe
que va a morir en ignominiosa muerte de Cruz, como sabe que resucitará antes de que pasen tres
días. ¿Quién, pues, es este Hombre que dice ser Hijo de Dios? Amigo lector ¿será posible lo que tú y
yo estamos entendiendo? ¿Será posible, Dios mío, que Tú mismo te hayas hecho Hombre sin dejar
de ser Dios y hayas descendido a este mundo?
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Autobiografía de Jesucristo
“Sí.”
Y cuando entró en la casa, me adelanté a él diciendo:
“¿Qué te parece Simón? Los reyes de la tierra, ¿de quién cobran
impuestos o tributos? ¿De sus propios hijos o de los extraños?”
“De los extraños.”
“Luego exentos están los hijos. Mas para que no los
escandalicemos, vete al mar y echa el anzuelo, y al primer pez que
saques, tómalo, y abriéndole la boca, hallarás un estater; tómalo y
entrégalo a ellos por mí y por ti.”99
5.23 El mayor en el Reino de los cielos.
99
¿Qué te parece? ¿Qué mente humana puede conocer que en un pez hay una moneda antes de
pescarlo? Si a mi me dicen que vaya al mar, eche un anzuelo y al primer pez que saque le abra la
boca y allí encontraré una moneda, no le hubiera hecho caso. La Persona que me hiciera semejante
petición ha de tener crédito divino, no puedo imaginarme en un hombre tal conocimiento.
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Autobiografía de Jesucristo
En aquella sazón, estando en casa, se llegan a mí los discípulos y me preguntan:
“¿Quién, pues, es mayor en el Reino de los cielos?”
Y es que entró en ellos un pensamiento sobre quien de ellos sería el mayor.
Conociendo el pensamiento de su corazón les pregunté:
“¿Sobre qué altercabais en el camino?”
Ellos callaban. Es que en el camino habían altercado unos con otros sobre quién
era el mayor. Mas Yo les dije:
“Si alguno quiere ser el primero, ha de ser el último de todos y
criado de todos. Porque el que es más pequeño entre vosotros, éste es
grande.”
Llamé a mí a un niño, lo tomé de la mano y lo coloqué en medio de ellos y
después de abrazarle, les dije:
“En verdad, en verdad os digo, si no os tornareis e hiciereis como
los niños, no entrareis en le Reino de los cielos. Así, pues, el que se
hiciere pequeño como éste niño, éste es mayor en el Reino de los cielos.
Y quien recibiere a uno de tales niños en mi Nombre, a mí me recibe. Y
quien me recibe a mí, no me recibe a mí, sino al que me envió.” 100
5.24 Quien no está contra nosotros con nosotros está. El escándalo.
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Autobiografía de Jesucristo
sal será salada. Buena es la sal; mas si la sal se desalare, ¿con qué la
sazonaréis? Tened en vosotros sal, y estad en paz unos con otros.
Guardaos, no menospreciéis a uno de esos pequeñuelos, porque os digo
que sus ángeles101 en los cielos sin cesar contemplan el rostro de mi
Padre, que está en los cielos. Porque el Hijo del hombre vino a salvar lo
que había perecido.”
5.25 La oveja descarriada. La corrección fraterna. La oración eficaz.
101
Este es el Ángel de la Guarda que Dios pone junto a cada hombre o mujer que viene a ser en este
mundo. Los ángeles son incontables. A cada hombre se le destina un ángel que ejercerá su oficio
solamente con el hijo de Dios designado. Es un buen amigo, el mejor amigo, que me conoce bien,
que me alumbra, me rige, me guarda y gobierna si yo lo quiero. Hay tantos ángeles, con este destino,
como hombres y mujeres vengan a ser en la historia de la humanidad, y estos solo serán una
pequeñita parte del número incontable de los que ven el rostro divino de nuestro divino Padre. Son
espíritus puros y como tales ahora no los podemos ver con estos ojos, pero están, existen y nos
esperan. Vimos anteriormente que en un solo hombre podían habitar más de mil espíritus impuros,
más de mil demonios que son seres individuales distintos entre sí, con voluntad y entendimiento
propios, que con Lucifer escogieron, libremente, renegar del Dios que los creó ángeles buenos desde
el principio. No aceptaron a Cristo desde su superior conocimiento de los designios del Padre. El que
fue el más bello de los ángeles, “Lucifer” se reveló contra su Creador y arrastró consigo a un tercio de
los ángeles que están para siempre en el Averno. Mientras dure esta vida buscarán la perdición de lo
más querido por Dios, el hombre. Si hay más ángeles buenos que malos, si en un hombre caben más
de mil ángeles malos ¿cuántos serán éstos y aquellos?
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Autobiografía de Jesucristo
102
El cristiano no guarda rencor a nadie, pase lo que pase. De no ser así no es cristiano. No existe un
límite en el perdón. Un ser humano, mientras viva en este mundo, tiene derecho al perdón, si lo pide,
por perversas que hayan sido sus obras. Téngase por seguro que un hombre es hijo de Dios de
siempre y para siempre y su Padre demandará perdón para su hijo, si pide clemencia. Si el hombre
no perdona al hombre que suplica perdón, el Padre de ambos saldrá al encuentro de los dos. Al que
no perdonó no le perdonará y al que pidió perdón y no fue perdonado lo recibirá en sus eternas
entrañas a poco que sienta y pronuncie un: “Padre mío perdóname”.
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Autobiografía de Jesucristo
Y tras esto designé también a otros setenta y dos y los envié de dos en dos
delante de mí a toda ciudad y lugar adónde Yo había de ir. Y les decía:
“La mies es mucha, y los obreros, pocos; rogad, pues al Señor de la
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Autobiografía de Jesucristo
mies que mande obreros a su mies.103 Id; mirad, que os envío como
corderos en medio de lobos. No llevéis bolsa, ni alforja, ni zapatos, y a
nadie saludéis por el camino. Y en la casa que entrareis, primero decid:
“Paz en esta casa”. Y si allí hubiere un hijo de paz, reposará sobre él
vuestra paz; si no, retornará sobre vosotros. Y en esa misma casa
quedaos, comiendo y bebiendo de lo que allí hubiere, porque digno es el
obrero de su salario. No os paséis de una casa a otra. Y en cualquiera
ciudad que entrareis y os recibieren, comed lo que os presenten, curad a
los enfermos que hubieren en ella, y decidles: “Está ya cerca de vosotros
el Reino de Dios”. Y en la ciudad en que entrareis y no os recibieren,
saliendo a sus plazas decid: “Hasta el polvo que se nos ha pegado de
vuestra ciudad a nuestros pies lo sacudimos sobre vosotros; sabed,
empero que está cerca el Reino de Dios”. Os aseguro que en aquel día se
usará menor rigor con Sodoma que con aquella ciudad.”
5.30 Maldición sobre Corazaín y sobre Betsaida. “Quien a vosotros oye a
mí me oye”
Por aquel entonces comencé a reprochar a las ciudades en que se habían obrado
la mayor parte de mis prodigios, porque no habían hecho penitencia:
“¡Ay de ti, Corazaín! ¡Ay de ti, Betsaida! Que si en Tiro y en Sidón
hubieran sido hechos los prodigios obrados en vosotras, tiempo habría
que en cilicio y ceniza, sentados en el suelo, hicieran penitencia. Pues
bien, os digo que con Tiro y Sidón se usará menos rigor en el día del
juicio que con vosotras. Y tú, Cafarnaúm, ¿por ventura serás exaltada
hasta el cielo? ¡Hasta el infierno serás hundida! Que si en Sodoma se
hubieran hecho los prodigios obrados en ti, subsistiría aún hasta el día
de hoy. Pues bien, os digo que con la tierra de Sodoma se usará menos
rigor el día del juicio que contigo. El que a vosotros oye, a mí me oye; y
el que a vosotros desecha, a mí me desecha; mas el que a mí me
desecha, desecha al que me envió.”104
5.31 Vuelta de los discípulos y júbilo en mi Corazón.
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Autobiografía de Jesucristo
105
La Verdad se muestra meridiana a la luz de una razón sencilla. Esta misma Verdad se oculta al
sabio que como tal se reconoce por los méritos de sí mismo.
106
Conocer al Padre viene dado por Cristo. Sin Cristo nunca podré conocer cabalmente al Padre, ni
en este ni en el otro mundo. Cristo inspira al corazón de quien El se escoge un "Padre mío" que al
pronunciarlo en la intimidad del alma supone gustar ya en este mundo la bienaventuranza de nuestro
destino último, un destino de divinidad que nos hará semejantes al Dios que nos creó para El,
contemplándole cara a cara como se contempla el rostro del Padre a quien se adora en amor.
107
Volvamos a leer este pasaje, amigo lector. El Amor y la Paz al alcance de la mano, al alcance del
corazón sencillo y bueno que trata de buscar a Cristo, de encontrar a Cristo, de amar a Cristo. Y aquí
lo tenemos fácil, pues, Él mismo te está demandando el alma con esta lectura que lleva en cada frase
su Espíritu, su Verdad y su Vida. Este es el Camino por el que tú y yo, amigo lector, caminamos hacia
el Padre, descanso de tu alma y de la mía, último, único y feliz destino de nuestra existencia haya
sido como haya sido.
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Autobiografía de Jesucristo
Mientras íbamos de camino entré en cierta aldea, y una mujer, por nombre
Marta, me dio hospedaje en su casa. Esta tenía una hermana llamada María, la cual,
sentada a mis pies, escuchaba todas mis palabras. Pero Marta andaba muy afanada
con los muchos quehaceres del servicio. Y llegándoseme dijo:
“Señor, ¿nada te importa que mi hermana me haya dejado sola con todo el
servicio? Dile, pues, que venga a ayudarme.”
Mas Yo le respondí:
“Marta, Marta, te inquietas y te azoras atendiendo a tantas cosas,
cuando una sola es necesaria; con razón María escogió para sí la mejor
108
Para amar de este modo hay que conocer muy bien a la Persona amada, porque el amor es
directamente proporcional al conocimiento que se tiene del Objeto de tu amor. Amar a Dios con todo
el corazón, con toda el alma, con toda la fuerza, con toda la mente supone un conocimiento de su
Persona tan grande como la medida del inmenso amor que se ha definido. ¿Quién conoce a Dios
para amarlo de esta forma? En el Evangelio de San Mateo (11, 25-30), oiremos a Cristo que nos dice:
“Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, ni nadie conoce al
Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quiera revelarlo”. A Dios Padre solo lo conoce Dios Hijo y
también aquél a quien el Hijo lo revele. Amaremos tanto más cuanto mayor sea nuestra disposición
para captar lo que el Hijo revela de su Padre. ¿Cómo puedo saber si amo a Dios? Es fácil, amigo
lector, tú y yo no podemos asegurar que amamos a Dios, que no vemos, si no amamos, tanto como a
nosotros mismos, al prójimo que si vemos. El amor al hermano es, sin duda, la medida de mi amor a
Dios.
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Autobiografía de Jesucristo
Aconteció que estando en cierto lugar orando, cuando hube acabado, me dijo
uno de mis discípulos:
“Señor, enséñanos a orar, lo mismo que Juan enseñó a sus discípulos.”
Les dije:
“Cuando os pongáis a orar decid: Padre, santificado sea tu
Nombre; venga tu Reino; el pan de nuestra subsistencia dánoslo cada
día; y perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros
perdonamos a todo el que nos debe; y no nos metas en tentación.”
Les dije también:
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Y aconteció que, diciendo Yo estas cosas, alzando la voz una mujer de entre la
turba, me dijo:
112
“¡Bienaventurado el seno que te llevó y los pechos que mamaste!”
Y Yo le dije:
“Bienaventurados más bien los que escuchan la palabra de Dios y
la guardan.”
5.38 La señal de Jonás profeta. La lámpara del cuerpo.
111
Las palabras de Cristo tienen plenitud de sentido, así, pues, el ser humano y sobre todo el que se
dice cristiano está involucrado en esta encrucijada, o se está con Cristo, o se está contra El. Gastar
con indiferencia la vida en este mundo y de manera consciente declararse agnóstico, querer pasar
inadvertido ante Dios y los hombres, con espíritu tibio, ni frío ni caliente, es predisponerse a ser
vomitado de las entrañas de Dios. Nos juzgarán, sobre todo, por los pecados de omisión y este es el
gran pecado del mundo, porque una pasota humanidad no le interesa la asignatura del Amor y es de
esto, precisamente, de lo que le van a examinar al final de sus aburguesados días.
112
Jesús de mi alma, bienaventurada sea tu Madre en todo caso, a pesar de mi mezquindad, de mi
miseria.
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lazos para coger algo de mis labios.
113
Jesucristo alerta de un “Este” al que hay que temer. "Este" es un Sujeto que vive en el Infierno y
que tiene poder para perder a un hombre para siempre. Amigo lector, el Infierno no es una
imaginación de la mente humana. El Infierno es una realidad tenebrosa que alberga eternamente a
“Este”, que no es otro que Satanás, y a sus hijos. Si el hombre se pone, voluntariamente, al alcance
de Lucifer corre un riesgo estremecedor de perder su alma. El Infierno, para un ser racional creado,
es sobre todo un estado de infinita y eterna desesperanza experimentada en un lugar que no ocupa
espacio, en un lugar sin distancia porque el Infierno está dentro del mismo condenado. Es un misterio
de la libertad del hombre que es capaz de, voluntariamente, con plenitud de conciencia, rebelarse
contra el mismo Dios que le ha creado, es la “cuerda locura” que odia y quiere odiar para siempre a
todo aquello que se asemeje a Dios. No puede haber Misericordia divina para aquel que no sólo la
rechaza para sí mismo y para los demás, sino que con perversa radicalidad la odia con toda su alma.
114
El hombre nunca será dañado por el Demonio si el hombre lo respeta guardando la mayor
distancia posible de su radio de acción. Este instinto de conservación nace con el hombre y es como
la voz de su conciencia que le alertará en el transcurso de su vida terrena tantas veces como Satanás
lo intente. El abandono supremo en las manos de nuestro Padre Dios nos hace impenetrables a las
acciones del Demonio. Cada hombre, por sí mismo, ha costado toda la sangre de Cristo y esto es de
incalculable valor para el Padre que tiene contados hasta nuestros cabellos. ¿Qué puede hacer
Satanás y su Averno contra un hijo de Dios?
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Les decía:
“¿A qué es semejante el Reino de Dios? ¿Y a qué lo compararé? Es
semejante a un granito de mostaza, que tomándolo un hombre lo echó
en su huerta, y creció y se hizo árbol grande, y las aves del cielo se
cobijaron en sus ramas.
¿Con qué compararé el Reino de Dios? Es semejante a la levadura
que una mujer tomó y metió en tres medidas de harina, conque toda la
masa fermentó.”
Y caminando hacia Jerusalén pasamos por todas las ciudades y aldeas
enseñando. Me dijo uno:
“Señor, ¿son pocos los que se salvan?”
Le contesté:
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Y aconteció que habiendo sido invitado a comer en día de sábado por uno de los
jefes de los fariseos, siendo observado por ellos, se presentó un hombre hidrópico que
se puso delante de mí. Tomando la palabra, les dije a los legistas y fariseos:
“¿Es permitido en sábado curar o no?”
Ellos se callaron. Entonces tomé de la mano al hombre y le sané. Y les dije a
ellos:
“¿A quién de vosotros se le cae en un pozo el asno o el buey y no lo
saca inmediatamente en el día de sábado?”
No sabían qué replicar a esto. Habiendo reparado cómo los convidados se
escogían los primeros asientos, les propuse una parábola diciéndoles:
“Cuando fueres por alguno invitado a bodas, no te recuestes en el
primer asiento, no sea caso que haya sido invitado por él uno de más
consideración que tú, y venga el que a ti y a él convidó y te diga: “Cede
el lugar a éste”, y comiences entonces con gran confusión a ir bajando
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116
El amor al Dios que se dejó crucificar por mí, es mi sagrado amor, el más bello y noble concepto
que tengo de la ternura, el cariño y el amor en su más profundo sentido, sin que por ello no ame a los
míos con el mismo corazón.
117
El cielo y la tierra están comunicados y lo que ocurre en este mundo no pasa desapercibido en el
otro mundo. Hay que entender, amigo lector, que un solo hombre es capaz de mantener en vilo a toda
la Creación. Si se me permite, creo entender que la acción de un solo hombre es capaz de elevar al
mundo o de rebajarlo. El Cielo que no veo, todo un universo de belleza, amor, paz y gozo está
pendiente de la libertad de acción de un solo hombre en la tierra, y esto lo creo porque he asumido
que un hombre, sea cual sea su condición, raza o estado es hijo de Dios y a Dios le vale un solo
hombre tanto como le vale el Sacrificio, la muerte de su Hijo Jesucristo, le vale toda la Creación.
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hallado.”118
5.54 El mayordomo infiel.
Oían todas éstas cosas los fariseos, que eran amigos del dinero, y hacían mofa de
mí. Y les dije:
“Vosotros sois los que blasonáis de justos delante de los hombres;
mas Dios conoce vuestros corazones; porque lo encumbrado a juicio de
118
Este Padre y estos hijos están de permanente actualidad en un mundo como el que vivimos.
Dichoso el hombre que queriendo dejar de ser pecador se somete al juicio de Dios y no al juicio de
los hombres, sus hermanos. Dios es Padre de buenos y malos, pero ¿quién es bueno y quién es
malo? Es bueno quien ejerce la misericordia, la compasión y el perdón y es malo quien no las ejerce.
Es mejor recuperar a un hombre aunque haya sido malo que perderlo para siempre. El espíritu
farisaico, la falta de clemencia denigra el corazón humano que está hecho para amar. No se puede
dejar de amar a tu semejante, haya hecho lo que haya hecho, porque el mejor de los hombres es
capaz de la mayor vileza. Hay que querer para los demás lo que quieres para ti.
119
Si el hombre elige como último fin de su existencia al Dinero elige a un Señor que le esclavizará
tantos años como dure su vida. El Dinero es la antítesis de Dios y si el hombre elige al Dinero
desprecia voluntariamente a Dios. En pocos años, el Dinero habrá envilecido su corazón y se pudrirá
sin él donde se pudren los muertos.
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Autobiografía de Jesucristo
120
El hombre rico miraba al pobre Lázaro, que estaba sentado a su puerta, como el que mira un
objeto, no sintió ninguna compasión porque lo miraba como una cosa sin interés. El hombre, Lázaro,
no le decía nada al hombre Epulón. Esto es de permanente actualidad, pero el resultado de esta
actitud, de los malos ricos con los buenos pobres, está a la vista. En breve tiempo, estos dos
hombres están en otro lugar. Léase de nuevo la parábola. Cristo expone con claridad el destino final
de ambos hombres. Dios ha puesto nombre a dos almas que representan infinidad de ellas en el
mismo estado que se nos describe en la parábola. Dios no se inventa este drama, permanentemente
vivo al otro lado de esta vida, vida efímera para el rico y para el pobre.
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Autobiografía de Jesucristo
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Autobiografía de Jesucristo
122
Esta frase no puede entenderse, como no la entenderían sus discípulos, si no se conoce el final
del drama al que a continuación asistimos. A los ruegos de Marta y María, Cristo no se podía negar y
hubiera curado a su amigo antes de que la muerte lo apartase de los vivos en este mundo. Se alegra
porque sabe lo que va a ocurrir y en su escala de valoración divina nos hace comprender que este es
su mayor milagro (aparte de su propia resurrección), el único milagro del que dice, El mismo, que se
ejecuta para gloria Suya. Este es, prácticamente, el broche del Taumaturgo divino con el que
pretende consolidar la fe de sus discípulos, porque ahora va a pronunciar palabras inauditas,
palabras jamás oídas a ningún otro hombre posible, palabras que acredita con un portentoso milagro.
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Autobiografía de Jesucristo
¿Crees esto?”123
“Sí, Señor; yo creo que Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, que viene al mundo.”
Habiendo dicho esto, se fue y llamó secretamente a María, su hermana, diciendo:
“El Maestro está aquí y te llama.”
Ella, como lo oyó, se levantó al instante y vino hacia mí. Todavía no había Yo
llegado a la aldea, sino que estaba aún en el sitio donde Marta me había encontrado.
Los judíos, pues, que se hallaban con ella en la casa y la consolaban, viendo que
María se levantó de presto y salió, siguieron tras ella, pensando que iba al sepulcro
para llorar allí. María, pues, como vino a donde Yo estaba, en viéndome se me echó a
los pies, diciéndome:
“Señor, si estuvieras aquí, no se hubiera muerto el hermano.”
Así que la vi llorar, como también lloraban los judíos que con ella habían venido,
me estremecí en mi Espíritu y conturbado dije:
“¿Dónde le habéis puesto?”
Me dijeron:
“Señor, ven y lo verás.”
Lloré…y decían los judíos:
“Mira como le quería. ¿No podía Este, que abrió los ojos del ciego, hacer que
también éste no muriese?”
Me estremecí otra vez en mi interior y me dirigí al sepulcro. Era éste una cueva,
sobre la cual había una losa puesta. Dije:
“Quitad la piedra.”
Díjome Marta:
“Señor, ya huele mal, que es muerto de cuatro días.”
La miré diciéndole:
“¿No te dije que, si creyeres, verás la gloria de Dios?”
Quitaron, pues, la piedra. Alcé los ojos al cielo diciendo:
“Padre…, gracias te doy porque me oíste. Yo ya sabía que siempre
me oyes; mas lo dije por la muchedumbre que me rodea, a fin de que
crean que Tú me enviaste.”
Y dicho esto con voz poderosa clamé:
“¡¡Lázaro ven afuera!!”
123
Amigo lector, ¿qué hombre puede atribuirse veracidad en éstas palabras y en virtud de qué? Con
el bagaje que Cristo trae de los prodigios que hemos contemplado hasta ahora, estas palabras son
para creer en virtud de la autoridad de quien las pronuncia, pero para terminar de creerlas hay que
esperar unos minutos, los que siguen. Mis oídos han llevado a mi inteligencia unas palabras de
sobrehumano poder, mi ojos están fijos en la figura del Hombre que las pronuncia y un poquito más
adelante, a este Hombre le veo llorar la muerte de su amigo, pero la atención que presto a este Jesús
Hombre me lleva a un estado de máxima tensión cuando le oigo ordenar que retiren la piedra del
sepulcro. ¿Qué se propone hacer? Me sitúo entre la muchedumbre atónita que no pierde detalle en
un riguroso silencio. Se oyen las palabras de un Hijo, que veo, dirigiéndose a un Padre, que no veo.
De pronto se oye un grito que nos estremece el alma: ¡¡Lázaro sal afuera!! Nuestros ojos se dirigen
con estupor hacia la fosa donde sabemos que yace un cadáver en estado putrefacto y contemplan a
un hombre, que habíamos visto difunto, que echa a andar cuando le quitan los vendajes. (He leído y
he entendido, estoy ante el Hombre a quien reconozco como el “Señor mío y Dios mío”. A partir de
ahora procedo a leer el Evangelio, esta Autobiografía, con supremo abandono de las potencias de
quien me definen como quien soy como soy en las benditas manos de mi Dios, de un Dios al que
veré Crucificado y Resucitado. Un Dios al que puedo decirle: “Amado mío”.)
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Autobiografía de Jesucristo
Y salió el difunto atado de pies y manos con vendas, y su rostro estaba envuelto
en un sudario. Les dije:
“Desatadle y dejadle andar.”
Muchos, pues, de los judíos que habían venido a casa de María, viendo lo que
hice, creyeron en mí. Mas algunos de entre ellos se fueron a los fariseos y les contaron
lo que Yo había hecho.
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Autobiografía de Jesucristo
Aconteció que, al dirigirme a Jerusalén, pasaba por entre los confines de Samaria
y Galilea. Y al entrar en cierta aldea, me salieron al encuentro diez hombres leprosos,
los cuales, manteniéndose a distancia, levantaron la voz diciendo:
“¡Jesús, Maestro, compadécete de nosotros!”
125
Amigo lector, estoy cierto de que si en el ejercicio de la vida, alguien se ha beneficiado, para bien
de su alma, de mis palabras o de mis actos, ha sido como consecuencia del obrar de Aquel que todo
lo ha puesto para que esto fuese así. Por mí mismo no he generado bondad en los hechos que me
han acompañado, todo me ha sido dado. Sin embargo de mis miserias respondo por mí mismo
porque estas si las he generado desde la mezquindad de mi pobre corazón. Entender esta reflexión
cuando me queda por vivir mucho menos que he vivido deja un poso de paz en el alma que con plena
libertad se abandona, con suprema confianza, en las benditas manos de su Señor.
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Les propuse también esta parábola para algunos que presumían de sí como
hombres justos y menospreciaban a los demás:
“Dos hombres subieron al Templo: el uno fariseo y el otro publicano.
El fariseo, de pie, oraba para sí de esta manera: “¡Oh, Dios!, gracias te
doy porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos,
adúlteros o también como ese publicano; ayuno dos veces por semana,
pago el diezmo de todo cuanto poseo”. Mas el publicano, manteniéndose
a distancia, no osaba siquiera alzar los ojos al cielo, sino que golpeaba
su pecho diciendo: “¡Oh, Dios, ten piedad de este pecador!”. 129 Os digo
que éste bajó a su casa justificado más bien que aquel; porque todo el
que se exalta será humillado, y el que se humilla será exaltado.”
5.63 El matrimonio es indisoluble.
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Dícenme:
“¿Por qué, pues, Moisés prescribió dar líbelo de divorcio y repudiar?”
Contesté:
“Porque Moisés, en razón de vuestra dureza de corazón, os consintió
repudiar vuestras mujeres; mas desde un principio no ha sido así. Y os
digo que quien repudiare a su mujer, no interviniendo fornicación, y se
casare con otra, adultera, y quien se casare con la repudiada,
adultera.”
Y llegando a casa de nuevo, mis discípulos me interrogaron acerca de esto. Y les
dije:
“Quien repudiare a su mujer y se casare con otra, comete adulterio
contra la primera; y si la mujer repudiare a su marido y se casare con
otro, comete adulterio.”
Y mis discípulos me dijeron:
“Si tal es la situación del hombre respecto a la mujer, no vale la pena casarse.”
Mas yo les dije:
“No todos son capaces de comprender esta palabra, sino aquellos a
quienes ha sido dado. Porque hay eunucos que así nacieron desde el
seno de su madre, y hay eunucos que lo son por obra de los hombres, y
hay eunucos que así mismo se hicieron tales por razón del Reino de los
cielos. Quien sea capaz de comprender, comprenda.”
5.64 Bendigo a los niños.
Me presentaban también a mis queridos niños, para que pusiese las manos sobre
ellos y recitase una oración. Mas mis discípulos al verlo, reñían a los niños y a los que
los traían. Advirtiendo esto, me enojé y llamando a mí a los pequeñuelos, les dije a
mis discípulos:
“Dejad en paz a los niños y no les impidáis que vengan a mí, porque de
los tales es el Reino de Dios. En verdad, os digo, quien no reciba el
Reino de Dios como niño, no entrará en él.”131
Y después de abrazarlos y bendecirlos, habiendo puesto mis manos sobre ellos,
partí de allí.
vejación irreversible, que dura tanto como dura la vida de un adúltero. También hay que hacer
referencia a otro tipo de desorden por el cual la persona se adultera a sí misma. La vasectomía en el
hombre y la ligadura de trompas en la mujer suponen dos actos intrínsecamente malos que afectan
no sólo a las personas que, voluntariamente, lo han querido sino también a los facultativos que han
intervenido para secar las fuentes de la vida. A la hora de la verdad, te presentas en la otra vida con
un cuerpo tullido, se pone en juego la eternidad porque se sabe que respondemos de nuestros actos
y este es un acto desordenado, irreversible y de imprevisibles consecuencias.
131
¿Está claro, amigo lector? Tener el corazón de niño y ciencia y conciencia de adulto es lo que pide
el Señor.
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Autobiografía de Jesucristo
Cuando salía para proseguir mi camino, he aquí que cierta persona principal
corriendo hacia mí y arrodillándose, me preguntaba:
“Maestro Bueno, ¿qué he de hacer de bueno para obtener la vida eterna?”
Le dije:
“¿A qué preguntas sobre lo que es bueno? ¿A qué me llamas bueno?
Nadie es bueno sino sólo Dios. Mas si quieres entrar en la Vida, guarda
los mandamientos.”
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Díceme:
“Cuales.”
Contesté:
“Conoces los mandamientos: “No matarás, no adulterarás, no
robarás, no dirás falso testimonio, no defraudarás, honra al padre y a
la madre, y amarás a tu prójimo como a ti mismo.”
Y respondiendo, díjome el joven:
“Maestro, todas estas cosas las guardé desde mi juventud. ¿Qué más necesito?”
132
Fijando en él la mirada, le amé, y le dije:
132
El Corazón de Cristo se enamoró de este joven. Dios le hace una declaración pública de amor a
un hombre. Le pide a este muchacho que le siga de manera tan directa como no lo hemos visto en el
resto del Evangelio. La perfección en el hombre, la santidad suprema consiste fundamentalmente en
el abandono de todo amor terreno, de todo amor a las cosas para guardar el corazón solo para Dios
que pide que se le siga cargando con la cruz, con la cruz de cada día. Entiendo que he de seguirlo
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Autobiografía de Jesucristo
“Una cosa te falta: si quieres ser perfecto, ve, vende todo cuanto posees
y dalo a los pobres, y poseerás un tesoro en el cielo; y vuelto acá,
sígueme, cargando con la cruz.”
Como el joven oyera éstas mis palabras, se puso muy triste y frunciendo el ceño
se marchó malhumorado, porque era enormemente rico y poseía muchos bienes.
Viéndole marchar, echando en torno una mirada dije a mis discípulos:
“En verdad os digo, ¡cuán difícilmente los que poseen riquezas entran
en el Reino de Dios!”
Ellos se asombraban al oír mis palabras. Pero de nuevo tomando la palabra les
dije:
“Hijos, de nuevo os digo: ¡cuán difícil es que los que tienen puesta su
confianza en las riquezas entren en el Reino de Dios!”
Ellos más y más se pasmaban, diciéndose entre sí:
“¿Quién, pues, podrá ser salvo?”
Fijando en ellos la mirada les dije:
“Para los hombres, imposible, mas no para Dios; que para Dios todo
es posible.”133
Entonces tomando Pedro la palabra, me dijo:
“Mira, nosotros lo dejamos todo y te seguimos; ¿qué habrá, pues, para
nosotros?”
Le contesté:
“En verdad os digo que vosotros, que me seguisteis, al tiempo de la
regeneración, cuando se sentare el Hijo del hombre en el trono de su
gloria, os sentaréis también vosotros sobre doce tronos para juzgar las
doce tribus de Israel. Y todo aquel que dejó casas, o hermanos o
hermanas, o padre o madre, o hijos o campos, por causa de mí, de mi
Nombre, por el Reino de Dios y por el Evangelio, recibirá el
ciendoblado ahora en este tiempo, en casas, hermanos, hermanas,
madres, hijos y campos, junto con persecuciones y en el siglo venidero
poseerá en herencia la vida eterna. Y muchos primeros serán postreros,
y muchos postreros serán primeros.”
Y les dije:
“Porque es semejante el Reino de los cielos a un hombre amo de
casa, que salió al amanecer a contratar obreros para su viña. Y
con la cruz mía y la Cruz de Dios que son una sola Cruz.
133
Para Dios todo es posible y esto es una luz de esperanza para el que no la tiene. A donde el
hombre no puede llegar llega Dios. Dios puede llegar hasta el corazón más despreciable según el
juicio de los hombres. Bendito sea el Dios de la Misericordia que no da a nadie por perdido porque
todo es posible para El.
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Autobiografía de Jesucristo
Fue entonces cuando se llegó a mí la madre de los hijos de Zebedeo junto con sus
134
Estaba escrito, estaba profetizado por hombres que más allá de su tiempo contemplaron la Pasión
de Cristo, la Pasión de un Hombre que a su vez era el mismo Dios que inspiraba a los profetas. Cristo
ya ve de cerca la consumación de su tarea en este mundo, conoce con detalle el padecer que le
espera y con esta preconciencia de su patética muerte pone en conocimiento de sus Doce la velada
amargura que le embarga el alma. Amigo lector, ¡qué misterio! El Hombre a quien reconozco Dios ya
empieza a pedir ayuda y no la encontrará porque no lo entienden. A tiempo pasado, nosotros, ya lo
entendemos y esto nos sobresalta el alma que con instinto reflejo huye del inmenso dolor que supone
acompañar a un Dios sufriente.
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Autobiografía de Jesucristo
dos hijos, Santiago y Juan, y postrándose y en ademán de pedirme algo, hablaron
Santiago y Juan, diciendo:
“Maestro, queremos que hagas con nosotros lo que te pidiéremos.”
Les dije:
“¿Qué queréis que haga Yo con vosotros?”
Me contestaron:
“Otórganos que, uno a tu diestra y otro a tu izquierda, nos sentemos en tu
gloria.”
Lo mismo decía la madre:
“Di que se sienten éstos dos hijos míos uno a tu derecha y otro a tu izquierda en
tu Reino.”
Mas Yo les dije:
“No sabéis que cosa pedís. ¿Podéis beber el cáliz que Yo bebo o ser
bautizados con el bautismo que Yo soy bautizado?”
Me dijeron:
“Podemos.”
Les dije:
“El cáliz que Yo bebo, beberéis, y con el bautismo que Yo soy
bautizado seréis bautizados; mas el sentarse a mi diestra o a mi
izquierda no es incumbencia mía otorgarlo, sino que es para quienes
está reservado por mi Padre.”
Al oír esto los otros Diez, se enojaron con los dos hermanos, Santiago y Juan.
Intervine y llamándolos a mí les dije:
“Sabéis que los que figuran como jefes de las naciones las tratan
despóticamente y los grandes abusan con ellas de su autoridad. No ha
de ser así entre vosotros; antes el que quisiere hacerse grande entre
vosotros, será vuestro servidor; y el que quisiere entre vosotros ser el
primero, será esclavo de todos, puesto que el Hijo del hombre no vino a
ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos.” 135
135
Dios baja del cielo para servir al hombre. ¿Quién da más? Cristo no ha bajado del cielo para servir
solo a los hombres de su tiempo en este mundo como Hombre que pasó haciendo el bien. Cristo ha
de servir a todo hombre que viene a este mundo y esto es así porque el Dios que se hace Hombre
permanece hasta la consumación de los siglos como el Servidor de todo ser humano. Cristo sirve al
hombre como Dios, por tanto dará como Dios si el hombre como tal le reconoce. ¿Mi Creador a mi
servicio?...Así es, y si tuviera Fe, lo que se me ocurre pedirle a mi Servidor es servirle yo en supremo
abandono de quien soy como soy. Que haga posible amarlo con infinita pasión. Para esto le demando
a mi Servidor su servicio. Que ponga lo que le falta a quien divinamente sirve para consumar, por su
Misericordia, un amor de adoración, una adoración en amor a su Persona, una Persona que da su
vida por mí.
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había perecido.”
5.70 La parábola de las minas.
136
Amigo lector, con estas palabras se hace una poderosa oración: “Señor, Jesús, Hijo de María, ten
compasión de mí.” Este grito llega al Corazón de Cristo, se para, se vuelve y mirándome fijamente
verá a un hombre ciego que le oye pero no le ve. Y mis oídos oyen: “¿Qué quieres que haga yo
contigo?”…..”Maestro mío, Señor, ¡que vea!”. Siento su mano sobre mis ojos y oigo: “Recobra la
vista, tu Fe te ha salvado”. Se me ha dado ver y veo, para gloria mía, el bellísimo rostro del más bello
de los hombres, del Hijo de María y esta es mi oración y con ella iré tras de Cristo, le seguiré de
cerca, sin perderle de vista.
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Muchos de los que marchaban delante le increpaban para que callasen; mas ellos
gritaban mucho más diciendo:
“¡Señor, ten piedad de nosotros, Hijo de David!”
Me detuve y dije:
“Llamadlos.”
Y llaman a los ciegos diciéndoles:
“Buen ánimo, levantaos, os llama.”
Bartimeo, tirando de sí la capa, levantándose de un salto se vino a mí. Y cuando
se hubieron acercado, les pregunté:
“¿Qué queréis haga Yo con vosotros?”
Me dicen:
“Rabbuni, Señor, que se abran nuestros ojos y recobremos la vista.”
Me compadecí, y tocando sus ojos, les dije:
“Recobrad la vista; id, vuestra fe os ha salvado.”
Y al instante recobraron la vista, y me seguían glorificando a Dios. Y todo el
pueblo, al verlo, dio alabanza a Dios.
Llegamos a Betania seis días antes de la Pascua, y allí se hallaba Lázaro a quien
Yo había resucitado de entre los muertos. Dispusieron, pues, en mi obsequio, una
cena allí, en casa de Simón el leproso; y Marta servía, y Lázaro era uno de los que
estaban a la mesa Conmigo. María tomó una libra de perfume de nardo legítimo, de
subido precio; y con su frasco de alabastro, vino y me ungió los pies y los enjugó con
137
sus propios cabellos ; quebrando el alabastro, derramó el perfume sobre mi cabeza
y la casa se llenó de la fragancia del perfume. Dice, pues, Judas Iscariote, uno de mis
discípulos, el que me iba a entregar:
“¿Por qué no se vendió este perfume en trescientos denarios y se dio a los
pobres?”
Dijo esto no porque le importase de los pobres sino porque era ladrón, y como
guardaba la bolsa, hurtaba lo que en ella se echaba. Había allí también algunos de
mis discípulos que, llevándolo pesadamente, decían entre sí:
“¿A qué viene este despilfarro de perfume?”
Y trinaban contra ella. Mas dije Yo:
“Dejadla en paz. ¿Por qué la molestáis? Buena obra es la que ha
hecho Conmigo. Pues a los pobres siempre los tenéis con vosotros, y
siempre que quisiereis les podéis hacer bien, mas a mí no siempre me
tenéis. Lo que tuvo en su mano, hizo. Que al echar ella este perfume
sobre mi cuerpo, se adelantó a embalsamarlo para la sepultura, para lo
137
Por favor, presta atención a este pasaje, amigo lector. Si nos fijamos en San Lucas, Lc. 7,36-50,
veremos a una mujer conocida como pecadora que hace exactamente igual que lo que ha hecho
María, la hermana de Lázaro. En los versículos siguientes, también de San Lucas, Lc. 8.1-3 veremos
por primera vez el nombre de María Magdalena. Estamos en el principio del 2º año de predicación
pública. A María Magdalena la volvemos a ver en la Pasión de Cristo. Betania estaba muy cerca de
Jerusalén. ¿Es posible que esta María de Magdala sea la misma María, hermana de Marta? Pudiera
ser que la mujer que esta Autobiografía nos presenta en la página 62, la María Magdalena, que
también se menciona en la página 61 y la María de Betania que acabamos de contemplar de rodillas
ungiendo los pies de Cristo y secándolos con sus cabellos, sean la misma persona..
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Estas palabras de Cristo están en permanente presente para ser escuchadas por todas las
generaciones, hasta el último día de este mundo. ¿Qué pudieron entender los que las escuchaban en
esa hora? Estas palabras son un susurro divino que se oye en el silencio de nuestra intimidad más
reservada, allí donde solo está el hombre y su Creador, allí donde Cristo y yo estamos solos.
140
La bendita alma del Cristo Hombre se ha turbado. Mi Dios se me manifiesta turbado. ¿Qué le
ocurre a Cristo? En mi Señor se da un no querer y querer que a dos mil años pasados puedo
entender. Cristo es una sola Persona con dos naturalezas, la humana y la divina. Cristo tiene
sentimientos como un hombre que le afloran cuando contempla lo porvenir con el conocimiento del
Dios que es. Siendo humano no deja de ser divino. Ser el mismísimo Dios Creador del Universo no le
exonera del sufrimiento como Hombre que ha de padecer una horrorosa muerte, una muerte de Cruz
que ya contempla su alma de Hombre que se resiste a tan atroz padecimiento. Pide a su Padre
librarse de esta hora y a su vez se determina a aceptarla con supremo abandono de su voluntad de
Hombre en la Voluntad de su Padre Dios. En tal estado anímico suplica a su Padre que glorifique su
Nombre y su Padre le responderá con voz oída por oído humano.
141
Cristo se contempla muerto en Cruz, elevado sobre la tierra, para esto ha venido al mundo, para
entregar su vida como rescate de todo hombre que será arrastrado hacia este mi Dios Crucificado.
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en las tinieblas no sabe dónde va. Mientras tenéis la luz, creed en la luz,
para que seáis hijos de la luz.”
Esto hablé, y retirándome, me escondí de ellos.
142
Cuando Cristo nos pide que tengamos Fe de Dios es porque es posible al hombre tener esta Fe.
Cristo no propondría cosas imposibles al hombre. Con esta Fe el poder del hombre es ilimitado. La
Omnipotencia al servicio de la Fe del hombre. La Fe solo se genera en el corazón bueno, en el
corazón de niño que pide como un niño a su Padre y su Padre le da como Padre, da como Dios a
quien solo puede recibir como hombre. Las palabras de Cristo son tan reales como lo que significan,
no están dichas para la mente metafísica, están expresadas para que las entienda toda inteligencia
humana y está muy claro, porque así Él mismo lo asegura, que cuanto más niño sea el hombre que
las escucha más las entenderá. De las siguientes palabras en boca de Cristo: “quien tuviera fe de
que lo que dice se hace, lo alcanzará. Por esto os digo: todo cuanto rogáis y pedís, creed que lo
recibisteis y lo alcanzaréis”, ¿qué puedo entender?.....pues, justamente lo que dicen, y si así lo creo
¿qué me falta en este mundo?
143
Amigo lector me considero siempre necesitado del perdón de mi Padre Dios, pues he
experimentado la necesidad de recomenzar cada día, porque justamente cada día caigo más de siete
veces y no puedo implorar misericordia si a su vez yo no la ejerzo con el que me la reclama, con este
hermano al que no me está autorizado juzgar sino solo perdonar si quiero parecerme al que tanto me
perdona.
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Y les dije:
“¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Y acercándose al
primero, dijo: “Hijo, ve hoy a trabajar en la viña”. El respondiendo,
dijo: “No quiero”; mas luego arrepentido, fue. Y acercándose al otro, le
habló de la misma manera. Mas él, respondiendo, dijo: “Voy señor”; y
no fue. ¿Quién de los dos hizo la voluntad de su padre?”
Dicen:
“El primero.”
Contesté:
“En verdad os digo que los publicanos y mujeres de mala vida se os
adelantan en el Reino de los cielos. Porque vino Juan a vosotros
enseñándoos el camino de la justicia, y no le creísteis; al paso que los
publicanos y mujeres de mala vida le creyeron; y vosotros, viéndolo
tampoco os arrepentisteis después, de modo que le creyeseis.”
6.10 Parábola de la viña.
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Los fariseos que se retiraron, tomaron consejo cómo me armarían lazos para
cogerme en palabras, a fin de poderme entregar al poder y jurisdicción del
gobernador. Y habiendo estado en acecho, enviaron unos espías, discípulos suyos,
que representasen el papel de hombres justos. Y junto con los herodianos, se
presentaron a mí y me interrogaron, diciendo:
“Maestro, sabemos que eres veraz y que hablas con rectitud y enseñas el
camino de Dios en verdad y no tienes respetos humanos, porque no eres aceptador
de personas; dinos, pues, ¿qué te parece? ¿Nos es lícito dar tributo al César o no?
¿Lo damos o no lo damos?”
Conociendo su bellaquería les dije:
“¿Por qué me tentáis, farsantes? Traedme y mostradme la moneda
del tributo.”
Ellos me presentaron un denario. Y les dije:
“¿De quién es esa imagen e inscripción?”
Dícenme:
“Del César.”
Les dije entonces:
“Así, pues, restituid al César lo que es del César, y a Dios lo que es de
Dios.”
Y no lograron cogerme en palabra delante del pueblo, y, maravillados de mi
respuesta, se callaron y, dejándome, se fueron.
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Los fariseos, habiendo oído que había hecho tascar el freno de los saduceos, se
juntaron en grupo. Y llegándose uno de ellos, escriba, que nos había oído discutir,
viendo que Yo les había contestado muy bien, me preguntó con ánimo de tentarme:
“Maestro, ¿Cuál es el gran mandamiento y primero de todos en la Ley?”
Le respondí:
“El primero es: “Escucha Israel; el Señor, nuestro Dios, es un solo
Señor, y amarás al Señor Dios tuyo con todo tu corazón y con toda tu
alma y con toda tu mente y con toda tu fuerza”. Este es el gran
mandamiento y el primero. El segundo, semejante, es éste: “Amarás a
tu prójimo como a ti mismo”. Mayor que éstos, otro mandamiento no
le hay. De éstos dos mandamientos penden la Ley entera y los
Profetas.”145
144
Los muertos resucitan, los muertos resucitarán. El destino del hombre no acaba con esta vida,
pero además, para Dios, un hombre no deja de existir cuando expira. Vemos un cadáver, cuando la
muerte asume en la decrepitud la carne que rápidamente se corrompe, pero se sabe que ya no está
en ese cuerpo la persona que conocimos. ¿Dónde está? ¿Cómo está? Jesucristo habla de personas
muertas ya hace muchos años y sin embargo les conoce vivos porque para Dios, que no es Dios de
muertos, todos vivimos. Jesucristo, próximo a morir le dirá a un crucificado junto a El: “…hoy estarás
Conmigo en el Paraíso”. Al otro lado, amigo lector, seguiremos siendo tú y yo. No nos verán, no nos
oirán y sin embargo nosotros si veremos y oiremos tal cual nos ven y oyen los que hemos conocido e
invocado durante nuestro caminar por este mundo. Al morir saldré de este mundo como quien soy y
sin nada de lo que tengo. Aquí dejo mis pertenencias, dejo mi cuerpo y todo lo que se corrompe. Allí
me llevo el fruto de mi amor, de mi fe, de mis obras. El yo que no veo, pero que en definitiva es mi
propio yo, al morir, deja este mundo sin dejar de ser yo. Mi cuerpo, mi carne, aquí se queda hasta el
final de los tiempos, pero esto no es el yo con el que amo, no es mi alma con la que veré, justamente
al separarse de mi cadáver, cara a cara a mi Redentor, Jesucristo, el Amado mío.
145
Estas palabras las pronuncia el Único Hijo, del Único Dios Padre, Jesucristo. Ni los israelitas de
aquel tiempo ni los hombres que somos en este tiempo hemos visto a Dios. Sabemos que existe y
con esta Fe también conocemos que este Dios demanda al hombre un amor supremo por encima de
todo otro amor posible. Dios es mi único Dios, pero lo concibo en mi razón como tres Personas que
son una sola naturaleza divina. Del solo Padre, del solo Hijo y del solo Espíritu Santo, de tres
Personas, que no confundo, recibo en lo más reservado e íntimo de mi alma un requerimiento que me
suena así: “Amado mío, soy tu Señor y tu Dios y me has de amar con todo tu corazón, con toda tu
alma, con toda tu mente, con toda tu fuerza”. Esta es la suprema y divina demanda con la que estoy
comprometido porque me va en ello la vida eterna, porque me va en ello el verdadero amor que solo
es posible manifestarlo cuando uno quiere al prójimo como así mismo, porque no se puede amar al
Dios que no vemos si no amamos al hermano que vemos. Nadie pude amar a nadie si no lo conoce
previamente. Nadie puede amar a Dios si no lo conoce, y desde luego el hombre por sí mismo no
puede conocer en su plenitud al Dios que tanto le pide. Si lo que he leído hasta ahora lo asumo tal y
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Autobiografía de Jesucristo
Y dijo el escriba:
“Muy bien, Maestro, con verdad dijiste que “Uno es, y no hay otro fuera de El”,
y el “amarle con todo el corazón y con toda la inteligencia y con toda la fuerza” y
el “amar al prójimo como así mismo”, vale más que todos los holocaustos y
sacrificios.”
Viendo que había respondido sensatamente, le dije:
“No andas lejos del Reino de Dios.”
Y nadie ya osaba interrogarme.
6.15 Soy Hijo y Señor de David.
Viendo reunidos a los fariseos, dirigiéndome a ellos, les pregunté:
“¿Qué os parece del Mesías? ¿De quién es Hijo?”
Dícenme:
“De David.”
Les dije:
“¿Cómo, pues, el mismo David, movido del Espíritu Santo, en el
libro de los Salmos le llama Señor cuando dice: “Dijo el Señor a mi
Señor: “Siéntate a mi diestra, hasta que ponga tus enemigos como
escabel de tus pies”? Si, pues, David le llama Señor, ¿cómo puede ser
Hijo suyo?”
Y nadie podía responderme palabra, ni osó nadie desde aquel día interrogarme
ya más. Y la turba, que era numerosa, me escuchaba con gusto.
como la lógica me lo ha hecho interpretar, tengo ante mis ojos al mismo Dios Hijo que me ha hecho
conocer al mismo Dios Padre en virtud de la plenitud, con la que ha llenado mi ciencia y mi
conciencia, la plenitud del Espíritu Santo Dios que procede del Padre y del Hijo, este gran
Desconocido que habita en mi alma y al cual trato de amarlo por Sí mismo.
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Autobiografía de Jesucristo
Terminado el día, cuando salíamos del Templo, como algunos hablando de él,
dijesen que estaba adornado con hermosas piedras y con ofrendas motivas, díjome
uno de mis discípulos:
“Maestro, mira qué tales piedras y qué tales construcciones.”
Le respondí diciendo:
“¿Ves esas grandes construcciones? En verdad os digo, días
vendrán en que no quedará ahí piedra sobre piedra que no sea
146
Ver a Cristo es ver a su Padre que lo ha enviado. Cuando más adelante, leamos que Felipe, uno
de sus discípulos, en la última Cena le dice: “Señor, muéstranos al Padre y nos basta”, Jesucristo le
afirmará que quien le ve a El ha visto al Padre y le reclamará esa Fe en virtud de la cual debería
haber comprendido que el Padre está en el Hijo y el Hijo en el Padre y en cualquier caso debería
haber creído tal afirmación por la evidencia incuestionable con la que pudo contemplar las obras
maravillosas que su Señor había hecho. El Verbo hecho carne, este Cristo que nos habla, habla
según el mandato de su Padre. El Padre no tiene otra palabra que esta palabra que oímos en boca
de Cristo, porque a su vez el mismo Cristo es la misma Palabra con la que Dios Padre se expresa
eternamente. Este mandato del Padre, que hace hablar a su Hijo, un Hijo que no es ni más ni menos
que su propia Palabra hecha carne en este mundo, es un mandato que lleva en sí engendrado la vida
eterna a la que está destinado todo aquel que cree en esa palabra que expresa la Palabra de Dios, el
Hijo eterno del Padre, el Hijo de María, una Mujer de nuestra raza.
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Autobiografía de Jesucristo
demolida.”
Llegando al monte de los Olivos, me senté frente al Templo y en particular
Pedro, Santiago, Juan y Andrés me preguntaron:
“Maestro, dinos ¿cuándo será eso, y cuál la señal cuando todas esas cosas
estén para cumplirse? ¿Y cuál la señal de tu advenimiento y del fin del mundo?”
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lugar santo, estar donde no debía -el que lee entienda- entonces los que
estén en la Judea huyan a los montes, y los que estén en medio de
Jerusalén aléjense de ella, los que estén en la azotea, no bajen ni entren
para tomar algo de sus casas, y el que esté en el campo, no torne atrás
para tomar su manto. Porque días de venganza son éstos, para que se
cumpla todo lo que está escrito. ¡Ay de las mujeres que estén encintas y
de las que críen en aquellos días de tal tribulación cual no la ha habido
semejante desde el principio de la creación, que Dios creó, hasta ahora,
ni la habrá! Porque vendrá gran necesidad sobre el país y cólera contra
éste pueblo; y caerán al filo de la espada, y serán llevados cautivos a
todas las naciones. Y si no acortara el Señor esos días, no se salvaría
hombre viviente; mas en atención a los elegidos, que se eligió, acortó
esos días el Señor. Y Jerusalén será pisoteada por los gentiles, hasta
que alcancen su plenitud los tiempos de los gentiles.”
6.23 Señales de mi vuelta al mundo.
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“Lo que toca a aquel día y hora nadie lo sabe, ni los ángeles de los
cielos, ni el Hijo, sino el Padre solo. Porque como en los días de Noé, así
será el advenimiento del Hijo del hombre. Porque como en los días que
precedieron al Diluvio seguían comiendo y bebiendo, casándose ellos y
casando a ellas, hasta el día en que entró Noé en el arca, y no se dieron
cuenta hasta que vino el Diluvio y llevóselos a todos, así será también el
advenimiento del Hijo del hombre.148 Entonces serán dos en el campo:
uno es tomado y uno abandonado; dos que molerán con la muela: una
es tomada y una abandonada.”
6.26 ¡Velad! Parábola del lazo y el ladrón.
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Se celebraba de allí a dos días la fiesta de los ázimos, llamada Pascua. Y dando
por terminado todos éstos razonamientos les dije a mis discípulos:
“Sabéis que de aquí a dos días será la Pascua, y el Hijo del hombre
será entregado para ser crucificado.”
Entonces se congregaron los príncipes de los sacerdotes y los escribas y los
ancianos del pueblo en el atrio del príncipe de los sacerdotes que se llamaba Caifás, y
acordaron apoderarse de mí con astucia y matarme. Mas decían: “No en la Fiesta”;
porque temían se produjese un tumulto en el pueblo. Y en éste mismo día entró
Satanás en Judas, apellidado Iscariote, uno de mis Doce Apóstoles; y se fue a hablar
con los príncipes de los sacerdotes y con los jefes de la policía, sobre cómo me
entregaría; y les dijo:
“¿Qué me queréis dar, y yo os lo entregaré?”
Oído esto, se alegraron, y se concertaron en que le darían treinta siclos. Y se
comprometió. Y desde entonces buscaba ocasión propicia de entregarme sin tumulto.
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Autobiografía de Jesucristo
Y se suscitó entre mis discípulos una rivalidad sobre quién de ellos era
considerado como el mayor. Mas Yo les dije:
“Los reyes de las naciones les hacen sentir su dominación, y los que
ejercen el mando sobre ellas son apellidados bienhechores. Mas
vosotros no así; antes bien, el mayor entre vosotros hágase como el
menor; y el que manda como el que sirve. Pues ¿quién es mayor: el que
está sentado a la mesa o el que sirve? ¿No es verdad que el que está
sentado a la mesa? Mas Yo en medio de vosotros estoy como el que
sirve; y vosotros sois los que habéis perseverado Conmigo en mis
pruebas; y Yo dispongo a favor vuestro, como dispuso a mi favor mi
Padre, un Reino, para que comáis y bebáis a mi mesa en mi Reino, y os
sentéis en tronos para juzgar a las doce tribus de Israel.” 150
7.03 Lavo los pies a mis discípulos.
…Mañana ya sería la fiesta grande de los judíos, la Pascua. Y sabiendo que ya era
llegada mi hora de pasar de este mundo al Padre, como hubiese amado a los míos que
151
estaban en el mundo, los amé hasta el extremo. Y durante la Cena como ya el
diablo hubiese puesto en el corazón a Judas, hijo de Simón Iscariote, que me
entregase, sabiendo que todas las cosas las entregó el Padre en mis manos y que de
Dios salí y a Dios volvía, me levanté de la mesa y dejando los vestidos, tomé un lienzo
y me lo ceñí. Luego eché agua en un barreño y comencé a lavar los pies a mis
150
Quien perseverare durante toda una vida, con sus gozos y penas, al servicio del Rey de reyes tiene
asegurado la posesión de un trono para ser coronado como rey. Este es el último destino del
cristiano, ser rey con el Rey del Universo.
151
San Juan no encontrará otra palabra que defina mejor el amor de Cristo por los suyos. Decir que
“los amó hasta el extremo”, es decir que “los amó con locura”.
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152
discípulos y enjugarlos con el lienzo con que estaba ceñido. Llego, pues, a Simón
Pedro y díjome éste:
“Señor, ¿Tú a mí me lavas los pies?”
Le respondí:
“Lo que Yo hago tú no lo sabes ahora, mas lo entenderás después.”
Díjome Pedro:
152
¿Quién me dará mayor ejemplo de humildad?, de esta virtud que tanto necesito. ¿Qué me pedirás,
Jesús de mi alma, que me resista a darte?
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“No lavarás mis pies nunca jamás.”
Respondí:
“Si no te lavo no tienes parte Conmigo.”
Contestó:
“Señor, no mis pies solamente, sino también las manos y la cabeza."
Mas Yo le dije:
“El que se ha bañado no necesita lavarse sino los pies; antes bien
está limpio todo. Y vosotros limpios estáis, aunque no todos.”
Esto dije porque conocía al que me entregaba; por esto dije: “No todos estáis
limpios”. Habiendo, pues, terminado de lavarle los pies, tomé mis vestiduras y,
puesto de nuevo a la mesa, les dije
“¿Entendéis qué es lo que he hecho con vosotros? Vosotros me
llamáis “El Maestro” y “El Señor”, decís bien, pues lo soy. Si, pues, os
lavé los pies, Yo, el Señor y el Maestro, también vosotros debéis unos a
otros lavaros los pies. Porque ejemplo os di, para que como Yo hice con
vosotros, así vosotros lo hagáis. En verdad, en verdad os digo: no es el
siervo mayor que su señor, ni el enviado mayor que el que lo envió. Si
esto sabéis, bienaventurados sois si lo hiciereis.”153
7.04 Judas es descubierto.
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escrito de El: mas ¡ay de aquel hombre por cuyas manos el Hijo del
hombre es entregado! Mejor le fuera a aquel hombre si no hubiera
nacido.”155
Se miraban unos a otros perplejos por no saber de quien lo decía, y comenzaron
a discutir unos con otros sobre quién era de ellos el que me entregara. Recostado
estaba en mi seno Juan, el discípulo a quien Yo tanto amaba, y hácele señas Simón
Pedro para que me preguntase de quién se trataba. Juan dejándose caer
confiadamente sobre mi pecho, me dijo:
“Señor, ¿quién es?”
Le dije:
“Aquel a quien daré el bocado que voy a mojar.”
Mojando, pues, el bocado lo di a Judas, hijo de Simón Iscariote. Y tras el bocado,
en el mismo instante entró en él Satanás. Respondiendo Judas, dijo:
“¿Soy yo tal vez, Rabí?”
Le contesté:
“Tú lo has dicho. Lo que vas a hacer, date prisa en hacerlo.”
Los que estaban en la mesa no entendieron por qué se lo dije; pues pensaban
algunos que como Judas guardaba la bolsa, le decía Yo:
“Compra las cosas que tenemos necesidad para la fiesta”, o que diera algo a los
pobres. En habiendo, pues, tomado el bocado, se salió él inmediatamente. Era ya de
noche.
7.05 La Eucaristía.
Esta era la noche en que iba a ser entregado. Comiendo con mis discípulos,
tomé un pan y habiendo pronunciado la bendición y dando gracias, lo partí y se lo di
a mis discípulos, diciendo:
“Tomad, comed: éste es mi cuerpo, que por vosotros es
entregado; haced esto en memoria de mí.”
Y asimismo habiendo tomado el cáliz, después de haber cenado, habiendo dado
gracias, se lo di diciendo:
“Bebed de él todos, porque ésta es mi sangre del Nuevo
Testamento, que por vosotros y por muchos es derramada,
para remisión de los pecados. Haced esto, cuantas veces
155
Amigo lector, sobre esta afirmación de Cristo hago la reflexión de lo que supone no tener la
oportunidad de nacer. Dios concede la vida como un don supremo, un don sagrado a no disfrutar si
por vivirla se llega al mayor pecado posible en un hombre, el pecado de Judas. Fuera de esto, la vida
se la merece hasta el más perverso de los hombres, porque por grande que sea la miseria humana
mayor es la Misericordia divina. ¿Qué demandará Dios a la mujer que, voluntariamente, suspende la
vida del ser humano que lleva en sus entrañas? ¿Qué demandará Dios al facultativo que interviene
en este nefando crimen? ¿Qué demandará Dios al estadista que promueve leyes para privar a un
incipiente hijo de Dios de la plenitud de su ser? ¿Qué demandará Dios a una sociedad empapada de
la sangre de mártires no nacidos? Oirán, con eterna desesperación, los gritos que estos seres
humanos profieren al ser succionados del vientre de la madre que no les quiere, oirán,
permanentemente, los lamentos del dolor de su muerte y abandono en un contenedor de basura.
Para mí no hay otro pecado mayor, porque se tortura hasta la muerte a un ser indefenso, empleando
la premeditación y alevosía de que es capaz una inteligencia humana manifiestamente perversa. No
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157
El amor es el bello distintivo con el que se reconoce a un cristiano. Amar como El ha amado
debería ser el noble anhelo de un corazón que se sabe esclavo de Cristo, nuestro modelo. En el
ejercicio de la vida tendremos ocasión de experimentar lo poco que se cumple este mandato divino.
¿Quién puede amar como ama Cristo? Y sin embargo se nos requiere para que así sea en este pasar
por el mundo haciendo todo el bien posible. Al menos hemos de querer querer cumplir este
mandamiento del Amor a pesar de nuestras miserias.
158
Su más apasionado amigo, el que es reconocido como cabeza de la incipiente Iglesia, le va a
negar. El que está dispuesto a dar la vida por su Maestro afirmará con “contundente debilidad” que
no le conoce. Nadie puede juzgar al bendito Pedro porque nadie está libre de cobardías aún
mayores. Sorprende con qué exactitud conoce Cristo los hechos que van a ocurrir antes de que
ocurran. ¿Quién es Jesús?
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Y otro tanto decían también todos mis discípulos. Mas Yo les dije:
“Cuando os envié sin bolsa, alforja y sandalias, ¿acaso os faltó
algo?”
Ellos dijeron:
“Nada.”
Y les dije:
“Mas ahora quien tenga bolsa tómela; asimismo también alforja; y
quien no tenga espada, venda su manto y cómprese una. Porque os digo
que tiene que cumplirse en mí esto que está escrito: “Y fue contado entre
los delincuentes”. Pues lo que a mí se refiere, toca a su fin."
Ellos dijeron:
“Señor, mira, hay aquí dos espadas.”
Les dije:
“¡Basta ya!”
7.08 ¡Volveré! Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida.
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Padre”? ¿No crees que Yo estoy en el Padre, y el Padre está en mí? Las
palabras que Yo os hablo, de mí mismo no las hablo, mas el Padre que
en mí mora, El hace sus obras. Creedme, que Yo estoy en el Padre, y el
Padre en mí; y si no, por las obras mismas creedlo.”
7.09 Frutos de la Fe. Otro Consolador. No os dejaré huérfanos.
“En verdad, en verdad os digo: Quien cree en mí, las obras que Yo
hago, también él las hará, y mayores que éstas hará, porque Yo voy al
Padre. Y cualquier cosa que pidiereis en mi Nombre, eso haré, para que
sea glorificado el Padre en el Hijo. Si algo pidiereis en mi Nombre, Yo lo
haré. Si me amareis, guardaréis mis mandamientos; y Yo rogaré al
Padre, y os dará otro Valedor que esté con vosotros perpetuamente: el
Espíritu de la verdad, que el mundo no puede recibir, porque no le ve ni
conoce; vosotros le conocéis, pues a vuestro lado permanece y en
vosotros está. No os dejaré huérfanos; vuelvo a vosotros. Todavía un
poco, y el mundo ya más no me ve; pero vosotros me veréis, porque Yo
vivo y vosotros viviréis. En aquel día conoceréis vosotros que Yo estoy
en mi Padre, y vosotros en mí y Yo en vosotros. Quien tiene mis
mandamientos y los guarda, éste es el que me ama; y quien me ama,
será amado de mi Padre, y Yo también le amaré y me manifestaré a
él.”160
Díjome Judas, no el Iscariote:
“Señor, ¿y qué ha pasado, que vas a manifestarte a nosotros y no al mundo?”
Le respondí:
“Si alguno me amare, guardará mi palabra, y mi Padre le amará,
y a él vendremos y en él haremos mansión. 161 Quien no me ama no
guarda mis palabras. Y la palabra que oís no es mía, sino del Padre,
que me ha enviado.”
7.10 Vuelvo a prometerles el Consolador.
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Paz.
163
¿Quién no entiende éstas palabras? Conocer a Cristo, amarle, es vivir de El, en El, con Él y para
Él. ¿Quién puede meditar estas palabras y no rendirle el corazón a Jesucristo? ¿Por qué la Luz, la
Verdad y la Vida que son estas mismas palabras no son aceptadas por el mundo? ¡Qué misterio de
ingratitud se da en el hombre!
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“No ruego por éstos solamente sino también por los que crean en
mí por medio de su palabra; que todos sean uno; como Tú, Padre, en mí
y Yo en Ti, que también ellos en Nosotros sean uno, para que el mundo
crea que Tú me enviaste. Y Yo les he comunicado la gloria que Tú me
has dado, para que sean uno como Nosotros somos Uno. Yo en ellos y
Tú en mí, para que sean consumados en la unidad: para que conozca el
mundo que Tú me enviaste y les amaste a ellos como me amaste a mí.
Padre, los que me has dado, quiero que, donde estoy Yo, también ellos
estén Conmigo, para que contemplen mi gloria que me has dado,
porque me amaste antes de la creación del mundo. Padre Justo; y el
mundo no te conoció. Mas Yo te conocí; y éstos también conocieron que
Tú me enviaste. Y Yo les manifesté tu Nombre, y se lo manifestaré.
Para que el amor con que me amaste sea en ellos, ¡y Yo en ellos!”170
Y llegamos a la otra parte del torrente Cedrón, en el monte de los Olivos, a una
granja llamada Getsemaní, donde había un huerto en el cual entramos mis discípulos
y Yo. También Judas, el que me entregaba, sabía aquel lugar, puesto que muchas
veces nos reuníamos allí. Y les dije a mis discípulos.
“Sentaos aquí mientras voy allá para orar. Orad, para que no
que estas palabras son las mismas que vienes leyendo en esta Autobiografía.
170
Esto está escrito para nosotros, para los hombres y mujeres de mi tiempo, para todas las
generaciones posibles.
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entréis en tentación.”
Vinieron Conmigo Pedro y los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan. Me invadió la
tristeza y comencé a sentir espanto y abatimiento. Entonces les dije:
“Triste sobremanera está mi alma hasta la muerte: quedad aquí y
velad Conmigo.”
Arrancándome de ellos, me aparté a la distancia como de un tiro de piedra, y
puestas las rodillas, caí con mi rostro sobre tierra, y oraba diciendo:
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Vine a mis discípulos y los hallé durmiendo y le dije a Pedro:
“¡Simón! ¿Duermes? ¿Así no pudiste velar una hora Conmigo?
Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu, si, está
animoso, mas la carne es flaca.”
Y de nuevo me retiré y me puse a orar otra vez, repitiendo las mismas palabras:
“Padre mío, si no es posible que pase este cáliz sin que Yo lo beba,
hágase tu voluntad.”
Y viniendo otra vez, los hallé durmiendo, porque estaban sus ojos cargados, no
sabían qué responderme. Y habiéndoles dejado, me retiré de nuevo y oré por tercera
vez, repitiendo de nuevo las mismas palabras. Venido del cielo se llegó a mí un ángel
que me confortaba. Vine en agonía, orando más intensamente y un sudor como
grumos de sangre caía de mí al suelo. Me levanté de la oración y vine por tercera vez a
mis discípulos y los hallé durmiendo por efecto de la tristeza. Y les dije:
“Ya por mí, dormid y descansad…¿Cómo, dormís? ¡Ea! Ya está:
llegó la hora; he aquí que es entregado el Hijo del hombre en manos de
pecadores. Levantaos, vamos: mirad que está aquí cerca el que me
entrega.”
8.02 Se consuma la traición. El prendimiento.
Dios e incluso como Hombre que es necesario padecer la Pasión que le espera, pero lo que nosotros
apreciamos es un Hombre en suprema depresión, tanta como para hacerle sudar sangre, con un
miedo pavoroso e indescriptible. La infinita amargura con la que se muestra la humanidad de Jesús
nos secuestra la razón para interpretar el por qué de este misterio y en un acto de compasión de
quien adora a su Señor solo le cabe acompañarlo como el perro acompaña a su Amo hasta la
muerte. No comprendo nada, solo dispongo mi alma para unirme a este Jesús de quien recibo la
existencia, no entro en las causas que motivan tanto horror en un Hombre, aunque intuyo que mi
miserable vida algo tiene que ver con tanta pena. Amigo lector, ahora toca reflexionar sobre la Pasión
de nuestro Dios. Dispongámonos a contemplar cómo los hombres matamos al Autor de la Vida,
porque esto que leemos se ha consumado en el tiempo, en el espacio, en nuestra historia.
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“Yo soy.”
Ya Judas estaba con la turba y al decirles “Yo soy”, retrocedieron y cayeron a
tierra. De nuevo, pues, les pregunté:
“¿A quién buscáis?”
Y ellos respondieron:
“A Jesús de Nazaret.”
Les dije.
“Os dije que Yo soy. Si, pues, me buscáis a mí, dejad marchar a
éstos.”
Para que se cumpliera la palabra que dije: “De cuantos me diste no he perdido a
nadie”. Entonces, acercándose, echaron manos sobre mí y me sujetaron. Mis
discípulos viendo lo que iba a pasar, dijeron:
“Señor, ¿herimos con la espada?”
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Y Simón Pedro, alargando la mano, desenvainó su espada, e hiriendo al siervo
del sumo sacerdote, le cortó la oreja derecha. El nombre del siervo era Malco.
Intervine y dije:
“Dejadle, no haya más.”
Y tocando la oreja de Malco le sané. Y dije a Pedro:
“Vuelve la espada a su lugar, porque todos los que empuñan
espada, por espada perecerán. ¿O piensas que no puedo rogar a mi
Padre, y pondrá ahora mismo, a mi disposición, más de doce legiones
de ángeles? El cáliz que me ha dado el Padre, ¿no lo he de beber? ¿Cómo
pues, se cumplirán las Escrituras, que dicen ha de suceder así?”
Y dirigiéndome entonces a los que habían venido contra mí, sumos sacerdotes y
jefes de la policía del Templo y ancianos les dije:
“¡Como contra un salteador habéis salido con espadas y bastones a
prenderme! Cada día estaba y me sentaba con vosotros en el Templo
enseñando, y no extendisteis las manos sobre mí para prenderme. Mas
todo esto ha pasado para que se cumplan las Escrituras de los Profetas.
Pero esta es vuestra hora y el poder de las tinieblas.”
La cohorte, pues, el tribuno y los satélites me prendieron y me ataron. Entonces
mis discípulos todos, abandonándome, huyeron.
Un cierto joven me seguía, envuelto en una sábana sobre el cuerpo desnudo y le
detienen; mas él, soltando la sábana, desnudo, se escapó.
Me llevaron primeramente ante Anás, pues era suegro de Caifás, que era
pontífice aquel año. Era Caifás quien había dado a los judíos aquel consejo:
“Conviene
que muera un hombre solo por el pueblo”. Ya ante Anás, me interrogó acerca de mis
discípulos y de mi doctrina. Le respondí:
“Yo he hablado públicamente al mundo; Yo siempre enseñé en la
sinagoga y en el Templo, a donde concurren todos los judíos, y a
escondidas no hablé nada. ¿Por qué me interrogáis a mí? Interroga a
los que han oído lo que le hablé; mira, esos saben lo que dije Yo.”
Y en habiendo dicho esto, uno de los satélites allí presentes me dio un bastonazo
en la cara, diciendo:
“¿Así respondes al pontífice?”
Yo le dije:
“Si hablé mal, da testimonio de lo malo. Mas si bien, ¿por qué me
hieres?”
8.04 Ante Caifás. Ultrajes.
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aunque muchos testificaban en falso contra mí, los testimonios no eran acordes.
Posteriormente, comparecieron dos, diciendo:
“Este dijo: Puedo derribar el Santuario de Dios y en tres días reedificarlo.”
“Nosotros le oímos decir: “Yo derribaré este Santuario, hecho por mano de
hombre, y en tres días edificaré otro no hecho por manos humanas.”
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Pedro desde lejos iba siguiéndome, y con él iba Juan. Juan era conocido del
sumo sacerdote y entró junto Conmigo en el atrio de Caifás; mas Pedro se quedó
fuera a la puerta. Saliendo Juan, habló con la portera e hizo entrar a Pedro. Y en esto,
dijo a Pedro la muchacha portera:
“¿Por ventura también tú eres de los discípulos de ese hombre?”
Dijo él:
“No lo soy.”
Estaban allí los siervos y los gendarmes, que habían hecho fuego en medio del
atrio, porque hacía frío y justos alrededor del fuego se calentaban; estábase también
Pedro entre ellos calentándose. Habiéndose
sentado Pedro, se le acercó una de las muchachas del sumo sacerdote, y como vio a
Pedro calentándose, mirándole fijamente, le dice:
“También tú andabas con el Nazareno, ese Jesús.”
Y vuelta a los demás decía:
“También este andaba con él.”
Pedro lo negó delante de todos, diciendo:
“No le conozco, mujer, ni sé ni entiendo qué es lo que tú dices.”
Salió fuera del vestíbulo, y un gallo cantó. Como hubiere salido al portal, le vio
otra muchacha y dijo a los que allí habían:
“Este andaba con Jesús el Nazareno.”
La muchacha portera comenzó de nuevo a decir a los presentes:
“Este es de ellos.”
Pedro otra vez negaba y saliendo al atrio, de pie, de nuevo se calentaba. Dícenle,
pues:
“¿Qué? ¿También tú eres de sus discípulos?”
Y me negó con juramento diciendo:
“No lo soy. No conozco tal hombre.”
Otro, viéndole, dijo:
“También tú eres de ellos.”
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Mas Pedro dijo:
“¡Hombre!, no lo soy.”
Habiendo pasado cosa de una hora se acercaron los presentes a Pedro que le
volvieron a decir:
“Verdaderamente, también tú eres de ellos. Pues tu modo de hablar te delata,
porque eres galileo.”
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fijando mis ojos en los suyos. Recordó Pedro aquellas mis palabras: “Antes que el
gallo cante dos veces, hoy me negarás tres veces”. Y rompiendo en llanto no cesaba
de llorar, y saliendo afuera, lloró amargamente.
Fue entonces cuando Judas, el que me entregó, viendo que Yo había sido
sentenciado a muerte, arrepentido, devolvió a los sumos sacerdotes y a los ancianos
los treinta siclos, diciendo:
“Pequé entregando sangre inocente.”
Pero ellos le dijeron:
“¿A nosotros qué? Allá tú.”
Y arrojando en el santuario los siclos, se retiró, y, marchándose de allí, se
ahorcó, y habiendo caído de cabeza, reventó por medio y se le salieron todas las
entrañas. Los sumos sacerdotes, tomando los siclos, dijeron:
“No es lícito echarlos en el arca de las ofrendas, pues es precio de sangre.”
Y habiendo consejo, compraron con ellos el campo del alfarero para sepultura
de los forasteros. Judas, pues, adquirió un campo con el salario de su iniquidad. Y se
hizo notorio a todos los habitantes de Jerusalén, de suerte que aquel campo fue
llamado en su propia lengua “Hakeldamakh”, esto es, “Campo de sangre”. Entonces
se cumplió lo anunciado por el profeta Jeremías, que dice:
“Y tomaron los treinta siclos, tasa del que fue puesto a precio, del que pusieron
a precio los hijos de Israel. Y los destinaron para el campo del alfarero, según que
me ordenó el Señor.”
Fui llevado, pues, desde Caifás al pretorio. Era el amanecer. Ellos no entraron
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en el pretorio, para no contraer contaminación que les impidiese comer la Pascua.
Salió, pues, Pilatos afuera a ellos, y dice:
“¿Qué acusación traéis contra éste hombre?”
Respondieron y le dijeron:
“Si éste no fuera malhechor, no te lo hubiéramos entregado.”
Díceles, pues, Pilatos:
“Tomadle vosotros y juzgadle según vuestra ley.”
Dijéronle, pues, los judíos:
“A nosotros no nos es permitido dar muerte a nadie.”
Se cumpliría la palabra que Yo dije, significando de qué muerte había de morir.
Comenzaron a acusarme, diciendo:
“A Éste hemos hallado amotinando nuestra gente, y prohibiendo dar tributo al
César y diciendo que es el Mesías Rey.”
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Entró, pues, Pilatos otra vez en el pretorio y me llamó. Comparecí delante de él
y me interrogó diciendo:
“¿Tú eres el Rey de los judíos?”
Respondí:
“¿De ti mismo dices tú esto, o bien otros te lo dijeron de mí?”
Contestó Pilatos:
“¿Por ventura soy yo judío? Tu nación y los pontífices te entregaron a mí; ¿qué
hiciste?”
Le dije:
“Mi Reino no es de éste mundo. Si de éste mundo fuera mi Reino,
mis ministros lucharían para que Yo no fuera entregado a los judíos.
Mas ahora mi Reino no es de aquí.”
Díjome, pues, Pilatos:
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Autobiografía de Jesucristo
“¿Luego Rey eres Tú?”
Respondí:
“Tú lo dices: Yo soy Rey, Yo para esto he nacido y para esto he
venido al mundo: para dar testimonio a favor de la verdad. Todo el que
es de la verdad oye mi voz.”
Dice Pilatos:
“¿Qué es verdad?”
Dicho esto, de nuevo salió a los judíos, y dijo a los sumos sacerdotes y a las
turbas:
“Yo no hallo en Este hombre delito alguno.”
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Autobiografía de Jesucristo
Pero Yo no respondí ya nada más, ni una sola palabra, hasta el punto de
maravillarse Pilatos en extremo. Ellos insistían con fuerza, diciendo:
“Amotina al pueblo, enseñando por toda la Judea y habiendo comenzado por
Galilea ha llegado hasta acá.”
Pilatos, como lo oyese, preguntó si Yo era galileo. Y entendiendo que era de la
jurisdicción de Herodes, me remitió a Herodes, que estaba también en Jerusalén por
aquellos días.
Pilatos, habiendo convocado a los sumos sacerdotes, a los jefes y al pueblo, les
dijo:
“Me presentasteis a éste hombre como amotinador del pueblo, y he aquí que
yo, habiéndole interrogado delante de vosotros, no hallé en Este hombre ninguno de
los delitos de que le acusáis. Pero ni Herodes tampoco, pues lo remitió a nosotros; y
he aquí que nada digno de muerte se le ha probado. Le castigaré, pues, y le soltaré.”
Al oír éstas palabras los sumos sacerdotes, escribas y ancianos del pueblo,
crispados, pedían mi muerte con ahínco. Pilatos recordó que cada año, por la Fiesta,
tenía necesidad de soltarles en gracia del pueblo un preso, el que ellos demandasen.
Tenían entonces un preso notable, un salteador llamado Barrabás, el cual estaba
en prisión junto con los amotinados, que en el motín habían perpetrado un
homicidio. Y les dijo Pilatos:
“Es costumbre vuestra que yo suelte un preso por la Pascua; ¿queréis, pues,
que os suelte al Rey de los judíos?”
Pilatos conocía que por envidia me habían entregado los sumos sacerdotes, por
ello se dirigió a la turba proponiéndome a mí por Barrabás.
En esto, Pilatos que estaba sentado en el tribunal, recibió un recado de su mujer
que decía:
“No te metas con ese Justo, porque he sufrido mucho hoy en sueños con motivo
de El.”
En este inciso, los sumos sacerdotes y los ancianos persuadieron e incitaron a
las turbas para que demandasen a Barrabás y a mí me hiciesen perecer. Volviendo a
tomar la palabra el gobernador, les dijo:
“¿A quién de los dos queréis que os suelte: a Barrabás, o a Jesús, el llamado
Mesías?”
Levantaron el grito, toda la muchedumbre a una, diciendo:
“¡Quita de en medio a Éste y suéltanos a Barrabás!”
De nuevo les habló Pilatos, porque deseaba soltarme:
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Autobiografía de Jesucristo
“¿Qué haré, pues, de Jesús, el llamado Mesías, que llamáis Rey de los judíos?”
Ellos, todos, de nuevo gritaron:
“¡Crucifícale, crucifícale!”
Por tercera vez les dijo Pilatos:
“Pues ¿qué mal ha hecho Éste? Ningún delito digno de muerte hallé en El. Así
que, después de haberle castigado, le soltaré.”
Pero ellos instaban y más gritaban:
“¡¡Crucifícale!!”
Sus voces se hacían más violentas. Pilatos, pues, queriendo dar satisfacción a la
turba, dio orden de que se efectuase su demanda. Soltó al que demandaban, al que
por motín y homicidio había sido echado en la cárcel. Después, Pilatos ordenó que
me azotasen.
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Respondieron los judíos:
“Nosotros Ley tenemos, y según la Ley debe morir, pues se hizo Hijo de Dios.”
8.14 Hijo de Dios.
Cuando Pilatos oyó estas palabras temió más. Y entró de nuevo en el pretorio y
mandó que me hicieran entrar. Me preguntó:
“¿De dónde eres Tú?”
Mas yo no le di respuesta. Díjome, pues, Pilatos:
“¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo potestad para soltarte y tengo
potestad para crucificarte?”
Le respondí:
“No tuvieras potestad alguna contra mí si no te hubiere sido dada
de arriba. Por eso quien me entregó a ti, mayor pecado tiene.”
Oídas éstas palabras y a consecuencia de ellas, Pilatos pretendía librarme. Pero
los judíos gritaban diciendo:
“¡Si sueltas a éste, no eres amigo del César, pues todo el que se hace Rey se
declara contra el César!”
Pilatos, pues, oídas éstas razones, me sacó afuera, se sentó en el tribunal, en el
lugar llamado Litóstroto (o “Embaldosado”), y en arameo Gabbatha (o “Altura”). Era
la Paresceve (o “Preparación”) de la Pascua, la hora cerca de la sexta, y dice a los
judíos:
“Ved ahí vuestro Rey.”
Gritaron, pues, ellos:
“¡Quita, quita; crucifícale!”
Díceles Pilatos:
“¿A vuestro Rey he de crucificar?”
Respondieron los pontífices:
“No tenemos Rey, sino César.”
Viendo Pilatos que nada aprovechaba, antes bien se promovía alboroto,
tomando agua, se lavó las manos en presencia de la muchedumbre, diciendo:
“Soy inocente de la sangre de Este Justo; vosotros lo veréis.”
Y respondiendo todo el pueblo dijo:
172
“¡Sea su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos!”
Entonces Pilatos, dando satisfacción a la turba, dio orden de que se efectuase su
demanda. Y me entregó a la voluntad de los judíos para que fuera crucificado.
172
Desde este patético grito hasta hoy ¿Qué más puede sufrir el pueblo judío?
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“Hijas de Jerusalén, no lloréis sobre mí, sino llorad más bien sobre
vosotras mismas y sobre vuestros hijos. Porque, mirad, vendrán días en
que dirán: “Dichosas las estériles, y los vientres que no engendraron, y
los pechos que no criaron”. Entonces comenzarán a decir a los montes:
“Caed sobre nosotros”, y a los collados: “Sepultadnos”. Porque si en el
leño verde esto hacen, ¿en el seco que se hará?”
Eran también llevados otros dos, malhechores, para ser ajusticiados Conmigo.
Llegamos al lugar llamado “Cráneo”, que en hebreo se dice Gólgota. Me dieron vino
mirrado, vino mezclado con hiel; mas habiéndolo gustado, no quise beberle. Y allí
me crucificaron y también a los dos ladrones, uno a mi derecha y otro a mi
izquierda. Era la hora tercia y fue cumplida la Escritura que dice: “Y fue contado
entre los inicuos”. Yo decía:
“¡Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen!”
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Este título, pues, leyéronlo muchos de los judíos, pues estaba cerca de la ciudad
el lugar donde fui crucificado, y estaba escrito en hebreo, en latín y en griego.
Decían, pues, a Pilatos los sumos sacerdotes de los judíos:
“No escribas: “El Rey de los judíos”, sino que “Él dijo: Rey soy de los judíos.”
Respondió Pilatos:
“Lo que he escrito, escrito está.”
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Burlábanse de mí también los soldados, que acercándose me ofrecieron vinagre,
diciendo:
“Si Tú eres el Rey de los judíos, sálvate a Ti mismo.”
También los que habían sido crucificados Conmigo me ultrajaban. Uno de ellos
que estaba colgado me insultaba diciendo:
“¿No eres Tú el Mesías? Sálvate a Ti mismo y a nosotros”
Mas el otro, respondiendo, le reconvenía, diciendo:
“¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en el mismo suplicio? Nosotros, a la
verdad, lo estamos justamente, pues recibimos el justo pago de lo que hicimos; mas
Éste nada inconveniente ha hecho.”
Y me decía:
“¡Jesús, acuérdate de mí cuando vinieres en la gloria de tu
173
realeza!”
Yo le dije:
“En verdad te digo que hoy estarás Conmigo en el Paraíso.”174
Estaban junto a mí, crucificado, mi Madre y la hermana de mi Madre, María de
Cleofás, y María Magdalena. Viendo a mi Madre, y junto a ella al discípulo a quien Yo
tanto amaba, Juan, le dije:
“Mujer, he ahí a tu hijo.”175
Luego dije a Juan:
“He ahí a tu Madre.”176
Y desde aquella hora Juan la tomó en su compañía.
Llegó la hora sexta y se produjeron tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora
nona, habiendo faltado el sol. Y hacia la hora nona clamé con gran voz:
“¡Eloí, Eloí, ¿Lamá sabaktaní?!” “¡Dios mío, Dios mío,
¿Por qué me desamparaste?!”
Algunos de los que allí estaban al oírme decían:
“Mira, a Elías llama.”
Después de esto, ya sabiendo que todas las cosas estaban cumplidas, para que se
cumpliera la Escritura dije:
“Tengo sed.”
Había allí una vasija llena de vinagre; al punto, tomando, pues, uno una esponja
empapada en el vinagre y clavándola en una caña de
hisopo, me la acercaron a la boca para darme de beber. Mas los demás decían:
“Deja, veamos si viene Elías a salvarle.”
Cuando, pues, hube tomado el vinagre, dije:
“Consumado está.”
Y clamando con voz poderosa dije:
“¡Padre, en tus manos encomiendo mi Espíritu!”177
Y dicho esto, incliné la cabeza y entregué el Espíritu a mi Padre.
173
Un pecador, ¿qué más puede pedir?
174
¿Qué más se puede dar?
175
Madre, también nosotros somos hijos tuyos.
176
Dios mío, no pido más.
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Y he aquí que el velo del Santuario se rasgó en dos de arriba abajo, y la tierra
tembló, y las rocas se hendieron, y los monumentos se abrieron, y muchos cuerpos de
los santos que descansaban resucitaron, y saliendo de los monumentos, después de
mi resurrección, entraron en la santa ciudad y se aparecieron a muchos.
Y viendo el centurión, que allí estaba de pie frente a mí, y los que con él estaban
guardándome, el temblor y las cosas que pasaban y la manera con que Yo expiré se
amedrentaron terriblemente y glorificando a Dios decían:
“¡Realmente este hombre era justo, verdaderamente Hijo de Dios
era Este!”
177
Expira el Autor de la vida sin consuelo y abandonado por su Padre Dios. Tanto amó Dios a los
hombres que entrega al Hijo de sus divinas entrañas en manos de estos mismos hombres que le dan
tan espeluznante muerte. ¿Qué locura es ésta? ¿Quién pude comprenderte, Padre mío? Nos has
hecho deudores de tu amor infinito. La eternidad amándote, con toda el alma, no paga la suprema
gratitud con la que debo adorarte en amor.
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Y todas las turbas allí reunidas para este espectáculo, considerando las cosas
que habían acaecido, se volvían golpeando los pechos.
Estaban allí mirando a bastante distancia todos mis conocidos y las mujeres que
me habían seguido desde Galilea sirviéndome; entre las cuales estaba María
Magdalena, María, la madre de Santiago el Menor y de José, Salomé y María la
madre de los hijos del Zebedeo, y otras muchas, que habían subido Conmigo a
Jerusalén.
Los judíos, pues, como era Paresceve, a fin de que no quedasen los cuerpos el
sábado en la Cruz, pues era grande el día de aquel sábado, rogaron a Pilatos que se
nos quebrantasen las piernas y fuéramos quitados.
Vinieron, pues, los soldados, y al primero quebrantaron las piernas y luego al
otro que había sido crucificado Conmigo conjuntamente. Mas a mí, cuando vinieron,
como me vieron ya muerto, no me quebrantaron las piernas, sino que uno de los
soldados con una lanza me traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua. Juan,
mi discípulo amado, que lo vio lo ha testificado, y su testimonio es verídico, y Juan
sabe que dice verdad, para que también tú creas. Pues acontecieron estas cosas para
que se cumpliese la Escritura: “No le será quebrantado hueso alguno”. Y también
otra Escritura: “Verán al que traspasaron”.
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bien oculto por miedo a los judíos a cuyo consejo y acto no había dado su
consentimiento. Cobrando osadía, entró a la presencia de Pilatos y le demandó mi
cuerpo. Pilatos se maravilló de que Yo hubiera muerto; y habiendo hecho llamar al
centurión, otorgó mi cadáver a José.
Vino también Nicodemo, el que la primera vez había venido a mí de noche,
trayendo una mixtura de mirra y de áloe, como cien libras. Me descolgaron de la
Cruz, me pusieron en los brazos de mi bendita Madre y me envolvieron en una
Sábana limpia que José había comprado y me ataron con lienzos junto con
perfumes, según era costumbre entre los judíos sepultar.
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ellas estaba María Magdalena y María la de José sentadas frente al sepulcro. Y
habiéndose vuelto, prepararon aromas y perfumes; y durante el sábado guardaron
reposo conforme al precepto de la Ley.
Al día siguiente, que es después de la Paresceve, reunidos los sumos sacerdotes
y los fariseos, se presentaron a Pilatos, diciendo:
“Señor, hemos recordado que aquel embaucador, viviendo aún, dijo: “Después
de tres días resucito”. Manda, pues, que quede asegurado el sepulcro hasta el día
tercero, no suceda que viniendo sus discípulos lo hurten y digan al pueblo:
“Resucitó de entre los muertos”, y sea el último engaño peor que el primero.”
Pilatos les dijo:
“Ahí tenéis guardia: id y aseguradle como sabéis.”
Ellos fueron y aseguraron bien el sepulcro, tras de sellar la losa, poniendo
guardia.
CAPITULO IX RESURRECCION, GLORIFICACION
Y VUELTA A MI PADRE
9.01 El sepulcro vacío.
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De pronto se produjo un gran temblor de tierra, pues un ángel, bajando del cielo
y acercándose, hizo rodar de su sitio la losa, y se sentó sobre ella. Era su aspecto
como de relámpago, y su vestidura blanca como la nieve. Del miedo de él se pusieron
a temblar los guardias y quedaron como muertos.
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se os adelanta en ir a Galilea; allí le veréis, conforme os dijo. Conque os lo tengo
dicho.”
Y saliendo, huyeron del monumento a toda prisa, pues se había apoderado de
ellas, temblor y estupor, y a nadie dijeron nada, porque tenían miedo. Mas, luego,
repuestas del sobresalto, con grande gozo corrieron a dar la nueva a los discípulos.
Salieron, pues, Pedro y Juan dirigiéndose al sepulcro. Corrían los dos a una, mas
Juan como corría más aprisa que Pedro, le pasó delante, y llegó primero al sepulcro;
y
habiéndose agachado, vio los lienzos por el suelo, con todo no entró. Llega, pues,
también Simón Pedro en pos de él y entró en el sepulcro, y contempló los lienzos por
el suelo, y además el sudario, que había estado sobre mi cabeza, no por el suelo con
los lienzos, sino plegado en un lugar aparte. Entonces, pues, entró también Juan, vio
y creyó; pues todavía no conocían la Escritura, “que debía resucitar de entre los
muertos”. Volviéronse, pues, Pedro y Juan a donde posaban, admirándose de lo
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acaecido.
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dije:
“Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?”
Ella, imaginando que Yo era el hortelano, me dijo:
“Señor, si Tú te lo llevaste, dime dónde le pusiste, y yo lo tomaré.”
Le dije:
“¡María!”178
Ella, volviéndose a mí, dijo:
“¡Rabbuní, Maestro mío!”
Le dije:
“Suéltame -que todavía no he subido al Padre- mas ve a mis
hermanos y diles: “Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y
vuestro Dios.”
Fue María Magdalena a dar la nueva a los discípulos que estaban afligidos y
lloraban:
“¡He visto al Señor y me ha dicho esto y esto!”
Pero ellos, oyendo decir que Yo vivía y que había sido visto por ella, no lo
creyeron.
María y Juana y María la de Santiago y las demás que iban con ellas, volvían del
sepulcro. De pronto les salí al encuentro, diciéndoles:
“¡Dios os guarde!”
Ellas, llegándose, se abrazaron a mis pies y me adoraron. Entonces les dije:
“No temáis: id, anunciad a mis hermanos que se vayan a Galilea, y
allí me verán.”
Ellas, a toda prisa fueron a anunciar todas estas cosas a los Once y a todos los
demás. Y parecieron a sus ojos como delirio estas palabras, y no las creyeron.
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Tras esto, aquel mismo día, dos de mis discípulos iban de camino a una aldea
llamada Emaús, distante de Jerusalén ciento sesenta estadios. Iban conversando
entre sí sobre todos éstos acontecimientos. Y sucedió que mientras ellos conversaban
y discutían, Yo mismo me aparecí en diferente figura y acercándome caminaba con
ellos. Pero sus ojos, inhibidos, no estaban en disposición de reconocerme. Les dije:
“¿Qué pláticas son esas que cambiáis entre vosotros mientras vais
caminando? Parece que andáis tristes.”
Y tomando la palabra uno de ellos, llamado Cleopás, me dijo:
“¿Eres Tú el único forastero en Jerusalén que no te enteraste de las cosas que
éstos días ocurrieron en la ciudad?”
Yo les dije:
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“¿Cuáles?”
Ellos me dijeron:
“Las de Jesús de Nazaret, que fue un Profeta poderoso en obra y en palabra
delante de Dios y de todo el pueblo; y cómo le entregaron nuestros sumos
sacerdotes y magistrados para que fuese condenado a muerte, y le crucificaron.
Nosotros esperábamos que El era el que había de liberar a Israel. Pero, con todo
esto, éste es ya el tercer día desde que estas cosas ocurrieron. Verdad es que
algunas mujeres de las que están con nosotros nos sobresaltaron; las cuales
estuvieron muy de mañana en el monumento, y no habiendo hallado el cuerpo de
Jesús, volvieron diciendo que hasta visión de ángeles habían visto, los cuales
aseguran que El vive. Y fueron algunos de los nuestros al monumento, y hallaron
las cosas como las mujeres habían dicho. Mas a El no le vieron.”
Yo les dije:
“¡Oh insensatos y lerdos de corazón para creer en todo lo que dijeron
los profetas! ¿Por ventura no era necesario que estas cosas padeciese el
Mesías y así entrase en su gloria?”
Y comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les fui
interpretando en todas las Escrituras lo que a mí se refería. Y llegados cerca de la
aldea a donde se dirigían, hice ademán de seguir adelante. Mas ellos me hicieron
fuerza, diciéndome:
“Quédate con nosotros, pues atardece y el día ya reclinó.”
Y entré a quedarme con ellos. Y acaeció que, puesto a la mesa con ellos,
tomando el pan lo bendije, y después de partirlo se lo di. A ellos se le abrieron los ojos
y me reconocieron; mas Yo me hice insensible a sus ojos.
Dijéronse entonces el uno al otro:
“¿¡Por ventura nuestro corazón no estaba que ardía dentro de nosotros cuando
El nos hablaba en el camino, cuando nos habría el sentido de las Escrituras!?”
Y levantándose, a la misma hora se volvieron a Jerusalén, y hallaron reunidos a
los Once y a sus compañeros que decían:
“¡Realmente resucitó el Señor y se apareció a Simón!”
Y ellos a su vez referían lo acaecido en el camino y como le reconocieron en la
fracción del pan. Y ni a ellos creyeron.
Estando ellos diciendo estas cosas, siendo, pues, tarde aquel día, primero de la
semana, estando a la mesa sentados los Once con otros discípulos, y estando
cerradas, por miedo a los judíos, las puertas de la casa, vine y me presenté en medio
de ellos diciéndoles:
“Paz sea con vosotros.”
Sobresaltados y despavoridos, creían ver un espíritu. Y les dije:
“¿Por qué estáis conturbados?, y ¿por qué se levanta ese vaivén de
pensamientos en vuestros corazones? Ved mis manos y mis pies, que Yo
mismo soy, palpadme, y ved que un espíritu no tiene carne y huesos,
como veis que Yo tengo.”180
180
Con estupefacto asombro ven a Cristo creyendo ver un fantasma. Lo palparán, lo oirán y lo verán
tal y como lo vieron antes de morir. Su ojos mirarán, primero el bellísimo rostro de su Maestro,
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Y esto diciendo, les mostré las manos y los pies y el costado; y les eché en cara su
incredulidad y dureza de corazón, porque no habían creído a los que me habían visto
resucitado de entre los muertos. Como todavía no acabasen de creer de puro gozo ni
saliesen de su asombro, les dije:
“¿Tenéis aquí algo de comer?”
Ellos me presentaron parte de un pez asado y un panal de miel, y tomándolos,
en presencia de ellos los comí, y tomando las sobras se las repartí. Gozáronse, pues,
mis discípulos de verme y les dije:
“Estas son las palabras que os hablé estando aún con vosotros: que
tenían que cumplirse todas las cosas escritas en la Ley de Moisés y en
los Profetas y Salmos acerca de mí.”
Entonces les abrí la inteligencia para que entendiesen las Escrituras. Les dije,
pues, otra vez:
después fijarán su mirada sobre las huellas que en la carne dejó su Pasión y un estremecimiento
indefinido les embargará hasta la última fibra de su ser. Amigo lector ¿cómo nos veremos
resucitados? ¿cuál estado del alma y del cuerpo será el resucitado? Yo creo que aquel en el que más
perfección hayamos tenido.
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Tras esto me manifesté otra vez a mis discípulos a orillas del mar de Tiberíades.
Estaban juntos Simón Pedro y Tomás, el llamado Dídimo, y Natanael de Caná de
Galilea, y los hijos de Zebedeo y otros dos de mis discípulos. Y díceles Simón Pedro:
“Voy a pescar.”
Dícenle:
“Vamos nosotros también contigo.”
Salieron y subieron a la barca. Y en toda la noche no pescaron nada. Y siendo ya
de mañanita, me presenté en la ribera; mis discípulos,
empero, no me reconocieron. Les dije pues:
“¡Muchachos, ¿tenéis algo de vianda?!”
Me respondieron:
“No.”
Les dije:
“Echad la red a la derecha de la barca y hallaréis.”
Echáronla, pues, y ya no podían arrastrarla por la gran cantidad de peces. Dice,
pues, Juan a Pedro:
“¡Es el Señor!”Simón Pedro, pues, así que oyó estas palabras, ciñose la ropa
exterior, pues ropa no llevaba, y echóse al mar. Los otros discípulos vinieron en la
barca pues no estaban lejos de tierra -sino que distaban unos doscientos codos-,
arrastrando la red de los peces. Cuando saltaron a tierra, vieron brasas puestas y un
pescado sobre ellas, y pan. Les dije:
181
Tomás escucha las palabras de su Maestro viendo lo que jamás hubiera creído ver. El tono de las
palabras de Cristo, la fija mirada de su Señor, el expectante silencio de los demás, a los cuales no
creyó, dejan a Tomás en un estado de profundo anonadamiento, sobre todo se siente con inmensa
indignidad y con tal concepto de sí mismo reafirma su Fe con cinco palabras que se repetirán hasta la
eternidad en cada hombre de los que Dios se ha elegido…..”Señor mío y Dios mío”.
182
Amigo lector, bienaventurados, tú y yo y todo aquel que sin verlo le amamos porque creemos,
porque le conocemos. Qué hermosos son los pies del mensajero que anuncia la Paz, que nos da a
conocer la Persona de Cristo. Nadie puede amar lo que no conoce. Cuanto bien se puede hacer,
amigo mío, si hacemos que esta Autobiografía se haga llegar a todos los hombres y mujeres posibles,
a todos los que el padre Dios se escoge como verdaderos amantes del Hijo de sus entrañas. Esta
sagrada oportunidad no se le puede negar a ningún hombre, sea cual sea su raza, estado y
condición.
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“Sí, Señor; Tú sabes que te quiero.”
“Apacienta mis corderos.”
Le dije por segunda vez:
“Simón, hijo de Juan, ¿me amas?”
Me contestó:
“Sí, Señor; Tú sabes que te quiero.”
“Pastorea mis ovejas.”
Le dije por tercera vez:
“Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?”183
Entristeciose Pedro, porque le dije por tercera vez: “¿Me quieres?”, y me dijo:
“Señor, Tú lo sabes todo. Tú bien sabes que te quiero.”
Le dije:
“Apacienta mis ovejas. En verdad, en verdad te digo: cuando eras
más joven, tú mismo te ceñías y andabas donde querías; mas cuando
hayas envejecido, extenderás tus manos, y otro te ceñirá y te llevará a
donde tú no quieras."
Esto le dije significando con qué muerte había de glorificarme. Le dije:
“Sígueme.”
Vuelto Pedro, ve que le seguía Juan, el discípulo al que Yo tanto amaba, el
mismo que en la Cena se recostó en mi pecho y me dijo: “Señor, ¿quién es el que te
entrega?”. Y Pedro viéndolo, me dice:
“Señor, ¿y éste qué?”
Le contesté:
“Si quisiere Yo que éste quede hasta que Yo vuelva, ¿a ti qué? Tú
sígueme.”
Divulgóse, pues, entre mis discípulos esta voz: “Juan no muere”. Pero Yo no
dije: “No muere”, sino “si quisiere Yo que éste quede hasta que Yo vuelva, ¿a ti qué?”.
Mis Once discípulos se fueron a Galilea, al monte donde Yo les había ordenado.
Y en viéndome me adoraron: ellos que antes habían dudado. Y acercándome a ellos
les dije:
“Dióseme toda potestad en el cielo y sobre la tierra. Id, pues, al
mundo entero y predicad el Evangelio a toda la Creación; amaestrad a
todas las gentes, bautizándoles en el Nombre del Padre y del Hijo y del
Espíritu Santo, enseñándoles a guardar cuantas cosas os ordené. El que
creyere y fuere bautizado, se salvará; mas el que no creyere, será
condenado. Y a los que hubieren creído les acompañarán éstas señales:
en mi Nombre lanzarán demonios, hablarán lenguas nuevas, en sus
manos tomarán serpientes, y si le dieren ponzoña mortífera, no les
183
Dios requiere el cariño del hombre porque como Hombre tiene sentimientos de hombre. Quiere ser
amado, busca, con vehemencia, el amor de cada hombre porque cada hombre tiene un corazón
singular, una original e irrepetible forma de amar y Dios las demanda todas, espera con anhelo
divino y paciencia infinita la libre, personal y suprema entrega del alma de sus elegidos.
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Y llegó la hora de partir de este mundo. Estando con ellos a la mesa, les ordené
que no se ausentasen de Jerusalén, sino que aguardasen la promesa del Padre, la cual
oyeron de mí, porque como Juan bautizó en agua, ellos y tú seríais bautizados en
Espíritu Santo.
Los que se habían reunido me preguntaron diciendo:
“Señor, ¿en esta sazón vas a restablecer el Reino de Israel?”
Les dije:
“No os toca a vosotros conocer los tiempos o momentos oportunos
que el Padre fijó con su propia potestad; mas recibiréis la fuerza del
Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos así en
Jerusalén como en toda la Judea y Samaria y hasta el último confín de
la tierra. Porque así está escrito y convenía: que el Mesías había de
padecer y resucitar de entre los muertos al tercer día, y que se había de
predicar en su Nombre penitencia y remisión de los pecados a todas las
naciones, comenzando por Jerusalén. Y vosotros sois testigos de estas
cosas.”
9.12 La Ascensión al cielo.
Como esto les hubiera dicho, los saqué afuera hasta llegar a Betania, y alzando
las manos los bendije. Y aconteció que, mientras los bendecía, me desprendí de ellos,
y era llevado en alto al cielo. Y una nube que me tomó sobre sí me ocultó a los ojos de
mis amados discípulos. Fui elevado al cielo y me senté a la diestra de Dios, mi Padre.
Mientras estaban con los ojos clavados en el cielo mirando cómo me iba, de
pronto se les presentaron dos varones con vestiduras blancas, que les dijeron:
“Varones galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando fijamente al cielo? Este
mismo Jesús, que ha sido quitado de entre vosotros para ser elevado al cielo, así
vendrá, de la manera que le habéis contemplado irse al cielo.”
Entonces ellos, habiéndome adorado, se tornaron a Jerusalén, con grande gozo,
184
Estas palabras se entienden como están dichas. Jesucristo está con los suyos todos los días
hasta el final de los siglos. Cristo ni se engaña ni nos engaña y si El manifiesta que está conmigo,
conmigo está aunque yo no le vea con estos ojos, ni le oiga con estos oídos, ni le toque con estas
manos. Está, seguro, donde yo estoy, donde está su Iglesia, porque donde dos o tres se reúnen en su
nombre allí está El en medio. Cuando a Cristo se le invoca no viene desde un lugar lejano. El está
donde yo estoy y no ocupa más espacio que el que yo ocupo. Está dentro de mí, en mis alegrías y en
mis penas, en mi trabajo y en mi descanso, despierto y dormido. Cristo habita en mí mientras así lo
quiera yo, y esto un día tras otro consuma una verdad que me trasciende, esta sublime verdad es que
“ya no vivo yo sino que es Cristo quien vive en mí”.
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desde el monte llamado Olivar, que está cerca de Jerusalén,
distante el camino de sábado. Y estaban continuamente en el Templo, alabando y
bendiciendo a Dios.
Partiendo de allí, predicaron por todas partes, cooperando Conmigo y
confirmando la palabra con las señales que le acompañaban.
Obré además en presencia de mis discípulos otros muchos milagros, que no han
sido descritos. Los que aquí están reseñados se han escrito para que creas que Yo soy
el Mesías, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengas vida en Nombre mío.
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Autobiografía de Jesucristo
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4.07 El Sermón de la Montaña.
4.08 El siervo del centurión.
4.09 La viuda de Naím.
4.10 Mensaje de Juan.
4.11 Una mujer me unge los pies en casa de un fariseo.
4.12 Anuncio de la Buena Nueva. La blasfemia contra el Espíritu.
4.13 Mi Madre y mis hermanos.
PARABOLAS DEL REINO
4.14 Parábola del sembrador.
4.15 No hay nada escondido, ni hay nada secreto.
4.16 Parábola de la cizaña.
4.17 Parábola de la semilla que germina sin saber cómo.
4.18 Parábola del grano de mostaza.
4.19 Parábola del fermento.
4.20 Declaro a mis discípulos la parábola de la cizaña.
4.21 Parábola del tesoro escondido y la perla.
4.22 Parábola de la red.
4.23 Conclusión. El escriba instruido.
4.24 La tempestad calmada.
4.25 Los dos endemoniados gerasenos.
4.26 La hemorroisa y Jairo.
4.27 Curo a dos ciegos y un endemoniado mudo.
4.28 Enseñanza y rechazo en Nazaret, mi pueblo.
4.29 Predicación de la Buena Nueva. Misión de mis Apóstoles.
4.30 Llega a Herodes mi fama. Martirio de Juan Bautista.
4.31 Mis Apóstoles vuelven de su predicación, retiro al desierto.
4.32 Primera multiplicación de los panes.
4.33 Camino sobre el mar.
4.34 Yo soy el Pan de la vida.
CAPITULO V.-TERCER AÑO DE PREDICACION
5.01 Discusión con los escribas y fariseos.
5.02 La hija de la cananea.
5.03 Curación de un sordomudo. Multitud de curaciones.
5.04 Segunda multiplicación de los panes y los peces.
5.05 La señal del cielo y la levadura de los fariseos.
5.06 El ciego de Betsaida.
5.07 La confesión y el primado de Pedro.
5.08 Les anuncio claramente mi muerte.
5.09 Transfiguración en el Tabor.
5.10 Curación del muchacho endemoniado.
5.11 Subo a Jerusalén.
5.12 Intentan los judíos apoderarse de Mí.
5.13 La mujer adúltera.
5.14 Doy testimonio de Mí mismo.
5.15 “Adónde Yo voy, vosotros no podéis venir.”
5.16 Hijos del diablo.
5.17 “Antes de que Abraham naciese Yo existo.”
5.18 El ciego de nacimiento.
5.20 Yo soy la Puerta. Yo soy el Buen Pastor.
5.21 Predicción de mi Pasión y Resurrección.
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5.22 La moneda en la boca del pez.
5.23 El mayor en el Reino de los cielos.
5.24 Quien no está contra nosotros con nosotros está.
5.25 La oveja descarriada. La corrección. La oración eficaz.
5.26 “Hasta setenta veces siete”. El siervo cruel.
5.27 En Samaria no me reciben.
5.28 Tres vocaciones. Condiciones para el apostolado.
5.29 En la Perea. Misión de setenta y dos de mis discípulos.
5.30 Maldición sobre Corazaín y sobre Betsaida.
5.31 Vuelta de los discípulos y júbilo en mi Corazón.
5.32 La Parábola del Buen Samaritano.
5.33 En Betania: Marta y María.
5.34 Cómo orar. Eficacia de la oración.
5.35 “El Padre y Yo somos una misma cosa.”
5.36 Lanzo un demonio mudo y me calumnian.
5.37 ¡Bienaventurada mi Madre!
5.38 La señal de Jonás profeta. La lámpara del cuerpo.
5.39 Soy invitado a comer en casa de un fariseo.
5.40 La levadura de los fariseos hipócritas.
5.41 Guardarse de la avaricia. Parábola del rico necio.
5.42 Desprendimiento de los bienes temporales.
5.43 Preparados para el más allá.
5.44 Las señales de los tiempos.
5.45 Necesidad de la penitencia. La higuera estéril.
5.46 La mujer encorvada.
5.47 Parábola de la mostaza y la levadura. Número de elegidos.
5.48 Amenazas de Herodes. “¡Jerusalén, Jerusalén!”
5.49 El hombre hidrópico. Recomendación de humildad y caridad.
5.50 La Gran Cena.
5.51 La abnegación. La torre y el rey. La sal.
5.52 La oveja descarriada. La dracma perdida.
5.53 El hijo pródigo.
5.54 El mayordomo infiel.
5.55 La avaricia de los fariseos. El rico Epulón y el pobre Lázaro.
5.56 Lázaro enferma y muere.
5.57 Determinan darme muerte. Me retiro a Efrén.
5.58 El escándalo. Perdonar las ofensas. Eficacia de la fe.
5.59 Los diez leprosos.
5.60 Avenimiento del Reino de mi Padre.
5.61 El juez inicuo.
5.62 El fariseo y el publicano
5.63 El matrimonio es indisoluble.
5.64 Bendigo a los niños.
5.65 El joven rico. El peligro de riquezas. Galardón de la pobreza.
5.66 Los obreros de la viña.
5.67 Tercer anuncio de mi Pasión.
5.68 Ambición de los hijos de Zebedeo.
5.69 En casa de Zaqueo.
5.70 La parábola de las minas.
5.71 El ciego Bartimeo.
5.72 En memoria de María, que me ungió.
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7.17 Ruego por Mí.
7.18 Ruego por mis discípulos.
7.19 Ruego por mi Iglesia futura.
CAPITULO VIII.-PASION Y MUERTE
8.01 En el huerto de Getsemaní.
8.02 Se consuma la traición. El prendimiento.
8.03 Ante Anás.
8.04 Ante Caifás. Ultrajes.
8.05 La negación de Pedro.
8.06 Al amanecer, ante el Sanhedrín.
8.07 Desesperación de Judas.
8.08 Presentación ante Pilatos.
8.09 Nuevas acusaciones.
8.10 Ante Herodes.
8.11 De nuevo comparezco ante Pilatos.
8.12 Me flagelaron y coronaron de espinas.
8.13 “ECCE HOMO.”
8.14 Hijo de Dios.
8.15 Mi crucifixión, mi agonía y mi muerte.
8.16 Mis amigos a distancia. El costado abierto.
8.17 La mortaja y sepultura de mi cadáver.
CAPITULO IX RESURRECCION Y VUELTA AL PADRE
9.01 El sepulcro vacío.
9.02 Pedro y Juan van al sepulcro.
9.03 A María Magdalena.
9.04 A las mujeres que tanto me querían.
9.05 La guardia del sepulcro sobornada. Testigos dormidos.
9.06 Camino de Emaús.
9.06 A mis Apóstoles y discípulos reunidos.
9.07 Tomás incrédulo. “Señor mío y Dios mío”.
9.08 En Galilea a la ribera del Tiberiades
9.09 Confiero el Primado de mi Iglesia a Pedro.
9.10 En un monte de Galilea.
9.11 Ultimas recomendaciones.
9.12 La Ascensión al cielo.
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¿Aborrecer al
padre, a la
madre, a la
mujer, a los
hijos…?
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Aceptar a Jesucristo, que se llega, apasionado, para recibir lo que desde la
eternidad te ha demandado y tú, a su vez, en supremo abandono, le entregas,
supone un fulminante cambio de vida que trastoca la escala de valores con la
cual consumabas tus actos al dictado de tu voluntad inspirada por un
entendimiento que ahora discierne a lo divino, porque Personas divinas que en ti
permanecen, con absoluto respeto a tu libertad soberana, te predisponen hacia
una nueva actitud de perfección que te transciende, un cambio que tú mismo
percibes y así mismo lo perciben los demás.
Jesús se ha dado a Sí mismo, en toda su plenitud humana y divina a todos
y cada uno de los hombres y de las mujeres que vengan a ser en este mundo,
sin embargo se escoge a poquísimos amantes con los que tiene una predilección
singular. Amiga lectora, amigo lector, el Dios hecho Hombre se te puede hacer
presente en un dulce sobresalto que de manera inesperada se hace realidad en
tu pequeño vivir sea cual sea tu condición y estado. El Corazón de Cristo, un
Corazón de Hombre, puede venir a tu encuentro donde menos y cuando menos
lo esperabas. Te puede ofrecer el amor más grande que puedas soñar en tu
juventud, en tu madurez o en tu ancianidad, puedes percibir en lo más íntimo de
tu yo el susurro de Alguien que te habita el alma y que a su vez te demanda un
afecto inmenso, un amor que no tiene precio.
Amiga lectora, amigo lector, a la hora de la verdad, cuando te dispones a
cruzar a la otra orilla, en esta se quedan todos tus amores. Te seguirán amando,
pero el tiempo hará de tu memoria un plácido recuerdo que terminará
extinguiéndose con los años. Nadie de los que tanto has amado en este mundo
te acompañará. Ya has puesto el pie en la barca y de pronto te sorprendes al
comprobar que no vas solo. Fijas la atención sobre Alguien que no es ajeno a tu
espíritu, Alguien que está a tu lado, que conoces porque le amaste sin verlo y
cuando ya fijas tu atención se hace meridiana su figura, es ese “Amado mío”
con el que tantas veces le has respondido a sus infinitas demandas de amor, es
el Cristo que tanto te exigió porque tanto te dió.
Las inauditas palabras de Cristo no están lejos de la realidad, pues no es
difícil constatar cómo responden algunos padres a la incipiente vocación de una
joven o de un joven a la vida religiosa, a la vida sacerdotal que supone el
trastoque de un futuro predeterminado por unos padres, por supuesto muy
respetables, pero que hacen padecer a una hija, a un hijo en situación de asumir
las inauditas palabras de Cristo. Esto es la inexplicable contradicción de los
buenos, porque casi todos los padres son buenos.
Con referencia al padre o a la madre que tiene que dar rotundo testimonio de su
Fe, ahora, en esta sociedad occidental, la que se dice cristiana, son de evidente
actualidad las exigentes palabras de Cristo, palabras que un padre cristiano tiene
que asumir a la hora de suplicarle a su hija o a su hijo que no se case en un
ayuntamiento, en un juzgado, que no se case con un divorciado, con un
separado..etc… Qué difícil resulta para un padre no acompañar a su hija o a su
hijo en un acto de este tipo, un acto en el que Dios no está. Esto es lo que le
pide Cristo. ¿Quién comprenderá a este padre, a esta madre?
No hay hombre o mujer que pase por este mundo sin una cruz, cruz que
es solamente suya, la que Dios le ha designado. Es una cruz que cada cual
llevamos por un caminito personal e irrepetible, un camino por el cual nadie ha
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caminado, ni nadie, después de mi, caminará. La cruz tiene una dimensión
determinada con independencia de nuestras creencias, pero sin Fe la cruz pesa
más y además no se rentabiliza. Con ella a cuestas llego a las puertas del
Paraíso o a las puertas del Infierno, depende de mi actitud ante este inevitable
peso. Si con mi cruz no voy tras de Cristo no puedo ser su discípulo. Sin Amor,
sin Fe y sin Esperanza el abrazo con la cruz es desesperación. Si cuando la cruz
pesa más, si cuando más siento la profunda depresión del sufrimiento insufrible,
soy capaz del alzar la vista hacia mi Dios Crucificado para pedir compasión de
Quien a su vez compasión me pide, comprobaré que mi cruz y la de Jesús son la
misma Cruz y desde esa Cruz mis sentimientos serán los de Cristo y sus palabras
las mías: “Padre mío, en tus manos encomiendo mi espíritu”.
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El amor
interminabl
e
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Un hombre, por muy noble que sea su alma, no genera en el corazón de
una mujer el supremo amor con el que María adoraba a su divino Amado.
Cuando de sus manos se vertía el perfume sobre los cabellos y los pies de su
Señor, de sus labios y en silencio salían dos palabras que solo por Dios eran
oídas: ”Amado mío”. Así es, amiga lectora, amigo lector, un “Amado mío” que
al pronunciarlo, sin que oído humano lo oiga, se exhala el alma para convertirse
en solo estas dos palabras con la que el yo de quien las expresa se vacía de si
mismo para llenarse de Quien adoras en un acto de supremo abandono. Tal
amor a Jesucristo es un Don, que viene de lo alto, para unos pocos escogidos,
hijas e hijos de Dios, un Don que no distingue entre mujer y varón.
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Dios a la
vista
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curarse de sus permanentes hemorragias menstruales sin conseguirlo. La fe de
esta mujer es inmensamente más grande que la de Jairo. Atención, amiga
lectora, amigo lector, porque esta hija de Dios va a ser causa de que se consume
un milagro de Cristo sin previo asentimiento de su Corazón humano. En el
Evangelio no se verá otro milagro semejante. Estrujado por la multitud, percibió
que alguien le tocó de diferente forma. Experimentó salir de El una virtud de la
cual alguna persona se benefició. Jesús se detiene y pregunta, para sorpresa de
sus discípulos, quien le había tocado. Como Hombre, escruta con su mirada para
descubrir la persona que le ha robado un milagro. Otra vez, asistimos a una
situación comprometida de una mujer en público. En el Evangelio, las mayores
muestras de humildad se dan en la mujer. Ésta, postrándose a los pies de Cristo,
declara su vergonzosa, para aquella sociedad, enfermedad, y así mismo, expone
entre sollozos cómo ha sido curada.
Mi querida lectora, mi querido lector, la meditada lectura del Evangelio nos
remueve a cada página leída, en permanente estupor reflexiono los hechos que
se describen y no agoto la capacidad de sorprenderme. La curiosidad de Cristo
como Hombre queda satisfecha, ya tiene a sus pies la mujer que solo le ha
tocado la orla de su vestido. Como Hombre, le pasa igual que a mí, se sorprende
de la Fe de esta hija de Dios, pero al seguir leyendo escucho, como escucharon
todos, sus consoladoras palabras: ”Buen ánimo, hija; tu Fe te ha salvado…”
y aquí me vuelvo a sorprender porque no volveré a encontrar en todo el
Evangelio la palabra ”hija” en boca de Cristo dirigida directamente a su
interlocutora. ¿Por qué Cristo llama ”hija” a una mujer, supuestamente, de más
edad que El? ¿Estamos ante una frase hecha o tiene todo su sentido? Se acaba
de producir un milagro, un hecho que suspende las leyes de la naturaleza, se ha
consumado, de manera fulminante, la curación de una enfermedad padecida
durante largos años en virtud de una Fe inmensa que pone al descubierto la
Misericordia divina. En este misterioso acto parece como si hubiera actuado la
Voluntad divina más que la voluntad humana de Jesucristo y a renglón seguido
de escuchar sus palabras: “¿Quién me ha tocado los vestidos?”, como Hombre,
se escucha las palabras de Cristo como Dios: “Buen ánimo, hija; tu Fe te ha
salvado”, con lo cual, esta expresión: “hija”, hay que entenderla con plenitud de
significado, la ha pronunciado el Creador del Universo, el Autor de la vida que,
desde ya, contempla la salvación eterna de esta hija, una mujer que algo de su
divinidad le ha reconocido.
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escucha de su amigo y de Jesús. Solo tiene que creer más de lo que hasta ahora
ha creído y desconcertado, sigue al Maestro hasta donde está la niña. Allí los
esperan la madre, desconsolada, y un alboroto de llantos y grandes alaridos
porque la niña ha muerto.
La emoción de Jairo es indescriptible, abrazado a su mujer y sin poder
sostener las lágrimas escucha decir al Maestro: ”…No lloréis, que la niña no
murió sino duerme”. Se burlaban de El. Jesús manda despejar el lugar y
queda solo con los padres de la niña y con sus discípulos preferidos: Pedro,
Santiago y Juan. Entran todos a la sala donde está el cadáver de la niña y Jesús
cogiéndola de la mano pronuncia: ”Talitha Kumi” que traducido significa:
“Niña, te lo digo, levántate”. Nos han quedado estas palabras en arameo, la
lengua con la que Cristo se expresaba humanamente, unas palabras que en su
boca y al mandato de su Voluntad hicieron posible que el espíritu de la niña
tornara a su cuerpo. La hija de Jairo se levantó, para estupor de los presentes,
para estupor tuyo y mío, amiga lectora, amigo lector. ¿Quién es este Hombre?
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Morir y
resucitar
dos veces
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este mismo Hombre que hace semejante afirmación, es el Destinatario del
recado enviado por las hermanas de Lázaro, es este Jesús que permanece dos
días más en el lugar donde estaba, hasta que su amigo fallece y de lo cual tiene
conocimiento sin que nadie le informe:
“Lázaro, nuestro amigo, se ha dormido, pero voy a despertarlo”.
Para Jesucristo Lázaro se ha dormido, para nosotros, que hemos vuelto a
Betania, lo que apreciamos es un cadáver que quizás, en función de la grave
patología que se deja entrever (cáncer), en breve comenzó a corromperse y
manifiestamente se dejaba sentir con un hedor insoportable. Lázaro ha muerto y
su muerte se certifica porque:
Cesó la función respiratoria
Cesó la función circulatoria
Se produjo un enfriamiento cadavérico
Se produjo una lividez cadavérica
Se produjo una rigidez cadavérica
Se produjo pérdida de contractilidad muscular
Cesó, irreversiblemente, la función encefálica
Por último, como signo inequívoco, comenzó la putrefacción cadavérica.
Esto es morir y en tal estado, nuestro amigo Lázaro es amortajado y
sepultado en el sepulcro familiar, a las afueras de Betania. Sus hermanas, Marta
y María le lloran desconsoladamente porque bien saben ellas que el que se
muere, el que se va ya no vuelve jamás. No oirán su voz, no verán su figura, su
sonrisa, no sentirán las caricias y los besos de su querido Lázaro. El hermano se
ha ido para siempre.
Ahora nos volvemos al lugar donde está Cristo que determina volver a la
Judea a pesar de estar amenazado de muerte y ante las objeciones que le hacen
sus discípulos dirá:
“Lázaro murió, y me alegro por vosotros de no haber estado allí, para
que creáis. Pero vamos a él”.
Para el Señor, Lázaro dormía, pero para que lo entendamos dirá que
Lázaro ha muerto tal y como lo hemos demostrado anteriormente. Dirá también
que se alegra de no haber estado allí porque de haber estado no hubiera muerto
el amigo, sin embargo su ausencia le va a permitir consumar un estremecedor
milagro al que vamos a asistir, amiga lectora, amigo lector, con el estupor del
que lo vió en “vivo y en directo”, un milagro portentoso que ha de despertar la
Fe, y obrar en consecuencia, del que esté leyendo lo que estoy escribiendo, pero
que cegará para siempre los ojos de la Fe del que no quiere tenerla aunque
esté contemplando un hecho tan trascendental al que le niega, voluntariamente,
su incuestionable verdad y esto si que es un misterio de iniquidad en virtud del
cual el que no responde a esta oportunidad se hace merecedor de su propia
condenación.
“No envió Dios a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que
el mundo sea salvo por El. Quien cree en El, no es condenado; quien no
cree, ya está condenado”. Jn 3,17-18
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El Hijo de Dios se encamina hacia Betania. Ya han pasado cuatro días
desde que Lázaro murió. Marta, cuando oyó que Jesús llegaba salió a su
encuentro y entre sollozos se atreve a hacer un cordial reproche al que reconocía
como capaz de haber impedido la muerte de su hermano si físicamente hubiera
estado allí:
“Señor, si estuvieras aquí, no se hubiera muerto mi hermano; no
obstante, ahora sé que cuanto pidieres a Dios, Dios te lo otorgará”.
Con estas palabras, Marta deja entrever que cree posible que Jesús puede
resucitar a su hermano ahora, ahora mismo, solo tiene que pedirlo a Dios, a su
Padre, y su Padre Dios se lo otorgará. Jesús le responde:
“Resucitará tu hermano”
Ella entiende que esta resurrección será lejana, al final de los tiempos,
pero lo que en verdad le está sugiriendo es una resurrección inmediata de su
hermano. Le dirá:
“Sé que resucitará cuando la resurrección universal el último día”.
Pero Jesús, con pausado tono de voz y gesto sereno le afirmará:
“Yo soy la resurrección y la vida; quien cree en Mí aun cuando muera,
vivirá; y todo el que vive y cree en Mí, no morirá para siempre. ¿Crees
esto?”
Marta, con una emoción incontenida, con el corazón saliéndosele por la
boca, casi gritando, le dirá:
“Sí, Señor; yo creo que Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, que viene al
mundo”.
Jesús ya no sigue hablando con Marta. Le ruega que avise a su hermana
María para que venga a verle. “Dile que la espero”. Marta, deprisa, fue en busca
de su hermana, María. Le dice: “El Maestro está aquí y te llama”, ella con
cierto nerviosismo acelera su paso para llegar a las afueras de Betania, allí
donde Jesús la esperaba, cerca del sepulcro donde estaba el cadáver corrompido
de su hermano, ya muerto de cuatro días. Le siguen los amigos de la familia que
suponen que esta mujer vuelve a la tumba de Lázaro para seguir llorándole.
María, viendo a Jesús le embargó una inmensa emoción, no pudo contenerse, se
echa a los pies de Cristo y en un río de lágrimas se lamenta:
“Señor, si hubieras estado aquí, no se hubiera muerto el hermano”.
El llanto desconsolador, el llanto de los que la acompañaban llegan a los
oídos del Hijo de Dios, del Hijo del hombre, a los de este Hombre que se
estremece en lo más profundo de su Espíritu, se conturba y se ahoga
esforzándose por sostener las lágrimas que casi le afloran a sus ojos divinos y
humanos. Dios se estremece con el dolor humano, le conmueve hasta su médula
divina el padecimiento del hombre. Esto es un misterio inexplicable. Cristo siente
como Hombre, siente un temblor en todo su cuerpo embargado por una emoción
que no puede contener. Con la voz quebrada, con un nudo en la garganta
pregunta:
“¿Dónde le habéis puesto?”.
“Ven y lo verás”, le dirán los amigos de Lázaro, y de camino hacia la
cueva donde se encuentra el cadáver, no puede contener su emoción y entre
breves sollozos entrecortados, Jesús llora la muerte de Lázaro, su amigo.
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Amiga lectora, amigo lector, ahora quizás toca hacer un alto en la lectura,
echarse para atrás en el sillón del despacho, de la mesa de trabajo, en el sillón
de la sala de estar de la casa y reflexionar sobre estas divinas lágrimas.
Me viene a la mente lo que a mí mismo me ha ocurrido con una situación
similar. Conocí al alcalde de un pequeño pueblo de mi tierra, Murcia-España, un
pueblo que se llama Sangonera la Verde. Yo era el Ingeniero de las obras que en
el pueblo se hacían, obras de tuberías y depósitos de agua potable. Mi buen
amigo Lucas tenía un cáncer de huesos en muy avanzado estado y yo le visitaba
con alguna frecuencia con el corazón enjuto por la compasión. Me daba una gran
pena. El, con una mente meridiana y lúcida, sabía que se moría y pronto. Yo
también lo sabía, pero hablábamos de otras cosas, del trabajo, de las obras, de
la política. Sus pies y sus manos parecían botas, sus extremidades estaban
hinchadas como globos que le obligaban a permanecer en una silla de inválido.
Yo le encendía un pitillo, un pitillo para él y otro para mí y hablábamos.
–¿Lucas eres creyente?
-Sí, Rafael, soy creyente, pero no me llevo bien con el cura de este pueblo
-¿Qué me dices, Lucas? ¿Qué ha pasado?
-Este joven ha puesto al pueblo en contra mía, es un hombre que está haciendo
mucho daño. No te lo puedo asegurar, amigo Rafael, pero mucho me temo que
este cura no es un buen cura, no puedo decirte más.
-Lucas, entonces ¿no te asiste nadie espiritualmente?
-Si, todas las semanas me visita un amigo que es sacerdote, párroco de otro
pueblo, que me confiesa y me da la comunión.
-Muy bien, Lucas. Mañana te regalaré un libro que trata de la Sábana Santa y
un Rosario. Te conviene rezar el Rosario todos los días que puedas. Adiós, Lucas,
hasta mañana.
Al día siguiente le llevé lo prometido, otro cigarro, una buena conversación
y hasta la vista. Cierto día, muy poco antes de morir Lucas, tuve que hacer
varias gestiones en otras obras, en otros lugares de Murcia. Se me hizo tarde y
montado en mi “citroen dos caballos” me dirigía a mi casa con una gran fatiga.
Ya anochecía, pero conforme iba llegando me remordía la conciencia por dejar
ese día de ver a mi amigo enfermo. Estaba agotado pero no pude parar el coche
en la puerta de mi casa, me encaminé hacia Sangonera la Verde casi
maquinalmente y ya de noche me llegué a la casa de mi amigo.
-Hola Lucas, tú no sabes lo que me ha costado llegar hoy hasta aquí.
El, con la voz grave y una serena sonrisa, me sorprendió con estas palabras:
-Rafael, aunque ya se ha hecho de noche yo sabía que tú, hoy, vendrías a
verme, estaba seguro que vendrías.
Se hizo el silencio, puso sus ojos sobre mí con una mirada que no olvidaré
jamás. En silencio saqué el tabaco de mi cazadora, le encendí un cigarro, me
encendí otro y dando una profunda calada, puse mi mano sobre la suya hinchada
como una bota y le dije:
-Amigo mío, ¿cómo te encuentras?
Lucas no me contestó, su rostro me pareció triste pero con una inmensa
paz y serenidad, parecía que se estaba despidiendo de mí. De buena gana me
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Autobiografía de Jesucristo
hubiera puesto a llorar, sin embargo “haciendo de tripas corazón”, me puse a
hacerle preguntas sobre su ejercicio como alcalde, sobre la limpieza del sufragio
universal, sobre la verdad y la mentira de la política. Me dijo que yo era un
inocente ciudadano lejos de entender los entresijos de esta actividad que se
mueve en un mundo de ambición, de cinismo y de mentira. Lo abracé y le dije:
-Lucas, mañana no puedo venir. Volveré dentro de tres días, el día de tu Santo.
Adiós.
Cansado pero con enorme satisfacción me volví a casa. Dormí de un tirón.
Al día siguiente a trabajar. No me acordé de mi amigo Lucas. Al otro día, otra
vez a trabajar. Por la mañana, de casualidad, cae el periódico local en mi mano.
Estoy tomando café y pasando distraídamente las hojas de la prensa y de pronto
se me subió la sangre al cuello. En las páginas interiores aparece una pequeña
noticia. “El alcalde de Sangonera ha fallecido, después de una larga y penosa
enfermedad, esta madrugada. El entierro será a tal hora”. Mi amigo, se murió el
17 de Octubre de hace ya más de 30 años, un día antes de su Santo. Con prisa
cogí el coche y con prisa llegué hasta el pueblo donde estaba el cadáver de mi
amigo. Entré en su casa llena de gente. Llegué entero, con dominio de mí
mismo, pero al verme la hija de Lucas prorrumpió en un llanto sin consuelo que
me partió el alma, pues a gritos decía:
-¡Pobre padre mío, aquí está el ingeniero cuyo nombre, Rafael,
pronunciaste antes de morir!
Sentí un estremecimiento por todo mi cuerpo, apreté los dientes, quise
sujetarme pero cuando vi a mi amigo amortajado comencé a llorar como jamás
he llorado. Me salían las lágrimas como ríos incontenibles y con voz quebrada me
lamenté diciendo:
-No me has esperado, amigo Lucas, te has ido sin que yo me despidiera
de ti. ¡Cuanto lo siento, amigo mío!
Lloré por la impresión que me produjo el lamento de la hija de Lucas a la
vez que contemplaba la imagen del cadáver de mi amigo. No pude evitar
conmoverme porque además sentí que algo de mí se había muerto. La muerte
me hizo llorar, se me anticipó la visión de mi último destino en este mundo.
Asumí, quizás, por primera vez en mi vida que así me verían mis seres queridos,
cuando Dios disponga llevarme con Él para siempre. Conocí a mi amigo Lucas
sólo unos meses, no más de seis o siete, pero su amistad es un tesoro que
guardo con todo el cariño del mundo. Al poco fui trasladado a otros lugares de
España para seguir ejerciendo mi profesión en la ejecución de obras. Me llegaron
noticias de Sangonera la Verde. El cura se casó con la maestra del pueblo.
Quizás, mi amigo, desde el cielo, intercedió por sus paisanos y quiso Dios que
otro pastor, un buen sacerdote, se hiciera cargo de los habitantes de este pueblo
cuyo alcalde me ganó el corazón para siempre.
Amiga lectora, amigo lector, ahora me vuelvo al relato evangélico y
comprendo mejor las lágrimas de Jesús, las lágrimas de este Hombre con
sentimientos como los míos por la muerte de un amigo y la certeza de que esa
muerte también se consumará en El y en mí. El Evangelio, anteriormente, ya nos
ha mostrado que el Señor con solo quererlo y a pesar de estar a distancia, en
otro lugar, pudo curar a Lázaro, justo, si hubiese querido, en el momento de
recibir el mensaje de sus hermanas. Esta no era la voluntad de su Padre, esta no
era su Voluntad. Dios dejó a la naturaleza que siguiera su curso en la penosa
enfermedad de Lázaro y como consecuencia muere y es enterrado. Dios tenía
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otros planes que no eran los de Marta y María. Hemos contemplado, con suma
tristeza, las lágrimas de un Hombre y nos hemos identificado con Él.
Continuamos y nos disponemos a ser testigos de un acontecimiento inaudito.
Jesús llega hasta la cueva funeraria cuya entrada estaba tapada con una losa,
está estremecido, a su alrededor hay mucha gente, a su lado Marta y María y
de pronto dice:
“Quitad la piedra”.
El corazón de Marta se acelera en grado sumo, no puede reprimirse, “¿qué
va a hacer este Hombre?”, está aturdida y le salen estas palabras:
“Señor, ya huele mal, que es muerto de cuatro días”.
Mientras se oye el sonido ronco y lento del roce de la piedra con la roca,
Jesús se dirige a Marta:
“¿No te dije que, si creyeres, verás la gloria de Dios?”
La cueva está expedita, la piedra corrida, de dentro se desprende un olor
húmedo y nauseabundo. La gente está petrificada, no se pierde detalle. ¿En qué
va a quedar esto? En un silencio sepulcral se oyen las palabras de Cristo mirando
al cielo y con los brazos alzados:
“Padre, gracias te doy porque me oíste. Yo ya sabía que siempre
me oyes; mas lo dije por la muchedumbre que me rodea, a fin de que
crean que Tú me enviaste”.
Cristo invoca a Dios como Padre Suyo que siempre lo escucha. Afirma tal
verdad para que a su vez lo oiga la muchedumbre que lo rodea. Se dispone a
ejecutar un acto divino que consumará con el pronunciamiento de unas palabras
humanas oídas y entendidas por oídos humanos, de los hombres y mujeres
testigos presenciales de este inaudito acto cuya verdad histórica se ha
transmitido y se transmitirá de generación en generación hasta el final de los
siglos, una verdad objetiva e irrefutable en virtud de la cual Jesucristo reclama la
Fe de cualquier hombre que se de por enterado de este acontecimiento
comprobado y cierto y por tanto reclamar la Fe en que el Dios, en el que nos
movemos y existimos, ha enviado a su Hijo al mundo para que todo el que crea
en El alcance la vida eterna. Ahora, Cristo, se vuelve hacia la entrada de la cueva
funeraria y a voz en grito que sonó como un trueno en el oído de los presentes
dijo:
“¡Lázaro, ven afuera!”
El difunto salió a la vista de todos, atado de pies y manos con vendas, con
un sudario que le envolvía el rostro. Un escalofrío indescriptible recorrió la espina
dorsal de todos, se oyó una admiración como si fuera una sola voz que parece
oírse todavía en el espíritu de los que estamos leyendo este pasaje del
Evangelio. Un supremo estupor invadió el alma de aquellos privilegiados testigos
de semejante milagro. ¿Quién es este Hombre? Se preguntaban en lo más
íntimo de su razón y conciencia. Y nosotros, a dos mil años vista, nos hacemos
esta misma pregunta, pero… ¿quién es este Hombre?
Amiga lectora, amigo lector, estos son los hechos históricos, reales y
verdaderos que ponen a prueba la Fe en Jesucristo. ¿Qué más pudo hacer para
que creamos en su palabra? Esta pregunta se la hago a la lectora o al lector que
se considera no creyente o que se considera creyente y no practicante. Si ha
leído con atención, ahora es el momento de tomar una decisión que le va a
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Autobiografía de Jesucristo
poner en situación de elegir un comportamiento de cara al final de su existir en
este mundo. Amiga mía, amigo mío, tú puedes decirte a ti mismo: “Comprendo
que hasta hoy no he sido consecuente con la Fe que manifiesto profesar y acepto
el mensaje divino con el que Dios me interpela el alma, ordenando los
acontecimientos para que yo haya leído y entendido este portentoso milagro de
su Hijo y en virtud de lo cual me sale del corazón un “Padre mío, perdóname”
con el que vuelvo a comenzar tratando de practicar el amor con el
agradecimiento a quien me ha estado esperando toda la vida, gratitud a este
“Padre mío” que me ha hecho, por fin, reconocer al Hijo de sus entrañas que
tanto ha dado por mí”.
Pero también te puedes decir: “He leído, he entendido, no tengo duda
alguna, considero con toda mi razón e inteligencia que este hecho ejecutado en
determinado tiempo y en determinado lugar, es un hecho verídico incuestionable
y del cual solo se puede sacar la consecuencia de que este Hombre, Jesucristo,
consumó una resurrección de un muerto ya podrido, una facultad que considero
absolutamente imposible que se pueda dar en otro hombre. Sé a ciencia cierta
que no ha habido, ni hay, ni habrá hombre alguno que en virtud de su propia
facultad y por sí mismo sea capaz de hacer volver a la vida el cadáver
corrompido de otro hombre. Por tanto asumo la divinidad de Jesucristo, acepto
con absoluta libertad y con plenitud de conciencia, de facultades psíquicas y
morales, que Jesucristo es el Eterno Hijo de Dios. Sin embargo con la misma
voluntad soberana, con el mismo libre albedrío, escojo mi estado de tibieza o de
consumada beligerancia contra Dios, contra su Hijo, contra su Iglesia, me niego
a creer en lo que está meridiano como la luz del sol y por tanto acepto desde ya
mi posible condenación porque es lo que quiero”.
¿Se puede dar en cualquier persona actitud semejante? Pues sí, se puede
dar y de hecho se da en una medida desconcertante, en un misterio de iniquidad
inexplicable, en una medida incomprensible para la razón de un bien nacido.
La vida de una mujer, de un hombre con relación, por ejemplo, al tiempo
que los científicos especulan sobre la edad del ser humano es un instante. En la
era Antropozoica, apareció realmente el hombre (el Homo neanderthalensis y el
Homo sapiens) y de este comienzo nos separan 3 millones de años. De la
formación del planeta tierra, en el periodo Precámbrico, nos separan 4.600
millones de años. En el marco teórico del Big Bang, al Universo se le atribuye
una edad de entre 14.000 y 20.000 millones de años. Supongamos 100 añitos
de vida en este mundo. ¿Qué supone esta edad con las cifras anteriores? Es
evidente y no te descubro nada amiga lectora, amigo lector, que cualquier ser
humano asume, en lo más profundo de su ciencia y conciencia, que estas cifras
son menos que nada comparadas con la eternidad, así como suena, la
eternidad, la misma en la que fijas tu alma, a la hora de la muerte, en
sus buenas o malas disposiciones.
Amiga mía, amigo mío, la vida es solo un suspiro, lo que dura el tiempo de
decir: “Te odio con toda mi alma, Padre mío”, o decir: “Te amo con toda
mi alma, Padre mío”. Cada cual elige, con plena libertad, su destino eterno y
con esto he terminado. Si este artículo no te ha gustado, no te convence, no te
interesa entenderlo, ya es tarde. Te avisé al principio. Ahora Dios está a la
espera de tu respuesta, quizás no tengas otra oportunidad.
PD. Amigo Lázaro, al final del tiempo, en ti se dará una verdad con la que Dios Padre
glorificó a Dios Hijo. Has tenido que morir dos veces y dos veces serás resucitado.
Tengo muchas preguntas que hacerte, pero esto lo dejamos para otra ocasión.
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Autobiografía de Jesucristo
El Divorcio
y la
Soledad
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Autobiografía de Jesucristo
El parto de
una Mujer
singular
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Autobiografía de Jesucristo
nacer a mis cinco hijos y a mis seis nietos, de una manera natural. Otras muy
buenas especulaciones, son producto de nobles y piadosas imaginaciones que no
se ajustan a la realidad.
María conoce su destino y el lugar donde debe nacer su Hijo, el Hijo de
Dios. María consuma la voluntad de Dios y ejerciendo libremente, al dictado de
su razón, escoge el momento oportuno para viajar a Belén sin saber, quizás, que
su Niño nacería en un pesebre en virtud de una situación que Ella no esperaba.
Así, pues, pudiera confirmarse que la causa por la que Jesús nace en Belén se
debe a su Madre y por la que nace en un pesebre al edicto de César Augusto que
propició no haber lugar en la posada.
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Autobiografía de Jesucristo
El silencio
del mejor
marido
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Autobiografía de Jesucristo
esto fue así, doy por hecho que no ocultaría a José el motivo del viaje, y si no le
ocultó el embarazo de su anciana prima ¿por qué le iba a ocultar la realidad del
suyo?, ¿por qué le iba a ocultar, al hombre de su alma, a su marido, que
había concebido sin concurso de varón?
José, escuchó, vió y reflexionó. Escuchó a la Mujer de su alma y la creyó.
Después pudo contemplar con sus propios ojos la evidencia sorprendente del
nacimiento de un niño del vientre anciano de una mujer anciana. Escuchó las
palabras de Isabel, que se dirigía a María como la Madre de su Señor. Reflexionó
de la manera que un hombre justo y bueno puede reflexionar. No pone en duda
la integridad virginal de su esposa María, sabe que en el bendito vientre de su
Mujer hay engendrado un Niño por obra del Espíritu Santo que es el Hijo de su
Dios y el Hijo de su Mujer, ¿qué hace él en este portentoso acontecimiento?
Este es, a mi juicio, el fundamento de las zozobras de José, pues no entendería
otros pensamientos en la mente de un marido bueno al que Dios le concede la
mayor dignidad posible en un hombre. Otra cosa será que otros no lo entiendan,
pero esto es materia opinable y cada cual puede quedarse con la interpretación
que más se acomode a su leal saber y entender, siempre y cuando no esté en
contradicción con el Magisterio de la Iglesia Católica.
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Autobiografía de Jesucristo
Extrema
humillación
de una
mujer
Jn1-11 La mujer adúltera (APARTADO 5.13 DEL LIBRO)
Al contemplar, como ser humano, este patético drama, comprendo con profunda
pena lo terrible que es para la mujer de siempre verse sometida al juicio del
varón de siempre. El adulterio es un pecado muy grave que trasciende a la
persona que lo origina. Se hace daño a sí misma y a otras que, quizás, incluso se
hundan en mayor decrepitud moral. Al final se responde de tus actos y de sus
consecuencias en otras personas que se ven afectadas. La cultura judía de
aquellos tiempos era “inmesiricorde” con la mujer convicta de adulterio, que
pagaba con la muerte por lapidación, a manos de hombres, que sin embargo
indultaban al varón solo por el hecho de ser varón. La cultura de hoy, incluso en
el mundo civilizado, no anda lejos de esta arbitrariedad y así, como si con
nosotros naciera, se le atribuye a la mujer una facultad muy superior a la del
hombre para soportar la tentación de una pasión y esto es una deplorable
injusticia.
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Autobiografía de Jesucristo
atrios del Templo de Jerusalén, estos mismos ojos que al contemplar el
lamentable estado de esta pobre mujer se clavarán en el suelo con pudor divino.
Jesús no responde, sigue sentado y con sus ojos fijos en el suelo. El silencio
eleva la expectación de la multitud. ¿Cómo saldrá de esta encrucijada? Si asiente
con la Ley de Moisés, esta mujer será lapidada y entonces ¿en qué quedaría su
fama de misericordioso y perdonador de pecadores? Por el contrario, ¿en qué
quedaría su prestigio de Maestro y Taumaturgo si, como judío que es, asiente
con el incumplimiento de la ley mosaica? Solo se oye el sollozo de la pobre
mujer, todas las miradas están fijas en Jesucristo que incorporándose se encara
con sus adversarios a los cuales dice:
Todos y cada uno de estos hombres, decididos a lapidar a esta mujer, perciben
que sus impurezas quedan al descubierto, se avergonzaron de si mismos porque
sus conciencias dejaron al desnudo la decrepitud moral de sus corazones
emponzoñados. Solo se oye el sonido de las piedras que caen de sus manos al
suelo y se marchan. Para Dios nadie está perdido, la Misericordia divina siempre
está dispuesta a dar otra oportunidad.
Para el hombre, el juez más severo y sin piedad que le puede juzgar es el propio
hombre.
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Autobiografía de Jesucristo
¡He
perdido a
mi Hijo!
San Lucas toma nota, al dictado, de la única persona que podía conocer
este acontecimiento. Le informa, directamente, la Mujer que lo ha vivido y lo ha
sufrido. Con todo detalle y en pocas palabras, la Virgen María relata al
evangelista aquello que, desde años, guardaba en su precioso Corazón.
Amiga lectora, ¿Has perdido alguna vez a una hija o a un hijo pequeño?
¿Podrías explicar lo que sintió tu corazón de madre? ¿Te imaginas lo que padeció
esta Madre durante tres días?
Con la boca seca, el rostro con el color de la cera y la sangre helada en las
venas, esta Madre busca a su Hijo con angustia en el alma y con preguntas a los
demás y a sí misma sin respuesta. ¿Dónde está mi Hijo? Un día es largo para
buscar al Hijo perdido, pero una noche, a solas con tu imaginación, es una
eternidad insufrible. ¿Por qué, Padre mío, tuvo que pasar esto a la Madre mía?
Por fin, el nudo se suelta y quien medita este pasaje se complace en el
encuentro de esta hermosa Madre con este hermoso Hijo. Yo que soy marido y
padre, ahora, que el Niño y la Madre se abrazan, pongo la mirada en la figura de
José y contemplo los brazos de un hombre noble que estrecha sobre sí, en un
solo abrazo, al Amor y a su Madre.
”Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira que tu padre y yo,
angustiados, andábamos buscándote”.
Observe, quien lea, que la iniciativa es de la Madre, pero con la
inteligencia singular, de una Mujer singular, deja constancia al Niño del
sufrimiento común de una Madre por antonomasia y de un padre no progenitor
pero no por ello menos padre sufriente que el mejor padre natural que pueda
existir. María y José, conocen la Paternidad de este Niño y ahora él mismo se lo
va a ratificar:
"¿Pues por qué me buscabais? ¿No sabíais que había Yo de estar en casa
de mi Padre?"
Si su Madre le estaba haciendo referencia de José como su padre ¿a qué
Padre suyo se refiere el Niño? No cabe duda, amiga lectora o lector, que tú ya
has entendido de que estamos contemplando al Hijo de Dios interpelando a
nuestra inteligencia, a nuestra razón, a nuestra Fe. El Dios en quien me muevo y
existo ya comienza a mostrárseme meridiano como la luz del sol que me da vida,
empieza a mostrárseme ¡como un Niño!
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Autobiografía de Jesucristo
La mujer
encorvada
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Autobiografía de Jesucristo
La
omnipoten
cia de una
madre que
sufre
Mt.15,21-28;Mc.7,24-30 “Sana Jesús a la hija de la cananea”
(APARTADO 5.02 DEL LIBRO)
Al comenzar el tercer año de su vida pública, Jesús decidió marchar a las tierras
de Fenicia. Una mujer de aquellas tierras tenía noticias del poder de este Judío al
que se le conocía por el Hijo de David. Era madre de una hija y de un inmenso
dolor, pues su pobre niña padecía de una endemoniada enfermedad. Esta mujer
sabe que Jesús está en la Decápolis y decide llegarse hasta el Taumaturgo de la
Judea para suplicarle la curación de su hija, con una Fe tan grande como su
angustia.
Estas son las palabras que se repetían como lamentos a gritos por una mujer no
judía cuya Fe solo es comparable con la de otro personaje también gentil y no
judío, el centurión de Cafarnaúm. Ambos dejarán estupefacto al Hijo de Dios,
que se sorprenderá de la seguridad con la que sus interlocutores le demandan un
milagro que será consumado a distancia, sin presencia de los afectados, con el
simple asentimiento de su voluntad humana y divina. Con desmedida
perseverancia, esta mujer, alcanza al Señor que buscaba, ya dentro de la casa a
donde iba y precisamente no la recibe con los brazos abiertos. Con todo el peso
de su amargura, esta madre, sin ningún respeto humano y quizás, sin ninguna
lágrima porque ya las había agotado todas, se echa a los pies de Jesús diciendo:
“¡Señor, socórreme!”
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Autobiografía de Jesucristo
de su Padre Dios, con unas palabras tan duras como grande fue la necesaria
impertinencia de esta madre, sin más esperanza para la curación de su hija que
el arrancar de este Hombre el favor que por lo demás no parecía estar
determinado a concederle. Sin perder el ánimo, esta mujer parece conocer, más
o menos de antemano, que su Interlocutor estaba reticente a concederle
semejante demanda. Ella, que no era judía, podía esperar las lacerantes
palabras de Cristo a las cuales contesta con otras que evidencian un prodigio de
humildad, unas palabras pronunciadas con la sencilla espontaneidad de una
madre sirofenicia y quizás algo de ellas lo traía ya preconcebido desde lo más
profundo de su alma. La respuesta que oye Jesús de boca de esta cananea le
maravilla. No veremos a Cristo en otra circunstancia que manifiestamente le
sorprenda más que le sorprenden la Fe y las palabras de esta mujer:
“¡Oh mujer, grande es tu fe!; por eso que has dicho, hágase contigo
como quieres; anda, ha salido de tu hija el demonio”
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Autobiografía de Jesucristo
La viuda
de Naím
¿Qué es morir?
La muerte es lo contrario a la vida, es la concreta evidencia del
contraste entre el movimiento y la quietud permanente, entre la actividad vital
de un ser humano y la desagradable presencia de un cadáver cuya temperatura
se enfría progresivamente y del que ya no podemos obtener respuestas,
sensaciones o impulsos fisiológicos. En resumen se ha perdido la comunicación
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Autobiografía de Jesucristo
por completo, es decir, se asume, desde que el hombre es hombre, que esta
persona se ha ido para no volver jamás, porque la experiencia nos asegura que
lo que estamos viendo es “algo” y no “alguien”, “algo” que se corrompe por
momentos y termina siendo nada o a lo sumo polvo en el polvo.
Desde el punto de vista médico, ético y legal solamente se aplica el
principio de muerte como estado contrario a la vida, esto es, pérdida de la
fuerza sustancial que incluye la desaparición de la actividad interna de
crecimiento y desarrollo, así como la ausencia de la actividad externa que
permite interrelacionarse con el medio externo. Todo con los consecuentes
efectos de pérdida de independencia, de capacidad de adaptación, de
reproducción, finalizando así su lapso de existencia de autonomía y
autopreservación temporoespacial.
La muerte viene precedida por la agonía, que es como un sinónimo de
combate, de lucha, aunque no implique necesariamente la posibilidad de victoria.
Es simplemente la última etapa antes de morir. Puede ser larga, corta o
fulminante en función de su medida en el tiempo, pero en la escala subjetiva del
sufrimiento puede ser asumida con la serenidad de quien se dispone a cruzar el
umbral de una invisible puerta que se abre a la otra vida, en la que siempre ha
creído y para la cual se ha preparado durante toda su existencia. Hasta que su
razón no le abandona tiene conciencia de que se marcha de este mundo con sus
obras y con su Fe, esta Fe que le asegura que va al encuentro de un Padre, de
un Dios que es Dios de vivos y no de muertos. Por el contrario, el inevitable
sufrimiento de la agonía se presenta como última etapa de la desesperanza de
aquel que no cree. Para esta persona, sin Fe, todo se ha acabado, se dispone a
entrar en la infinitud de la nada, se va solo a lo desconocido y digo que cruza en
solitario el umbral de la invisible puerta, anteriormente mencionada, porque no
quiere que le acompañen sus obras, esas mismas que le asaltan a la conciencia
que ahora la vive más despierta que nunca.
Dios es imprevisible e inescrutable pero sus designios son de infinita
misericordia. Se lleva al alma de toda mujer y todo hombre, justo en la hora
oportuna, ni antes ni después de cuando más gracia le asiste en el desenlace
final de su vida.
La muerte de un marido o de una esposa es perder el apoyo básico, del
compañero o compañera de la vida, en las fatigas y en las ilusiones del vivir
común de la existencia. Sin esa carne de tu carne, el sufrimiento merma la
facultad de superar los posibles desequilibrios físicos y psíquicos que en
definitiva acortan la vida del que queda. Sin embargo cuando hay hijos que
todavía dependen de ti, aunque el dolor y el recuerdo te anuden el corazón, no
tienes más remedio que gastar la parte de vida que te resta en la asistencia y
cuidado de este patrimonio común del que se fue y de la que se quedó.
Amiga lectora, ahora es a ti a quien le demando atención. Damos por
hecho que esta mujer de Naím, viuda, conoció este doloroso trance, padeció la
muerte de su marido. A la vista está, también, la muerte de su único hijo. Ahora,
para tratar de llegar al fondo de su inmensa pena debemos saber que:
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Autobiografía de Jesucristo
La muerte de un hijo o una hija, de un amor infinito, es una de las
experiencias más duras, difíciles y dolorosas que puede sufrir un ser
humano.
Nada más elocuente para entender a esta viuda del Evangelio que poner
los ojos en la honda reflexión que hace una madre de hoy ante la muerte de un
hijo de cinco añitos, una madre de ayer, de mañana, de siempre:
”Empezar estas líneas ha tocado fibras profundas dentro de mí... cada instante
que me disponía a escribir, veía como mi pecho palpitaba aceleradamente y mi
respiración se acortaba. Finalmente, sentada frente a mi ventana, observando la
profundidad del mar y la oscuridad de la madrugada, tomé la pluma y me
dispuse a escribir... palabras inspiradas por el espíritu, transparentes y
humildes.
Sumergida en la tristeza en donde puedo ver, sentir y oler el dolor de no tener a
mi hijo a mi lado, me mueve el deseo de comunicar mis sentimientos,
reacciones, reflexiones y creencias, inspirada por el valor de irradiar esperanza a
aquellas familias que en este momento están padeciendo la desgarradora
experiencia de perder un hijo. Ojalá este rayito de luz ilumine a aquellos hogares
que tienen la fortuna de no sentir este vacío, tomando conciencia de nuestra
vulnerabilidad como seres humanos para así poder enfrentar el sufrimiento o la
muerte de los demás.
¡Cuántas veces hemos deseado fervorosamente una vida feliz, sin dificultades,
sin sufrimientos! Sin embargo, esa existencia es meramente utópica e
inhumana. Lamentablemente, nuestro existir está condicionado por la dificultad
y por alguna forma de sufrimiento. Se necesita valor para enfrentar el dolor que
causa la muerte de un hijo, se necesita el apoyo, hasta del que no nos
conoce, con su oración. Se necesita coraje para arrancar el miedo, un miedo
que invade, que paraliza, una tristeza que nos envuelve e inestabiliza, unas
culpas que se entierran como agujas por todo el cuerpo noche y día, añorando
cada amanecer de un nuevo día tener a ese hijo adorado con nosotros.
Mi hijito murió cuando tenía solo 5 años y medio... Esa noche llena de nubes
oscuras, con llovizna, mil preguntas llegaban a mi mente... ¿Sufrió antes de
morir? ¿Se asustó? ¿Cómo enfrentar la vida sin él? ¿Por qué a mi hijo le tocó
esto? ¿Qué mal he hecho yo para merecer esta desgracia? ¿Qué voy a hacer sin
mi hijito? Estas fueron, una y otra vez, las preguntas e imágenes que me
torturaban, rodeada de muchos seres queridos que deseaban aliviar mi dolor.
Doy gracias a esos abrazos, rezos, llamadas de preocupación y largas horas
escuchándome, que me permitieron sobrevivir esa primera etapa.
Enterrar mi hijo... despedirme, preguntarle a Dios dónde estaba mi pequeño:
"¿Esa vida eterna realmente existe?" "Si eres tan bueno: ¿Por qué te lo
llevaste?..." "Permítele a la Virgen tenerlo en sus brazos". Mi corazón se
me desgarraba, no podía llorar, sentía que el dolor encarnado en mis entrañas
no iba a salir. Sentía que no iba a poder vivir. Quise estar a su lado, sentí que
había fracasado como madre, cuestioné la existencia misma de la vida, se
desmoronaban mis cimientos, mis valores, mis creencias. Mi familia, sin mi hijo,
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Autobiografía de Jesucristo
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Autobiografía de Jesucristo
Las
lágrimas
del amor
Lc.7,36-50 Una mujer unge los pies a Jesús (APARTADO 4.11 DEL
LIBRO)
Con cierto sobresalto nos metemos de lleno en un acto dramático que solo relata
San Lucas. Un fariseo rogaba a Jesús que viniera a su casa a comer con él. El
Evangelio nos indica que el nombre del fariseo es Simón, sin embargo no dice el
nombre del lugar donde suceden estos hechos, ni tampoco nos da el nombre de
la mujer, solo nos informa de que tal mujer era conocida en la ciudad por su
conducta pecadora.
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Autobiografía de Jesucristo
de Betania, de cara al final de los días de Jesucristo en este mundo, me harán
recordar la actitud de la mujer que nos acaba de ganar el alma. Amiga lectora,
amigo lector, no puedo evitar manifestarte que estoy profundamente convencido
de que actos de amor de esta naturaleza solo se pueden dar en el corazón de
una mujer, y digo de una mujer porque difícilmente se puede dar en un hombre,
y digo de una mujer, expresándome en singular, porque me es imposible
entender que esta mujer, María de Betania y María Magdalena no sean la misma
persona.
Una mujer
con seis
maridos
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Autobiografía de Jesucristo
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Autobiografía de Jesucristo
Mujer
heróica,
mujer
perversa
Mt.14,3-12; Mc.6,17-29 Martirio de Juan Bautista (APARTADO 4.30 DEL
LIBRO)
En una mujer se puede dar el acto heróico más grande que pueda concebirse en
la raza humana. Su valor supera con mucho la actitud del varón ante
acontecimientos que pongan en riesgo la vida. La mujer durante el embarazo y
sobre todo en el parto, pone todos sus órganos vitales al límite de sus
posibilidades funcionales, un fallo en cualquiera de ellos supone la muerte
fulminante, se juega la vida, así como suena, se juega la vida o por lo menos la
salud, su integridad física y algunas veces psíquica. ¿Qué hombre estaría
dispuesto a pasar por este episodio? La Historia Sagrada nos muestra mujeres
que con su valor salvaron pueblos enteros. A la hora de la verdad, El Evangelio
nos presenta a tres mujeres con el mismo nombre, María, la de Nazaret, la de
Magdala, la de Cleofás, al pie de un madero en forma de Cruz donde se ha
ajusticiado a un Hombre con el que le dan patética muerte. Con ellas se
encuentra un joven varón, Juan. ¿Dónde están los hombres maduros en quienes,
supuestamente, se dan las virtudes heroicas?
Un ser con semejante inteligencia a la del sujeto humano, que observara desde
otro mundo el comportamiento de la mujer y del hombre, quedaría admirado
ante el amor inconmensurable que una madre es capaz de ejercer sobre la hija o
el hijo de sus entrañas al que transmite su propia vida poniendo en juego todas
sus facultades, poniendo en juego la vida misma con la que ella existe. Pero
también, este ser de otro mundo quedará estupefacto de la suprema maldad que
puede generarse en un corazón femenino. Con perplejidad indefinida constataría
que precisamente en la mujer se da el más alto grado de perversidad que pueda
darse en el ser humano. La voluntad de una mujer al servicio de Satanás lleva a
cabo actos de tal magnitud diabólica que se escapan a la interpretación con la
inteligencia de varón. La mujer está sometida a la tentación del demonio desde
el principio de su existir en este mundo y a través de ella y por ella el hombre
también se ha visto en trance de cometer insospechadas barbaridades de las que
nadie está exento de consumar. A un hombre, Satanás le puede tentar de
manera directa, pero en algunos casos, el Averno se vale de la mujer, que ya
tiene dominada, para conseguir, si puede, la perdición de un hijo de Dios.
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Autobiografía de Jesucristo
Con premeditación y alevosía va rumiando la oportunidad de acabar con la vida
“del profeta más grande nacido de mujer”. El día ha llegado, es el cumpleaños de
Herodes, el hombre con el que convive en adulterio, denunciado públicamente
por su despreciado delator, Juan Bautista. Conociendo el depravado corazón de
Herodes, adorna a su hija para presentarla con estudiada sensualidad a los ojos
podridos del rey y sus invitados. La maquinación satánica de esta madre sin
escrúpulos da el resultado esperado y por fin se consuma su venganza ilimitada,
el más grande nacido de mujer es decapitado por la maldita voluntad de otra
mujer.
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Autobiografía de Jesucristo
Nacer de
nuevo
Dios crea al primer hombre, a la primera mujer, por pura iniciativa suya, los
crea a su imagen y semejanza. Cuando el hombre despierta de su primer sueño,
contempla lleno de admiración a la mujer que Dios generó de una costilla suya y
lleno de gozo exclamó:
“Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne” (Gén
2,23)
Esta afirmación del primer hombre ya no volverá a tener sentido en ningún
otro hombre, porque el siguiente varón será consecuencia de la unión de un
padre y una madre. A partir de aquí todo ser humano es consecuencia de un
acto procreador entre un hombre y una mujer y por lo tanto la frase: “Este si
que es carne de mi carne, sangre de mi sangre y huesos de mis huesos”,
solo se le puede atribuir, con propiedad, a una madre con respecto a la hija o al
hijo de sus entrañas.
A partir de que Dios decide disponer de la mujer como medio,
soberanamente libre, para multiplicar la raza humana, el hombre nace cuando
Dios quiere y cuando la mujer quiere. Dios dota al cuerpo de la mujer de unas
cualidades de reproducción perfectas. La mujer da a luz un ser humano que es lo
más perfecto de la creación. Pero a la mujer también se le dota de un alma en
virtud de la cual, como el hombre, se hace semejante al Creador que la crea, es
decir, semejante a Dios. En el ejercicio de las potencias de esta alma, de su
entendimiento y de su voluntad, la mujer se hace fértil para la vida y con la
imprescindible colaboración del varón engendra, ni más ni menos, que un ser
humano, una hija o un hijo de Dios, que es lo más noble y lo más grande y
perfecto que puede generar su naturaleza de mujer.
Hay un dicho popular que dice: “El hombre propone y Dios dispone”. En la
mujer, la secuencia se invierte cuando se trata de engendrar una nueva vida:
“Dios propone y la mujer dispone”. Si Dios quiere pero la mujer no quiere, de
esta posible madre no nacerá el hijo que Dios pretendía.
Dios, en su infinita sabiduría, ha querido asociar a Sí la libre voluntad de la
mujer y del hombre para que un ser humano sea una realidad tangible en la
creación, pero si la mujer no quiere no engendrará y en el más nefando de los
casos, si queda embarazada y no quiere al ser que lleva en sus entrañas lo
expulsa y no le da opción a la vida, frustrará la voluntad divina con el libre
ejercicio de su voluntad humana y ni ella, ni el hombre verán al hijo pensado por
el Amor divino antes de que el mundo viniera a ser.
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Autobiografía de Jesucristo
Se podría elucubrar con que este poder tan grande en la mujer, en este
caso, de generar una vida humana, la hace superior al varón y esto no es
verdad y así lo manifiesto sin más para no alargar esta reflexión. En la dinámica
con la que un hombre y una mujer generan un ser humano, en el mejor de los
casos, la mutua y leal entrega de ambos lo precede, en el peor de los casos,
el amor, casi siempre, lo pone ella y el egoísmo lo pone él. A partir de aquí, el
varón, en primera instancia, queda a la espera de las consecuencias de un acto
cuya razón de ser, quizás, no fue el mutuo consentimiento procreador. A partir
de aquí, a la mujer se le atribuye una responsabilidad inmensa si, porque así
Dios lo ha querido, engendró una vida con un alma ya desde el mismo instante
de su fecundación, un ser humano que en breve será hombre o mujer siempre
que ella lo acepte. Esta mujer, si solo ha sido objeto de deseo del varón, se
queda sola con su verdad y esta, su íntima verdad, es que ha de compartir su
salud, su vida, con el ser que lleva en sus entrañas. Sus facultades físicas e
incluso psíquicas se ponen en juego. Con mayor o menor apoyo moral, el camino
de su embarazo lo recorre ella sola y al final en un supremo acto de valor
humano pone en riesgo sus órganos vitales, se juega la vida, abriendo
inusitadamente sus entrañas para traer al mundo un hijo de Dios que también
es hijo suyo. Con este acto de ilimitada donación de sí misma, la mujer hace que
el rango del varón desaprensivo se eleve a su misma altura, es decir, el hombre
pasa de ser solo marido a ser marido y padre que es la fortuna más grande a
disfrutar en este y en el otro mundo. Pero además a la mujer le embarga una
emoción indescriptible. Ya no siente el dolor, ni el sudor frío, ni sus temblores, ni
sus temores, coge a la niña o al niño recién nacido lo pone sobre su pecho y de
su corazón de madre le llegan a sus labios estas palabras:
“Tú, hija mía, hijo mío, si que eres carne de mi carne y huesos de
mis huesos”
Se confirma un axioma universal que en clave sobrenatural se define con
esta afirmación: “La madre es al cuerpo del hijo como Dios es al alma del
hijo”. La madre llevará a su fin la realidad corporal del hijo, que engendra con el
concurso imprescindible del hombre de sus amores, genera el cuerpo y el Padre
Dios genera el alma. La mujer colabora con Dios, arriesga su vida, pero como
consecuencia de su generosidad propicia la consumación del acto más
importante del ser humano, traer al mundo otro ser humano que, en virtud de la
Fe en Jesucristo, tendrá la oportunidad de ser hijo de Dios, un hijo que no nace
por la voluntad del hombre sino por la Voluntad de Dios.
A partir de la creación de la primera mujer, Dios pide, valga la expresión,
como permiso a sus hijas para consolidar la raza humana. Dios pedirá permiso a
la mujer para traer un hijo o una hija al mundo, después, si así lo dispone, se lo
llevará sin contar con la voluntad de la madre Así caminó y camina la
generación del hombre con el simultáneo concurso del varón y la mujer, hasta
que, cuando se llegó a la plenitud de los tiempos, Dios determina hacer bajar del
cielo a su Hijo. Se escoge una Preciosa Jovencita judía a la que previamente
había preservado del pecado original. Esta Mujer se engendró en el vientre de su
madre ya Inmaculada, esta Mujer es requerida por el Padre Dios que pone a su
consideración la encarnación de su Hijo si Ella lo quiere. Dios espera la
contestación de una Mujer, ésta le confirma que acepta y el Dios Espíritu, el
Espíritu Persona que procede del Padre y del Hijo, también baja del cielo, la
cubre con su sombra, la fecunda y ¡atención! se queda dentro de Ella, y
diríamos, si para Dios hubiera espacio, que no se vuelve al cielo sino que se
queda allí, dentro de esta Mujer para siempre. Esta Mujer queda embarazada sin
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Autobiografía de Jesucristo
concurso de varón, así pues, el Cuerpo de Cristo será consecuencia de la
actividad celular del inmaculado cuerpo de María y de la acción invisible de un
Espíritu Santo, el Dios desconocido, que complementará la perfecta e integral
naturaleza humana de Jesucristo. A esta Madre más que a ninguna otra madre
posible se le puede atribuir la plenitud del significado literal de las siguientes
palabras:
“Hijo mío, Tú si que eres carne de mi carne, sangre de mi sangre y
hueso de mis huesos”
Cuando Jesucristo exclama en la sinagoga de Cafarnaúm: “El que come mi
carne y bebe mi sangre tiene vida eterna…” implícitamente está asegurando
que el que come su carne y bebe su sangre, (en la forma que un ser humano
puede hacerlo, es decir, en la forma de pan y vino consagrados que por efecto
de la Transubstanciación se transforman en la Persona de Cristo con su cuerpo,
con su sangre, con su alma y su divinidad) tiene vida eterna desde ya mismo.
Desde la Fe algo muy importante hemos de asumir, que al gustar la carne y la
sangre del mismo Cristo, estamos gustando la Persona de Dios con sabor a la
bendita carne y la bendita sangre de su Preciosa Madre, pues, como ya hemos
afirmado, en Ella, más que en ninguna otra mujer tiene plenitud de sentido la
frase: “Hijo mío, Tú si que eres carne de mi carne y sangre de mi
sangre”.
Como ya hemos expuesto anteriormente, el Espíritu del Padre y del Hijo,
este Espíritu Persona genera, sin concurso de varón, el embarazo de una Virgen
que al cumplir los ordinarios nueve meses de gestación, como todas las mujeres,
dará a luz al Autor de la vida, al Hijo eterno del Padre. Este Espíritu fecundador
de su Madre ya no la abandona, manteniéndola como en un estado latente para
manifestar otra universal Maternidad que se nos va a consumar en el Calvario.
La Virgen María, al aceptar ser la Madre de Dios se hace depositaria de la
Gran Promesa del Padre, ganada por la posterior muerte y resurrección de su
Hijo, de este Hombre que ha engendrado del Espíritu Santo. Este Espíritu, desde
Ella, tomará posesión del alma de la mujer o del hombre destinado para la vida
eterna, es decir destinados a ser hijo o hija de Dios y herederos de su gloria. Por
la muerte y resurrección de Jesucristo, la bienaventuranza del hombre o la mujer
es posible, nos ha hecho hijos de su mismo Padre y esta gracia sublime la
recibimos a través de su Madre, la Virgen María, la Medianera universal de todas
las gracias y tiene su comienzo en una filiación mariana, es decir, desde María y
solo desde María se llegará el Espíritu a aquel que fue escogido para gozar del
“cara a cara” de la visión beatífica que se nos promete a los creyentes.
Cuando el fariseo Nicodemo, de incógnito, por la noche, se llega a Jesús
para solicitarle información sobre su Persona y su doctrina, oye las siguientes
palabras:
”En verdad, en verdad te digo: si uno no fuere engendrado de nuevo
no puede ver el Reino de Dios”.
El Señor, en principio, le habla de un engendramiento que no es lo mismo
que un nacimiento. Por ideas comparativas con respecto a la procreación
humana, Cristo nos sitúa en el comienzo de una vida humana, en el mismo
instante de la fecundación de la mujer. Para que esto, en el terreno humano, sea
posible, se precisa del ejercicio de las respectivas naturalezas de la mujer y del
varón, consecuentes progenitores de un nuevo ser. Pero si uno ya ha nacido
¿cómo puede ser engendrado de nuevo?
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Autobiografía de Jesucristo
Nicodemo no capta el sentido de las palabras de Cristo. Obvia, por
imposible, el concepto de engendramiento, se sitúa en el siguiente paso,
nacimiento, y además lo pone más difícil porque le atribuye al supuesto ya
nacido la edad de un viejo:
“¿Cómo puede un hombre nacer si ya es viejo? ¿Acaso puede entrar
por segunda vez en el seno de su madre y nacer?”
Da por hecho de que para nacer primero hay que tener una madre, pero
también da por hecho que una vez nacido no hay más madre que la madre
biológica. Aquí la entrevista se pudo acabar, pero Jesús le seguirá interpelando,
haciendo uso de una paciencia divina, con unas palabras que Nicodemo puede oír
y no entender pero que sin embargo a dos mil años vista son palabras de vida
para nosotros. Le dirá:
“En verdad, en verdad te digo, quien no naciere de agua y Espíritu
no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que nace de la carne, carne es, y
lo que nace del Espíritu, espíritu es. No te maravilles de que te haya
dicho: “Es necesario que nazcáis de nuevo”. El aire sopla donde quiere, y
oyes su voz, y no sabes de dónde viene ni adónde va: así es todo el que
ha nacido del Espíritu.”
Los esquemas reflexivos de Nicodemo se circunscriben solamente a una
deducción racionalista, por tanto no sobrepasan la consecuente interpretación
materialista de las palabras de Jesús, no llega más lejos a pesar de ser maestro
de Israel. Jesús le razona desde una perspectiva espiritual que no hace uso de
los sentidos para tratar de hacerse entender. Cristo asegura la posibilidad de
nacer de nuevo a una vida nueva que ha de entenderse en clave de espíritu pero
tan real como el físico nacer biológico. Para el nacimiento biológico es condición
necesaria tener una madre que primero te engendre y después de sí misma te
aporte la materia con la que conformará tu cuerpo. Para este nuevo nacimiento
del Espíritu no se necesita una madre biológica. Por ideas comparativas pudiera
razonarse que para ejercer una nueva vida en el Espíritu, primero hay que ser
engendrado en este mismo Espíritu y posteriormente nacer de este mismo
Espíritu. Pero el Espíritu, por Sí mismo, no es una Madre en cuyas entrañas se
engendra un nuevo ser que en este caso es espiritual. El Espíritu es la Potencia
generadora que me transmite su esencia en virtud de un acto de Fe con el cual
no solo lo descubro como el Principio de mi nueva vida sino que además,
también por un acto de Fe, descubro que esta vida me viene dada desde dentro
de un seno materno en el cual este Espíritu está aposentado desde que la
persona que lo lleva, la Mujer, la Virgen María dijo si al Dios que la escogió de
entre todas las mujeres. Tengo que engendrarme de nuevo en el seno de esta
Madre y recibir la plenitud del Espíritu de la que Ella está llena y volver a nacer a
otra vida que el mundo no sabrá de donde me ha venido ni en donde acaba. El
hijo biológico deseado, antes de su uso de razón, sin voluntad, es producto del
ejercicio de dos voluntades, la de la madre y la del padre. También debo creer
que, como ser con otra nueva vida, de esta que me confirma Jesucristo, soy
consecuencia del acto de mi soberana voluntad y del acto de otras dos
voluntades, una es la del Dios Trinitario, Padre, Hijo y Espíritu Santo y la otra es
la voluntad de una Madre. ¿De qué Madre se trata?
Cristo dice que su Padre es Dios, dice a la Samaritana que su Padre es
Espíritu y los que le adoran en espíritu y verdad le deben adorar. Más tarde
cuando asegura que es el Pan que ha bajado del cielo dirá a los que se
escandalizan: “El Espíritu es el que vivifica; la carne de nada aprovecha.
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Autobiografía de Jesucristo
Las palabras que Yo os he hablado son Espíritu y son Vida”. Ya a poco de
expirar en la Cruz, mirando a su Madre, lleno de compasión hacia Ella, con la
pena sobreañadida de verla, gustando tan de cerca, la amargura suprema de
verle morir con extremado sufrimiento colgado y clavado a un madero, le dirá:
“Mujer, he ahí a tu hijo” y así mismo dirá a Juan: “He ahí a tu Madre”.
Amigo mío, amiga mía, esto es nacer de nuevo. Al llegar hasta aquí en la
lectura de esta Autobiografía de Jesucristo, del Evangelio Concordado, sutilmente
captamos que algo ha cambiado en lo más íntimo de nuestra alma, hemos sido
engendrados durante un indeterminado tiempo, el consumido mientras
meditábamos las palabras de Cristo que tantas veces nos han interpelado a la
razón, a la Fe, a la voluntad. Ahora en la más patética de las escenas del
Evangelio captamos que a una Mujer, en el límite de su padecer y amargura sin
fondo, le atribuyen la maternidad de un hijo que no es de su carne, ni de su
sangre y sin embargo sabiendo que en boca de Dios las palabras tienen el
sentido que expresan y no pueden considerarse metafóricas, creo que esta Mujer
captó, en su bendito Corazón de Madre, que todo su ser asumía al joven, que
tenía a su vera, como hijo de sus entrañas. A la luz meridiana de la razón y de la
Fe, el cristiano acepta con plenitud de conciencia que esta Mujer es, en sentido
literal, la Madre de Juan, que igualmente ha oído las palabras del Hijo de Dios
agonizante. Ambos perciben en lo más hondo de sus almas que son,
efectivamente, una Madre y un hijo, un hijo que ha nacido de nuevo de una
Mujer y un Espíritu Santo que permanece en Ella desde el mismo día que la
fecundó. Juan viene a ser el modelo de nuestra filiación divina y mariana
consumada en un nuevo nacimiento por el agua de nuestro bautismo y el
Espíritu, un Espíritu Santo que nos viene dado desde las mismas entrañas de una
Mujer, de una Madre de Dios que también es Madre mía. Esta Preciosa Madre
es María.
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Autobiografía de Jesucristo
Pedro, la
Roca, era
un hombre
casado
Mt.8,14-15; Mc.1,29-31; Lc.4,38-39 Sana Jesús a la suegra de Pedro
(APARTADO 3.07 DEL LIBRO)
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Autobiografía de Jesucristo
El Espíritu del Padre y del Hijo vuelve a actuar para consumar otra elección
trascendental, se escoge a otro hombre casado, un tal Simón, hijo de Juan,
pescador de Galilea al que Jesús, el Hijo de Dios, lo constituye como la Piedra, la
Roca donde se fundamentará la Iglesia. Pedro, conocedor de su oficio de
pescador, al poco de tratar a Jesús, es requerido por Este para lanzar de nuevo
las redes justo en la hora que de seguro, según su experiencia, no cogerá ni un
solo pez. En la noche, en periodo oportuno, se bregó y bregó y no se cogió un
solo pescado. Ahora de día ¿qué se va a pescar? La Persona de Jesús, el porte de
este Hombre subyuga el corazón de un experto pescador, recio y noble como es
Pedro. Cristo le atrae pero mantiene un distante respeto hacia su Persona en
virtud del conocimiento que tiene de sí mismo, de su condición de hombre de
este mundo, como cualquier otro hombre casado que ejerce su profesión en
medio de una sociedad materialista. Por este respetuoso afecto atiende a la
petición de este distinguido Joven que le sugiere echar las redes para pescar
cuando no hay peces que pescar. Las redes penetran en el agua y al poco se
llenan hasta rebosar de abundantes peces, tantos que las barcas se hundían.
Pedro, pegado a este Hombre, se contempla sumamente indigno de su cercanía.
Este noble pescador, percibe, hasta donde su capacidad espiritual le permite,
algo de la divinidad de Jesús. Por la cabeza de Pedro, Dios sabe lo que pasaría,
pero con lo que se queda, este hombre casado, es con la sensación de indignidad
que tiene de sí mismo para merecer la amistad de semejante Persona. Confuso,
desconcertado, lo que le sale de primeras es postrarse a los pies de Jesús y
ponerle en conocimiento de su miseria:
“Señor, apártate de mí que soy un hombre pecador”
Yo, que también soy hombre casado, que ejerzo mi oficio en las tareas de
la técnica, vivo como Pedro según la gestión de mi autónomo trabajo. Si trabajo
más, gano más, si trabajo menos, gano menos y si no tengo clientes a los que
servir paso dificultades. ¿Por qué? porque soy un hombre casado, con las
obligaciones del hombre que ha de mantener la casa, la familia. Entiendo,
perfectamente a Pedro y me identifico con él, ambos somos casados. El está en
el cielo y su mujer, también. Aquí en la tierra los dos fueron una sola carne, en
el cielo son dos espíritus a la espera de unirse cada cual con su cuerpo
resucitado al final del tiempo y con la gloria proporcionada a la correspondencia
de la gracia que recibieron en vida.
Dios, el Hijo de Dios, se hizo Hombre y al comenzar su vida pública se
escoge a un hombre normal, a un hombre casado para ser, ni más ni menos, que
el fundamento de la Iglesia. Pudo elegir a un fornido gladiador romano y no lo
eligió, a un gran filósofo e intelectual de la época y no lo eligió, pudo elegir a
Juan el Bautista, “el profeta más grande nacido de mujer” y no lo eligió, pudo
elegir al joven, sin compromiso conyugal, Juan, hijo de Zebedeo, al que tanto
amó y no lo eligió. Sorprendentemente eligió, simple y llanamente, a un
pescador de la Galilea, ciudad de gentiles, ciudad de gentes, diríamos, no muy
creyentes, un hombre normal, del mundo normal que vivimos los hombres
normales, un hombre casado, así como suena, uno más de los maridos que
ejercemos como tales en curso de nuestro pasar por este mundo.
Jesucristo, como Dios, amó a Juan y a Pedro con infinito amor, sin medida,
un amor que cae fuera del alcance de nuestra razón humana. Como Hombre,
amó a Juan y a Pedro con inmensa pasión pero de diferente manera. El amor de
Cristo hacia Juan culmina con las palabras testamentarias que pronuncia antes
de expirar con muerte de Cruz: “He ahí a tu Madre”. Así entrega Cristo a su
Madre al cuidado del discípulo que más amó, un hombre no casado que desde
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Autobiografía de Jesucristo
entonces solo vivió, con alma vida y corazón, al servicio y cuidado de tan
Preciosa Madre, de esta Madre tuya y mía, amiga lectora, amigo lector. Juan
ejerció el divino mandato, de manera exclusiva y excluyente, entregando su
alma y su cuerpo, todas su facultades a tan sagrada y sublime causa de ser hijo
que cuidara de esta bendita y divina Madre, de su Madre y Madre mía, la Virgen
María.
El amor de Cristo a Pedro es el de un amigo inefable con el que
compartes la ilusión de tu vida, el amigo con el que no hay secretos, el amigo al
que buscas y encuentras cuando lo necesitas, el amigo al que le pides que te
conforte en las horas amargas de la vida, el amigo que te comprende y aunque
no te comprenda te sigue ciegamente allí donde tú vayas, el amigo que va y que
viene allí donde le mandas, en definitiva, la persona con la que se complace tu
alma, ese hombre, que con independencia de su estado, le haces esta pregunta:
“Pedro, ¿me quieres?; ¿me quieres?, ¿me quieres?.....”
Solo Dios sabe por qué eligió a un hombre casado para ser la Roca, el
cimiento de la Iglesia. Un hombre casado está sometido a las presiones del
mundo tal y como lo están los no casados, sin embargo, al casado hay que
añadirle las angustias de sus responsabilidades como cabeza de familia que
tiene, por regla general, el ineludible deber de mantener a sus hijos y a la madre
de sus hijos. En este estado, en el de casado, el hombre está más expuesto al
sufrimiento, tiene que ejercer todas la virtudes humanas y aquí es donde pone a
prueba sus hechuras de hombre y precisamente, por esto, por ser hombre
casado, se evidencian, palmariamente, sus carencias, su debilidad y de esto
somos conscientes los hombres de mundo, los mismos que como Pedro, cuando
Dios nos requiere para alguna tarea apostólica determinada, nos sale del alma
suscribir las mismas palabras de Pedro:
“Señor, apártate de mí que soy un pecador”.
Hasta aquí he llegado con toda la verdad que interpreto de la lectura del
Evangelio. He contemplado a mi buen amigo Pedro con naturalidad, tal y como
se tratan dos buenos amigos. Entrar ahora en la polémica de que si los hombres
escogidos por Dios y por su Iglesia pueden o deben se casados en virtud de que
el príncipe de los Apósteles, muy probablemente, ejerció el mandato imperativo
de Cristo teniendo mujer, no es materia de esta reflexión, pero para que quede
meridianamente claro lo que piensa el autor de este artículo, al respecto
puntualizo:
1. Hoy, Dios escoge a sus hijos y les demanda alma, vida y corazón
indiviso sólo para El. Dios quiere Cristos, privilegiados varones y no mujeres, que
le sirvan a El y a todos sus hijos con el ejercicio de una santa vida sacerdotal
que no se puede compartir con una mujer ni con unos hijos.
2. La Iglesia Católica cumple con inmenso amor este mandato divino,
queriendo solo lo que quiere Dios. Camina hacia el encuentro de su Divino
Amado, Jesucristo, dirigida por su Magisterio que ni se equivoca ni se puede
equivocar, porque Dios la ha hecho Infalible en sus benditas enseñanzas.
3. Por último, el católico que suscribe, hijo de la Iglesia en la que vive y ha
de morir, solo quiere lo que quiere su Iglesia y lo que quiere su Dios.
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Autobiografía de Jesucristo
Vinculación
razonada
de dos
milagros
de
Mt.14,13-23;Mc.6,33-46;Lc.9,11-17;Jn.6,2-15 Primera
multiplicación de los panes
Al buscar la palabra “mujer”, el Programa Concordante me encaminó hacia
este milagro que es el único, en todo el Evangelio, en cuyo relato intervienen
los cuatro Evangelistas y cada cual lo hace según su personal interpretación de
un mismo hecho sobrenatural.
Al hilo de este trabajo sobre “La mujer en el Evangelio”, me he fijado en
algunos detalles que revelan datos con los que enjuiciar el supuesto trato de la
sociedad de aquel tiempo con la mujer de aquel tiempo. Veamos los versículos
de este pasaje donde de manera explícita e implícita se hace mención de ella:
Mt 14,21 Y los que habían comido eran como cinco mil hombres, sin
contar mujeres y niños.
Mateo es un discípulo que ha visto con sus propios ojos el milagro que
relata. Su Evangelio va dirigido fundamentalmente al lector judío, en general, al
posible converso judío a quien trata de demostrar que Jesucristo es el Mesías. El
destinatario principal de su mensaje es un hombre de raza judía, educado en una
sociedad no propicia a entender que una hija de Dios es tan dueña del Corazón
de su Padre como lo pueda ser el hombre más hombre por ser hombre.
Mi querido Mateo, ¿qué pretendes que se interprete cuando no tienes en
cuenta el nº de mujeres que comieron, como los varones, de este pan, que
milagrosamente se multiplicaba en las benditas manos de Cristo? Solo tú, en dos
ocasiones, nos informas del nº de varones, 5.000 en un caso y 4.000 en otro,
que se hartaron de comer el pan y el pescado, haciendo la observación de que
no se tuvo en consideración el nº de mujeres. ¿Eran más o menos que los
hombres? Pues yo creo, mi buen amigo Mateo, que esta puntualización hay que
entenderla en función de la forma de ser de tus incipientes lectores más que en
relación a la forma de ser de tu persona, porque de tu integridad y bien hacer
nos has dejado como muestra tu Evangelio, una Joya que brilla para siempre
como una Luz que lleva Vida en Sí misma. Solo un hombre de Dios, un hombre
noble puede ser el autor de semejante Escrito.
Lc 9,14 Porque eran como unos cinco mil hombres. Y dijo a sus
discípulos: Hacedlos recostar por ranchos como de cincuenta cada uno.
Lucas, el evangelista de la mujer, no hará de ella expresa referencia en este
pasaje. En su descripción, obvia elegantemente, el muy respetable nº de
mujeres que también se beneficiarían del milagro de Cristo. Este gentil médico
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Autobiografía de Jesucristo
no fue discípulo que conviviera con Cristo, no le conoció personalmente, sin
embargo redactó su Evangelio recibiendo información de primera mano de
aquellas mujeres que fueron testigos oculares de la vida de Cristo. La primera
Mujer de la que Lucas recibió información fue de la Virgen María. Mi buen amigo
Lucas es un hombre de notable cultura y amable trato, que empleó la cortesía y
el respeto a la mujer, como no se podía esperar menos de un caballero que
escribió el Evangelio de la Misericordia.
Mc 6,44 Y eran los que habían comido los panes cinco mil hombres.
Sabemos que Marcos escribe su Evangelio al dictado de Pedro. La
idiosincrasia de Pedro se manifiesta por la manera contundente con el que relata
lo que vieron sus ojos, lo que sus oídos oyeron y lo que tocaron sus manos.
Amiga lectora, amigo lector, observa como los anteriores evangelistas dan como
aproximado el nº de cinco mil los hombres que presenciaron el milagro de
Jesucristo. Observa así mismo como Pedro no da opción a la aproximación,
fueron cinco mil hombres, ni uno más, ni uno menos. “Dime como escribes y te
diré como eres”, esto bien se puede aplicar al Evangelio de Marcos y si damos
por hecho que el espíritu de Pedro está patente en esta sintetizada Escritura,
comprenderemos que jamás se ha descrito, con tanta realidad imperativa,
hechos de semejante trascendencia divina y con menos palabras. Mi buen amigo
Pedro, con respecto a la referencia de la mujer en este pasaje evangélico, está
en la misma línea de mi buen amigo Mateo. Escribe para una sociedad de su
tiempo no propicia a hacer intervenir a la mujer en los asuntos públicos que
supusiesen debate en la interpretación de las ideas con las que se pretendía
ganar la mente y el corazón de tus interlocutores. En Roma habían senadores y
no senadoras, en Israel habían doctores de la Ley y no doctoras de la Ley,
habían fariseos y no fariseas.
Jn 6,10 Dijo Jesús: Haced que los hombres se coloquen en el suelo.
Había mucha hierba en aquel lugar. Se colocaron, pues, los varones, en
número como unos cinco mil.
Amiga lectora, amigo lector, a la vista de este versículo de San Juan y
puesto que estamos contemplando el mismo suceso redactado por otros tres
evangelistas, no podemos evitar el hacer concatenación de datos que nos llevan
a las siguientes conclusiones:
a. San Juan tampoco hace mención al importante nº de mujeres y niños
que allí estaban.
b. Jesús manda que los varones se coloquen en el suelo en grupos
separados de 50.
c. Con 50 varones por grupo tendríamos 100 grupos.
d. Por lo que se aprecia en San Marcos también se formaron grupos de
100 que, probablemente, serían de mujeres y niños exclusivamente.
e. Los varones estaban en una zona y separadas, en otra zona, las
mujeres y niños.
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Autobiografía de Jesucristo
f. Posiblemente, contando con las mujeres y los niños, los grupos de 50
y de 100 personas que se formaron separados entre si, para poder
circular entre ellos, ocuparían una superficie superior a los 200.000
M2, es decir la superficie de 20 campos de fútbol.
g. En la distribución de estos panes y peces es posible que intervinieran
más de 150 discípulos de Cristo.
Ante estas deducciones, amiga lectora, amigo lector, nos surgen las
siguientes preguntas:
1) ¿Por qué el Señor quiso los grupos con solo varones separados
de los grupos con solo mujeres y niños?
2) Dice el Evangelio que el día comenzó a declinar, estamos hacia
la mitad de la tarde. Antes de que la noche se cerrara y viniera la
oscuridad consecuente, ¿cómo pudo distribuirse, en tan corto tiempo,
comida para tantas personas?
3) Un experto en acústica se preguntaría como fue posible que la
voz de Cristo llegara a los oídos de un gentío, probablemente,
cercano a las diez mil personas contando con las mujeres y los niños.
¿Cómo puede oírse la voz de un Hombre, sin megafonía, que habla,
sin gritar, a una multitud semejante, esparcida por una superficie de
20 hectáreas?
A la primera pregunta se puede responder con la sencillez del que sabe que
Dios conoce el corazón del hombre y el corazón de la mujer. El Señor interviene
con prudencia divina, con la prudencia de un Padre que conoce perfectamente a
sus hijos y a sus hijas.
A la segunda pregunta se contesta con el sentido común y a la vista de lo
que se lee entre líneas puede confirmarse que en las manos de Cristo se
multiplicaban los panes y los peces, pero también se multiplicaban en las manos
de sus discípulos que los repartían, sin agotarse, por los grupos de varones, de
mujeres y niños.
A la tercera pregunta se contesta con la Fe. Solo a Dios se le puede atribuir
semejante poder para hacer posible que su palabra llegue al oído humano nítida
y perfectamente entendible sin necesidad ni de la técnica, ni de la ciencia. Cristo
habló a sus oyentes con palabras de Hombre y Omnipotencia divina. En este
acontecimiento histórico, realmente sucedido en nuestro tiempo y en nuestro
espacio, se han dado un conjunto de hechos inexplicables para la razón humana.
Poner en duda la divinidad de este Hombre, Jesucristo, después de haber
asistido a tan sorprendente relato, es como encender una cerilla para alumbrar
al sol en la hora cenital. Jn 1,11 Vino a lo que era suyo, y los suyos no le
recibieron.
Jn.6,34-47 “Yo soy el Pan de la vida”
Siguiendo cronológicamente los acontecimientos evangélicos y parándonos
solo donde se hace mención de la mujer, nos volvemos a encontrar con la
referencia que en este pasaje se hace de la Madre de Jesús. Ya hemos llegado al
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Autobiografía de Jesucristo
final del 2º año de la vida pública. Estamos, todavía, bajo el influjo de unos
hechos sobre los cuales nunca habíamos reflexionado. El Programa Concordante
nos ha mostrado los matices diferentes con los que se ha redactado un inaudito
milagro por cuatro hombres distintos y con personalidades distintas.
Solo San Juan nos mantendrá la atención sobre lo que estupefactos hemos
contemplado con nuestros ojos. Ahora el Águila de Patmos nos lleva a la
sinagoga de Cafarnaúm para oír palabras inauditas en boca de un Hombre, el
mismo Hombre que acaba de consumar un portentoso milagro. ¿Qué le oiremos
decir? Pues le oiremos decir cosas como estas: “…he bajado del cielo…”; “…el
que cree en Mí tiene vida eterna…”; “…lo resucitaré en el último día…”. De estas
afirmaciones los oyentes se escandalizan con: “…he bajado del cielo…” y
murmurando manifiestan conocerle a El, a su padre José y a su Madre Maria.
¿Cómo podemos creer que viene de otro mundo, que ha bajado del cielo, si ha
crecido con nosotros en nuestro mismo pueblo? Sin pestañear, sin perder
detalle, fijamos la mirada en Jesús que todavía eleva más el tono de su discurso
y entre otras cosas viene a decir: “…nadie ha visto al Padre…”; “…solo Yo, que
vengo de parte de El, soy el Único que ha visto al Padre…”.
Amiga lectora, amigo lector, aquí podría terminar la exposición del trabajo
que me ocupa sobre la mujer en el Evangelio en este 2º año de predicación
pública, sin embargo, al no poder dejar de asombrarme con las manifestaciones
que oigo de este Hombre, prolongo mi atención y la tuya oyendo cosas como
estas: “…Yo soy el Pan de la vida que baja del cielo…”; “…el que coma de este
Pan vivirá para siempre…”; “...este Pan es mi Carne…”;
No puedo entender de diferente manera a como entendieron los que
escucharon en la sinagoga. Este Hombre está ofreciendo su Carne para que yo la
coma, aún más, me ofrece su sangre para que, también yo la beba. Si esto
hago, Jesucristo permanecerá en mí y yo en El, viviré de El, me promete la vida
eterna y la resurrección en el último día. Por último como colofón a su discurso,
Jesús me asegura que las palabras que me ha hablado son Espíritu y vida.
La misma multitud que pretendía hacerlo Rey en virtud del maravilloso
milagro que acababan de contemplar, al oír estas palabras, lo abandona. Jesús
solo se queda con los Doce y en este momento también se queda solo contigo y
conmigo, amiga lectora, amigo lector. A dos mil años vista de estas palabras, yo
ya entiendo cuando como el Pan y bebo el Vino del Sacrificio Eucarístico que
estoy comiendo y bebiendo la Carne y la Sangre de mi Señor. Las palabras del
Amado tienen sentido real y literal. Jesús me da a comer su verdadera Carne y a
beber su verdadera Sangre, lo hace de la forma en la que yo puedo gustarlo, con
sabor a pan y sabor a vino, pero con la seguridad incuestionable de que gusto su
Carne de Hombre y su Sangre de Hombre y esto es así porque toda la Persona
de mi Señor está viva, como vivo yo, en el Pan y el Vino que se consagra en la
Misa. El Jesús, que hace dos mil años, ofrecía su Carne y su Sangre para que
fuera comida y bebida por aquellos que le escuchaban, es el mismo, así como
suena, el mismo que se deja caer en mi boca cuando el sacerdote pone en mi
lengua o en mi mano la hostia consagrada. Aquellos hombres contemplándole
con sus ojos y oyéndole con sus oídos no le creyeron y le abandonaron. Tu y yo
amiga lectora, amigo lector, no le vemos ni le oímos y sin embargo lo
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Autobiografía de Jesucristo
reconocemos tal y como es en ese trocito de Pan que, cuando podemos, cada día
procuramos gustar y asimilar en lo más noble e íntimo de nuestro espíritu.
Ahora que me he quedado a solas con Cristo, no puedo evitar repasar lo
que he visto y lo que he oído. He visto las manos de un Hombre en las que se
multiplicaban los panes y los peces por miles. He visto comer hasta saciarse a
cinco mil hombres y a un número indeterminado de mujeres y niños, en conjunto
una multitud, supuestamente, cercana a las diez mil personas esparcidas en
grupos sobre una superficie de quizás 200.000 M2. He contemplado como la
comida llegaba a las manos de miles de comensales en brevísimo tiempo. He
deducido que de manera inexplicable la voz de este Hombre era escuchada por
todos, con independencia de la distancia del oyente. He oído a este Hombre decir
que viene del cielo, que solo El ha visto al Padre Dios, que es el Pan de la vida,
que el que cree en El no conocerá la muerte eternamente, será resucitado en el
último día. A este mismo Hombre le escucho, atónito, ofrecer su Carne y su
Sangre para que sea comida y bebida del que crea en Él, porque el que así lo
hiciere vivirá de Él y para siempre. He visto como a pesar del gran milagro vivido
por la multitud, ésta no da crédito a las palabras de este Hombre y lo abandona.
En este momento, en el que se mezclan en mi alma la Fe, del que cree y
quiere creer, con el pragmatismo de una razón acostumbrada al razonamiento
técnico como ejercicio de la profesión de ingeniero, trato de justificar a la
inteligencia la viabilidad complementaria entre dos acontecimientos
históricamente incuestionables, la multiplicación por miles de cinco panes y dos
peces y unas afirmaciones realizadas por el mismo Hombre, que asumidas en su
sentido literal me caen fuera de la lógica. Con solo el simple uso de la razón me
ocurre como a sus oyentes: no lo comprendo. Sin embargo, en virtud del
inmenso atractivo que este Joven genera en mi alma, mi voluntad apela a la Fe
con la que me llego a este Hombre, que por la multitud ha sido abandonado,
para decirle: “Te he visto y te he oído, dime cómo y cuándo me das a
comer y beber la Carne y la Sangre que me ofreces, dime de qué modo
te he de comer y beber porque estoy determinado a comerte y beberte
aunque no conciba de qué forma lo he de hacer”.
La respuesta no se ha hecho esperar, he buscado en el Programa
Concordante la frase: “mi cuerpo” y la he encontrado 5 veces, 3 de ellas recogen
la frase en el momento solemne de la institución de la Eucaristía. Mateo, Marcos
y Lucas vienen a manifestar lo mismo cuando Cristo toma un trozo de pan y lo
ofrece a sus discípulos diciendo: “Tomad, comed: éste es mi cuerpo”.
Con la misma atención con la que escuché sus palabras en la sinagoga de
Cafarnaúm, he escuchado estas palabras de Jesús en el Cenáculo. En ambas
ocasiones, la solemnidad y contundencia con las que fueron dichas no me deja
opción a interpretarlas en sentido metafórico. Con la voz grave y el gesto serio,
Cristo pronuncia estas palabras para que el oyente las interprete en su sentido
estrictamente literal y al asumirlas tal y como suenan, ante mis ojos tengo un
trozo de Pan que me viene ofrecido de la mano de un Hombre que me asegura
que este Pan es su Carne y que este Vino es su Sangre. Pero para que este
Hombre, ni se engañe ni me engañe, ha debido ocurrir algo extraordinario que
no he detectado con mis sentidos. Se ha producido un hecho misterioso que se
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define como Transubstanciación, en virtud del cual el pan y el vino, que como
tales reconozco con mis sentidos, se han transformado, de manera irreversible,
en la real y verdadera Persona de Cristo, es decir, veo, palpo y gusto al Hijo de
Dios oculto bajo las especies de pan y vino. Tiene que ser verdad que este
Hombre es el Pan que me ofrece, la Sangre que me ofrece, solo así puedo
entender lo que hasta ahora no había entendido: que yo me lo pueda comer y
beber en el modo y forma con la que se hace posible según mi naturaleza
humana.
”…dime de qué modo te he de comer y beber porque estoy
determinado a comerte y beberte aunque no conciba de qué forma lo he
de hacer”. A este requerimiento del que pretende consumar el acto de comer a
su Interlocutor, sin saber como será posible, manteniendo la compostura
intelectual en virtud del ilimitado crédito que me da la Persona de quien me está
ofreciendo comer su Carne y su Sangre, quedo a la espera, sin más
elucubraciones, de que mi Autobiografiado, el mismo Cristo, dé el siguiente paso.
Todas mis facultades están al limite de sus posibilidades y con suprema atención
observo al Hombre, que en tantas ocasiones ha suspendido las leyes de la
naturaleza, que fija sus bellísimos ojos en los míos, que toma un trozo de pan,
que alarga su mano y me lo ofrece pronunciando estas palabras: ”…toma y
come, porque este es mi Cuerpo”.
Evidentemente, yo no esperaba que este Hombre se desprendiera a jirones
de su carne humana para dármela a comer o se abriera las venas para darme a
beber su sangre. He tomado el trozo de Pan que el Señor me ha dado, miro al
Pan y lo miro a El que me está confirmando que le tengo en mis manos. Mis
sentidos no me han detectado nada extraordinario y sin embargo se ha
consumado un hecho sobrenatural sin precedentes, en virtud del cual la Persona
que me da el Pan y el Pan mismo son la misma cosa. Y esto es así porque así me
lo asegura el Hombre en quien es imposible que haya engaño y que me engañe,
el Hombre a quien las potencias de mi alma le dan más crédito que a la
meridiana evidencia de mis sentidos, porque para mí este Hombre es mi único
Dios, el Ser Fontal por el que he venido ser en este mundo en el que vivo, me
muevo y existo. Esta es mi Fe, la Fe de la Iglesia Católica.
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Autobiografía de Jesucristo
Padre
mío
Al activar el Programa Concordante con la palabra “Padre”, he podido apreciar
que en los cuatro Evangelios, Jesucristo la pone en sus labios 174 veces. 44 en
San Mateo, 4 en San Marcos, 17 en San Lucas y 109 en San Juan. La primera
vez que Jesús pronuncia esta palabra es en:
Lc.2,49 ¿Pues por qué me buscabais? ¿No sabíais que había yo de estar
en casa de mi Padre?
Así contesta el Niño Jesús a su Madre cuando ésta se lamenta de haberle perdido
durante tres días. La última vez que Jesús pronuncia esta palabra es en:
Lc.24,49 Y he aquí que yo envío la Promesa de mi Padre sobre vosotros;
y vosotros permaneced quietos en la ciudad, hasta que seáis revestidos
de fortaleza desde lo alto.
Y dicho esto, se le elevó hacia el cielo y desapareció de la vista de sus discípulos.
Cualquier lector o lectora de esta Autobiografía de Jesucristo puede observar que
el Protagonista hace mención de su Padre muchas veces. Este Padre, que no
vemos, sí le oímos en tres ocasiones: en el Bautizo de su Hijo a orillas del
Jordán, en el monte Tabor y cuando Cristo termina su ministerio público, es
decir, en vísperas de su Pasión y muerte.
En el Prólogo de San Juan acomodado al estilo autobiográfico nos sale al
encuentro el nombre del Padre porque el Protagonista, Jesucristo, se define a Sí
mismo como la Palabra de su Padre Dios. Este Hombre manifiesta que es Hijo del
Dios invisible, que en Dios era Dios desde el principio, es decir, este Hombre
afirma que su Padre es Dios, que Él mismo es Dios y que existía ya antes del
principio. Esto lo leo según están escritas las palabras de un Hombre que a su
vez manifiesta ser Dios.
En este mismo Prólogo nos pone en antecedentes que su Padre Dios envió a un
hombre de nombre Juan para dar testimonio de la Luz y esta Luz es Él mismo, es
decir, Jesucristo. El que escribe su propia vida manifiesta ser la Luz Verdadera la
que ilumina a todo hombre que viene a este mundo, un mundo hecho por Él y
que sin embargo el mundo no le conoció.
Un poquito más adelante, el que escribe de Sí mismo, se reitera en ser la Palabra
del Padre, una Palabra que se hará carne en el seno purísimo de una Mujer judía,
una Mujer preservada desde la eternidad de cualquier mancha de pecado, una
Virgen que le concebirá sin concurso de varón, una Mujer que le dará a luz entre
los hombres, los mismos que contemplaron su gloria la gloria del Unigénito del
Padre, un Hijo lleno de gracia y de verdad.
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El Prólogo acaba con una rotunda afirmación: A Dios nadie le ha visto jamás,
solo el que se define como Unigénito Hijo del Padre, el que está en su
regazo mirándole cara a cara es quien nos lo da a conocer.
Esta sorprendente introducción, a primera vista, la entendemos subscrita por un
Hombre singular que escribe la historia de Sí mismo, pero reitero que de
primeras solo veo un Hombre que se atribuye la divinidad de un Hijo Único de un
Padre que es Dios, un Hijo que se me presenta como Dios en su Padre Dios, un
Hombre con una historia humana en el tiempo del hombre que asegura existir
antes de que el mundo viniera a ser y al que le oigo, también, asegurar que el
mundo fue hecho por El.
Amiga lectora, amigo lector, esto nos requiere la atención desde el núcleo mismo
de nuestra inteligencia que tratará de entender los argumentos esgrimidos en
clave divina por el que es el Autor de la vida, de la vuestra y de la mía, que
pretende darse a conocer de otra manera en esta Autobiografía y para ello de la
mano del mencionado Programa Concordante buscaremos la palabra Padre
solamente pronunciada por su Hijo, Jesucristo y nos mostrará el contexto donde
se ubica para invitarnos a la consecuente reflexión con la que se puede descubrir
el Camino, la Verdad y la Vida.
Metidos ya dentro del relato autobiográfico, la primera vez que oímos la palabra
Padre en boca de Jesús es cuando Este, con doce años, es encontrado por sus
padres después de tres angustiosos días de búsqueda. El Niño responderá a su
Madre:
Lc.2,49 ¿Pues por qué me buscabais? ¿No sabíais que había yo de estar
en casa de mi Padre?
El Niño responde a la pregunta de su Madre con otra pregunta. ¿En qué otro sitio
podría Yo estar que no fuera la casa de mi Padre? Esta casa de su Padre es el
Templo de Jerusalén, el único lugar en el mundo en donde se daba verdadero
culto al verdadero y Único Dios, al Padre de este Niño judío, un Niño que
contemplamos de carne y hueso como nosotros al que oímos decir que ese Dios
invisible es su Padre que habita en ese Templo y en el cual ha permanecido tres
días. Este Dios es el Único Dios de los judíos, es decir, es el Dios de Abrahán, de
Isaac, de Jacob, de Moisés, de David, de Salomón….etc. Este Dios es el Padre de
este Niño que ya empieza a recabar nuestra atención.
Han pasado unos veinte años y volvemos a ver a Jesús, otra vez, ya hecho un
Hombre, en el Templo de Jerusalén. Vemos al Hijo de Dios expulsando de la casa
de su Padre a los cambistas, a los vendedores y demás comerciantes que habían
convertido la Casa de Dios en casa de tráfico, en un vulgar mercado que
desnaturalizaba la razón de ser de este Templo.
Jn.2,16 “¡Quitad eso de ahí, no hagáis la Casa de mi Padre casa de
tráfico!”
Los responsables del Templo ante esta autoritaria y enérgica actuación de
Jesucristo, más que por el sentido de sus palabras le preguntan por el sentido de
sus hechos y le piden una señal… ¿Qué señal nos muestras que acredite tu modo
de obrar? Esta será la primera polémica del Hijo de Dios con los judíos, estos
fariseos que ya manifiestan una incipiente y ánima aversión hacia este Hombre
que proclama su amante celo por la Casa de su Padre.
Seguimos en el primer año de su predicación pública y solo San Juan nos hace
referencia de una conversación entre Jesús y una mujer samaritana, una mujer
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con profundo conocimiento de la verdad y la mentira de los hombres de su
tiempo, una mujer experimentada en la vida conyugal, ni más ni menos que, con
seis hombres. A esta mujer, que de siempre conoce, el Hijo de Dios le pide agua
y comienza una conversación de no menos transcendencia que la mantenida con
Nicodemo, un maestro de Israel. La mujer esquivará como puede entrar en
materia personal, desviará la conversación hacia la contradicción entre judíos y
samaritanos sobre el sitio donde se debe adorar a Dios. Le dirá: “….Nuestros
padres adoraron a Dios en este monte, y vosotros decís que en Jerusalén está el
lugar donde hay que adorarle”. Jesús le contestará:
Jn.4,21-23 “Créeme, mujer, que viene la hora en que ni a ese monte ni a
Jerusalén estará vinculada la adoración al Padre. Vosotros adoráis lo
que no conocéis, nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salud
viene de los judíos. Pero llega la hora, y es ésta, en que los verdaderos
adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque el Padre
tales quiere que sean los que le adoren. Espíritu es Dios; y los que le
adoran, en espíritu y en verdad le deben adorar.”
La mujer habla de adorar a un Dios que, por lo que manifiesta Jesús, no le
conoce. Los judíos sí le conocen y, además, de ellos viene la salud, sin embargo
la hora ya había llegado, en esa hora, la de Cristo, los verdaderos adoradores
adorarán al Padre en espíritu y verdad y esta adoración no se subordina a un
sitio, a un lugar físico. Dios es Espíritu y los que le adoren, en espíritu y verdad
le deben adorar, desde dentro de sí mismos, con solo invocarlo en la oración de
un hijo que reclama la atención de su Dios a quien reconoce como Padre. Tres
veces le mencionará Jesucristo a la samaritana la palabra Padre y así le hará
entender que ese Dios, desconocido para ella, es un Padre al que no se ve
porque es espíritu, pero que sin embargo se le puede intuir, incluso percibir, en
virtud de la Fe en su Único Hijo, Jesucristo, este Hombre que lo conoce y lo da a
conocer, porque Él es la Verdad, la única Verdad en la que se puede adorar al
Padre. Jesucristo le asegura a esta mujer y a nosotros que el Dios que ella adora
no es Dios, que el Dios que adoran los judíos si es Dios pero que este Dios es su
Padre, es el Padre de este Hombre que ha conversado con esta mujer de mundo
y con cada uno de nosotros que estamos leyendo lo que Él mismo nos relata en
su Autobiografía.
Al comienzo del 2º año, Jesús vuelve a Jerusalén. Ya es conocido por mucha
gente, pero sobre todo por los que ostentaban el poder religioso en Israel, por
los doctores de la Ley, los jefes de los fariseos y de los saduceos, en definitiva,
era conocido por sus enemigos que no le reconocían la autoridad divina con la
que Cristo consumaba sus milagros que certificaban su palabra, la palabra del
Hijo de Dios que lo había enviado al mundo.
En el apartado 4.02 del Libro se contempla cómo Jesús expone sus credenciales
divinas a aquellos que pretendían matarle porque no solo violaba el Sábado sino
porque además manifestaba que Dios era su Padre y que Él era tan Dios como su
Padre, era el Hijo de sus divinas entrañas. Este discurso apologético de su propia
Persona venía precedido por un milagro que solo San Juan nos relata, el milagro
del paralítico de la piscina. Un hombre, tendido en el suelo, paralítico durante
treinta y ocho años es curado de su enfermedad tan solo al oír las palabras:
“Levántate, toma tu camilla y anda”
Cristo, con autoridad divina y al imperio de su palabra obra un milagro en virtud
del cual un hombre sana de una enfermedad que lo inmovilizaba, un hombre
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enfermo treinta y ocho años, prácticamente, toda la vida. Era Sábado, el hombre
obedece y cuando va con su camilla a cuestas se encuentra con unos fariseos
que le recriminan porque en Sábado no estaba permitido ni siquiera hacer un
mínimo esfuerzo. El hombre, todavía bajo el influjo gozoso de haber sido sanado,
manifestará que el Joven que lo había curado le mandó marchar a casa con su
camilla de paralítico a cuestas. Los fariseos le preguntaron por el nombre de este
Joven y con un inmenso desprecio hacia el que escuchaban no se congratulan
con el enfermo curado sino que le demandan el nombre de quien le ordenó hacer
en Sábado lo que estaba prohibido, nada les importó su salud recuperada,
querían que se les confirmase lo que ya sospechaban, que detrás de esto estaba
Jesús.
Cristo se verá de nuevo con este hombre, le dirá que Jesús es su nombre, este
Jesús que se llegará hasta estos fariseos y se encontrará con ellos, nuevamente
en el templo. Son días de fiesta de los judíos, es la Pascua que todos los años se
celebraba. Alguna pregunta debieron de hacerle porque este discurso apologético
lo empieza con estas palabras:
“Mi Padre sigue hasta el presente obrando, y Yo también obro”
San Juan (Jn.5-17-45) ha dejado escrito las contundentes palabras de un
Hombre que manifiesta rotundamente que es el Hijo de Dios, pero además
asegura que como el Padre tiene vida en Sí mismo, Él también tiene vida en Sí
mismo.
En el Evangelio, no habrá ya otra ocasión en el que Jesucristo nombre a su
Padre, en un solo discurso, hasta trece veces. Los fariseos debieron de
escucharle estupefactos y llenos de rabia se sintieron humillados por el quien les
hablaba con autoridad divina, una divinidad que ellos rechazaban con diabólica
insensatez. Tenían la Luz delante de sus ojos y voluntariamente los cerraban
para no verla, para no creerla. Misterio de iniquidad.
Delante de ellos Jesucristo hizo las obras de su Padre Dios, les habló como el
Hijo de Dios, les razonó para que entendieran, pero ellos, voluntariamente
reconociendo que la Verdad se les mostraba tan evidente como la luz de sol, la
negaron, secuestrando la razón y el sentido común que es patrimonio de
cualquier ser humano.
Amiga lectora, amigo lector, te aseguro que este odio al Hijo de Dios es de plena
actualidad. La civilización cristiano-occidental se encuentra en situación de
inestabilidad, los pueblos son engañados por sus gobernantes, hombres y
mujeres que llegan al poder sin escrúpulos adiestrados por el Padre de la
mentira, este Enemigo de Dios y del hombre que tiene hijos en este mundo que
le ayudan a implantar su reino de tinieblas y de muerte.
Cristo vuelve a mencionar a su Padre en la oración del “Padre nuestro”
Continuará…………….
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Lo que he
costado
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La
Compasión
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sed”, “Consumado está” y en estentóreo grito: “¡Padre, en tus manos
encomiendo mi espíritu!”.
El Hijo ha muerto y a la luz de la lógica de estos hechos, consumados en espacio
y tiempo determinados, a la luz de las misteriosas señales de su mortaja, la
Sábana donde fue envuelto su cadáver, entendemos que este Hombre ha
fallecido, de sufrimiento y dolor inusitados, como consecuencia de factores
traumáticos (flagelación, golpes, coronación de espinas, lesiones en las
articulaciones y abundante pérdida de líquido sufrida ya en la agonía de
Getsemaní), combinados con factores gravitatorios (elevamiento y fijación en el
patíbulo clavado por los pulsos y suspensión prolongada en la Cruz) que
desencadenaron una perturbación del aparato cardiocirculatorio (reducción de
sangre en cabeza y tórax, aumento de la frecuencia cardiaca, reducción de la
presión arterial, perturbación de los centros bulbares cardioreguladores) y una
hiperpotasemia que desequilibró el ritmo cardíaco y como desenlace final el
ARRESTO CARDÍACO EN DIÁSTOLE, es decir, la irreversible parada cardiaca.
Desde este funesto acontecimiento hasta que el cadáver de este Hijo es
descolgado del madero, pasarán más de dos horas, dos horas en las que todavía
queda mucho que ver y oír por parte de esta Mujer que mantiene su patética
figura al pie del Crucificado con una mirada, de ilimitada pena de Madre, fija en
el cuerpo tetanizado de su Hijo cosido a un palo con clavos de hierro
ensangrentados y cuya figura se dibuja en el horizonte de un cielo ennegrecido
para dar cumplimiento a la profecía de su muerte, una muerte de Cruz. Esta
Madre oirá el alarido desgarrador que le sigue al chasquido que produce el
contundente golpe con el que quiebran las piernas de los dos ladrones
crucificados junto a su Jesús y así precipitar la asfixia y consecuente óbito de
estos dos hombres. Observará, con angustia sobreañadida, como el soldado
ejecutor de semejante acción se dirige hacia su Hijo y oirá cómo alguien
convence al verdugo de que desista de su intención porque el Reo ya está
muerto. Verá cómo el soldado, asiendo una lanza la clavará en el costado del
Crucificado, una lanzada que llegará hasta el Corazón del Hijo y de la Madre a la
misma vez.
Estas dos horas se han hecho eternas, hasta que por fin llega José de Arimatea y
Nicodemo, presentan la autorización, conseguida de Pilatos, al centurión y
proceden a descolgar el cuerpo de Jesús que evidenciaba la rigidez cadavérica de
quien ha muerto una muerte infame y terrible. El Evangelio no lo relata porque
no hace falta. ¿Quién lo duda? María, esta Madre, digna de su último consuelo,
recibe en sus brazos el rígido y frío cadáver de su Hijo, un cuerpo empapado de
líquido pleural, de sangre, de sudor purulento, de vinagre con mirra y de saliva.
Se hace el silencio en el Calvario, el cielo y la tierra, con estremecedor asombro,
oye el susurro de una voz de Mujer que tiene su mejilla pegada a la mejilla
helada de su Hijo muerto, una voz de Madre que agota la amargura en un
Corazón al que ya no le queda más que padecer …”Hijo de mi alma…Hijo de
mi alma….Hijo de mi alma”.
Ya atardece y arrancan de los brazos de María el cuerpo del Hijo que van a
embalsamar y enterrar. A dos mil años de esta desconsoladora escena lo que se
presenta a nuestra vista, seas creyente o no, es una Mujer viuda, de unos
cincuenta y pocos años que sostiene entre sus rodillas y sus brazos el cadáver de
su Hijo, un Hombre de unos treinta y tres años que acaba de expirar, en una
desolación extrema, clavado en un palo en forma de Cruz, una Cruz erguida
sobre la cabeza de esta Madre, un Leño sobre el cual apoya la espalda esta
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Mujer, un Madero que lleva adheridos en sus astillas jirones de la piel, del cabello
y de la carne de Cristo, un Madero empapado de la Sangre de Dios.
Querida lectora, querido lector, he pretendido separar los sentimientos de la
razón con la que he reflexionado sobre el dolor sordo y sobrecogedor de esta
Madre. Esto ha pasado tal y como lo hemos interpretado, así lo creo y así
pretendo que lo creas tú. Me he esforzado por sujetar el sentimiento pero debo
confesar que me ha sido imposible y por una profunda congoja, sobre la mesa de
mi despacho han caído dos gruesas lágrimas que me han recorrido las mejillas,
las lágrimas de este amigo que está interpelando a tu conciencia.
Si has llegado hasta aquí, amiga mía, amigo mío, de seguro que se habrá
generado en tu alma la compasión hacia esta Madre, con un deseo inmarcesible
de hacerle llegar el calor de tu silenciosa compañía porque no te salen las
palabras. En clave sobrenatural, ahora, es el mismo Dios quien va a intervenir y
como todo le es posible, hará realidad lo que es un deseo de tu alma, percibirás
como tu afecto, tu cariño y tu ternura se hacen operativos más allá del tiempo,
se consumará una verdad cierta y evidente en el ayer de esta Mujer a la que tú
pretendes acompañar desandando los dos mil años que te separan de su
contacto físico.
Está oscureciendo, es víspera del reposo sabático y María, la Madre, lleva su
mano entrelazada con la mano de Juan, del amado de su Hijo, un joven que ha
tomado posesión de la herencia del Crucificado, que ha tomado posesión de su
Madre, que ya es la Madre de su alma. Ambos caminan despacio, callados, solo
se oye el sonido de sus pisadas sobre el empedrado de las calles de Jerusalén.
Juan va absorto en sus pensamientos, “….la Madre del Hijo de Dios es mi
Madre…”, “…la Madre del Maestro es la Madre mía…”. Todo se ha cumplido,
piensa la Virgen María, “así tenía que suceder porque así estaba escrito”. Por
poquito tiempo le han separado del Amor pero le quedan la Fe y la Esperanza
que le traen a la memoria aquellas palabras de su Jesús: “Madre mía, al tercer
día resucito”.
La noche se ha cerrado, la temperatura ha descendido, Juan pone su brazo en el
hombro de su Madre, es 14 de Nisán, entre nubes grises y negras asoma la luna
llena que dibuja las figuras de Juan y de la Virgen María sobre la calzada. Me he
frotado los ojos para ver mejor y me sorprendo porque veo tres sombras que se
mueven al paso de la Madre y del hijo, ¿quién va con María y Juan?...¡eres tú,
querida amiga!, ¡eres tú, querido amigo!, ¡soy yo! que al terminar de leer este
relato nos hemos convertido en solo COMPASIÓN.
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Autobiografía de Jesucristo
La
Resurrección
del Hijo del
hombre
Amiga mía, amigo mío, ha resucitado nuestro Redentor, así como suena,
nuestro Valedor ante Dios Padre que ha aceptado la Vida de su Hijo como eterno
e infinito tributo con el que se cancela la deuda de toda la humanidad. Jesucristo
ha vencido al mundo y a la muerte. Las puertas del cielo se han abierto, la
eterna Casa del Padre se dispone a acoger, para siempre, a todo hombre y mujer
de buena voluntad, a toda generación posible hasta el fin de los tiempos.
Jesucristo nos ha merecido otra vida infinitamente más bienaventurada que la
vida del primer hombre y primera mujer en estado de gracia, más dichosa
existencia que la que vivieron Adán y Eva en el Paraíso terrenal. Nos disponemos
a experimentar la filiación divina, es decir, a tener ciencia y conciencia de que
cuando somos llamados hijos de Dios, lo somos con plenitud de significado.
Querida hermana, querido hermano, desde ya somos hijos de Dios, y
todavía no se mostró qué seremos; se sabe que, cuando se muestre,
seremos semejantes a Él, porque le veremos, cara a cara, tal y como es.
Amiga mía, amigo mío, la Resurrección de Jesucristo es nuestra Fe y
nuestra Esperanza que nos asegura que nuestro último destino es participar de
la misma Naturaleza divina (2Pe, 1,4) de quien nos amó hasta la locura,
Jesucristo, mi Señor, mi Dios, el Amado mío en el que justifico toda mi
existencia, toda mi felicidad.
“Resucitar” es volver a la vida, así lo define el diccionario, volver a vivir la
vida terrena que por alguna causa se perdió. Este “resucitar” lo hemos captado
en tres ocasiones en la lectura del Evangelio Concordado. El hijo de la viuda de
Naím, la hija de Jairo y el amigo Lázaro, son tres personas resucitadas, que
volvieron de la muerte a esta vida terrena por mandato imperativo de Cristo,
según el significado de la palabra “resucitar”. Mateo nos indicará que, cuando los
judíos le quitaron la vida al Autor de la vida, muchos cuerpos de santos
resucitaron cuando el Señor resucitó. Hay otras resurrecciones que no están
especificadas en El Evangelio, resurrecciones de las que hace mención el propio
Cristo cuando contesta a los enviados de Juan que preguntaban si Él era el
Mesías esperado. Este “resucitar” no es definitivo, como ya sabemos, estas
personas volverán a morir de tal suerte que en ellas se cumple aquello que
justificó el título de un artículo que escribí sobre la muerte y resurrección de
Lázaro: “Morir y resucitar dos veces”.
El Programa Concordante nos muestra que, en boca de Cristo lo que hace
referencia a la palabra resurrección, resucitar, resucitado…etc… se emplea 31
veces, 8 en San Mateo, 9 en San Lucas, 9 en San Juan y 5 en San Marcos. Así
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Autobiografía de Jesucristo
mismo, en el contexto general de los Cuatro Evangelios este dato se muestra con
los siguientes resultados: Se emplea 68 veces, 18 en San Mateo, 17 en San
Lucas, 17 en San Juan y 16 en San Marcos.
Cuando unos saduceos interpelan al Hijo de Dios sobre la resurrección de
los muertos, en la cual no creían, recibirán una respuesta que les dejará
sorprendidos de igual forma que nos deja sorprendidos a nosotros. Con palabras
humanas, entendibles a la mente humana, el Verbo de Dios razona a lo divino
para que el que quiera creer le crea y en esta Fe tenga vida en el Hijo y para
que, a pesar de la luz de eternidad que irradian sus palabras, el que no quiera
creer no crea y voluntariamente quede fuera de Él y no tenga ninguna vida,
porque fuera del Dios y Hombre verdadero no hay vida posible. Marcos y
Lucas nos dejarán constancia de las palabras de Jesucristo:
Mc 12,26-27 Y acerca de los muertos, de que resucitan, ¿no leísteis en el
libro de Moisés, en la zarza, cómo le habló Dios diciendo: Yo el Dios de
Abrahán, y el Dios de Isaac, y el Dios de Jacob? (Ex.3,6). No es Dios de
muertos, sino de vivos. Muy errados andáis.
Lc 20,37-38 Y en cuanto a que resucitan los muertos, también Moisés lo
indicó en el pasaje de la zarza, en que llama al Señor el Dios de
Abrahán, y Dios de Isaac, y Dios de Jacob (Ex. 3,6); y no es Dios de
muertos, sino de vivos, pues todos viven para Él.
Exsulta de gozo, querida hermana, querido hermano, porque el Padre, en
su Hijo y mi Dios, te ha esperado toda una vida, la tuya, la mía…Toma posesión
del Reino que fue preparado para ti, para mí, desde antes de que el mundo
viniera a ser. Entusiásmate hermana mía, hermano mío porque tu Padre Dios, mi
Padre Dios, es un Padre de hijos vivos y no de hijos muertos.
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La tarea
acabada
Me queda por vivir mucho menos que he vivido. No me he dado
cuenta, todo se me ha pasado en un “minuto”; me resta, pues,
menos de otro “minuto”. ¿Cuál es mi patrimonio? ¿Qué me llevo?
Solo la satisfacción del deber cumplido como marido, como padre,
como abuelo en un ordinario vivir una vida pequeña. Gracias
Madre mía...
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Al Dios
descono
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piernas…por este cuerpo que si veo. Además entiendo que amo y sufro con el
yo que no veo. ¿Puedo negarme a mí mismo porque no veo mi espíritu, porque
no veo mi alma?
El amor es un acto de la voluntad, no es por definición un sentimiento, es
una acción voluntaria que se emprende y se aprende, no es una pasión que se
impone contra nuestra voluntad. El amor es, decisión y elección aunque,
normalmente, se manifiesta acompañado del sentimiento. Si el amor es un acto
de la voluntad y el entendimiento, el amor es patrimonio exclusivo y excluyente
del alma. Así pues, si enlazo este razonamiento con la reflexión del párrafo
anterior, puedo asumir que el ejercicio del amor se corresponde, exclusivamente,
con el yo que no veo, es decir, no es potestad de mi cuerpo sino de mi espíritu
y este es inmortal, porque el alma, al contrario de la carne, no puede morir y
además tiende hacia la eternidad.
El cuerpo sano es instrumento del alma, por tanto, todos nuestros actos son
ejecutados al libre dictado del espíritu y las consecuencias de sus órdenes, al
instrumento cuerpo, que son sus actos, transcienden a la muerte del cuerpo y
acompañan al alma en su eterna inmortalidad. El amor no muere nunca,
permanece más allá del tiempo y del espacio en el que me muevo y existo. El
amor no se ve y sin embargo nada es más real y evidente para nuestra
inteligencia que cuando se hace presente en nuestro ordinario vivir.
En el apartado 2.01 Bautismo de Jesús, del libro “Autobiografía de
Jesucristo” se lee:
Juan me bautizó, y al salir del agua, estando en oración, rasgáronse los cielos
y el Espíritu Santo en forma de paloma descendió sobre mí y se oyó la voz de mi
Padre que dijo:
“Este es mi Hijo amado, en quien me agradé”
En este pasaje se nos presenta la Divinidad Trinitaria y de primeras me
sorprendo con la voz de un Padre que manifiesta su amor, complacencia y
agrado en el Hijo de sus entrañas. Lo hace mediante una voz divina y celestial
audible para el oído humano. Por lo que se oye descubrimos un Padre que se
deleita en el Amor de su Hijo, es pues, un Padre con “sentimientos”, un Padre
que es Dios pero que en definitiva no es insensible al pensamiento, la palabra
y la obra de todo ser humano que haga referencia a la vida y a la Persona de su
Hijo amado, Jesucristo.
Amiga lectora, amigo lector, ahora toca fijarse en este Espíritu Santo que
da nombre al encabezado de este artículo: El Dios desconocido. Como hemos
visto, el amor humano es un acto de la persona pero no es la persona misma.
¿Qué se entiende por persona? La persona es un ser dotado de voluntad,
memoria e inteligencia, capacitado para razonar, recordar, actuar y amar según
su libre albedrío, un ser a quien se le ama por sí mismo, como se ama al padre,
a la madre, a la mujer, a los hijos, a los abuelos, al amigo a quien se le puede
confiar tus deseos y tus miedos, tu alegría y tu padecer y de quien esperas
consuelo en tu pena; en definitiva, un ser como tú y como yo, amiga mía, amigo
mío, libre, consciente y responsable de sus actos, un ser único e irrepetible tal y
como tú y yo somos únicos distintos e irrepetibles.
El Espíritu Santo es una Persona en el sentido que acabamos de exponer en
el párrafo anterior, una Persona que procede del Padre y del Hijo al mismo
tiempo y que sin embargo se distingue del Uno y del Otro. Es el Amor
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Autobiografía de Jesucristo
Personificado, una Persona que no es indiferente a las manifestaciones del
afecto que le debo por los bienaventurados dones con los que me asiste en cada
instante de mi ordinario vivir en este mundo, un Dios que sin embargo, hasta
hoy, no he captado en toda su Verdad, un Dios desconocido.
A Tomás se le concedió el privilegio de ver con sus propios ojos y tocar con
sus propias manos lo que demandaba para creer y cuando esto se consumó,
desde lo más profundo de su alma le salieron estas palabras: “Señor mío y
Dios mío” que se quedaron fijas en el tiempo, unas palabras cuyo eco
permanece hasta el final de los siglos. Estas palabras no las generó Tomás por sí
mismo, este “Señor mío y Dios mío” viene a ser una sublime realidad de Fe
porque el Dios Amor, el mismo Espíritu Santo se puso en el corazón y en la boca
de este hombre para hacerle, bajo su inspiración, afirmar la divinidad de Cristo.
Tomás amaba a Jesús, según su capacidad de amar, con un inmenso amor
que le vino dado y tú y yo amiga mía, amigo mío, podremos amar a Jesucristo
según nuestra disposición y actitud para el amor. Si lo pido, ahora que ya
conozco al Espíritu, El se va a llegar a mí para llenarme según el espacio del
alma que ponga a su disposición. De este Espíritu estaré lleno con la capacidad
de una botella o de un océano, esto depende de mí y de El.
El amor entre los hombres solo es un acto que se manifiesta a través de los
sentimientos, pero el Amor con el que el Padre y el Hijo me aman es una
Persona que no tiene rostro y sin embargo es un Ser a quien se le puede
amar por Sí mismo. Este Ser solo es Espíritu, no le podré decir: “Ven, Amigo
del alma, déjate ver a mis ojos de carne, siéntate a mi vera y
platiquemos de amor”, sin embargo esta Persona no me cae fuera de la razón,
tampoco es producto de un delirio de la imaginación, constato en lo más sagrado
de mi conciencia que puedo comunicarme con Alguien que no me es ajeno y que
percibo en la realidad de mi propio yo cuando ejerzo el amor sobre Dios y sobre
el hombre según la acción de este invisible Yo, que lleva la iniciativa, que está
dentro de mí y yo dentro de Él. En definitiva, yo amo en Él, con Él y por Él. Este
Ser vivo, al que amo según Él mismo me concede amar, es el Espíritu Santo.
Mi alma es la de un pecador, por mí mismo no puedo generar un acto de
amor. Busco, con vehemencia, amar a Cristo y amar lo que El ama, con pasión,
que es el hombre y esto solo puede consumarse en la medida que el Espíritu me
conceda llenarme de Sí mismo y poder comunicarme con mi Padre Dios con las
mismas palabras de Cristo: “Abba…Padre mío”.
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