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Reseña libro Derecho y familia en Colombia: historias de raza, género y

propiedad.

Brayan David Rodríguez M.

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Pequeña reseña biográfica de la autora:

Isabel Cristina es una abogada egresada de la universidad de Los Andes,


además de ser doctora y maestra de la universidad de Harvard. Como
investigadora maneja ciertas líneas de investigación propias: se especializa en
líneas de investigación tales como Derecho de familia en acción, derechos
sexuales y reproductivos en derecho comparado, teoría de los efectos de la
reforma legal, entre otras. Cuenta con una decena de libros publicados en los
últimos veinte años; títulos como Mujeres, cortes y medios: La reforma judicial
del aborto y este, que será reseñado de Derecho y Familia en Colombia:
Historias de raza, género y propiedad (1540-1980) hacen parte del acervo de sus
publicaciones más notables. En el último año fue ternada por el presidente de la
república para ser magistrada en la Corte constitucional. Actualmente se
desempeña como docente de la universidad de Los Andes de Colombia en la
facultad de Derecho.

Resumen:

Cuando el artículo 5º de la constitución reconoce que la familia es la institución


básica de la sociedad, de la sociedad colombiana, claro está, ¿qué establece
verdaderamente? ¿y por qué la familia es la institución básica de la sociedad, de
la sociedad colombiana, claro está? ¿por qué no, un dios de alguna cosmogonía
arcaica, por qué no una corporación, o una fundación o una iglesia? ¿Este
reconocimiento es vano? Pues bien, que de todas estas preguntas embarazosas
solo puede salir algo perogrullesco, y que bien puede ser esto: la familia es muy
importante —o al menos eso dice el artículo de la constitución—, para la
sociedad, para la sociedad colombiana, claro está. Pero… ¿qué tan importante
es? Y aún más, ¿qué tan importante ha sido?... El libro de Isabel es una
respuesta; sobre todo cuando estamos tan acostumbrados a pensar ya casi
naturalmente, que la familia es anterior a la sociedad, al ordenamiento jurídico,
a cualquier otra institución, y si se pudiera decir, anterior a todo.

Pues vaya que la familia ha sido un elemento central en la historia de Colombia;


desde los mismos tiempos sepias de la colonia ha sido un elemento cardinal. Ha
tenido una importante influencia en segregar y en discriminar; en excluir y
marginalizar. En la historia de la familia, del derecho, de sus más variadas
manifestaciones, encontraremos como principal afectado al mestizo, al
desarraigado, al negro, al indio, al zambo, al pobre, al muy pobre, al hijo que
nunca fue hijo; casi que desde su génesis el derecho de familia, las leyes
regulatorias, llevaban en su seno el ancho poder de la exclusión y la
diferenciación. Pero vayamos por pasos: examinemos sumariamente cómo fue
su inicio, cuáles eran los contextos para que naciera ese caldo primigenio del
derecho de familia.

La idea estructural de la familia comienza en el muy peculiar contexto colonial. A


diferencia de lo que los relatos impuestos por los acólitos de la historia oficial
habían viralizado, relatos que tenían por objeto exaltar y envanecer la dizque
supuesta coherencia del derecho en general, el contexto colonial muestra
diversas peculiaridades: el derecho era múltiple, puesto que los actores en
conflicto con intereses de dominio eran múltiples. Antes que organizar y modular
el concepto de familia, el derecho empieza por organizar espacios de
diferenciación (Jaramillo, 2013). La principal preocupación de los colonos era la
de saber qué herramientas usar para establecer categorías. La dicotomía indio
no indio, como dice Isabela, configuró el primer aliciente para que el entramado
jurídico tuviera un papel preponderante. Así pues, dependiendo del derecho
usado, se establecían papeles: por ejemplo, en un principio, bastaba con saber
quién era esclavo para saber quién era indio, esto, cuando los españoles,
invocando las partidas de Alfonso el Sabio, aceptaban la esclavitud y las causas
que la generaban. Pero, paulatinamente, la diferenciación se va efectuando por
medios más humanos. De la esclavitud, pasamos a las encomiendas y de las
encomiendas a los pueblos de indios. Y aquí es en donde el papel del derecho
de familia impuesto pretendía más humanamente establecer esas diferencias.
Los indígenas ya no estaban más organizados en sistemas de esclavitud; tenían
cierta autonomía, pero dentro de esta autonomía tenían también diferentes
concepciones filiares, matrimoniales y reproductivos que, por un lado, el clero, y
por el otro, los colonos blancos, supieron manipular. Este nuevo escenario de
reclusión apareció un nuevo problema que era el de cómo regular los
matrimonios. El matrimonio se consideraba como un privilegio y tenía un sentido
eminentemente racial: el de prolongar la pureza de sangre de cada uno de los
bandos. Durante estos primeros años coloniales el derecho de familia concentra
el poder discriminador de las castas en su interior. Su objetivo era el de prolongar
sucesivamente las categorías. Pero esto era imposible; la mezcla racial era
inminente: de la pureza nacía lo impuro; la dicotomía entre indio no indio se
distorsionaba. Pero, al mismo tiempo, esta inminencia entre fundiciones de
sangres distintas, era propiciada por la misma legislación indiana con sus
excepcionalidades. Las contravenciones pecaminosas tan repudiadas por el
clero como la bigamia, la poligamia y el incesto, tenían un trato menos severo
dentro del contexto de indias; esto hacía que hasta los modelos familiares se
asignaran: la familia patriarcal pertenecía a cierto tipo de hombres blancos, la
familia sacramental a otra porción y la familia entendida por los indígenas, con
modificaciones, a estos últimos. (Jaramillo, 2013).

Con esto, el discurso biológico del mestizaje queda fuertemente cuestionado; el


fenómeno del mestizaje, orgullo nacional, también es un producto de un modelo
de exclusión y de repartición de roles; es la consecuencia de una aplicación
jurídica estructural.

Y así nace el desarraigo, el pobre no reconocido, el siervo sin tierra, el Pedro


Páramo; nace la historia nacional.

La dicotomía entre indio no indio se traducía en una nueva dicotomía antagónica:


la de hijos legítimos y no legítimos. El proyecto general de la iglesia y de los
colonos blanco durante todos los trescientos años de colonización, desde la
prohibición de las encomiendas, era el de utilizar mecanismos legales para
diferenciar. El casamiento, con todas sus solemnidades estaba asegurado para
una porción de hombres notables por su procedencia, por su sangre. El propósito
era el de establecer leyes que beneficiaran la sucesión de una casta, con
poderes patrimoniales, con una sucesión del poder. Y, por otro lado, también
estuvo el objetivo embozado de disminuir a como diera lugar el nacimiento de
indios en una relación conyugal estable. A los indígenas se les concedía unas
excepcionalidades que ponían de relieve sus matices culturales. Pero, con estas
excepcionalidades también nacían nuevos sujetos: ahora, por la inminencia del
contacto de sangre, aparecían nuevos individuos que no eran ni indios ni
españoles. Nacían los zambos. El derecho familiar impedía un reconocimiento
de estos; nacían sin padre, puesto que no tenían manera de impugnar una
paternidad evidente.

Durante el siglo XIX la cuestión matrimonial, familiar en general, no fue menor:


fue uno de los elementos esenciales enarbolados por los dos bandos políticos
nacientes, de donde pretendían establecer pilares para el modelo de patria que
cada quien pretendía consolidar.

La historia política bipartidista estudiada con la lente especial de las cuestiones


matrimoniales resulta aún más interesante. La conformación de la familia dentro
de este contexto se convierte en algo crucial por la importancia que tenía en cada
uno de los protagonistas de la contienda ideológica. La cuestión de si las
instituciones legadas por el colonialismo debían o no ser modificadas
radicalmente tomó un valor preponderante: entre estas instituciones se
encontraba la familia. Los radicales liberal, representados por Aquileo Parra, o
por José maría Samper, tenían diversas concepciones sobre las instituciones
que surgían de las cuestiones familiares: el divorcio y ciertos reconocimientos a
los derechos de los ilegítimos hacían parte de su ideario. Los debates también
giraban en torno a si el matrimonio debía ser civil, moderadamente civil o
sacramental. El objetivo de los radicales, en una especie de clarividencia
incompleta, era el de aumentar las tasas de matrimonio en los sectores más
marginados, y aunque en muchos aspectos intentaron llevar a cabo una
modernización de la institución familiar, no lo hicieron completamente libres de
los influjos de la tradición colonial. «(...) el proyecto radical era un intento de
modernización del derecho de familia, tanto por su énfasis en la familia nuclear
afectiva como por su posición de enfrentamiento con la tradición, pero también
en muchos sentidos era congruente con los proyectos que la corona española y
la iglesia católica habían desarrollado (…) terminaba siendo una reelaboración
de la tradición más que un cambio radical» (Jaramillo, 2013)

El proyecto de renovación de la institución familiar que pretendían realizar los


radicales liberales, no era tan radical; como sea, las renovaciones que quisieron
realizarse, se pierden cuando se consolida el modelo conservador en 1886.

Pero, luego de que la familia sacramental adoptada por la constitución de Núñez


se consolidara, gracias a la participación académica de ciertos hombres la
concepción empieza a cambiar; las recomendaciones académicas sobre la
familia influencian los cambios que sufriera la legislación colombiana durante los
primeros años del siglo XX.

Como sea, la familia, su concepto, la manera de adueñarse de ese concepto,


ha tenido una gran importancia; el libro nos sirve para aclarar ciertas dudas: la
familia no es un ente universal; fue una estructura naturalizada que provenía
directamente del derecho de la colonia. Cuando la constitución dice que la familia
es la institución fundamental de la sociedad, bien que mal, no se equivoca: es
por la regulación, por la conformación de esta, que la historia nacional comienza.
El libro, decíamos, es una respuesta: hemos visto, que el derecho familiar, las
transformaciones que logren hacerse dentro de este puede comportar
importantes consecuencias de carácter social, ahora, por ejemplo, en que
cuestiones sobre el papel de la mujer, y el papel del género se han posado en la
lupa de la controversia contemporánea. Abordar el derecho familiar desde una
postura crítica es una obligación si lo que se quiere es un cambio social.

Crítica de la reseña:

A manera de crítica podría hacerse unas cuantas observaciones constructivas:


en algunos pasajes del trabajo investigativo puede verse una excesiva
interpretación; en algunos momentos la autora abusa osadamente del hubiera
en el argumento del trabajo. Y es que perfectamente la iglesia, o la corona
española hubieran podido tener otra disposición sobre a la regulación del
matrimonio en la época colonial, siendo, claro está, más beneficioso para todos;
hubiera podido imponer el matrimonio de manera obligatoria, etc; pero Napoleón
hubiera podido evitar las estepas heladas de la Rusia decimonónica y
probablemente nunca hubiera sido derrotado. Pero, después de esto, la
insignificancia de esta crítica no ensombrece la grandeza del trabajo, y la
importancia que tendrá en futuros investigadores.

Bibliografía
Jaramillo, C. (2013). Derecho de familia en colombia: historias de raza, génetro y propiedad.
Bogotá D. C.: kimpres Ltda.

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