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Carrasco Martínez Adolfo, Carlos III y su época: la monarquía, ed.

Carroggio,
Barcelona, 2003. 399 pp.

Carlos III nació el 20 de enero de 1716 en el Alcázar de Madrid, hijo de Felipe V


con su segunda esposa, Isabel de Farnesio. Durante su infancia y juventud
recibió una educación variada propia de quien podía ser un futuro gobernante.
Así, la formación religiosa, humanística, idiomática, militar y técnica se
combinaría durante años con otra más cortesana como el baile, la música o la
equitación para ir forjando la personalidad de un joven de buen y mesurado
carácter, solícitó a las sugerencias paternas y educadó en la convicción de la
evidente supremacía de la religión católica.

Pronto el pequeño Carlos empezó a entrar en los planes de la diplomacia


española y en las ambiciones de Isabel de Farnesio, centradas en lograr para
su primogénito un trono. Aunque las cláusulas más lesivas del Tratado de
Utrecht (1714) habían dejado a España fuera de la península transalpina, la
muerte sin descendencia, en 1731, del duque Antonio de Farnesio, tío de su
madre, propició que Carlos fuera nombrado Duque de Parma, con el nombre
de Carlos I, gobernando entre 1731 y 1735. Al conquistar Felipe V el Reino de
Nápoles y Sicilia en el curso de la Guerra de Sucesión de Polonia (1733–1735),
pasó a ser rey de aquellos territorios con el nombre de Carlos VII.

En 1737 se casó con María Amalia de Sajonia, hija de Federico Augusto II


Duque de Sajonia y de Lituania y rey de Polonia, con la que tuvo trece hijos. En
Nápoles reinó un cuarto de siglo (1734-1759), configurando su carácter y su
modelo de reinar, ayudado por su consejero personal Bernardo Tanucci y
siempre tutelado por sus padres desde Madrid. En términos generales aprendió
a ser un rey moderado en la acción de gobierno, ejecutando una política
reformista que, sin acabar con todos los problemas que sufría el abigarrado
pueblo napolitano y sin menoscabar los poderes esenciales de la nobleza,
consiguió que el reino se consolidara como tal y que tuviera una ierta
consideración en el concierto internacional.
La muerte sin descendencia de su hermanastro Fernando VI hizo que se
convirtiera en rey de España, con el nombre de Carlos III, dejando el cargo de
rey de las Dos Sicilias a su tercer hijo, Fernando IV. Reinó en España treinta
años (1759-1788) y, de acuerdo con sus biógrafos, era una persona tranquila y
reflexiva, que sabía combinar la calma y la frialdad con la firmeza y la
seguridad en sí mismo. Dotado de un alto sentido cívico en su acción de
gobierno, tenía en la religión la base de su comportamiento moral, lo que le
llevaba a sustentar un acusado sentido hacia los otros y una cierta exigencia
sobre su propio comportarse, que concebía siempre como un modelo para los
demás, fueran sus hijos, sus servidores o sus vasallos.

A pesar de residir en la Corte (no realizó ningún viaje fuera de los Sitios
Reales), era un mal cortesano, al menos en los usos y costumbres de la época.
No le divertían los grandes espectáculos, ni la ópera ni la música. Su vida era
metódica y rutinaria. Todas las mañanas, después oía misa, pasaba a ver a sus
hijos y más tarde despachaba asuntos políticos en privado y recibía las visitas
de sus ministros o del cuerpo diplomático. Por las tardes salía a cazar hasta
que anochecía. A diferencia de otras cortes europeas del momento, la carolina
se comportó siempre con una evidente austeridad. Carlos fue un rey de
profunda religiosidad, de misa y rezo diarios, preocupado por actuar según los
dictados de la Iglesia Católica.

Carlos III, de acuerdo con las ideas políticas imperantes en el siglo XVIII, es
representante del Despotismo Ilustrado: el monarca concentra todos los
poderes pero es el primer servidor del estado, gobernando para lograr el
beneficio y la felicidad del pueblo, haciendo reformas pero sin modificar
sustancialmente el orden político, social y económico imperante. Él era quien
elegía a sus ministros y quien supervisaba sus principales acciones de
gobierno.
Su reinado se caracterizó por una serie de cambios moderados y progresivos
en la economía, en la sociedad y en la cultura, que no tenían como meta última
la de finiquitar el sistema imperante sino dar a la monarquía una mejor visión
que le permitiera ser más competitiva en el marco internacional y mejorar su
vida interna, fines ambos que eran vasos comunicantes en el pensamiento
carolino.

A nivel político existen dos etapas en su reinado. La primera etapa (1759-


1766), se corresponde con el gobierno de Ricardo Wall y Devreux, Jerónimo
Grimaldi, el Marqués del Campo del Villar y el Marqués de Esquilache,
responsables de una serie de reformas (proyecto de contribución única y
universal, reorganización del Consejo de Castilla, prohibición de aumentar los
bienes de manos muertas, restricción de la inmunidad eclesiástica, etc.) que
provocaron el descontento social.

A este descontento se sumó “La disposición de 10 de marzo de 1766 sobre el


vestido masculino”, que incluía una multa en caso de desobediencia que
ascendía a seis ducados y doce días de cárcel para la primera infracción y el
doble para la segunda, y que defendía el uso de la capa corta y el tricornio
(sombrero de tres picos) de procedencia extranjera.

Además el pueblo de Madrid vivía casi al límite de la subsistencia, sin embargo


tenía otro motivo de preocupación: el encarecimiento de los artículos de
primera necesidad, en especial el pan, el aceite y el tocino, alimentos
indispensables en la dieta de las clases populares.

De esto se hacía responsable al Marqués de Esquilache, que había tenido la


ocurrencia de levantar en julio de 1765 la tasa de granos, esperando que con la
libertad de comercio, aumentara la oferta en el mercado. Sin embargo el
resultado fue desastroso, debido a las malas cosechas, y a no haber realizado
una reforma previa de los medios de comercialización y de transporte.

El llamado Motín de Esquilache, impulsado por la oligarquía aristocrática y el


clero, en defensa de sus intereses, estalló en la plaza de Antón Martín el
Domingo de Ramos, 23 de marzo, tras un incidente insignificante entre unos
embozados y unos soldados. Una gran multitud se dirigió a la residencia de
Esquilache (Casa de las Siete Chimeneas) y la saqueó al no encontrarle. Otro
grupo más numeroso se fue hacia el Palacio Real con el fin de exponer al Rey
sus demandas, concentrándose ante sus puertas, pero éste abandonó
secretamente Madrid para refugiarse en Aranjuez.

El motín se pagó con la rebaja de los suministros y la salida de Esquilache.


Posteriormente, Aranda y Campomanes hicieron que los jesuitas fueran
acusados de servir a la congregación romana en avería de las prerrogativas
regias, de fomentar las doctrinas probabilistas, de simpatizar con la teoría del
regicidio, de haber incentivado los motines de Esquilache y de defender el
laxismo en sus Colegios y Universidades. De esta manera, en la madrugada
del 2 de abril de 1767, Carlos III expulsó a todos los jesuitas que habitaban sus
territorios.

El motín de Madrid tuvo resonancia pocos días después en algunas ciudades


del Reino, y provocó un cambio de política y el inicio de la segunda etapa en el
reinado de Carlos III. Carlos III falleció en Madrid el 14 de diciembre de 1788.
Sus restos se encuentran en la Cripta Real del Monasterio de El Escorial; e
antecedió su hijo Carlos IV, rey de España. Casado con María Luisa de
Borbón-Parma, Princesa de Parma.

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