Se expresa la diferencia entre los sólidos y los líquidos tomando ambos conceptos de cómo es la sociedad y explicando que los líquidos son una metáfora de la era moderna, los líquidos no conservan fácilmente su forma dándonos saber que es una sociedad moderna y cambiante, mientras que los sólidos están estáticos en el tiempo como una sociedad pasada. Por lo tanto, la modernidad o sociedad solida se caracteriza por tener formas bien definidas por optar por lo antiguo y darles más valor y más uso a dichas cosas, pero cuando hablamos de la liquida (la sociedad actual) todo tiene que ser más liviano, más rápido, para poder movernos con fluidez como la sociedad cambiante y moderna que somos. Él dice que la modernidad sea tanto sólida como liquida es un proceso de licuefacción, porque eran sólidos y pasan a ser líquidos. Una forma para esto sería tomando en cuenta que a los líquidos no es posible detenerlos fácilmente, ya que al ser líquidos se pueden filtrar a través de obstáculos. Los disuelven o los empapan. Según también dice el libro, en este encuentro con los sólidos y líquidos, los sólidos sufren un cambio en su naturaleza (Se humedecen o empapan). Dejándonos saber cómo la sociedad moderna al ser liquida puede cambiar hasta la forma de pensar de una antigua. De aquí la famosa expresión “derretir a los sólidos” pero todo esto no fue con ningún motivo maligno, sino para desechar lo que ya no funciona y evolucionar los sólidos a unos nuevos solidos capaces de entender y adaptarse a la sociedad cambiante, la cual busca mejorar. Esta forma de describir ambas sociedades según Bauman es una manera más explicativa a la hora de hablar de post-modernidad. Zygmunt Bauman define la sociedad moderna líquida como aquella sociedad donde las condiciones de actuación de sus miembros cambian antes de que las formas puedan consolidarse en unos hábitos y en una rutina determinada. Esto, evidentemente, tiene sus consecuencias sobre los individuos porque los logros individuales no pueden solidificarse en algo duradero, los activos se convierten en pasivos, las capacidades en discapacidades en un abrir y cerrar de ojos. Por tanto, los triunfadores en esta sociedad según nos dice, son las personas ágiles, ligeras y volátiles como el comercio y las finanzas. Personas egoístas, que ven la novedad como una buena noticia, la inseguridad como un valor, la inestabilidad como fuerza. El nuevo modelo de héroe es el triunfador que aspira a la fama, al poder y al dinero, por encima de todo, sin importarle a quién se lleva por delante. La vida líquida asigna al mundo y a las cosas, animales y personas la categoría de objetos de consumo, objetos que pierden su utilidad en el mismo momento de ser usados. Los objetos de consumo tienen una esperanza limitada y, cuando sobrepasan este límite, dejan de ser aptos para el consumo, se convierten en objetos inútiles. Las personas, también somos objetos de consumo: pensemos en el trato que nuestra sociedad da a nuestros mayores o en las industrias del sexo. En una sociedad así la lealtad y el compromiso son motivo de vergüenza más que de orgullo porque son valores duraderos. En un mundo de carácter empresarial y práctico como el que vivimos (un mundo que busca el beneficio inmediato), todo aquello que no pueda demostrar su valor con cifras es muy arriesgado. Por tanto, materias de estudio como la historia, la música, la filosofía, que contribuyen al desarrollo del ser humano, más que una ventaja social, política o económica son un peligro. Porque el ser humano ha dejado de tener valor “humano” para pasar a ser un simple objeto de producción o consumo. ¿Cómo es el individuo que vive en esta sociedad de vida líquida? Bauman nos dice que es un individuo asediado. Porque busca su individualidad y singularidad. La singularidad se ha convertido en el principal motor, tanto de la producción en masa como del consumo en masa. Todos son singulares utilizando las mismas marcas y aparatos, y serán más o menos singulares dependiendo de la capacidad de compra y actualización de los objetos, y ésto, evidentemente, requiere dinero. La sociedad nos obliga a ser únicos, pero ella misma da las pautas para conseguirlo. Para satisfacer esa necesidad de individualidad, nada de buscar en nuestro interior: la autenticidad se encuentra bebiendo un determinado producto, llevando una marca de ropa interior, hablando con un determinado móvil, conduciendo un determinado coche, todos llevan o quieren llevar las mismas marcas, y todos se creen singulares. Está claro que cuánto más grande es la calidad de vida de una ciudad mayor es su huella ecológica. Por tanto, la singularidad es realmente un privilegio, tanto en lo que se refiere a individuos como a sociedades, a nivel planetario. A este individuo asediado Bauman lo define como homo eligens, hombre elector (que no hemos de confundir con el ser humano que realmente elige). El homo eligens es un yo permanentemente impermanente, completamente incompleto, definidamente indefinido, auténticamente inauténtico. El homo eligens y el mercado de consumo conviven en perfecta armonía o simbiosis. El mercado no sobreviviría si el homo eligens o consumidor no se apegara a las cosas. Bauman nos dice que esta sociedad de consumo justifica su existencia con la promesa de satisfacer los deseos humanos como ninguna otra sociedad lo ha hecho, aunque esta promesa de satisfacción solo resulta atractiva siempre y cuando los deseos no sean del todo satisfechos. Por tanto, la realidad es que la no satisfacción es el motor de la economía. La sociedad de consumo consigue esta permanente insatisfacción por dos vías: 1) Denigrar y devaluar los productos al poco tiempo de haber salido, sacando otros nuevos. 2) Satisfacer cada necesidad o carencia de tal forma que dé pie a nuevas necesidades o carencias. El consumismo es una economía de engaño, exceso y desperdicio. Pero, al mismo tiempo, son el engaño, el exceso y el desperdicio los que garantizan el funcionamiento de la sociedad. La historia avanza hoy como una fábrica de residuos. También explica que el consumo sería una versión moderna del sueño del rey Midas, hecho realidad en el siglo XXI. Todo lo que el mercado toca se convierte en un artículo de consumo, incluso las cosas que tratan de escapar a su control. Bauman considera que los problemas y sufrimientos de nuestros días tienen raíces planetarias y, por tanto, requieren soluciones globales. Todos los que compartimos el planeta dependemos unos de otros para nuestro presente y nuestro futuro. En lugar de aspirar a limitar los daños locales y la obtención máxima de beneficios, hay que buscar un nuevo escenario global donde las iniciativas económicas dejen de estar guiadas por los beneficios monetarios sin prestar atención a los efectos secundarios. Pero aún hay personas que optan con valores en solidaridad, generosidad, entusiasmo, coraje, valor, que están rasgando los velos de esta vida líquida intentando solidificarla, trabajando por cambiar la actitud cavernícola de tener por la humana de ser.