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Silvia Reisfetd

TATUAJES
mirada psicoanalítica

m j $ PAIDÓS
Keisfeld, Silvia
Tatuajes : Una mirada psicoanalítica.-I a ed.- Buenos Aires : Paidós, 2004.
176 p . ; 23x15,5 cm.- (Diagonales)

Í5BN 950-12-0505-3

1. Psicología. Procesos mentales conscientes e inteligencia. Comunicación


CDD 153.6

Cubierta de Gustavo Macri

I a edición, 2004

La r e p r o d u c c i ó n tota! o parcial de este libro, en c u a l q u i e r f o r m a q u e sea, idéntica o


m o d i f i c a d a , escrita a m á q u i n a , p o r e l s i s t e m a " m u l t i g r a p h " , m i m e ó g r a í o , i m p r e s o p o r
f o t o c o p i a , f o t o d u p l i c a c i ó n , etc., n o a u t o r i z a d a p o r l o s e d i t o r e s , viola d e r e c h o s r e s e r v a -
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Q u e d a h e c h o el depósito que previene la ley 11.723


I m p r e s o en la Argentina. Printed in Argentina

Impreso en Talleres Gráficos D'Aversa


Vicente López 318, Quilmes, Buenos Aires
en m a r z o de 2004

Tirada: 2000 ejemplares


índice

Reconocimiento 11

Algunas palabras preliminares 13

Prólogo 15

1. Orígenes, historia y actualidad 21

2. El cuerpo, un enfoque interdisciplinario 33

3. Piel... 45

4. La mirada 57

5. Tatuaje y adolescencia: ¿moda o síntoma? 65

6. El primer tatuaje 75

7. Tatuaje y escritura 89
8 SILVIA REISFELD

8. Tatuaje y erotismo 95

9. El tatuaje y la experiencia del dolor 105

10. Tatuajes múltiples 117

11. Tatuaje y adicciones 127

12. Tatuaje y discurso de los medios 149

Anexo: Entrevista al Mago Ilustrado 161


A Alvaro
y mis hijos, Santiago y Camila.

!
Reconocimiento

Quiero agradecer en primer lugar a todos aquellos que se mostra-


ron tan dispuestos a responder mis preguntas y cuyas entrevistas
sirvieron de estímulo y soporte a la realización de este libro; en
particular, al "Mago Ilustrado", quien me concedió generosamente
su tiempo. Al Dr. Noel Altamirano, por alentarme a emprender es-
ta aventura intelectual y haberse tomado el trabajo de leer atenta-
mente cada capítulo y aportar sus observaciones; a mis amigas,
Mirta Segoviano, colega que participó desde el inicio de mis in-
quietudes, y a Débora Wiskitski, que no dejó de enviarme por e-
mail cuanta información aparecía sobre el tema. Y por cierto, a mi
familia, por su apoyo constante.
Algunas palabras
preliminares

Este libro se basa en una investigación de campo iniciada en 1996,


a partir de entrevistas a jóvenes tatuados de ambos sexos y profe-
sionales dedicados a esta práctica. Más que elaborar teorizaciones
a priori, mi intención fue abrirme a un universo experiencial dife-
rente, descubrir quiénes se tatuaban y por qué lo hacían a partir de
sus tatuajes mismos. Por lo tanto, las entrevistas no siguieron un
patrón determinado y las preguntas surgieron de acuerdo con la
mayor o menor disposición del entrevistado para dialogar conmi-
go y el clima emocional del encuentro. La mayoría fueron realiza-
das en distintos locales de tatuaje o abordando a los jóvenes en las
inmediaciones de éstos. Con el tiempo, también conté con la cola-
boración de amistades o colegas que, conociendo mi proyecto de
trabajo, me remitieron a personas tatuadas dispuestas a ser entre-
vistadas.
Del total de entrevistas, seleccioné fragmentos de aquellas que
permitían ilustrar las hipótesis que esbozo a lo largo del libro. Casi
todos los capítulos ejemplifican testimonios diferentes. No me
preocupé en indagar sobre datos personales salvo algunos de índo-
le general, como la edad y qué hacía el sujeto en ese momento de
su vida. No sólo ignoro los apellidos, sus nombres también han si-
14 SILVIA REISFELD

do modificados. Mi exploración giró específicamente en torno al


tatuaje. Esta actitud posibilitó que los sujetos se sintieran más
libres de comentar sus impresiones, e incluso que aportaran espon-
táneamente aspectos de su intimidad. La única excepción es la en-
trevista al "Mago ilustrado" (véase Anexo), material que expresa-
mente no analizo sino presento a modo de cierre.
Una segunda fuente de ilustración proviene de diversos medios:
revistas o libros dedicados al tema, programas de televisión, pelí-
culas de cine, notas breves o artículos periodísticos, avisos publici-
tarios y sitios de Internet. Desde otra vertiente, dedico un capítulo
a la presencia del tema del tatuaje en la obra de algunos escritores
de amplio reconocimiento.
Por último, en los capítulos 2, 3 y 4 desarrollo las temáticas del
cuerpo, la piel y la mirada, a la luz de contribuciones tanto psicoa-
nalíticas como de otras disciplinas. Se trata de nociones esenciales
a la comprensión del fenómeno del tatuaje. Los diferentes enfoques
tratados constituyen un sustento teórico que facilita el seguimiento
de los demás capítulos.

I
Prólogo

A MODO DE UNA POÉTICA DEL CUERPO, LA PIEL Y EL TATUAJE

Este libro, Tatuajes. Una mirada psicoanalítica, nos lleva a conocer di-
mensiones insospechadas que se entretejen en un simple diseño
alojado en la piel. El subtítulo indica que se hará una aproximación
psicoanalítica sobre el tatuaje, lo cual es rigurosamente cierto, pero
un recorrido por sus distintos capítulos nos hace concluir que su
abordaje sobrepasa lo estrictamente psicoanalítico y, en no poca
medida, se convierte en un enfoque multidisciplinario. En este sen-
tido cabe señalar que la recolección del material investigado se ba-
sa en un trabajo de campo hecho con acuidad.
Lo más profundo es la piel, ha dicho Paul Valéry. Es posible que es-
ta aseveración paradójica sea compartida por las personas tatuadas
y los tatuadores, quienes consideran que la piel es un lienzo huma-
no donde se dibuja y pinta el arte milenario del tatuaje. También la
debe de compartir Silvia Reisfeld, quien nos sorprende al demos-
trarnos que existe una gran riqueza connotativa en una superñcie
somática tatuada.
Freud resuelve la paradoja en cuestión cuando nos dice que el
yo es una esencia-cuerpo o la proyección de una superficie. Desde
16 NOEL ALTAMIRANO

el plano filosófico Gilíes Deleuze (en Conversaciones, Pre-textos,


1996) concibe la filosofía como una dermatología general o arte de
las superficies. Y concluye con una frase que puede ser válida para
una teoría general del tatuaje: «La arqueología es la construcción
de una superficie de inscripción». Esta aserción hace resonancia en
las ideas del escritor cubano Severo Sarduy (1999), quien piensa
que su autobiografía puede ser reconstruida a partir de las inscrip-
ciones en su cuerpo en forma de cicatrices y suturas producidas
por accidentes o enfermedades, las que constituyen una verdadera
arqueología de la piel. Estas citas incluyen alusiones a lo que po-
dría llamarse el trípode que sostiene al tatuaje: el cuerpo, la piel y
la mirada, que son, precisamente, los títulos de los capítulos 2, 3 y
4 de este libro.
Más allá de su condición carnal y orgánica, el cuerpo deviene
en constructo en diversas disciplinas, como la antropología, la so-
ciología, la política, el psicoanálisis, etcétera. Es así que el cuerpo
es trabajado y producido socialmente: para Foucault existe una
tecnología política del cuerpo; Terry Eagleton habla de una «nue-
va somática» debido al retroceso de las energías revolucionarias
que se mudan en una preocupación excesiva por el soma; Jean
Baudrillard se refiere a una economía política del cuerpo y Pierre
Bourdieu a la construcción social de los cuerpos.
Para el psicoanálisis el cuerpo es ante todo cuerpo erógeno y
libidinal. A propósito de la poética del cuerpo, nada más oportu-
no que recordar a la psicoanalista Piera Aulagnier, quien confiere
a la palabra materna un poder poético capaz de replasmar el
cuerpo de su bebé en tanto cuerpo hablado y el placer por quien
lo habla.
Para los poetas en general el cuerpo es fuente de inspiración; por
lo mismo, objeto del atravesamiento por la retórica. El lírico canta
principalmente al cuerpo de la persona amada y otras veces a su
propio cuerpo como expresión de su narcisismo positivo. Pero la
condición anatómica es, algunas veces, motivo de lucubraciones
que bordean la metafísica, como ocurre en Vallejo, Neruda, Artaud,
y otros. El caso de Artaud constituye un ejemplo porque poetiza el
cuerpo hasta hacerlo carne de su palabra. En un texto que se hizo
célebre, incluido en su libro Para terminar con el juicio de Dios, ha di-
cho que hay que recomponer la anatomía del hombre porque está
mal edificada:
PRÓLOGO 17

Cuando ustedes le hayan fabricado un cuerpo sin


órganos le habrán emancipado de todos sus
automatismos y habrán hecho recobrar
su auténtica libertad.

La frase «cuerpo sin órganos» es tomada por Gilíes Deleuze y


Félix Guattari, primero en el libro El Antiedipo. Capitalismo y esqui-
zofrenia (Barral, 1973) y luego en Mil mesetas (Pre-textos, 2000) y la
convierten en una ideación con diversas ramificaciones. En el pri-
mer libro establecen el estatuto del cuerpo sin órganos, en cone-
xión con lo que ellos designan como esquizoanálisis. En el segun-
do libro se refieren a la producción de distintas clases de cuerpo:
cuerpo paranoico, cuerpo esquizofrénico, cuerpo drogado, cuerpo
masoquista, etcétera. Resulta llamativa la receta que dan para obte-
ner un cuerpo masoquista. Aclaran que no se trata de una fantasía
sino de un programa, para cuya consecución es necesario el pasaje
por nueve etapas de terribles tormentos físicos. Resultado: el ma-
soquista se ha hecho un cuerpo sin órganos y está sólo habitado
por ondas doloríficas, por intensidades de dolor.
A propósito del «cuerpo masoquista», en el capítulo 9 Silvia
Reisfeld aborda el tema del masoquismo en su relación con el ta-
tuaje de un modo sumamente novedoso, apelando a las innovado-
ras ideas del psicoanalista francés Benno Rosenberg. La autora
afirma que en el tatuaje están implícitos «programas» y «fanta-
sías», siendo un ejemplo paradigmático el caso del «Mago Ilustra-
do», cuyo abordaje se despliega en el anexo. En cuanto a lo que
sugiere la idea del «cuerpo drogado», Reisfeld lo estudia a la luz
de las contingencias del tatuaje en los drogadictos (capítulo 11) en
lo que constituye seguramente uno de los capítulos más conmove-
dores, dado el entorno de marginalidad, familias carenciadas y
destruidas, la ingesta de alcohol y diversas sustancias desde la ni-
ñez. Estos rasgos parecen estar alegorizados en sus tatuajes case-
ros, a los que denominan «escraches».
En el capítulo 5 la autora se refiere a la adolescencia como al
período de mayor incidencia del tatuaje. Tanto en este capítulo co-
mo en el 10 («Tatuajes múltiples») se puede hablar del «trabajo»
del tatuaje, puesto que funciona como coadyuvante a la elabora-
ción de una amplia gama de conflictos propios de dicha edad; al
ponerlos en la superficie del cuerpo, se les da perceptibilidad a di-
chos conflictos. Asimismo, el tatuaje puede constituirse en el pro-
18 NOEL ALTAMIRANO

yecto existencial de un sujeto, como en el citado caso del «Mago


Ilustrado».
El capítulo 6 aborda el primer tatuaje. La autora extrae una am-
plia variedad de significaciones; así, el primer tatuaje, la inicia-
ción, tiene el sentido del pasaje de un estado inferior a otro estado
superior, de un estadio de minoridad a otro de adultez, esto es,
tiene el significado de un pasaje iniciático.
Otro tema que capturará la atención del lector es la relación en-
tre tatuaje y erotismo (capítulo 8). Se analiza la película Irezumi, la
mujer tatuada, en la que el acto de tatuar se unimisma con el acto
venéreo, y el tatuaje tanto como la piel que lo porta devienen en
una joya, un objeto de adoración, en promesa de la completud an-
helada, en fetiche.

En la literatura puede observarse una poética propiamente di-


cha del tatuaje, en la obra del escritor Severo Sarduy, quien además
de novelista, dramaturgo, pintor y poeta es un agudo ensayista. En
su poemario Un testigo fugaz y disfrazado dice:

Sirva mi cuerpo cifrado


de emblema o de silogismo
de una heráldica en abismo.
La piel es un blasón vivo:
se descifra en negativo
y se lacera a sí misma.

Estos versos son una ilustración cabal de una afirmación que


Sarduy despliega en su escrito autobiográfico El Cristo de la rué Ja-
cob, respecto de que el cuerpo humano, para acceder al sentido, tie-
ne que transformarse en texto móvil, en la marca de un descifra-
miento y una inscripción. Luego el hablante lírico del poema está
enfatizando el secreto abismal implicado en un cuerpo tatuado, al
tiempo que este carácter otorga al diseño una riqueza simbólica y
una lógica ínsita que se devela, paradójicamente, por su no figura-
ción («en negativo») pero al mismo tiempo por su trazo cutáneo
(«blasón vivo»).
Pasemos a otra décima, quizás más compleja que la anterior:

Como distintos relatos


sin ilación ni cotejo
PRÓLOGO 19

aparece en el espejo
un laberinto de estratos
superpuestos: garabatos
nocturnos, emblemas mudos,
cuerdas, arabescos, nudos,
anclas, madejas que apresan:
enigmas que se enderezan
en nuestros cuerpos desnudos

En estos versos se destaca la presencia del espejo, que cumple


una función ambigua de piel y de superficie reflejante. En tanto
piel, es lugar de inscripción de una gran variedad de tatuajes que
aparentan ocupar diferentes estratos del cuerpo, y en cuanto espejo
permite reflejar dichos tatuajes, los cuales se tornan inestables,
móviles, ocupando diversos planos de profundidad («laberinto»),
razón por la que el poeta los compara con relatos inconexos o gara-
batos, madejas o nudos. En síntesis, el autor nos dice que un ta-
tuaje incluye - p o r incipiente que sea- una narrativa, una novela
autobiográfica que conlleva un enigma y que éste sólo puede ser
descifrado por el que sabe leer un texto escrito sobre un cuerpo.
Las referencias al cuerpo-texto nos remiten al filme de Peter
Greenaway Escrito en el cuerpo, que Reisfeld analiza en el capítulo 3
con agudeza haciendo resaltar el texto corpóreo como acto creativo
complejo a la vez que como vehículo de una intensa sensualidad
que las grafías marcan en la piel, es decir, la escritura como metáfo-
ra del amor físico y, más generalmente, la caracterización del cuer-
po como cuerpo erógeno.
Pero nada es más elocuente para conocer la ligazón de la litera-
tura y el tatuaje que el ensayo de 5arduy Escrito sobre un cuerpo
donde afirma categóricamente que «la literatura es un arte del ta-
tuaje, que inscribe, cifra en la masa amorfa del lenguaje informati-
vo los verdaderos signos de la significancia [.,.]. Para que la masa
informativa se convierta en texto, para que la palabra comunique,
el escritor tiene que tatuarla... La escritura sería el arte de esos gra-
fos, de lo pictural asumido por el discurso».
Lo que interesa subrayar de esta cita es la concepción audaz de
Sarduy, en la cual se superponen y fusionan la literatura, la pintu-
ra y el tatuaje. Es más, confiere al tatuaje una dimensión equipara-
ble a la literatura, e incluso sostiene que ésta debe ser moldeada
por la operatoria del diseño dérmico, que implica circunscripción,
punción, dolor y coloración. Claramente se privilegia lo visual, lo
20 NOEL ALTAMIRANO

espacial y lo táctil. En suma, para Sarduy la literatura es el arte de


lo pictural. Reisfeld se ha ocupado de estos aspectos en el breve y
muy atractivo capítulo 7 sobre tatuaje y escritura.
Finalmente, estas palabras sólo procuran reflejar las emociones e
ideas que suscitan la lectura de este libro y los momentos fulguran-
tes que alcanza en el decurso de su configuración. Libro pionero en
su género en la Argentina, es posible que el tema que trata cubra
un vacío, en tiempo y espacio, mucho más vasto en el campo psi-
coanalítico que lo imaginado.

N O E L ALTAMIRANO

Buenos Aires, octubre de 2003


1
Orígenes, historia y actualidad

Un cuerpo sin tatuar


es un cuerpo estúpido.

PROVERBIO POLINESIO

La palabra tatuaje procede de la antigua lengua de Tahití, donde


esa práctica se denominó tatan, acto de dibujar. 1 Su origen se pier-
de en la noche de los tiempos y, aun cuando empezara siendo sólo
un adorno, su empleo se enhebra profundamente con las creencias,
los modos de organización social y las costumbres de los pueblos
que lo practicaron.
A lo largo de la historia, el tatuaje fue concebido como un ritual
artístico complejo o como una mera decoración pagana. Según el
contexto, fue un arte prohibido, informativo, popular o erótico. El
legado de registros de distintas épocas por parte de historiadores,
médicos, novelistas y expedicionarios, así como diferentes descu-
brimientos antropológicos (el «Hombre de Bronce» hallado en los
Alpes suizos o su utilización por los mayas, por citar dos ejem-

1. Véase Enciclopedia Universal Ilustrada Espasa Calpe, Madrid, 1989.


22 SILVIA REISFELD

píos), indican que el tatuaje ha estado presente en culturas muy di-


versas y alejadas en tiempo y espacio, por lo cual es innegable que
su estudio adquiere un valor etnológico importante. Nos revela,
además, un rasgo esencial del ser humano, a saber, la necesidad de
procesar y significar sus vivencias y experiencias, y de darles algu-
na forma de expresión. Más que abarcar a todas estas culturas, mi
intención es presentar cierto recorrido y ahondar en algunas délas
significaciones atribuidas al tatuaje. En efecto, sus funciones fueron
múltiples: se utilizó como señal de realeza; símbolo de devoción
religiosa; para marcar la transición del joven a la adultez; como
distintivo del clan o tribu; como un medio de identificación perso-
nal o una forma de demostrar valor o virilidad; como estímulo, de
atracción sexual; como talismán para alejar a los malos espíritus;
como parte necesaria de los ritos funerarios; para diferenciar a la
muestra de amor: como forma
de marcar e identificar esclavos, marginados y convictos. También
fue usado con fines curativos o preventivos. Los temas representa-
dos eran eróticos, guerreros, religiosos, alusivos a mitos o leyen-
das, a plantas, animales o escenas de la vida cotidiana. Una carac-
terística inherente a su práctica es la presencia de un pensamiento
mágico animista en el que el hombre y la naturaleza se fusionan en
una misma cosmovisión. La gama de pigmentos para tatuar ha si-
do amplísima: hollín, resina, cenizas, sustancias vegetales o anima-
les, mezclados con agua, sangre, orina, esperma o saliva.
Aun cuando fuera mencionado en numerosos escritos de la épo-
ca (Gilbert, 2000), los griegos y los romanos no consideraron al ta-
tuaje una práctica respetable^ lo usaron para marcar a esclavos y
criminales. La palabra latina para el tatuaje era stigma, traducida en
los modernos diccionarios como marca por haber caído en estado
de desgracia o desaprobación. Cuando Constantino declaró al cris-
tianismo religión oficial del Imperio Romano en el 325 d.C., decre-
tó que sólo quien fuera condenado a pelear como gladiador o a tra-
bajar en las minas debía ser tatuado en las piernas o en las manos
pero no en la cara, dado que eso suponía mancillar una creación
hecha a imagen de la belleza divina. En el año 787 d.C., el papa
Adriano I prohibió todo tipo de tatuajes y los siguientes papas
mantuvieron la misma tradición.
Si bien históricamente la Iglesia lo consideró una señal de paga-
nismo a erradicar o una manifestación de los poderes de Satanás,
muchas referencias en los textos antiguos indican que era común la
ORÍGENES, HISTORIA Y ACTUALIDAD 23

costumbre de los primeros cristianos de tatuarse una cruz, el nom-


bre de Cristo, un pescado o un cordero, como signo de identifica-
ción y pertenencia religiosa. Así como los cruzados medievales se
hacían tatuar la cruz como un recuerdo de su permanencia en Tie-
rra Santa, los cristianos coptos adoptaron la misma costumbre co-
mo señal de su peregrinación a Jerusalén.
Dentro de la cultura árabe, fue principalmente practicado -y
aún se lo ve hoy en día- por las mujeres. El tatuaje, conocido como
dagg o dacjcj, consistía en hacerse un punto o una pequeña cantidad
de puntos. Además de ser un elemento ornamental, abarcaba otros
fines: se lo usaba como método terapéutico contra el dolor de cabe-
za, enfermedades de los ojos, el reumatismo, torceduras o esguin-
ces; para lograr cumplimentar un deseo como el intento de preser-
var el amor del hombre o, en especial, facilitar la inducción de un
embarazo. Así, la mujer se tatuaba un simple punto o un pequeño
diseño de 3 ó 5 puntos debajo del ombligo al tercer día de la mens-
truación. Un punto en la nariz de un niño permitía protegerlo con-
tra la muerte, algo muy importante en una cultura que privilegia la
descendencia de varones.
Respecto de su uso entre los antiguos hebreos, generalmente se
invoca un pasaje del Antiguo Testamento en el cual se prohiben el
tatuaje o las escarificaciones. En Levítico 19:28 leemos: «No haréis
incisiones en vuestra carne por un muerto; no os haréis tatuajes». 2
Este verso ha merecido distintas interpretaciones. Algunos consi-
deran que se refiere específicamente a la prohibición de llevar a ca-
bo ritos de duelo asociados al paganismo. Otros entienden que el
tatuaje no habría sido prohibido de no ser ésta una costumbre am-
pliamente practicada por los judíos, lo cual es muy probable. Lo
cierto es que, según la concepción religiosa tradicional, el judaismo
no admite ningún tipo de marcación en el cuerpo.
El tatnajp pnlinpsio SP desarrolló durante miles de años a lo lar-
go de las islas del Pacífico y alcanzó un elevado grado de elabora-
ción y belleza en sus diseños geométricos (Gilbert, 2000). La se-
cuencia de estos trazos estaba predeterminada y cada parte tenía
su nombre. El diseño se elegía con sumo cuidado y cumplía la fun-
ción de signo de identificación personal. Las agujas, hechas de
hueso, medían entre 2 y 4 cm de longitud y se agregaban al final

2. Véase Nueva Biblia de Jerusalén, Bilbao, Ed. Desclée de Brouwer, 1998.


24 SILVIA REISFELD

de un mango de madera. El artista sumergía el instrumento en un


pigmento negro hecho de hollín y agua y ejecutaba el tatuaje gol-
peándolo con un pequeño mazo. Era un procedimiento muy dolo-
roso. Los guerreros de Tonga, por ejemplo, eran tatuados por sa-
cerdotes que, tras un largo entrenamiento, ejercían la práctica
siguiendo estrictos rituales y tabúes. En la Antigua Samoa, el oficio
del tatuador era heredado y ocupaba una posición privilegiada. Su
paga era acorde a la complejidad del diseño. Se tatuaban grupos
de seis a ocho jóvenes en una ceremonia a la que concurrían fami-
liares y amigos que participaban con cánticos u oraciones especial-
mente asociados al ritual. El tatuaje en el varón marcaba una tran-
sición a la adultez y era una prueba de virilidad y coraje. El joven
que no estuviera tatuado -y eventualmente no importaba la edad
que tuviese- era todavía considerado un chico al que no se le per-
mitía hablar en presencia de hombres adultos. Las mujeres lo ridi-
culizaban y ningún padre aceptaba como yerno a un hombre no ta-
tuado. El proceso, que en una primera etapa podía llevar meses, se
prolongaba durante años hasta cubrir todo el cuerpo. Para toda la
zona de los genitales y el ano, el tatuador era asistido por ayudan-
tes. Cuando se trataba del hijo de un jefe, la ceremonia era aún más
solemne. Todas las mujeres, incluso la madre, tenían prohibido ver
al joven mientras durara la operación. En cuanto a éstas, se las ta-
tuaba con flores delicadas siguiendo un mismo patrón geométrico
en las manos y en la parte inferior del cuerpo. En Las Marquesas,
donde el diseño geométrico alcanzó su más alto grado de comple-
jidad, también se tatuaba la nariz para castigar un crimen severo.
En la isla de Borneo, el tatuaje en la mano era un símbolo de ca-
tegoría social y cumplía una función importante después de la
muerte. Se suponía que iluminaba la oscuridad mientras el alma
erraba en búsqueda del Río de la Muerte. Un espíritu llamado Ma-
ligang custodiaba el río. Si el alma podía mostrarle una mano ta-
tuada, se le permitía cruzar el río sobre un tronco. De no ser así,
Maligang volcaba el tronco, el alma caía al agua y era devorada
por gusanos. Entre los Kavans existía la creencia de que los tatua-
jes actuaban como antorchas en el otro mundo y, a falta de éstos, el
alma del muerto quedaba en la oscuridad total. La mujer debía es-
tar tatuada antes de quedar embarazada. También practicaban el
piprrjtfg y s p P i f í r ^ n ]ng I n h n l n c rlp lag p r p j a s U O t r a s p a r t e s d e l
cuerpo. El piercing en el pene era considerado un medio para acre-
centar el placer sexual de la pareja.
ORÍGENES, HISTORIA Y ACTUALIDAD 25

Una creación singular fue el tatuaje facial o moko, ejercitado por


los maoríes de Nueva Zelanda. Los diseños del moko, en forma de
espirales, suponían una serie de componentes en los que se halla-
ba el nombre de cada persona. Ningún rostro era del todo igual.
Los jefes maoríes eran capaces de dibujar de memoria sus propios
rostros tatuados y lo usaban como una firma personal. El tatuaje
facial tenía el propósito de volverlos más aterradores frente a los
enemigos, así como más atractivos para las mujeres. Distinguía,
además, al hombre libre del esclavo. Por otra parte, entre sus
creencias ligadas a la muerte, imaginaban que después de la
muerte se encontrarían con una hechicera que se entretenía devo-
rando las espirales mientras el alma accedía a la inmortalidad. Pe-
ro si el difunto carecía de estos tatuajes protectores, la hechicera
se comía sus globos oculares. Así, al quedar ciega, el alma no po-
día encontrar el camino a la inmortalidad y perecía. Agregarse ta-
tuajes en el cuerpo otorgaba honorabilidad, a la vez que consti-
tuía un registro de las batallas en las que se había participado. Los
maoríes fueron grandes guerreros y las escaramuzas tribales eran
comunes; no tanto por una necesidad de tierras, sino por la cos-
tumbre de obtener cabezas tatuadas según la creencia de que
traían suerte o alejaban los malos espíritus. No fue sino hasta
principios del siglo XIX que los europeos tomaron contacto con
los nativos y muy pronto éstos descubrieron que podían vender
esas cabezas a cambio de armas. Las cabezas tatuadas eran luego
vendidas a colecciones privadas o museos de Europa. Incluso los
esclavos o rehenes capturados tras un enfrentamiento eran prime-
ro tatuados antes de ser eliminados.
Hay que señalar que todas estas islas desarrollaron no sólo sus
propios dialectos, mitos y costumbres, sino también diferentes esti-
los de tatuar. La llegada de las sucesivas expediciones europeas
tendientes a su colonización terminaron por colapsar las culturas
nativas, privándolas de ritos ancestrales. En líneas generales, los
misioneros rechazaron el tatuaje al asociarlo con prácticas religio-
sas teñidas de hechicería o supersticiones. Esta prohibición, sobre,
todo en las islas del Pacífico, sirvió también a los fines políticos de
la conquista. Los nativos fueron obligados a cubrir sus cuerpos y a
trabajar en tareas inferiores. Si bien en algunos lugares el tatuaje se
siguió llevando a cabo en forma clandestina, su práctica devino en
una forma de rebeldía y, con el correr del tiempo, fue perdiendo
significados vinculados a las tradiciones.
26 SILVIA REISFELD

Este hábito, prácticamente desconocido en Europa hasta enton-


ces, arribó a través Hp ]os marineros que retornaban de estas expe-
diciones con sus tatuajes como souvenirs. Paradójicamente, mientras
la práctica agonizaba en las islas, se volvió popular en el mundo oc-
cidental, especialmente en Inglaterra. En 1862. el príncipe de Gales
visitó Tierra Santa y se hizo tatuar la cruz de Terusalén en el brazo;
más adelante, convertido en el rey Eduardo VII, se agregó otros ta-
tuajes. Lo mismo sucedió luego con sus dos hijos. El tatuaje, por
tanto, fue estimulado en la Marina británica para promover un es-
píritu de cuerpo y facilitar un modo de identificación.
Durante la primera parte del siglo XIX en Francia, se hizo popu-
lar entre marineros, trabajadores y convictos. Asimismo, en la lite-
ratura el tatuaje funcionó como una manera de corroborar la iden-
tidad de los personajes. Así, en la novela Los miserables de Victor
Hugo, el ex convicto Jean Valjean prueba su identidad ante la corte
al describir los tatuajes de dos presos que conoció mientras estuvo
en prisión. Alexander Lacassagne, un profesor de medicina legal,
se dedicó a estudiar los tatuajes en las prisiones (1880) y a recolec-
tar sus diseños. Como eran difíciles de fotografiar, ideó un método
original al colocar una pieza de tela transparente sobre el tatuaje
para luego trazarlo. Se encontró con una amplia gama de diseños:
anclas, animales, flores, dagas, corazones atravesados por flechas,
nombres, iniciales y fechas. Había tatuajes sobre escenas de Los tres
mosqueteros (Alejandro Dumas), figuras mitológicas como Venus,
Baco y Apolo, hasta retratos de Napoleón, Juana de Arco y otras fi-
guras históricas; también tatuajes eróticos (alas alrededor del pene,
una serpiente que bajaba por la espalda y cuya cabeza apuntaba
hacia el ano, etcétera) y todo tipo de inscripciones alusivas. Por úl-
timo, registró una variedad de lemas que atravesaban la espalda:
«Muerte a la mujer infiel», «Libertad o muerte», etcétera.
En Ftflnria, pl íahiajp no sólo contó con la oposición de la Iglesia
Católica, sino también con la de los médicos, quienes desalentaron
su práctica al advertir sobre los peligros de infección y contagio de
enfermedades como la sífilis. Era habitual que el tatuador utilizara
rutinariamente las mismas agujas sin limpiarlas, que las humede-
ciera con su saliva o diluyera la tinta con ésta. El tatuaje reciente
solía lavarse con jugo de tabaco, saliva u orina. Sin embargo, las
condiciones de asepsia de la práctica médica no eran mucho mejo-
res. Los cirujanos no se lavaban las manos al operar ni usaban
guantes. Tampoco esterilizaban sus instrumentos. Finalmente, las
ORÍGENES, HISTORIA Y ACTUALIDAD 27

investigaciones publicadas por un destacado cirujano de la Mari-


na, Jean-Adam Berchon (1861), concluyeron que las infecciones se
debían a agujas contaminadas por bacterias del ambiente adheri-
das a ellas. Aun cuando Berchon no pudo precisar cómo aparecían,
sus ideas se adelantaron a la época e influyeron en la ulterior pro-
hibición de la Marina y la Armada de tatuarse.
En Italia, César Lombroso realizó el primer registro estadístico
de tatuajes en convictos, acompañado de dibujos, y publicó en
1876 su libro El hombre delincuente. Como psiquiatra y criminalista,
elaboró una serie de teorías tendientes a trazar un perfil del crimi-
nal: sujetos con una conducta primitiva, crueles e insensibles y, por
tanto, moralmente menos desarrollados. Incluso llevó a cabo medi-
ciones anatómicas, determinando que poseían un cráneo más pe-
queño. Estudiar los tatuajes en el convicto permitía un primer reco-
nocimiento del tipo de personalidad y, por ello, recomendó tales
registros en las prisiones. Así, era importante determinar si el pre-
so portaba inscripciones o imágenes obscenas, si llevaba motivos
que expresaran un rechazo o venganza hacia la autoridad, si se los
hacía en el pene (propio de un criminal severo), si se tatuaba pala-
bras crípticas que implicaran mensajes secretos o que formaba par-
te de una organización criminal.
En Oriente, el tatuaje se desarrolló como un arte sumamente
elaborado en el Japón. Para la cultura china, en cambio, constituía
un signo de barbarie y se lo usó solamente como castigo. En el si-
glo VII, era tal la influencia china en Tapón que el tatuaje decorati-
vo fue desaprobado. No obstante, determinadas marcas se em-
plearon como forma de identificar a criminales o marginados. Así,
a los primeros se los tatuaba con una variedad de símbolos que
designaban los crímenes cometidos, y los individuos que porta-
ban esas marcas eran rechazados por sus familias y se les impedía
participar de la vida en comunidad. Hacia el siglo XVII, desapare-
ce como forma de castigo y emerge el tatuaje decorativo. Como
los criminales cubrieron sus marcas con diseños ornamentales, se
piensa que esto dio lugar a la asociación del tatuaje con el crimen
organizado (los yakuza).
En The Total Tattoo Book, Amy Krakow (1994) hace referencia al
estudio de Donald Richie («The ¡apanese Art of Tattooing»). Allí se
relata que hacia 1700, debido a que sólo se autorizaba a la realeza a
usar ropa muy adornada, los miembros de otras clases recurrieron
al tatuaje ornamental (body suit). Estos tatuajes evocaban al kimono
28 SILVIA REISFELD

pero, como había que ocultarlos, las personas sólo se tatuaban des-
de los codos hacia arriba y de la cintura para abajo. Para permitir la
salida de demonios o malos espíritus, mantenían el kimono tatuado
parcialmente abierto, con un sector de la piel no marcado.
La literatura oriental influyó enormemente en la difusión del ta-
tuaje. Por la misma época, cierta literatura erótica popular presen-
taba personajes como cortesanos, prostitutas o sacerdotes portando
tatuajes. Otro ejemplo es una novela china muy reconocida de me-
diados del siglo XVIII, traducida al japonés como Suikoden, en la
que se narran las aventuras de una banda que desafía la corrup-
ción de las autoridades chinas entre los años 1117 y 1121. Muchos
de sus héroes estaban profusamente tatuados y el tema del antiau-
toritarismo no era ajeno al pueblo japonés. Sus ilustraciones consti-
tuyeron todo un suceso. De hecho, como una manera de dar publi-
cidad a las novelas, surgieron ilustradores sumamente destacados
cuyos diseños originales sirvieron de motivos para los artistas ta-
tuadores. Bajo la forma de un arte pictórico, el tatuaje floreció en
conexión con otras expresiones de la cultura, tales como el Teatro
Kabuki, el Bunrako (títeres) o el Sumo.
El tatuaje clásico japonés está limitado a un repertorio específico
de diseños que representan héroes legendarios o cuestiones religio-
sas. Difierfi-dp! hatnajp nrrideníal en que consiste en un único dise-
ño completo que cubre la espalda y se extiende a los brazos, las
piernas y el pecho. Cada diseño está asociado con atributos como
coraje, lealtad, devoción u obligación y, al tatuarse, el sujeto simbó-
licamente hacía de esas virtudes una parte de sí. En 1867, el último
de los shnmir>K fnp Hppnpstn y SP rpirist^ln_ja figura del emperador.
Las puertas a Orrirlpntp SP abrieron y las; leves contra el tatuaje se
reforzaron ante el temor de que fuera visto como una costumbre
bárbara. Los taiuaAare.s-pnriian tatuar únicamente a extranjeros.
Tras la Segunda Guerra Mundial, la práctica fue nuevamente legal,
aunque se mantuvo la costumbre de trabajar en forma privada.
En una entrevista concedida a Steve Gilbert (2000), el reconoci-
do tahiarior TCa^nn Qgnrj relata que, tradicionalmente, el oficio se
aprendía entrando como aprendiz en la casa de un maestro. Du-
rante su formación, Ogori observaba cada día durante dos horas
cómo trabajaba su maestro con cada cliente. No preguntaba nada
ni aquél le explicaba nada: ésa era la forma de aprender cualquier
tipo de arte. Diariamente se le presentaba un dibujo que luego de-
bía copiar de memoria. No se le permitió tatuar hasta pasados los
ORÍGENES, HISTORIA Y ACTUALIDAD 29

primeros tres años e inicialmente practicó en su propia pierna. Su


maestro tenía una gran área negra en la pierna donde los estudian-
tes hacían sus prácticas. Tras cinco años de aprendizaje, la costum-
bre era abrir un estudio propio. Para Ogori, la mayoría de la gente
va en pos de un tatuaje bello, pero el verdadero tatuaje debe ser al-
go más que una linda ilustración: debe captar el espíritu vivo del
diseño. En su opinión, muchos tatuadores que se inician sin haber
estudiado con un maestro cometen errores o meramente copian los
diseños sin entender su significado. Son amateurs pero no artistas.
La mayoría utiliza plantillas para delinear el diseño y él es el único
que sigue el método de su maestro: hace todo a mano. Dibuja pri-
mero un poquito y luego tatúa, dibuja otro poco y tatúa, hasta
completar el diseño. Para lograr esto, hay que imaginar todo el di-
seño antes de empezar.
Con respecto a los Estados Unidos, basta evocar la imagen po-
pularizada de Popeve con su ancla en el brazo, para advertir que
el tatuaje era común entre los marineros u otros miembros de la
Armada. A fines del siglo XIX r Samuel O'Reilly. un conocido ta-
tuador de Nueva York, inventó y patentó la primera máquina
eléctrica para tatuar. Por otro lado, la difusión del tatuaje se debió
en gran parte al éxito de los circos. En efecto, éstos fueron los pri-
meros en emplear sujetos completamente tatuados para sus espec-
táculos y muchos tatuadores acompañaban al circo durante sus
viajes. Los diseños preferidos eran generalmente motivos patrióti-
cos (la bandera americana, la Estatua de la Libertad) o religiosos
(la Crucifixión, María y el Niño). Un personaje muy exitoso de la
época fue el Gran Omi, tatuado con rayas de cebra en todo el
cuerpo y la cabeza. En palabras de George Burchett (Gilbert,
2000), quien fuera su tatuador en Londres, la motivación principal
de estos sujetos para convertirse en piezas raras de exhibición era
el dinero. La declinación de los circos y, por ende, del empleo de
estas personas, ocurrió ante la creciente competencia del cine y la
televisión. Además, el público ya no veía con el mismo agrado es-
tas extrañas exhibiciones humanas.
Un nuevo impulso al tatuaje provino de la música, sobre todo
del rock and roll (Krakow, 1994). En sus inicios, el rock and roll
también fue mal visto y representaba un modo de rebelarse contra
el establishment. En los Estados Unidos, este tipo de música estuvo
muy vinculado a los motociclistas, quienes además de llevar una
particular filosofía de vida, habitualmente portaban «tatuajes roe-
30 SILVIA REISFELD

keros». Así, grupos que alcanzaron fama internacional, como los


Red Hot Chili Peppers, Aerosmith, Guns n'Roses, Bon Jovi o Los
Ramones, mostraban a sus integrantes con tatuajes. Llevar un ta-
tuaje con el logo de estos conjuntos o el retrato de algunos de sus
miembros suponía una identificación con el mensaje de protesta
inherente a sus canciones. Con la llegada de los video clips, esta in-
fluencia no hizo más que acentuarse.
En estas latitudes, los primeros tatuajes se conocieron en el Bra-
sil en la década del setenta y, a partir de ahí, la práctica se extendió
por toda Sudamérica. En la Argentina empezó a tener mayor re-
percusión en la década del noventa, hasta convertirse en un verda-
dero boom. Las posibles razones de ello y las características que
asume esta práctica se analizarán en un capítulo aparte.
Actualmente, el auge del tatuaje le debe mucho a todo tipo de
artistas o figuras importantes que lucen tatuajes. Los diversos me-
dios de comunicación se han ocupado con frecuencia del tema. Un
aspecto que también contribuyó fue el avance de los procedimien-
tos para tatuar. La máquina eléctrica utiliza agujas descartables y
funciona a una mayor velocidad que una aguja de coser. Para el co-
loreado de fondo, se suele usar una máquina distinta. El tatuador
lleva guantes y mascarilla. Por otra parte, el tatuaje se masifica en
el marco de una época en la que el impacto visual y el cuidado o la
modificación de la imagen exterior adquieren suma importancia.
En opinión de Gilbert, más allá de las interpretaciones que pueden
atribuirse al hecho de tatuarse, prevalece un aspecto esencial y
constitutivo del ser humano: la vanidad. Así, una variante de la
práctica es el make up permanente en las cejas, los párpados o los,
pómulos. Otro derivado es su uso para la micropigmentación en
tratamientos de enfermedades de la piel como el vitíligo o como ci-
rugía reparadora para crear areolas y pezones después de una
mastectomía (Krakow, 1994).
En la escena contemporánea, el tatuaje devino en un movimien-
to que generó distintas tendencias homologables a la pintura, don-
de se combinan elementos de todas las formas artísticas, y se abo-
ga por su pleno reconocimiento como un arte en piel. El tatuaje
moderno puede ser de inspiración religiosa, erótica, violenta, natu-
ralista o abstracta; ser surrealista, realista, tribal, arte cartoon o arte
pop. También ha estado muy influido por el arte japonés. En dis-
tintos países se realizan convenciones anuales (en el año 2002, se
llevó a cabo el primer encuentro de esta naturaleza en Buenos Ai-
ORÍGENES, HISTORIA Y ACTUALIDAD 31

res), exhibiciones en galerías, y existen muchas revistas dedicadas


al tema así como sitios en Internet. La fotografía se ha visto muy
beneficiada con todo esto. La actividad en sí misma resulta suma-
mente lucrativa. No sólo genera empleo, también hay grandes em-
presas proveedoras de insumos y accesorios.
Esta comercialización ha dado lugar a controversias. Algunos
que se autodenominan artistas, y no tatuadores, opinan que es un
arte que se ha degenerado: no sólo la práctica ha pasado a conver-
tirse en una moda, sino que además abunda el plagio de diseños o
una gran mayoría de tatuadores desconoce el significado origina-
rio de muchos de ellos. Por caso, el tatuaje en Samoa aún conserva
un simbolismo asociado a la cultura tradicional y los tatuadores lo-
cales se resisten a ser copiados por occidentales que no están im-
buidos de su historia. Por otra parte, también existe la mala praxis.
En un intento de profesionalizar la actividad, se crearon en Europa
y los Estados Unidos asociaciones que procuran asegurar un están-
dar de higiene y control a través de un listado de profesionales,
cursos de formación (técnicas, procedimientos de esterilización y
prevención) y asesoramiento a la población. Incluso proveen de se-
guros de salud o planes de retiro a los tatuadores y se ocupan de
situaciones médico-legales. En la Argentina estamos lejos de ello.
Si bien se creó la Asociación de Tatuadores Argentinos Profesiona-
les, la práctica carece de mecanismos de control y aún no se ha lo-
grado una regulación a escala nacional. 3

3. Por ejemplo, no existen campañas de información. Se suele desconocer que,


antes de tatuarse o perforarse, es importante contar con una vacuna antitetánica o
que ningún método de remoción de tatuajes (véase el capítulo 12) asegura la ple-
na restitución de la piel. Según Lidia E. Valle, presidente de la Asociación Argen-
tina de Dermatología, los riesgos a contemplar son «las infecciones localizadas en
las zonas expuestas, las reacciones alérgicas locales y las lesiones con alteración de
la pigmentación de la dermis», así como la transmisión de enfermedades virósi-
cas como la hepatitis o el HIV (véase Clarín, Revista Viva, 27 de junio de 2003).
32

El cuerpo, un enfoque
interdisplinario

¿Para qué sirve llegar a un ser en espíritu


si no se ha llegado a él en cuerpo?

A N T O N I N ARTAUD

La atención del cuerpo y su cuidado acompañan al hombre desde


los albores de la humanidad. Objeto de marcas y rituales de diver-
sa índole, como interioridad y exterioridad simultánea, el cuerpo
nos remite a una dimensión histórica atravesada por las ideolo-
gías y diferentes concepciones elaboradas acerca de él a lo largo
del tiempo. Habitualmente concebido como lo tangible y aparente
del individuo, puede ser designado como el aspecto somático,
orgánico o físico. Sin embargo, el cuerpo trasciende su realidad
anátomo-fisiológica y también se halla incluido en el orden de la
cultura. Y al hablar de cultura en tanto producción simbólica, en-
tramos en la intrincada relación, siempre presente, entre el cuerpo
y la psique.
En lo que sigue, haré un breve recorrido conceptual desde dife-
rentes disciplinas hasta arribar al singular estatuto del cuerpo en
psicoanálisis. La articulación entre todos estos enfoques servirá co-
mo telón de fondo al estudio que este libro se propone.
34 SILVIA REISFELD

U N A VISIÓN DESDE LA ANTROPOLOGÍA Y LA SOCIOLOGÍA

A partir de un estudio comparativo, David Le Bretón (1995)


confronta la noción de cuerpo en las sociedades tradicionales con
la del mundo contemporáneo. En las primeras, el cuerpo no se
distingue de la persona. El sujeto sólo existe en función de su rela-
ción con los demás y su cuerpo resulta un elemento más, indiscer-
nible del conjunto simbólico que lo engloba. Se trata de socieda-
des con un funcionamiento holista, donde el cuerpo no resulta un
signo de individuación sino que se funde en un continuo con el
cosmos, la naturaleza y la comunidad. En cambio, el cuerpo en la
modernidad remite a un orden diferente. Comporta la ruptura del
sujeto con los otros, acorde a un funcionamiento social de tipo in-
dividualista. También se ha disociado del cosmos, pues las mate-
rias primas que constituyen el cuerpo no conservan ninguna refe-
rencia fuera de su campo específico. Y por último, se ha alienado
respecto del sujeto mismo, quien, más que ser un cuerpo, ha pasa-
do a poseer un cuerpo.
Por su parte, Pierre Bourdieu (2000) nos habla de «la construc-
ción social de los cuerpos». Existen «esquemas de percepción», en
tanto matrices de pensamientos y acciones que operan en todos los
miembros de una sociedad y que, al ser compartidos, se vuelven
en sí mismos naturales. Tal es el caso de la división de géneros, que
adquiere su especificidad inserta únicamente en una red relacional
y se realiza esencialmente sobre el cuerpo (costumbres, roles, divi-
sión del trabajo, conducta sexual, representaciones del cuerpo)
creándose así un hombre viril o una mujer femenina. Se trata en-
tonces de la incorporación de ciertos «habitus» (inclinaciones), in-
separables de las estructuras que los generan y que, a partir de la
educación, la vestimenta, las posturas corporales, los modelos de
apariencia física, expectativas, actitudes, juegos y deportes, dan co-
mo resultado una «definición diferenciada».
Para Bryan Turner (1989), el cuerpo es aquello que encarna al
hombre y le presta arraigo concreto a su existencia. No sólo se tie-
ne un cuerpo, también se es un cuerpo. Más allá de tener un cuer-
po, el hombre lo produce a través de sus actos, lo modifica o pre-
serva, en tanto que su presencia corporal hace a su persona, a la
forma, de vincularse y ser reconocido o aceptado por los demás. A
pesar de ser quien gobierna su cuerpo, puede a veces vivirlo como
algo alienado de sí al contraer una enfermedad o ver amenazada
EL CUERPO, UN ENFOQUE INTERDISPLINARIO 35

su integridad subjetiva si ésta acarrea algún tipo de estigmatiza-


ción social (sida, o en el pasado lepra). Por consiguiente, la identi-
dad del hombre se erige a partir de su experiencia corporal, que le
otorga sentido y significación a sus más simples hábitos cotidia-
nos.
Así como cada sociedad recrea un imaginario en torno a un mo-
delo deseable de cuerpo, otro tanto ocurre con las prácticas que
instituye. Influyen los distintos saberes alrededor del cuerpo, las
fantasías v los temores que suscita y las creencias religiosas en bo-
ga. En efecto, en siglos anteriores, la preocupación religiosa incluía
un cuidado del cuerpo que suponía alcanzar otros logros: el go-
bierno del alma y las pasiones. Es decir, se apuntaba a un control
del deseo. En cambio, en un contexto donde tales ideas dejan de
ser preponderantes, nos hallamos ante una motivación diametral-
mente opuesta. Así, dentro de lo que hoy en día es la cultura del
consumidor, el cuerpo se torna un vehículo de placer, es deseable y
deseante, y por consiguiente hay que trabajarlo y producirlo.

C U E R P O Y POLÍTICA

El pensamiento de Michel Foucault (1988), y su enfoque de his-


toricidad del cuerpo como resultado de las intrincadas relaciones
entre el poder y el saber, marcó una decisiva influencia en toda
una generación de pensadores contemporáneos. En efecto, para
Foucault, «el cuerpo está directamente inmerso en un campo polí-
tico», lo que va unido a su utilización económica; es decir, está de-
terminado por la ideología. Existe una «tecnología política del
cuerpo», cuyos mecanismos se ejercen de forma sutil e impercep-
tible en toda la trama social y que, sin ser aplicados con violencia,
apuntan a crear cuerpos productivos a la vez que sometidos. No
hay que buscar estos, mecanismos en los grandes sucesos sino en
los hechos pequeños, discontinuos, fragmentados. Se trata de un
poder que no puede adscribirse únicamente a los aparatos de Es-
tado, la clase dirigente o las instituciones, aun cuando éstos hagan
uso de él. Es más bien una «microfísica del poder» que, merced a
determinadas tácticas o funcionamientos, «encuentra el núcleo de
los individuos, alcanza su cuerpo, se inserta en sus gestos, en sus
actitudes, sus discursos, su aprendizaje, su vida cotidiana» (Fou-
cault, 1992: 97).
36 SILVIA REISFELD

Por su parte, Jean Baudrillard (1993) nos habla de «una econo-


mía política del cuerpo que se instaura sobre las ruinas de su eco-
nomía simbólica». Se trata de una idea compleja, de la cual toma-
ré uno de sus sentidos. Para este autor, todo el trabajo actual sobre
el cuerpo -y se refiere tanto al maquillaje, los modos de vestir o la
mayor desnudez corporal, como al empleo de cinturones, joyas,
cadenas, etcétera- tiene por finalidad una escenificación de la te-
mática de la castración, escenificación que no remite a la angustia
ante la falta y al reconocimiento de la diferencia sexual, sino que,
por el contrario, está para ser negada y conjurada. Análogamente
a un fetiche, la parte del cuerpo realzada reviste una doble signifi-
cación: el horror a la castración y su desmentida. Partiendo de este
análisis, diferencia el trabajo de inscripción corporal realizado en
las sociedades primitivas respecto a su empleo contemporáneo,
dado que ambos suelen confundirse «bajo la categoría general de
"expresión simbólica del cuerpo"». No hablamos de la misma
concepción de cuerpo y por ende tampoco se trata de la misma
significación en cuanto al tatuaje u otros ornamentos corporales.
En efecto, en las primeras, «el marcado del cuerpo, como la prácti-
ca de las máscaras [...], tienen por función la actualización inme-
diata del intercambio simbólico, del intercambio/don con los dio-
ses o dentro del grupo; intercambio que no es negociación por parte
del sujeto de su identidad [...] sino en el que, por el contrario, él con-
sume su identidad...». Es decir, mediante el acto de tatuarse, el indi-
viduo encarna concretamente los códigos, las tradiciones y los va-
lores que fundamentan su existencia misma como miembro del
grupo. Fundamentalmente, no es un bien de consumo ni una
apropiación privada del cuerpo, sino una situación en la que está
en juego la identidad total del sujeto.

CUERPO Y POSMODERNIDAD

La noción de cuerpo se ve afectada por variables sociocultura-


les. Son tiempos de globalización, de predominio de una economía
liberal, de caída de las utopías e ideologías, de avances prodigiosos
en la tecnología y los medios de comunicación, de consumo masi-
vo. Asimismo, de profundas modificaciones en nuestra forma de
concebir la temporalidad y el espacio. Todos los trabajos que ver-
san sobre el posmodernismo coinciden en destacar cómo el cuerpo
EL CUERPO, UN ENFOQUE INTERDISPLINARIO 37

ha pasado a ser una preocupación fundamental para el hombre


contemporáneo.
Desde una postura crítica, Le Bretón (1995) subraya que, si bien
la aplicación de recursos más sofisticados ha permitido incremen-
tar el nivel de vida, este avance traduce dos tendencias simultá-
neas respecto al cuerpo. Por un lado, un afán de trascender sus lí-
mites e interferir en sus procesos; así, el cuerpo en cuanto lugar de
la precariedad, la muerte y el envejecimiento, debe ser dominado;
por otro, el auge de una medicina fascinada por los procesos orgá-
nicos. Dos tendencias que parecen apuntar más a una preocupa-
ción por el cuerpo que por el hombre.
Por su parte. Gilíes Lipovetsky (1986) señala como rasgo rele-
vante un individualismo hedonista, expresión de un nuevo tipo de
narcisismo, en el cual el sujeto se mueve más en función de bús-
quedas propias que guiado por objetivos colectivos o universales.
Un proceso de «seducción» impregna todo el funcionamiento so-
cial y_regula el consumo, las costumbres, las organizaciones, la
educación y la información. De ahí, la multiplicación de prácticas
cotidianas: la preocupación por el envejecimiento, una atención ob-
sesiva por la salud y la alimentación,, los rituales de control y man-
tenimiento (deportes, gimnasia, etcétera), el consumo de medica-
mentos o el auge de las cirugías reparadoras. El cuerpo ha perdido
su estatuto de alteridad y se confunde con el ser-sujeto, con la per-
sona. Estos cuidados, incentivados por un contexto que funciona
según los designios de una moda, hacen prevalecer el sentido esté-
tico y la satisfacción de anhelos narcisistas. El «individuo-moda»
(Lipovetsky, 1990), sin lazos profundos ni mayores adhesiones, os-
cilante en sus gustos, se guía por el imperativo de la apariencia.
Por su parte, Terry Eagleton (1998) subraya la pérdida de una
dimensión político-social como consecuencia del predominio de
un modelo liberal de Estado que promueve el individualismo co-
mo único referente posible. Así, el repliegue de un interés social
propicia el surgimiento de una «nueva somática», donde el cuerpo
se convierte en el principal vehículo de cambio y transformación.
La atención dirigida al cuerpo, como realidad más concreta e inme-
diata, aparece como contrapartida de una época carente de res-
puestas_para los grandes problemas sociales y en la que la activi-
dad política ha perdido su sentido de proyección comunitaria.
38 SILVIA REISFELD

C U E R P O Y PSICOANÁLISIS

Un hito que signa el nacimiento del psicoanálisis es el descubri-


miento del cuerpo como escenario para el montaje de una variedad
de síntomas. Entendido como un lenguaje de cuerpo que esconde
un discurso propio, Freud (1894) procura en sus primeros historia-
les clínicos descifrar la expresión simbólica del síntoma. Así, las
sensaciones olfativas de Lucy R., el olor a «pastelillos quemados»,
remite, a su amor prohibido hacia el dueño de la casa donde traba-
jaba como institutriz, o el caso de Anna O., atendida inicialmente
por Breuer, lo pone sobre la pista de la transferencia. Vale la pena
reseñar el relato de Ernest Jones (1979) sobre este último caso.
Breuer -reconocido psiquiatra en aquel entonces-, agobiado por el
peso de este tratamiento al que se había abocado por completo, de-
cide su finalización. Sin embargo, el mismo día en que se despide
de la paciente, es solicitado nuevamente, encontrándola en un esta-
do de gran excitación, presa de fuertes dolores y movimientos que
semejaban un falso parto histérico. Freud supuso que el embarazo
imaginario de Anna O. y su enamoramiento de Breuer revelaban la
presencia de una fantasía reprimida de índole sexual, un «falso en-
lace» con la figura del médico. Por lo tanto, Freud postula no sólo
una dimensión inconsciente del cuerpo, sino también el lugar de la
sexualidad en la etiología histérica. Si cualquier parte o superficie
del cuerpo es susceptible de erigirse en sede de una excitación se-
xual y transformarse virtualmente en una zona erógena, puede de-
cirse que todo el cuerpo es erógeno.
A partir de un recorrido por la obra freudiana, Paul-Laurent As-
soun (1998) postula la idea de un cuerpo previo a la metapsicolo-
gía, cuyo funcionamiento estaría delimitado por la actividad pul-
sional. Citando la definición de Freud de la pulsión, en cuanto
medida de la exigencia de trabajo que se impone a lo psíquico co-
mo resultado de su correlación con lo corporal, concluye: «el cuer-
po hace trabajar al alma y ese complemento se inscribe como pul-
sión» (Assoun, 1998: 131). Desde este punto de partida, enumera
cuatro momentos que atañen a la consideración del cuerpo:
( í ) Con la introducción del narcisismo y la distinción entre libido
del yo y libido objetal, Freud postula que el individuo empieza por
tomarse él mismo y a su propio cuerpo como objeto de amor. Esta
erotización que remite al «cuerpo-Narciso» (p. 248) da comienzo a
una «teoría de la corporeidad».
EL CUERPO, UN ENFOQUE INTERDISPLINARIO 39

(2)'En el pasaje a la segunda tópica, el ello adviene como reser-


vorio pulsional y es representado, en uno de sus extremos, abierto
a lo somático.
En El yo y el ello (1923), caracteriza al yo como «una esencia-
cuerpo; no es sólo una esencia superficie, sino él mismo la proyec-
ción de una superficie». El yo debe su génesis a la experiencia pro-
pia de cuerpo.
(4pEn sus hipótesis desarrolladas en «Sobre la conquista del fue-
go» (1932) y Tótem y tabú (1912-13) examina la relación entre cuerpo
y cultura. En el primero, Freud explica la domesticación del fuego a
partir de la renuncia del hombre primitivo a apagarlo con el chorro
de su orina, «renuncia pulsional que equivale a una domesticación
del cuerpo» (Assoun, 1998: 257). En el segundo, plantea el surgi-
miento de la cultura como resultado de la interdicción paterna. Y
remite al mito de la horda primitiva y a la muerte del padre primor-
dial a manos de sus hijos como el origen de la conciencia de culpa-
bilidad y las restricciones morales. Así, el culto al animal totémico o
Dios-padre y los dos principales mandatos del totemismo, la conde-
na del parricidio y del incesto, se instituyen merced a la represión
de una consecución directa de mociones agresivas y sexuales.
Assoun (1994) también refiere diferentes registros corporales. El
cuerpo neurótico,_propio de la histeria, revela «la evocación del re-
cuerdo a partir de hacer "charlar" al cuerpo» (el conflicto psíquico
se transfiere al cuerpo dando lugar al síntoma conversivo). El cuer-
po psicótirn remite a un lengnajp ¡je Órgano, donde «el psicótico
t n r n fl fíl signifirant-p al pip rlp la Iptra HPI rnprpn» (p. 242), esto es, el

síntoma no alude a una expresión simbólica, sino que es experi-


mentado por el sujeto de manera concreta. En el cuerpo perverso
prevalece un «culto del órgano» como sostén del goce (es el caso
del fetichista que, por un lado, acepta la diferencia sexual y desa-
rrolla un temor a la castración; por el otro, desmiente esta diferen-
cia, dando lugar al surgimiento del fetiche). Por último, el síntoma
somático opera como «el momento físico del proceso inconsciente»
(p. 8). Se trata de una inscripción directa en el cuerpo como conse-
cuencia de una falla simbólica. Así, «lo que no puede encontrar su
lugar en el texto vuelve (...) en lo real del cuerpo» (p. 246).
Para Piera Aulagnier (1997), la palabra materna tiene el poder
de plasmar el cuerpo del infante. Al referirse al momento inaugu-
ral de la «situación de encuentro» entre el bebé y la madre, dice:
«la primera representación que la psique se forma de sí misma co-
40 SILVIA REISFELD

mo actividad representante se realizará a través de la puesta en re-


lación de los efectos originados en su doble encuentro con el cuer-
po y con las producciones de la psique materna» (p. 31), es decir,
los enunciados con los que habla del niño y le habla al niño. Se tra-
ta de una «violencia primaria» necesaria y estructurante, toda vez
que ella, como portavoz de un discurso ambiental, se anticipa en
sus palabras y acciones a un conocimiento que él aún no posee.
Así, esta temprana interacción entre el cuerpo del niño y los cuida-
dos maternos es descrita como «el cuerpo hablado y el placer por
quien lo habla» (p. 251). Esto es, la importancia de una madre cu-
yas palabras comporten una cualidad erógena que, al nombrar las
distintas partes de su cuerpo y sus funciones, lo inscriba en la red
del deseo. La gradual integración de las zonas erógenas hará surgir
una imagen unificada del cuerpo a la vez que el niño se irá apro-
piando de estas palabras; goce de un cuerpo unificado que puede
también verse representado en el cuerpo del otro. En cambio, si en
este «cuerpo hablado» falta un término que designe una función y
una zona erógena, o si éste existe pero no conlleva para el niño y
para la madre una vivencia placentera, «esta función y este placer
pueden-llaga r a faltar^a£lxueipfl_a-secaa» (p- 25).
En su conocida obra Imagen y apariencia del cuerpo humano, Paul
Schilder (1958) denomina «imagen corporal» a la representación
mental que nos hacemos de nuestro cuerpo. Los factores que lle-
van a su constitución son múltiples: impresiones táctiles, térmicas,
de dolor; sensaciones provenientes de distintas funciones corpora-
les, de la actividad muscular y de las zonas erógenas. La imagen
corporal «no es una estructura sino una estructuración» en perma-
nente cambio, que se construye «sobre la base de una experiencia
social». Desde los más tempranos vínculos, importa cómo nos per-
cibimos frente a los demás y cómo éstos nos perciben, su interés
por nuestro cuerpo, las sensaciones que provocan cuando nos to-
can e, incluso, toda palabra que incida en prestar mayor atención a
ciertas partes del cuerpo. Ligado entonces a esta «apariencia pro-
pia del cuerpo», se constituye un sentimiento de identidad y auto-
valoración. Por otra parte, el individuo recurre continuamente a di-
ferentes medios con el fin de modificar su imagen corporal. Así
como los tatuajes «alteran la parte óptica de nuestro ser» y afectan
de forma objetiva la imagen corporal las ropas o el maquillaje
también representan un anclaje de la libido narcisista que acompa-
ña los sucesivos cambios de la imagen corporal.
EL CUERPO, UN ENFOQUE INTERDISPLINARIO 41

Desde otra vertiente, Frangoise Dolto (1986) diferencia el esque-


ma corporal y la imagen del cuerpo. En el primer caso se trata del
cuerpo biológico con todos sus recursos potenciales para actuar en
el mundo físico; en el segundo, nos remitimos a una dimensión in-
consciente y, por ende, propia de la historia personal. La imagen
del cuerpo, en su entrecruzamiento con el esquema corporal, da
cuenta de la forma de comunicarnos con el otro. Soporte del narci-
sismo, se configura en el campo de una intersubjetividad signada
por el vínculo con los padres y mediante el lenguaje como medio
de simbolización.
En cuanto a la noción del cuerpo en las afecciones psicosomáti-
cas, si bien se trata de un campo que excede a nuestra intención,
mencionaré algunos puntos que guardan cierta similitud con hipó-
tesis que se han de exponer en otros capítulos. Me remito a la es-
cuela de psicosomática de París, cuyo principal exponente es Pie-
rre Marty, y también a las ideas de Joyce McDougall. Para Marty
(1995), las enfermedades somáticas constituyen una estructura psi-
copatológica de base con características propias. De todas las que
describe, me limito a considerar: ( a j el concepto de pensamiento
operatorio - q u e luego extiende al de «vida operatoria»-, que con-
templa la disminución del pensamiento a favor de un predominio
de comportamientos. Las representaciones pueden ser escasas, po-
bres y referidas únicamente a lo actual y fáctico. X¿})la idea de una
«depresión esencial» (depresión sin objeto), como secuela de even-
tos traumáticos que desorganizan algunas funciones psíquicas y
desbordan sus posibilidades de elaboración. McDougall (1983) pri-
vilegia el papel de los afectos como punto de encuentro entre la
psique y el soma. En los síntomas psicosomáticos, el afecto perma-
nece «congelado» en su capacidad de ser representado. Así, el pen-
samiento operatorio que tipifica a estos pacientes constituye una
defensa contra intensas angustias psicóticas. Plantea dos hipótesis
principales:
( l ) Un pasaje al acto en detrimento del mecanismo de represión,
que posibilitaría almacenar representaciones y afectos. Lo que ocu-
rre es una expulsión directa a través del cuerpo y «la psique eva-
cúa sus tensiones sin palabras».
Q ^ U n déficit en «la función materna de para-excitación», lo que
supone estados de afectos desbordantes que no acceden a una tra-
mitación psíquica.
Por último, Juan David Nasio, en la introducción a su libro Los
42 SILVIA REISFELD

gritos del cuerpo (1997), en un diálogo con Ana M. Gómez, opina:


«Quiero decir que el cuerpo está como estallado; este cuerpo no es
el mismo que aquel de mil años atrás. Nuestro cuerpo no es más el
mismo, aunque tenga la misma forma» (p. 10). Por lo que las enfer-
medades del cuerpo varían «según la teoría con la que se avanza
para conocerlo y curarlo. Esa teoría modifica la realidad de ese
cuerpo» (p. 11). Se trata de una postura nominalista, según la cual
el nombre no sólo designa la cosa sino que transforma la cosa de-
signada; no sólo cambian las visiones del cuerpo sino también su
entidad concreta y carnal. Desde esta perspectiva, existen dos ana-
tomías: una real, de la que nos habla la medicina vigente, y otra
psíquica, que surge a partir de una teoría de la representación del
cuerpo que se forma en la percepción interna de cada uno. Por tan-
to, «será la imagen psíquica del sujeto la que investida afectiva-
mente crea modificaciones en el cuerpo del sujeto habitado por
ella» (p. 13).

A L G U N A S CONSIDERACIONES FINALES EN TORNO AL CUERPO

Los aportes presentados permiten una primera reflexión, y es


que existe una pluralidad de concepciones referidas al cuerpo que
de por sí dan cuenta de la complejidad y los alcances de esta no-
ción. Un denominador común entre estos variados enfoques y el
psicoanálisis es el hecho de que desde nuestra disciplina el cuerpo
también se presenta como un constructo. En efecto, partimos de la
idea de un cuerpo erógeno o Iibidinal; no operamos con el cuerpo
real biológico. El cuerpo así entendido es fundamentalmente porta-
dor de un símbolo, tal como ocurre en la histeria.
Por otra parte, en la medida en que el psicoanálisis también
construye una visión del cuerpo, ésta ha de contextualizarse en el
marco científico y cultural en que surge. Un ejemplo de la gravita-
ción de la cultura en la comprensión psicoanalítica de los hechos
clínicos es abordada por Ethel Spector Person (2000) en su intro-
ducción a la última compilación de trabajos en torno al artículo de
Freud, «Pegan a un niño». Entre las distintas consideraciones acer-
ca de la vigencia de las fantasías de flagelación tal como las abordó
Freud, la autora plantea un aspecto sumamente interesante, a sa-
ber, cómo las expresiones sadomasoquistas forman cada vez más
parte de nuestra cultura. Así, más allá de una «iconografía» a dis-
EL CUERPO, UN ENFOQUE INTERDISPLINARIO 43

posición de todos, observable en la ropa (el cuero negro, los zapa-


tos de tacón de aguja), los adornos (cadenas, clavos), las fotografías
de moda que sugieren relaciones sadomasoquistas, etcétera, «las
prácticas del movimiento para "modificar el cuerpo" tienen un cer-i
cano parentesco a la veta sadomasoquista... Este no sólo incluye lq
proliferación de las modas del tatuaje y el piercing, sino también la/
corsetería, las marcas con hierro candente, y las cicatrices realiza]
das con cuchillos» (p. 16).
Otro tanto sucede con la valoración por la estética del cuerpo.
En efecto, desde que Freud postulara que el destino es la anatomía,
han ocurrido una serie de cambios. Por nombrar un ejemplo: la
modificaciónde las formas actuales de apariencia rnrporal. donde
las representaciones referidas a la masmlinidad y la-feminidad, los
modos de concebir la bisexualidad y las diferencias de género han
cambjad_o, volviéndose más ambiguos sus límites. Esto se ve clara-
mente en la elección de los diseños dp tatuajes.
No cabe duda de que el cuerpo ha pasado a ser un vehículo im-
portante en la expresión de los actuales conflictos psíquicos, no só-
lo desde una vertiente francamente patológica (las afecciones psi-
cosomáticas o los trastornos de la alimentación como la anorexia o
bulimia), sino también a través del auge de prácticas que, como el
tatuaje, posibilitan la canalización de una amplia gama..d£_situacio-.
nes inconscientes. Así, en contraposición a «la personalidad neuró-
tica de nuestro tiempo» que postulara Karen Horney, los autores
del posmodernismo - q u e por cierto recurren al psicoanálisis- nos
presentan una concepción ampliada del narcisismo, un narcisismo
social que tipifica al hombre actual: un ideal compartido y centra-
do en el afán de procurarse gratificaciones, sobre todo a través del
cuerpo. Aquí lo predominante sería la retraducción de una reali-
dad externa vivida de manera cada vez más compleja y menos in-
clusiva, en términos de una inmediatez de la experiencia que el su-
jeto sí puede controlar. Esto me lleva a una última cuestión, que es
el lugar que ocupa una práctica corporal dentro de un determina-
do funcionamiento social. En el caso del tatuaje, concurren diver-
sos factores que serán tratados en el contexto de los distintos capí-
tulos. Sólo quiero señalar que resulta un emergente más de una
cultura que prioriza la noción del cuerpo-imagen como vía de va-
loración social.
44

Piel

Todo está aquí, en mi piel;


no hay más que mirar.

RAY BRADBURY, El hombre ilustrado

«Es una cuestión de piel», solemos decir, cuando hacemos alusión a


una muy particular experiencia de contacto, que puede implicar
tanto atracción como rechazo hacia el otro. Comunicación no verbal
que emerge de la mera sensibilidad para expresar algo que se deco-
difica a nivel de la piel. Es decir, la piel siente. Y tal como sucede
con otras expresiones del habla común, pasa a representar a la per-
sona. Por sus mismas características de color, tono, y sus variacio-
nes a lo largo del tiempo -los gestos faciales, las arrugas o cicatri-
ces-, la piel resulta un medio de individuación y es única para cada
sujeto. Manifestaciones como el rubor, la transpiración o la palidez
traducen estados emocionales.Y en un extremo, los trastornos de la
piel (la psoriasis, el vitíligo o las alergias en general) dan cuenta de
que se trata de un órgano complejo que sirve a la expresión de los
conflictos psíquicos. La historia atestigua el valor otorgado a un de-
terminado color de piel para legitimar condiciones de marginación
o superioridad racial. Diferentes marcaciones también fueron usa-
46 SILVIA REISFELD

das como formas de condenar o ubicar el estatus social de los indi-


viduos. Por último, hay un concepto estético inherente a cada cultu-
ra que hace de la piel un asiento importante de todo tipo de prácti-
cas de embellecimiento. En particular, la consideración del tatuaje
como un elemento decorativo o, más abarcativamente, en cuanto
corriente artística que utiliza la piel como un lienzo humano.

P I E L Y PSICOANÁLISIS

La piel que recubre el cuerpo opera como un primer límite entre


el organismo y el mundo externo. Al mismo tiempo, recibe estímu-
los que provienen tanto del interior como del exterior. Es a partir
de esta doble faz que cumple múltiples funciones para el desarro-
llo del aparato psíquico.
En Tres ensayos sobre una teoría sexual (1905), Freud afirma que la
piel es una zona erógena «por excelencia» ya que cualquier sector
de ella puede tornarse en sede de excitaciones placenteras. Plantea
dos tipos de estimulación: uno interno, que se expresa como ten-
sión displacentera que se proyecta en la piel, y otro externo, en el
que destaca el contacto de piel a piel -el acariciar, por ejemplo- co-
mo un componente de la pulsión sexual. Un rasgo característico de
la sexualidad infantil, el autoerotismo, aparece en la forma del fro-
tamiento rítmico de ciertas partes del cuerpo (gratificación mastur-
batoria). La piel también reviste particular erogeneidad en el caso
de los impulsos de crueldad (sadismo) y dolor (masoquismo), am-
bos constitutivos de la pulsión sexual.
Una segunda aproximación freudiana es la idea de que la piel
es una barrera limitante de estímulos. Así, en Más allá del principio
del placer (1920), al exponer sus hipótesis acerca de la evolución del
organismo vivo a partir del modelo de una primitiva vesícula in-
diferenciada, describe la constitución de una corteza exterior como
protección frente al impacto de los estímulos externos, lo que per-
mite dosificar el ingreso de grandes cantidades de excitación, que
de otra forma desorganizarían al incipiente organismo. Esta mis-
ma función de para-excitación también opera ante los estímulos
internos.
Para Paul Schilder (1977), las tempranas experiencias táctiles y
de contacto cálido con la madre hacen de la piel un significativo
medio de comunicación emocional. Las diferentes sensaciones de
PIEL 47

dolor o placer que experimenta el bebé en la superficie de su piel


son un.recurso importante para el descubrimiento y la exploración
de su cuerpo a través de las manos. Por ejemplo, la piel se irrita
con suma facilidad, produce escozor e impulsa la acción de tocar-
se. El infante necesita tanto ser tocado como tocar, y es a partir de
los variados contactos con las personas de su entorno que irá enri-
queciendo una imagen de su propio cuerpo. Debido a que la piel
sufre distintas modificaciones, los cambios en la apariencia externa
no sólo repercuten en la representación del esquema corporal, sino
que también reflejan la forma en que un individuo se ve a sí mis-
mo y en cómo se muestra ante los demás.
En esta línea, existe un desplazamiento simbólico entre la piel y
el uso de vestimentas que hace al modo en que cada uno se repre-
senta. Al reflexionar en torno al origen de los vestidos y del tatua-
je, Ángel Garma (1970) plantea la hipótesis de que ambos represen-
tarían la protección de la madre primitiva para con el recién
nacido, tal como éste aparecería cubierto por las membranas feta-
les. Una forma de hacer menos dolorosa la separación entre la ma-
dre y el niño habría sido el cubrirlo con el sustituto de una piel o el
cuero de un animal. Nos dice: «Originariamente el tatuaje pudo in-
tentar reproducir el aspecto de la piel del recién nacido, teñida pol-
la sangre materna y el meconio, así como su arrugamiento provo-
cado por el paso a través del estrecho conducto genital materno.
[...] la finalidad primaria del tatuaje, como la de los vestidos, sería
conservar el amor y protección maternos» (p. 204). Así, el empleo
de ropa ajustada puede representar una piel adicional que no sólo
ayuda a dar mayor relieve al cuerpo, sino también permite al que
la usa tener la sensación de estar «apretadamente envuelto» (Bi-
ven, 1982).
La concepción de una piel en tanto representación mental que
adquiere una función de continente posibilitó fecundos desarro-
llos. Si bien Wilfred Bion no trabajó específicamente acerca de la
piel, sus aportes constituyeron un primer empuje en esa dirección.
Bion (1996) concibió el vínculo entre la madre y el bebé en térmi-
nos del modelo de continente-contenido y el empleo por parte
del bebé de la identificación proyectiva realista (normal) como
primitivo medio de comunicación. Mediante este mecanismo,
el niño se libera de sentimientos intolerables para su rudimenta-
rio aparato psíquico (contenido) y busca suscitar en su madre
(continente) una respuesta adecuada. La madre con capacidad de
48 SILVIA REISFELD

réverie1 actúa mitigando las tensiones del bebé, de manera que éste
pueda tolerarlas.
Esther Bick (1970) aplicó estas ideas a la observación sistemática
de lactantes en su temprana relación con la madre. Observó que el
contacto con la piel del bebé y su estimulación constituían el aspec-
to más importante del vínculo y sentaban las bases de las primerí-
simas introyecciones del yo. Bick formuló el concepto de «segunda
piel» para dar cuenta de una fallida adquisición de la función pri-
maria de contención. Así, «en su forma más primitiva, las partes
de la personalidad son vividas como si estuviesen carentes de una
fuerza capaz de unirlas, por lo cual resulta necesario asegurar su
cohesión en una forma que se experimenta pasivamente, mediante
el funcionamiento de la piel, que obra como un límite». Pero esta
función interna de contener partes del se// depende inicialmente de
la introyección y posterior identificación con la función contenedo-
ra del objeto, lo cual origina «la fantasía del espacio externo y del
espacio interno». El objeto, que hace las veces de continente, es
sentido «concretamente como una piel». Las dificultades en esta fa-
se se traducen en la falta de la noción de un espacio dentro del self,
lo que da lugar a un uso masivo de identificaciones proyectivas y a
la conformación de una «segunda piel» como sustituto del conti-
nente-piel adecuado. En este caso, una normal dependencia res-
pecto del objeto es reemplazada por una seudoindependencia y el
empleo de ciertas funciones mentales o habilidades que asumen en
adelante un papel de contención. Desde la clínica, esto se observa
bajo la forma de una coraza muscular (rigidez, actividad hiperki-
nética) o su equivalente verbal, donde el habla (en torrente de pa-
labras) permite envolverse en el sonido de las propias palabras.
Didier Anzieu (1994) trabajó la noción del «yo-piel y sus fun-
ciones de correspondencia con la piel», donde la piel psíquica en-
cuentra un apuntalamiento en la piel corporal. El yo-piel designa
una «figuración de la que el niño se sirve en las fases precoces de
su desarrollo, para representarse a sí mismo como yo que contie-
ne los contenidos psíquicos a partir de su experiencia de superfi-
cie del cuerpo» (p. 50). Anzieu describe la piel como un complejo
sistema en el que confluyen distintas sensibilidades (de calor,

1. Término que utiliza Bion para hablar de la aptitud materna de contención,


junto con una adecuada decodificación de las conductas del bebé.
PIEL 49

presión, dolor, tacto) a la par que mantiene una relación estrecha


con los restantes órganos de los sentidos (visión, olfato, gusto y
oído) y las sensaciones kinestésicas y de equilibrio. Esta variada
sensibilidad resulta difusa e indiferenciada para el bebé durante
mucho tiempo. Por tanto, es a partir de la piel de la madre y su
contacto con ella que éste aprende a reconocer y discriminar los
límites de una piel propia. Así, «en circunstancias favorables, la
piel se convierte en la frontera entre el «yo» y el «no yo», o, para
decirlo de otro modo, la psique ha entrado a vivir dentro del so-
ma, dando lugar a una vida psicosomática individual» (p. 70).
Entre las distintas contribuciones mencionadas, Anzieu se apo-
ya en Bowlby, quien, en The Nature of the Child Ties to his Mother
(1958) postula la hipótesis de una pulsión de apego primaria, de-
terminante en el vínculo inicia] entre madre e hijo, independiente
de la pulsión oral. También cita el estudio de Harlow y colabora-
dores sobre la conducta de primates pequeños ante una madre
creada artificialmente con alambres, en contraposición a otra cu-
bierta con pelaje. Se observó que, más allá de que la primera pu-
diera presentar un biberón para alimentarlos, los primates se acer-
caban y buscaban refugio en el bienestar proporcionado por el
contacto con la suavidad del pelaje de la segunda. Estas investiga-
ciones pusieron de relieve el papel esencial de la función primaria
de apego y cómo la privación de un contacto adecuado con la ma-
dre o un sustituto, daba lugar a perturbaciones irreversibles que
incidían en el posterior desarrollo afectivo, cognitivo y social. Así,
la constitución de un yo-piel adecuado requiere que el lactante
pueda satisfacer sus necesidades de aferramiento en el marco de
experiencias cálidas y estables con la madre.
Con respecto a su evolución, el yo-piel está signado por dos mo-
mentos:
( T ) La fantasía de una piel común a partir del continuo contacto
con la madre (noción de un pecho-piel), que posibilita «una identi-
ficación primaria con un objeto soporte e interiorización de la fun-
ción de continente». Esto es, un estado de simbiosis donde uno en-
vuelve al otro (narcisismo primario).
(^2)¡ La gradual separación y desaparición de esta piel común,
merced a experiencias de presencia-ausencia materna junto con un
paulatino reconocimiento de que cada uno posee su propia piel y
su propio yo. En esta transición pueden surgir fantasías de piel
arrancada, robada o magullada, que, de ser dominadas, permiten
50 SILVIA REISFELD

que el yo-piel sentido como propio devenga «una envoltura psí-


quica continente de los contenidos así como la interiorización del
entorno materno se convierte en el mundo interno de los pensa-
mientos, imágenes y palabras» (p. 73). Por tanto, hay que diferen-
ciar el decurso de un yo-piel asentado fundamentalmente en una
vertiente narcisista, en el que «la fantasía de una piel común se
transforma en la fantasía secundaria de una piel reforzada e invul-
nerable», o si éste se constituye principalmente en un plano maso-
quista, en cuyo caso surgirá «la fantasía de una piel común desga-
rrada o herida» (p. 55). F.l fracaso Hp la fnnrinn rp^t-pnpdora del
objeto origina dos tipos de angustia:
(a) La referida a «un estado de excitación pulsional permanente
y difuso», que se intenta manejar mediante una corteza sustitutiva
de dolor físico o angustia psíquica, donde el individuo «se envuel-
ve en el sufrimiento» y que traduce la idea de «sufro, luego existo».
A s h e l cuerpo obtiene vía el sufrimiento su indicio de objeto real.
(bWLa envoltura existe, pero como no hubo continuidad estable
se Ta vive con agujeros, y la vivencia es la de un yo-piel colador
donde los pensamientos o recuerdos se conservan con dificultad y
predomina la ansiedad de tener un interior que se vacía.
Por su parte, Barrie Biven (1982) analiza el rol de la piel en la
obra de la poetisa Sylvia Plath. Mencionaré algunos aportes teóri-
cos a los que se refiere. La proyección de la piel -normal o patoló-
gica- es un hecho frecuente que abarca objetos tanto animados co-
mo inanimados. Algunas proyecciones pueden permanecer como
un proceso psíquico mientras que otras se traducen en una forma
de acción. Tal es el caso de la creación del artista, donde el l i p n z n SP
constituye en una piel simbólica, mientras que la mano o los ojos
libidinizan este sustituto a la manera de las tempranas experien-
cias autoeróticas. Desde una vertiente patológica, una separación
precoz de los objetos primarios puede llevar a incrementar la acti-
vidad autoerótica. Así, la piel que mejor conoce el bebé durante los
primeros meses de su vida corresponde a las manos y al pecho de
la madre y una escasa o excesiva estimulación atentan contra un
normal desarrollo yoico. Por tanto, es probable que la modalidad
de incorporación más primigenia ocurra no a través de la boca sino
a partir del contacto de piel. El deseo de compensar un déficit de
estas experiencias puede, por ejemplo, observarse en las prácticas
sadomasoquistas. Biven cita el trabajo de Storolow (1975), quien
a f i r m a p n pl.masoquismo la búsqueda de una estimulación
PIEL 51

eróticajy cálida a través de la superficie de la piel permite destacar


los límites de la imagen corporal y restaurar un sentimiento cohe-
sivo del self. En un nivel mucho más extremo, las mutilaciones de
la piel remiten a esa misma finalidad.
En suma, estos enfoques dan cuenta de la extensión y riqueza
de la noción de piel tanto en su función normal como para la com-
prensión de fenómenos psicopatológicos. Paso ahora a analizar so-
meramente una película que ilustra muy bien las distintas varian-
tes que puede adoptar el erotismo en la piel. En particular, nos
permite trazar una conexión entre estos aspectos y el tatuaje en
tanto escritura corporal.

ESCRITO EN EL CUERPO (THE PILLOW BOOK)

Dirigida por Peter Greenaway, quien es incluso autor del guión


original, eT filme despliega una gran belleza visual y recurre a imá-
genes que condensan aspectos significativos de una trama comple-
ja. La protagonista, Nagiko, es una joven cuya vida se ve marcada
por uña obra clásica de la literatura japonesa, El libro de la almohada.
Su autora, Sei Shónagon (2001), lo escribió durante su servicio en la
Corte imperial a lo largo de la década de 990 y se trata de un diario
íntimo. Cabe señalar que Sei Shónagon es descripta como una mu-
jer intelectualmente atractiva, que se destacó en un medio culto
abocado al intercambio epistolar -sobre todo entre los amantes-,
donde se valoraban tanto la retórica como la caligrafía y el tipo de
papel utilizado. Aquí se presentan dos vertientes. Por un lado, al-
gunas pinceladas de la vida de Nagiko y cómo desde pequeña
desarrolla una afición por la escritura que se irá entremezclando,
conforme crezca, con un intenso -y eventualmente excluyente- ero-
tismo ubicado en su piel; en particular, su necesidad de ser escrita
por cualquier tipo de inscripciones como condición ineludible para
tener una relación sexual. Por el otro, se detiene en la relación amo-
rosa que entabla con Jerome. Tomaré algunos tramos del relato.
Na giko proviene de una familia tradicional culta y es hija única.
De su infancia, pueden consignarse:
SU admiración por el padre, que es escritor.
( M U n a bendición que éste le otorga en cada cumpleaños y que
deviene en algo anhelado e imprescindible para ella. El padre le
pinta, con tinta roja,Tetras en la espalda, la frente y ambas mejillas,
52 SILVIA REISFELD

colorea sus labios con el dedo y le dice: «Cuando Dios hizo al pri-
mer modelo en arcilla del ser humano, le pintó los ojos, los labios y
el sexo. Luego pintó el nombre de cada persona para que el dueño
no lo olvidase. Si Dios aprobaba su creación, Él le daba vida al mo-
delo de arcilla firmando su propio nombre».
/c) A los cuatro años, recibe de regalo El libro de la almohada y se
despierta su fascinación por Sei Shónagon. Se propone escribir su
propio libro de la almohada.
/cu En su sexto cumpleaños, se ve al padre iniciándola en la ca-
ligrafía y comentando que debe visitar - c o m o en cada cumplea-
ños de Nagiko- a su editor. Nagiko lo acompaña y, mientras espe-
ra fuera de una oficina, observa una escena (que no comprende)
alusiva a un acto homosexual entre su padre y el editor.
Ya adolescente, escribe regularmente. Se hace evidente su cre-
ciente identificación con la figura de Shónagon: «Como Sei Shóna-
gon mi sentido del olfato era muy fuerte. Yo disfrutaba del olor a
todpiipo de papel. Me recordaba el aroma a piel». Es un primer in-
dicador de un interjuego sensual entre la piel y el papel. Tras un
matrimonio fallido y convertida en una modelo exitosa, sus rela-
ciones con los hombres son efímeras y la sexualidad se tiñe de es-
critura: «... yo había decidido tener amantes que me recordaran los
placeres de la caligrafía. No podía estar segura de qué era más im-
portante. Un calígrafo indiferente que fuese un buen amante o un
excelente amante que fuese mal calígrafo». Asimismo, la actividad
de escribir revela una intensa cualidad erótica: «El aroma a papel
blanco es como el aroma de la piel de un nuevo amante quien aca-
ba de hacer una visita sorpresa en un jardín mojado. Y la tinta ne-
gra es como el pelo laqueado. ¿Y el quill? Bueno, la pluma es ese
instrumento de placer cuyo propósito nunca está en duda pero cu-
ya sorprendente eficacia uno siempre olvida».
¡ Su primer encuentro con Jerome -traductor y aspirante a escri-
) tor- ilustra una seducción que responde esencialmente a nivel de
/ piel. Nagiko dice: «Necesito la escritura. No me preguntes por qué.
A Saca tu lapicera y por favor escribe tu nombre en mi brazo». Esta
\demanda pone en evidencia el componente de fetichización 2 de la

2. La excitación y consiguiente meta sexual sólo pueden alcanzarse si se


acompañan de un aspecto específico del partenaire, ya sea una parte del cuerpo
(tipo de cabello, determinados rasgos físicos) o por la presencia de un objeto ina-
I
j PIEL 53

I
piel escrita. Además nos habla de una fijación sensual a la escena
infantil del ritual paterno. Si por un lado los trazos de Jerome no la
excitan, por otro éste la incita a escribir: le ofrece su piel como una
página en blanco. Para Nagiko es un giro importante: «Ahora seré
la lapicera, no sólo el papel». Veamos entonces: la escritura reviste
plenamente el carácter de un acto sexual; luego, la identificación
en los roles activo (la pluma como equivalente fálico) y pasivo (el
papel), esto es, el componente bisexual de Nagiko. Por su parte, Je-
rome revela un aspecto pasivo femenino, consonante - c o m o se
descubre luego- con una práctica bisexual.
Un primer texto, escrito en la piel de un desconocido, será re-
chazado por un prestigioso editor. Nagiko descubrirá que se trata
del mismo editor de su padre y que Jerome es amigo suyo, inicio
de una situación triangular de consecuencias imprevisibles para
todos:
fíí) Nagiko se enamora por primera vez; Jerome demuestra cum-
plir con las dos condiciones infructuosamente buscadas hasta en-
tonces: es un hábil calígrafo, capaz de llenar su cuerpo con distin-
t o s ^ hasta exóticos caracteres y, además, es un buen amante.
<J>) Ante un posible nuevo rechazo, el siguiente texto tendrá co-
mo portador al cuerpo de Jerome, quien se exhibe desnudo ante la
mirada excitada del editor. En él, la condición fetichista de la piel
se hace más evidente: no sólo lee el texto, sino también, y como
parte del juego sexual, acaricia la piel de Jerome como si probara la
textura de un papel, y la lame para apreciar la tinta.
(c)Resignificación del vínculo entre el padre y el editor: Nagiko
descubre en pleno acto sexual a Jerome y al editor, y pone fin a su
relación con Jerome. Siendo su libro aceptado, otros escritos en
cuerpos elegidos al azar son enviados al editor.
Jerome se suicida. No sólo Nagiko lo llora; también el editor,
aunque su duelo es más complejo: manda a desenterrar el cadáver,
lo despelleja él mismo y se consuela atesorando la piel, ahora con-
vertida en un libro. En un tramo ulterior lo vemos practicarse un
haraquiri.

nimado (ciertas prendas, por ejemplo). En cuanto a las perversiones sexuales, el


fetiche como sustituto de un objeto sexual normal se erige como defensa frente a
la temprana vivencia de castración, esto es, el temor a la pérdida del pene en el
varón o la constatación de su falta en la niña.
54 SILVIA REISFELD

e) Una última escena muestra a Nagiko vestida tradicionalmen-


te. Lleva un bebé en brazos (hijo de Jerome), a quien recita en su
primer cumpleaños la bendición paterna. Al darle de lactar, exhibe
su pecho y sus brazos tatuados.

COMENTARIO

Es indudable que Greenaway apunta esencialmente al valor de


la escritura, revestida aquí de varias significaciones. Ya desde el
inicio, la bendición paterna ubica a Dios como un escritor que fir-
ma sus creaciones. Así, el padre, homologado a la figura de Dios,
le está dando vida a Nagiko a través de sus trazos. Se ve también
cómo la escritura adquiere para Nagiko un claro tinte incestuoso; a
la vez que asume un significado visual muy importante, resaltado
por la piel del cuerpo desnudo de los hombres que sirven como
páginas. Esta piel debe reunir determinadas características y forma
parte del texto en sí, tal como en épocas de Shónagon se aprecia-
ban la calidad del papel y su presentación. Por último, el filme con-
nota una idea sugestiva, y es que la escritura se despliega a través
de la condición bisexual y que, en su origen, le son inherentes tan-
to lo masculino como lo femenino.
El componente erógeno de la piel adopta distintas modalidades:
0 un disparador privilegiado del deseo sexual,(B) como vehículo
de impulsos voyeuristas y e x h i b i c i o n i s t a s ^ su conformación co-
mo fetiche (la piel escrita). Esto último queda particularmente des-
tacado en el personaje del editor. Él también, a la manera de un es-
critor, de un Dios omnipresente, pone su firma y signa el devenir
de todos.
Por último, el ritual de la bendición paterna pasa a una siguien-
te generación cuando la recibe el hijo de Nagiko. En dicha escena,
ella viste tradicionalmente y luce un tatuaje. Aquí el tatuaje advie-
ne como un equivalente de la escritura y en ese sentido ambos con-
fluyen y se superponen. Aun así, por qué Nagiko se tatúa, conside-
rando que es una marca para siempre - u n a página escrita que ya
no se borrará-, abre distintas especulaciones. Su tatuaje, colorido
y de formas abstractas, es un diseño que formó parte de las cos-
tumbres japonesas (véase el capítulo 1). No obstante, es posible
pensarlo como un intento de procurarse una nueva piel, hito que
marcaría el inicio de un momento vital distinto. Cabría entonces
PIEL 55

considerar dos aspectos: el primero, de índole histórico-social, esto


es, un retorno a sus orígenes (el uso del kimono y el tipo de tatua-
je); el segundo, de carácter más primario: que esta nueva piel le
ofrecería un sostén en su reciente rol materno. El colorido bien
puede simbolizar un sentimiento reactivo a los duelos que hubo de
elaborar o el anhelo de infundirse vitalidad. En este contexto, su :
tatuaje, en tanto escritura corporal, adquiere un valor metafórico.
56

La mirada

Basta adentrarse en el pensamiento de Jean-Paul Sartre para enten-


der cómo la mirada configura nuestro modo de estar en el mundo.
En El ser y la nada, Sartre fundamenta toda relación humana a partir
de la experiencia de mirar o ser mirado. El sujeto es siempre un
objeto (en un sentido literal) para la mirada del otro. Así, «en cada
instante el prójimo me mira» (Sartre, 1943: 337). Y es el otro quien
determina todas mis posibilidades, sea por una noción de espaciali-
dad, de temporalidad, o por las apreciaciones que haga de mí: «Con
la mirada ajena, la situación me escapa [...]: ya no soy dueño de la si-
tuación» (p. 342). Por este mismo hecho las reacciones subjetivas a la
mirada son básicamente el sentir miedo ante el peligro de la liber-
tad ajena o la vergüenza frente a la posibilidad de que se descubra
lo no-revelado de mi ser. Sartre discrimina al ojo en cuanto órgano
de la visión y la mirada en sí. De ahí, «lo que nos mira nunca son
ojos sino el prójimo como sujeto» (p. 355).
En El ojo y el espíritu, un ensayo acerca de la creación en el arte
y en particular la pintura, Maurice Merleau-Ponty (1986) se remi-
te a una experiencia frente a la naturaleza, algo que resuena en el
interior del pintor y lo captura: «el ojo es eso que se ha conmovido
por cierto impacto del mundo y lo restituye a lo visible por los tra-
58 SILVIA REISFELD

zos de la mano». Para el autor, existe un narcisismo inherente a to-


da visión, por lo que no se sabe si es el sujeto quien ejerce una vi-
sión sobre las cosas o si son ellas las que lo ven: «entre él y lo visi-
ble los papeles se invierten. Por lo que tantos pintores han dicho
que las cosas los miran» (p. 25). Esta idea de continuidad reapare-
ce en Lo visible y lo invisible ÍMprlpan-Pnnt-y 1Q64V «la mirada en-
vuelve, palpa y se ciñe a las cosas visibles. Como si tuviera con
ellas una relación de armonía preestablecida... de tal manera que
es imposible decir quién manda, la mirada o las cosas» (p. 165).
Para Freud (Psicología de las masas y análisis del yo, 1921), el mi-
rar deriva originariamente del tocar. Así, «el niño espera de las
personas amadas todas las ternuras que le son conocidas, quiere
abrazarlas, tocarlas, contemplarlas, siente curiosidad por ver sus
partes genitales y estar presente durante sus actividades de excre-
ción».
En Tres ensayos sobre una teoría sexual (1905), aborda el descubri-
miento de la diferencia sexual y los avatares del complejo de castra-
ción, conectando la pulsión de ver con el voyeurismo y el exhibicio-
nismo. Aquí, la fijación sexual a metas sexuales provisorias resulta
decisiva. Refiriéndose a la cualidad erógena de la vista, afirma:

í La impresión óptica sigue siendo el camino más frecuente


) por el cual se despierta la excitación libidinal. [...] la oculta-
/ ción del cuerpo, que progresa con la cultura humana, man-
tiene despierta la curiosidad sexual, que aspira a completar
al objeto sexual mediante el desnudamiento de las partes
\ ocultas. Empero, puede ser desviada ("sublimada") en el ám-
bito del arte, si uno puede apartar su interés de los genitales
para dirigirlo a la forma del cuerpo como un todo. La mayo-
ría de las personas normales se demora [...] en esa meta in-
termedia que es el mirar teñido sexualmente. Y esto les da la
\ posibilidad de dirigir cierto monto libidinal a metas artísticas
más elevadas (Freud, 1905:142).

Sin embargo, el placer de ver se transforma en perversión si:


(a))se limita a la visión de los genitales;
(cy va unido a la superación del asco, en cuyo caso existe el pla-
cer de mirar a otro en sus funciones excretorias y, por último,
( c ) si reemplaza la meta sexual normal, dejando de ser un placer
preliminar. Así, el exhibicionista necesita mostrar y ver los genita-
les del otro como una manera de confirmar la integridad de los su-
yos y reiterar la experiencia de satisfacción infantil ante la falta de
LA MIRADA 59

miembro en la mujer. La conducta perversa de mirar y ser mirado


conforma un par de opuestos en su modalidad activa y pasiva,
aunque Freud subraya: «quien en el inconsciente es exhibicionista,
es al mismo tiempo voycur» (p. 152).
En el placer de ver y exhibirse, el ojo cumple la función de una
zona erógena. Como ulterior derivado y a propósito de los cam-
bios en la pubertad, nos dice:

El ojo, que es quizá lo más alejado del objeto sexual, puede


ser estimulado casi siempre en la situación de cortejo dei ob-
jeto, por aquella particular cualidad de la excitación cuyo sus-
citador en el objeto sexual llamamos "belleza". [...] Con esta
excitación se conecta ya, por una parte, un placer; por la otra,
tiene como consecuencia aumentar el estado de excitación se-
xual o provocarlo cuando todavía falta» (Freud, 1905:191).

En esta línea de ideas, Paul-Laurent Assoun refiere: «digamos


más precisamente que, para la función de autoconservación, basta
con el ojo... La mirada sobreviene en el ojo para cumplir su función
de objeto erótico» (1997, p. 29). ~~ ~
Por su parte, Hervé Huot describe el papel del ojo en el mito de
Edipo y su conexión con el temor a la castración: «Si el ojo puede
ser alcanzado por un "castigo" a causa de su actividad sexual, es
por constituir el lugar de la formación de la imagen» (Hout, 1987:
155). Para este autor, los objetos sexuales (pecho, genitales, fetiches,
etcétera) deben su existencia al ojo. Es decir, «el ojo es la condición
del deseo».
En «Pulsiones y destinos de pulsión» (1915), Freud retoma el te-
ma del voyeurismo y el exhibicionismo, estableciendo distintos
tiempos en el decurso de la pulsión de ver:

el ver como actividad dirigida a un objeto ajeno;


la resignación del objeto y la vuelta de la pulsión a una parte
del propio cuerpo; por tanto, mudanza en pasividad y surgi-
miento de una nueva meta: ser mirado;
( c ^ l a inserción de un nuevo sujeto al que uno se muestra para
ser mirado.

Freud aclara que, en rigor, a la primera meta activa (a) debe an-
teponerse una fase autoerótica que, más tarde, por vía de la compa-
ración cambia a un objeto análogo en el cuerpo ajeno.
60 SILVIA REISFELD

Tal como sucede con el par antitético sadismo-masoquismo, la


transformación de la meta activa a una pasiva y el retorno sobre la
propia persona «nunca afecta enteramente todo el monto de la mo-
ción pulsional»; por consiguiente, el componente pulsional antiguo
subsiste junto con el predominante.
Por su parte, .Paul-Laurent Assoun agrega que si el fin activo
de ver presupone un abandono del narcisismo, el retorno a una
meta pasiva constituye una forma de «salvar la posición narcísi-
ca» (Assoun, 1997: 62). El autor se interroga acerca del momento
en que «el sujeto entra en una lógica de la mirada» (p. 77), mo-
mento que ubica en la «escena (pre) originaria de separación y la
pérdida de vista» de la madre, donde «la mirada recibe su impronta
primitiva, de dolor». Es decir, nos habla de «un trauma escópico de
origen». Luego introduce «la mirada de envidia» (p. 82), remitién-
dose a un texto de San Agustín (citado por Lacan) que describe los
celos de un niño que contempla lactar a su hermanito. En un si-
guiente tramo, la mirada descubre la diferencia entre los sexos.
Aquí, el varón primeramente no cree en lo que ve y luego parece
aceptar lo que ve aunque identifica la ausencia de pene en la mu-
jer como una «falta» provisoria: «Ha mirado pero en lo esencial no
vio» (p. 84). La niña, en cambio, percibe el pene, sabe que no lo tie-
ne y quiere tenerlo. «El "juicio" está allí, es literalmente "escópi-
co". No juzga solamente por medio de la mirada: su mirada es jui-
cio» (p. 87).
Finalmente, hay una mirada propia del narcisismo. Se trata de
una experiencia de seducción desde una captación escópica. Esto
nos remite a Narciso, quien queda «seducido por otro... que se re-
vela idéntico a su propia imagen» (p. 93). De igual modo, la histo-
ria de Pigmalión «describe cómo el artista, seducido por el objeto
de su propia creación, con los ojos fijos sobre su objeto, recibe el
brillo fascinante de éste y se prenda... de esa parte de sí mismo a la
que ha dado forma» (ibíd.).
Si bien Lacan retoma las ideas de Freud que ligan el mirar a la
temática de la castración, en realidad introduce modificaciones im-
portantes que hacen a un desarrollo teórico distinto. En efecto, la
«pulsión escópica» 1 instala una conceptualización diferente a la de

1. El término «escópico», como aclara Serge Leclaire (1978), inexistente en


francés y en español, es acuñado por Lacan a partir del verbo griego skopein, que
LA MIRADA 61

la pulsión de ver, no sólo en lo tocante a una redefinición de la pul-


sión en sí misma, sino fundamentalmente por el hecho de que ésta
queda supeditada al lugar que ocupa, dentro de su pensamiento,
la noción del objeto a como causa del deseo. La pulsión escópica,
por lo tanto, es una de las cuatro pulsiones parciales descritas por
Lacan, cuyo objeto es la mirada. La mirada y no la visión. Así, la
mirada es una de las formas en que es figurado (adquiere repre-
sentación) el objeto a, que por definición es irrepresentable. Tal co-
mo lo explica Lacan, este último adviene como un «símbolo de la
falta, es decir, del falo, no en tanto tal, sino en tanto hace falta» (La-
can, 1964:110). La mirada es deseo activado desde el Otro. 2
Esta idea de la mirada no necesariamente asociada a la función
del ojo como órgano de la visión tiene sus raíces filosóficas en las
formulaciones de Sartre, aunque Lacan traza sus diferencias. Con-
signo una de ellas, a saber, si para Sartre la mirada ocurría junto al
acto de mirar, Lacan los separa; la mirada no está más del lado del
sujeto, sino que es siempre la mirada del Otro.
Refiriéndose a esta distinción, Juan David Nasio afirma: «Ver va
del yo -imagen fálica, falo imaginario- a la imagen de la cosa. Mi-
rar es un acto provocado por una imagen que viene de la cosa ha-
cia nosotros. Contrariamente al ver, el mirar se despierta fuera de
nosotros...» (Nasio, 1994: 47). Ver, por lo tanto, es ir al encuentro de
lo especular, una cosa visible que refleja la propia imagen y ante la
cual el yo se reconoce aunque alienado de sí. En cambio, la mirada
no nace en el yo sinoj^ue «lo sorprende» y surge en un momento
particular: «el momento de la fascinación» (p. 26).
Por último y desde una teorización distinta, León J. Saúl (1952)
plantea la idea de una movilidad de impulsos tanto escoptofílicos
como exhibicionistas a partir del uso de mecanismos proyectivos.
Así, el proyectar en el otro la tendencia a mirar puede ser usado
como una defensa contra, o una compensación de, formas indi-
rectas de satisfacer necesidades exhibicionistas propias. Desde es-
ta perspectiva, uno podría decir que ambas modalidades se pre-

significa observar, examinar. Así, skopos y skopia son terminaciones griegas deri-
vadas de este verbo.
2. Término que designa una alteridad que trasciende al individuo y que La-
can equipara con el lenguaje y la ley. Por tanto, es representativo del orden de lo
simbólico (Evans, D., Diccionario introductorio de psicoanálisis lacaniano, Buenos Ai-
res, Paidós, 1977).
62 SILVIA REISFELD

sentan activamente aunque una de ellas es disociada y ubicada


en el otro.

COMENTARIO

Tal como iré ilustrando en los próximos capítulos, la mirada de-


viene un vector esencial en la práctica del tatuaje. Aquí me limito a
esbozar algunas ideas en función de los aportes presentados:
( f ) En el marco de lo formulado por Sartre, aunque con un senti-
do diferente, la expansión actual del tatuaje nos habla de un deter-
minismo de la mirada, que de manera más amplia parece regir el
comportamiento del hombre contemporáneo; esto es, una tenden-
cia activa a procurar ser mirado y reconocido como entidad subje-
tiva. En este caso, es el sujeto quien busca exponerse a la mirada
del otro para ser descubierto. El tatuaje, aun cuando se lo conciba
meramente como un adorno corporal, ha pasado a constituirse en
un símbolo de identificación personal.
(J^¡En lo que respecta a la experiencia subjetiva de portar un ta-
tuaje, la mirada contempla el interjuego de tres movimientos: la
posibilidad de mirar(se) el propio tatuaje (placer de autocontem-
plación), ser mirado (placer de exhibirse) o mirar otros tatuajes
(placer de ver). Aun cuando forman parte de una misma dinámica
-el componente erógeno subyace a los tres-, cada uno de ellos re-
vistirá distintas significaciones.
Q) El narcisismo también participa de la mirada, ya sea en tanto
vivencia de completud (el tatuaje ha pasado a formar parte del
propio cuerpo y por ende, del self) o como apuntalador de la au-
toestima (por identificación con la mirada que se espera suscitar en
el otro).
Si bien no me voy a ceñir a la diferenciación del enfoque laca-
ruano entre el ver y el mirar, los comentarios de algunos entrevista-
dos (los casos del Sr. A y de Javier del capítulo 5) dan cuenta de có-
mo un tatuaje puede ejercer un efecto de seducción que activa en el
sujeto mociones psíquicas desconocidas para él, desencadenando
su motivación' a tatuarse. Este impacto visual suele quedar adscri-
to al colorido de un diseño, sus dimensiones, o a cierta imagen de
movimiento del tatuaje cuando el cuerpo se moviliza.
( ? ) En algunos casos donde se revela la presencia de conflictos
más severos (véase el capítulo 11), la persona puede llegar a expe-
LA MIRADA 63

rimentar un fuerte rechazo hacia sus tatuajes; la vivencia es la de


sentirse «mirado» por éstos. Aquí son las mismas proyecciones
ubicadas en dichos tatuajes las que inciden en generar una ansie-
dad típicamente persecutoria.
10

Tatuaje y adolescencia:
¿moda o síntoma?

Si, en términos de la personalidad, tanto las tempranas experien-


cias corporales como la presencia de un entorno cálido y consis-
tente resultan importantes para la constitución de una imagen cor-
poral que forma parte de nuestra manera de ser y actuar en el
mundo, no menos relevante es que el cuerpo responde a un dis-
curso social que nos hace partícipes de un imaginario colectivo.
Esto se aplica al tatuajg-que, ampliamente publicitado, 1 devino en
los hechos en algo natural y sobre todo com o expresión de una ac-
tual cultura adolescente.
— — — ~
Incluso no es infrecuente encontrarnos
con padres que en actitud resignada - p o r decirlo de algún m o d o -
aceptan acompañar a sus hijos menores de edad a los locales de
tatuaje.

1. Veáse «Los tatuajes: una marca eterna que ya trasciende edades y clases so-
ciales», Clarín, informe especial, 30 de marzo de 2003: «Si bien no hay cifras ofi-
ciales que den cuenta de la tendencia, buena parte de los tatuadores - a l g o más
de 100 en condiciones legales- sostiene que en los últimos cuatro años la deman-
da de tatuajes creció hasta un 500%. Así, por cada uno que en el '99 se animaba a
incluir en su organismo altas dosis de tinta, ahora hay cinco argentinos que ya
transformaron una expresión de pocos en una estética de muchos».
66 SILVIA REISFELD

Si bien es cierto que la incidencia de esta práctica es dominante


en la adolescencia, también es significativa su gravitación en el
adulto joven. Corresponde entonces aclarar que tomaré como pun-
to de partida las vicisitudes que fundamentalmente caracterizan
dicha etapa, asumiendo que los aspectos no resueltos de ella inci-
dirán eventualmente en una ulterior decisión a tatuarse. No trataré
aquí el tema de la influencia ambiental (véase el capítulo 12). Mi
interés es esbozar un marco general que sirva de apoyo a las ideas
que iré exponiendo.

P E R F I L PSICOLÓGICO DEL ADOLESCENTE

La adolescencia está signada por los cambios que introduce la


pubertad, esto es, la irrupción de las distintas manifestaciones físi-
cas que acompañan la maduración sexual. Peter Blos (1971) la defi-
ne como una «segunda etapa de separación e individuación», to-
mando como modelo lo que el niño experimenta hacia el final del
segundo año de vida, cuando empieza a diferenciar su yo de los
objetos que lo circundan. Así, durante la adolescencia se reeditan
situaciones de la infancia y las temáticas de la autonomía y el logro
de un sentido de identidad ocupan un primer plano. La noción de
identidad comprende una experiencia de captación autosubjetiva
(¿quién soy yo?), así como la afirmación de una identidad qpxnal
Estos cambios corporales, de enorme impacto emocional y no
siempre de aparición uniforme, exigen una constante adaptación
tanto física como mental: no sólo varía la representación de la pro-
pia-imagen sino también se la reevalúa a la luz de dichos cambios.
Por tanto, gran parte de la autoestima depende de esta valoración,
siendo inevitable la comparación con el desarrollo físico alcanzado
por otros. Autores como Peter Blos y Phillippe Jeammet (1990), en-
tre otros, coinciden en destacar el factor de la pubertad y sus efec-
tos en términos de crisis de desorganización y reorganización de la
personalidad. Así, en la medida en que el yo no adquiera estabili-
dad, prevalecerán maniobras defensivas que apuntan a preservar
una cohesión psíquica.
Por otra parte, se modifican los intereses, el comportamiento
social y la vida afectiva. Un hecho significativo es que aun cuando
las amistades tengan la misma edad cronológica, no sucede así
respecto del crecimiento físico o el tipo de intereses. Como conse-
TATUAJE Y ADOLESCENCIA: ¿MODA O SÍNTOMA? 67

cuencia y a fin de evitar el aislamiento, es común la asunción de


conductas imitativas que posibiliten una pertenencia grupal, La
importancia del grupo de pares ha sido señalada por Meltzer
(1998) no sólo en su rol de contención sino como vía de identifica-
ciones proyectivas. Al mismo tiempo, se observan oscilaciones en
el ánimo, conductas de repliegue o de expansión y una alternancia
desde actitudes pasivo-dependientes hacia otras más activas e in-
dependientes (a menudo bajo la forma de acciones inmediatas).
En ocasiones, pueden surgir dificultades en la capacidad de ver
objetivamente la realidad. Las actitudes de desafío o transgresión
comportan no sólo un cuestionamiento de los marcos familiares e,
institucionales - l o que habla de un propósito creativo e innova-
dor-, sino también el intento de contrarrestar temores de depen-
dencia y sumisión al entorno.
Veamos las distintas situaciones de duelo por las que transita el
adolescente:
Q ^ l a pérdida del cuerpo infantil en el pasaje a la adquisición de
un cuerpo adulto;
(2)1 la resignación de los padres edípicos (como objetos de elec-
ción amorosa) junto con los modos infantiles de relación (idealiza-
ción y dependencia), que incluye tanto a las imagos interiorizadas
como a las figuras reales,
(3) la caída de la propia omnipotencia (el pensamiento mágico
infantil).
Estos duelos conforman, siguiendo a Jeammet, más que un cua-
dro depresivo sintomático, una problemática depresiva con carac-
terísticas propias. Esto es, temas vinculados a la amenaza de pérdi-
da de amor, abandono y/o disminución de la autoestima (sean
situaciones reales, fantaseadas, conscientes o inconscientes), las
dificultades de separación y ambivalencia, y/o el déficit o la au-
sencia de figuras parentales. Así, «contrariamente al adulto, el ado-
lescente no se queja directamente de que está deprimido. Esto su-
pondría confesar una debilidad y reconocer una dependencia,
contra la que está justamente tratando de luchar. [...] El adolescente
acepta la angustia con mayor facilidad, y también aquí, contraria-
mente al adulto, es necesario buscar, detrás de la angustia, la reac-
ción depresiva...» (Jeammet, 1990: 394). El autor también plantea
una tesis interesante, a saber, que el adolescente no posee los recur-
sos internos necesarios como para organizar una respuesta depre-
siva que implique la cabal aceptación de las pérdidas. Las razones
68 SILVIA REISFELD

son varias: aun cuando tenga alguna proyección profesional o la-


boral, no se trata de un rol afianzado que sirva como provisión au-
tónoma para su autoestima; sus actividades sublimatorias, que
pueden procurarle placer, todavía son frágiles y conflictivas. Tam-
poco habría renuncia edípica sino alejamiento físico y espacial,
porque el adolescente no puede establecer una distancia psíquica
simbólica frente a padres que todavía se viven como excitantes. Un
último factor es que requiere de figuras externas referenciales que
cumplan la función de sostener sus investiduras. En suma, más
que de verdaderas vivencias de pérdida, se trata de movimientos
depresivos o sus equivalentes actuados o somatizados; en rigor, de
defensas contra la depresión.

CONSIDERACIONES CLÍNICAS

En líneas generales, el tatuaje posibilita externalizar un amplio


espectro de situaciones afectivas a la vez que constituye, bajo ciertas
circunstancias, un medio eficaz para ligar y dotar de representabili-
dad a estados internos de tensión o angustia. Por lo tanto, cumple
esencialmente la función de un «operador psíquico» de distintos al-
cances. Se podría decir, siguiendo a Donald W. Winnicott (1951),
que la piel se utiliza como un espacio intermedio donde el dibujo
adquiere un carácter de transicionalidad. Su aparición en la adoles-
cencia responde, a mi entender, a dos vertientes principales: el pro-
cesamiento de duelos V la temática de la identidad. Si bien resultan
difíciles de separar, a los fines expositivos iré desglosando diversos
aspectos que en rigor forman parte de una totalidad.
Veamos primero el punto de los duelos. Hemos visto que los
cambios puberales inciden en la experiencia corporal inmediata
(modificaciones de la apariencia exterior) y en la representación
mental del cuerpo (la imagen corporal). Que este crecimiento físico
pueda ser asimétrico y que haya un resultado final incierto o, en
última instancia, insatisfactorio, supone de por sí un motivo im-
portante de frustraciones. Es en este contexto, en el que aún preva-
lecen vivencias de ajenidad, cuando más probablemente tenga lu-
gar la inclinación a tatuarse. En efecto, un aspecto presente en las
entrevistas es que el tatuaje comporta un fuerte sentimiento de
apropiación del cuerpo. Esto apoyaría la idea de un desfase entre
los cambios corporales y la posibilidad de duelar la pérdida del
TATUAJE Y ADOLESCENCIA: ¿MODA O SÍNTOMA? 69

cuerpo infantil. Así, a falta de una elaboración mental que requiere


otros tiempos, la naciente representación de un cuerpo adulto es
tramitada a través de un acto concretizado en la piel. Por citar al-
gunas frases: «es mi cuerpo», «yo hago con mi cuerpo lo que quie-
ra» o «yo le expliqué a mi madre que ésta es mi decisión, que por
más que se ponga a llorar, me grite o le grite, yo me voy a seguir
tatuando». Esta decisión, invocada como un hecho activo e inde-
pendiente, conlleva paradójicamente una fantasía inconsciente de
entrega a una suerte de autoridad que, al incursionar en el cuerpo,
deja una marca que ritualiza el pasaje a una condición adulta.
En cuanto al procesamiento de las mociones edípicas, la elec-
ción del diseño ilustra el predominio de ciertas identificaciones.
Por ejemplo, tatuajes que revelan un simbolismo fálico en las mu-
jeres (véase la fantasía de Vera de tatuarse una cobra, capítulo 6) o
tendencias pasivo-femeninas en los hombres (el gatito de «Helio
Kitty» de Pedro, capítulo 10). O, por el contrario, el dibujo consti-
tuye una manera de contrarrestar un conflicto subyacente en el ar-
mado de la identidad sexual. Otra posibilidad hace a fantasías de
bisexualidad (diseños de seres mitológicos o animales). Por otra
parte, las inscripciones alusivas al nombre de una o ambas figuras
parentales o el tatuar su rostro, nos hablan de la persistencia de la-
zos edípicos. Por ejemplo, en una entrevista ofrecida a Clarín, el jo-
ven Romagnoli, de 18 años, figura central del equipo de San Loren-
zo, al ser interrogado acerca de su costumbre de festejar sus goles
levantándose la camiseta y mostrando el tatuaje de la cara de su
mamá que se hizo en el pecho, responde: «El tatuaje es porque la
amo y cada vez que hago un gol se lo dedico». 2
Asimismo, cierta cuota de la omnipotencia infantil tiende a con-
servarse en la cualidad mágica del tatuaje, a veces expresada explí-
citamente; esto es, desde adquirir las cualidades que se le atribuyen
(«me hace sentir seguro tener un dragón en mi cuerpo») hasta vi-
venciar que mediante el tatuaje ocurre una transformación radical
(«cambiás la personalidad»). Incluyo aquí los motivos de hadas,
duendes, personajes de dibujos animados, historietas o caricaturas,
sean de contenido tierno o agresivo, como indicativos de tenden-
cias regresivas o aspectos inmaduros de la personalidad. Oiros.di-
seños que representan momentos felices, sean de unión familiar, de

2. Véase Clarín, suplemento Deportes, 8 de febrero de 2000.


70 SILVIA REISFELD

la pareja, un nacimiento, etcétera, estarían expresando un modelo


idealizado de vida así como la fantasía de perduración de dichos
momentos. Veamos un ejemplo. Una breve leyenda periodística en
torno al casamiento de Natalia Oreiro -actriz y cantante- y ^Ricardo
Mollo -guitarrista del grupo Divididos-, 3 consign¿Lque «en lugar
de anillos, se tatuaron». Las palabras de Mollo fueron: «Es para to-
da la vida»._Aquí aparece el tema de la temporalidad y el hecho de
que comúnmente se diga que «el tatuaje es para siempre». Lo que
prevalece es una tendencia a contrarrestar temores más profundos
vinculados a la finitud, el paso del tiempo_y los cambios exteriores
del_cuerpo. Así, un joven entrevistado expresaba: «Yo pienso en el
hoy, no en el mañana. No me preocupa pensar qué va a pasar cuan-
do, qué sé yo, tenga 70 años. No pienso en eso. Hoy me gustan y
me los hago».
El tatuaje también aparece frente a pérdidas reales. Por ejemplo,
en una nota de La Nación Revista, dedicada a la modelo Sol Acuña,
leemos: «Ella tiene una banda llamada Voodoo, en homenaje a la
gira de los Rolling Stones, cuyajengua tiene tatuada en el brazo iz-
quierdo, junto con el nombre de su hermano fallecido, Juan Pablo,
fanático defrock y de este grupo». Otras experiencias de pérdida
pueden deberse tanto a la ausencia o el déficit de alguna figura pa-
rental (véase el ejemplo de Tadeo del próximo capítulo) como a
ciertos ideales que se intentan recapturar (véase el comentario de
Iván, capítulo 10).
Ahora bien, consideremos el tema de la identidad. Una primera
cuestión es que, por sus mismas características cambiantes, la ado-
lescencia es una etapa de crisis en la identidad que normalmente
culmina en una mayor estabilidad yoica. Por lo tanto, son espera-
bles y deseables los intentos de autoafirmación. El punto pasa por
cómo el tatuaje advino en uno de los medios privilegiados para ex-
presarla. La muestra evidencia un acento colocado en lo vivencial:
«el tatuaje es un sentimiento», «es algo muy personal», «una mar-
ca registrada», «es algo para mí y no lo comparto con nadie». Pare-
ciera entonces que hay una experiencia subjetiva que refuerza un
sentido de mismidad. Una segunda cuestión atañe a un efecto de
apuntalamiento de la autoestima («no cualquiera se hace un tatua-
je»), donde el dibujo representado asume a menudo la función de

3. Clarín, suplemento Espectáculos, 9 de enero de 2002.


TATUAJE Y ADOLESCENCIA: ¿MODA O SÍNTOMA? 71

compensar sentimientos de desvalorización (complemento narci-


sista de la personalidad). Otro aspecto a tener en cuenta es la nece-
sidad de identificarse con algo o alguien y, ligado a ello, la búsque-
da de una pertenencia grupal. Estos dos últimos rasgos merecen
particular atención porque, ya sea por referentes significativos del
ámbito artístico o deportivo que exhiben tatuajes, o a través de la
música y difusión de videoclips, o por el hecho de que una de las
amistades ya se ha tatuado, los fenómenos de seducción visual por
un lado, y de inducción por el otro, han cobrado, a mi entender,
una dimensión extraordinaria.
En efecto, hay una especie de fascinación y captura que lleva al
tatuaje. Incluso puede llegar a determinar la elección de un dise-
ño, y sólo a posteriori se le otorga un significado (y no siempre lle-
ga a tenerlo para la persona). Veamos un par de ejemplos. El Sr. A,
un reconocido tatuador, refiere respecto de su primer tatuaje, un
barco hecho en forma casera a los 14 años que luego tapó con otro,
lo siguiente: «Yo trabajé en un bar nocturno y un alemán vino con
un tatuaje, un barco, en el brazo izquierdo, de color... Me impre-
sionó ese tatuaje de color... No porque yo haya querido, quería te-
ner un tatuaje de color; pero no sé por qué me llamó la aten-
ción...». El segundo concierne a Javier, de 20 años: «Yo los dibujos
los veo, los encuentro, me gustan y me los hago tatuar. No les
pongo significado»? Aquí ocurre un impacto visual que engarza
con mociones fundamentalmente inconscientes para el sujeto. Por
otra parte, este mirar y ser mirado por los tatuajes traduce no sólo
un placer de ver y exhibirse; también intervienen mecanismos
identificatorios y una búsqueda de reconocimiento de que se tiene
una identidad. Así, Darío, de 19 años y con dos tatuajes, describe
uno de ellos: «es un duende... lo vi, me gustó y todo el mundo dijo
que era igual a mí y me lo hice... Es un duende raro, negro. Le
puse este palo porque lo quería hacer más cavernícola... como más
aguerrido». Estos diseños que lucen agresivos no hacen sino mos-
trar la importancia de una agresión vital y cerradora de la identi-
dad.
Tal como veremos más adelante, el primer tatuaje reviste las ca-
racterísticas de un rito iniciático. Respecto a los varones, la toleran-
cia al dolor adquiere principalmente la significación de una prueba
de hombría (lo que incluye el conjurar fantasías de castración); en
cuanto a las mujeres, prevalecería un sentido de liberación .porque
el tatuaje suele asociarse-a una .vertiente erótica, más precisamente,
72 SILVIA REISFELD

a una fantasía de liberación sexual. Un denominador común es la


noción de formar parte de una movida transgresora, como expre-
sión de una generación distinta. En particular, se refuerza o posibi-
lita una inclusión grupal. Este factor, que desarrollaré en otro capí-
tulo (véase «Tatuaje y adicciones»), resulta de enorme importancia
en jóvenes en los que las carencias son múltiples y que experimen-
tan desde la infancia un marcado déficit del entorno familiar. En
estos casos, el grupo (que a menudo comporta la modalidad de
una pandilla) cumple una función esencial de contención y si bien
el códjgo de tatuarse para poder formar parte puede ser vivido co-
mo «un precio a pagar», se trata de un tema menor comparado con
los beneficios que conlleva la asunción de una identidad delimita-
da. Pero visto desde una perspectiva ampliada, el aspecto del con-
tagio o las conductas imitativas otorgan la tranquilidad que produ-
ce el estar haciendo lo mismo que otros: se es parte de una «nueva
familia» o hermandacL(el grupo de los tatuados). Esto constituye,
desde mi punto de vista, una de las contradicciones inherentes al
empleo actual del tatuaje: se lo busca como un medio de indivi-
duación y, al mismo tiempo, opera dentro de lo que Blos describe
como «defensas de uniformismo». En esta línea de ideas, el tatuaje
puede considerarse una forma de pasaje al acto.
Aquí también entran a tallar vivencias de aburrimiento y el
afán de probar situaciones nuevas. Así, lo común es hablar de ani-
marse al tatuaje, aludiendo con ello a una experiencia diferente, di-
vertida, que vale la pena transitar. Visto desde otro ángulo, no es
infrecuente la tendencia a tapar un tatuaje con otro; esto es, un di-
seño que pierde su sentido originario (sea por lo estético o por el
significado atribuido) y se lo reemplaza por otro vinculado a la
experiencia inmediata. Un ejemplo ilustrativo son las inscripcio-
nes del nombre de la pareja y su remoción por otro tatuaje cuando
cesa la relación. 4
Desde una vertiente más extrema, el pánico de caer en estados
de vacío interno (vividos como una muerte psíquica) promueve

4. Otro ejemplo es referido por el presidente dé la Sociedad Jujeña de Derma-


tología, Dr. Nicolás Bellincioni, quien a propósito de la frecuencia de consultas
afirma: «la mayoría son jóvenes que quieren ingresar a las fuerzas de seguridad,
pero no pueden hacerlo porque están tatuados». Véase Clarín, 28 de julio de
2001.
TATUAJE Y ADOLESCENCIA: ¿MODA O SÍNTOMA? 73

una huida inmediata a un recurso externo, tal como sucede con el


tatuaje. Veamos este comentario aparecido en Internet:

« Una razón secundaria para hacerse tatuajes y piercing es el aburri-


miento, la misma causa que hace que yo me tiña constantemente el pelo,
la experiencia de reconocerme por completo y no gustarme ese sentimien-
to. No soporto la idea de que mi apariencia nunca cambie, el horror de
verme siempre igual. Pero por extraño que parezca, no siento lo mismo
con los tatuajes. Una vez que los tengo, es como si hubieran estado siem-
pre ahí y aun así resultan siempre nuevos ante mis ojos. El sentimiento de
que un tatuaje se convierte en otra parte tuya hace que muchas personas
argumenten que "no podés tener solamente uno". Es como tfatar de re-
capturar una y otra vez una novedad que se esfuma muy pronto para al-
go que te ha marcado para siempre».

Llegados a este punto, voy a diferenciar dos grandes grupos a


partir de una distinción entre el «tener tatuajes», por un lado, y la
idea de «ser mis tatuajes», por el otro. El primero, de una vertiente
más neurótica, lo conforman jóvenes que se hacen uno o algunos
tatuajes. Aquí lo central son temáticas edípicas (identidad sexual) y
los duelos concomitantes. Al momento de elegir dónde tatuarse
prevalece un criterio de realidad: hay un cuidado de no verse lue-
go limitados en una inserción laboral. Son conscientes (e incons-
cientemente partícipes) de que el tatuaje conlleva una dosis de pre-
juicio social y por ello suelen procurar que éste pueda ocultarse
bajo la vestimenta.
El segundo grupo, al cual me referiré en el capítulo 10, está
constituido por jóvenes con un potencial riesgo adictivo que con-
vierte al tatuaje en un hábito con características afines a cualquier
otro tipo de adicción: el apremio por tatuarse, cierto estado de de-
sesperación cuando no se satisface, la dependencia y restricción
de intereses y la reorganización del sel/en función de ello, pudien-
do en casos extremos terminar con el cuerpo cubierto de tatuajes.
En estas personas, es probable que exista una falla en la temprana
estructuración del self, como consecuencia de algún déficit origi-
nado en la relación diádica. Los tatuajes devienen en el soporte de
una nueva identidad ligada a lo corporal. Son un tramo necesario
para la simbolización. El tema de la memoria y la historicidad
aparecen en primer plano. Se trataría de un intento restitutivo,
donde las ansiedades psicóticas logran ser contenidas a través de
74 SILVIA REISFELD

los sucesivos tatuajes. De ahí los componentes obsesivo-compulsi-


vos en el acto de tatuarse. El universo social y laboral se restringe:
«Podés tener tatuajes pero cuando yo me tatué las manos y el cue-
llo, la cara, ahí es como que realmente te marcaste».
En el capítulo 9 me abocaré extensamente al tema del dolor en
el tatuaje. Basta señalar que posibilita canalizar tendencias maso-
quistas, no sólo desde su vertiente erógena, sino también como un
regulador necesario de tensiones que de otra manera adquirirían
un sesgo autodestructivo. Cuando existe un franco compromiso
patológico, el procurarse un dolor corporal puede ayudar a evitar
un desborde de intensos estados de angustia que de otra manera
desorganizarían al psiquismo. Mi conclusión general es que el ta-
tuaje comporta una intencionalidad elaborativa y su valor debe
considerarse en el contexto de una economía psíquica. La narcisi-
zación del cuerpo (como apuntalador de la identidad) participa en
todos los casos; pero hay que diferenciar la idea de resarcir aspec-
tos parciales del self, de una dinámica que busca refundar una
identidad y donde lo que está en juego es un narcisismo que hace a
la constitución misma del ser.
Ahora bien, ¿cuál es la perspectiva desde el tatuador? El Sr. A
responde:

«Muchos vienen sin saber bien para qué se están tatuando, corno una
moda [...]. Conozco chicos que se hicieron un tatuaje chiquito que después
vinieron a tapárselo y arrepentidos de haberse hecho un tatuaje chiquito, y
otros, que les agarra como placer para seguir haciéndose. Uno se hace un
tatuaje, uno chiquito, no le gustó, le agrega otro al lado, después le va
buscando un paisaje pero es un vicio. Siempre vienen y se van haciendo
otro y otro y van tomando el cuerpo. Es como si les faltara algo. Siempre
hay algo que completar, mejorar. Conozco chicos que vienen y nos tiran la
bronca por la razón que sea, que les falta algo y nosotros siempre decimos:
"no, vos sos un masoquista y por eso te querés tatuar". Hay chicos que
vienen y están como desesperados por tatuarse. Y eso que el tatuaje es ca-
ro, es un vicio caro».

El Sr. A sintetiza algunas vicisitudes que, si bien suelen mante-


nerse puertas adentro, también forman parte del universo del ta-
tuaje. De lo dicho hasta aquí, valga una observación: no me he pro-
puesto sentar un criterio normativo en torno a la práctica, sino
considerar sus posibles alcances.
10

El primer tatuaje

No digo que haya la banda de los


tatuados y de los no tatuados pero
uno se tiene que identificar con algo.

GUILLE (ENTREVISTADO)

En The Total Tattoo Book, la norteamericana Amy Krakow (1994)


afirma que la práctica del'tatuaje se ha extendido considerable-
mente y detalla un listado de locales de tattoo repartidos en mu-
chos países, incluyendo la Argentina. Es interesante consignar su
punto de vista dado que, como ella refiere, su propia investigación
de campo la lleva a realizarse un tatuaje. Ya en el prólogo leemos
que no podía seguir como una persona «no decorada» porque tal
actitud habría sido entendida como un rechazo o incluso devenido
en un «karma» para el logro de su objetivo.
Más allá de abocarse al tema en sí, Krakow intercala una serie
de circunstancias personales representativas de un proceso que me
parece muy ilustrativo rescatar. En efecto, su primer tatuaje la en-
frenta a múltiples vacilaciones: el hecho de que el tatuaje se lleva
para siempre; que siendo judía estaría transgrediendo un mandato
religioso que prohibe la marcación en el cuerpo y, por ende, podría
76 SILVIA REISFELD

no ser enterrada en un cementerio judío; su preocupación por có-


mo reaccionaría su familia; el temor a que sea doloroso o que con
el tiempo el diseño elegido pierda su significación presente; si no
sería mejor optar por un diseño discreto y que quedara oculto; has-
ta referir, por último, cómo sus amigos tatuados la instaban a dar
el paso.
Al momento de tatuarse está asustada, nerviosa, y se decide fi-
nalmente por un pequeño tatuaje en la pierna: su signo del horós-
copo. Tanto la idea como el diseño provienen del tatuador (un ami-
go). En otro tramo relata cómo sus padres descubren de manera
casual su tatuaje y el rechazo inicial de la madre - p e s e a su condi-
ción de adulta, Krakow no lo cuenta abiertamente-. Tras haberse
tatuado, sus dudas y temores se reorganizan en una franca actitud
militante que mantiene a lo largo del libro. Destaquemos algunos
aspectos.
Su primer tatuaje opera no sólo como si hubiera llevado a cabo
una gran hazaña personal; ahora pertenece a un movimiento que
la fortalece: «Y lo que más me gusta de los tatuajes es que, una vez
que obtienes uno, automáticamente formas parte de una familia.
En este caso, la tinta es más espesa que el agua». 1 Krakow torna
su propia experiencia en un ejemplo de cómo se pueden trasponer
barreras internas y ofrece al lector cuantiosas recomendaciones
para procurarse un buen tatuaje. Advierte que aunque se trate de
un tatuaje pequeño, la decisión es importante porque supone un
compromiso crucial: el cuerpo quedará permanentemente altera-
do. A su entender, la experiencia de tener un tatuaje favorece una
mejor conexión con el cuerpo, y que las mujeres se animen a ta-
tuarse habla de una mayor liberación. Aun cuando muchas opten
inicialmente por una pequeña flor o mariposa, no hay ningún
límite respecto a la elección del diseño o el lugar que se desee ta-
tuar: el cuerpo, en estos tiempos, está habilitado para ser mos-
trado. Paradójicamente, nos ilustra acerca de la impronta de con-
dicionamientos culturales: la posibilidad de que un tatuaje
permanezca oculto constituye «una perfecta y permanente rebe-
lión contra la represión sexual» en una generación afectada por la

1. «And what I like most about tattoos is that once you get one, y o u a u t o m a -
tically become part of a family. In this case, ink is thicker than water» (Krakow,
1994: 49).
EL PRIMER TATUAJE 77

problemática del sida. Asimismo, los prejuicios hacia el tatuaje


han disminuido dando lugar a una «forma aceptable de arte». Por
lo tanto, se ha producido un cambio en la concepción del tatuaje
como «un estigma»: hoy en día se tatúan personas reconocidas de
distintos ámbitos profesionales.
En suma, más allá del tono entusiasta de sus páginas, la necesi-
dad de dar cuenta de cómo llegó a tatuarse indica que esta expe-
riencia comporta aspectos bastante más complejos de lo que co-
múnmente aparentan ser. Aun cuando tales aspectos no puedan
alcanzar una generalización, es posible destacar algunos temas sig-
nificativos. En función de ello, presentaré material de cuatro entre-
vistas, de las que únicamente se transcriben las respuestas referi-
das a qué impulsó a cada uno a realizar su primer tatuaje. En un
análisis ulterior, haremos un cotejo entre estas respuestas y lo ex-
presado por Krakow.

LA EXPERIENCIA DEL PRIMER TATUAJE

1. Vera (20 años): Tiene la intención de tatuarse. Estudia Derecho.

«Tengo un grupo de amigos muy unidos y todos tienen un tatuaje. Es


una forma de identificación porque cuando ves una persona tatuada podés
hablar de determinadas cosas, tienen más libertad, hay más gustos en co-
mún, como la música... rock, heavy rock, como Guns n'Roses, Rolling
Stones. Siempre quise tatuarme pero mis padres eran dominantes, se opo-
nían y yo tampoco disponía de plata. Después de que me casé, me siento
más liberada de mis padres y de la sociedad en general. Ahora tengo el di-
nero para hacérmelo. Hace dos años murió una íntima amiga en un acci-
dente. Engordé después ^unos 20 kilos. Ahora estoy bajándolos. Las dos
planeábamos hacernos un tatuaje. Para míes autoafirmación, algo propio,
una marca registrada, te da más fuerza, como un talismán. Te da carácter.
La primera vez que vi un tatuaje fue a los 15 años con los Guns n'Roses.
Ellos son mis ídolos y llevan tatuajes. Para mí, el rock fuerte va junto con
el tatuaje... El tatuaje es como una religión y las personas se sienten más
fuertes con la religión. Esto sería como mi propia religión. Tengo dos ideas
en mente. Una, de la película Asesinos por naturaleza. Uno de los per-
sonajes tenía dos serpientes tatuadas y me encantó el diseño. Me gustan
mucho las cobras. Mi papá me hablaba mucho de ello porque siendo solte-
ro vivía en una granja y tenía una cobra. Me contaba cómo se la enrosca-
78 SILVIA REISFELD

ba por el cuello y el cuerpo. La otra idea es de la película Drácula, un cru-


cifijo. Siempre me gustaron mucho los crucifijos. Para mi, crucifijo signi-
fica muerte.»

2. Martín (21 años): Lleva cuatro tatuajes (ocultos). Estudia en


un instituto terciario y trabaja en un negocio.

«El primero me lo hice a los 16 años, una cruz en el brazo. Fue al año
de morir mi papá, como un homenaje a él... Así me inicié, con un objetivo.
No me voy a arrepentir nunca de lo que me hice... Yo ya me manejaba, era
un tipo bastante maduro y mi vieja me dijo que ya era responsable de lo
que hacía. Conocí a R., un chico que tatúa, y bueno, digamos ijue él me
inició en esto, vimos juntos revistas... Yo traje a muchos amigos que re-
cién cuando me vieron tatuado se animaron a hacerlo y ahora ya le aga-
rraron el gustito y van por seis o siete tatuajes.»

3. Ana (18 años): Se hizo dos tatuajes al mismo tiempo. Está fi-
nalizando la secundaria. Fue a hacérselos acompañada por un ami-
go que le habló todo el tiempo para «distraerla del dolor». Duran-
te un tiempo los mantuvo en secreto. Venía de colocarse un aro en
el ombligo.

«Me tatué hace unos meses en el omóplato. Un Mickey y un bebé Plu-


to. Mickey me encanta, tengo muchas cosas de Mickey, en general de Dis-
ney. Me dan una sensación de ternura. Además, en mi grupo de amista-
des todos decidieron hacerse un tatuaje con personajes Disney. Somos tres
chicas y seis varones y todos se fueron tatuando. Eso me encanta, sentir
que el grupo está unido con los mismos tatuajes, compartiendo todos algo
en común. También es una forma de ser diferente a otros. Tatuarse es algo
distinto, te ven distinto.»

4. Tadeo (24 años): Tiene tres tatuajes. Trabaja como chofer de re-
mise y está terminando la secundaria. Asiste a una comunidad te-
rapéutica de día, tras haber obtenido un alta de internación por
consumo de drogas. Su primer tatuaje es visible y ocupa todo un
antebrazo.

«Mis tatuajes son caseros, me los hice yo. El primero es mi apellido.


Agarré cuatro o cinco agujas de coser comunes, se juntan todas con un
hilo que se pasa alrededor hasta taparlas casi hasta la punta. Lo mojás con
EL PRIMER TATUAJE 79

tinta china y te sirve como un cargador. Después te pinchas y te pinchas


la piel. Del hilo sale la gota de tinta china y entra en un agujero. Lo tenés
que hacer varias veces y profundo para que quede en la piel. Se te hincha
después un poco y se va bajando solo. Tenía 12 años cuando me lo hice,
había visto a los chicos hacerlo. Parábamos en un rancho en el barrio y se
tatuaban. Era una onda tatuarse así y nos tatuábamos. Había pibes que se
hacían tatuar por otros pero no me gustaba. Me gustaba hacerme yo el ta-
tuaje, pincharme yo. Era una forma de ser igual a otros, que yo también
me lo hago, que no era un blando. Cualquiera no se hacía un tatuaje. Era
entrar en un núcleo que me aceptaba. No es que te decían pero vos te da-
bas cuenta. Y era lo que uno hacía: estar del otro lado de un 'pibe bien'.
Me reconocían por mi apellido... mi viejo no estaba. Hubo toda una histo-
ria con el apellido de mi papá. Una noche me dijo que no era mi viejo, des-
pués de que yo me lo hice. Yo creo que lo incrusté en mí, a Campo, porque
tenía un montón de inseguridades...»

COMENTARIO

Como se puede apreciar, el material refleja una gran riqueza en


cuanto a contenidos y motivaciones. Un aspecto que aparece, tanto
explícita como implícitamente, es que el primer tatuaje adquiere la
significación de un «pasaje iniciático». Algo cambia y se vivencia
como diferente. Hay una modificación subjetiva vinculada no sólo
al cuerpo sino también a la personalidad. La experiencia se aseme-
ja a un ritual que marca el tránsito a un estado más trascendente.
En sus orígenes y tal como aún hoy se lo practica en ciertas socie-
dades, el tatuaje ha cumplido un rol claramente iniciático. La an-
tropología nos brinda abundante literatura al respecto. Entre los ri-
tos de iniciación que describió Mircea Eliade (1985: 312-313), se
encuentran los que realizan el paso del estado de niño al de adoles-
cente a adulto: ritos de pubertad, circuncisión o excisión. El ritual
contempla tres tiempos: 1) la separación del grupo primario; 2) el
rito de transformación, mediante el cual ocurre una operación sim-
bólica que provoca el paso de un estado inferior a otro socialmente
superior, y 3) la reagregación, donde el joven iniciado participa de
festejos con toda la comunidad.
Así, las expectativas de Vera alrededor de ese primer tatuaje
abarcan los tres tiempos descritos. El rito de separación incluye no
sólo un nuevo sentido de pertenencia (el grupo), sino también la
80 SILVIA REISFELD

posibilidad de disponer de su cuerpo. La transformación ocurriría


con el tatuaje, a partir del cual adquiriría un sentimiento de fortale-
za interna («autoafirmación»). La reagregación, estando ya «inicia-
da» por el tatuaje, supone poseer una «marca registrada» (consoli-
dación de su identidad) y su reincorporación al grupo de los
tatuados. Toda la experiencia es concebida en términos de futuros
grandes cambios en pos de una verdadera realización personal.
Otro punto a resaltar es la importancia asignada al grupo. Un ras-
go que los une es el tatuaje, lo cual sugiere la fantasía de una «piel
común» que sostiene y refuerza al mismo tiempo una vivencia
fusional «donde uno envuelve al otro» (véase Anzieu, 1994, capítu-
lo 3). El grupo hace las veces de un objeto materno continente y so-
porte de la identidad. Sus ídolos -tomados como referentes iden-
tificatorios- son cantantes de rock que «llevan tatuajes»: aquí el
efecto de la mirada evoca una experiencia de captación escópica
(Assoun, 1997). También es relevante su afirmación de que «el rock
fuerte va junto con el tatuaje», lo cual habla de una tendencia en
boga (véase el capítulo 1). El acto de tatuarse se asocia a una trans-
gresión (oposición a su familia) que le posibilitaría recrear una
nueva ideología en pos de sentirse más fuerte y libre. Es interesan-
te ver cómo vivencia este contenido ideológico: «[el tatuaje] es co-
mo una religión... sería como mi propia religión». En consonancia
con ello, aparece un pensar típicamente iíiágico: «te da carácter»,
es «como un talismán». La situación de duelo por la muerte de su
amiga (iban a tatuarse juntasi) también es un dato significativo. El
cuerpo aparece como lugar privilegiado para la tramitación de
afectos: primero engorda 20 kilos; luego, la identificación con el ob-
jeto perdido subsiste a través del tatuaje. Respecto a los diseños
que tiene en mente, cabe señalar cómo conflictos no resueltos pue-
den influir en la elección de los mismos. Se puede entrever la iden-
tificación fálica con la figura del padre en el símbolo, de la serpiente
y la presencia de rasgos depresivos en torno a la idea del crucifijo.
En el segundo caso, el factor desencadenante en Martín para ta-
tuarse está relacionado con la muerte de su padre, acaecida el año
anterior. La cruz que se tatúa «como un homenaje» da cuenta de
la posible culminación de un proceso de duelo, sintiéndose con un
self renovado: «así me inicié, con un objetivo». Vuelvo al punto de
cómo este tránsito se canaliza mediante un sentimiento de apro-
piación del cuerpo. Un segundo factor es R., su amigo tatuador:
«él me inició en esto, vimos juntos revistas». La pérdida del padre
EL PRIMER TATUAJE 81

es compensada con R., en tanto figura sustitutiva de identifica-


ción. Este «ver juntos revistas» de tatuajes parece simbolizar el
despertar sexual, y evoca la curiosidad del adolescente por mirar
revistas eróticas. Por otra parte, existe un elemento activo de in-
ducción: no sólo él es incentivado a tatuarse, sino que también es-
timula a que otros lo hagan. Hay un despliegue de tendencias vo-
yeuristas y exhibicionistas: Martín mira otros tatuajes y, a su vez,
«muchos amigos» se animan «recién cuando lo vieron» tatuado a
él. Un comentario importante es que «ya le agarraron el gustito y
van por seis o siete». Es decir, cómo un primer tatuaje puede des-
pertar en algunos casos una disposición adictiva a seguir tatuán-
dose.
Vayamos al caso de Ana. El grupo de amistades también esta-
blece un ritual propio: compartir el mismo tipo de tatuaje .(figuras
de Disney). Aquí el sentimiento de identidad se ve apuntalado por
la vivencia dé pertenencia grupal: se es parte de una nueva her-
mandad. La noción de temporalidad no es tomada en cuenta; de
otra forma, cabría preguntarse si ella ha pensado acerca de cómo
se sentirá dentro de algunos años portando a Mickey y a un bebé
Pluto.' Otro aspecto interesante es el contenido de los diseños, des-
pojados de cualquier connotación erótica. Por tanto, el cuerpo, uti-
lizado en forma adulta (dado que decide libremente tatuarse), se
convierte en un medio para satisfacer el deseo de prolongar la in-
fancia (Disney en sí representa «un mundo mágico»). Por otra par-
te, tatuarse la hace diferente de otros, así como sentirse percibida
de un modo distinto. Esta vivencia de un cambio en el self ilustra
acerca del componente iniciático de la experiencia. La dimensión
corporal ocupa en ella un lugar preponderante si consideramos
que también se realizó un piercing (el aro en el ombligo). Cabe
mencionar la presencia del amigo durante la sesión de tatuaje para
«distraerla del dolor», situación que evoca una escena típicamente
infantil, a saber, el ser asistida por una figura parental mientras
ocurre alguna intervención médica, por caso, una vacunación.
También importa que los mantuviera por un tiempo en secreto,
porque presentar los tatuajes como un hecho consumado suele ser
más común de lo que se piensa (y no sólo en los jóvenes, si recor-
damos a Krakow).
Por último, Tadeo explica vividamente la práctica «casera» de
tatuarse. Este esfuerzo reiterado de pinchar la piel implica, en lo
tocante al dolor, una cualidad distinta de la que conlleva el empleo
82 SILVIA REISFELD

de una máquina eléctrica. En efecto, quienes así se tatúan no vaci-


lan en responder que les fue doloroso. Además está el aspecto acti-
vo de la situación, dado que él mismo es quien se lo está infligien-
do. La «iniciación» remite a la virilidad («yo también me lo hago,
no era un blando») y está teñida de componentes sexuales: «se te
hincha después un poco y se va bajando solo»; habría aquí una ac-
titud autoerótica - n o sin componentes masoquístas- que recrea
fantasías de-castración o la escenificación del coito, en la que se
identifica con ambas figuras parentales. El componente ideológico
se desprende del código grupal: «era una onda tatuarse así y nos
tatuábamos», donde soportar el dolor de un tatuaje casero es en sí
una prueba de hombría. Esta «onda imitativa» incluye mecanismos
de identificación. Acceder al grupo es importante: «Era entrar en
un núcleo que me aceptaba». Su identidad también está en juego:
se es alguien porque se está tatuado. La experiencia de estar ta-
tuándose con otros y el recíproco interjuego de miradas nos hace
pensar en una situación de fascinación escópica (grupal), en la que
se gratifican impulsos tanto voyeuristas -implicando la escena pri-
maria de la cual se sentiría expulsado por el padre- como exhibi-
cionistas. Las dudas acerca de su identidad determinan qué se ta-
túa: las letras que componen el apellido del padre. Esta inscripción
posiblemente lo resguarde de caer en un estado de desorganiza-
ción psíquica. Así, el acto de «incrustrarse» a «Campo» en la piel
subraya la importancia de la metáfora paterna. 2 Además, se trata
de una inscripción muy visible, con un claro sentido transgresor:
no sólo «estar del otro lado de un pibe bien» sino también como
denuncia al padre ausente.
Al considerar las entrevistas en conjunto es posible delinear
puntos de reflexión más abarcativos. En efecto, ¿existe una rela-
ción unívoca entre el nivel de estudios alcanzado, el contexto so-
cioeconómico y el hecho de tatuarse? Indudablemente no, pero sí
cabe señalar algunos aspectos. El tatuaje casero, tal como se lo
practicó Tadeo, es frecuente en jóvenes de escasos recursos econó-
micos. Este hecho limita la posibilidad de un diseño elaborado, el
uso de colores, además de depender de la mayor o menor habili-

2. Siguiendo a Lacan, la inscripción del N o m b r e del Padre, como garante de


la identidad del sujeto (lo nombra y posiciona en un orden simbólico) y de la in-
terdicción edípica.
EL PRIMER TATUAJE 83

dad de quien lo realiza. Lo común, entonces, es encontrar tatuajes


de palabras o símbolos fáciles de ejecutar. Es difícil considerar en
estos casos el tatuaje en términos estéticos. Por otra parte, se plan-
tea cierta correlación entre la edad cronológica y el deseo de ta-
tuarse, dado que el inicio de la adolescencia o el paso a la joven
adultez aparecen como hitos que implican, como vimos, distintos
niveles de procesamiento psíquico (duelos) y la necesidad de res-
ponder a desafíos nuevos.
De la muestra se desprenden dos cuestiones: la motivación al
tatuaje está sobredeterminada por factores que abarcan un regis-
tro tanto consciente como inconsciente; y luego, cómo una de sus
funciones es el servir como un «operador psíquico» (véase el capí-
tulo 10) con algún alcance elaborativo. Un punto que quiero enfa-
tizar es que el cuerpo aparece como un primer anclaje en la bús-
queda de individuación. Pero aquí cabe una aclaración: no se trata
del cuerpo como vehículo de un accionar orientado a la realidad
externa, sino que se detiene en sí mismo en un intento de narcisi-
zación. Por tanto, lo central es el tema de la identidad, y el tatuaje
parece contribuir a modificar un sentimiento de mismidad inesta-
ble o poco consistente;
La elección del diseño, si bien vinculada a la historia singular de
cada sujeto, comporta otras consideraciones. Así, el nivel de abs-
tracción y complejidad de ideas inherentes al simbolismo o a la de-
cisión de tatuarse varía según los casos. Al respecto, cabe compa-
rar la respuesta de Vera con la de Ana. Pero también hay que
diferenciar si el componente ideológico, presente de manera más o
menos estructurada en todos los entrevistados, se limita a una ac-
ción con fines propios (Vera, Tadeo), adquiere un matiz de induc-
ción al otro (Martín) o deriva, como en el caso de Krakow, en la es-
critura de un libro que alaba el tatuaje.
El material analizado indica que hay una tendencia a seguir ta-
tuándose una vez franqueada la frontera del primer tatuaje. Esto es
relevante porque obliga a pensar sobre las implicancias del auge
de la práctica. Aquí se conjugan el deseo de inclusión grupal y la
necesidad de referentes identificatorios. En este contexto, Christo-
pher Lash (1999) destaca la importancia del grupo de pares y la
modificación operada en el rol de las instituciones y la familia co-
mo transmisoras de la cultura. Existe una mayor dependencia de la
«visibilidad» y el «manejo de la imagen» como forma de reconoci-
miento social. Dentro de lo que caracteriza como «cultura del nar-
84 SILVIA REISFELD

cisismo», Lash plantea la coexistencia de una «tecnología avanzada


con una espiritualidad primitiva» (1999: 294). Esto nos remite a la
impresión que generan algunos locales de tatuaje, desde el confort
ofrecido hasta el instrumental utilizado, en franco contraste con al-
gunos de los significados atribuidos a esta práctica y a la vivencia
de una experiencia iniciática.
Las afirmaciones de Krakow revelan que, más allá de la edad y
las diferencias culturales en juego, existen muchos elementos en
común con los casos presentados. Por lo pronto, la complejidad de
factores que confluyen en un primer tatuaje. La autora plantea que
investigar el tema la indujo a tatuarse, lo que nos da a entender
que se produjo una suerte de contagio. El hecho de que expresara
que no podía continuar su proyecto por sentirse extraña a ese
mundo al no tener su cuerpo «decorado» (idea del karma) sugiere
una serie de creencias tanto conscientes como inconscientes. Una
actitud notoria es su vacilación a la hora de tatuarse. Primero afir-
ma que se trata de una decoración del cuerpo, pero luego siente
temor al pensar que el tatuaje es una marca que se lleva para siem-
pre; además agrega consideraciones de índole religiosa. Aquí resal-
tan algunas ideas significativas: el tatuaje es imborrable, otorga la
fantasía de prestar al cuerpo un sesgo de indestructibilidad, pero
también un estigma. El carácter de estigma se evidencia cuando
afirma que incluso su cadáver sería objeto de discriminación. Otro
punto mencionado es el miedo al dolor. También surge la preocu-
pación de que el diseño elegido pierda con el tiempo el valor que
tiene al momento de su elección. Esta cuestión resulta importante
porque, como veremos más adelante, puede constituirse en un dis-
parador para la realización de más tatuajes en pos de alcanzar el
diseño ideal (en un extremo los sujetos con tatuajes múltiples).
Sus dudas acerca de si debe quedar visible u oculto nos ilustran
acerca de una paradoja inherente al tatuaje: por un lado, cumple la
función de decorar el cuerpo, algo para ser mostrado y exhibido;
pero, por otro, se trata de algo a ocultar. El aspecto de inducción
también está presente cuando refiere cómo sus amigos tatuados la
instan a dar el paso. Otro punto importante es el sentido de un pa-
saje iniciático que, como vimos, aparece en todos los casos. Es inte-
resante que el diseño - s u signo en el horóscopo- fuera finalmente
elegido por un amigo (quien la tatúa). Krakow incluso afirma que
hacerse un tatuaje es como un ritual donde el tatuador oficia como
un «chamán» que ofrece la «magia» (Krakow, 1994:17). Su actitud
EL PRIMER TATUAJE 85

de entrega, cierta cuota de idealización ubicada en la figura del ta-


tuador, la creencia en algún poder sobrenatural otorgado a través
del tatuaje, concurren en una modalidad de pensamiento con ras-
gos arcaicos. Luego de tatuarse, tras dudas y temores, asume una
franca actitud a favor del tatuaje. Ahora ha accedido a una nueva
familia que la acoge en su seno, por lo que reencontramos la fanta-
sía de una envoltura sostenédora. Para ella, la tinta es más espesa
que el agua, con lo que posiblemente quiera significar que la tinta
- e l tatuaje- otorga una identificación y una identidad que perdu-
ran y protegen. No deja de ser llamativa esta analogía entre la tin-
ta y el agua, que sugiere la idea de un bautismo, del cual renace
con una nueva identidad o una nueva religión. Siguiendo esta lí-
nea, existiría una conexión con las afirmaciones vertidas por Vera
(primer caso). Me refiero al lugar que parece llenar el tatuaje una
vez que queda constituido como un sistema de creencias al que de
alguna manera se lo sigue como una religión: la vivencia de Kra-
kow que al tatuarse transgrede mandatos judaicos y concibe su ini-
ciación a la manera de un bautismo, o la fantasía de Vera de que el
tatuaje sería como crearse una «propia religión». Es decir, la para-
doja dé que el tatuaje, que implica una liberación y una ruptura
respecto a ciertas ataduras (la religión es impuesta inicialmente por
los padres), devenga en otra forma de culto, al parecer, más consis-
tente. Por consiguiente, cabe pensar que se produce un cambio en
el marco formal de expresión religiosa, pero no en la necesidad de
desplegar una religiosidad en sí.
Otro aspecto que nos trae es que el cuerpo quedará permanente-
mente alterado, implicando así que este cuerpo está en otra dimen-
sión (acaso trascendente) en comparación con un cuerpo común y
corriente. Asimismo, gracias al sello liberador del tatuaje, el cuerpo
de la mujer está más posibilitado para su mostración (connotación
de exhibicionismo y voyeurismo). Pero también le otorga al tatua-
je incluso oculto una función de reinvindicación de la libre expre-
sión sexual. Más aún, el tatuaje oculto adviene como representa-
ción del falo o la vagina y se contrapone al símbolo de la castración
y la muerte (sida).
Me interesa su alusión al término «estigma» porque, si bien el
tatuaje se ha vuelto una práctica común, el que sea o no visible de-
muestra que aún existe un grado de aprensión respecto a la ima-
gen generada en los otros. Esto reviste mayor importancia cuando
se trata, como lo evidencia la propia autora, de decidirse a un pri-
86 SILVIA REISFELD

mer tatuaje; Al respecto, Erving Goffman (1998) analiza la proble-


mática del estigma y su incidencia en el sentimiento de identidad.
Toda sociedad, nos dice, determina sus medios para categorizar a
los individuos según un conjunto de atributos percibidos como
corrientes y naturales. El estigma es básicamente un atributo desa-
creditador (cualquier tipo de prejuicio) que afecta la necesidad de
reconocimiento social. En cuanto a las situaciones manifiestas o
encubiertas de discriminación y sus efectos en la conducta de
quien se vive como portador de un estigma, algunas de las con-
clusiones de Goffman coinciden con las ideas hasta aquí expues-
tas: «la tendencia a agruparse bajo una "envoltura común"» (1998:
34), el recurrir a actitudes de «encubrimiento» tanto en un nivel
consciente como inconsciente (p. 98), o cómo determinado estig-
ma deriva en un motivo de militancia (institucionalización del es-
tigma).
Ahora bien, a lo largo de la historia de la cultura occidental el
tatuaje fue preponderantemente una práctica marginal. No en va-
no Krakow plantea que existe una mayor aceptación, dando a en-
tender que el tatuaje en sí mismo aparece como un atributo desa-
creditador. De ahí que preocupe su ocultamiento. Pero, al mismo
tiempo, debemos subrayar que el tatuaje ha devenido en el imagi-
nario social en un símbolo de mayor libertad. Así, para Vera
«cuando ves una persona tatuada puedes hablar de determinadas
cosas» o, siguiendo a Tadeo, de transgresión de modelos estereoti-
pados («estar del otro lado de un pibe bien»).
Muy a pesar de los tatuadores nativos de la Polinesia, que con-
sideran que se ha desvirtuado la verdadera esencia de la práctica,
la motivación a tatuarse parece encontrar precisamente un fuerte
asidero en rescatar formas más auténticas de espiritualidad y lazos
de pertenencia. Como si a través del tatuaje hubiera un anhelo de
«retorno a las fuentes originarias», lo que hace que el cuerpo, su
apropiación y más concretamente el lenguaje de cuerpo, el contac-
to con la piel o la captación de un dibujo a través de la mirada ocu-
pen un lugar privilegiado.
En suma, en un intento de ordenar el material desplegado a lo
largo del capítulo, cabe considerar que en todo tatuaje se hacen
presentes los siguientes aspectos:

• Factores desencadenantes.
• Incidencia de la edad, los estudios alcanzados y la ocupación.
EL PRIMER TATUAJE 87

• Modalidad del tatuaje: casero (hecho por uno mismo o por


otro); profesional (hecho en un local de tatuajes).
• Si la persona se continuó tatuando o tiene esa expectativa.
• Tipo de diseño elegido. Simbolismo.
• El tatuaje en tanto operador psíquico.
• La experiencia iniciática.
• La pertenencia grupal.
• Temática de la identidad y de la identificación.
• Componente ideológico.
• El sentido de la transgresión.
• El mirar y ser mirado (voyeurismo y exhibicionismo; la se-
ducción escópica).
• El pensamiento mágico.
• La vivencia de dolor.
• Fantasías que hacen a la identidad sexual.
• La noción de memoria y temporalidad.
• Los fenómenos de inducción.
• La marcación indeleble: el estigma.

Todos estos aspectos dan cuenta de los alcances del hecho de ta-
tuarse y su complejidad ligada a la historia personal del sujeto.
Más aún, algunos de ellos son emergentes de una modalidad de
funcionamiento propio de la sociedad contemporánea.
10

Tatuaje y escritura

Las agujas danzaban sobre la piel...

FRANZ KAFKA

La referencia al tatuaje en el campo de la literatura no ha estado


ausente. En efecto, diversos autores lo tomaron como punto de
partida para el despliegue de reflexiones propias o la creación de
relatos que iluminan otras miradas sobre el tema. Empecemos por
Sylvia Plath, cuya poesía y narrativa son consideradas un hito im-
portante.
En uno de sus relatos, «El águila de quince dólares» (Plath,
1995), nos narra la visita de su personaje a un conocido lugar don-
de se hacen tatuajes. Es un establecimiento pequeño cuyas paredes
están repletas de fotografías de tatuajes y donde se respira un cli-
ma que mezcla la fascinación con una dosis de transgresión. Aun-
que breve, se trata de un verdadero compendio de esta práctica
por la vigencia misma de algunas de las ideas que transitan a lo
largo del cuento.
En el bello lenguaje de Plath, Carmey, el tatuador, «es un autén-
tico poeta con la aguja y el tinte» (1995:137). Veamos de qué mane-
ra transmite Carmey su mística por el tatuaje: «Si tienes un sueño,
90 SILVIA REISFELD

[...], si tienes una rosa en el corazón, un águila en el músculo, al


dulce Jesús en persona, ven a mí. Lleva el corazón sobre la piel en
esta vida, soy la persona capaz de hacerlo realidad» (ibíd). La piel
deviene un lienzo abierto a la creación donde, como sigue expli-
cando, «si se tiene una espalda disponible, ahí está Cristo en la
cruz, un ladrón a cada lado y por encima ángeles a izquierda y de-
recha sosteniendo un cartel en que se lee "Monte Calvario" en cali-
grafía inglesa antigua...» (p. 138). Él mismo se encuentra totalmen-
te cubierto de tatuajes, por lo que «es un vivo anuncio de su arte»
(ibíd). La posibilidad de comercializar la piel tatuada no escapa en
el comentario de otro personaje presente en el lugar, quien afirma:
«Imagino que esas pieles, extendidas sobre una tabla, [...] serían
más valiosas que muchos cuadros» (p. 140).
, En otro tramo, Carmey relata la visita de dos chicas que, vaci-
lando, le dicen: «El problema no es lo que queremos sino dónde lo
queremos» (p. 141), a lo cual responde: «Soy como un médico, [...].
Trabajo con tantas mujeres que eso no significa nada para mí»
(ibíd). Aquí se puede ver cómo la figura del tatuador aparece in-
vestida de una autoridad que garantiza una intervención confiable
y eficiente.
Plath nos presenta una vivida impresión de lo que ocurre du-
rante el tatuaje: «En cuanto deja de trabajar con la aguja, la piel
del tatuado lanza sus cuentas de sangre» (p. 150). La temática del
dolor también está presente, aunque el no reconocerlo explícita-
mente forme parte del ritual. En este caso, como prueba de hom-
bría, en un joven que se tatúa el nombre de su novia en la muñeca:
«La aguja se clava un segundo y el muchacho se estremece como
un potro» (p. 155).
La importancia de llevar un tatuaje para siempre se ve aquí no-
tablemente trastocada en la reflexión de la narradora, que se ve
muy impactada por lo que observa a la par de evidenciar su recha-
zo: «Menudo problema si me cansara de mi piel antes que del ves-
tido del año pasado» (p. 156). Finalmente, el relato arroja una inte-
resante línea en torno a la fantasía de asociar tatuaje y erotismo en
la mujer. En efecto, la narradora había supuesto que la esposa de
Carmey estaría tan tatuada como él y se sorprende cuando éste co-
menta que «sigue tan blanca como el día en que nació» (p. 157). La
blancura -estar limpia de tatuajes-, vinculada a la piel del recién
nacido, remite al lienzo inmaculado y la página en blanco, pero
también alude a la inocencia y a la pureza. En contraste, la narra-
TATUAJE Y ESCRITURA 91

dora, había imaginado «visitas íntimas de Laura en casa de Car-


mey, [una mujer] esbelta y flexible, con una mariposa dispuesta
para el vuelo en el pecho; rosas floreciéndole en las nalgas; en la
espalda un dragón guardián de tesoros y Simbad el Marino en seis
colores sobre el vientre: una mujer con experiencia escrita por todo el
cuerpo, una mujer con mucho que enseñar» [la bastardilla es mía). Por
tanto, parece evidente que estaba en juego la fantasía de una mujer
de gran experiencia sexual, presumiblemente una prostituta.
Ahora bien, es esta vinculación entre tatuaje, creación y escritu-
ra, que queda esbozada en el arte de Carmey, la que encontramos
magistralmente desarrollada en la obra del escritor cubano Severo
Sarduy. En su relato autobiográfico, «El Cristo de la rué Jacob»
(1999,1.1: 51-102), Sarduy hilvana una serie de viñetas a partir de
las indelebles huellas físicas o mentales que marcaron su existen-
cia. Las primeras, y más importantes, son inscripciones visibles
que han quedado escritas en su cuerpo por medio de cicatrices y
suturas producidas por accidentes o enfermedades. Como él mis-
mo expresa: «Recorriendo esas cicatrices, desde la cabeza hasta los
pies, esbozo lo que pudiera ser una autobiografía, resumida en una
arqueología de la piel. Sólo cuenta en la historia individual lo que
ha quedado cifrado en el cuerpo y que por ello mismo sigue ha-
blando, narrando, simulando el evento que lo inscribió. La totali-
dad es una maqueta narrativa, un modelo: cada uno podría, leyen-
do sus cicatrices, escribir una arqueología, descifrar sus tatuajes en
otra tinta azul» (p. 51). Lo importante entonces son esas inscripcio-
nes corporales que, si bien son visibles para quien quiera leerlas,
su verdadero significado sólo puede ser entendido por el que las
vivenció. Sarduy nos presenta la idea de una piel en tanto «envol-
tura cifrada», en cuyo relieve se revelan las instancias clave de la
vida. Desde esta perspectiva, el cuerpo cobra sentido a partir de
sus marcas o tatuajes, esto es, cuando se convierte en un cuerpo-
texto con una función narrativa propia.
En su ensayo «Escrito sobre un cuerpo» (Sarduy, 1999, t. II), se
ocupa del libro Compacto de Maurice Roche, cuya trama gira alre-
dedor de un médico coleccionista de pieles humanas y su asisten-
te, quienes tras haber comprado la piel cubierta de tatuajes de un
viejo enfermo, se hallan junto a él a la espera de su muerte. Mien-
tras esto ocurre, ambos «giran a su alrededor, codiciando el aper-
gaminado trofeo, las exquisitas texturas del pellejo, recorridos de
inscripciones que interrumpen pictogramas y jeroglíficos de todas
92 SILVIA REISFELD

las épocas» (p. 1153). Libro que le sirve de pretexto para tomar a
los tatuajes como una metáfora para concebir una nueva forma de
hacer literatura. Así, al opinar sobre lo que él llama «autor tatua-
dor», afirma: «La literatura es, como el que practica nuestro colec-
cionista, un arte del tatuaje: inscribe, cifra en la masa amorfa del
lenguaje informativo los verdaderos signos de la significación. Pe-
ro esta inscripción no es posible sin herida, sin pérdida. [...] para
que la palabra comunique, el escritor tiene que tatuarla, que in-
sertar en ella sus pictogramas» (p. 1154). Es decir, no hay creación
sin dolor y la literatura es un arte donde la agresión también se
hacé presente.
En su ensayo «La simulación» (Sarduy, 1999, t. II), donde se ocu-
pa del tema del cuerpo en conexión con diversas expresiones de
pintura corporal y travestismo, retoma ambas ideas: «Con el dolor
o con la tinta se delimita una parte del cuerpo y, a fuerza de "traba-
jo", se la separa de la imagen del cuerpo como totalidad» (p. 1295).
Para llevar a cabo el tatuaje debe punzarse la piel, herirla, de modo
que penetre la tinta y se forme la imagen. Es esta herida la que, se-
gún el análisis de Leonor A. Ulloa y Justo C. Ulloa (ibíd: 1626-
1643), dirige la atención del lector de Sarduy y lo lleva a fijarse en
un detalle que, si bien aislado, termina «filtrándose, expandiéndo-
se y modificando la textura misma de la obra» (p. 1636). Un ejem-
plo es el primer relato de De donde son los cantantes (1967), en el que
aparece un minúsculo detalle que reviste un alto grado de signifi-
cación erótica: un pequeño paisaje tatuado en el cuerpo de uno de
sus personajes y que, a la manera de un ideograma, condensa los
contenidos de la cultura tradicional china en relación con el cuer-
po, el cosmos y la naturaleza y que a la vez que remite a otros tex-
tos chinos. Los autores concluyen que el tatuaje funciona como ese
detalle inesperado que atrae y modifica la manera de leer el texto.
Vale decir, resulta un componente visual indispensable a la estruc-
turación del relato.
Es a propósito de estas elaboraciones que en el ensayo mencio-
nado Sarduy nos sorprende por su aguda comprensión psicoanalí-
tica al hablar del tatuaje, el cual, a la manera de un fetiche, fascina
precisamente por presentarse siempre como «fantasma de lo sepa-
rable, de lo que se puede arrancar» (p. 1294), es decir, de la castra-
ción. Veamos cómo lo explica: «Esa iluminación sectaria relega el
resto del cuerpo - u n resto paradójico- a una zona anónima y leja-
na, excluida de la representación y del deseo: sin valor de erección,
TATUAJE Y ESCRITURA 93

oscurecida y torpe. La tortura y el tatuaje pertenecen a ese mismo


registro del desmembramiento de la fragmentación facticia [...]. Só-
lo el fragmento cubierto por el tatuaje -iniciales, anclas y corazones
vienen siempre a inscribirse, como por casualidad, sobre los bí-
ceps, los músculos más eréctiles- realzado por la tinta minuciosa o
sometido a la torsión, al dolor, tiene acceso al endurecimiento, a la
erección notoria [...]. El resto no merece más que pudor: flaccidez y
aburrimiento» (p. 1295).
Al referirse a su práctica actual, en «¿Quiénes son los tatuados?»
afirma: «El tatuaje, pues, hoy, con su auge y automatización, ha in-
vertido su signo: ya no es un acto sagrado que exige el consenti-
miento de las divinidades, ni el testimonio de una prueba iniciáti-
ca, ni la garantía de pertenencia a una tribu, a una varonía o a un
clan, ni el simulacro ideográfico que da al guerrero un aspecto te-
rrible y rememora sus hazañas, ni el signo indeleble que protege
de toda agresión: así lo empleaba un emperador chino, como pasa-
porte o salvoconducto para atravesar los países enemigos: no; ro-
bustece al tatuado en tanto que propietario, acumulador taimado
de ornamentos que sólo la escaramuza agresiva hace viriles, que
no conmemoran el coraje -si de verdad la inscripción es indolora-
de ningún sacrificio, la sangre de ningún pacto, el horror de ningu-
na escarificación. Proliferación y vaciamiento: esta contradicción
que atraviesa el tatuaje...» (p. 1302).
Ahora bien, quizás por mera coincidencia o teniendo algún co-
nocimiento de este autor, la película de Greenaway, Escrito en el
cuerpo (véase el capítulo 3), confluye en la misma dirección: la no-
ción de una «arqueología de la piel» y, en especial, la idea del cuer-
po-texto, donde la inscripción -trátese de tatuajes, letras o frases
pintadas en el cuerpo- remite en última instancia a las huellas
mentales de una historia singular.
Desde una perspectiva diferente, reencontramos esta idea en
el sobrecogedor cuento de Kafka, «En la colonia penitenciaria»
(1919). Aquí tatuaje y escritura también implican una tarea de des-
ciframiento, pero con consecuencias mortíferas. Una rastra adosa-
da a una compleja maquinaria (símbolo de la tortura y del autori-
tarismo que instala su propia ley) tatúa durante horas el cuerpo
del condenado con todo tipo de trazos, aunque sólo una franja lle-
vará inscripta la razón de su sentencia; he ahí lo que el sujeto debe
develar: «es fácil descifrar la escritura con los ojos; sin embargo,
nuestro hombre lo descifra con sus heridas» (Kafka, 1989:142).
94 SILVIA REISFELD

Por último, en el relato El hombre ilustrado (1951), donde dos su-


jetos se encuentran en una ruta y comparten una noche solitaria,
Ray Bradbury nos presenta la inquietante imagen de tatuajes que
cobran vida en la oscuridad y que si bien ejercen un efecto de fasci-
nación, al mismo tiempo adquieren una cualidad ominosa para
quien se detenga a mirarlos.

COMENTARIO

Este breve recorrido a través del talento imaginativo de los au-


tores referidos ilustra la fecundidad de ideas a que da lugar el te-
ma del tatuaje. Me limito entonces a una de ellas, a saber, su con-
cepción como un tipo de inscripción que, más allá de suscitar un
impacto visual, se revela como un texto a descifrar. Esta idea es
congruente con lo planteado en el capítulo anterior, donde se deli-
nean una serie de aspectos presentes en un tatuaje; es decir, que
conforma una dimensión oculta.
10

Tatuaje y erotismo

Preguntado acerca de la vertiente sensual que muchos buscan con-


notar al hacerse un tatuaje, Sergio Villagrán 1 responde:

«Siempre hay un «valor agregado» de un tatuaje sobre alguna zona es-


pecial del cuerpo. Los clásicos trabajos en los brazos y piernas ahora van
acompañados de diseños en la parte baja de la espalda, nalgas, pechos, ge-
nitales, cuello, etcétera. Donde el tatuaje pasa de ser un simple dibujo a
una suerte de demostración de erotismo o sensualidad. [...] La parte eróti-
ca de esto puede ir tanto en la imagen realizada como en la ubicación...»

Ahora bien, ¿qué es este «valor agregado»? No se trata de una es-


tética determinada únicamente por la belleza de un diseño y, por
otra parte, la noción de erotismo en cada sujeto es susceptible de
las más variadas respuestas. Ateniéndonos a una lectura general,
hemos visto que el tatuaje mantuvo durante siglos un sesgo margi-

1. Tatuador radicado en Santiago, Chile. Fragmento extraído de Internet, re-


portaje de la revista Turbiedades (www.turbiedades.cl/reportajes/anteriores/ta-
tuaje/htm).
96 SILVIA REISFELD

nal, hecho que de por sí lo inviste de un atractivo especial. Tam-


bién cabe considerar que cada época define ciertos códigos de se-
ducción y lo que entiende por estímulo erótico. En los últimos de-
cenios se han operado cambios importantes en el uso de la
vestimenta y la mostración del cuerpo. Conjuntamente, se modifi-
caron los modos de concebir la apariencia en cuanto a las diferen-
cias de género (véase el capítulo 1), y la televisión, por caso, ha fa-
cilitado la contemplación de todo tipo de escenas y conductas
sexuales. Esto es interesante porque la idea misma de transgresión,
que participa del erotismo, forzosamente ha debido ampliar sus
formas de expresión. Me refiero al hecho de que una mayor desnu-
dez o libertad de exhibir el cuerpo puedan no suscitar el mismo in-
terés, requiriéndose un nuevo estímulo que despierte un efecto
sensual.
Por otra parte, la seducción desde la imagen ya no toma al cuer-
po en su totalidad o una parte de éste en sus atributos comúnmen-
te reconocidos, sino algo más fragmentario aún, como lo es un ta-
tuaje. Aquí ha ocurrido un sutil desplazamiento. En efecto, en las
revistas dedicadas al tema, lo que se suele ver son partes del cuer-
po tatuadas.

Veamos cierto material ilustrativo. El primero concierne a Bea y


a Laura, ambas de 27 años, profesionales, que fueron juntas a ta-
tuarse el mismo diseño, un caballito de mar de color negro ubicado
en la zona baja de la cintura.
Bea expresa:

«Quería uno pero que se viera cuando yo quisiese... Vi un video de


Britney Spears y ella tenía uno en ese lugar, le quedaba muy sexy. Des-
pués, todo el mundo nos preguntaba por el tatuaje. íbamos a bailar, nos
poníamos remeritas sin espalda para que se viera y bueno, fascinó. Diga-
mos que los hombres lo primero que ven es el tatuaje y les encanta. Lo que
llamaba la atención era que teníamos el mismo y nos poníamos de espalda
porque no miran para el mismo lado. Cuando fuimos a veranear a la cos-
ta, incluso se ponían a comparar si eran iguales... La mayoría con los que
he salido, lo primero que quieren hacer es besar el caballito de mar... Creo
que para muchas chicas pasa por un tema de llamar la atención y el efecto
que causa en los hombres... Inevitable que un hombre no deje de ver un ta-
tuaje, le guste o no, porque conozco gente que no le gusta, pero te hacen
un comentario del tatuaje que tenés».
TATUAJE Y EROTISMO 97

Laura dice:

«Lo de sentirte más sexy se da... estás en un boliche, alguien te ve y te


dice: "Ay, tenés un tatuaje, dejame ver. Me encantaría ver por dónde ter-
mina el caballito, por qué camino va". Creo que para la gente despierta un
montón de cosas».

El segundo ejemplo se refiere a Daniel, de 20 años. Tiene un ta-


tuaje de color negro en la pierna, un diseño complejo dividido en
tres partes: en la superior, una flor que representa una vagina
abierta; en el medio una parca con fuego; y en la zona inferior, una
mujer desnuda arrodillada. A la pregunta de si siente diferente su
cuerpo portando el tatuaje, él responde:

«Me sentía más ancho, como que caminaba de otra manera y llamaba
la atención. Sobre todo las chicas, venían y se fijaban en mi tatuaje. Estar
tatuado era que mi cuerpo tenía algo más».

Marcos, de 28 años, y un ojo tribal en la pierna, dice:

«Cómo te puedo decir. A todos nos gustaría eso de tener una espalda
grande y estar con tu tabla de surf. Tengo amigos que cuando estamos to-
mando sol tienen una espalda que parecen Rambos... y sí, a quién no le
gustaría tener más lomo. Creo que el tatuaje complementa, ayuda. A mí
me sirve, pienso: "Bueno, no tengo lomo pero sí un dibujo"».

Estos comentarios sugieren una misma ideación: la de un atri-


buto sexual que se agrega al cuerpo. El tatuaje aparece como un re-
fuerzo que confiere al sujeto la vivencia de contar con algo miste-
rioso a ser descubierto; 2 es decir, funciona como un señuelo.

2. En contraste, menciono la opinión de Lyle Turtle, tatuador reconocido y


pionero de esta práctica en los Estados Unidos. A propósito de su difusión, afir-
ma que, si tuviera hoy en día 14 años, no sabría si se sentiría atraído hacia el ta-
tuaje; que en su momento sintió atracción porque se trataba de algo clandestino.
Era difícil ser un tatuador, no existían revistas y la práctica se desplegaba c o m o
una organización secreta. Veinte o treinta años atrás, había que ir a un puerto o a
una ciudad grande para hacerse un tatuaje. En lo que a él concierne, había perdi-
do mucho de su encanto (Fragmento reseñado y traducido del inglés, revista Skin
Deep, n° 71, abril 2001, Inglaterra, Jazz Publishing).
98 SILVIA REISFELD

Hay que subrayar que este atributo que se agrega al cuerpo co-
mo tatuaje también representaría tanto un modo de elaborar como
de contrarrestar fantasías de castración, lo cual asume distintas
gradientes según cada individuo. Así, de manera muy explícita, en
un segmento de un programa emitido por el canal I-Sat 3 dedicado
al tatuaje y el piercing, una mujer que aparecía prácticamente des-
nuda hablaba de su tatuaje (uno colorido que bajaba por un costa-
do de su cintura hasta el muslo) como de «un órgano especial», sin
el cual ella se sentiría «desnuda». Este ejemplo ilustra cómo el ta-
tuaje puede revestir el carácter de un pene imaginario que otorga
una vivencia de completud.
En lo que sigue, me ocuparé de una película en la que la dimen-
sión del erotismo en el tatuaje cobra un relieve singular. Si bien se
trata de una ficción, nos permite de destacar algunos componentes
específicos.

I R E Z U M I , LA MUJER TATUADA

La práctica tradicional del tatuaje, desarrollada en Japón, es el


eje de esta trama en la que el cuerpo, trabajado como lienzo, nos
descubre un arte sumamente refinado, en este caso, de reproduc-
ción de pinturas originales. El filme, dirigido por Yiochi Takaba-
yashi, complejo en su argumento, toca cuestiones referidas a la
identidad y la filiación, las relaciones triangulares, el erotismo y los
impulsos tanto creativos como destructivos, todas ellas enhebradas
alrededor del tatuaje. Más que hacer un relato lineal, solamente me
referiré a aquello que considero esencial a nuestro tema.
El punto de partida es un tatuaje que el maestro Kyogoro, pres-
tigioso tatuador, va a llevar a cabo, en la espalda de Akane, una
hermosa joven que solicita sus servicios. En un primer encuentro,
Kyogoro la previene de un procedimiento no sólo largo y doloroso
-durará entre uno y dos años-, sino también de su «método perso-
nal» (sin aclarar en qué consiste). Al mismo tiempo, introduce su
pensamiento: «Un tatuaje no significa su felicidad... No se hace pa-
ra mostrárselo a otros. Queda pegado en la piel para toda la vida.
No se puede quemar ni destruir. Cuando se borra, significa la pro-

3. Me refiero al programa SexTv, del 19 de junio de 2003.


TATUAJE Y EROTISMO 99

pia muerte». La voluntad de la joven de seguir adelante («No


quiero ser vencida») responde al deseo de su amante Fujieda, un
funcionario abocado a su trabajo, mucho mayor que ella, que
muestra una singular atracción por los tatuajes, específicamente,
por la piel tatuada de una mujer. Así, cuando Akane pregunta:
«¿Qué te atrae de mí?», él le dirá: «Adoro tu piel. No hay otra chi-
ca con piel tan maravillosa. Tu piel merece un tatuaje». Fujieda es-
tá dispuesto a dejar a Haruna y formalizar esta relación siempre y
cuando ella se tatúe.
Haruna, bastante mayor que él y en otros tiempos tatuadora, lle-
va un tatuaje en la espalda desde «hace veinte años» (medida del
tiempo que duró su vínculo con Fujieda). Se dice que alguna vez
estuvo casada y que fue abandonada con un hijo. Una breve escena
los reúne a los tres: Fujieda espera que Haruna convenza a la joven
de tatuarse. Así, desde su mirada de experta, la mujer aprecia las
magníficas condiciones de la piel de Akane y la incita a dar el paso.
Ante el temor de Akane a ser dejada («Cuando envejezca te busca-
rás otra mujer»), Fujieda replica suplicante: «No creo en la belleza
eterna. Adoro el tatuaje. Es efímero como la belleza del cuerpo. Es
una joya que no puede ser reproducida. Una belleza que sólo exis-
te en el ser humano. Ya ves... si no te hubiese encontrado, habría vi-
vido toda mi vida con Haruna. No es por amor, no tenía otra opción»
(la cursiva es mía). Otro personaje de importancia es Harutsune, un
joven que vive en casa de Kyogoro y es su asistente, quien fuera
enviado por su madre para ser tomado como aprendiz.
En la sesión de tatuaje, Akane - q u e lleva solamente un kimo-
no-, se entera del «método personal» del maestro: debe yacer con
el torso desnudo sobre Harutsune, a la par que Kyogoro se ubica
en cuclillas detrás de ella. Ante las primeras y dolorosísimas pun-
zadas, el joven, obedeciendo a una señal del maestro, procede au-
tomáticamente a acariciarla hasta - q u e d a sugerido- llegar a la pe-
netración. Luego del desconcierto y la resistencia inicial de Akane,
la vemos no sólo gemir de dolor sino también por una excitación
que culmina en el orgasmo. Así, con el correr de las escenas, de
fuerte impacto visual, Akane se entrega a una doble expériencia:
por un lado, al sufrimiento ocasionado por el tatuaje; por el otro, a
un placer del cual termina participando.
Uno tiene la ocasión de ver la usanza tradicional para tatuar:
punzones de distinto tamaño, un martillito, la limpieza de la san-
gre y el despliegue del hermoso y colorido diseño de Lady Tachiba-
100 SILVIA REISFELD

na, una aguerrida princesa en lucha con un dragón, reproducido


directamente sobre la piel.
Una segunda línea argumenta! es el pasado del maestro, el ori-
gen de su estilo y su vocación por el tatuaje, y lo que será para
Harutsune el develamiento de su filiación paterna.

COMENTARIO

Un aspecto original e interesante de lrezumi, la mujer tatuada es la


doble mirada que propone al espectador: el tatuaje no sólo es vehí-
culo de impulsos creativos sino, al mismo tiempo, el centro donde
confluyen distintas mociones psíquicas. En particular, aquellos
componentes del desarrollo sexual infantil que, como sostuvo
Freud (1905), de permanecer activos en el inconsciente - d e quedar
el sujeto fijado a ellos- inciden ulteriormente en el tipo de elección
amorosa y en la cualidad del erotismo. En el contexto de la pelícu-
la, la piel adquiere suma importancia, no sólo por sus aptitudes de
lienzo sino también como fuente de erogeneidad: las pulsiones par-
ciales de ver y tocar se muestran exacerbadas, así como también la
canalización de impulsos de crueldad (sadismo) y dolor (masoquis-
mo). La piel comporta, junto al tatuaje, una cualidad fetichista.
En el filme se yuxtaponen principalmente el acto de tatuar o lo
que el tatuaje representa, y todo lo que hace al erotismo; es decir,
nos muestra su raigambre sexual. Utilizaré algunos aportes de Do-
nald Meltzer (1974) sobre la sexualidad adulta. Lo esencial es el ti-
po de fantasía que subyace a cierta conducta - n o la conducta ob-
servable- para diferenciar cuándo hablamos de un compromiso
perverso y cuándo de tendencias polimorfas propias de la sexuali-
dad infantil que pueden persistir en la vida adulta. Estas fantasías
capturan y dominan la vivencia inmediata del self del sujeto, lo que
incide en su modo de relacionarse con el objeto. Meltzer habla de
«perversidad de los propósitos» (p. 150) cuando predomina una
fantasía sádica que atenta contra la esencia misma de la creativi-
dad. Creatividad que -a su entender- deriva de la significación
que el niño otorga a la sexualidad parental (la escena primaria) en
tanto acto amoroso y fecundo (fantasía de preservar los bebés ima-
ginados en el interior del cuerpo materno). La capacidad de vivir
creativamente un trabajo es correlativa a una sexualidad adulta
que deriva de esta temprana constelación. En cambio, la caracterís-
TATUAJE Y EROTISMO 101

tica polimorfa de la sexualidad infantil no comporta una fantasía


destructiva y responde a las tensiones suscitadas por los celos y la
situación de exclusión, donde el niño emplea experimentalmente
sus zonas erógenas para descargar su excitación. Para Meltzer, «la
gratificación sensual no es un fin primario sino que surge secunda-
riamente, en compensación, cuando los fines creativos fracasan y
son eventualmente abandonados en aras al placer» (p. 145). Esta
parte destructiva puede evolucionar hacia una «tendencia a desa-
rrollar cultos» (fanatismos) y la actuación de «teorías arrogante-
mente afirmadas» (ibíd). En suma, la perversidad neurótica es
transitoria y debida a factores externos; en cambio, la sexualidad
perversa involucra «fantasías eróticas o actividades en las cuales el
sufrimiento mental o físico que inflige es el centro de la excitación»
(Meltzer, 1974:175).
Veamos estas nociones a la luz de las distintas significaciones
que reviste el tatuaje para los protagonistas. El deseo de Akane de
tatuarse para conservar a Fujieda (representativo de una figura pa-
terna) implica un triunfo sobre Haruna (imago materna); de ahí su
respuesta a Kyogoro: «No quiero ser vencida». En cuanto a Fujie-
da, sii capacidad de mantener un compromiso afectivo, o más bien
su erotismo, depende no sólo de la atracción que le suscite la piel
de la mujer, sino de que esté tatuada. No se trata de amor - c o m o él
mismo explica-, sino de fijación a un aspecto parcial altamente
idealizado y dotado de perfección: el tatuaje erigido como un feti-
che. Esta sustitución de Haruna por Akane respondería al deseo de
seguir gratificándose con una piel joven, acaso evocativa de la piel
materna primordial.
Con respecto a Haruna y su renuncia a Fujieda al apreciar la
piel de Akane, señalaré sólo un aspecto: que vía una identificación
proyectiva, Haruna se ve a sí misma de joven, en el lugar que Aka-
ne ocupa ahora para Fujieda. Su selfestá fuertemente identificado
con ese aspecto juvenil y atractivo de la piel de Akane (aún no ta-
tuada, es decir, virgen). Una fugaz escena la mostrará después pe-
gándose un tiro, y sólo entonces uno se percata de cuán terrible le
resultó perder a Fujieda. Dicho en otros términos, el haber perdido
su única cualidad deseable, una piel lozana y tatuada, sin la cual
ya no es nada.
También es significativo el lugar que Kyogoro ocupa en la fanta-
sía de Fujieda: el tatuaje debía realizarlo «ese gran maestro». Así, el
día que Akane acude a su primera sesión (irá siempre sola), Fujie-
102 SILVIA REISFELD

da exclama excitado: «¡Qué gran día! ¡Hoy recibirás el primer pin-


chazo!». Esta iniciación representaría la escena de un coito por la
desfloración de la piel virginalmente blanca. En este sentido, el he-
cho de depositar a Akane en manos del maestro (otra imago pater-
na idealizada) no parece suscitar conflicto sino complacencia, por-
que Fujieda está más interesado en esa «joya» que Akane llevará
en su espalda. Su conducta es ilustrativa de una relación narcisista
de objeto: poco importa el dolor que le implique a Akane tatuarse
ni el largo proceso de realización. Al mismo tiempo, se ubica en el
lugar de un voyeur que habrá de presenciar la escena primaria
(«Quiero ver», le dice a Akane. «Muéstrame los "primeros toques"
del maestro»).
Por su parte, Kyogoro también queda extasiado cuando Akane
exhibe su piel desnuda: la toca en actitud casi reverencial. Esta po-
sibilidad de contemplarla y tocarla traduce sensualidad y disfrute.
La condición de blancura y pureza se refleja en sus propias pala-
bras: «realmente maravilloso... la piel de la nieve». Que el hecho de
tatuarla adquiera la equivalencia de un acto sexual es observable
cuando previamente va desplegando sus instrumentos. Kyogoro
los mira y dice: «¡Qué pecado! ¡Soy un pecador! Nuevamente una
aguja en mi mano...». Los distintos punzones adquieren un claro
simbolismo fálico. Así, el trabajo (el tatuaje como creación) y el ac-
to sexual son uno solo y confluyen en un mismo goce.
Tomemos algunos datos que el filme provee:
a) la iniciación sexual de Kyogoro con una prostituta coincide
con el descubrimiento del tatuaje (ella lleva uno en la espalda), de
manera que ambas experiencias parecen fundirse en una. Kyogoro
recurrirá siempre a ella hasta que un día ésta desaparece. Es ahí
cuando surge su deseo de formarse como tatuador. Señalo, de pa-
so, dos aspectos. Por un lado, el sesgo transgresor con el que se sig-
nifica al tatuaje al vinculárselo inicialmente a un contexto de pros-
titución y, por otro, similarmente a ló que sucede con Fujieda, es el
tatuaje lo que le da valor a la mujer y en particular aquello que le
otorga su dimensión sensual.
b) Kyogoro concibe su «método» aplicándolo a su joven esposa
(que no es otra que Haruna): la tatúa en la espalda contra su vo-
luntad, mientras la fuerza a un coito a tergo. La resistencia inicial
de Haruna, para después dejarlo continuar, esa mezcla de sufri-
miento y goce, devienen para él una situación intensamente sen-
sual. Esto deriva en que Haruna lo abandone estando embarazada
TATUAJE Y EROTISMO 103

de Harutsune (historia que este último desconoce). En suma, lo


que me interesa destacar es el proceso de fetichización de un modo
de trabajo. De ahí en más, este «estilo» se cristaliza en una creencia
(convicción cuasidelirante) de que la consecución de un tatuaje al-
canza verdadera expresión si se acompaña de placer sexual. No
hay límite que lo detenga, ni siquiera tratándose de su propio hijo.
En efecto, siendo un aprendiz, Harutsune lleva un tatuaje en el pe-
cho realizado por Kyogoro. Vemos entonces la actuación de ten-
dencias que hacen a modos perversos de gratificación (en este ca-
so, el incesto).
De las sesiones de tatuaje de Akane hay varias lecturas. La más
significativa concierne al masoquismo y cómo el dolor puede ser
ligado al servicio de un goce sexual. Luego, esta forma de escena
primaria en la que todos tienen su parte. Kyogoro participa como
voyeur y pone en acto una fantasía sádica de penetración (recorde-
mos que se ubica detrás de Akane y que, aguja en mano, él mismo
se considera «un pecador»). Que los dos hombres -esto es, el hijo y
el padre- sometan, por así decir, a la mujer (mayor que Harutsune
y representativa de una figura materna) también indica el total bo-
rramiento de límites: no hay interdicción que impida la consecu-
ción de un incesto simbólico. Por cierto, Akane se suma: nunca co-
menta en qué consisten estas sesiones. Es la transgresión misma lo
que la concita a aceptar. Akane encuentra satisfacción al cumplir
una serie de fantasías que, siguiendo a Meltzer, podríamos consi-
derar como expresión de una perversidad neurótica: ser maltrata-
da y forzada sexualmente (masoquismo), la vivencia de prostituir-
se, ser observada durante el coito (exhibicionismo), participar en
una escena donde dos hombres la «penetran»: uno, infligiendo do-
lor; el otro, proporcionando placer. El ocultamiento a Fujieda tam-
bién respondería a una retaliación por haber sido degradada a un
objeto-piel cuya importancia se ciñe a estar tatuada.
Esto último incide en que Fujieda no perciba los cambios opera-
dos en su conducta y apariencia exterior conforme avanza su ta-
tuaje. La transformación de Akane, que se vuelve más sensual
-maquillaje y vestuario mediante- y distante afectivamente, resal-
ta la idea de un componente iniciático inherente al tatuaje en el
que, por un lado, habría una liberación de ataduras morales (aquí
a favor de un goce sexual sin límites) y, por el otro, como algo que
facilita una apropiación distinta del cuerpo y la consiguiente modi-
ficación de la vivencia subjetiva de la propia feminidad. He ahí la
104 SILVIA REISFELD

gratitud que ella conserva para con el maestro y Harutsune. Por


otra parte, finalizado su tatuaje y a petición de Kyogoro, elige un
lugar particularmente doloroso - l a axila- para que Harutsune fir-
me su participación con un pequeño tatuaje. Esto sugeriría que ha
hecho suya la experiencia de otorgarse placer a través del dolor.
En síntesis: la película muestra muy bien las distintas expresio-
nes que puede adoptar el masoquismo erógeno, sea en un plano
meramente representacional (fantasías) o a través de una puesta en
acto (el descubrimiento de Kyogoro de que el dolor físico puede
transformarse si se lo combina con un placer sexual, o en el caso de
Akane, de cuán significativa puede ser la experiencia del dolor, e
incluso, cómo esto puede plasmarse en una vivencia de enriqueci-
miento de su self).
No quiero terminar sin hacer alguna mención respecto a los
personajes que conforman el grupo familiar. Haruna le niega du-
rante años a Harutsune el develamiento de su identidad y lo envía
a descubrirla en el marco de una formación como tatuador, a sa-
biendas de en qué consistiría. Tras ser tatuada por Kyogoro, ella
misma deviene en tatuadora. Así, la única vez que Harutsune
aparece con el torso enteramente desnudo -cuando se entera de
que Kyogoro es su padre y ocurre una fuerte confrontación de trá-
gicas consecuencias- exhibe un tatuaje en la espalda, lo que signi-
ficaría que también Haruna consumó un incesto simbólico con su
hijo. ¿Qué lugar ocupa este hijo en la mente de ambos padres,
concebido en el transcurso de un tatuaje? Kyogoro lo explica: «Tu
destino es el tatuaje. Eres mi hijo. Mi sangre corre por tus venas.
Deberás continuar con mi estilo personal». Se puede pensar que el
niño que nace, más que advenir como hijo, es dado a luz como un
tatuaje-hijo. Cualquier creación o trabajo reviste para el psiquismo
la equivalencia de un «hijo simbólico». Pero aquí, tatuaje e hijo
aparecen confundidos, de tal suerte que el nacimiento de ambos
simboliza una vida que se gesta en una piel-lienzo. La identidad
de Harutsune lleva la marca de los tatuajes que cada progenitor
efectuó en él. Ese «deberás continuar con mi estilo personal»
muestra un imperativo paterno que se autoafirma desde la per-
versidad. No es al hijo al que Kyogoro intenta preservar, sino a su
propia creación, a su «estilo», siendo eso lo que adquiere sentido
de trascendencia para él.
10

El tatuaje y la experiencia
del dolor

Bajo la consigna «Ponele color y dolor a tu piel», difundida en Inter-


net durante los días 25, 26 y 27 de octubre de 2002, se llevó a cabo
en Buenos Aires la primera Convención Internacional de Tatuajes
y Body Piercing. De características singulares, el encuentro fue
una ocasión para interiorizarse sobre las distintas prácticas de
body modification.1 Lo interesante es que todas estas prácticas pre-
suponen, en grados variables, la experimentación de dolor. En

1. Movimiento que incluye no sólo los tatuajes y las perforaciones, sino tam-
bién las escarificaciones (trazado de la piel con bisturí), el branding (delineado de
un dibujo raspando trozos de piel) y los implantes (introducción de bolas de tita-
nio o acero quirúrgico dentro de la piel). También comprende el procedimiento
de «suspensión", que, sin que se trate de una alteración corporal permanente,
consiste en ser atravesado por ganchos en distintos puntos del cuerpo -ganchos
de acero quirúrgico similares, aunque de menor tamaño y grosor, a los utilizados
en las carnicerías- a fin de pasar por la experiencia de ser colgado. En una ver-
tiente extrema, hay quienes llegan a la mutilación de ciertas partes del cuerpo
(los dedos o incluso los genitales). Sobre todas estas prácticas, se pueden leer las
revistas Piel, n° 4 (noviembre de 2002) y Addiction Tattoo, n° 4 (noviembre de
2002), ambas publicadas en la Argentina.
106 SILVIA REISFELD

efecto, ya desde la convocatoria nos encontramos ante un fenóme-


no nuevo que exalta y otorga un lugar especial al dolor. ¿Cómo
explicar esta propuesta en el marco de una cultura de grupo?
¿Cuál es la función que cumple el dolor? Por otra parte, al hablar
de dolor entramos en un terreno complejo: hay que considerar el
dolor físico, puntual, provocado en determinada parte del cuerpo,
y al mismo tiempo aquello que hace a la vivencia en sí. También
es cierto que hay un umbral de tolerancia para cada individuo y
que está condicionado por factores emocionales.
Mi interés entonces es ahondar en esta «nueva subjetividad»
que rescata la experiencia de dolor como algo inherente a un modo
de vida y, a partir de cierto material ilustrativo, destacar la inter-
vención de algunos aspectos a tomar en cuenta.

ALGUNOS APORTES PSICOANALÍTICOS EN TORNO AL DOLOR

En un trabajo avanzado para la concepción de su época, el


«Proyecto de una psicología para neurólogos» (1895), Freud ex-
pone un modelo energético del funcionamiento del aparato psí-
quico a partir de la clasificación de tres tipos de neuronas. Un as-
pecto importante es su descripción acerca de cómo opera un
estímulo somático doloroso y su inmediato correlato mental (el
afecto de dolor). Apoyándose en dicho texto, Juan D. Nasio
(1999) estudia el dolor corporal a la luz de sus distintas conexio-
nes con lo psíquico. Plantea que una lesión física comprende tres
tiempos:
1) La lesión en sí, a partir de la cual el yo imprime en la concien-
cia una imagen mental de la parte del cuerpo lesionada. No hay
dolor corporal que no sea representado psíquicamente. Esto expli-
ca por qué se puede experimentar dolor sin que medie un daño
real: «la sensación dolorosa resulta así reavivada por el surgimien-
to de la representación mental de la herida» (p. 86). Además, se
trate de una herida externa ocurrida en la superficie del cuerpo o
de una proveniente de los órganos internos, la lesión será imagina-
riamente sentida por el yo como algo acontecido en la periferia del
cuerpo, es decir, como algo ajeno a él.
~ 2) Un estado de conmoción que trastorna al yo. Se produce un
aflujo de energía que se concentra en el yo, en particular, sobre la
representación mental de la herida.
EL TATUAJE Y LA EXPERIENCIA DEL DOLOR 107

3) La instancia de reacción, donde el yo opera como un órgano


que detecta las variaciones que ocurren internamente.
"Un cuarto momento hace a la relación del yo con la memoria in-
consciente. Es decir, la asociación entre el hecho presente y otros
que pertenecen al pasado olvidado del sujeto. Nasio diferencia la
repercusión somática de la vivencia subjetiva. Así, el dolor como
afecto no se origina por la lesión en sí, «está en el cerebro para la
sensación dolorosa [vía mecanismos neurobioquímicos] y en las
bases del yo - e n el ello- para la emoción dolorosa» (p. 87). Esto es:
la lesión produce una ruptura del equilibrio psíquico, quedando el
principio de placer transitoriamente abolido; el yo percibe esta per-
turbación y reacciona con una emoción dolorosa cuyo anclaje esta-
ría en el inconsciente. Nasio "nos habla de «un cuerpo dotado de
memoria» (p.122) que conserva las huellas de sus primerísimas ex-
periencias ¿olorosas (sean orgánicas o de separación y pérdida),
que son susceptibles de reactivarse y reaparecer en forma transfi-
gurada en conexión con diferentes situaciones de la vida cotidiana.
Desde esta perspectiva, el sujeto repite un sufrimiento sin saber
por qué lo repite. J i •, . / . -- -
Ahora bien, tal como se desprende del título de la convocato-
ria, el dolor y el placer como correlato nos conducen ineludible-
mente al tema del masoquismo. En «El problema económico del
masoquismo» (1924), Freud postuló tres formas distintas de ex-
presión. La primera, que vehiculiza las siguientes, es el «maso-
quismo erógeno», cuyo fin es procurarse placer en el dolor. De
origen primario, nace por un efecto de intrincación (mezcla) de la
pulsión de vida (Eros) y la pulsión de muerte (Tánatos). El ejem-
plo más cabal es su inclusión como componente erótico de la vida
sexual. La segunda, el «masoquismo femenino», se manifiesta a
través de fantasías vinculadas a la femineidad, esto es, ser castra-
do, tolerar el coito o parir, fantasías que subyacen a la consecu-
ción del accionar perverso masoquista. Por último, el «masoquis-
mo moral» como rasgo de conducta que va en pos del sufrimiento
mismo y sin importar de dónde provenga: por caso, quienes se re-
sisten a la cura durante un tratamiento aferrándose a sus sínto-
mas (la «reacción terapéutica negativa») o quienes no pueden dis-
frutar de sus logros («los que fracasan al triunfar»). Freud lo
explica en términos de un sentimiento inconsciente de culpa y la
consiguiente necesidad de castigo, resabio de una fallida resolu-
ción edípica.
108 SILVIA REISFELD

Desde estos lineamientos, Benno Rosenberg (1995) plantea un


enfoque sumamente original, cuyo eje central es privilegiar el lu-
gar del masoquismo en la constitución y posterior evolución del
psiquismo. Es decir, lo novedoso es que presenta una visión del
masoquismo como opuesta al sentido común del término, y no co-
mo algo autodestructivó. Hay pues un «masoquismo guardián de
la vida», absolutamente necesario, que acompaña todo el espectro
de.nuestro funcionamiento mental, y que se contrapone a un «ma-
soquismo mortífero». Siguiendo la descripción de Freud del maso-
quismo erógeno primario, el autor destaca ese momento en que la
pulsión de muerte queda anudada a la pulsión de vida a través de
la coexcitación libidinal. Esta ligadura posibilita la constitución del
aparato psíquico, en tanto que el dolor y el displacer quedan pri-
mariamente erotizados al servicio de una tendencia protectora que
los vuelve tolerables. Por tanto, existe un núcleo masoquista eróge-
no que participa de la estructuración del yo arcaico y que perdura
toda la vida. Más aún, funda la subjetividad en la medida en que
«el sujeto se reconoce como sujeto sólo a partir de la vivencia ma-
soquista» (p. 96). En esencia, aprender a soportar las tensiones
(aplazar la descarga) es básicamente un aprendizaje masoquista.
Cuando estas tensiones se tornan excesivas o desbordantes, se pro-
ducen maniobras defensivas que buscan restablecer un equilibrio
masoquista necesario para la autoconservación. Uno de los tantos
ejemplos clínicos aportados en su libro es el papel contradepresivo
de la conducta masoquista. Por lo tanto, el masoquismo erógeno
primario da cuenta de los problemas de la destructividad y la au-
todestructividad. Rosenberg postula que el sadismo debe ser con-
siderado como un masoquismo proyectado (p. 86), vale decir, co-
mo resultado de una identificación con el objeto sadizado que
permite gozar de la crueldad o el sufrimiento que en realidad es
propio. Si el masoquismo precede al sadismo, también evidencia
su carácter vincular por la misma presencia del objeto sadizado.
Si falla la proyección, esta carga masoquista retorna masivamente
en forma de sadismo -autosadismo, como dice Rosenberg-, y es
entonces cuando adquiere potencialidad mortífera. En suma,
«...hay siempre una dimensión masoquista de la existencia huma-
na que se sigue de la dimensión masoquista de toda sexualidad»
(p-179).

Por último, la noción del yo-piel de Anzieu (1994) y las posibles


consecuencias de un déficit en su constitución (véase el capítulo 2)
EL TATUAJE Y LA EXPERIENCIA DEL DOLOR 109

ilustran cómo el sujeto procura configurarse una nueva envoltura


que lo sostenga, aun cuando se trate de una signada por el sufri-
miento. En particular, la provocación de un dolor físico puntual
permitiría ligar (contener) estados de tensión o angustia difusa.

M A T E R I A L DE ILUSTRACIÓN

Los fragmentos citados están referidos únicamente al interrogante


del dolor en los tatuajes. En algunos casos transcribo comentarios
más extensos porque permiten una ampliación del tema.

1. Luis (24 años): Lleva nueve tatuajes. En relación con el prime-


ro, hecho a los 16 años, refiere:

— Me hice mi inicial, una L... quería saber qué se sentía. Me lo hice


yo. Con tres agujas de coser muy finas, se le pone el hilo de coser y pin-
chas, juntas las tres agujas porque se requiere un espesor mínimo. No me
dolió para nada. Bueno, como es muy finito hay que pincharlo muchas ve-
ces. Eso sí dolió. Es como si alguien está preso y se lo hacen ellos mismos.

— ¿No es extraño tatuarse sabiendo que va a doler?

— Sí, a veces sí. Porque a veces duele bastante... pero si uno está den-
tro es porque está decidido a aguantarse cualquier cosa. Vos entras, ponés
el brazo... Qué puedo decir, ¿me duele? No. Ya estás y te lo bancás.

— Sin embargo, se dice que no duele.

— No. Yo siempre dije que doler, duele... Los pinchazos, la rapidez con
que entra la aguja, es como una quemazón, como si uno se cortara. Pero
eso es al principio, después por el dolor es como si esa parte se durmiera.
Después hay que tener mucho cuidado, tratar de no mojarlo durante 2
días para que se seque y se forme la cascara. Esa cascara no hay que tocar-
la, no le puede caer sol, tenés que echarte crema, vaselina...

2. Martín (21 años): Tiene cuatro tatuajes (véase el capítulo 6).


La realización de uno de ellos, el dibujo de un indio, demandó
unas once horas repartidas en dos sesiones de cinco y seis horas
de trabaio.
110 SILVIA REISFELD

—¿Duele tatuarse?

— No. El delineamiento duele un poquito y después, cuando la piel se


te endurece, porque los músculos se cansan, pero eso te pasa después de
las seis horas, como me pasó con el indio, que ya tenía el brazo cansado.

3. Iván (24 años), quien será presentado en el capítulo 10, res-


ponde:

— Duele en el momento que te lo están haciendo, depende del lugar


y del nivel de concentración que tengas. Te puedo asegurar que si estás
bien concentrado y tranquilo, podés llegar a soportarlo con tranquili-
dad.

4. Lucas (30 años): Tiene un tatuaje.

— No duele. La aguja entra en la primera y segunda capa de la piel,


se siente como un raspón, algo así, no un raspón doloroso. También de-
pende dónde, hay zonas que duele más, bajo el brazo, en el estómago,
donde hay músculos fláccidos, ahí se siente más. Yo charlaba con mi
amigo mientras me tatuaba. En general trabajan así con el cliente, un
trato familiar, para que no piense tanto que duele y se le habla para dis-
traerlo.

5. Facundo (24 años): Citado en el capítulo 10. Uno de sus tatua-


jes es el nombre de su ex novia hecho en la nuca:

— Lo hice para demostrarle que la quería. Ahí me dolió, pero creo que
porque estaba peleado con ella. Si hubiese estado bien con ella, no me hu-
biese dolido... Cuando me lo hice estaba mal, triste y me dolió.

—¿El ánimo influye en que se sienta dolor?

— Para mí depende mucho y que estés decidido. Si vos estás decidido,


venís, te sentás y te lo bancas.

6. Valeria (24 años): La entrevista ocurre a poco de hacerse su


octavo tatuaje, una especie de rama frondosa que desciende de la
mitad de la pierna derecha hasta el pie. Hace una mueca de dolor
mientras me lo muestra.
EL TATUAJE Y LA EXPERIENCIA DEL DOLOR 111

— ¿Dolió?

— No, en absoluto. Apenas una pequeña molestia. El tatuaje no duele.


Ahora me molesta un poco pero no es algo que no se pueda soportar.

7. Nahuel (25 años): Tiene seis tatuajes.

— Duele pero es un dolor diferente. Me lo banco. Es como... si me pon-


go a pensar, es como si fuera un placer del dolor, como si pagaras por un
placer prohibido.

— ¿Y qué es para ti un placer prohibido?

— Bueno, es como sí pagaras por un servicio, como cuando vas y pa-


gas para estar con una prostituta. Acá sería parecido. Además, ¿qué tiene
de malo o raro tatuarse? Es una forma de ser como uno quiere. Las muje-
res se ponen faldas re-cortas, remeras re-apretadas o tacos altos y... ¿quién
les dice algo?

— ¿Vienes siempre al mismo local?

— Sí. Ya les tengo confianza. Es una relación muy especial la que ha-
cés con el que te tatúa... es como parte de tu cuerpo.

8. Testimonio obtenido de Internet:

— No siempre me siento aburrido y, por eso, por unos tres años no me


tatué ni me hice un piercing... Pero ahora vlaneo hacerme otro tatuaje
grande. Extraño el dolor y la anticipación de ser tatuado, la novedad de
verme diferente por un rato... Además, me gusta coleccionar cicatrices.

ANÁLISIS

Como se puede observar, el abanico de respuestas es variado. No


obstante, es posible rescatar algún denominador común, como lo
es el hecho de que la experiencia de ser tatuado conlleva una sen-
sación dolorosa que, más o menos intensa según cada caso, se in-
tenta «soportar». Es decir, el acento está colocado en que, puesto
en la situación, finalmente uno «se lo banca». Éste es un punto im-
112 SILVIA REISFELD

portante porque se admite una repercusión somática objetivamen-


te dolorosa.
Veamos algunos comentarios. Para Luis: «A veces duele bastan-
te pero si uno está dentro es porque está decidido a aguantarse
cualquier cosa»; Iván, que tiene buena parte de su cuerpo tatuado,
afirma: «Duele en el momento que te lo están haciendo», pero «po-
dés llegar a soportarlo con tranquilidad»; Nahuel dice: «Duele pe-
ro es un dolor diferente. Me lo banco».
Aun cuando se afirme que no hubo dolor, aparecen otros indi-
cadores que expresan lo contrario. Por ejemplo, Martín refiere
que no hay dolor pero luego detalla que «el delineamiento duele
un poquito» y que importa la cantidad de horas destinadas al ta-
tuaje porque los músculos se entumecen. Valeria responde: «no,
en absoluto», o que se trata de «apenas una pequeña molestia».
Sin embargo, mientras enseña su reciente tatuaje, lo hace con una
mueca ostensible de dolor. Lucas sostiene algo similar, pero en el
último tramo menciona que la charla distractiva o el «trato fami-
liar» dispensado al cliente posibilitan que «no piense tanto que
duele». Además, aporta otro dato, el lugar elegido para tatuarse,
porque hay zonas del cuerpo que al ser fláccidas resultan más do-
lorosas.
Asimismo, diversos factores inciden en el aumento de dolor: de-
penderá de la convicción para hacerlo (Luis), del grado de concen-
tración (Iván) o del estado de ánimo (Facundo). Incluso de la signi-
ficación que se atribuya a la sesión de tatuaje en sí (Nahuel).
Otra cuestión a tratar concierne al testimonio tomado de Inter-
net, porque plantea una conexión entre la vivencia de aburrimien-
to, el dolor y la necesidad de introducir alguna modificación en la
apariencia exterior.
Desde esta primera aproximación, veamos algunas hipótesis
explicativas. La primera retoma la concepción de Rosenberg,
quien postula una dimensión masoquista inherente al funciona-
miento mental que puede revestir distintas modalidades en el cur-
so de la vida. Esta idea permite comprender por qué una práctica
alcanza tanta relevancia aun cuando conlleve cierta experimenta-
ción de dolor. El tatuaje, hoy en día mayormente aceptado, posibi-
lita, a mi entender, la expresión de un masoquismo grupalmente
compartido. El ejemplo más ilustrativo es la propuesta de «ponele
color y dolor a tu piel», que sugiere que la inscripción de dolor en
la piel resulta de por sí una experiencia que vale la pena transitar.
EL TATUAJE Y LA EXPERIENCIA DEL DOLOR 113

Aquí encontramos otra línea afín a Rosenberg, para quien la sub-


jetividad se funda en la vivencia masoquista. Por lo tanto, parecie-
ra que estamos en presencia de nuevas formas de subjetivación y
de consolidación de la identidad, tema del cual se han ocupado
los autores que hablan del posmodernismo (véase el capítulo 2).
Ya hemos visto cómo el tatuaje cumple, entre diversas funciones,
la de procurar un sentimiento de autoafirmación. Ligado a ello,
este dolor compartido inaugura toda una red de vínculos por la
pertenencia al grupo de personas tatuadas. Éste es un punto im-
portante durante la adolescencia por tratarse de una etapa en la
que se observan crisis de desorganización y de reorganización y
se recurre a modelos identificatorios y a conductas imitativas que
contrarresten la vivencia de «difusión de la identidad» (Erickson,
1974). Asimismo, vemos cómo el dolor cumple un papel iniciático
al momento de tatuarse, dado que el poder «soportarlo» adquiere
la significación de una prueba de virilidad o, en líneas generales,
la de una apropiación del cuerpo, que, en el caso de las mujeres,
apunta a una fantasía de liberación (como el despertar de un ero-
tismo que no necesita ocultarse). Por tanto, cabe pensar la expe-
riencia como un rito de castración simbólica -similar al de la cir-
cuncisión-, pero sin un sentido mutilatorio (como lo sería en el
caso de una fantasía de castración fálica). También hay que consi-
derar que el tatuaje comporta un componente transgresor (a veces
expresado explícitamente) y que el precio a pagar sea precisamen-
te una cuota de dolor.
Por otra parte, esta cualidad masoquista que participa del ta-
tuaje se constituye en un medio de procesar un amplio espectro
de conflictos, así como de ligar estados de tensión o angustia que,
al no encontrar expresión verbal, se canalizan a través del cuerpo.
Aquí conviene subrayar dos cuestiones: 1) El dolor psíquico es
transferido a un dolor somático, lo cual nos habla de un proceso
de drenaje de la tensión. 2) Se posibilita una descarga dosificada y
limitada al tatuaje, lo cual sirve al propósito de un objetivo estéti-
camente valorado. Por tanto, el dolor cumple funciones específi-
cas para el equilibrio de una economía libidinal y psíquica en ge-
neral.
Desde esta perspectiva, operan distintas fantasías. El procurar-
se activamente una experiencia de dolor puede representar una
forma de obtener dominio sobre el dolor mismo (una reacción
contrafóbica). Así, frente a lo imprevisiblemente doloroso, sea de
114 SILVIA REISFELD

origen interno o externo, la fantasía es la de controlar el sufrimien-


to porque uno mismo se lo administra. Me refiero a una forma de
ejercitar cierto control sobre posibles desorganizaciones de orden
psíquico, algo relevante si consideramos que el tatuaje ocurre pre-,
ferentemente en una población adolescente. Aquí parecen ayudar
varios factores. En primer lugar, el dolor que ocasiona un tatuaje
es transitorio, tiene un inicio y un final; luego, es esencialmente
manejable e incluso permite una anticipación (el poder hablar del
tema con quienes ya se tatuaron). Por último, durante los prime-
ros días, el sujeto se ocupa de «curar» su tatuaje (se denomina así
al cuidado de una correcta cicatrización). En suma, se trata de un
dolor que culmina en una realización concreta y visible, en tanto
que imprime en la piel determinados contenidos que se viven au-
ténticamente como propios (vale decir, hay un diseño sentido co-
mo realidad elegida y no impuesta). En todas estas fantasías cabe
destacar un aspecto regularmente observable en la clínica, a saber,
el papel contradepresivo del dolor.
Veamos estas ideas en conexión con el material de Luís. Su pri-
mer tatuaje, hecho por él mismo a los 16 años, es entendido en tér-
minos de una vivencia nueva y diferente («Quería saber qué se
sentía»). Los sucesivos pinchazos comportan un dolor que, frag-
mentado en pequeñísimas heridas, deviene soportable. La clave es-
tá en su comentario: «Es como si alguien está preso y se lo hacen
ellos mismos»: el propio self es representado como una cárcel, im-
plicando con ello sentimientos de soledad y aislamiento. A la ma-
nera de un preso, Luis se siente condenado a permanecer dentro
de los estrechos muros de su interioridad (la «L» del diseño). Aca-
so esté aludiendo a un mundo interno falto de contenidos signifi-
cativos (esa «L» no lo singulariza, puesto que se trata de una ini-
cial), razón por la cual atraviesa por estados de ansiedad que no
adquieren cabal representación. ¿Cuál es la función del dolor en
dicho tatuaje? En primer lugar, hay un sufrimiento psíquico que
deriva en un dolor corporal concreto y asible. Luego, la experiencia
es buscada como un modo de capturar una dimensión subjetiva,
esto es, la. posibilidad de sentir a través del dolor. Tomando en
cuenta que ya tiene nueve tatuajes y que como él mismo lo expresa
«a veces duele bastante», cabe pensar en una tendencia masoquis-
ta que opera como un regulador psíquico. Si, de acuerdo con
Freud, no existe lesión corporal sin que el yo se forme una repre-
sentación mental de ella, estas nuevas representaciones parecen
EL TATUAJE Y LA EXPERIENCIA DEL DOLOR 115

cumplir una finalidad de ligadura. 2 Como correlato externo de es-


ta dinámica interna, consideremos el cuidado que requirieron ini-
cialmente sus tatuajes, es decir, el proceso de «curarlos». Por otra
parte, el uso habitual del término «curar» parece implicar una
creencia (inconsciente) de que algo con relación al acto de tatuarse
- e n este caso, el dolor- comporta algún efecto curativo. También
hemos visto cómo el mostrarse capaz de tolerar el dolor -y Luis
nos habla de ello- contribuye a una vivencia de fortalecimiento del
self.
El dolor que acompaña un tatuaje puede devenir en una situa-
ción placentera en sí, es decir, como expresión de un masoquismo
erógeno. La respuesta de Nahuel ilustra al respecto: «Es como si
fuera un placer del dolor, como si pagaras por un placer prohibi-
do». Este pagar se vincularía a la consecución de un acto vivido
con culpa y la correspondiente necesidad inconsciente de castigo.
En particular, por la activación de una fantasía sexual en la que la
figura del tatuador es asociada al servicio ofrecido por una prosti-
tuta. No me detendré en otros posibles aspectos, salvo en un pun-
to. Si en general se suele decir que un tatuaje pasa a formar parte
del cuerpo, aquí lo incorporado a nivel de piel es su manera de vi-
vir toda la experiencia con el tatuador («Es una relación muy espe-
cial la que hacés con el que te tatúa... es como parte de tu cuerpo»).
El comentario de Facundo aporta otra perspectiva. Me refiero a
la inclusión del dolor físico como un medio para expresar senti-
mientos de amor. Así, el acto de tatuarse el nombre de la novia en
un lugar particularmente sensible al dolor, como lo es la nuca, ad-
quiere el significado de una ofrenda; el sentido sería una suerte de
«más me duele, más te quiero», prevaleciendo una idealización del
sufrimiento. Otra posible lectura es la fantasía de pagar con dolor
el hecho de sentirse amado sin ser merecedor de ello.
Por último, el testimonio de Internet introduce un aspecto signi-
ficativo, esto es, la mención del aburrimiento como un factor que
incide en la realización de un nuevo tatuaje o piercing. La experien-

2. Término que Freud utiliza para referir a una operación del aparato psíqui-
co que limita la libre circulación de energía (monto de excitación) al unirla a una
o varias representaciones. Acerca de los distintos usos a lo largo de su obra, véa-
se Diccionario de Psicoanálisis, J. Laplanche, y J.-B.Pontalis, Buenos Aires, Labor,
1974.
116 SILVIA REISFELD

cia clínica indica que este tipo de aburrimiento remite a vivencias


depresivas y, correlativamente, a un sentimiento de empobreci-
miento del mundo interno. Lo impactante es que esta persona ma-
nifieste extrañar «el dolor y la anticipación de ser tatuado». Esta
expectativa masoquista reorganiza al self, a la vez que le otorga un
objetivo al cual abocarse, como es el proyecto de un «tatuaje gran-
de». Aquí entra a tallar otro aspecto. Un tatuaje de ese tipo implica
un tiempo considerable y muchas sesiones de trabajo. Por tanto, el
dolor de cada sesión de tatuaje le posibilitaría una forma de cone-
xión con la realidad por la intervención misma del cuerpo. Otro as-
pecto singular es su afirmación de «coleccionar cicatrices». Es posi-
ble que con ello esté aludiendo a marcaciones que incluyan otras
prácticas además del tatuaje. Sin embargo, vale la pena retomar la
observación porque estas cicatrices corporales - q u e nacen del do-
lor- otorgarían al self un sentimiento de continuidad histórica (véa-
se el capítulo 10). En este sentido, resulta sugestiva la idea de Na-
sio (1999) acerca de «un cuerpo dotado de memoria», como
soporte de la reactivación de primerísimas experiencias dolorosas
que permanecen en el inconsciente.
10
Tatuajes múltiples*

Mi interés en este capítulo es ocuparme de una franja de adoles-


centes para quienes el acto de tatuarse, lejos de ser respuesta a una
moda imperante o deberse a conductas imitativas de grupo, se ha
convertido en el medio privilegiado para construir una identidad
diferenciada. Mi intención es dar cuenta de ello esbozando algunas
hipótesis sustentadas en el desarrollo temprano y el papel que
cumple la piel en la primigenia relación del bebé con la madre.
Se trata de jóvenes que tienen o aspiran a cubrirse casi todo el
cuerpo con tatuajes, siendo notable cómo algunos manifiestan ha-
ber perdido la cuenta de cuántos tatuajes llevan hechos. Por lo co-
mún, empiezan a tatuarse alrededor de los 18 años y este primer
tatuaje parece convertirse en el disparador de conflictos psíquicos
más severos, toda vez que el acto de tatuarse se transforma en una
compulsión. Esta actitud suele ser asociada a un «vicio» compara-
ble al consumo de drogas, predominando en muchos casos la nece-
sidad de tatuarse más que la motivación por un diseño elegido y

* Una primera versión de este capítulo se publicó en la Revista de Psicoanálisis,


t. LVI, n ° 2 , 1 9 9 9 .
118 SILVIA REISFELD

su significado simbólico. Tampoco es infrecuente la colocación de


aritos en la nariz, cejas, ombligo o tetillas.
Una nueva identidad los lleva a nuclearse en grupos, formándo-
se una especie de subcultura alrededor del tatuaje: frecuentan so-
cialmente locales donde se tatúa, recurren a amigos tatuadores que
ya no les cobran por seguir tatuándolos, proyectan futuros diseños
a tatuarse y, por último, encuentran una importante limitación en
su despliegue laboral.
El ser portador de un cuerpo cubierto de tatuajes puede, en
ciertos casos, devenir en un medio de sustento. Son sujetos que se
exhiben como «muestras raras de exposición» y, como tales, apare-
cen en revistas, programas de televisión, promocionan locales o
son convocados como parte de eventos referidos al tatuaje (véase
la entrevista del anexo).

VERTIENTES TEÓRICAS

Hemos visto que en tanto marca o inscripción de carácter irreversi-


ble, el tatuaje implica una alteración en la piel y un cambio en la
exterioridad del sujeto, aspectos que inciden no sólo en una modi-
ficación de la vivencia subjetiva de la imagen corporal, sino tam-
bién en efectos que repercuten en la propia identidad. La profusión
de tatuajes adquiere la equivalencia de un cambio de piel, es decir,
un profundo cambio en la figuración del propio self.
Me referiré a algunos autores cuyos aportes sirven de soporte al
desarrollo de este capítulo. Como parte de ellos fueron citados ex-
tensamente al abordarse la temática del cuerpo y de la piel (véanse
los capítulos 2 y 3), presentaré otras contribuciones que permiten
ampliar la discusión.
Jack Doron (1990), siguiendo a Anzieu, sostiene que se puede
«pensar el hecho psíquico con palabras, habladas o escritas pero
también con formas». Introduce la noción de «operador psíquico»,
como un objeto creado por el sujeto u otros, soporte de proyeccio-
nes que relaciona el adentro y el afuera y cuyo empleo permite la
simbolización.
A propósito del concepto de simbolización, cabe hacer algunas
precisiones en cuanto a su uso. Desde el psicoanálisis - m e remito a
Freud-, el símbolo surge como derivado sustitutivo (y deformado)
de un complejo de ideas y sus afectos reprimidos. Es decir, como
TATUAJES MÚLTIPLES 119

un acuerdo entre mociones inconscientes y ciertas fuerzas que se


oponen a su libre expresión (la represión). Así, el sujeto que em-
plea un símbolo no es consciente de su significación oculta.
En su clásico trabajo, «La teoría del simbolismo» (1918), Ernest
Jones amplía este enfoque y refiere el origen de los símbolos a par-
tir de un proceso de desplazamiento o extensión del interés y del
conocimiento humano, que va desde la idea más simple y concreta
del hombre primitivo, hasta la aparición en el tiempo de ideas más
complejas y abstractas que conservan alguna relación asociativa
con aquélla y la representan. Según Jones: «La característica básica
de todas las formas del simbolismo es la identificación» (p. 64). La
tendencia a identificar - u n a de las más tempranas de la mente hu-
m a n a - respondería a dos factores interrelacionados: en primer lu-
gar, cuando se hace concordar lo nuevo con experiencias previas
placenteras (lo que activa el interés) y, luego, por atribución de se-
mejanzas. Hasta aquí hablaríamos de equivalentes simbólicos. El
verdadero símbolo adviene cuando la nueva idea sustituye a la ori-
ginaría (recibe parte de su significación) y la representa; esto es, si
ha mediado «una inhibición afectiva» vinculada a la idea origina-
ria. Así, más allá de las diferencias culturales, históricas o étnicas,
las ideas comúnmente representadas están referidas al propio
cuerpo, los padres y los fenómenos del nacimiento, el amor, la se-
xualidad y la muerte (p. 66).
A partir dé Melanie Klein (1983), se subraya la importancia de
tolerar la ausencia del objeto (la madre) y de recrearlo en el mundo
interior. El uso de símbolos implica una adecuada elaboración de
la posición depresiva. En el marco de esta escuela, Bion (1996)
plantea su teoría del origen del pensar al postular la idea de un
psiquismo que desarrolla la aptitud de contener y transformar sus
sensaciones más inmediatas en rudimentos de pensamientos. Esto,
como se dijo, depende en sus inicios de la capacidad materna de
reverle (véase el capítulo 3). El fracaso de esta adquisición da lugar
a un funcionamiento mental evacuativo que apunta a desentender-
se de todo tipo de tensiones o sentimientos desagradables. Por tan-
to, la simbolización también presupone un proceso de metaboliza-
ción de la experiencia (es decir, el pensar).
120 SILVIA REISFELD

P I E L E IDENTIDAD

En términos generales, la piel es tratada en el tatuaje como una


superficie o pantalla donde proyectar una amplia gama de fanta-
sías, afectos o situaciones conflictivas fundamentalmente incons-
cientes. Lo que quiero destacar es que en los adolescentes sobreta-
tuados estas vivencias no alcanzan a ser procesadas mentalmente,
requiriéndose el elemento visual -representación concretizada en
la piel- para un intento más logrado de ligadura representacional.
De esta forma, el tatuaje resulta el medio más efectivo para recor-
dar y/o elaborar lo que se ha vivido en un momento particular-
mente significativo. Sugiero la hipótesis de que en estos jóvenes
existiría un déficit en su capacidad de lograr una representación
psíquica, por cuya razón el cuerpo pasa a elaborar conflictos o tra-
mitar afectos, sin que ello excluya un eventual trabajo psíquico me-
diante la percepción del dibujo tatuado. En este caso, el tatuaje ad-
quiere la connotación de un necesario «operador psíquico» que
posibilita un tramo a la simbolización.
La piel llena de tatuajes deviene, siguiendo a Bick (1970), en una
«segunda piel» que sustituye una función primariamente no ad-
quirida y que asume un rol de sostén y contención de las proyec-
ciones, organizándolas en alguna forma coherente a través de los
distintos dibujos. La percepción de cada tatuaje y la vivencia de
consustancialidad con éste devolverían al sujeto una versión me-
nos aterradora, quizás más atenuada y controlada, de sus angus-
tias más tempranas. Así, en vez de un espacio psíquico capaz de
contener, nos hallamos frente a un espacio delimitado en la piel,
depositario de afectos y pensamientos. Es posible que todo esto
constituya una poderosa defensa contra vivencias muy tempranas
de fragmentación...
El acto continuo de tatuarse y la relación tan estrecha que se es-
tablece con el tatuador parecen expresar un intento de recrear un
vínculo dual donde se espera ser mirado, tocado, atendido y reci-
bir una marca, esta vez nombrada y concreta. El cuerpo en su to-
talidad se constituye en fuente de erogeneidad, pero como expre-
sión de tempranos esbozos que se apoyan en una primigenia
erotización de la piel y que requieren el marco de una relación de
objeto que canalice y otorgue una dimensión afectiva dotada de
significación para el sujeto. Estos aspectos evocan la idea de Piera
Aulagnier acerca de «el cuerpo hablado y. el placer por quien lo
TATUAJES MÚLTIPLES 121

habla» (véase el capítulo 2). Diría, entonces, que se trata de perso-


nas para quienes toda la experiencia de tatuarse ha adquirido la
significación de procurar llenar carencias muy primarias, donde
el componente vivencial de la piel junto con la mirada, la voz, las
palabras y los cuidados del tatuador - s u presencia y la privacidad
de la sesión de tatuaje- configuran una situación de característi-
cas tempranas.
A partir del primer dibujo tatuado y de la secuencia de los si-
guientes, algunos sujetos llegan a historizar su vida y las épocas en
que los llevaron a cabo. Cualquier experiencia emocionalmente
significativa tiende a ser fijada y perpetuada a través del tatuaje,
que opera a la manera de un banco de memoria; es decir, impide el
olvido de experiencias y de aspectos del self y de los objetos vincu-
lados a ellas. La necesidad permanente de llevar consigo estas vi-
vencias en lugar de evocarlas nos remite a la idea del yo-piel cola-
dor de Anzieu y a la necesidad de crear una nueva envoltura - e l
tatuaje- siempre presente, que suple una envoltura psíquica no
consistente y que permite fijar recuerdos y afectos, que de otro mo-
do se siente no poder retener.
Por otra parte y tal como vimos, la experiencia del dolor físico
puede en sí misma resultar importante: por un lado, porque los
«estados de excitación pulsional» (Anzieu, 1994) vividos de mane-
ra intensa y difusa pueden focalizarse a través de una acción pro-
vocada y, por otro, porque el dolor en el cuerpo es un indicador de
existencia real.
La piel, en su dimensión concreta a la vez que subjetivante, y el
sentimiento de identidad resultante se encuentran estrechamente
ligados. En efecto, es la piel en el cuerpo la que pasa a contener los
momentos plasmadores de una nueva identidad, al punto que po-
dría decirse que es precisamente aquélla quien asume la identidad
del sujeto: yo soy mis tatuajes. Mirar otros tatuajes y ser mirado
por los propios remite no sólo al placer de ver y exhibirse, sino
también, y fundamentalmente, a la búsqueda de aquello que per-
mita constituir una identidad.
Así, en pos de futuros tatuajes, emerge un cuerpo «decorado»,
gradual anulación del ser anterior y asunción de una identidad ori-
ginal en cuyo trasfondo subyacen fantasías de resurrección o au-
toengendramiento. _ ,'
122 SILVIA REISFELD

M A T E R I A L DE ILUSTRACIÓN

1. Pedro, de 26 años, tiene tatuajes en las manos, los brazos, el


cuello, la cara, la espalda, el pecho y las piernas. Lleva un arito en
la ceja y otro en la nariz. Es afable y muy cálido en su forma de ha-
blar. En el cuello, entre otros tatuajes, hay un signo de interroga-
ción. Se tatuó por primera vez a los 18 años. El dice:

«Me gustan los tatuajes y bueno, te querés hacer... empezás con un di-
bujito y después la seguís. Mi primer tatuaje fue de "Helio Kitty", un ga-
tito. Me gustaba, diez años atrás todo era mucho más inocente. Yo entré
en mi primer tatuaje sin ser, me lo quise hacer porque sí, una calentura.
Después me tatué una rosa, una pantera... Te digo la verdad, no sé cuán-
tos tatuajes me he hecho. Tenía un amigo que me decía: "mañana nos ha-
cemos un tatuaje", y a mime agarraba un nervio, era como medio, no en-
fermizo, pero yo sentía que me gustaba y me hacía bien. Cuando murió mi
padre me hice su retrato en el muslo y puse la fecha de su muerte. Es para
dejar algo marcado. Tengo una pequeña lágrima tatuada en la cara y la
palabra "padre" en la parte interna del labio. Eso lo voy a llevar toda la
vida y con tatuarlo es como si en cierta parte yo dijera "lo hice carne de
nuevo". Cualquier persona diría "no necesitás tatuarte el labio para llevar
a tu padre", pero es una sensación muy fuerte».

Pedro ingresa al mundo del tatuaje «sin ser» o queriendo hacer-


se a sí mismo, vale decir, sin contar con un self capaz de proveerle
una vivencia de identidad. La «calentura» por tatuarse aparece co-
mo un intento de canalizar, de dar forma a un estado interno de
sensaciones imperiosas y difusas que incluyen un fuerte tinte au-
toerótico, y también erótico pasivo, que no ha podido significarse a
nivel representacional. Su primer tatuaje - e l gatito de «Helio
Kitty»- y los dos siguientes - l a rosa y la pantera- parecen reflejar
una transición de tendencias pasivo femeninas a la búsqueda de
identificación con una figura más aguerrida y agresiva, representa-
da por la pantera, aun cuando estos distintos aspectos sugieran
provenir de una imago materna.
Pero no se detiene ahí. Estos primeros tatuajes activan en él una
compulsión a tatuarse, perdiendo incluso noción de cuántos tatua-
jes lleva hechos, lo cual indica que toda la situación del tatuaje ha
adquirido una significación más profunda y en torno a carencias
mucho más tempranas.
TATUAJES MÚLTIPLES 123

En vez de contar con un espacio psíquico donde ubicar y conte-


ner sus afectos, Pedro utiliza el tatuaje como un medio necesario
para la expresión de todo tipo de sentimientos y pensamientos que
le resultan emocionalmente significativos. La dificultad para pro-
cesar mentalmente sus experiencias, ligarlas y mantenerlas en un
mundo representacional psíquico, es dramáticamente ilustrada en
el duelo por la muerte de su padre, en el que se ve claramente có-
mo recurre a representaciones concretizadas en la piel a fin de con-
tener, delimitar y tramitar el impacto emocional de la pérdida.
El hecho de que «lleve» a su padre bajo esta modalidad revela el
déficit de un espacio interno continente. Estos tatuajes parecen
funcionar a la manera del «operador psíquico» descrito por Doron,
en la medida que comportan una intencionalidad elaborativa. El
proceso de duelo es graficado tanto en su significado de acto de re-
paración, cuanto en su aspecto de compleja elaboración. Así, el he-
cho de tatuarse el retrato del padre en el muslo tendría como signi-
ficado el deseo de hacerlo resucitar o renacer, pues nos evoca el
mito del nacimiento de Dioniso (quien terminó su gestación al ser
cosido al muslo de su padre Zeus, que reemplazó al útero de la fa-
llecida Séleme). Por esta razón, a Dioniso se lo llama el «nacido dos
veces» (Graves, 1985). La lágrima tatuada en su cara sería indica-
dora del duelo normal. Pero lo más llamativo es el tatuaje de la pa-
labra «padre» en el interior del labio. Esto nos permitiría pensar
que el padre retratado va ascendiendo desde el muslo hasta dentro
de su boca, lo cual significaría que, por un lado, está en situación
de ser ingerido-introyectado como un modo de consustanci ación
para hacerlo revivir; pero por otro, la palabra «padre» implicaría
que de él ya sólo queda su símbolo, es decir, que habría procesado
el duelo.

2. Iván, de 24 años, tiene los brazos, las piernas, el pecho y }a es-


palda tatuados casi por completo. Al hablar, se muestra desafecti-
vo y distante:

«Yo empecé a los 21 para no tener problemas con mi familia y voy a se-
guir hasta cubrirme todo el cuerpo, hasta que no se me vea la piel. Me pa-
rece muy monótono tener el mismo color de piel como todos los demás. Te-
niendo la posibilidad de tener la piel decorada, no veo por qué la tenga que
tener de un solo color... Mis primeros tatuajes fueron duendes que me los
hice uno tras otro. Sé que no existen, pero para mí representan mucho. Vi-
124 SILVIA REISFELD

ven en una completa armonía, sólo se molestan con los que vienen a mo-
lestarlos, nadie le dice al otro lo que tiene que hacer... Luego pasé a los
Alien. Me gusta del Alien cómo fue creado, la originalidad de Hears, el di-
bujante, para inventar un ser superior al humano prácticamente perfecto
e indestructible. También tengo tatuado un feto, de un momento bastante
significativo para mí, una ilusión que no se dio. Esta hada representa un
fin de semana que marcó una trayectoria en mi vida. Mis tatuajes son lo
que yo sentía en el momento del tatuaje. Tengo proyectado prácticamente
casi todo mi cuerpo, sé qué dibujos me voy a hacer, después los iré varian-
do, los retoco... tengo para rato».

Iván explícita abiertamente el deseo de erradicar su piel, igual a


la de los otros, para tornarla en una piel decorada y «creada por
él». Desde esta perspectiva, pone en acto la fantasía de anular su
ser anterior y dar origen a una nueva identidad que, a partir de
sus tatuajes, lo distinga visiblemente de los demás y le otorgue el
sentimiento de tener una identidad diferenciada. La idea de no te-
ner «un solo color de piel», representativa de un estado de integra-
ción del self, es sustituida por la posibilidad de tener la piel deco-
rada, lo cual nos remite a un mundo subjetivo fragmentado que se
concretiza en una piel de varios colores. El cuerpo cubierto de ta-
tuajes se constituye en una nueva envoltura o una «segunda piel»
que asume el rol de contener así como de ser soporte de sus pro-
yecciones.
De esta manera, Iván nos muestra un mundo poblado de duen-
des que personifican sentimientos y pensamientos que idealmente
armonizan entre sí («no se molestan unos a otros»), en tanto per-
manecen como aspectos disociados, y la mágica conciliación a tra-
vés de estos duendes. Asimismo, lo vemos identificándose simul-
táneamente con el creador Hears (representación de un Dios
padre) y con el Alien (el hijo), que es parido bajo el imperio de la
omnipotencia como un ser «prácticamente perfecto, indestructible
y superior al ser humano», es decir, como una divinidad. Lo nota-
ble es que el Alien de la versión cinematográfica es básicamente un
ser violento y asesino. La utilización del nombre Alien también nos
sugiere un estado de alienación o enajenación.
Aquí, como en el caso anterior, las vivencias emocionalmente
significativas son concretizadas de inmediato en la superficie de la
piel, lo que nos sugiere una dificultad para simbolizar y acceder a la
representación mental sin que medie la .percepción del dibujo tatúa-
TATUAJES MÚLTIPLES 125

do. Como él mismo expresa: «Mis tatuajes son lo que yo sentía en el


momento del tatuaje». Así, el feto resulta el ejemplo más ilustrativo
de la concretización de «una ilusión que no se dio», un contenido
mental -algo ideal- que en él no se cumplió y que fue abortado.
Otro punto a destacar es la idea de seguir tatuándose como si se
tratara de un proyecto de vida. La aspiración de crecimiento psí-
quico y de ser capaz de producir cambios en la personalidad, as-
pectos que apuntan a consolidar la identidad, se convierte en un
proyecto de futuros tatuajes o de mejorar y variar los ya hechos. Es
decir, no se trata de una interioridad a enriquecer, sino de un ideal
que se vuelca en la exterioridad, en tanto sujeto que es y se recono-
ce a sí mismo a partir de sus tatuajes.

3. Gerardo, de 23 años, es simpático, alegre y trabaja «en lo que


pueda». Tiene los brazos, las piernas, el pecho y la espalda tatua-
dos. Lleva aros en la ceja, las tetillas y el ombligo. Él dice:

«A los 18 años tenia la idea de hacerme un solo tatuaje pero después,


no sé, es como que te agarra un vicio. El dibujo te hace recordar ese mo-
mentopasa el tiempo, miras el tatuaje y decís: "¿te acordás de esa épo-
ca?". Yo supongo que con el tiempo iré encontrando la respuesta a por qué
me tatúo».

Lo que quiero resaltar es cómo la percepción del tatuaje posibi-


lita que Gerardo adquiera un sentido de historicidad de las expe-
riencias vividas y de su self vinculado a ellas. En este sentido, la vi-
vencia de un yo-piel colador determina la conformación de una
nueva envoltura, en la que los sucesivos tatuajes operan a la mane-
ra de un «banco de memoria» que permite retener los recuerdos y
mantenerlos «vivos» en el espacio delimitado de la piel.

4. Facundo, de 25 años, tiene los brazos, las piernas y la espalda


tatuados y en la nuca lleva el nombre de su ex novia:

«Cuando me hice ese tatuaje estábamos peleados y fue para demostrar-


le que la quería. Hace dos años tuve problemas, me quería matar y en vez
de pegarme un tiro preferí hacerme un agujero en el estómago. O sea, lle-
vo un arito en el ombligo. Me pareció más sano. No sé si me ayudó pero
fue como un cable a tierra, sirvió para salir del momento».
126 SILVIA REISFELD

«El cable a tierra», al decir de Facundo, muestra de un modo


impactante la importancia de la experiencia puntual de provocarse
un dolor físico. Por un lado, la vivencia a través del cuerpo es en sí
misma indicio de existencia real y, por otro, resulta un intento de
dominar el intenso sufrimiento psíquico al ser focalizado (y contro-
lado) en una parte del cuerpo. Esta tentativa de autocuración tiene
un efecto eficaz en su momento, en la medida en que la idea de pe-
garse un tiro alcanza un nivel de representación y ligadura por la
acción concreta de «hacerse un agujero en el estómago», o sea, co-
lócarse un arito.
10
Tatuaje y adicciones

En este capítulo enfocaré el tatuaje como parte de una problemáti-


ca más abarcativa y compleja como lo son las adicciones. A los fi-
nes de cierta delimitación, me remito al DSMIV, que, bajo la nomi-
nación de «trastornos relacionados a sustancias», describe aquellos
derivados del consumo reiterado de droga, los efectos secundarios
de un medicamento y la exposición a tóxicos. La dependencia y la
«necesidad irresistible de consumo» dan lugar a un conjunto de
síntomas conductuales, cognoscitivos y fisiológicos: el sujeto va
circunscribiendo sus intereses en detrimento de otras áreas de su
personalidad, se producen un aumento de su umbral de tolerancia
y efectos de abstinencia (irritación, ansiedad, pérdida de memoria,
etcétera) y, por último, el individuo no puede abandonar la pauta
adictiva pese a reconocer las dificultades que le acarrea.
El material que presento corresponde a una muestra extraída de
mis visitas a una comunidad terapéutica, 1 cuya población - u n o s
veinte pacientes internados de sexo masculino- comprende jóve-

1. Agradezco a la Fundación Plural el haberme facilitado la consecución de


las entrevistas; en particular, a las personas que generosamente se brindaron a
128 SILVIA REISFELD

nes y adultos entre los 16 y 35 años, que provienen principalmente


de un contexto socioeconómico bajo. Algunos son enviados por el
juzgado (por robo, portación de armas, actos de violencia) para
evitar una condena penal y la mayoría pasó por tratamientos falli-
dos en otros centros. La institución también funciona como una clí-
nica de día y realiza tratamientos ambulatorios de seguimiento y
tareas de prevención.
Por lo general, la adicción se desencadena tempranamente a
través del alcohol, muy facilitado por un entorno acostumbrado a
su ingesta, y se extiende luego al consumo de marihuana, cocaína,
inhalantes y medicamentos (sedantes, hipnóticos, ansiolíticos). Un
rasgo común de estos sujetos es el haber crecido en un clima en el
que prevaleció una relación parental conflictiva (abandono de la
figura paterna, infidelidad conyugal o separación y conformación
de nuevas parejas e hijos por parte de ambos), el déficit de roles
parentales o una comunicación escasa, todos factores que incidie-
ron en una dificultosa integración escolar que culminó en deser-
ción.
Aquí la motivación a tatuarse es una vicisitud más que surge
de una adolescencia que se va forjando en la calle y adquiere ca-
racterísticas marginales. El núcleo familiar es reemplazado por la
inclusión en pandillas o la dependencia de nuevas figuras mayo-
res que consumen drogas y se las facilitan. La práctica del tatuaje,
en este contexto, dista mucho de ser la que realizan los jóvenes
que concurren a un moderno local de tatuajes. Suele ser «casera»,
la mayoría de las veces realizada en precarias condiciones de hi-
giene, pudiendo estar el sujeto o el tatuador, o ambos, drogados o
consumiendo drogas. Tampoco es infrecuente el hecho de tatuarse
en grupo. Se utilizan agujas de coser y tinta china, los diseños son
simples y en color negro, los trazos son gruesos. En rigor, estos ta-
tuajes no pueden ser considerados desde una perspectiva estética
o como fruto de un trabajo artístico. Más aún, a menudo se refie-
ren a ellos con el término «escrache».
Cabe mencionar la posición que asume la institución respecto
al tatuaje: lo desaprueba y considera como un síntoma derivado
del cuadro adictivo, una forma de maltrato corporal. Así, dentro

ellas. Pese a contar con su consentimiento, he optado por cambiar los nombres y
algunos datos a fin de preservar su anonimato.
TATUAJE Y ADICCION ES 129

del tratamiento, se contempla la posibilidad de que eventualmen-


te un médico los «borre». Aun cuando no tuve ocasión de corro-
borar este procedimiento - e s comúnmente conocido que un tatua-
je no llega a removerse del todo y que la piel queda afectada-, se
trata de una cuestión mucho más compleja. Tal como veremos, di-
chos tatuajes en su momento cumplieron funciones muy impor-
tantes para la economía psíquica de estas personas y por tanto su
abordaje amerita distintos niveles de conceptualización.
Algunas precisiones antes de entrar en el material. Sobre un to-
tal de ocho entrevistas, he seleccionado tres. Se trató de entrevistas
abiertas en las que, si bien no hubo un orden preestablecido, el te-
ma del tatuaje ocupó un lugar central. No voy a hacer un diagnós-
tico psicopatológico, puesto que la indagación no estuvo dirigida a
factores psicológicos sino a la asociación entre adicciones y tatuaje.
Por tanto, la transcripción del material ha sido condensada y se
omiten datos que atañen más a un historial clínico. En cambio, a
los fines de un análisis posterior, sí tomaré en cuenta aspectos psi-
copatológicos que hayan resultado muy ostensibles durante la en-
trevista. La descripción de los tatuajes siguió, en lo posible, un cri-
terio sécuencial a partir del primer tatuaje.

• Raúl (36 años): Tiene seis tatuajes caseros. Fue dado de alta
hace tres años. Trabaja en una agencia de remises y posee estudios
primarios. Consumió psicofármacos y alcohol desde los 15 años,
marihuana y cocaína. En cierta época, también se inyectaba un
anestésico usado en veterinarias.

1)Lleva tatuada la palabra MADRE: En el brazo, con letra de im-


prenta, baja verticalmente. Es un diseño rústico.

— Fue antes de hacer la colimba, a los 16 o 17, no soy bueno para re-
cordar, no tengo buena memoria. Sé que todo el mundo se tatuaba. Yo lo
comparo con lo de ahora pero los tatuajes son mucho mejor armados. Ta-
tuarse se usaba mucho en el ambiente que me movía, era una moda. Era
un ambiente de consumo, había mucho alcohol. Me salió lo de «madre»
porque era lo que más sentía en ese momento. Yo me fijaba mucho en los
tatuajes...

—¿Quién hizo el tatuaje?


130 SILVIA REISFELD

— Me lo hicieron. Me acuerdo que me dolió y me sangraba mucho, pe-


ro era como que estaba todo bien, no importaba. En realidad, todos mis ta-
tuajes me dolieron. Yo lo quería mostrar pero no tengo idea de por qué me
pasaba eso.

—¿Cómo era la relación con tus padres en esa época?

— Con mi madre hasta ahora es difícil, pero no porque nos llevemos a


las patadas sino porque no tenemos un diálogo. No,quería que consuma,
me junte con cierta gente o que tome alcohol, pero se equivocaba en la ma-
nera. No hablaba conmigo, pero no hablar, de hablar de la vida, preguntar-
me cómo estaba. Lo único, si hiciste la tarea o un castigo porque había he-
cho algo mal. Con mi viejo no tenía una buena comunicación, lo que hacía
era castigarme o pegarme o me ponía de rodillas en un rincón.

2) Lleva tatuado su NOMBRE (brazo):

— De este tatuaje sime acuerdo. Yo estaba en mi casa en una tarde co-


mo ésta que llovía y salí de mi casa y me fui y en la esquina donde nos
juntábamos nosotros no había nadie. Me fui a la parada de colectivos, me
quedé así sentado un rato y después volvía casa y me lo hice yo solo. No
sé por qué. Tampoco sé por qué mi nombre.

3) Lleva tatuada la palabra LOVE: Tapó su nombre porque «no se


marcó bien». No recuerda por qué eligió ese diseño.

4) Tiene tatuados UNOS PUNTOS (antebrazo):

— Me los hice para hacerme algo... uno gordito y otros chiquititos.


Hay unos puntos que significan algo pero éstos no significan nada. Me lo
hice porque me salió.

5) Lleva EL LOGO DE UN FESTIVAL D E R O C K : Un sol con una cara


sonriente y debajo la palabra «rock» (antebrazo).

— Lo hice porque me gustaba, había visto el dibujo. Lo que no me gus-


tó fueron las letras, me parecen feas. En ese momento donde yo trabajaba
había un pibe que tenía un par de tatuajes y él los dibujaba muy bien, no
los hacía. El me hizo el dibujo.
TATUAJE Y ADICCION ES 131

6) Tiene tatuadas las letras R y A (en los dedos):

— Me iba a poner Raúl. Fue durante la colimba, una noche estábamos


jugando a las cartas y por ahí tomando alcohol. Habíamos conseguido pa-
ra tatuarnos y lo empecé a hacer y justo apareció un suboficial, nos vio y
nos sacó rajando.

—Te tatuaste dos veces tu nombre, en el brazo y en los dedos...

— Tres veces iba a ser. No sé por qué. Por tener mi nombre, pero no sé
por qué tantas veces. Más que nada yo lo hacía porque me gustaba el ta-
tuaje en sí, todos lo hacían y yo no podía estar sin hacerme un tatuaje.

—¿Cuándo decidiste no tatuarte más?

— El último me lo hice cuando tenía unos 20 años, por la época que


me casé. Pero no fue porque no me gustaba hacerlo, yo veía tatuajes y ha-
bía tatuajes que me gustaban. Lo que pasa es que se me pasó el raye ése de
que están todos tatuados y, bueno, yo me tengo que tatuar.

—¿Qué piensas de tus tatuajes?

— No sé, a veces me molestan y me los quiero tapar... por ejemplo, es-


toy trabajando en remera y hay gente que uno ve que piensa ¡ahh...! Y
cuando veo esa gente es como que trato de ocultarlo, pero si no, no me mo-
lesta. En ese momento no pensé si eran para siempre... A veces vienen los
chicos y te preguntan. Tengo dos hijos, uno tiene 15 y el otro 13. Les he
explicado que no es lindo, que no es bueno, más allá que los tenga. Estoy
tratando de tener más diálogo con ellos... puedo hablarles de tatuajes, de la
droga, del HIV, porque soy portador... Yo creo que lo tuve inyectándome,
porque era común compartir la jeringa.

—¿Por qué crees que ahora se tatúan?

— En mi época era una forma de no ser menos, pero ahora muchos lo


hacen porque les gusta, no piensan en el futuro, que te puede llegar a mo-
lestar. A mime gustaría tatuarme esto (el diseño de ROCK). No me gus-
tan las letras. Sacarme no, porque me quedaría muy marcado el brazo. No
sé si porque me gustan los tatuajes pensaba tapármelo con otro. Yo creo...
¡sí que me volvería a hacer un tatuaje! No lo hago, no lo voy a hacer. A
132 SILVIA REISFELD

veces no me gustan, reniego de ellos, pero veo un tatuaje, un escudo de


Boca, y me encanta.

• Felipe (37 años): Obtuvo el alta hace un año. Es periodista.

Empecé consumiendo alcohol desde los 12.años, después cocaína, ma-


rihuana. En casa no se tomaba, al menos donde mi vieja, porque mis pa-
dres estaban separados (desde sus 6 años). Tenía fantasías con el consu-
mo antes de empezar a consumir. Medio esto de descubrir el rock y toda
esa historia... sobre todo el último año de la primaria. Como que había un
vínculo con eso... rock, alcohol y droga. Como que me había armado una
imagen...

—¿Cómo es lo de la imagen?

— Para llamar la atención, resaltar en algo... Una imagen del más lo-
co o del más raro. Soy un tipo muy tímido, he roto con algunas cosas pero
tengo eso, de haberme armado una imagen, funcionar mucho con esa ima-
gen y en el fondo ser un tipo bastante solo y no tan loco. Yo había elegido
vivir en una zona marginal donde hay boliches, mucha delincuencia, co-
mo buscando también esa magia de lo marginal...

Tiene tres tatuajes:

1) U N A SERPIENTE CLAVADA POR U N A ESPADA: Se lo hizo él mismo a


los 27 años.

Tenía un significado de la calle, muerte a la policía. Una rebeldía medio


adolescente, pero reconozco que hasta mis 30 y pico fui adolescente.

2 ) TAFA: A los 32 años, en letra de imprenta.

Me lo hice un día por hacérmelo... una identificación. Yo, en el río, en de-


terminado momento me había convertido en el Tafa, la gente me conocía así.

3) U N ESCORPIÓN TRIBAL: A los 33 años. Es muy llamativo, bien


hecho y ocupa casi todo el brazo.
TATUAJE Y ADICCION ES 133

Tapó el primero, que no me gustaba más. Es medio caserongo porque


no era una máquina de estas sofisticadas sino un motorcito de grabador
en una lapicera y una aguja de coser.

—¿Por qué un escorpión?

— Soy de Escorpio. Quizás también porque me identifique... como en


el cuento del escorpión y la tortuga. El escorpión quería cruzar el río y en
la mitad le clava el aguijón y se hunden los dos. Como que es mi natura-
leza, no es del todo así, pero sirvió para tapar cosas de las que no me que-
ría hacer cargo. Tomó casi una semana. Es un tatuaje que si alguien lo
pensó, lo pensó para una pierna y no para un brazo, pero yo lo quería en
el brazo.

—¿Dolió?

— No... bueno sí, doler duele, pero soy un tipo bastante bancador. To-
mé alcohol y me acuerdo que estábamos en un lugar que no era muy hi-
giénico y me lo limpiaba con el mismo alcohol que tomaba, cuando supu-
raba también, y hacía alarde de «mira, yo esto me lo banco».

—¿Pensaste que era para siempre?

— No. Me sentía jugado, como que ya no tenía cura y, bueno, qué im-
portaba. Ya había pasado por una experiencia de internación y había fra-
casado. Vivía con angustias y depresiones. Es un tatuaje grande pero todo
era muy loco en ese momento, tenía el pelo largo, estaba más gordo, más
agresivo conmigo y con los demás. Recién ahora me está empezando a mo-
lestar, si me vinculo con gente que me conoció sin el tatuaje... Bueno, es
difícil. Lo mismo con gente nueva cuando me ven en remera, medio que es
chocante. Creo que tengo que empezar a aceptarlo. No me lo taparía, por
otro lado.

—¿Qué te llevó al primer tatuaje?

— Creo que por una identificación con lo marginal que siempre me si-
guió. Yo soy de una generación donde los tatuajes que existían eran más
tumberos, tenían que ver con la cárcel y el puerto, con los barrios más ba-
jos. Económicamente nunca fui un chico bien, pero a los 13 fui a vivir con
mi papá a una zona más paqueta. El me hizo romper con una imagen que
134 SILVIA REISFELD

yo tenía, en esa época decíamos «rockeros», no me deja identificarme con


un tipo de pilcha, pelo largo, determinada música...

—¿Cuándo decidiste no tatuarte más?

— Estuve por hacerme otro en la espalda cuando cumplí34, pero co-


mo yo no estaba bien, no confié en quien me lo iba a hacer, tenía mucho
temor de que no podía ver lo que me estaban haciendo. Cuando la otra
vez la coordinadora nos hablaba de los tatuajes, me encontré con un
montón de cosas que yo no había dicho y a veces recordaba... Porque esto
de los tatuajes no sólo son los dibujos sino toda la situación, con cosas
que pasaban alrededor, de maltrato. Dentro del tratamiento hay momen-
tos que me pasa eso de mostrarlo, como para identificarme, que en el fon-
do alguna vez fui loco.

—¿Puedes describir tu familia?

— A mi viejo siempre lo vi como el gran limitador y a mi vieja como la


gran permisiva. Cuando empecé con el alcohol, estaba bastante pirucha,
loca... Soy el mayor, el único hijo varón y me siguen tres hermanas, una
del primer matrimonio con mi viejo y las otras dos del segundo de mi vie-
ja. Mi viejo viene de una familia más conservadora, pasó por la universi-
dad... Yo ni terminé el secundario. Empecé a trabajar en la radio desde
muy pibe y pensé que mi vida iba a ser así...

—¿Por qué crees que se ha vuelto común tatuarse?

— Tiene que ver con esto de la identificación. A lo mejor me vuelo pero


es como mostrar algo primitivo. También pienso en los campos de concen-
tración. Siento que volvemos para atrás. Hoy puedo verlo como una agre-
sión, cada día nos metemos más cosas, necesitamos engancharnos con más
cosas para no perdernos, nos hacemos más cargo de las imágenes que de lo
interno o crecer desde otro lugar y que tiene que ver con lo que vivimos...
vivimos en un mundo virtual. Los chicos consumen cada vez más, está to-
do muy enfermo... Creo que el tatuaje tiene que ver con el no decir y el
agarrarse de una imagen para no hacerse cargo.

• Mariano (26 años): Tiene once tatuajes; la mayoría impresio-


nan como «escraches». Se mostró asustado y hablaba con dificul-
TATUAJE Y ADICCION ES 135

tad arrastrando las palabras. Actualmente está internado. Historia


de consumo: alcohol desde los 12 años, marihuana, cocaína y pas-
tillas (no especifica de qué clase).

1) Dos tatuajes hechos al mismo tiempo (los primeros, alrededor


de los 15 años):

a . L A C A R A D E U N A MUJER ATRAVESADA E N L A CABEZA P O R U N A ESPA-

DA (en el brazo):

— Quería que me salga monstruosa pero me salió normal.

—¿Por qué monstruosa?

— Como que me rebelaba de algo, de mi familia, de la gente, como que


me sentía más poderoso.

—¿Por qué una espada le atraviesa la cabeza?

— No me gustó cómo quedó, tenía más pinta de un payaso y, cuando


le puse la espada, eso salía de una espada y una serpiente que significa
muerte a un policía.

—¿En tu grupo se tatuaban?

— Todos. Eran gente mayor que yo y estar tatuado era como... te forta-
lecía más, te daba una cierta imagen estar tatuado, como que tenía cierto
manejo para lastimarme yo, sería, que me lastimé con esto.

—¿Te los hiciste solo?

— No. Un chico que tatuaba pero no era tatuador, no cobraba.

b. U N C O R A Z Ó N Y E N C I M A PARTE DE U N S O L (en el pecho): El cora-


zón está dividido en tres: arriba están las iniciales del nombre de
su padre y del suyo; abajo, en el medio, la inicial del nombre de su
madre (que a su vez es la inicial del apellido paterno).

— Este dibujo cuando lo vi tatuado en otro chico como que me gustó.


136 SILVIA REISFELD

2) P A D R E Y MADRE (brazo). El diseño es:

P
A
MADRE
R
E

— Un reconocimiento a mis viejos. Igual, no estoy seguro del signifi-


cado, porque cuando me hice éste y el del pecho no estaba muy consciente.
En realidad no estuve consciente de ninguno. Pero ahí ya estaba bastante
mal, había tomado pastillas. Siempre que me tatuaba tomé pastillas (Ro-
hipnol, Artane). El chico que me lo hizo también y como que quedó así.

3 ) U N PUNTO (en la cara, visible):

— Me miro en el espejo y me lo hago.

—¿Por qué en la cara?

— El punto en la cara es un punto tumbero, de alguien que estuvo


preso.

—¿Estuviste preso?

— Detenido si, varias veces, como una semana, pero preso no.

—Pero, ¿por qué llevarlo en la cara?

—Me tenía que sentir más poderoso hacia los demás, algo así. Cada
uno de mis tatuajes es como que me rebelaba contra todos. Por ahí, cuan-
do me hice el primer tatuaje mi viejo me dio una repaliza y yo decidí se-
guir haciéndome tatuajes.

4) C I N C O PUNTOS: El diseño es:

— Significan cuatro ladrones y un policía en el medio.


TATUAJE Y ADiCCIONES 137

5) MADRE (en letra gótica, baja verticalmente):

— Este tatuaje tapó los 5 puntos.

6 ) C I N C O PUNTOS (antebrazo):

—¿Por qué te volviste a tatuar cinco puntos?

—Fue una época que tuve problemas muy seguido, un par de situacio-
nes que tuve con la policía, como demostrar un sentimiento hacia ellos.

7) U N CRUCIFIJO, LA LETRA M Y OTROS C I N C O PUNTOS (en los dedos),


hechos al mismo tiempo.

— Quería algo en los dedos... no sé, quería hacerme un anillo pero no


llegué a hacerlo, y M por mi vieja. En realidad cuando me lo hago como
que busco tener toda la mano cubierta.

—¿Por qué?

— Porque en el ámbito donde me juntaba era demostrar cierto... como


ser todo un tipo, no sé cuál es la palabra exacta, estoy un poco nervioso.

—Los tatuajes en la mano no se pueden ocultar.

— No pensé en eso.

—¿Qué te detuvo?

— Me veía con demasiados tatuajes, cuando estaba mal como que ya


no me servía.

8 ) E L N O M B R E DE SU S O B R I N A (en la pierna): a los 16 o 17 años.

— Mi primera sobrina. Me lo pongo porque mi hermana tuvo un pro-


blema, que no podía tener hijos y yo lo siento como un reconocimiento.
Por ahí, en ese tiempo, yo andaba con ganas de tener un hijo y no tenía la
oportunidad.
138 SILVIA REISFELD

9) E L SANTO DE LA « T U C A » (pierna): a los 19 años. El diseño es la


figura de un hombrecito de palotes que sobre su cabeza lleva el aro
de un santo.

— Tuca es la marihuana cuando está chiquita, como que nunca me iba


a faltar la marihuana.

—¿Fue el último?

— Yo me hubiera hecho otro en la espalda, un salamuerte, la muerte


con la guadaña, porque en una época... Hoy en día no me tatuaría, es más,
estoy hablando con la coordinadora para poder sacármelos todos.

—¿Por qué?

— Me incomoda, es algo que me dañó, por esto de rebelarme contra la


gente. Por ahí tenía mucho con jugar con quemarme con cigarrillo... Lo
hacía cuando me sentía mal, cuando algo malo pasaba en mi casa o yo me
sentía depresivo. Cuando falleció mi viejo me lastimé el brazo (tenía 17
años). Después muchas veces lo hacía por apuesta, una competencia con
otros chicos, como que yo podía... Lo prendía y lo apagaba y así. Ya no al-
canzaba con tatuarme, estaba muy mal la cosa conmigo, como que reem-
placé el tatuaje con quemarme con cigarrillo. Me hice un ancla, la hoja de
la marihuana...

—¿Y el dolor?

— Ahí ya me lo hacía y no era consciente. No era con pastilla ni nada,


me lo bancaba, por ahí no lo sentía. Por ahí muchas veces cuando mi vie-
jo me golpeaba yo no reaccionaba, no podía... Y cuando después me fui, mi
viejo ya había fallecido y me junté con una chica, el viejo de ella consumía
y consumía conmigo, era una familia enferma...

—¿Puedes describir tu familia?

— Soy el menor de tres. En casa por momentos la cosa iba bien, pero
cuando se ponía muy violento había mucho golpe de por medio. Mi viejo
no era un tipo que tomaba pero era violento. Mi viejo fue boxeador.

—Veo que te tatuaste varias veces «madre».


TATUAJE Y ADICCION ES 139

— Para míes una persona que aguantó mucho lo que pasaba en mi ca-
sa, pero mi viejo nunca le pegó a ella. Mis viejos se separan cuando era
chico (6 años) y yo me voy a vivir a casa de mi tía. En ese tiempo me
echan como cinco veces del colegio. Siempre quería demostrar algo, mi
enojo, y era de hacer lío. Después mis padres se vuelven a juntar, tenía 11
años, yo regreso, pero ya no quería que estuvieran juntos.

COMENTARIO

En el capítulo anterior dijimos que, una vez franqueada la línea


del primer tatuaje, podía activarse una tendencia a seguir tatuándo-
se, situación que podíamos asociar con una predisposición similar a
la que existe en la drogadicción. Acá confluyen ambas y la práctica
del tatuaje comporta aspectos que responden a una vertiente más
patológica. Estas entrevistas reflejan historias muy penosas, en las
cuales las carencias son múltiples. Se pueden hacer muchas lecturas
pero me ceñiré a cuestiones vinculadas a nuestro tema.
En primer lugar, los conflictos aparecen desde la infancia debi-
do a un entorno que falla sustancialmente en proveer un soporte
emocional. Impresionan la falta de calidez y un abandono que re-
viste distintas modalidades. Hay que considerar el contexto socioe-
conómico y el hecho de que las condiciones de vida son de por sí
difíciles. La interacción con los padres evidencia un enorme déficit
de comunicación, donde las palabras, más que transmitir afecto o
cuidado, fueron experimentadas como imposiciones. El entendi-
miento verbal es reemplazado por acciones concretas, a saber, lími-
tes colocados como prohibiciones o castigos a menudo corporales.
Por un lado, la figura materna aparece como agresiva (Raúl), «lo-
ca» y permisiva (Felipe) o sufriente (Mariano); por el otro, una
figura paterna que ejerce su autoridad con una violencia real o
simbólica. Aquí se vislumbra el germen de los sentimientos de re-
beldía y los conflictos con la autoridad que tan explícitamente apa-
recen en las respuestas, en particular, en relación con un padre te-
mido y odiado, situación que se desplaza a la figura del policía (el
tatuaje de los cinco puntos). También quedan delineadas las identi-
ficaciones tanto sádicas como masoquistas. La necesidad de llamar
la atención asume tempranamente la forma de conductas asocíales:
en esto vemos la compleja asociación entre agresión, culpa y nece-
sidad inconsciente de castigo. Estos sujetos, ni bien pudieron, opta-
140 SILVIA REISFELD

ron por buscar refugio en las calles. El tinte de marginalidad que


recorre los relatos no sólo es consecuencia de la droga o la caída en
actos delictivos para proveerse de ella, sino también es expresión
de un modo de vida. El hábito de ingerir alcohol, por ejemplo, apa-
rece a una edad poco frecuente en medios socioeconómicos más
elevados.
Veamos qué ocurre con el tatuaje: es fundamentalmente una
práctica marginal. El llevarlo a cabo en forma casera va más allá
de la falta de dinero. Acá interviene un componente ideológico
que concede una valoración muy precisa al hecho de soportar el
dolor y no demostrar miedo. El primer tatuaje posibilita una inte-
gración social y la inclusión en un grupo que otorga un claro
marco de referencia: no sólo contiene sino que también permite
externalizar conflictos y mitigar ansiedades. Este aspecto reviste
particular importancia en la medida en que el grupo es la familia.
En consecuencia, se trata de una inserción que adquiere un tinte
fuertemente endogámico. También contribuye el hecho de que al
no ser el grupo homogéneo en edades, los jóvenes más grandes
asumen un sesgo parental a la vez que encarnan un ideal omni-
potente donde todo vale. La cultura de grupo permite y refuerza
una fascinación por lo destructivo y marginal. En este ámbito, la
iniciación en el tatuaje representa una manifestación de hombría
e implica un cambio de condición bien recibido por todos los
miembros. Una vez tatuado, el individuo inspira respeto y reco-
nocimiento. La elección del diseño de este primer tatuaje puede
incluso revestir las características de una transmisión por parte
de otros miembros ya tatuados, marcando así una clara pertenen-
cia al grupo; por ejemplo, diseños que simbolizan la muerte a un
policía.
Vayamos al material en sí. Raúl refiere que «todo el mundo se
tatuaba» (un fenómeno de contagio), que «era una forma de no ser
menos»; su primer tatuaje («Madre») le dolió y sangraba mucho
pero «como que todo bien, no importaba»; lo decisivo era que «lo
quería mostrar». Felipe incursiona con «una serpiente clavada por
una espada» cuyo significado es muy jugado: muerte a la policía.
Es un tatuaje «tumbero» que conlleva la fantasía de asunción de un
nuevo self identificado con «lo marginal». Al hablar de su escor-
pión, dirá que pese al dolor él hacía alarde de «mirá, yo esto me lo
banco». Los primeros tatuajes de Mariano lo hacen sentir «más po-
deroso, te daba una cierta imagen».
TATUAJE Y ADICCION ES 141

Hasta aquí algunas consideraciones: el primer tatuaje se acom-


paña de una vivencia mágica de cambio en el self (como un regula-
dor de la autoestima) y luego de la importancia de exhibirlo y ha-
ber sido capaz de resistir el dolor. De cara hacia el grupo, existe
algo en común que los identifica, una misma marca investida de
valor; vueltos hacia la sociedad, se trata de una marca de la margi-
nación. Desde otro ángulo, ellos mismos manifiestan una relación
ambivalente respecto a sus tatuajes, toda vez que si bien son algo
idealizado por el grupo, también suelen nominarlos como «escra-
ches», a la manera de un estigma corporizado.
Este primer tatuaje y los que siguen ocurren en una estrecha co-
nexión con la problemática adictiva. En efecto, el consumo reitera-
do de droga deviene en un ataque al pensamiento y a las funciones
asociadas a él (percepción, memoria, atención, juicio de realidad,
etcétera). Veamos cómo esto incide en los tatuajes:
1) La dificultad de recordar y ordenar sucesos que hacen al con-
texto que acompaña la decisión de tatuarse, el olvido del significa-
do del diseño o sencillamente un vaciamiento de significado. Así,
Raúl se tatúa LOVE pero no recuerda por qué, o precisa que el si-
guiente, unos puntos, «uno gordito y otros chiquititos», carecen de
significado. De este último tatuaje, se observa cómo el deterioro de
las funciones intelectuales repercute en un notorio empobrecimien-
to de la capacidad de simbolizar. Felipe expresa que no habló du-
rante mucho tiempo de sus tatuajes, como una forma de evitar
tomar conciencia de todos los aspectos vinculados a su consecu-
ción. Esto hubiera implicado historizar su enfermedad. Pero cabe
suponer que sus lagunas mnémicas fueran consecuencia del estado
de intoxicación. Por último, algunos tatuajes de Mariano, como el
punto en la cara, responden más a una conducta automática y
compulsiva. Incluso dirá que no estuvo consciente en la ejecución
de ninguno de sus tatuajes (ni de sus significados) porque había
ingerido pastillas.
2) El hecho de realizarlo en condiciones precarias e incluso peli-
grosas, lo que de por sí habla de una pérdida de la función de au-
toconservación. Es notable cómo el umbral de resistencia al dolor
físico se contrapone a una extrema fragilidad para tolerar el dolor
psíquico. Éste es un punto sumamente importante no sólo en lo
que atañe a la adicción; a la luz de los relatos, el acto de tatuarse
parece un tema menor frente al hecho de cómo lo hicieron. Aquí se
hace evidente un despliegue de componentes sadomasoquistas.
142 SILVIA REISFELD

3) La pérdida de un criterio estético. El tatuaje puede quedar co-


mo un «escrache» (la mujer, en el caso de Mariano) o perder toda
proporción, como el enorme escorpión que porta Felipe en el brazo
(«que si alguien lo pensó, lo pensó para una pierna»). El tamaño de
su tatuaje evidencia en sí una alteración en la percepción de la ima-
gen del cuerpo. Por otra parte, tatuarse uno mismo sin tener expe-
riencia o recurrir a cualquiera, permitir que quien los tatúa esté dro-
gado, son todos factores que remiten no sólo a un maltrato
corporal: opera una disociación mente/cuerpo con total prescin-
dencia del resultado.
4) Existe un déficit del juicio de realidad y la consiguiente des-
conexión respecto a las consecuencias que acarrea la elección de
ciertas partes del cuerpo a tatuar. Ninguno pensó en ello al mo-
mento de tatuarse. El antebrazo de Raúl y sus dedos muestran ta-
tuajes, el escorpión ocupa casi todo el brazo de Felipe, mientras
que Mariano comprometió su rostro e iba en pos de cubrirse la ma-
no. Este desconocimiento de cómo serán percibidos por un entorno
más amplio también nos remite a un empobrecimiento de lo social,
que queda limitado al grupo. Significativamente, al tratarse la
adicción, reaparece la capacidad de ser consciente de la mirada del
otro así como de sus implicancias en el terreno laboral.
Al considerar los temas más recurrentes en los diseños, mencio-
namos el de la muerte al policía. El odio y el desafío a la autoridad
ponen de relieve la intensidad del conflicto con la figura paterna.
Esto es muy ilustrativo en el caso de Mariano, para quien, más allá
del diseño en cuestión, el mero hecho de tatuarse constituye una
rebeldía: «Cada uno de mis tatuajes es como que me rebelaba con-
tra todos». El tatuaje es connotado como una transgresión cuyo
propósito es la autoafirmación.
Otro aspecto relevante está referido a la noción de identidad.
Así, el acto de tatuarse sugiere un intento de procurarse un sentido
cohesivo de identidad a partir de una nueva inscripción en la piel.
Lo que prevalece es un fin reparatorio. Al respecto, los tatuajes del
nombre, las iniciales o el apodo son un modo de autorreconoci-
miento o reaseguramiento de ser alguien, no sólo para sí sino esen-
cialmente para la mirada del otro. Por tanto, lo que también está en
juego es una vivencia que confirme la continuidad de existencia.
En los casos de Raúl y Mariano, esto implica la necesidad de ta-
tuarse más de una vez el nombre o sus iniciales; en cuanto a Felipe,
la importancia asignada a Tafa, un apodo acuñado por otros, que le
TATUAJE Y ADICCION ES 143

permite sentir que finalmente es alguien. Aún hoy, incluso en se-


sión grupal, experimenta el impulso de mostrar su escorpión («pa-
ra identificarme, que en el fondo alguna vez fui loco»). La imagen
armada en función del escorpión (peligrosa y destructiva) le per-
mite contrarrestar sentimientos de timidez y fragilidad. Volviendo
a Raúl, el recuerdo de las circunstancias que propiciaron la prime-
ra vez que se tatuó su nombre reflejan un profundo sentimiento de
vacío existencial.
Un tercer tema refiere a la inscripción de palabras cuya signifi-
cación abarca aspectos tanto diádicos como edípicos. Tal es el caso
de «madre», que expresaría el deseo de unión con un objeto ideali-
zado proyectado en el cuerpo. Así, para Raúl, este primer tatuaje
era «lo que más sentía en ese momento». Respecto a Mariano, la
reiteración de «madre» remite tanto al aspecto idealizado como a
la identificación con una madre sufriente. También se suman los
tatuajes del corazón y el de la intersección de «padre» y «madre»
en la letra «d». En el primero, la inicial del nombre del padre y la
del suyo, ubicadas en la parte superior del corazón, sugieren la ri-
validad por la figura materna, ubicada centralmente en la parte in-
ferior. La madre, en tanto ocupa un lugar mayor, representaría el
aspecto más vital del triángulo (el corazón, de por sí, simboliza los
sentimientos amorosos). También es interesante que ella esté deba-
jo, es decir, en actitud de sometimiento a ambas figuras masculi-
nas. En el segundo, se significa la escena de los padres combina-
dos 2 y sus sentimientos de exclusión. Una última marcación está
referida al nombre de su primera sobrina, observándose un despla-
zamiento de los deseos incestuosos hacia la figura de la hermana.
Prevalece aquí una indiscriminación entre el cuñado y su persona,
siendo el tatuaje la expresión del deseo de hijo («Me lo pongo por-
que mi hermana tuvo un problema, que no podía tener hijos y yo

2. Según M. Klein, el niño concibe inicialmente el coito como algo destructivo


y no como un acto amoroso donde ambos padres se proporcionan placer; la dife-
rencia de los atributos sexuales se borran y entremezclan en una sola figura de
características peligrosas, generándole u n a ansiedad típicamente persecutoria.
Esto ocurre por la proyección de sus propios sentimientos hostiles debidos a los
celos y a su exclusión. Klein remite esta fantasía al origen de las figuras mons-
truosas o seres deformados comunes en el juego, las pesadillas y la mitología.
Véase Klein, M.: "La personificación en el juego de los niños" (1929), O. C., 1.1,
Buenos Aires, Paidós, 1990.
144 SILVIA REISFELD

lo siento como un reconocimiento. Por ahí, en ese tiempo, yo anda-


ba con ganas de tener un hijo»).
La cualidad adictiva puede manifestarse en un diseño o desde
la situación que impulsa el acto. Un ejemplo acabado es el «santo
de la tuca» de Mariano, tatuaje que simboliza su extrema adicción
y que equivale a un pecho inagotable que suministra alimento
(«como que nunca me iba a faltar la marihuana»). Es decir, hay una
intensa oralidad desplazada a la piel. Por su parte, y en relación
con las iniciales que lleva en la mano, Raúl relata que, estando en
un contexto grupal bebiendo alcohol, «habíamos conseguido para
tatuarnos», como si se tratara de drogarse. La vinculación que Feli-
pe hace entre «rock, alcohol y droga» también es significativa por-
que alude a un ambiente de consumo; de hecho, el tatuarse es una
práctica muy extendida entre los cantantes de rock.
Otra función que cumple el tatuaje es la de dar expresión a vi-
vencias sumamente perturbadoras. Es decir, cómo sirve al propó-
sito de ligar estados de tensión o angustia que de otra manera hu-
bieran ocasionado una inundación en el aparato psíquico y el
consiguiente efecto desintegrador (la posible eclosión de un episo-
dio psicótico). El gráfico es un intento de configurar una represen-
tación que contenga (y dé un límite) a lo que se está experimentan-
do. Un ejemplo es «la cara de una mujer» de Mariano, cuyo diseño
presenta un tinte marcadamente bizarro. O marcas que ni siquiera
logran ser un dibujo (el punto en el rostro de Mariano, los puntitos
de Raúl en la mano), y donde la idea es tatuarse sin importar qué,
a veces como mera repetición de lo ya realizado (los cinco puntos,
nuevamente, en ambos casos). Se puede inferir que en dichos mo-
mentos lo predominante parece ser un pasaje al acto con escasa
contrapartida simbólica.
Aquí debemos retomar el tema del dolor y hacer otras conside-
raciones. En efecto, procurarse un dolor físico y puntual puede ser
mucho más tolerable que verse desbordado por un dolor mental
inconmensurable. Vuelvo a Anzieu cuando plantea que el dolor
puede resultar un indicador de estar vivo, adquiriendo así un sen-
tido de «sufro, luego existo». El cuerpo recupera vía el sufrimiento
su condición de objeto real. Desde una variante más dramática,
Mariano nos ilustra cómo el dolor físico puede anularse, de mane-
ra que el dibujo en la piel marcado con cigarrillos aparece como un
último recurso de supervivencia psíquica (de modo notable, el di-
bujo del ancla). El mismo comenta que recurría a esto cuando esta-
TATUAJE Y ADICCION ES 145

ba deprimido. El trabajo de Storolow (véase el capítulo 3) acerca


de los diferentes fines de la conducta masoquista, subraya la nece-
sidad de una estimulación erótica y cálida a través de la superficie
de la piel, el destacar los límites de la imagen corporal y, en un ni-
vel más primitivo, restaurar un sentimiento cohesivo del sei/.
La decisión de dejar de tatuarse no tiene tanto que ver con una
apreciación del tatuaje en sí, sino que adviene como consecuencia
del deterioro psíquico, o sea, cuando el tatuaje entra de lleno a pa-
tologizarse. Raúl expresa: «no podía estar sin hacerme un tatuaje»
(otra manifestación adictiva), pero se detiene por la época en que
se casa («se me pasó el raye ése de que están todos tatuados y, bue-
no, yo me tengo que tatuar»). Es posible suponer que bajo la in-
fluencia de este vínculo amoroso obtuviera un suministro narcisis-
ta lo suficientemente importante para sostener su identidad. Por su
parte, Felipe cuenta que iba a hacerse un cuarto tatuaje, en la espal-
da, pero ya no confiaba en nadie y temía no ver qué le hacían: aquí
emergen ansiedades paranoides y, más subyacentemente, cabría
pensar en fantasías de agresión homosexual. Mariano también
pensó en uno más («un salamuerte») y, aunque no explica por qué
desistió; se puede entrever que este coqueteo con la muerte (un
triunfo de los aspectos más destructivos de la personalidad) deja
de funcionar en sus aspectos mágicos de protegerlo contra un esta-
do de desintegración mayor (como si se tratara de un amuleto).
Por otra parte, tampoco se cubre toda la mano porque se veía con
«demasiados tatuajes», y además «ya no le servía». Así, el acto de
tatuarse es sustituido por dibujos que lleva a cabo quemándose
con cigarrillos. Esta opción masoquista y fuertemente tanática apa-
rece a propósito del fallecimiento de su padre y opera no sólo co-
mo un autocastigo (por intensos sentimientos de culpa), sino tam-
bién como descarga de impulsos violentos dirigidos contra sí
mismo, donde un aspecto de su selfestá identificado con la figura
del padre violento.
Por lo tanto, cuando el tatuaje no cumple las diversas funciones
descritas y adquiere un sesgo peligroso para el sujeto, es dejado
de lado. Si nos atenemos a las respuestas de cómo concibe cada
uno en la actualidad sus tatuajes, veremos cómo interviene este
aspecto. La posición de Raúl es francamente ambivalente: no vol-
vería a tatuarse porque esto queda asociado al «ambiente de con-
sumo» y a la enfermedad. Sin embargo, los tatuajes le gustan.
Querría uno que represente algo verdaderamente placentero para
146 SILVIA REISFELD

él y no compulsivo, como lo sería el escudo de Boca (una marca


de pertenencia integrada al conjunto social). El deseo de retocar
las letras del diseño de « R O C K » y mejorarlas implicaría una reins-
cripción que contempla un criterio claramente estético. Nueva-
mente aparece una finalidad inconsciente de reparación, aunque
esta vez al servicio de un «embellecimiento»; por lo que ya no se
trataría de un «escrache» en la piel. También es probable que se
hiciera un tatuaje que pueda mantener oculto, porque ahora sí es
consciente de la mirada crítica del otro. Es cierto que en él siguen
vigentes el tema de la identidad (todavía apuntalada desde una
dimensión corporal) y una necesidad de identificación, pero es
importante rescatar esta progresión psíquica a la luz de sus consi-
deraciones sobre el tatuaje. Hay un punto más y es el reconoci-
miento de un registro temporal, mayormente no tomado en cuen-
ta por quienes se tatúan: «[ahora muchos] no piensan en el futuro,
que te puede llegar a molestar». En el presente, Raúl tiene hijos
adolescentes y debe responder acerca de sus tatuajes. En el caso
de Mariano, la idea de sacárselos todos, en cierta medida, sugiere
una fantasía mágica de limpiarse de todo lo enfermo y dañino que
existió en él. El cuerpo sin tatuajes es equiparado a otra imagen,
esta vez, de salud mental.
En cuanto a Felipe, su pensamiento condensa con suma agude-
za lo que en otro lugar (véase el capítulo 6) referí como el compo-
nente ideológico inherente al tatuaje. De su testimonio se pueden
destacar varios puntos. En primer lugar, la enorme importancia
asignada a la imagen como forma de obtener reconocimiento so-
cial. Prevalece la consecución de un ideal que se nutre esencial-
mente de la exterioridad, de un vivir de la apariencia. Aun cuan-
do Felipe está hablando de sí mismo, su opinión refleja en gran
medida una tendencia actual: «nos hacemos más cargo de las imá-
genes que de lo interno o crecer desde otro lugar... vivimos en un
mundo virtual». Esto también funciona a menudo como una cora-
za defensiva que permite (ilusoriamente) contrarrestar temores o
inseguridades. Tal como lo explica: «tengo eso, de haberme arma-
do una imagen, funcionar mucho con esa imagen y, en el fondo,
ser un tipo bastante solo». Se produciría entonces una suerte de
paradoja: si el tatuaje conlleva un sentimiento de libertad de dis-
poner de uno mismo a través del cuerpo, permite romper atadu-
ras o da cuenta de una transgresión, al mismo tiempo parece suje-
tar al individuo a una determinada imagen que, consciente o
TATUAJE Y ADICCION ES 147

inconscientemente, intenta preservar ante otros. Por otra parte,


entre los diversos fines que cumple el tatuaje, uno es otorgar un
sentimiento de fortaleza y mayor completud. Felipe va más lejos y
afirma: «Creo que el tatuaje tiene que ver con el no decir y el aga-
rrarse de una imagen para no hacerse cargo». Por un lado, este
«no decir» implica cómo las palabras son sustituidas por una
puesta en acto; por el otro, «el agarrarse» evoca la idea de un sal-
vavidas que permite mantenerse a flote.
Otro punto es su consideración del contexto que acompaña al
hecho de tatuarse: «porque esto de los tatuajes no sólo son los di-
bujos sino toda la situación». El tatuaje no se reduce al diseño en sí,
sino que condensa al sujeto en su situación existencial. Tal como lo
expresara Ortega y Gasset al definirse a sí mismo: «yo soy yo y mi
circunstancia», aquí intervienen una serie de factores que histori-
zan al individuo en un momento determinado.
Por último, su referencia a una cultura de consumo («cada día
nos metemos más cosas») que incentiva la oralidad a través de los
ojos, la boca o la piel, a la vez que provee de medios que posibili-
tan eludir situaciones de frustración y dolor psíquico.
10
Tatuaje y discurso
de los medios

Desde una perspectiva general, la difusión del tatuaje se vio influi-


da por condicionamientos propios de esta época (la posmoderni-
dad, y en particular, el lugar asignado al cuerpo y la imagen, trata-
dos en el capítulo 2). Más específicamente, mi interés aquí es
enfocar la repercusión que alcanzó en nuestro medio, esbozar cier-
tas hipótesis explicativas y, en función de ello, centrarme en el pa-
pel que cumplieron los medios de comunicación.
Una primera aproximación sería asumir que el tatuaje fue adop-
tado siguiendo el decurso de países como Estados Unidos y Brasil
(veáse el capítulo 1). Pero también podrían mencionarse algunos
aspectos relevantes que atañen a la propia realidad argentina y que
favorecieron su difusión:

1) Desde una vertiente sociopolítica -y me limito a los años de


la última dictadura en adelante-, el país viene atravesando una si-
tuación crítica tras otra. Por tomar un hecho gravitante, la sociedad
- o , al menos, gran parte de ella- hubo de transitar por un duelo de
carácter colectivo por la desaparición de miles de personas (huella
que retorna permanentemente y que habla de una elaboración in-
conclusa).
150 SILVIA REISFELD

2) La sucesión de gobiernos democráticos, siempre promisorios


y luego decepcionantes, han contribuido a ahondar una crisis sin
precedentes. Sólo voy a resaltar el factor de desilusión operado en
la población por la pérdida de credibilidad hacia el marco institu-
cional (y sus figuras representativas) y, conjuntamente, el paulatino
deterioro de valores esenciales al sostenimiento de una estructura
social cohesiva.
3) En función de lo anterior, surge un interrogante: hasta dónde
se ha visto afectada la dimensión de los ideales y, ligada a ello, la
noción de temporalidad (en términos de proyección futura).
4) Una última cuestión, que sigue siendo materia de discusión,
está referida a la identidad argentina, que ha dado lugar a una pro-
fusa bibliografía. 1 Se trata de un tema complejo que excede los fi-
nes de este capítulo. Sin embargo, importa señalar que la noción de
identidad, en este caso de identidad nacional, implica, entre otras
cosas, la posibilidad de disponer o apropiarse del pasado histórico,
es decir, de guardar una memoria respecto a los hechos acontecidos.
Así, ateniéndonos a los aspectos enumerados, cabe destacar que
la difusión del tatuaje en la última década ha ocurrido en un contexto de
agravamiento de las crisis económica y de descomposición social. Esta
mirada macroscópica permite establecer un nexo con dos ejes su-
brayados a lo largo del libro, esto es, la consideración del duelo y
la identidad en la temática del tatuaje. Es sobre este telón de fondo
que se instala un determinado discurso mediático que no hace más
que ilustrar la incidencia de ambos ejes.

MEDIOS Y TATUAJE: UNA INTERPRETACIÓN

En lo que sigue, se hará un rápido recorrido a través de distin-


tos fragmentos provenientes tanto de los diarios y las revistas, co-

1. Por citar algunos textos, Aguinis, Marcos: Un país de novela. Viaje hacia la men-
talidad de los argentinos, Buenos Aires, Planeta, 1988; El atroz encanto de ser argenti-
nos, Buenos Aires, EMECÉ, 2001; Martínez, Tomás Eloy: El sueño argentino, Buenos
Aires, EMECÉ, 2002; Réquiem por un país perdido, Buenos Aires, Aguilar, 2003; Giar-
dinelli, Mempo: Diatriba por la patria. Apuntes sobre la disolución de la Argentina, Bue-
nos Aires, Vergara, 2002; Feinman, José Pablo: Escritos imprudentes, Buenos Aires,
Norma, 2002; La sangre derramada. Ensayo sobre la violencia política, Buenos Aires,
Planeta, 2003; Bleichmar, Silvia: Dolor país, Buenos Aires, Libros del Zorzal, 2002.
TATUAJE Y DISCURSO DE LOS MEDIOS 151

mo de la televisión. Mi intención es mostrar no sólo lo que a mi


entender ha sido una especie de bombardeo informativo, sino
también la manera en que fue presentado el tema del tatuaje. To-
maré como punto de partida un personaje de historieta amplia-
mente conocido. Me refiero a Clemente (Clarín, 27 de marzo de
2000):

CLEMENTE

La observación de Clemente ilustra de manera ingeniosa la ten-


dencia a idealizar una práctica debido a su procedencia misma. Se
la describe como una moda, subrayándose un motivo vinculado al
proceso de elaboración propio de la adolescencia: el sentimiento de
apropiación del cuerpo (véase el capítulo 6).
De esta perspectiva pasamos a otra donde aparece una segunda
cuestión significativa: la utilización del tatuaje en circunstancias
puntuales de conflicto. El ejemplo corresponde a la tira diaria «El
Nene Montanaro» (Clarín, 10 de mayo de 1996):

Lo interesante es que ambos chistes reflejan muy bien un com-


ponente ideológico inherente al tatuaje, es decir, muestran un mo-
do de pensar y actuar representativos de esta época.
Veamos ahora un suplemento publicado por la editorial Perfil
(«Tribus de fin de siglo», 7 de junio de 1998) para promocionar un
152 SILVIA REISFELD

libro referido al tatuaje. 2 Nos centraremos en uno de sus artículos,


«La imborrable experiencia de hacerse grabar la piel», relato testi-
monial de una periodista que se realiza un tatuaje a los fines de es-
cribir su nota (dado que analizo los comentarios personales que
acompañan su relato, omitiré citar el nombre). Citaré entonces al-
gunos pasajes, no sólo porque en ellos se tocan aspectos ya trata-
dos, sino también por ser un ejemplo de una especie de contagio
por tatuarse.
Una joven que acude al local para colocarse un arito en la len-
gua (tiene dos tatuajes), abre el relato con un interrogante: «Estás
segura de que sólo te vas a tatuar para hacer una nota periodísti-
ca?». La observación es importante porque destaca la presencia de
otros factores (véase el capítulo 6) que inciden en la motivación a
tatuarse y que son desconocidos para el sujeto. Por otra parte, hace
mención a que la experiencia de tatuarse será vivida como una
transgresión; en este caso, por su filiación religiosa de origen -el ju-
daismo-, además del recuerdo de los judíos tatuados de los cam-
pos de concentración.
A pesar de estas inquietudes, ella afirma que lo que prima es su
deseo de formar parte de un «actual neopaganismo juvenil». Res-
pecto al diseño, la primera elección es una bruja, por asociación al
origen del propio nombre («una hechicera que fue la enamorada
del mago Merlín»); sin embargo, la decisión recae en algo peque-
ño, un dibujo tribal: «el miedo no es sonso: escogí uno que sólo re-
quiere siete minutos de realización». El tatuador infunde tranqui-
lidad («no te va a doler nada») y aquí la autora nos hace saber qué
siente: «Estoy casi blanca de miedo. Tengo 5 años, no 47. Estoy
muy asustada. Mentalmente, anoto que el miedo que sentís debe
ser parte del encanto. [...] Me habla de los guantes, de la máquina
de tatuar, que sé que es chica pero que en mi imaginación es una
mezcla rara de torno con sierra mecánica».
No voy a entrar al contenido de la fantasía; basta señalar el
componente regresivo que se activa durante la experiencia del
tatuaje. A propósito del tatuador, se afirma: «Probablemente, ma-
ñana ni me acordaré de su nombre, pero en este mismo instante
es la persona más importante en mi vida». Es decir, la entrega es
total.

2. Paula Croci y Mariano Mayer: Biografía de la piel, 1998, Buenos Aires, Perfil.
TATUAJE Y DISCURSO DE LOS MEDIOS 153

Puntualicemos algunas conclusiones de la nota: 1) Tatuarse


«duele menos que una visita al dentista» (aspecto que se retomará
más adelante). 2) «Lo importante es cómo esos simples arabescos
me van transformando». 3) De sentirse «triste o desalentada» o
pensar «que todo es al divino botón», el mirar su tatuaje le permi-
tiría reencontrar un aspecto vital de sí misma: «esas ganas, a pesar
de los años y de las decepciones, de querer seguir poniéndome en
el lugar del otro, de entender este mundo que va cambiando». Este
ponerse en el lugar del otro (un otro que es joven), sugiere un pro-
cesamiento del paso del tiempo y del cambio generacional a través
del cuerpo.

Otro medio dedicó dos páginas enteras al tema (diario PubJLime-


tro del 20 de marzo de 2001). Bajo el título «Cuando el arte se im-
prime en la piel», Gastón Oliva, tatuador del estudio Freedom, ex-
plica cómo se llega a dominar el oficio de tatuar. Asimismo,
Leandro Praga, de Alemán Tattoo, describe los cuidados de un ta-
tuaje: «no hay que tomar sol por quince días, no ir a la pileta o ha-
cer baños de inmersión, no podés rascarte, tenés que lavarte dos
veces'por día con jabón neutro y pasarte una crema antiséptica».
En otro recuadro, «Las claves para neutralizar los principales ries-
gos», se lee una serie de recomendaciones para el tatuador. Por úl-
timo, otro fragmento informa: «los dibujos multicolores son los
más difíciles de borrar completamente. A veces pueden quedar ci-
catrices. Por eso, los especialistas proponen tatuarse en las partes del
cuerpo menos visibles» [la cursiva es mía].
Ahora bien, hay una analogía recurrente respecto a cómo enca-
rar la experiencia de un tatuaje. Así, en una entrevista publicada en
el suplemento «Radar» (Página 12, 27 de mayo de 2001), Fernando
Colombo, dueño de Face Tattoo, 3 afirma: «Ahora tatuarse es como
ir a un estudio odontológico». Esta alusión apunta desde lo mani-
fiesto a un procedimiento rápido y aséptico. Sin embargo, no en
vano se apela a una situación (ir al dentista) que, en esencia, suele
ser muy temida en la infancia y aun en muchos adultos, por ser
evocativa de fantasías de castración. Con respecto al público que
acude, refiere: «La gente que se hace tatuajes ya no tiene el perfil

3. Titular de la Asociación de Tatuadores Argentinos Profesionales y ex tatuador de la


Galería Bond Street.
154 SILVIA REISFELD

que solía tener hasta hace unos años. Ahora hay gente "culta", pro-
fesionales de todo tipo... Incluso madres y padres que antes no
querían saber nada del tema y que, al ver los de sus hijos, se copan
y quieren tener uno ellos también». Subrayo el desdibujamiento de
roles, ahí donde los modelos identificatorios - l o s padres- «se co-
pan» con la movida de sus hijos. Colombo lo ejemplifica: «El chico
más chico que tatué tenía once años y vino con toda la parentela.
Eran cuatro hermanos, y los padres, que querían tener todos un
solcito en la piel». Por su parte, la cronista agrega un dato signifi-
cativo: «A pesar de que la cultura del tatuaje ya no está reducida a
ambientes marginales, son muchas las leyendas que surgen en tor-
no a ella. La más conocida, por ejemplo, advierte que es de mala
suerte tener un número par de tatuajes, motivo por el cual el consu-
midor corre a hacerse, aunque tan sólo fuera, un pequeño sol, flor,
águila o tribal para escapar a la profecía» [la cursiva es mía], «Yo
no creo eso -dice Colombo- pero tengo cinco». Esta vigencia de un
pensar típicamente mágico (la cábala del número par), que coexis-
te con un aprovechamiento de los recursos tecnológicos (la agiliza-
ción del procedimiento para tatuar, la-presentación de muchos lo-
cales de tatuaje), nos muestra una contradicción. Tampoco es un
dato menor que se hable directamente de un «consumidor».
Ahora bien, para quienes no se avienen a pasar por la experien-
cia, sea por el dolor o por el temor de llevar para siempre algo en
la piel, apareció el «tatuaje express»: se hace con henna, una tintu-
ra natural que dura 15 días y que, entre otras cosas, resiste el agua
de mar sin alterarse. Cito dos ejemplos: «Este verano, a la belleza
de una piel tostada se suman dibujos y exóticos motivos que llevan
sobre la piel. El tatuaje es el protagonista indiscutido de la tempo-
rada» (Clarín, suplemento Mujer, 29 de enero de 2002). El otro se
acompaña de la foto de una tatuadora trabajando en una playa re-
pleta de jóvenes: «Escrito en el cuerpo. Los tatuajes temporarios
hacen furor: cuestan poco, no dañan la piel y duran una semana [la cur-
siva es mía]» (Clarín, 12 de enero de 2000). Llamativamente, aquí sí
se menciona un posible daño en la piel.
En los medios, el tatuaje fue mostrado ya sea a través de títulos
que no guardan ninguna relación con esta práctica o como si fuera
importante anoticiarse de alguna figura significativa que se haya
tatuado. El primer caso concierne a un recuadro titulado «El corra-
lito es una vergüenza», cuyo texto nos informa en sus primeras lí-
neas que: «Verón tiene cuatro tatuajes en su cuerpo. El último es un
TATUAJE Y DISCURSO DE LOS MEDIOS 155

angelito con el nombre de sus hijos [...]. Pero también tiene una ro-
sa, un dragón y una imagen del Che Guevara» (Revista Viva, Clarín,
10 de marzo de 2002). El segundo ejemplo trae a cuenta los tatuajes
múltiples: «El hijo de Lebon lleva sus ideas tatuadas en la piel»
(Clarín, suplemento Espectáculos, 23 de setiembre de 1998), tam-
bién acompañado de una foto. Se consigna: «"Me gustaría tatuarme
todo el cuerpo, menos el pene [...]". A los 23 años, T. - m ú s i c o como su
papá- tiene tatuado un dragón en el pómulo izquierdo: "porque me
fascinan tanto como las serpientes". En uno de sus brazos lleva: "un
chabón, que es un graffitti mío") en el otro, "un tipo que representa el
estado de ánimo negativo de hoy en día", detalló, antes de explicar que
se tatúa porque es una forma de arte grabado en la piel». La refe-
rencia a ambos, quienes son modelos identificatorios afines a un
universo joven, destaca esencialmente el tema del tatuaje.
También hemos accedido a noticias pintorescas, tales como «Un
récord a flor de piel» {La Nación, Espectáculos, 12 de enero de 2003):

Un hombre de Texas asegura haber establecido un récord


mundial al tatuar la piel de uno de sus amigos, sin parar, du-
rante más de 30 horas seguidas. El artista de tatuajes Bobby
Doran trabajó sobre la piel de Bill Davis y, después de nada
menos que 30 horas y 15 minutos, cubrió su cuerpo con imá-
genes de cráneos, dragones, nubes y de Jesús. «Así, puedo
difundir el Evangelio entre la gente», le explicó el excéntrico
Doran a la agencia Reuters. Según el registro de récords
Guinness, la sesión continua y más larga de tatuajes había si-
do de 27 horas y 12 minutos, realizada en Gran Bretaña hace
dos años.

La práctica también obtuvo su espacio para un público de me-


diana edad. Veamos un artículo titulado «Tatuarse a los 40» (La Na-
ción, Revista, Cultura, 9 de febrero de 2003), cuya leyenda dice:
«Los tatuajes ya no están mal vistos ni son una moda adolescente;
son cada vez más los adultos que llevan el cuerpo dibujado». Al
pie de una foto de un patio escolar con chicos jugando, se reseña:
«A M. L., docente de 50 años, sus alumnos la escuchan atentamen-
te durante la clase, pero en el recreo comentan: ¡Uh, la profe está
tatuada!». ¿Qué se nos dice acerca de sus tatuajes? «El primer tatua-
je se lo hizo hace dos años y hace un mes, el último» [la cursiva es mía].
Son tres y todos representan algo para ella. La atrevida Betty Boop
es un personaje que le gustó toda la vida y se lo hizo en la espalda;
156 SILVIA REISFELD

en el tobillo se tatuó la firma de su papá (...), después de encontrar-


la en una cédula». La entrevistada explica: «Mi padre murió hace
20 años, pero lo tengo muy presente, yo soy obra de mi papá y ésa
es la firma del autor en su lienzo». Su último tatuaje son las inicia-
les del nombre de sus hijos: «No me los hago por moda, sino para
tener un sello perpetuo de lo que más amo». En esencia, hay un
discurso -proveniente de una figura investida de autoridad- que
avala como algo natural la grabación en el cuerpo. La explicación
acerca de los diseños elegidos sugiere un renovado intento de pro-
cesamiento edípico: la identificación con un personaje femenino
«atrevido», la inscripción concretizada de la imago paterna y el
«sello perpetuo» de las iniciales del nombre de sus hijos.
Por su parte, la televisión dedicó muchos programas alusivos al
tema. Uno de ellos, de bastante repercusión, conducido por Fabián
Gianola, promocionaba un concurso para mujeres jóvenes en el
que se premiaba con una suma de dinero el tatuaje mejor ubicado
en alguna zona erógena. En realidad, ningún segmento de la po-
blación quedó excluido de participar de esta fascinación por el ta-
tuaje. Durante el último mundial de fútbol (Corea y Japón, 2002),
un emotivo spot publicitario de Sprite, ambientado en el futuro,
mostraba a unos simpáticos y juveniles «abuelos y abuelas» que
compartían con sus nietos no sólo el gusto por la gaseosa, sino
también los tatuajes y piercings que se habían hecho antaño, o sea,
en el presente de hoy. El temor al paso del tiempo quedaba aquí
conjurado por la inmortalidad atribuida a ambos productos. El
mensaje traduce la idea de una «misma movida divertida» (en cier-
to momento, una señora mayor le saca la lengua a una joven, mos-
trando que lleva un arito). Por otra parte, hace tiempo que existen
propagandas donde ciertos productos de consumo típicamente in-
fantil traen como premio tatuajes removibles.
Finalizo con un tipo de información que va adquiriendo mayor
espacio: los métodos para eliminar un tatuaje. Vale la pena trans-
cribir íntegramente el fragmento publicado en Clarín (Informe Es-
pecial, 30 de marzo de 2003):

Como los métodos de eliminación de un tatuaje suelen ser dolo-


rosos, caros y no siempre efectivos, poco y nada se habla de los sis-
temas que pueden borrar las huellas del dibujo, pero los hay:
TATUAJE Y DISCURSO DE LOS MEDIOS 157

- La dermabrasíón: se rocía el área con una solución congelante,


y luego, con un instrumento rotatorio y abrasivo, se descama
la piel. Cuesta entre 200 y 300 pesos.
- La escisión: se realizan un par de tajos en los bordes y se «le-
vanta» la piel comprendida en esa zona. Se utiliza anestesia lo-
cal. Suele contemplar el implante de piel. Su costo supera los
300 pesos.
- La salabración: es uno de los métodos más antiguos. Se utiliza
anestesia local, luego se aplica agua con sal y, con un instru-
mento similar al de la dermabrasión, se frota enérgicamente la
zona tatuada hasta llegar a un tono rojo intenso. Ese paso se rea-
liza entre tres y cuatro veces. Es el menos efectivo. Ronda los
100 pesos.
- El láser: es el más doloroso, el más caro (entre 50 y 500 dólares,
de acuerdo con el tamaño), pero al mismo tiempo es el más
efectivo. No deja vestigios.

Es indudable que esto inaugura otro negocio lucrativo. De los


procedimientos aludidos, el láser aparece garantizando una com-
pleta remoción (véase, en cambio, la opinión de una dermatóloga
citada en el capítulo 1, nota 3). Curiosa paradoja: eliminar un ta-
tuaje termina costando más que hacerse uno. Además, todos son
métodos dolorosos. Últimamente el foco de atención se desplazó
al piercing.4 Y sólo de manera reciente, tanto uno como otro son re-
feridos como una «moda riesgosa» (véase Revista Viva, Clarín, TI
de julio de 2003).

4. Véase el artículo: «Perforarse el cuerpo, una m o d a que crece entre los jóve-
nes», y su leyenda: «Narices, ombligos, zonas genitales: todo sitio vale para p o -
nerse un aro, pagando entre 30 y 100 pesos» (Clarín, Informe Especial, 20 de fe-
brero de 2000).
Respecto a esta práctica, tan difundida ahora, merece consignarse que fue un
video clip del grupo musical Aerosmith el que mostró por primera vez en panta-
lla una escena completa de piercing, donde a una joven se le coloca un aro en el
ombligo. El video clip en cuestión constituyó un b o o m y obtuvo un premio. En
palabras de Paul King, quien aparece como el perforador, "creó la d e m a n d a " . Lo
notable es que también agregó, cuando fue entrevistado, que se trató de una es-
cena hábilmente simulada; es decir, no efectuó ninguna perforación. (Canal
MTV, La historia del piercing, 5 de febrero de 2004.)
158 SILVIA REISFELD

CONSIDERACIONES FINALES

Este sucinto recorrido mediático pretende abarcar algunas reflexio-


nes, a saber:
1) Cómo un tipo de discurso puede servir al propósito de legiti-
mar o naturalizar, como diría Bourdieu, una determinada práctica.
Hay un mensaje tendiente a incentivar la experiencia toda vez que
se exponen figuras de distintos ámbitos que han pasado por ésta.
2) Cómo la incorporación de un objeto de consumo como lo es
el tatuaje conviene a una «utilización económica de los cuerpos»
(Foucault, 1988).
3) La gravitación del tema de la identidad asume una dimen-
sión de índole general (como expresión de una época, y de la cul-
tura globalizada liderada por ciertos países), al tiempo que se in-
serta y refuerza a partir de un contexto histórico-social como el que
atraviesa la Argentina. Asimismo, este aspecto adquirirá un sesgo
específico según el momento vital de cada individuo. Un punto
importante radicaría en el hecho de la necesidad de prolongar la
adolescencia en cuanto etapa de maduración, así como de su idea-
lización por parte de los adultos; esto último parece tornar más di-
fícil la aceptación de los límites impuestos por el paso del tiempo.
Del material se desprende que la identidad puede verse afectada
en diferentes períodos de la vida, resultando, a mi entender, uno
de los motivos de la incursión adulta en el tatuaje. 5
4) Con respecto a las condiciones que aquí favorecieron su acep-
tación, la mayor incidencia recae en la dimensión de los ideales y
en el hecho de que fuera adquiriendo una cualidad más concreta.
La noción de temporalidad, afectada en términos de proyección fu-
tura, se encarna en el tatuaje: por un lado, «es para siempre»; por
otro, recorta un tiempo presente. Pero también hay un aspecto que
atañe a la fijación de un momento significativo y que es paralelo a
una problemática más abarcativa: no en vano reaparece constante-
mente, y a la manera de un síntoma social, la referencia a la «falta
de memoria» de los argentinos en relación con sus acontecimien-

5. E. Jaques (1974) se refirió a la llamada «crisis de la edad media de la vida»,


ubicándola alrededor de los cuarenta años, época en que se requiere elaborar
ciertos duelos, a saber: la distancia que media entre logros y aspiraciones, la elec-
ción que se hizo de los objetos amorosos y la persistencia de los lazos edípicos y,
por último, el percatarse de la proximidad de la muerte.
TATUAJE Y DISCURSO DE LOS MEDIOS 159

tos. Asimismo, el agravamiento de las problemáticas socioeconó-


micas junto con la dificultad de operar cambios externos han de-
sembocado en un repliegue hacia una realidad más inmediata y
tangiblemente modificable como lo es el cuerpo.
5) El ejemplo del joven músico «que lleva las ideas tatuadas en
la piel», aunque no fuera más que una expresión de quien escribió
dicha nota, nos lleva a pensar sobre un posible cambio en las for-
mas actuales de comunicación. Me refiero a cierto viraje en cuanto
al papel que antes cumplían los graffitti de la calle en contraposi-
ción con el recurso de la utilización de graffitti corporales. De ser
así, el sesgo de la mirada también evidenciaría un cambio: no es lo
mismo «mirar» algo compartido por cualquier transeúnte que ofre-
cer el propio cuerpo para «ser mirado».
6) Un hecho llamativo es la creciente sustitución de un plano
meramente representacional (ideativo) por otro de índole corporal.
Es decir, la tendencia a emplear la piel (concreta, objetiva) en con-
traposición a una piel mental en su función de contención. Este as-
pecto, que no remite únicamente a situaciones individuales, nos
habla de un déficit en las funciones de contención social (de un fa-
llido yo-piel social, si extendiéramos el concepto de Anzieu), cues-
tionamiento que parece también abarcar las grandes creencias reli-
giosas. Al respecto, tomo como ejemplo la alusión al revival de un
«neopaganismo», que implicaría un parcial retorno a modalidades
más primitivas o arcaicas de expresión. 6 Además, como he sosteni-
do a lo largo del libro, el tatuaje comporta para muchos la vivencia
de integrar una suerte de hermandad (los tatuados), cuando no, un
culto propio al que se le otorga un sentido de espiritualidad.

6. Al respecto Freud sostiene, en «El malestar de la cultura», cap. I: «[...] en el


ámbito del alma es frecuente la conservación de lo primitivo junto a lo que ha
nacido de él por transformación... Este hecho es casi siempre consecuencia de
una escisión del desarrollo. Una porción cuantitativa de una actitud, de una mo-
ción pulsional, se ha conservado inmutada, mientras que otra ha experimentado
el ulterior desarrollo».
Anexo
Entrevista al "Mago Ilustrado"

«Tengo arriba de 1.200 tatuajes. Tengo que cubrir todo el cuerpo,


quiero llegar al libro de récords mundiales, al Guinness.»

EL MAGO ILUSTRADO
Verano de 2000, un domingo en Punta Carrasco. En el fondo de un
paisaje de gente, sombrillas y reposeras, se recorta la figura de un
hombre con el rostro, la cabeza y el cuerpo enteramente tatuados,
que se abre paso a las miradas que inevitablemente recaen en él.
Solo, y ajeno a la atención que concita, termina ubicándose en un
sector destinado a un público adulto.
Tiempo después, tuve conocimiento de que se lo encontraba
diariamente en la calle Lavalle, frente a la Galena Luxor, publici-
tando un local de tatuajes y venta de CD. La entrevista que trans-
cribo es una síntesis de dos encuentros con Alberto, quien es cono-
cido en cierto ámbito artístico como el «Mago Ilustrado».

INICIOS

— Empecé haciéndome tatuajes tumberos con tinta china y


aguja por una piba con la que salía. Me empecé a escrachar a lo
largo de ese año... Entre el '91 y el '92, laburaba en televisión co-
mo el «Mago Fornés» y lo hacía con manga larga. Ella tenía esos
dibujos porque se crió en un colegio pupilo y yo quería tener los
ENTREVISTA AL "MAGO ILUSTRADO" 163

mismos... ¡no sé!, locuras del momento. Al año me arrepentí, eran


feos. Decidí taparlos con colores y me gustó. Como salía en televi-
sión, en las revistas me llamaban el «Mago Ilustrado» por los ta-
tuajes. Fue todo una cadena, la prensa me buscaba, tenía más tra-
bajo y vi que ganaba más dinero. Entonces me dije, «voy a ser el
Mago Ilustrado». Y me tatué un poquito todos los meses. Cada
vez que salía en revistas y veía un pedazo en blanco, después me
tenía que tatuar. Y como todavía laburaba en un circo, lo hice en
la cara, la cabeza, la boca... Cuando empecé, tenía 35 años. Han
pasado diez y ahora tengo arriba de 1.200 tatuajes. Tengo que cu-
brir todo el cuerpo, quiero llegar al libro de récords mundiales, al
Guinness.

— ¿Cómo se logra?

— Te contactás por Internet, están por todas partes del mundo.


La prensa está conectada con ellos y durante un año aparecés en el
libro. Te pagan por uno o dos años, después van renovando las fo-
tos. Por ahora me gana el «Hombre Leopardo» de Inglaterra pero
algún día lo pienso superar. El ya está en el Guinness, tiene menos
del 1% descubierto, casi nada, todo cubierto de manchas anaranja-
das y negras. Pero no es lo mismo, porque mis tatuajes son dibujos
individuales. A mí me faltan unos baches, en las palmas de las ma-
nos, algo en las piernas y debajo de mis pies.

— Un cambio radical de vida...

— La verdad que sí. Siempre trabajé mucho pero cuando empe-


cé a tatuarme, le encontré más el lado por los tatuajes que por los
shows que hacía. Hay gente que dice: «Me hago un tatuaje y me
echan de todos lados». Para mí fue lo contrario, del espectáculo pa-
sé al comercio, porque esto se promociona. Ahora los shows los ha-
go sólo el fin de semana. Trabajo en dos o tres boliches por noche,
hago puerta, un show de magia y después me quedo bailando arri-
ba de la barra.

— ¿Cómo eras en tus épocas del Mago Fornes?

— Tenía pelo largo, usaba chivita, era totalmente diferente. Pero


por dentro sigo igual. Siempre me gustó ser mago porque es un
164 SILVIA REISFELD

trabajo donde no dependo de otros. Hacía lo mismo que ahora, ilu-


sionismo, prestidigitación, escapismo... el espectáculo siempre fue
parte de mi vida. Ya mi padre era cantante y llegó a sacar un disco.
Yo era duro con la guitarra pero le di el gusto de ser artista mágico.
Me iba bien pero me entusiasmé más con los tatuajes... yo quería
ser la persona diferente del show. Era una buena forma de meter
más gente, por la publicidad que me hacían. A mí siempre me pre-
sentan como «el hombre más tatuado de Sudamérica».

LOS TATUAJES

— ¿Recuerdas tu primer tatuaje?

— El de color, una rosa. Me lo hice el día martes 13 del 10 del


'92. De ahí, seguí todos los meses... un dragón, un león, tribales,
animales, dibujos que no comprometan a la policía ni a las leyes
del país. Hay tatuajes como los «cinco puntos», «la espada con la
víbora toda girada», que están en contra de la policía. Prefiero ha-
cerme cosas que tengan un sentido bueno. Pero a cierta altura me
hago cualquier cosa. Saco dibujos de revistas, de fotos, y me los
tatúo.

— ¿Hay zonas del cuerpo donde más duele tatuarse?

— La cara, en la costilla, donde hay hueso. Pero es un momento,


se aguanta...

— ¿Cuánto tiempo llevó tatuarte la cara y la cabeza?l

— Muchas horas... La cara duele tanto que primero me hice me-


dia cara y a los dos años la otra mitad. La cabeza la hacía todos los
miércoles... un miércoles seis manchas, el siguiente tres, sesiones
de una hora y pico. Tenés que hacerlo despacito y con un buen ta-
tuador. Material descartable, agujas esterilizadas, guantes, vaseli-
na, todas cosas que después se lleve el cliente. La idea la tuve por

1. En la frente y el rostro, lleva dibujos tribales. El diseño de la cabeza es abs-


tracto, una serie de manchas negras.
ENTREVISTA AL "MAGO ILUSTRADO" 165

los Expedientes X. En ese programa hay unos personajes rarísimos.


Una vez apareció en la serie el «Hombre Rompecabezas», yo lo co-
nocía del circo, estaba pelado, y bueno, ahí me saqué el pelo y me
tatué la cabeza.

— ¿Usaste algún anestésico?

— No, no duele, es una molestia.

— ¿No decías que hay partes dolorosas?

— Sí, es cierto, hay que aguantarse, pero al que le gusta... des-


pués los lucís de por vida.

— Tengo entendido que no está permitido tatuarse la cara...

— No lo está, es desfiguración del rostro. Yo saqué un permiso


de la comisaría donde dice que lo hago para espectáculos públicos
y televisivos. Si la policía me detiene, muestro el permiso, explico
que hago un personaje raro y que ésa es la atracción.

— ¿Y cuando vas por la calle?

— Hay gente que no le gusta y me manda a la miércoles, pero


las cosas malas entran por un oído y salen por el otro. Por ahí algu-
no que no te conoce, se aparta o pega un saltito porque se asustó. Y
hay otra que te felicita, saca fotos y te pide autógrafo. Casi a todos
los lugares donde voy me invitan. Hace poco fui al Sheraton, tres
días de fiesta, y bueno, ahí estaba con traje y todo el mundo se
quedaba asombrado. Hay de todo. Es así todos los días pero me
siento bien, soy feliz, con ganas de luchar la vida. Excepto algunos
vicios como el alcohol y el fumar, lo normal de toda la gente, vivo
tranquilo. Tengo una casa en Mar del Plata y cuando puedo me es-
capo para allá. Si vos vas a la playa, el que no tiene un tatuaje, tie-
ne dos, en la pierna o el brazo. Cada vez que voy parezco la mosca
que alegra la leche... es el destino que busqué o se me vino solo.

(Me enseña una serie de fotos, algunas artísticas. Luce como un mode-
lo que despliega un cuidadoso trabajo corporal. En unas, exhibe parcial o
totalmente su cuerpo tatuado. En otras, está acompañado por alguna mu-
166 SILVIA REISFELD

jer, y las posiciones -además de la vestimenta de cuero negro y con ta-


chas-sugieren un clima sadomasoquista).

Algunas me las sacaron para distintas revistas de afuera. En el


pene me tatué una víbora que empieza en la pierna y después son
todas arañas alrededor.

— No debe de haber sido fácil...

— No, pero después de tantos pinchazos te acostumbras. Algu-


nos me dicen: «sos masoquista»; otros dicen que no. A mí me gusta
el tatuaje pero no el dolor, yo trato que no me duela tanto.

— ¿Cuánto dinero llevas invertido?

— Ni idea, perdí la cuenta. Calculá, un tatuaje mínimo, chiquito,


de 4 x 4, vale entre 30, 35 o 40 pesos. A esta altura me los hacen
gratis pero acá llevo una fortuna. Todo lo que ganaba en los shows
lo invertía en tatuajes. Es la mejor plata que pude gastar porque la
pareja, la ropa, envejece o te separás, pero un tatuaje te queda de
por vida.

— ¿Lo de la pareja ha sido difícil?

— Tuve muchas... a veces 2 o 3 a lo largo de un año. La primera


que tuve me duró cinco años, otra tres, y hubo otra de siete años.
Ahora tengo una que me está durando, estoy de novio hace cinco
meses... tiene 18 años, va a cumplir 19. Lo que pasa es que es muy
jodido salir conmigo porque si vamos por la calle todo el mundo te
mira. Me acuerdo que con esta piba, la que está saliendo conmigo,
la invité a cenar a un Tenedor Libre. Yo comí siete platos y ella no
comió ni uno. La quería matar y ahí fue la primera pelea. Ella me
dijo, «si todo el mundo nos miraba, qué querés». Tiempo después
volvimos al mismo restaurant, yo comí cuatro platos y ella comió
uno pero comió algo. Yo estoy acostumbrado a que me miren, por-
que vos en el circo tenés 3.000 o 4.000 personas de público y perdés
la vergüenza sí o sí.

— ¿Tienes hijos?
'I-

ENTREVISTA AL "MAGO ILUSTRADO" 167

— Dos, un varón y una nena, de un matrimonio que no anduvo.


Tienen la misma edad que mi señora actual. Hace años que no los
veo, los cuidaba la abuela. Yo viajaba con el circo, ellos se mudaron
y perdí todo contacto. Los he buscado por medio de la televisión y
las revistas, siempre los anuncio, pero nunca se contactaron.

— ¿Creés que tenga que ver que estés todo tatuado?

— No sé. Ni idea. Mi tía los encontró un par de veces, invitó a la


nena a su casa. Ella tiene una carpeta de presentación con todas las
notas que me hicieron y se la mostró, «éste es tu padre y ¡es un
monstruo!», pero lo dijo con buena onda. Después no aparecieron
más...

— ¿Alguna vez te arrepentiste?

— Al contrario, me quiero hacer más y más. Llevo el trabajo de


unos 55 tatuadores, gente de Mar del Plata y Buenos Aires. A to-
dos lados que voy me hago un tatuaje, un recuerdo de todos los ta-
tuadores. También de dos que me tatuaron al mismo tiempo. Una
vez, por un concurso, quién terminaba primero. Me hicieron un
i pescadito de cada lado. Terminaron empatando después de unos
20 minutos. La otra, en Mar del Plata, un español y un argentino,
me tatuaron Argentina y España en la espalda. Hay que aguantar
dos máquinas tatuando, ahí me dolió un poquito más pero me aga-
rré fuerte a la mesa y adelante... Yo estoy orgulloso porque fui uno
i de los primeros que se empezó a tatuar en la Argentina y llegué a
ser el más tatuado de Argentina. Fue una cosa que me cambió la
vida, si no tuviera tatuajes, no sé qué sería, solamente el Mago For-
nés... un mago con tatuajes es un personaje distinto.

L A ACTUALIDAD

— ¿Qué te pareció la Convención Internacional que se llevó a cabo en


Buenos Aires?
i
— Fue muy buena, no me lo esperaba. Ahí no me tatué porque
fui como invitado. Vino gente muy «gróssa», los mejores tatuado-
res, hacía falta una cosa así en la Argentina. Por lo menos me sentí
168 SILVIA REISFELD

más cómodo en ese ambiente con tanta gente tatuada, no tanto co-
mo yo, pero quedé flasheado con las cosas que se hacían en la piel.
Es cuestión de gustos. Hay gente que se pone clavos en la cabeza,
colocan dentro de la piel una planchuela y los clavos quedan para-
dos, otros se hacen quemaduras o implantes que se ponen en la
frente, unas bolitas; eso, como los tatuajes, tampoco te lo podés sa-
car... pero acá todavía no existe esa mentalidad.

— Y qué opinas de esas prácticas, colocarse clavos, quemarse la piel...

— Todo depende dónde labures, porque si vos trabajás en una


oficina no te vas a poner fierros. Mi profesión era ser mago artístico.

— ¿Entonces es sólo por trabajo?

— No... yo me hice los tatuajes pero no sólo por laburo, la fama


me vino después. Los hice porque me gustaban. Bueno, capaz que
me tatuaba la cara y no tenía más laburo, pero ni lo pensé. Yo lo hi-
ce y, al contrario, tuve más laburo.

— ¿Tus uñas también están tatuadas?

— Siempre las llevo de negro, tipo «dark», como Charly García


que las tiene rojas. Me las han querido tatuar pero prefiero pintar-
las. Si me las tatúo, la uña crece y hay que cortar los bordes.

— ¿Te has dedicado a tatuar?

— En un tiempo lo hacía pero me interesa más hacer shows, rela-


ciones públicas y promociones. No me gusta tatuar. También prefie-
ro que el tatuaje me lo haga otro, para que quede mejor y perfecto.

— ¿Por qué crees que el tatuaje se impuso en la Argentina?

— Y, un poco culpa mía, porque siempre me sacaban como bi-


cho raro en la televisión y a raíz de eso se empezó a tatuar gente.
También al conocerme con la cara tatuada... Muchos lo hacen por
moda, pero no es moda porque el tatuaje dura para siempre. Lo
podés sacar con láser pero cuesta mucho, la piel te queda quemada
y con cicatriz, no es conveniente.
ENTREVISTA AL "MAGO ILUSTRADO" 169

— ¿Aquíhay muchos que se tatuaron la cara?

— No. Uno es el hijo de David Lebon, que se tatuó un dragón.


Hay otro que tiene media cara tatuada y está Marcelo de Monte
Grande que también tiene media cara pero no tantos tatuajes como
yo. Y después gente que vino a la convención, pero eran de Vene-
zuela, Estados Unidos... La convención ayudó a que la gente se ta-
tuara en la cara, porque además los medios venían a hacer notas.

— ¿Hay gente arrepentida de haberse tatuado?

— Sí, mucha... lo tapan con otro o se tienen que aguantar. Hay


que estar muy convencido. A mí me trajo suerte, a veces me lo ha-
go como cábala, un amuleto, pero otra gente lo hace como, no sé,
que le gustó una cosa, le gustó otra... Yo tengo desde Cristo hasta
el diablo, animales, puntos, de todo un poco. También me pongo el
nombre de la chica con la que ando en el momento y cuando ter-
mino me lo tapo con un tribal o una cosa negra... No, no lo guardo
de recuerdo porque si no tendría como 50...

— ¿No resulta un negocio?

— Y sí, a los locales no les importa, cuanto más vienen mejor.


Ganan los tatuadores, los promotores, es un buen negocio. Para un
tatuaje gastas tinta, agujas, vaselina... De cada tatuaje, la mitad se
lleva el local y la otra el tatuador. En mi caso, la disquería y el tatua-
dor me pagan por estar presente y promocionar el lugar. Se abrie-
ron muchos locales, algunos te sacan la cabeza y cobran mínimo 40,
50 pesos. Acá se cobraba 25 pero ahora subió a 30 por el dólar.

— ¿Y si pasara como moda?

— Los tatuajes van a seguir estando. En la convención había 40


stands, pero si vas a San Pablo, ya hace años una convención reunía
150. En otros lugares las convenciones son gigantes. Cada vez hay
más tatuados. Acá, en invierno, mínimo se hacen 2 o 3 tatuajes por
día. Pero ahora la mayoría viene por un piercing. El piercing se im-
pone porque te lo podés sacar.
170 SILVIA REISFELD

— ¿Lo consideras una forma de arte?

— Es arte pero hay que buscarse un tatuador que no sea co-


merciante, que se tome su tiempo y lo haga bien. Hay tatuadores
que son un desastre, lo hacen por plata, y otros lo hacen por arte
y con el tiempo ganan mucha plata. Acá hay muy buenos. Está
Sanca de Munro, que es el mejor de la Argentina. También están
las convenciones donde se busca al mejor tatuador, se premia el
mejor tatuaje...

— ¿Es frecuente el comercio de pieles tatuadas?

— En Estados Unidos, Japón, Alemania, se hace en muchos lu-


gares. Te hacés un tatuaje, lo sacan, encuadran, y te ponen piel de
otro lado. Eso se paga muy bien. Por una piel entera pagan una
fortuna. Se la da en vida y después la entregan los parientes del ta-
tuado. No sé, el día que yo muera, si acá hay un especialista que
los pueda sacar... Yo espero que con el tiempo y los concursos que
ahora son de carácter internacional, el asunto sea más próspero.

— ¿Pensaste c¡ué hacer con tu piel?

— Venderla o donarla al Museo de La Plata para que los tatuajes


sean eternos.
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