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El SCRAMBLE QUE NO EXISTIÓ

Es costumbre buena, por cierto, que se reflejen; bien de una forma seria o anecdótica, según la
personalidad del actor; todos los “scrambles” realizados, para mofa, befa o puta envidia del personal.

He aquí, que hoy, encontrándome en un estado graciable, también voy a contar mi “scramble”;
después de haber estado, largo tiempo, bajo secreto sumarísimo oficial.

En una cruda tarde, del pasado invierno; después de haber ingerido un suculento empedrado de alubias
del Barco de Ávila; con chorizos de Almendralejos, consigo a duras penas arrastrar mi cuerpo y su
pesado lastre, de la mesa al mullido sillón donde voy a derrumbarme.

Un aburrido programa de televisión hace que me inmerse de lleno en mis pensamientos. En honor a
Sancho Panza y totalmente de acuerdo con él; la mente es más fría y calculadora, cuanto mayor se el
sopor de un estómago satisfecho. Deleitando un “fortuna”, por mi mente pasan rápido los
pensamientos. Estoy dulcemente transpuesto, la laxitud de mi cuerpo y el calorcillo, invitan a ello.

Cuando mayor es mi abandono y más profundo mi relax. Un timbrazo, me pone en 2 minutos y a


continuación en el aire. Rumbo 150 grados y a la tropo.

Enlazo con “Kansas” y el controlador con la voz entrecortada y notablemente nervioso me dice:

“Aquí está ocurriendo algo anormal. Tengo un eco en la pantalla, que igual se mueve a 2 mach; que
permanece estacionario”.
Yo nunca he creído en brujas; me imaginaba un “electrón” haciendo de las suyas. Mi estupor creció
de grado, cuando, de nuevo el controlador me comunica: “Está cambiando de altura, instantáneamente
gana o pierde 10.000 pies”.

Aquello no me gustó nada; mira por donde me acordé de mi amigo Olano y de mi cachondeo y
escepticismo ante sus relatos de ciencia ficción. De nuevo la filosofía Sanchopanceril; me hizo
reflexionar y me dije: “Yo como Santo Tomás”.

El controlador me avisa; “Estás a 20 millas, lo tienes a las doce, unos 5.000 más alto, en estacionario”.
Le busco con mi antena, y en efecto a 15 millas y en el morro, aparece en mi pantalla, un descomunal
eco. Me acerco rápidamente a él; pues voya 1,8 mach; llevo solamente, munición de guerra para el
cañón; levanto la guarda del cañón: “Yo no me fio, ni de mi sombra”. Intento blocarle para dirigirme
a él. Le pongo la aliada, justamente a las 10 millas, aprieto la palanca de blocaje, y, en ese momento;
una enorme luz blanca llena toda mi pantalla y me deslumbra. El resplandor, ha sido tan fuerte, que
pierdo momentáneamente la visión, y miles de estrellitas revolotean juguetonas mi cabeza.

Consigo reponerme y le digo a “Kansas”, lo que ha pasado, así como que mi pantalla ha quedado
inoperativa. El controlador me comunica, que adelante, que el eco ha sido detectado por todas las
estaciones y que están a la escucha, siguiendo la interceptación; así como, que el general jefe del
Mando de Defensa Aérea está vivamente interesado por la traza, y que está en contacto directo con
el Centro de Operaciones de Combate.

Entonces me di cuenta de la cantidad de cosas que se pueden pensar en poco tiempo. A la única
conclusión, que pude llegar, fue que, por qué me había tocado a mi precisamente; por supuesto no
encontré respuesta. De pronto, sacándome bruscamente de estos pensamientos, veo a 5 millas un
objeto, de medianas dimensiones, tengo que hacer un notable esfuerzo visual y mental para describirle
a “Kansas” y demás radioescuchas, el desconocido. Parecía circular, pero no lo era; tenía aspecto de
cohete, pero visto bien, más parecía una estación-laboratorio. Entonces que era aquello, allí en el
espacio sin moverse, ni dar señal alguna de vida. Ensimismado por el extraño objeto, no doy cuenta
de que me lo voy a tragar; volviéndome en mí, doy un fuerte y brusco tirón para evitar la colisión.
Base Manises

En lo alto de la curva; giro a mi izquierda y busco una buena posición que me permita observar con
detenimiento el extraño objeto. Pero con gran sobresalto, observo que, “el extraño” está a mis siete y
a unos 200 metros volando conmigo. Siento que mi instinto de conservación me pide a veces, que me
quite de ahí; pues me siento hombre muerto. Me revuelvo a la izquierda con 6 ges mantenidos; baja
rápidamente la velocidad, pero no consigo dejar al extraño: “levanto el morro a la vertical y me quedo
a la velocidad 0. A duras penas; consigo bajar el morro en un picado a la vertical, el avión con una
rápida aceleración; busco al extraño, y allí estaba, esta vez a las cinco y 200 metros, hago un tonel de
máximos ges, en el que paso ampliamente al avión de ges, pero sin éxito alguno, el extraño seguía
allí. Pienso en largarme lo más rápidamente posible; hago una inversión, acelero el avión a 1,4 y
pongo rumbo para casa; alcanzo el 1,6 de mach y me vuelvo a buscarle, efectivamente allí seguía,
esta vez quieto y estático… “Kansas solo repite, una y otra vez” ¡Recibido, recibido!!, por fin le
pregunto: “Que hago!!”, y me responde: “Regresa a casa y no digas ni cuentes nada a nadie; hasta
que hablemos en tierra por teléfono microondas, esto es secreto oficial; orden de la superioridad”.

“El extraño” que estaba muy próximo a mí, volando en formación, dejaba una densa estela tras de sí,
que muy pronto se diluía. En un momento determinado, se paró prácticamente en seco y en un
segundo se quedó muy rezagado, como s yo, ya no le importase nada.
Entonces, más tranquilo; observo mi “tacan”, tengo la base en el morro a 100 millas; miro
combustible: 500 litros de remanente; luz roja encendida. ¡He tenido la postcombustión encendida
todo el tiempo, desde el despegue! Un sudor frío, me empapa el cuerpo. Mi situación es crítica; sin
ninguna prueba real de lo que mis ojos habían visto; y encima en emergencia de combustible, con
muchas posibilidades de saltar en paracaídas y perder el avión: el sudor corre por mi cara y cuello y
me resbala por la espalda.

He declarado emergencia y tengo la aproximación libre; inicio a 30 millas descenso, motor cortado a
150 litros. Aún puedo llegar, veo las pistas y a ellas me dirijo con ansiedad; siento unos enormes
deseos de pisar tierra; al fin y al cabo, el hombre, es un animal de tierra firme. El sudor me empapa
cada vez más.

Siento la pista debajo de mí, y el dulce placer de una toma dura. A partir de ese momento, la gran
tensión mantenida se desata y con ella mi voluntad; desde ese momento pierdo el control del tiempo,
y no podría decir ni contar lo que pasó después.

Un repentino e insistente timbre; llama mi atención; hundido en mi sillón; despierto sobresaltado,


empapado en sudor con la mente ida. Un nuevo timbrazo, hace que mecánicamente me levante y me
acerque el auricular; una voz ronca y quebrada al otro lado del hilo, me dice: “Mi capitán hemos
pasado a 15 minutos”.

“18 de Abril de 1978”

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