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A los maestros.

Cuando éramos niños hubo algún maestro a nuestro lado; se nos repetía a diario
que los maestros eran quienes ayudaban a construir nuestro futuro, que eran ellos
quienes anidaban en nuestros corazones los más bondadosos ideales y ayudaban
a aflorar los más tiernos sentimientos. Cuando éramos niños se nos decía y ahora
se nos recalca.
Y es que el maestro no es quien dicta por dictar, sino quien paciente escucha e
impaciente talla, talla porque forma y escucha porque ama.
El maestro no solo ama su profesión, ama también sus estudiantes a quienes
acompaña e ilumina con su saber; el maestro es bueno por antonomasia porque
brilla cuando la luz se torna oscura en nosotros y la luz es bien.
A semejanza del gran Maestro, Jesús de Nazaret, el educador desgasta el tiempo
que puede invertir en sí mismo para dedicarse a hijos ajenos y prestados que
enfila a lo más alto como si fuesen suyos… Y no se cansa, no se cansa de
aprender de ellos, porque como enseña aprende y lo que enseña fue aprendido.
Hoy queremos agradecerles por el empeño donado a nuestra formación, por la
paciencia a nuestra indiferencia en clase o quizá la mala actitud; también
agradecemos las risas compartidas, los buenos chistes, las clases que nos
asombran y que nunca olvidaremos; agradecemos su donación como personas,
como modelos del Maestro.
Laicos comprometidos con la Iglesia y con el Evangelio, sacerdotes afables y
entregados, personas con una verdadera solidez y madurez humana, son un
patente ejemplo de maestros, de hombres y mujeres que han encontrado su
vocación particular en la enseñanza de la Palabra divina y la rica y abundante
sabiduría humana, ciencia del hombre bendecida por Dios.
Gracias por todo, no hay mejor manera de agradecer que elevar una oración por
ustedes, una oración de gratitud por su misión cumplida con nosotros y así poder
decir con el poeta de ojos claros:
“Vida sabia que me enseñas
lo profundo del saber,
sos maestra y sos hermana,
sos dulzura y sos placer;
al maestro gracias dadas
por la paciencia donada
y a la mirada cruzada
con afecto y sin desdén,
vida tierna que me enseña
sos maestra y tú también.

Por Iván, el terrible poeta.

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