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En capítulos anteriores hemos afirmado que existe una dimensión política de la exclusión, expresada
en las limitaciones que tienen las personas para el ejercicio de sus derechos y para participar en las
decisiones públicas. Siendo la inclusión uno de los principios orientadores de la democracia, es
conveniente precisar sus alcances en cuanto al ejercicio de la ciudadanía.
Al respecto, hemos dicho también que la ciudadanía tiene distintas dimensiones. En este capítulo nos
referiremos exclusivamente a aquella que tiene que ver con la capacidad de las personas para
intervenir en los asuntos públicos. Dentro de ello, la democracia permite que todas las personas
participen en política, ya sea como candidatos o como simples electores; y desde alguna organización
política local, regional, partido político u otra forma de asociación.
Si una democracia no permite que sus ciudadanos participen mediante los mecanismos institucionales
existentes, se estaría afectando el principio de inclusión, pues la exclusión social no sólo se expresa en
términos de pobreza sino también con el ejercicio de una ciudadanía disminuida. Al respecto, la
CEPAL señala que “ser pobre no es solo una condición socioeconómica, sino una privación de
ciudadanía, por cuanto remite a la falta de titularidad de derechos sociales y de participación en el
desarrollo”42 El PNUD coincide con esta mirada y nos dice que la pobreza y la desigualdad “no
permiten que los individuos se expresen como ciudadanos con plenos derechos”43.
Inclusión social e inclusión política son, pues, dos caras de una misma moneda. Para que una
democracia se fortalezca, requiere de ambas. Así, por ejemplo, los ciudadanos en un sistema
democrático podrían exigir, entre otras cosas, mejores condiciones de bienestar social e igualdad para
salir de la exclusión y la pobreza. El ejercicio de las libertades políticas permite a las personas sentirse
en la capacidad de expresar sus desconfianzas respecto al Estado y el sistema político; cuestión que no
suele ocurrir en regímenes políticos autoritarios.
La desconfianza (o rechazo) de los ciudadanos a las políticas implementadas por el Estado puede
expresarse, en algunos casos, a través de los mecanismos electorales (el voto a favor de los que
representan mis intereses) y, en otros, mostrando su insatisfacción mediante acciones de protesta.
Al respecto, según datos proporcionados por el Latinobarómetro44, se encuentra que en
algunos países en América Latina –dentro de los cuáles se encuentra el nuestro- existe
poca confianza en las elecciones como un “mecanismo para cambiar las cosas”. A la vez, se
considera que participar en movimientos de protesta puede tener una alta incidencia en la
toma de decisiones.