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de
“SUBMUNDO”
Don
De
Lillo
Se
echaron
a
reír.
George
alargó
la
mano
hacia
atrás
y
extrajo
un
objeto
del
estante
inferior,
de
debajo
de
las
latas
de
pintura
y
los
rollos
de
linóleo.
Era
una
escopeta,
recortada,
con
un
cañón
que
apenas
tenía
cinco
centímetros
de
longitud
desde
el
mango
y
un
mango
tallado
para
parecer
la
culata
de
una
pistola.
—¿Cómo?
¿La
has
encontrado?
—No
quería
dejarla
en
el
coche,
donde
algún
irresponsable.
—Déjame
verla
—dijo
Nick.
Alargó
la
mano
sobre
la
mesa
para
coger
el
arma.
La
sopesó,
por
así
decirlo,
entre
los
dedos
y
luego
se
puso
en
pie
para
sostenerla
de
un
modo
más
natural.
—Una
cosa
sé
acerca
de
las
escopetas
—dijo
George—.
Hay
que
disparar
con
los
dos
ojos
abiertos.
—Recortarlas
es
ilegal,
¿verdad?
—Ésa
es
la
otra
cosa
que
sé.
Una
vez
que
la
has
cortado
es
un
arma
clandestina.
—A
mí
me
parece
vieja.
—Es
vieja,
está
oxidada
y
desgastada
—dijo
George—.
Es
un
trozo,
básicamente,
de
chatarra.
Adoptó
una
pose
con
ella,
Nick,
como
si
fuera
la
pistola
de
un
pirata
o
una
vieja
sílex
de
Kentucky,
si
es
que
así
se
llaman.
Resultaba
más
natural
con
dos
brazos
que
con
uno,
con
la
mano
izquierda
en
el
centro
para
afirmar
la
mira
y
apuntar.
La
balanceó
en
la
mano
y
la
alzó.
Vislumbró
una
sonrisa
interesada
en
los
labios
de
George.
Tenía
el
arma
apuntando
a
George.
Estaba
a
un
par
de
metros
de
George
y
George
estaba
en
la
silla
y
tenía
el
arma
a
la
altura
de
la
cintura,
lo
que
significaba
que
la
tenía
apuntada
a
la
cabeza
de
George.
En
los
ojos
de
George
destelló
un
pequeño
fulgor.
Algo
raro
en
George.
Ese
fulgor
en
la
mirada.
Y
una
expresión
interesada
recorrió
sus
labios.
Una
sonrisilla
que
no
podía
ser
más
mierderamente
maliciosa.
—¿Está
cargada?
—No
—dijo
George.
Aquello
le
hizo
sonreír
algo
más
abiertamente.
Lo
estaban
pasando
bien.
Y
tenía
una
expresión
en
el
rostro
que
era
más
brillante
y
estaba
más
viva
que
ninguna
otra
que
nadie
hubiera
visto
en
George.
Porque
le
interesaba
lo
que
estaban
haciendo.
Nick
apretó
el
gatillo.
En
el
intervalo
alargado
de
una
pulsación
de
gatillo,
esa
prolongada
fracción
de
segundo,
con
una
reacción
del
gatillo
que
es
torpe
y
áspera,
Nick
penetró
hasta
las
profundidades
de
la
sonrisa
del
rostro
del
otro
hombre.
En
ese
momento,
la
cosa
se
disparó
y
el
estruendo
retumbó
en
la
estancia,
e
incluso
con
la
silla
y
el
cuerpo
volando
por
los
aires
percibió
mentalmente
la
huella
del
rostro
arrugado
de
George.
El
modo
en
que
había
respondido
que
no
al
preguntarle
si
estaba
cargada.
Le
había
preguntado
si
el
arma
estaba
cargada
y
el
tipo
había
dicho
que
no
y
la
sonrisa
era
consecuencia
del
riesgo,
claro
está,
del
espíritu
de
desafío
de
lo
que
estaban
haciendo.
Sintió
deslizarse
el
gatillo
y
a
continuación
el
arma
se
disparó
y
él
se
quedó
allí
pensando
débilmente
que
no
lo
había
hecho.
Pero
primero
había
apuntado
a
la
cabeza
del
hombre
y
le
había
preguntado
si
estaba
cargada.
Luego
había
sentido
deslizarse
el
gatillo
y
había
oído
el
estampido
del
arma
y
el
hombre
y
la
silla
habían
salido
despedidos
en
direcciones
opuestas.
Y
el
modo
en
que
el
tío
le
había
dicho
que
no
al
preguntarle
si
estaba
cargada.
Le
preguntó
si
la
cosa
estaba
cargada
y
el
hombre
dijo
que
no
y
ahora
tiene
un
arma
en
la
mano
que
parece
haber
sido
disparada
recientemente.
Apretó
el
gatillo
con
fuerza
y
fijó
la
mirada
en
la
sonrisa
que
atravesaba
el
rostro
del
otro
hombre.
Pero
primero
sostuvo
el
arma
y
la
apuntó
hacia
el
tipo
y
le
preguntó
si
estaba
cargada.
A
continuación,
el
estampido
retumbó
en
la
estancia
y
él
se
quedó
allí
pensando
débilmente
que
no
lo
había
hecho.
Pero
primero
había
apretado
el
gatillo
con
fuerza
y
fijó
la
mirada
en
la
sonrisa
y
le
pareció
que
reinaba
un
espíritu
de
desafío.
¿Por
qué
iba
a
decir
el
tipo
que
no,
si
estaba
cargada?
Pero
primero,
¿por
qué
tenía
que
apuntar
el
arma
a
la
cabeza
del
tipo?
Apuntó
el
arma
a
la
cabeza
del
tipo
y
le
preguntó
si
estaba
cargada.
Acto
seguido,
percibió
el
golpe
del
gatillo
y
penetró
en
la
malicia
de
aquella
sonrisa.
Se
detuvo
ante
el
cuerpo
derrumbado
sobre
el
lodo
sangriento
del
suelo
de
la
habitación,
tampoco
es
que
viera
la
habitación
con
claridad,
y
creyó
oír
un
sonido
de
succión
procedente
del
rostro
del
hombre,
la
placenta
de
un
rostro,
los
restos
faciales
de
lo
que
en
otro
momento
fuera
una
cabeza.
Pero
primero
recorrió
mentalmente
la
secuencia
y
seguía
resultando
igual.
Cuando
le
condujeron
hasta
el
coche
patrulla
había
gente
en
los
escalones
de
las
casas,
en
bata,
algunos,
y
cabezas
en
numerosas
ventanas,
pálidas
y
contritas,
y
cierto
número
de
jóvenes
se
habían
acercado
a
las
proximidades
del
coche,
algunos
a
los
que
conocía
bien
y
a
otros
sólo
de
pasada,
y
le
escrutaron
fijamente
con
expresión
solemne,
pensando
esto
es
como
una
historia
que
ha
ocurrido,
aquí,
en
sus
propias
calles,
remotas
y
corrientes.