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Señalaba contundentemente Josep M.

Asensio en su libro El desarrollo del tacto


pedagógico (o la otra formación del educador) (2010) que el contexto actual de
la educación en el medio social es un contexto ominosamente despersonalizado
en el que las relaciones de conocimiento entre el educador y el estudiante están
siendo abocadas de manera dramática a una indiferencia abismal entre los
actores del mundo académico en todos sus ámbitos: «El medio social, antes más
familiar y reconocible, se ha transformado en algo anónimo y despersonalizado»1
Precisamente, uno de los retos cruciales dentro de un proyecto ideal de
educación en la etapa del postconflicto es el problema de la despersonalización,
problema, a nuestro juicio, de gran importancia, puesto que el sentido mismo de
reevaluar un modelo de educación en miras de un escenario inmediato de
posconflicto, es el de asegurarnos que desde espacios como este el objetivo de
reconciliación de una sociedad engullida otrora por la intriga y las depredaciones
de la guerra, el odio y la indiferencia, se torne favorable. Esto, por supuesto, no
podrá alcanzarse solo con una profunda convicción ideal de deber ser social,
sino que es el Estado quien deberá suministrar un envión a esta perspectiva en
la manera de formalización política, es decir: gracias a catálogos de políticas
públicas.
Como bien hemos visto, las políticas públicas se inspiran en reivindicaciones de
carácter social necesarias; son el producto de contiendas ideológicas que
delimitan un sentido por el que transitará el conjunto de políticas
transformadoras. En el posconflicto no será de otra manera: el Estado debe
asumir un papel humanizado, invocando una filosofía de la reconciliación, en el
que la academia en todos sus estadios representará esta filosofía.
Creemos que la educación es importante para el espíritu universal de los pueblos
a la manera de Hegel. En el posconflicto será de suma importancia el papel de
una educación ascendente, esto es, una educación enfocada en enriquecer a los
individuos invocando principios universales. Decía Hegel sobre los hombres
educados que «educado es aquel que sabe imprimir a su conducta el sello de la
universalidad, es el que ha abolido su particularismo, el que obra según
principios universales»2 Esto, inmediatamente, nos conduce al papel de un
modelo educativo: la educación debe estar guiada por principios universales;
creemos que estos principios universales, situándonos en la circunstancia del
posconflicto, deben ser principios humanistas, en el sentido de que sean
principios que permitan la participación en la creación de una sociedad menos
mezquina. El papel de la educación, siguiendo el influjo idealista de Hegel, es el
de permitirnos acercarnos a nuestras ambiciones, en este caso de paz.
Pero seremos más concretos: enunciaremos los principios que a nuestro juicio
deberán sostener una preponderancia mayor. Creemos que, la sociedad
colombiana en el posconflicto, si todo sale bien, será historia, —hará parte de

1
ASENSIO, Josep. El desarrollo del tacto pedagógico (o la formación del educador). Editorial
GRAÓ, de IRIF, S. L. 2010. Pág. 83.
2
HEGEL, G. W.. La idea de la historia y su realización. Pág. 70
nuestras etapas como sociedad civil colombiana—, tiene ante este reto que
aprender de su historia misma; pero aprender no significa que deba llevar una
maquinación enciclopedista o algo por el estilo al ámbito académico: deberá
aprender enseñando, y la academia está para eso; la educación necesariamente
deberá estar guiada por el afán reparador de paz y reconciliación, y esto se logra
gracias al estudio de derechos humanos. La verdad, el derecho a la memoria,
serán herramientas que nos permitirán desmantelar el odio, o apaciguar la
ruindad en la sociedad para que dejemos de estarnos matando porque sí y
porque no. Así creemos que tiene que ser la educación en el posconflicto: tiene
que ser política y comprometida con los vericuetos de su propia época, universal
y móvil.

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