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Emilio Alarcós Llorach

«Lingüística estructural y funcional»


Comunicación y lenguaje, Madrid, Karpos, 1977, 49-61.

EL lenguaje humano ha sido observado y estudiado desde hace


muchos siglos según enfoques e intereses varios. Hasta casi el comienzo
de nuestra centuria esta larga labor lingüística no se centró en el objeto
mismo que pretendía analizar, el lenguaje, pues los viejos gramáticos
buscaban fines externos, bien sagrados y religiosos, bien normativos y
retóricos. Ahora, por el contrario, parece que todos intentamos estudiar
el lenguaje desde un punto de vista inmanente. No obstante, el abanico
de métodos es tan amplio y las terminologías empleadas tan dispares,
que el neófito de estos estudios se encuentra con una situación tan
confusa y tan poco clara como la precedente.
Nos ha tocado en suerte-por mor de nuestras aficiones-tratar de
una de esas metodologías, mejor dicho, de una serie de metodologías
que pueden agruparse porque, confor'me a los calificativos que se les
asignen, intentan poner de manifiesto la estructura y la .función del
lenguaje. Es cierto que la gramática tradicional, en gran medida, bus-
caba estructuras y señalaba funciones, y que incluso: el término clave,
estructura, derivada del verbo struere, «disponer, arreglar, ordenar, etc.o,
utilizado para la construcción y la anatomía, fue empleado ya por
CICERÓN: Verborum quasi structura. Pero· ha sido la lingüística más o
menos dependiente de SAUSSURE la que sobre todo ha implantado esos
términos y esos fines.
En realidad, la expresión «lingüística estructuralo es redundante.
Porque si los objetos que estudia-la lengua en general y las lenguas
particulares-se caracterizan por ser conjuntos de elementos relacio-
nados entre sí formando una estructura, tal ciencia lingüística no puede
ser más que estructural. Bien es verdad que esta opinión sólo se ha
difundido a lo largo del siglo xx. Y aunque los antiguos estudios sobre
el lenguaje suponían la consideración implícita de que cada idioma

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[También en RSEL 7/2 (1977) 1-16, y en Gramática funcional. Principios
y terminología, Oviedo, ICE, 1985, 11-26]
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constituía una organización cerrada, un sistema, nunca se puso de


relieve que eso era lo esencial de la lengua hasta el tránsito del siglo XIX
al nuestro, gracias especialmente a la obra de F. DE SAUSSURE. Por ello,
el adjetivo «estructural» suele añadirse enfáticamente para diferenciar
los métodos científicos actuales de los precedentes, en los cuales el
criterio predominante era primero el normativo y luego el histórico.
Pero al decir «estructural» no se añade nada. Toda lingüística propia-
mente dicha lo es, y además toda estructura lingüística, o sea, toda
lengua, es una estructura porque funciona en su conjunto y porque
sus partes constituyentes funcionan adecuadamente. Si es dable obser-
var y determinar las estructuras lingüísticas, es porque «funcionan»,
cumpliendo el fin para el que han sido instituidas; es decir, para per-
mitir la comunicación entre los humanos de una misma comunidad.
Así, tanto vale hablar· de olingüística estructural» como de «lingüística
funcional»; en todo caso lo es toda lingüística justificable científicamente.
Ocurre, sin embargo, que bajo la denominación de «lingüística es-
tructural» caben muy variadas interpretaciones de los hechos del len-
guaje. La variedad es aún mayor si nos limitamos a la consignación
superficial de la terminología que cada autor o cada escuela utiliza.
¿Qué queremos decir, por ejemplo, al emplear el término «morfología»?
Tradicionalmente se entiende estudio de las formas fónicas que ofrecen
las palabras de una lengua; para VENDRYES sería el estudio de los
morfemas o elementos gramaticales cuya función indica la relación entre
las ideas expresadas por los semantemas; para SWEET o }ESPERSEN
estudiaría las variaciones de forma fónica de las categorías con función
gramatical determinada; para MARTINET sería el estudio de las va-
riantes de los significantes de los monemas; para los bloomfieldianos,
en fin, estudiaría los monemas tanto gramaticales como lexicales, en
cuanto elementos constitutivos de las palabras. Y lo mismo podríamos
hacer constar ante el término «morfema»: para unos es todo signo lin-
güístico mínimo (sea léxico o gramatical); para otros, sólo el signo
mínimo gramatical; para éstos, el significante del signo gramatical;
para aquéllos, en fin, el significado o contenido de los sigrws grama-
ticales.
No voy a hacer una exposición completa ni rigurosa de las carac-
terísticas y diferencias de estas metodologías entre sí y con respecto
a otras escuelas lingüísticas, más o menos afines. Tal asunto ya habrá
sido tratado en otra sesión de este cursillo. Prefiero, con criterio ecléc-
tico, por adhesión o por rechazo, tomar de unas y otras posiciones
metodológicas aquello que me convenga para esbozar lo que yo entiendo
y pretendo practicar como método estructural y funcional. Se dirá que

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el eclecticismo, que tiende a ser conciliador de diversos y aún de opues-


tos, no es buena actitud científica. Pero soy apenas dogmático, y creo
que así, sin rigidez, se puede aprehender mejor lo que es el lenguaje,
lo que es su estructura, que-no lo discutirá nadie-es una estructura
nunca rígida, siempre fluctuante y, si se me permite, ecléctica. Eclec-
ticismo, sin embargo, no significa inconsecuencia. Y, por otra parte,
la historia de nuestra ciencia ha consistido en un entreverado juego de
posiciones radicales y de conciliaciones. Consecuentes, pues, y ecléc-
ticos, vayamos al grano: al grano saussuriano, germinado en sus varie-
dades praguenses, funcionalistas y glosemáticas.
La lengua, cada lengua, es un instrumento de comunicación. Esto
implica tener en cuenta, al estudiarla, tres elementos: el instrumento
en sí, las personas que lo utilizan y aquéllas a quienes va dirigido; en
otras palabras, el usuario y el destinatario.
Veamos ante todo en qué consiste el instrumento. Desde SAUSSURE,
se admite sin discusión que la lengua es un sistema de signos que per-
mite la comunicación entre emisor y oyente. Las manifestaciones con-
cretas de la lengua son los mensajes intercambiados entre ambos. Para
poder ser entendidos los mensajes presuponen un conocimiento común
de la lengua por parte de los interlocutores. Por tanto, ese sistema
de signos es una especie de código común, según el cual hablante y
oyente construyen e interpretan los mensajes intercambiados. Hay,
pues, que distinguir desde el principio dos aspectos fundamentales: el
mensaje o decurso, manifestación concreta de una comunicación, y el
código, cifra o sistema según el cual están construidos los mensajes o
decursos. El hablante o emisor «cifra» su mensaje con los elementos y
las reglas del código que conoce y emite así un decurso que el oyente
o receptor «descifra» conforme al mismo código, consiguiendo aprehen-
derlo y enterarse de la comunicación.
Sistema y decurso, código y mensaje, equivalen así en cierto modo
a los dos aspectos del lenguaje discernidos por SAUSSURE (langue et
parole: lengua y habla), aunque cabría hacer matizaciones y distingos
que no son del caso en este momento. Un decurso, un mensaje, una
manifestación lingüística concreta consiste, pues, en un conjunto de
signos de un cierto sistema puestos en relación según las propias reglas
de ese sistema, y que conllevan una comunicación.
Para llegar a conocer el código o sistema tenemos que partir del
examen de las manifestaciones concretas o decursos. Es lo que hace
el niño al aprender su lengua materna: del análisis inconsciente y de la
comparación de los diversos mensajes que oye a su alrededor, va extra-
yendo poco a poco los elementos y las reglas que constituyen el sistema

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y que le permitirán comunicarse con las personas de su entorno. El


lingüista no hace otra cosa, aunque de modo consciente y consecuente.
La comparación de unos mensajes con otros permite observar que están
constituidos por elementos comunes y elementos diferentes; es decir,
que cada mensaje no es una comunicación global sino compleja, for-
mada por unidades menores que pueden aparecer en combinación con
otras en otros decursos. Procediendo a este análisis hasta su conclusión,
llegaremos a establecer una serie de clases o conjuntos de elementos
caracterizados cada uno por determinados rasgos funcionales en el
decurso. Cada uno de estos conjuntos será un paradigma, un inven-
tario de elementos de idéntica función. El total de los paradigmas
constituye el sistema de la lengua.
Los decursos se manifiestan en la realidad concreta como secuencias
de sonidos producidos por los órganos fonadores del hablante y captados
por el oído del oyente. Son combinaciones de elementos sucesivos,
transcurren en el tiempo y presentan un orden determinado. Ahora bien,
estos elementos de naturaleza física conllevan una significación, que ha
querido comunicar el hablante y ha de captar el oyente. El mensaje,
el decurso es un signo en sí: tiene una cara física, perceptible, el «sig-
nificante• o «expresión», y una cara no perceptible, pero interpretable,
que es la significación, lo que queremos comunicar, el «significado» de
SAUSSURE o «contenido». El signo es la asociación de un significante
y un significado. Hemos de contar con estos dos planos de la lengua:
el plano de la expresión o del significante, y el plano del contenido
o del significado; ambos se presuponen. Pero su relación es arbitraria.
Quiere esto decir que el hecho de que una determinada secuencia de
elementos fónicos, un significante, como /kása/, signifique, evoque un
determinado significado o contenido «Una clase de edificios», no está
impuesto ni por la naturaleza de estas realidades ni por la de los soni-
dos en cuestión, sino sólo por el convenio implícito y tradicional de una
comunidad humana. (Así, en otras lenguas las mismas realidades se
evocan mediante otros significantes.)
Si los signos de la lengua fuesen globales, si cada realidad o viven-
cia que quisiéramos transmitir estuviese asociada con un significante
diferente y en bloque, el número de éstos necesario para entendernos
sería infinito e imposible de retener por la memoria humana. Imagínese
una lengua en que cada una de nuestras infinitas vivencias, cada una
de nuestras experiencias, cada una de las realidades que nos rodean,
tuviese como significante manifestaciones fónicas unitarias, algo así
como las interjecciones. ¿Cuántas serían necesarias para entendernos?
Las lenguas están constituidas de otro modo más económico; están

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articuladas. Es mérito de A. MARTINET el haber puesto de relieve este


aspecto fundamental de la lengua. El hablante analiza en elementos
menores las realidades o vivencias que quiere comunicar, porque com-
parando unas y otras ve que hay elementos comunes y otros diferentes.
Así, en lugar de utilizar signos globales (uno para cada experiencia)
constituye combinaciones de signos que hacen referencia no a expe-
riencias completas, sino a elementos parciales de esas experiencias.
Cada decurso en lugar de ser un signo global-como las interjecciones-
es una secuencia articulada de signos que aluden a elementos menores
de la experiencia. Se trata de secuencias de signos menores, cada uno
con su expresión y su contenido, y que juntos evocan la experiencia
compleja que se quiere comunicar. Ahora bien, si el significante o ex-
presión de estos signos se manifestase por una señal fónica unitaria,
también el número de éstas sería enorme y de dificultoso manejo. Por
ello resulta que los significantes están también articulados: en lugar
de ser señales fónicas en bloque, son combinaciones de elementos me-
nores sucesivos, y así con un número pequeño de tales elementos combi-
nados en orden y cantidad variables se pueden constituir infinitos
significantes. La lengua, pues, presenta una doble articulación; La
primera permite la segmentación de un decurso en signos sucesivos,
unidades de dos caras (con su significante y su significado), y la se-
gunda permite la segmentación de los significantes en unidades suce-
sivas de manifestación fónica, de una sola cara, que de por sí carecen
de significación y sólo sirven para distinguir unos significantes de otros.
Así tenemos los dos tipos de elementos que constituyen la lengua: los
signos (que conllevan un contenido), y las unidades distintivas o fone-
mas (que carecen de significación, pero permiten la distinción entre
unos y otros contenidos).
De lo dicho resulta que en un mensaje o decurso dado se encuentran:
a) una secuencia de signos en determinada relación entre sí, cada uno
con su significante y su significado; b) una secuencia de unidades dis-
tintivas o fonemas que carecen de significación; y e) una significación
global, dada por el conjunto de los significados presentes y de las rela-
ciones establecidas entre ellos.
Las relaciones entre los signos dentro del decurso permiten. su clasi-
ficación y la constitución de subsistemas o paradignas del sistema de
la lengua. Se establecen clases funcionales de esas unidades significati-
vas según sus relaciones sintagmáticas. Dentro de cada una de estas
clases funcionales, o paradigmas así determinados, se buscan las rela-
ciones de oposición o inclusión, etc., las relaciones paradigmáticas entre
esas unidades. Así, por ejemplo, al analizar los decursos hemos podido

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establecer una clase funcional de signos que llamamos demostrativos


/este, ese, aquel, esta, esa ... / y que mantienen las mismas relaciones
sintagmáticas; constituido ese inventario, cuyo contenido común es la
indicación, en nuestra realidad visual o mental, de la situación de los
objetos, buscamos las relaciones paradigmáticas entre esas unidades:
simplificando, /este/ tiene como contenido la conexión con el hablante,
/ese/ la conexión con el oyente, /aquel/ la inconexión con hablante y
oyente. El conjunto de todos estos paradigmas constituye el sistema
de unidades significativas de la lengua, un fichero organizado de pie-
zas del cual el hablante extrae por selección aquellas que necesita para
construir su mensaje. La misma clasificación se hará con las unidades
distintivas o fonemas; se obtendrán varios tipos funcionales y se verán
las relaciones paradigmáticas existentes entre ellos.
Hay una diferencia esencial entre los signos y los fonemas. Ambos,
eso sí, forman dos sistemas a disposición del hablante. Pero los pri-
meros, insistimos, son unidades de dos caras, presentan una expresión
y conllevan un contenido; los segundos, en cambio, sólo tienen expre-
sión, y su función es sólo distintiva. Esto implica que al estudiar los
signos hay que tener presente su doble aspecto: es el significante el
que permite que distingamos dos signos asociando a cada uno un con-
tenido diferente; por ejemplo, /pero/ no significa lo mismo que /pera/;
ahora bien, cuando pretendemos analizar los valores de los signos,
una vez que sabemos que son distintos, debemos limitarnos al plano
del contenido y ver las relaciones entre los dos significados, indepen-
dientemente de las de tipo fonético que existan entre sus expresiones.
Volviendo al ejemplo de los demostrativos: lo que permite la distin-
ción entre /este/ y /ese/ es la presencia frente a la ausencia del fonema /t/;
son signos distintos porque su significante es diferente; pero la dife-
rencia de significación entre uno y otros es puramente de contenido,
y es en este plano donde debemos operar solamente.
Dentro de los signos suelen separarse dos tipos: unos forman con-
juntos que podemos llamar abiertos, porque el número de sus com-
ponentes es ampliable; otros forman conjuntos cerrados, porque el
hablante no puede crear otros nuevos. Son los signos llamados respec-
tivamente léxicos y gramaticales o morfológicos. Por ejemplo, en el
paradigma de los llamados «sustantivos» es posible incluir nuevos sig-
nos para designar nuevas realidades (y, en efecto, vemos todos los
días cómo el vocabulario se enriquece con nuevas denominaciones).
Pero en el paradigma gramatical del «número» no puede el hablante
introducir por las buenas una nueva categoría: en español hay «sin-
gulan y «plural», y no caben más signos de este tipo. El contenido

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de los signos léxicos es lo que llamamos «lexemas&; el contenido de


los signos morfológicos o gramaticales es lo que llamamos «morfemas».
Debe evitarse aplicar estos términos a los significantes respectivos:
no debe decirse, por ejemplo, que /s/ es el morfema de plural en espa-
ñol; lo correcto será decir que el morfema (o contenido) de plural en
español se expresa fonéticamente con el formante /s/.
De los fonemas hemos dicho que carecen de significado y que su
función consiste en permitir la distinción entre los significantes de
que forman parte. Para establecer tales distinciones, los fonemas tie-
nen que ser diferentes entre sí. Puesto que se manifiestan físicamente
como sonidos, sus diferencias han de ser fónicas y podemos estudiar-
las ya desde el punto de vista articulatorio-fisiológico, ya desde el
acústico-físico. El sonido con que se manifiesta un fonema está com-
puesto de varios rasgos articulatorios o físicos. Dos fonemas que cum-
plan la función distintiva deben diferenciarse al menos por un rasgo
fónico. Ahora bien, resulta que a un mismo fonema pueden correspon-
derse en la realización hablada sonidos física y articulatoriamente
diferentes: si analizamos fonéticamente dos secuencias como /dáme
bino/ y /pón bino/, vemos que el último elemento de ambas, /bino/,
presenta en el primer caso un sonido fricativo [bino] y en el segundo
un sonido oclusivo [bino]; no obstante la diferencia acústica y articu-
latoria entre [b] y [t], ambos sonidos no cumplen ninguna función
distintiva; en ambos casos entendemos lo mismo, el contenido «vino»,
y la diferencia fónica es meramente consecuencia del contexto. Ahí
sólo hay un fonema /b/ para el cual esa diferencia fónica entre oclu-
siva y fricativa no es distintiva. Los fonemas, pues, son entidades
constituidas por combinaciones simultáneas de rasgos fónicos, unos
pertinentes, otros puramente mecánicos.
Esto nos lleva a la distinción postulada por HJELMSLEV entre forma
y sustancia. En el plano de la expresión, la distinción es obvia: la
sustancia fónica, lo que en realidad articulamos, está conformada por
una forma determinada en cada lengua; una misma sustancia fónica,
un sonido, puede tener valor distintivo, ser formé'., en una lengua y
en otra no. Por ejemplo, en castellano lo normal es realizar el último
fonema de /kafé/ como sonido relativamente cerrado; pero si algún
hablante, como un gallego, articula la sustancia [G] abierta, diciendo
¡kaft!, no se modifica la forma, el fonema es. el mismo /e/ y entende-
mos el mismo contenido. En cambio, estas dos sustancias, [e] cerrada
y [~] abierta, equivalentes en castellano como variedades de una sola
forma /e/, en otras lenguas configuran dos formas, dos fonemas dife-

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rentes, pues el cambio de una por otra altera el significado: en catalán,


una cosa es. /déu/ «diez» y otra /déu/ <1Diost.
En el plano del contenido existe también una forma y una sus-
tancia. En efecto, esta sustancia es la realidad o lo que así interpre-
tamos, y las experiencias ·que yivimos. La forma del contenido es la
organización que cada lengua da a .ese continuum. Utilizando un ejem-
plo señalado por CosERIU, en la realidad de las comunidades humanas
existen parientes que llamamos tíos y tías, hermanos del padre o de
la madre. Esta sustancia de contenido queda cubierta en español con
dos solas designaciones, dos formas /tío/ y /tía/; en cambio, el latín
conformaba esa sustancia diferentemente, pues distinguía otro rasgo
más de contenido (si la relación era por el padre o por la madre) y
presentaba cuatro formas: /patruus/ y /auunculus/ correspondientes a
«hermano del padre• y <chermano de la madre•, y /amita/ y /matertera/
correspondientes a <chermana del padre• y «hermana de la madre». La
no coincidencia de la forma y la sustancia del contenido en cada len-
gua puede ejemplificarse larga;mente. Los llamados demostrativos, en
lenguas como el castellano o el latín, distinguen tres formas diferen-
ciadas /esta, ese, aquel/, /hic, iste, ille/; en otras sólo dos, como el
italiano o el alemán /questo, quello/ y /dieser, jener/, y en otras sólo
una, como el francés moderno /ce/.
En suma, al analizar una lengua, se ha de partir de su manifesta-
ción concreta, la sustancia fónica. Se ha de discernir en ella la forma
de expresión, que nos llevará a establecer un inventario de unidades
distintivas, según el criterio de la pertinencia y mediante la prueba
de la conmutación. De igual modo, se establecerá el inventario de las
unidades significativas, los signos, de uno u otro tipo, que se agru-
parán según su capacidad funcional. Al estudiarlos no hemos de limi-
tarnos a considerar su significante, tarea de la morfología, sino exa-
minar su cara interna, el significado, el valor que tienen en el proceso
de la comunicación. Su valor no se confunde con su referencia semántica.
La semántica estudiaría las sustancias de contenido, y como éstas son el
conjunto infinito de los conocimientos del hombre, no pueden constituir
el objeto de una sola ciencia. Pero si nos limitamos a la forma del conte-
nido, al valor de los significados de los signos, sí podemos constituir una
sección de la lingüística. Ultimamente propone MARTINET para ella el
término de Axiología. En definitiva, se ocupará del dominio aproximado
de lo que se ha llamado gramática y lexicología. Tratará de los valores
del contenido de los signos que hemos llamado léxicos y gramaticales;
es decir, de los lexemas y de los morfemas. Así, en el análisis y ex-
posición de una. lengua encontraríamos cuatro apartados esenciales:

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(relaciones en decurso) (relaciones en sistema)


(signos) Sintagmática Paradigmática
(unidades distint.) Fonotáctica Fonemática

El análisis de las unidades de la segunda articulación presenta


pocas dificultades y por ello los resultados de los estudios fonológicos
están mucho más avanzados que los de las unidades significativas.
En el examen de éstas, de los signos, lo primero es establecer una uni-
dad compleja que nos sirva de marco para la determinación de los
comportamientos o funciones de los componentes menores. Esta uni-
dad es la oración. La definiríamos como toda secuencia de signos unifi-
cada por una curva de entonación y susceptible de aparecer aislada
como manifestación lingüística concreta.
Las oraciones inventariadas en nuestro análisis pueden clasificarse
según sus diferencias en cuanto a su contorno oracional. Cotejando
éstas dos oraciones
(1) Ha llegado el tren. (2) ¿Ha llegado el tren?
se observa que las secuencias de signos y unidades distintivas de ambas
son idénticas. Sin embargo, el oyente percibe entre ellas una diferencia
fónica que interpreta como diferencia de contenido. (1) acaba con
descenso del tono, con cadencia. (2) termina con una elevación tonal
o anticadencia. Hay oposición entre las dos. El contorno de (1) cons-
tituye un significante cuyo contenido agrega al significante de la secuen-
cia de signos la nota de «afirmación», mientras el contorno de (2) añade
el contenido de «pregunta». Así, las curvas de entonación son expre-
sión de signos especiales, no articulados, no disociables en elementos
menores significativos, cuyos contenidos pueden llamarse modos ora-
cionales. Entonces en toda oración hay esta estructura:
contorno oracional
signo oracional
modo oracional
secuencia de unidades distintivas
secuencia de signos
secuencia de significados articulares
Los ejemplos citados equivalen en su contenido a (1): «Ha llegado
el tren»+ «afirmacióm, y (2) «Ha llegado el tren»+ «pregunta».
Apartados los modos oracionales, lo que queda en la oración presenta
una misma organización. Por ello, salvo casos especiales, la distinción
tradicional entre oraciones enunciativas, interrogativas, exclamativas,
volitivas, etc., no tiene ninguna relación con la manera como se articu•
lan los signos dentro de la oración.

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El· mismo contorno oracional configura como oraciones estas tres


secuencias de extensión distinta: (1) Entraba por la ventana un aire
fresco. (2) Entraba por la ventana. (3) Entraba. En esta última oración
ya no es posible conmutar por cero ningún componente sin que la
oración desaparezca como tal. En Entraba no se puede eliminar nin-
gún elemento sin destruir la oración. Podría, pues, pensarse que ahí
tenemos un signo simple. Pero Entraba es analizable en elementos
significativos menores. La conmutación demuestra que es descom-
ponible en dos signos sucesivos, de significante /entr/ y /aba/. Al pri-
mero pueden añadirse otros significantes como fo, an, ad/, etc. (que
conocemos por otras secuencias como canto, cantan, cantad, o remo,
reman, remad), y al revés a /aba/ pueden anteponerse los elementos
/kant/ o /rem/, resultando así las secuencias entro, entran, entrad, can-
taba, remaba, que en el contenido también presentan algún elemento
común con entraba. En estos signos cuya expresión es /entr/ o /aba/
ya no es posible proseguir el análisis en elementos menores significa-
tivos sucesivos. Son signos mínimos.
Aunque los signos cuyas expresiones son entraba, entro, cantan,
remad, etc., son signos complejos, se trata de los signos menores capa-
ces de funcionar aisladamente como oraciones; es decir, de estar con-
figurados por un contorno oracional. Son, pues, autónomos. A pri-
mera vista coinciden con lo que tradicionalmente se llama «palabra&.
Pero hay palabras que no gozan de esta autonomía. En determina-
das circunstancias cabe que un contorno oracional configure en ora-
ción expresiones como: jabón, fresca, mañana, aquél, hoy, no. Pero son
inconcebibles situaciones donde la manifestación lingüística se reduce
a. signos como desde, su, os, en, aunque, la, ti. Estos signos, incapaces
de función autónoma, son signos dependientes, que presuponen la
existencia de otro u otros (desde aquí, su casa, etc.). La combinación
de signos mínimos que pueda funcionar autónomamente constituye
un sintagma. Son sintagmas: entraba, fresca, colores, de ti, el libro, etc. Si
varios sintagmas se agrupan funcionando unitariamente en la ora-
ción se tendrá un grupo sintagmático: agua fresca, preguntó por ti, etc.
¿Qué estructura interna caracteriza a la oración? Es decir, ¿qué
funciones desempeñan los sintagmas sucesivos que la constituyen?
Este ha sido el cometido que desde siempre se ha propuesto la sintaxis.
Podemos decir que es el objeto de la sintagmática. Esta nos descu-
brirá funciones en la oración y clases de sintagmas o signos caracte-
rizados por unas mismas funciones. Estas clases, como dijimos, cons-
tituirán paradigmas, partes del sistema de la lengua. En este come-
tido hemos de huir de identificar la funciones gramáticas y las relacio-

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nes que los elementos de la oración contraen entre sí, con las conexio-
nes que en la realidad pueden unir a los objetos designados por aque-
llos elementos. En toda oración hay un núcleo a que puede reducirse
(cf. el ejemplo anterior: entraba). Los demás elementos-signos, sin-
tagmas, grupos sintagmáticos-que aparezcan no son más que ele-
mentos adyacentes, con mayor o menor cohesión, de ese núcleo. Este
es un signo complejo, un sintagma, en que determinados fonemas
delimitan un lexema. En eso consiste la relación constitutiva de la
oración: la relación predicativa entre un lexema y unos morfemas de
«persona y número». Los sintagmas capaces de esta función son verbos.
Todo lo demás que puede aparecer en la oración son especificacio-
nes o determinaciones para aclarar lo que no da de por sí la situación
o el contexto. He aquí un esquema de las posibilidades:
l. Especificación de la «persona» y «número». Ocurre cuando
aparece lo que llamamos un sujeto léxico. Gramaticalmente es perfecta
redundancia, pues los morfemas que conlleve son repercusión de los
del núcleo: entraba el aire, entrabais vosotros, etc. De por sí no indica
referencia a actores u objetos pacientes de la realidad: César venció,
César fue vencido.
2. Delimitación de la zona de sustancia a que hace referencia el
lexema del núcleo. Se produce al agregar sintagmas o grupos que lla-
mamos implementos. Son del mismo tipo de los que pueden funcio-
nar como sujetos léxicos: escribió la carta su padre, escribieron la ca1ta
sus padres. Se observa que los morfemas del núcleo no repercuten
en el implemento. Cuando el lexema del implemento es redundante,
por consabido del interlocutor, queda, aunque se elimine, constancia
de su función en un referente «pronominal& que incrementa al núcleo:
la escribió, la escribieron. En esos ejemplos la referencia a la realidad
efectuada por 19s sintagmas incursos no es susceptible de diferentes
interpretaciones en cuanto a la relación entre los objetos carta y padre.
Otras veces podría ser ambigua, por existir doble sentido de tal rela-
ción: el lobo acosó al cazador. Entonces un signo especial, un índice
funcional, permite expresar sin equívico la diferente realidad: el lobo
acosó al cazador, el cazador acosó al lobo.
3. Otras delimitaciones de primero o segundo grado de la sus-
tancia del lexema nuclear se consiguen con este procedimiento del
índice funcional. Así, los que llamamos suplementos: hablaban de pin-
tura, entiende de mecánica, cree en la ciencia. Eludidos por redundantes,
dejan constancia de su función con ciertos referentes: hablaban de eso,
etcétera. También los que llamamos complementos: regaló un cuento
al niño, le regaló un cuento. Los sintagmas que incurren en estas tres

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funciones son los que podemos llamar «sustantivos11. Pero, por tras-
posición funcional, con determinados procedimientos que ahora no
podemos puntualizar, otros tipos de sintagmas o grupos pueden cum-
plir las mismas funciones.
4. A veces el núcleo verbal se escinde en dos sintagmas: los mor-
femas nucleares se adosan a un lexema de vago o amplio valor semán-
tico y entonces aparece el verdadero centro léxico en un sintagma
independiente: el hombre es mortal. Los sintagmas típicos en esta fun-
ción son los «adjetivos», pero la trasposición permite la aparición de
otros: el muro es de adobe.
5. Una última función es la que llamamos de aditamento. Hay
algunos pocos sintagmas que llevan anejo este valor .funcional, pero
otros muchos sintagmas o grupos mediante índices funcionales y otros
recursos pueden ser traspuestos a tal función. Es una función que diría-
mos marginal y que por eso tradicionalmente se englobaba en la
«circunstancia».
No hay tiempo para ocuparnos, ni siquiera brevemente, de la exis-
tencia de referentes funcionales («pronombre», por ejemplo), de índi-
ces funcionales («preposiciones»), traspositores, etc.
Estudiada la estructura de la oración, se deben examinar las estruc-
turas internas de los grupos sintagmáticos y las relaciones o funciones
que en ellos contraen sus componentes. Con todo ello llegaríamos al
establecimiento de los paradigmas de los diferentes tipos de unidades
de contenido, unas léxicas, otras morfemáticas o gramaticales. El
estudio de las relaciones paradigmáticas de los lexemas se presenta
bastante complejo, puesto que por constituir signos de inventario
abiertos, es prácticamente imposible ordenarlos en estructuras siste...
máticas claras, salvo para algunas zonas semánticas bien diferenciadas
y homogéneas. Así, puede observarse una organización precisa en
campos como los términos de parentesco, los de la valoración intelec-
tual o estética, los colores, etc. Pero casi siempre quedan por ver las
relaciones, oposiciones e interferencias que tienen con otros campos
semánticos. En cambio, el estudio de los valores de contenido de los
signos de inventarios cerrados, esto es, los de función gramatical, es
mucho más sencillo y se puede llegar a formular sistemas bien traba-
dos por rasgos semánticos precisos: la estructura del conjunto de mor-
femas verbales, de los números, de los géneros, de los demostrati-
vos, etc.
La consideración de la lengua como una estructura que funciona
ha permitido además que este enfoque metodológico haya sobrepasado
y engranado los dos términos de la famosa antinomia sincronía-día-

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LINGÜISTICA ESTRUCTURAL Y FUNCIONAL

cronía formulada por SAUSSURE. En efecto, la evolución de la lengua


sólo se explica teniendo en cuenta que su sistema está siempre en equi-
librio inestable, que se ajusta y se reajusta conforme a las necesidades
expresivas de sus usuarios. Sólo la lingüística funcional puede acome-
ter el estudio diacrónico sin perder de vista que lo que cambia es un
sistema regulable según las exigencias históricas de la sociedad en
que rige. La lengua no es sólo una entelequia abstracta, ni sólo un
conjunto de elementos aislados que se modifican ciegamente. Por ello,
si tiene algunos méritos, por lo menos la lingüística funcional ha logrado
poner de manifiesto que los motivos estructurales de la evolución y
los motivos históricos son inseparables. No hay explicación estructural
de un cambio en un abstracto limbo teórico, porque todo cambio es
histórico y lo han llevado a cabo hombres incursos en la historia. No
hay explicación histórica sin que intervengan motivos estructurales y
funcionales, porque la lengua que cambia es un sistema que funciona.
Creo que la lingüística funcional, teniendo como fin la explicación
de la forma lingüística en sus dos planos, expresivo y de contenido,
ha bajado a la calle, ha asentado los pies en la realidad, dándose cuenta
de que la forma sólo se manifiesta con la sustancia, y que el sistema
no es un artilugio rígido, sino un instrumento dúctil y maleable: una
creación, una reelaboración constante por parte de la comunidad
humana que lo utiliza para que cumpla su cometido esencial de comu-
nicación.

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