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Reseña: El político y el científico de Max Weber.

En el primer capítulo del texto El político y el científico denominado “la política como vocación”, Max Weber realiza una
sociología del poder a partir de la cual define cual es el político ideal. El autor inicia tratando el concepto de política, este
es un fenómeno que se puede observar tanto en los asuntos de Estado como en la vida cotidiana de los individuos, pues se
podría definir como cualquier actividad directiva autónoma. En la época moderna, esta actividad directiva es realizada
sobre una asociación política como el estado, la cual se puede definir como una relación de hombres sobre hombres y la
única entidad que posee el derecho al uso del poder coercitivo en un territorio determinado. Este derecho es el medio
especifico a través del cual ejerce su dominación. Considerando la existencia del Estado, Weber construye una nueva
concepción de política, y esta vez la define como la aspiración a participar en el poder, o de influir en la distribución del
poder entre los distintos estados o dentro del estado propio, estas aspiraciones están fundamentadas en la intención de los
individuos, después de todo, los sujetos hacen política para aspirar al poder como medio para la consecución de otros fines
(idealistas o Egoístas) o al poder por el poder, para gozar del sentimiento de prestigio que éste confiere.
Aunque, como ya se dijo, la violencia es el medio especifico y fundamental a partir de la cual el estado reafirma su poderío
sobre los individuos, para que los dominados acaten la autoridad de los que dominan se necesita uno o varios principios de
legitimidad que justifiquen el poder del estado; Weber presenta tres tipos ideales que pueden ser considerados las formas
esenciales a través de las cuales el estado establece su legitimidad: la autoridad tradicional, la autoridad legal y la autoridad
carismática. La primera es aquella que se fundamenta en la inmemorial validez de costumbres respecto a la acción política,
la segunda es aquella que se establece a partir del reconocimiento de la validez de preceptos, es decir, normas que orientan
la acción de los individuos, este tipo de dominación es la ejercida por el moderno servidor público, es decir, el burócrata.
La autoridad carismática es aquella que depende fundamentalmente de la gracia de un caudillo al cual los individuos realizan
una entrega puramente personal, y confían en su capacidad para la revelación o en su heroísmo. En ese sentido, este tipo de
autoridad se sustenta fundamentalmente en un sujeto y en sus cualidades. Este tipo de individuo es el que Weber considera,
en su máxima expresión, el político ideal, el que posee todas las características propicias para ser conductor de hombres y
que se convierte en el alma del poder establecido.
Antes de abordar las características esenciales de este político por vocación, es necesario tomar en cuenta que la legitimidad
no es lo único que define el éxito de los individuos en la lucha política o en el ejercicio de dominación; después de todo,
toda administración continuada necesita de la existencia de un grupo de individuos, un equipo humano que se dedique a
materializar los proyectos del dirigente, su obediencia no está ligada solamente , según Weber, a la legitimidad del mismo,
sino a dos elementos: la retribución material y el honor social. El primero se refiere a las prebendas o los sueldos de los
vasallos, y el segundo se refiere a los privilegios y honores dados al funcionario; cómo podemos observar, todos estos
elementos son referidos al interés personal de los individuos que los reciben.
El establecimiento de este tipo de relaciones entre político y equipo humano han sido fundamentales a la hora de configurar,
según Weber, la forma más racional del estado: El estado burocrático moderno. Después de todo, en la antigüedad, cuando
el carácter de la dominación era feudal, los bienes de la administración (estos pueden ser material bélico, dinero, porciones
de territorio) estaban repartidos entre un conjunto de propietarios y la obligación de los vasallos para con el gobernante
estaban fundamentados solamente en la lealtad con respecto a este, es decir, en la legitimidad; un fenómeno que debilitaba
el poder del estado en gran medida. En el proceso de evolución del estado, se realizó la expropiación de los titulares privados
de poder administrativo y el gobernante se apropió los bienes requeridos para la administración como una empresa propia
de cuya administración encargó a servidores que no poseían por derecho propio los medios materiales y que obedecían
gracias a los dos elementos ya nombrados; el honor social y las retribuciones, fortaleciéndose en esa relación el poder del
estado.
A partir de lo establecido, es posible afirmar que Weber compara el estado moderno con una empresa capitalista y lo llama
la empresa de la dominación, es decir, una organización conformada por un gobernante, por el personal administrativo, y
por los medios materiales. Los partidos políticos y la prensa son los elementos que permiten ese acceso a la empresa de
dominación, los partidos políticos son aquella congregación de políticos que está fundamentada en la existencia de ideales
u objetivos compartidos entre los mismos, Weber afirma que, además de estas, existen otras premisas que causan el
surgimiento de los partidos, estas pueden ser, por ejemplo, de índole familiar, racial y social. El partido lucha, a través de
la confrontación política por afirmar su agenda sobre las demás, un proceso que es facilitado por la existencia de un
individuo que Weber llama “The Boss”, un sujeto cuyo único fin es administrar cargos y prebendas pero que carece de
valores y ética.
La prensa se convierte para los políticos en un medio de difusión importante, pues define las concepciones de la opinión
pública con respecto a ellos. Por ello, los políticos establecen una alianza estratégica con la prensa, definiendo de esa forma
lo que los ciudadanos piensan de ellos. Los periodistas son políticos semiprofesionales, después de todo, a través de un
medio sensacionalista como la prensa, convierten al pueblo en una forma a través de la cual los partidos pueden llegar al
poder o mantenerse en el mismo. Los periodistas se mueven de esa forma ocasionalmente en el ámbito político, sus
propósitos y convicciones pueden ser depreciables o valiosas, su comportamiento puede ser emocional o racional. Pero su
fin esencial es hacer noticia
Es con la configuración del estado moderno que aparecen los distintos tipos de políticos: El político profesional, el político
semiprofesional, y el político ocasional. El primero es aquel que, según Weber, está siempre presente en la vida política del
estado, es decir, es el que está plena y exclusivamente presente para direccionar al estado. El segundo hace de la política
una profesión secundaria, como es el caso de aquellos delegados o miembros de asociaciones que se reúnen para discutir
solo en casos de necesidad; y el último somos todos nosotros cuando depositamos nuestro voto en las urnas o cuando
criticamos una acción del estado públicamente. Weber afirma que el político profesional puede vivir de la política o para la
política, si vive para la política entonces solamente hace de la política su fuente de ingreso si vive para la política entonces
esta se convierte en su ideal de vida, en este sentido profundo el sujeto de alguna manera también vive de la política, pues
su profesión se convierte en la fuente que ofrece sentido a su existencia. Idealmente, de forma que el sujeto sea capaz de
vivir para la política debe ser económicamente independiente de los ingresos que la política pueda proporcionarle. El vivir
para la política es una de las propiedades ideales que debería tener un político por vocación.
Los políticos por vocación también deben poseer tres cualidades esenciales, estas son: la responsabilidad, la pasión y la
mesura. Los políticos responsables son aquellos que persiguen unos fines, pero los sacrificios que realizan para la
consecución de aquellos fines dependen de una moral que no es inmutable pero que si limita su accionar. La Pasión en un
político es la entrega incondicional a una causa, sin la existencia de una causa clara que guie las acciones del sujeto, este no
puede actuar de forma coherente. De manera que el individuo no pierda el rumbo a la hora de actuar es necesaria la mesura,
es decir, la capacidad del sujeto para mantener su firmeza a pesar de la forma en que la realidad actúe sobre él, de manera
que le sea posible guardar su distancia “con los hombres y las cosas”. Para ello el político debe vencer la vanidad, la cual
generalmente está acompañada de la ausencia de finalidades objetivas y la falta de responsabilidad. Cuando el sujeto se ve
impregnado de vanidad, busca la apariencia brillante del poder en vez del poder real.
A partir de lo establecido en el texto de Weber podemos afirmar que el político por vocación es aquel cuyas emociones le
permiten dirigirse con certeza a unas finalidades, pero su capacidad para mantenerse en la dirección indicada está definida
por su propia racionalidad, en ese sentido, el político por vocación se convierte en un heredero del pensamiento iluminista,
después de todo, el sujeto que gobierna debe ser tanto un crítico de la realidad en la cual se encuentra como un crítico de
sus propias acciones con respecto a esa realidad, tomando de esa forma las mejores decisiones en el momento indicado,
decisiones que son consecuencia de procesos dialógicos que se desarrollan constantemente en su mente. En ese sentido,
tanto el político por vocación como el sociólogo tienen papeles parecidos, pues tanto uno como el otro se encuentran en
muchas ocasiones encerrados en situaciones que parecen impensables, inmanejables e incluso naturales para la sociedad, y
ambos deben encontrar una salida propicia, una salida que en ambos casos genere grandes cambios. Mientras que el
sociólogo desenmascara aquellas relaciones de dominación que parecen invisibles en la sociedad, los políticos por vocación
analizan problemáticas que poseen una inmensa cantidad de variables y complicaciones y en contra de toda adversidad
formulan formas de acción que permiten solucionar las problemáticas acercando cada vez más a la sociedad a ese “deber
ser” que es su fin último.
Aunque no podemos negar la belleza en las definiciones Weberianas, su aporte y valor en el análisis sociológico de la
política, y también su carácter de “guía activa” para una política moderna mundial cada vez mas plagada de lideres que
fundamentan su accionar en la emocionalidad y no en la racionalidad; fiarnos mucho de sus tipos ideales a la hora de explicar
la realidad o de definir su funcionamiento, puede crear problemas en el proceso de formulación de conocimiento en áreas
como la ciencia política, donde por una gran cantidad de tiempo las preguntas que definían los estudios, estaban
fundamentalmente enfocadas en la generación de prescripciones. “Como lograr un buen gobierno?” “¿Como realizar las
buenas practicas” eran ejemplos de preguntas de una corriente popular en el siglo xx llamada Policy science. Se pensaba
que las policies, las políticas públicas, eran consecuencia de las normatividades asumidas en el gobierno, y no un elemento
definido por una multiplicidad de variables. De esa forma, los tipos ideales, aunque en un principio útiles para el análisis,
pueden convertirse en restricciones a la hora de generar un conocimiento en los distintos ámbitos de la realidad. Este
fenómeno podría explicarse a partir del modelo Popperiano de la ciencia, pues Weber define sus tipos ideales a partir de
un análisis particular de fenómenos reales, una forma de análisis que puede significar ignorar varios aspectos de lo real que,
según Popper, son esenciales. Aunque los postulados de Popper que derivan de este pensamiento pueden ser sujetos a la
crítica, en este trabajo nos quedaremos con el hecho de que la utilización de el método de weber causó que un aspecto de
la ciencia política como son las políticas públicas quedarán limitadas en sus posibilidades de estudio y de análisis. Solamente
en 1990, se empezó el Policy analysis, en el cual se analiza la actividad concreta del estado, un estudio explicativo que
muestra la distancia entre las intenciones iniciales del estado y las realizaciones concretas del mismo, lo cual nos puede
ayudar a observar al estado con menos consagración y reverencia. De esa forma el estudio de las finalidades, de las
intenciones, que populariza Weber con su sociología comprensiva no es suficiente para la realización de un análisis
coherente de la realidad política.

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