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MAESTRÍA EN FILOSOFÍA
Vivir la actualidad supone enfrentarnos a una realidad que permite casi todo, contrario
a décadas pasadas en las que la censura era el talante de la cotidianeidad. Esta excesiva
libertad tiene su origen en el paso de una cultura análoga hacia la era digital, en la que la
tecnología ha permeado a la sociedad de tal modo que no hay límites para nadie.
La crítica a las restricciones morales que han existido hasta ahora, es una refutación
de la “violencia ética”, es decir, toda carga moral impositiva que tiene la rigidez de la ley y
que anula la libertad de los individuos, por lo que, dado el exceso de libertad que se encuentra
en la actualidad, se ha buscado reescribir la ética para que se más flexible y permita el
desenvolvimiento de la libertad.
Žižek para mostrar la actual crítica que se mantiene en contra de la violencia ética
retoma un suceso que ocurrió en el programa de Oprah Winfrey1, donde el escritor John Gray
realiza una versión vulgarizada del psicoanálisis narrativista-deconstructivista. Lo que realiza
con una mujer es la reescritura de un suceso traumático, de modo tal, que el suceso se
convierta en un hecho positivo.
A través del suceso de reescritura del pasado de un hecho traumático que se encuentra
viciado por un sentimiento patológico, el recuerdo de lo simbólico se transforma en un nuevo
suceso que llega a ser benévolo, satisfactorio y positivo.
Mi ser depende de su relación con los Otros sustanciales, no sólo el otro regulador y
simbólico de la tradición en la que estoy inserto, sino también “la sustancia corporal deseante
del Otro, el hecho de que, en el núcleo de mi ser, soy irreductiblemente vulnerable, estoy
expuesto al (a los) Otro(s). Y lejos de limitar mi estatus ético (autonomía), esta vulnerabilidad
primordial debida a mi exposición constitutiva al Otro le da su fundamento: lo que hace al
individuo humano y, por lo tanto, alguien de quien somos responsables, al que tenemos el
deber de ayudar, es su propia finitud y vulnerabilidad”2.
1
SLAVOJ Žižek. Projimos y otros monstruos: un alegato en favor de la violencia ética. En Salvoj Žižek, Eric
L. Santner , Kenneth Reinhard. El prójimo. Tres indagaciones en teología política. Amorrortu Editores, Buenos
Aires, 2010 Pág., 183.
2
Ibídem, Pág., 186.
que tampoco se conoce a sí mismo en su totalidad y que también se encuentra en la realidad
espaciotemporal, es el fundamento de mi autonomía.
Si bien es cierto que nuestra temporalidad se encuentra marcada por unas condiciones
individualizadas, en las que la excesiva libertad ha sido el látigo que en realidad nos
aprisiona, controlado por el sistema, no necesariamente tenemos que mantenernos en una
actitud de prisioneros excesivamente libres.
Me atrevo a llamar contra ruptura de los estereotipos que son tendencia actualmente
a esta visión lacaniana de la realidad pues si bien es cierto que la sociedad evoluciona y se
moldea de acuerdo a las necesidades a las que responde, no necesariamente el hecho de que
se realicen de un modo generalizado implica que uno tiene que adoptarlas o que sean
correctas.
Resulta paradójico pensar que la autolimitación sea la expresión más adecuada para
la libertad pues la autocensura en realidad debería coartarnos, sin embargo, la expresión
desmedida de la libertad daña a la misma pues nos volvemos objetos del sistema de modo
que solamente actuamos como instrumentos de la ideología cuando ejercemos excesivamente
la libertad.
Bajo esta mirada la expresión en su estado más puro de la violencia ética se encuentra
en el judaísmo, específicamente en la entrega del Decálogo de los Mandamientos en el Monte
Sinaí.
3
Ibídem, Pág., 189.
En este camino lo propicio es el abandono de sí mismo para preocuparse por la
Otredad que se manifiesta como Levinas lo menciona en el rostro del Otro.
Para Levinas la subjetividad se manifiesta como un totalmente solo “así, pues, el ser
en mí, el hecho de que existo, mi existir, es lo que constituye el elemento absolutamente
intransitivo, algo sin intencionalidad ni relación. Todo se puede intercambiar entre los seres,
salvo el existir”4.
Si bien para Levinas el Otro es insondable, si hay un encuentro con el Otro que
requiere responsabilidad y preocupación por el otro pues la alteridad se encuentra con nuestro
yo el cual es el resultado de la responsabilidad de Otro yo para mi yo.
En el encuentro con la alteridad yo me hago responsable del otro ya que éste espera
algo de mi y en el encuentro ético yo desarrollo una relación que me une al él sin tener un
contacto físico con él, el hecho mismo del encuentro me responsabiliza en un sentido
positivo, es decir, yo tengo una responsabilidad moral con el Otro.
Por lo tanto, pese a que no puedo conocer la alteridad, si tengo contacto con él y
mantengo una responsabilidad, tiene que someterse el contacto a un reconocimiento, es decir,
distinguir que es un Otro que me importa, pues posee un “rostro” una “mirada”: “La mejor
manera de encontrar al rostro es la de ni siquiera darse cuenta del color de sus ojos. La piel
del rostro es la que está más desprotegida, más desnuda. Hay en el rostro una pobreza
esencial. Prueba de ello es que intentamos enmascarar esa pobreza dándonos poses,
conteniéndonos, Al mismo tiempo, el rostro es lo que nos prohíbe matar6.
4
EMMANUEL Levinas. Ética e infinito. Madrid, A. Machado Libros, S.A., 2000 Pág., 53 – 54.
5
Ibídem, Pág., 80.
6
Ibíd., Pág., 71 – 72.
responsabilidad que se mantiene con el Otro es una responsabilidad ética que enfoca su actuar
de acuerdo a la Ley que es la ética.
El rostro es ética; el actuar del yo con la alteridad está mediada por una actitud de
responsabilidad para con el Otro que me compete y que además me refiere a mi autonomía.
Para Levinas el rostro va a ser el rostro mismo de Dios. Debido a su influencia judía,
y la iconoclasia, el rostro no mantiene un sentido gnoseológico del conocimiento de Dios
sino más bien un plano de acción pues el amor a Dios se verá reflejado en las obras del amor,
con el prójimo no con el conocimiento de Dios sino con el reconocimiento del Prójimo.
Aquí reafirma Levinas su judaísmo al asentar que el rostro del otro es el rostro de
Dios pues se aferra a un Dios impersonal que se asienta en la ley misma para que ame al
prójimo a través de la misma.
Dios, como el juez ético por antonomasia, regula el encuentro entre mi yo con la
alteridad para que a partir de la responsabilidad y del mismo amor en un sentido de
reconocimiento ordene mi finalidad a la Otredad y así amar a mi prójimo y a Dios mismo a
través del Otro.
Para esto y bajo el mandato religioso de “amarás al prójimo como a ti mismo” se tiene
que presuponer que en efecto el hombre se ama a sí mismo8. Por lo que el mandamiento en
forma de ley implica que en el orden sustancial a los otros cercanos se les tiene que amar de
igual modo en que yo me amo a mí mismo no más y no menos.
7
Žižek. Pág., 197.
8
SØREN Kierkegaard. Las obras del amor. Sígueme, Madríd, 2006. Pág., 35.
Precisamente el dogma de la Encarnación cobra importancia en el punto de la cantidad
que es posible amar al prójimo pues si bien el mandato primero obliga a amar más a Dios,
sobre todo, ante todo, Cristo en su humanidad se revela como un prójimo que se encuentra
inmediatamente a mí.
“El prójimo es aquel que está más próximo a ti que todos los demás, aunque no en el
sentido de predilección; pues amar a aquel que está más próximo a uno que todos los demás
en el sentido de la predilección es amor de sí. […] el prójimo es el que está más próximo a ti
que todos los demás. Igual de próximo a ti. El concepto de “prójimo” es en rigor la
reduplicación de tu propio ti mismo.”9
El prójimo es una multiplicidad porque son todos los seres humanos que están más
próximos a ti mismo, pero también yo soy mi prójimo ya que en la proximidad en la que se
acerca el Otro, se encuentra en igualdad de proximidad no más lejano ni más cerca por lo que
mi ser es prójimo para mí mismo y por lo tanto es deber amarme como amo a mi prójimo por
ser yo mismo prójimo.
En realidad, Cristo no habla de conocer al prójimo, sino de llegar a ser uno mismo el
prójimo, de dar pruebas de ser el prójimo, igual que el samaritano dio prueba de ello mediante
su misericordia; pues mediante ella no es que diera pruebas de que el agredido era su prójimo,
sino de que él era el prójimo del agredido.10
“«Has de amar». Solamente cuando amar sea un deber, solamente entonces estará el
amor asegurado, por toda la eternidad, contra todo cambio; eternamente liberado en
9
Ibídem, Pág., 39 – 40.
10
Ibid., Pág. 41.
bienaventurada independencia; eterna y dichosamente protegido, por toda la eternidad
contra la desesperación”.11
Además, este amor da libertad pues en la libertad se elige amar al prójimo como un
deber, algo similar a lo que anteriormente mencionábamos con la autocensura en la
actualidad.
Me parece que lo que se llama violencia ética en realidad es una rigidez moral que
molesta al nuevo libertinaje contemporáneo, y que lejos de censurar o limitar las
disposiciones humanas, en realidad, regula de manera muy adecuada el comportamiento de
los individuos.
Si bien las posturas éticas no responden a los tiempos modernos en los que la excesiva
libertad permea en el actuar cotidiano de los hombres, una postura de violencia ética que
promueva la autocensura y la limitación es la mejor alternativa para no encontrarnos sujetos
al sistema controlador.
Tal como menciona Žižek tomando a Lacan, “la prohibición, lejos de representar un
corte traumático, entra en juego justamente a fin de pacificar la situación y liberarnos de la
imposibilidad inherente inscripta en el funcionamiento de una pulsión.”12
11
Ibid., Pág.49.
12
Žižek, Pág., 203.
prójimo kierkegaardiano por un absoluto yo que no es posible enajenarse en una proximidad
que permita amarlo.
Bibliografía.
Salvoj Žižek, Eric L. Santner , Kenneth Reinhard. El prójimo. Tres indagaciones en teología
política. Amorrortu Editores, Buenos Aires, 2010.