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Eusebio toma los relatos presentes en Hechos, Justino e Ireneo y los

desarrolla aún más, con lo que establece un patrón para la descripción


de maestros heréticos que seguirá a lo largo de los diez volúmenes de su
obra. Según Eusebio, Simón fue un adversario de los apóstoles inspirado
por el demonio que hizo aparición durante el curso de la primera misión
cristiana y realizó actos de magia negra para engañar a otros y hacerles
creer que él mismo era divino. Simón no sólo promovía doctrinas
falsas y blasfemas, también había llevado una vida disoluta, asociándose
públicamente con la prostituta Helena y realizando infames rituales
secretos. Aquellos que fueron engañados por sus enseñanzas aceptaron
éstas y, como él, participaron en prácticas escandalosas: «De modo que
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cualquier cosa más infame que el más vil de los crímenes conocidos fue
con claridad superada por la repugnante herejía profesada por estos
hombres, que abusaron de mujeres desdichadas, sometidas en realidad
a vicios de todo tipo» (Historia eclesiástica 2.13.8).
Sin embargo, Eusebio señala que Dios tenía una respuesta para este
insidioso hereje y envió al apóstol Pedro a su encuentro en Judea para:
apagar el fuego del Demonio antes de que éste pudiera propagarse...
Por esta razón, ni Simón ni ninguno de sus contemporáneos consiguieron
formar un cuerpo organizado en aquellos tiempos apostólicos, porque en
cada uno de sus intentos de hacer tal cosa fue derrotado y superado por el
resplandor de la verdad y por la Palabra misma, que viniendo de Dios había
iluminado entonces a los hombres, y estaba activa en el mundo y presente
en sus propios apóstoles. (Historia eclesiástica 2.14.2-3)
Derrotado en Judea, Simón huye a Roma, donde sus enseñanzas tienen
no poco éxito, hasta que Pedro entra nuevamente en escena para
encargarse de una vez por todas de este secuaz de Satán mediante una
radiante y poderosa proclamación de la verdad.
Hay más veneno que sustancia en el relato sobre Simón que nos
ofrece Eusebio. No obstante, presenta un marco esquemático para abordar
la naturaleza de la herejía cristiana que se impondría entre los historiadores
de la Iglesia de la antigüedad tardía, y continuaría luego siendo
dominante durante toda la Edad Media hasta llegar a la era moderna.
Ésta es la visión «clásica» de los conflictos internos a la que antes hacíamos
referencia, en la que la ortodoxia es la «opinión correcta» enseñada
por Jesús a sus apóstoles y defendida por la mayoría de los creyentes
desde entonces, y la herejía es la «falsa creencia» inventada por algún
testarudo que ha pervertido la verdad y convencido con sus mentiras a
una minoría de personas igualmente testarudas. En la mayoría de casos,
la corrupción de la verdad tiene lugar debido a la presión de influencias
no cristianas, bien se trate de tradiciones judías o, con más frecuencia,
de filosofías paganas.
Aunque Eusebio fue el principal responsable de la popularización de
este punto de vista, no fue por supuesto el primero en expresarlo. De
hecho, como antes he sugerido, es posible que una posición similar se
encuentre ya en los Hechos de los Apóstoles del Nuevo Testamento, li-
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bro en el que la verdadera fe se funda en el testimonio directo de los
apóstoles, que la propagaron por todo el mundo gracias al poder del Espíritu
Santo. Las iglesias que establecieron —todas, por fuerza, apostólicas—
se encuentran en total armonía con las demás respecto a cualquier
aspecto importante de la doctrina y la práctica de la fe; incluso
personajes que aparecen relativamente tarde, como Pablo, se muestran
de acuerdo con los primeros seguidores de Jesús en todos los aspectos
fundamentales de la fe cristiana. Podemos estar seguros de que en ocasiones
surgieron problemas internos, pero lo que cuenta es que en el relato
de Hechos estos problemas son consecuencia, en prácticamente todos
los casos, de la codicia y la avaricia de cristianos individuales (como
los tristemente célebres Ananías y Safira 5:1-11) o de la sed de poder de
extraños que han conseguido infiltrase en la Iglesia (como Simón Mago
8:9-25). La mayoría de los conversos, en realidad, parece permanecer
fiel al mensaje apostólico. Y los debates teológicos se resuelven con rapidez
apelando a la autoridad de los apóstoles, quienes demuestran estar
increíblemente unidos incluso después de serios debates y reflexiones.
9 De acuerdo con Hechos, la falta de unión en la Iglesia puede
atribuirse a las falsas enseñanzas de individuos degenerados, descritos
como lobos crueles que se introducen en el rebaño de Cristo para
hacer gran daño, pero que, en última instancia, no logran superar a
una Iglesia unida alrededor de las enseñanzas apostólicas originales
(20:28-31).
Este punto de vista, al que Hechos otorgaba estatus canónico, se
convirtió en norma entre los cristianos proto-ortodoxos de los siglos n
y ni, que, como hemos visto, fueron los que desarrollaron la idea de sucesión
apostólica y la convirtieron en una poderosa arma que utilizar en
sus batallas por la verdad.
ATAQUES A LA VISIÓN CLÁSICA
La visión clásica de las relaciones entre la ortodoxia y la herejía permaneció
sin ser cuestionada en su mayor parte hasta la era moderna.
Más que intentar ofrecer una historia exhaustiva de cómo evolucionaron
en este período los estudios que condujeron a la superación de esta
concepción, he decidido centrar este apartado en tres momentos clave

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