Está en la página 1de 94

CUENTO CON MORALEJA

(Protección contra los abusos)

Un emperador estaba por salir de su palacio para dar un paseo matutino, cuando, a las puertas
del mismo, se encuentra con un mendigo.

Suponiendo el pedido de una limosna, le preguntó: - ¿Qué quieres?

El mendigo lo miró y le dijo: - Me preguntas de una manera... como si tu pudieras satisfacer mi


deseo.

El emperador le respondió: - Por supuesto que puedo satisfacer tu deseo... ¿Cuál es?

Y el mendigo le dijo: - Piensa dos veces antes de prometer.

El emperador, comenzando a molestarse, insistió: - Te daré cualquier cosa que pidas. Soy una
persona muy poderosa, y extremadamente rica... ¿qué puedes tú desear que yo no pueda
darte?

El mendigo le dijo: - Es un deseo muy simple... ¿ves esta bolsa que llevo conmigo?... ¿puedes
llenarla con algo valioso?

- Por supuesto - dijo el emperador.

Y Llamó a uno de sus servidores y le dijo: - Llena de dinero la bolsa de este hombre.

El servidor lo hizo... y el dinero, apenas ingresado a la bolsa, desapareció.

Echó más y más, y el mismo desaparecía al instante.

La bolsa del mendigo, por lo tanto, siempre estaba vacía.

El rumor de esta escena corrió rápidamente por toda la ciudad y entonces una gran multitud se
reunió en el lugar, poniendo en juego el prestigio del emperador.

Entonces el emperador le dijo a sus servidores: - Estoy dispuesto a perder mi reino entero, pero
este mendigo no se va a salir con la suya, ya que me dejará en ridículo frente al pueblo.

Diamantes, perlas, esmeraldas... uno a uno los tesoros del emperador iban ingresando en la
bolsa, la cual no parecía tener fondo.

Todo lo que se colocaba en ella desaparecía inmediatamente.

Era el atardecer y habiendo quedado el emperador ya sin ninguna cosa que colocar en la bolsa
del mendigo (habiendo llegado incluso a desprenderse de joyas que habían pertenecido a su
familia por siglos), se tiró a los pies del mendigo y, admitiendo su derrota, le dijo: - Has ganado
tú, pero antes que te vayas, satisface mi curiosidad: ¿cuál es el secreto de tu bolsa?

El mendigo le dijo: - ¿El secreto?... está simplemente hecha de deseos humanos.

Anónimo
AGUANTA UN POCO MÁS...

(Educación)

Se cuenta que una vez en Inglaterra, existía una pareja que gustaba de visitar las pequeñas
tiendas del centro de Londres. Una de esas tiendas era una en donde vendían vajillas antiguas.

En una de sus visitas a la tienda vieron una hermosa tacita. “¿Me permite ver esa taza?”
Preguntó la señora, “¡nunca he visto nada tan fino como eso!” En cuanto tuvo en sus manos la
taza, escuchó que la tacita comenzó a hablar.

- Usted no entiende – Yo no siempre he sido esta taza que usted esta sosteniendo. Hace
mucho tiempo yo era solo un montón de barro. Mi creador me tomo entre sus manos y me
golpeó y me amoldó cariñosamente.

Luego llegó el momento en que me desesperé y le grité: “Por favor”... Ya déjame en paz...

Pero mi amo sólo me sonrió y me dijo: ...”Aguanta un poco más, todavía no es tiempo.”

Después me puso en un horno. Yo nunca había sentido tanto calor... Me pregunté por que mi
amo querría quemarme, así que toqué la puerta del horno.

A través de la ventana del horno pude leer los labios de mi amo que me decían: “Aguanta un
poco más, todavía no es tiempo...”

Finalmente se abrió la puerta, mi amo me tomó y me puso en una repisa para que me enfriara.

“Así está mucho mejor”.. me dije a mi misma, pero apenas me había refrescado, cuando mi
creador ya me estaba cepillando y pintando. El olor a la pintura era horrible...”Sentía que me
ahogaría”.....”Por favor detente...” le gritaba yo a mi amo; pero él solo movía la cabeza
haciendo un gesto negativo y decía: “Aguanta un poco más, todavía no es tiempo...”

Al fin mi amo dejó de pintarme; pero, esta vez me tomó y me metió nuevamente en otro horno...
No era un horno como el primero; sino que era mucho más caliente...

Ahora sí estaba segura que me sofocaría... Le rogué, y le imploré a mi amo que me sacara...

Grité, lloré; pero mi creador sólo me miraba diciendo “Aguanta un poco más, todavía no es
tiempo”

En ese momento me di cuenta que no había esperanza... Nunca lograría sobrevivir a ese
horno... Justo cuando estaba a punto de darme por vencida se abrió la puerta y mi amo me
tomó cariñosamente y me puso en una repisa que era aun más alta que la primera. Allí me dejó
un momento para que me refrescara.

Después de una hora de haber salido del segundo horno, mi amo me dio un espejo y me dijo:
“Mírate” “¡Esta eres tú!”

¡Yo no podía creerlo! ¡Esa no podía ser yo! Lo que veía era hermoso. Mi amo nuevamente me
dijo: “Yo sé que te dolió haber sido golpeada y amoldada por mis manos; pero si te hubiera
dejado como estabas, te hubieras secado. Sé que te causó mucho calor y dolor estar en el
primer horno, pero de no haberte puesto allí, seguramente te hubieras estrellado.

También sé que los gases de la pintura te provocaron muchas molestias, pero de no haberte
pintado tu vida no tendría color. Y si no te hubiera puesto en el segundo horno, no hubieras
sobrevivido mucho tiempo, porque tu dureza no habría sido la suficiente para que subsistieras.

¡”Ahora tú eres un producto terminado!” “¡Eres lo que imaginé cuando te comencé a formar!”.

Anónimo
EL PAISAJISTA

(Privación de libertad = no se puede encerrar los sentimientos y las vivencias en un cuadro)

Un pintor de mucho talento fue enviado por el emperador a una provincia lejana,
desconocida, recién conquistada, con la misión de traer imágenes pintadas. El deseo del
emperador era conocer así aquellas provincias.

El pintor viajó mucho, visitó los recodos de los nuevos territorios, pero regresó a la capital sin
una sola imagen, sin siquiera un boceto.

El emperador se sorprendió, e incluso se enfadó.

Entonces el pintor pidió que le dejasen un gran lienzo de pared del palacio. Sobre aquella
pared representó todo el país que acababa de recorrer. Cuando el trabajo estuvo terminado, el
emperador fue a visitar el gran fresco. El pintor, varilla en mano, le explicó todos los rincones
del paisaje, de las montañas, de los ríos, de los bosques.

Cuando la descripción finalizó, el pintor se acercó a un estrecho sendero que salía del primer
plano del fresco y parecía perderse en el espacio. Los ayudantes tuvieron la sensación de que
el cuerpo del pintor se adentraba a poco en el sendero, que avanzaba poco a poco en el
paisaje, que se hacia más pequeño. Pronto una curva del sendero lo ocultó a sus ojos. Y al
instante desapareció todo el paisaje, dejando el gran muro desnudo.

El emperador y las personas que lo rodeaban volvieron a sus aposentos en silencio.

Cuento Chino
DOÑA TOMASA Y PEDRITO

(Protección contra los abusos = hay que conocer a los alumnos antes de etiquetarlos)

El primer día de clase que Doña Tomasa se enfrento a sus alumnos de quinto grado, les dijo
que ella trataba a todos los alumnos por igual y que ninguno era su favorito. En la primera fila
sentado estaba Pedrito, un niño antisocial, con una actitud intolerable, que siempre andaba
sucio y todo despeinado. El año anterior, Doña Tomasa había tenido a Pedrito en una de sus
clases.

Doña Tomasa veía a Pedrito como un niño muy antipático. A ella siempre le daba mucho gusto
poder marcar con lápiz rojo todo el trabajo que Pedrito entregaba, con una "F".

En la escuela donde Doña Tomasa enseñaba se requería revisar el archivo de historia de cada
alumno y el de Pedrito fue el último que ella revisó.

Cuando ella empezó a leer el archivo de Pedrito, se encontró con varias sorpresas.

La maestra de Pedrito de primer grado había escrito: "Pedrito es un niño muy brillante y muy
amigable, siempre tiene una sonrisa en sus labios".

Él hace su trabajo a tiempo y tiene muy buenos modales. “Es un placer tenerlo en mi clase".

La maestra de segundo grado: "Pedrito es un alumno ejemplar, muy popular con sus
compañeros, pero últimamente muestra tristeza porque su mamá padece de una enfermedad
incurable".

La maestra de tercer grado: "La muerte de su mamá ha sido muy difícil para él". Pedrito trata
de hacer lo mejor que puede pero sin interés”. Tampoco el papá demuestra ningún interés en la
educación de Pedrito. “Si no se toman pasos serios, esto va afectar la vida de Pedrito".

La maestra del cuarto grado: "Pedrito no demuestra interés en la clase”.

Cada día Pedrito se cohíbe más. “No tiene casi amistades y muchas veces duerme en clase".

Después de leer todo esto, Doña Tomasa sintió vergüenza por haber juzgado a Pedrito sin
saber las razones de su actitud. Se sintió peor cuando todos sus alumnos le entregaron regalos
de Navidad envueltos en fino papel, con excepción del regalo de Pedrito, que estaba envuelto
con un cartón de la tienda.

Doña Tomasa abrió todos lo regalos y cuando abrió el de Pedrito, todos los alumnos se rieron
al ver lo que se encontraba dentro. En el cartón había una botella con un cuarto de perfume y
un brazalete al que le faltaban algunas de las piedras preciosas. Para suprimir las risas de sus
alumnos, ella se puso inmediatamente aquel brazalete y se puso un poco del perfume en cada
muñeca.

Ese día Pedrito se quedo después de clases y le dijo a la maestra: "Doña Tomasa, hoy usted
huele como mi mamá”. Después que todos se marcharon, Doña Tomasa se quedo llorando por
una hora.

Desde ese día ella cambió su método. En vez de enseñar solo lectura, escritura y aritmética,
escogió enseñar a los niños. Doña Tomasa empezó a ponerle mas atención a Pedrito. Ella
notaba que mientras más ánimos le daba a Pedrito, con más entusiasmo reaccionaba él. Al
final del año, Pedrito se convirtió en él más aplicado de la clase, y a pesar de que Doña
Tomasa había dicho el primer día de clase que todos los alumnos iban a ser tratados por igual,
Pedrito era su preferido.

Pasaron seis años y Doña Tomasa recibió una nota de Pedrito, la cual decía que se había
graduado de la secundaria y que había terminado en tercer lugar. También le decía que ella era
la mejor maestra que él había tenido.
De ahí pasaron tres años cuando Doña Tomasa volvió a recibir noticias de Pedrito. Esta vez, él
le escribió que se le había hecho muy difícil pero que muy pronto se graduaría de la
universidad con honores, y le aseguro a Doña Tomasa que todavía ella seguía siendo la mejor
maestra que había tenido en su vida.

Pasaron tres años más cuando Doña Tomasa vuelve a saber de Pedrito. En esta carta él le
explicaba que había adquirido su título y que había decidido seguir su educación. En esta carta
Pedrito también le recordaba que ella era la mejor maestra que había tenido en su vida. Esta
vez la carta estaba firmada con "Dr. Pedro Altamira".

Bueno, la historia no termina ahí. En la primavera, Doña Tomasa volvió a recibir una carta de
Pedrito donde le explicaba que había conocido a una muchacha con la cual se iba a casar y
quería saber si Doña Tomasa podría asistir a la boda y tomar el lugar reservado usualmente
para los padres del novio. También le explicaba que su papá había fallecido varios años atrás.

Claro que Doña Tomasa acepto con mucha alegría, ¿y saben que hizo? El día de la boda, ella
se puso aquel brazalete sin brillantes que Pedrito le había regalado y también el perfume que la
mamá de Pedrito usaba. Cuando se encontraron, se abrazaron muy fuerte y el Dr. Altamira le
dijo en el oído muy bajito: “Doña Tomasa, gracias por haber creído en mí”.

“Gracias por haberme hecho sentir que yo era importante y que podía salir adelante con éxito”.

Doña Tomasa, con lágrimas en los ojos, le respondió: "Pedro, estás equivocado. Tu fuiste el
que me enseño que yo podía hacer algo especial, solo con interesarme genuinamente. “¡Yo no
sabía enseñar hasta que te conocí a ti!".

Anónimo
LA VERDAD Y LA BELLEZA

(Salud = los caprichos nos engañan, como la droga)

Cuando Dios creó a la mujer creó también LA FANTASIA. Cierto día LA VERDAD quería
conocer un gran palacio y tenía que ser el palacio del Gran Sultán Harun Ar-Rachid, el Emir de
todos los creyentes. La verdad se cubrió con un velo muy transparente y cuando despuntaba
en el cielo las primeras luces del alba fue a llamar a la puerta del palacio del Gran Sultán.

Cuando el jefe de la guardia abrió la puerta y vio aquella mujer tan bella pero prácticamente
desnuda, asombrado le pregunto:

- "¿Quién eres?"

- "Soy la Verdad y deseo hablar con el Sultán". - El jefe de la guardia celoso de la seguridad de
palacio, fue corriendo a hablar con el Gran Visir e inclinándose humildemente ante él le dijo:

- "Señor, ahí fuera hay una mujer muy hermosa, casi sin ropa que quiere hablar con el Sultán".

- ¿"Y cómo se llama?.

- "Dice llamarse Verdad, señor".

- ¿Qué dices? ¿Qué la Verdad quiere entrar en palacio? ¡De ningún modo! ¿Qué sería de
nosotros, si La Verdad entrase en palacio? Sería nuestra desgracia, nuestra ruina. Diga a esa
mujer que se marche inmediatamente. El Visir se sintió temeroso y amenazado ante aquella
inesperada visita. El jefe de la guardia volvió a la entrada del palacio y le dijo a la verdad:

- "Lo siento mucho hija mía, pero tu desnudez podría escandalizar a nuestro Califa. "Sigue tu
camino y que Dios te acompañe". La Verdad se fue muy triste, pues ella quería conocer un
gran palacio,

Pero... Cuando Dios creó a la mujer también creó la OBSTINACION. Esta vez la Verdad se
cubrió con pieles mal olientes, de las que usan los pastores del desierto y con paso firme, con
el sol quemante en su espalda, se dirigió al palacio del Gran Sultán. Cuando llegó a la puerta,
tomó la aldaba entre sus manos y golpeo con severidad. El jefe de la guardia abrió y le
preguntó:

-"¿Quién eres?"

- "Soy la acusación, y exijo una audiencia con vuestro Sultán" - (voz severa y firme).

Aquella espantosa mujer inspiró cierta desconfianza al jefe de la guardia, que cerrando la
puerta con escrúpulo, le dijo:

-"Aguarde ahí, iré a anunciar su visita"- Cuando estuvo ante el Visir le dijo:

-"Afuera hay una horrible mujer, que quiere hablar con nuestro Sultán".

-"¿Y Cual es su nombre?"

- "Afirma llamarse Acusación, mi señor".

- ¿Qué la acusación quiere entrar en palacio? ¡De ningún modo!. Ordena a esa mujer que se
marche de inmediato. "Pronto echadla de mis dominios".

El jefe de la guardia volvió y sin darle explicación alguna echó a La Verdad a empujones de
palacio.

-"Fuera, fuera de aquí, en palacio no queremos a gente como tú". La Verdad se fue muy
enojada, pues ella quería entrar en palacio.
Cuando Dios crea a la mujer creo también EL CAPRICHO. En esta ocasión La Verdad fue a
buscar las ropas más bellas que pudo encontrar, delicadas sedas, brocados y tejidos bordados
con los colores del arco iris. Adorno sus manos con anillos de piedras preciosas y su pecho con
collares de zafiros, brillantes y rubíes. Perfumó su cuerpo con esencia de jazmín. No podía
estar más bella. Cubriendo su rostro con un velo bordado en oro y plata, cuando se
vislumbraban las últimas luces del día, fue a llamar a las puertas de palacio. El jefe de la
guardia al ver aquella mujer tan bella quedo boquiabierto y pregunto con delicadeza:

-"¿Quién eres?"

-"Soy la fábula y me gustaría tener audiencia con vuestro Sultán".(Dice con voz melodiosa y
dulce). El jefe de la guardia se apresuró en ir en busca del Gran Visir, dando tropezones sin
fijarse por donde iba, pues no podía apartar sus ojos de aquella bellísima mujer. Cuando estuvo
ante el Visir, le dijo:

-"Ahí fuera hay una mujer tan hermosa que más parece una princesa en la decimocuarta noche
de luna".

-"¿Y Cómo se llama?"

- "Fábula, mi señor"

-"¿Cómo? ¿Qué la Fábula quiere entrar en palacio? ¡Bendita sea La Fábula! ¡Alabado sea
Dios! Que sea recibida por cien esclavas que vayan a su encuentro. Agasajarla con flores y que
suenen las trompetas. Y así fue como las puertas del gran palacio de Bagdad se abrieron
finalmente de par en par a nuestra peregrina.

Fue así como La Verdad vestida de Fábula, al fin pudo pasar y conocer el gran Palacio para
encontrarse con el Sultán Harun Ar-Rachid, el Emir de todos los creyentes.

Fábula anónima
HABÍA UNA VEZ... UN HADA... (Protección en tiempos de guerra)

...muy bella que protegía un bosque encantado.

Su belleza era tanto externa como interna. Sus largos cabellos rosados acariciaban sus
pequeños hombros; sus profundos ojos violetas reflejaban los destellos del sol; su sonrisa era
dulce y tibia como un beso matinal y su voz contenía todos los sonidos de la Naturaleza.

Su cuerpo estaba cubierto por una larga túnica azul; abrazaba su cintura un hilo de luna y sus
pies estaban protegidos por hojas de abedul.

Sus manos eran perfectas: suaves al tacto, prolongaciones de Amor y de caricias divinas.

Sobre su frente brillaba un punto de luz, como un diamante puro, pero la principal característica
estaba en su pecho: tenía una enorme estrella dorada que titilaba al compás de su respiración.

Asombrada por lo que veía me acerqué a ella y sin hablar nos comunicamos, sólo a través de
la intuición y de la imaginación. Fue maravilloso lo que descubrí: me reveló su secreto, que, en
realidad no era un secreto sino algo que todos poseemos.

Sentí y percibí dentro de mí el supremo mensaje. Estaba envuelto con luces mágicas y decía
algo así:

"Siempre que tengan un ratito... jueguen".

"Siempre encuentren motivos para reírse".

"Siempre que tengan oportunidad... abracen a sus seres amados y demuéstrenles cuánto los
tienen en cuenta.

"Siempre ¡¡¡ sean felices!!!.

"Siempre sueñen que se cumplen todos los deseos".

"Siempre traten de demostrar Amor a TODOS los seres de la Naturaleza, de todos los reinos, a
las plantas, a los animales, a las personas, a las piedras, a lo que vemos y a lo que no vemos
pero percibimos.

"Siempre consoliden un Mundo Mejor, un Mundo sin lágrimas, un Mundo sin guerras, un Mundo
sin violencia, un Mundo lleno de Amor y Alegrías, un Mundo en el que TODOS compartamos
las ganas de vivir AMANDO"...

Me sentí inmersa en una nube de Felicidad, y fue conmovedor cuando descubrí que en mi
pecho también brillaba una enorme estrella dorada que titilaba al compás de mi respiración.

Tuve la certeza de que TODO ES POSIBLE, de que TODO DESEO SE CUMPLE SI NACE
DESDE LO MÁS PROFUNDO DEL ALMA.

No encontraba un nombre para ponerle a lo que estaba sucediendo, pero de repente recordé
que "en el lenguaje de la Luz los nombres no cuentan".

El hadita que protegía el bosque encantado me contó, ahora sí con palabras, que un Ser muy
importante y muy especial le había concedido la misión de regalar estrellas y colocarlas en los
corazones de todos los seres que desearan vivir un mundo nuevo y feliz.

Me reveló que TODOS poseemos, dentro de nosotros, un bosque encantado. Un bosque lleno
de enormes árboles y perfumadas flores. Un bosque pintado con gotas de rocío y coloreado
con luz de luna. Un bosque habitado por millones de seres que colaboran y trabajan para que
luzca más bello: gnomos y duendes se encargan de ello. Un bosque mágico que envuelve en
su centro la esencia de todo lo que es y de todo lo que existe: el AMOR...
El hadita que protegía el bosque encantado (que no era otra que yo misma) me invitó a
recorrerlo y a regalar estrellas y a colocarlas en los corazones de los seres decentes deseosos
de compartir un Mundo de Amor.

Así lo hice: descubrí que todos anhelamos el bien, la felicidad, la salud, la paz, la alegría de
saber que somos amados por el Amor.

Coloqué en infinitos corazones la Estrella Dorada. Cada una brillaba a su manera, pero todas lo
hacían. Cada una era una especie distinta, pero todas conformaban el inmenso bosque
encantado que es el Universo.

Dentro de todos hay una bella hada que nos protege, que vela por nuestro interno bosque
mágico, que posee una tierna mirada y una dulce sonrisa, que acaricia con sus cabellos
rosados nuestros hombros cansados, que nos mima con sus manos divinas y que hace brillar
en su plenitud a la gran Estrella Dorada que es regalo de la Vida.

Es mi más sincero deseo que logres descubrir a tu Estrella Dorada. Sólo hay que anhelarlo
firmemente y con certeza. Cerrando los ojos, alivianando la mente, entregándose al Amor e
internándose en el Bosque Encantado lo lograrás y conseguirás encontrarla.

Anímala para que brille como ella sabe hacerlo y serás y te convertirás en un Ser Mágico. En
su centro sus destellos cantan:

"TODOS Y TODO SE FUNDE Y SE CONFUNDE EN EL AMOR" Anónimo


JORGE Y DOLORES

No es que pasara hace poco, pero desde entonces las niñas no dejan de cantar.

Era la época en que el Invierno se mezcla con los aires de Febrero, y la tierra seca vuelve todo
de color sepia y de un sabor como a sal. Los ríos de polvo que tenemos por caminos se salen
de su cauce, y el sol cómplice del frío nos quema los pellejos como el hielo del infierno. Era la
época del año en que se oyen voces en los vientos.

Y parece que esas voces fueron las que obedeció Jorge; o tal vez fue esa escarcha
bochornosa la que lo sedujo. Lo recuerdo muy bien - váyase pronto pa’ que no lo agarre la
candelilla - ese granizo que se pega al cuerpo y nunca se derrite, como si uno se llenara de
babas para siempre.

Ese día hubo muchas culebras en el cielo; el mismo día que Jorge huyó con Doloritas.

Ella se iba a casar con él, y ya faltaba retepoco para el casorio cuando Jorge se empezó a
notar extraño; por eso dicen que fue cosa del Diablo, porque él la quería reteharto. Dicen que
mi abuelo Pánfilo fue el último que le vio, que andaba como muerto con los ojos bien pelones
caminando por ahí - ¿Cómo estas Jorge, listo pa’ la boda? - Y que no’más no le contestó, como
si no lo hubiera oído.

Ese fue el día de las culebras, el mismo día del casorio, el día que ella enfermó de tristeza.

- ¿Cómo no va a estar? si yo apenas lo vi ayer, andaba como muerto con los ojos bien pelones.
- Y ya estaba la Iglesia bien repleta, pero esos dos nada que no llegaban; ni Jorge ni Dolores, y
pues como quien dice, pus no hubo boda, ni modo que se celebrara sin novio y sin madrina.

Entonces fue cuando Lucrecia dijo con una voz como de hombre, muy recia - Vámonos para la
casa. Estos no vendrán. - Y ahí en su cuarto se encerró, y desde fueras se ollía no’más como
sollozaba; no le abrió la puerta ni a su madre.

Y ahí estuvimos, yo retechico apenas, con los ojos bien abiertos no’más viendo y oyendo, un
tiempo muy largo; hasta que ya no se oyó el llanto. Don Facundo tiró la puerta, y ahí estaba
acostada en su colchón, dormida con su velo en la cara, y un gran charco de lágrimas en el
piso, como sí lo hubieran recién fregado. - Jálate a buscar al cura, y dile que doblen a
moribundo que Lucrecita se nos va. - Y eso es todo lo que recuerdo, el sonido grave y triste de
las campanas que rebotaba en todo el pueblo; y a Doña Petra, que mientras rezaba no sé que
cosas, salió corriendo y haciendo cruces con un cuchillo, que de tan gorda que estaba la
culebra parecía que se nos caía el cielo. Hace tiempo una culebra se llevó dos vacas.

Yo ya tengo la misma edad que tenía mi abuelo cuando la tragedia, pero me acuerdo rebién. La
enterraron con su vestido de novia.

Por eso ahora las niñas cantan cuando juegan, y por eso también es que en los días de casorio
se ve a Jorge caminar por el pueblo, y se oye el llanto de Lucrecita.

Y si viene Jorge a verme,

después de muerta,

Madre, no lo dejes que entre,

cierra la puerta.

Porque él no me quiso a mí,

quiso a Dolores;

el consuelo que me queda:


que tú me llores.

Y todas mis amiguitas,

menos Dolores,

entraran a mi casita

a traerme flores.

Aquí abajo de mí cama,

aúlla un perro;

a las doce de la noche,

Mamá me muero.

Armando López
HAY QUE SEGUIR CANTANDO

(Familia)

Como cualquier buena mamá, cuando Karen supo que estaba esperando un bebe, hizo lo que
pudo para ayudar a su hijo Michael de tres años a prepararse para una nueva etapa en su
vida.

Supieron que el nuevo bebé iba a ser una niña, y día y noche, Michael le cantaba a su
hermanita en el vientre de su madre. Él estaba encariñándose con su hermanita aun antes de
conocerla.

El embarazo de Karen progreso normalmente. A tiempo empezó su labor de parto, pronto los
dolores eran cada cinco, cada tres y finalmente cada minuto. Pero una complicación se
presento de repente y Karen tuvo horas de labor de parto.

Finalmente, después de muchas horas de lucha, la hermanita de Michael nació, pero en muy
malas condiciones. La llevaron inmediatamente en una ambulancia a la Unidad de Cuidados
Intensivos, sección neonatal del Hospital St. Mary, en Knoxville, Tennesse.

Los días pasaron y la niña empeoraba. Los pediatras tuvieron que decirle finalmente a los
padres las terribles palabras "Hay muy pocas esperanzas, prepárense para lo peor". Karen y
su esposo contactaron al cementerio local, para apartar un lugar para su hijita. Ellos habían
creado un cuarto nuevo para su hija y ahora se encontraban haciendo arreglos para un funeral.

Sin embargo, Michael, les rogaba a sus padres que le dejaran ver a su hermanita "Quiero
cantarle", decía una y otra vez.

Estuvieron dos semanas en Terapia Intensiva y parecía que el funeral vendría antes de que
acabara la semana.

Michael siguió insistiendo que quería cantarle a su hermanita, pero le explicaban que no se
permitía la entrada de niños a Terapia Intensiva.

De pronto Karen se decidió, llevaría a Michael a ver a su hermanita, ¡la dejaran o no! Si no
veía a su hermanita en ese momento, tal vez no la vería viva nunca. Ella le puso un overol
inmenso y lo llevo a Terapia Intensiva, Michael parecía una enorme canasta de ropa sucia.

Pero la jefa de enfermeras se dio cuenta de que era un niño y se enfureció... ¡Saquen a ese
niño de aquí ahora mismo! “¡No se admiten niños aquí!"

El carácter fuerte de Karen afloro y, olvidándose de sus lindos modales de dama, que siempre
la habían caracterizado, miro con ojos de acero a la enfermera, sus labios eran una sola línea
y con firmeza dijo: "El no se va hasta que le cante a su hermanita" y levanto a Michael y lo llevo
a la cama de su hermanita.

Él miro a la pequeñita, perdiendo la batalla por conservar la vida. Después de un momento


empezó a cantar con la voz que le salía del corazón de un niño de tres años.

Michael le canto: "Eres mi luz del sol, mi única luz, tu me haces feliz cuando el cielo es gris... "
(conocida canción en ingles "You are my sunshine").

Instantáneamente, la bebe pareció responder al estimulo de la voz de Michael, su pulso se


empezó a volver normal. "Sigue cantando, Michael" le pedía desesperadamente su mama con
lagrimas en los ojos. Y el niño seguía: "Tu no sabrás nunca, querida, cuanto te amo, por favor
no te lleves mi luz del sol..."Al tiempo que Michael cantaba a su hermana, la bebe se movía y
su respiración se volvía tan suave como la de un gatito cuando lo acarician.

"Sigue cantando cariño" le decía su mama y él continuaba haciéndolo como cuando todavía
su hermanita estaba en el vientre de su madre.
"La otra noche, querida, cuando dormía, soñé que te abrazaba en mis brazos..." seguía
cantando el niño; la hermanita de Michael empezó a relajarse y a dormir con un sueño
reparador que parecía que la mejoraba por segundos. "Sigue cantando Michael"... ahora era la
voz de la enfermera gruñona que con lagrimas en los ojos no dejaba de pedirle al niño que
continuara.

"Tú eres mi luz del sol, mi única luz del sol, por favor no te lleves mi sol..." Al día siguiente... al
mismísimo día siguiente... la niña estaba en perfectas condiciones para irse a casa.

Anónimo
LA PAZ PERFECTA...

(Protección en tiempos de guerra)

... Un Rey que ofreció un gran premio a aquel artista que pudiera captar en una pintura la paz
perfecta.

Muchos artistas intentaron. El rey observó y admiró todas las pinturas, pero solamente hubo
dos que a él realmente le gustaron y tuvo que escoger entre ellas.

La primera era un lago muy tranquilo. Este lago era un espejo perfecto donde se reflejaban
unas plácidas montañas que lo rodeaban. Sobre éstas se encontraba un cielo muy azul con
tenues nubes blancas. Todos los que miraron esta pintura pensaron que ésta reflejaba la paz
perfecta.

La segunda pintura también tenía montañas. Pero éstas eran escabrosas y descubiertas. Sobre
ellas había un cielo furioso del cual caía un impetuoso aguacero con rayos y truenos. Montaña
abajo parecía retumbar un espumoso torrente de agua. Todo esto no se revelaba para nada
pacífico. Pero cuando el Rey observó cuidadosamente, él miró tras la cascada un delicado
arbusto creciendo en una grieta de la roca.

En este arbusto se encontraba un nido. Allí, en medio del rugir de la violenta caída de agua,
estaba sentado plácidamente un pajarito en el medio de su nido...

Paz perfecta ¿Cuál crees que fue la pintura ganadora?

El Rey escogió la segunda. ¿Sabes por qué? "Porque," explicaba el Rey, "Paz no significa estar
en un lugar sin ruidos, sin problemas, sin trabajo duro o sin dolor. Paz significa que a pesar de
estar en medio de todas estas cosas permanezcamos calmados dentro de nuestro corazón.

“Este es el verdadero significado de la paz.”

Anónimo
LOS TRES ÁRBOLES

(Protección a los discapacitados = todos servimos apara algo)

Un día en la cumbre de una montaña, tres pequeños árboles juntos estaban hablando sobre lo
que querían llegar a ser cuando fueran grandes.

El primer arbolito miró hacia las estrellas y dijo así: -Yo quiero guardar tesoros. Quiero ser un
cofre o un baúl, estar repleto de oro y ser llenado de piedras preciosas. Yo sería el baúl más
hermoso del mundo.

Así los otros lo contemplaron.

El segundo arbolito miró un pequeño arroyo que corría hacia el océano y dijo así:

-Yo quiero viajar a través de aguas terribles y llevar reyes poderosos sobre mí. Yo sería el
barco más importante del mundo.

Así los otros lo contemplaron.

El tercer arbolito miró hacia el valle que estaba debajo de aquella montaña donde se
econtraban y vió a hombres y mujeres trabajando, niños jugando en ese pueblo laborioso y dijo
así:

-Yo no quiero nunca irme de la cima de esta montaña.

Yo quiero crecer tan alto, que cuando la gente del pueblo se pare a mirarme, ellos levanten su
mirada hacia el cielo y piensen en Dios. Yo sería el árbol más alto del mundo.

Así pasaron los años, las estaciones, lluvias, el brillo del sol y los pequeños árboles crecieron
altos.

Un día, tres leñadores subieron a la cumbre de aquella montaña.

El primer leñador miró al primer árbol y dijo:

-Qué árbol tan hermoso es éste, y así con la arremetida de su hacha brillante el primer árbol
cayó y este pensó:

- Ahora me deberán convertir en un hermoso baúl, debería contener los tesoros más
maravillosos.

El segundo leñador miró al segundo árbol y dijo:

-Este árbol es fuerte, es ideal para mí, así entonces con la arremetida de su hacha brillante el
segundo árbol cayó, y éste pensó:

-Ahora debería navegar aguas terribles, debería ser un barco importante, para reyes temidos y
poderosos.

El tercero de los arbolitos, ya árbol, sintió su corazón sufrir cuando el último leñador lo miró, el
árbol se puso derecho, alto y apuntando ferozmente al Cielo.

Pero el leñador ni siquiera miró hacia arriba y dijo:

-Cualquier árbol es bueno para mí, y así con la arremetida de su hacha brillante, el tercer árbol
cayó.

El primer árbol se emocionó cuando el leñador lo llevó a una carpintería, pero el carpintero lo
convirtió en una caja de alimentos para animales de granja.

Aquel hermoso árbol no fue cubierto de oro, ni llenado de tesoros, sino que fue cubierto con
polvo de cortadora y llenado de alimento para animales de granja hambrientos.
El segundo árbol sonrió cuando el leñador lo llevó cerca de un embarcadero, pero ningún barco
importante fue construido ese día. En lugar de eso ese árbol fue cortado y convertido en un
simple bote de pesca.

Era demasiado pequeño y débil para navegar en el océano, ni siquiera un río, y fue llevado a
un pequeño lago.

El tercer árbol estaba confundido, cuando el leñador lo cortó para hacer tablas fuertes, lo
abandonó en un viejo almacén de maderas.

Qué será lo que está pasando se preguntó el árbol, y entonces dijo:

-Yo todo lo que quería era quedarme en la cumbre de la montaña y apuntar a Dios...

Así pasaron muchos días y muchas noches.

A los árboles ya casi se les había olvidado sus sueños, pero una noche, la fuerte luz de una
estrella dorada alumbró al primer árbol, cuando una joven mujer puso a su hijo recién nacido en
aquella caja de alimentos.

El escuchó: -Yo quisiera haberte podido hacer una cuna al bebé, le dijo su esposo a la mujer,
ella le apretó la mano a su esposo y este sonrió, mientras la luz de la estrella alumbraba la
madera suave y fuerte de la cuna, la mujer dijo:

-Este pesebre es hermoso y de repente el primer árbol supo que contenía el tesoro más grande
del mundo en él.

Una tarde un viajero cansado y sus amigos se subieron al viejo bote de pesca, el viajero se
quedó dormido mientras el segundo árbol navegaba tranquilamente hacia dentro del lago.

De repente una impresionante y aterradora tormenta llegó al lago, el árbol se sintió pequeño, se
llenó de temor, él sabía que no tenía la fuerza suficiente como para llevar a todos aquellos
pasajeros a salvo a la orilla, con esa lluvia y ese fuete viento.

El hombre cansado de repente se levantó se puso en pie, levantó su mano hacia el Cielo y dijo:
Calma, entonces la calma llegó, la tormenta se detuvo tan rápido como comenzó y así el
segundo árbol supo que llevaba navegando sobre él al Rey del Cielo y de la Tierra.

Un viernes por la mañana, el tercer árbol se extrañó cuando sus tablas fueron tomadas de
aquel viejo almacén de maderas olvidado, se asustó al ser llevado a través de una
impresionante multitud de personas enfadadas, se llenó de temor cuando unos soldados
clavaron las manos de un hombre en su madera, se sintió feo, áspero y cruel.

Pero un Domingo por la mañana, cuando el sol brilló y la tierra tembló con júbilo debajo de su
madera, el tercer árbol supo que el amor de Dios había cambiado todo.

Esto hizo que aquel árbol se sintiera fuerte y cada vez que la gente pensara en el tercer árbol,
ellos pensaran en Dios, que era mucho mejor que ser el árbol más alto del mundo.

Anónimo
TE VI...

(Familia)

Hoy despertaste callado, ya anoche no te sentías muy bien, te está afectando demasiado y no
sabes qué hacer.. sueles ser una persona que habla, quizá no mucho pero es porque es tu
forma de ser, pero hoy.. hoy no hablas ¿qué té pasa?, ello me demuestra que algo tienes.

Si te preguntan sonríes o una de tus máscaras se interpone en tu rostro y sólo contestas:


"nada, es que hoy me levanté cansado". Entonces los demás ya no te preguntan más si te
ocurre algo, ahora ya saben que es porque estás cansado.

Pero, yo sé que no es eso, porque tu expresión es tan clara para mí como lo es el agua, cada
una de tus muecas refleja tu sentir. Crees que no lo veo, pero yo te conozco, no me es
necesario entrar en tu alma para saber que algo te pasa. Tu risa, no es la misma, distingo muy
bien cuando ríes desde el corazón, porque te brillan los ojos, en cambio hoy... cuando te
pregunté también reíste, pero esos ojos tan hermosos... no tenían brillo, y esa mueca que tu no
te ves, me dijo: "te necesito."

Yo sé que estás mal, finjo que no me doy cuenta y sufro a tu lado. No te pregunto más y sólo
estoy cerca de ti. Te veo nervioso, cada vez te cuesta más llevar ese peso, piensas que eres el
único que sufre tanto que no te voy a comprender, que no te voy a poder ayudar, pero eso no
es lo importante, sí lo que te puedo dar: mi amor.

Te miro furtivamente porque sé que finges, y eso te agota, no quieres que nadie se dé cuenta,
eso es muy cansado, lo sé, y esperas el momento de estar a solas para desahogarte, para
quitar la máscara de que todo va bien y ponerte a llorar. Cuando no te tengo a la vista sé que lo
estás haciendo, escondido y cansado de tanto fingir que todo va bien.

Hay momentos que se te hacen tan insoportables que quisieras dejar de pensar, entonces te
vas a la cama, quieres dormirte largo tiempo sin soñar, para olvidar, a veces lo consigues pero
cuando despiertas el dolor ahí está, esperándote paciente.

Piensas que si sales a correr, o si vas al cine olvidarás, o que mañana ya estarás bien pero no
es así, el dolor sigue.. y yo, sin tú saberlo, sufro a tu lado.

Me gusta pasar cerca de ti y mirarte, esos momentos en que estamos juntos un instante y sin
saberlo mis ojos te dicen: te amo... pero sigues tenso, cada vez más cansado, te pones de mal
humor pero eso no está mal... es sólo el dolor... Y un día en la mañana al despertar me ves
sentado a tu lado, en la cama, mirándote, y entonces descubres con alegría interna de que no
te había dejado sólo, que sólo te dejaba hacer, que esperaba que me hablaras.

Y esta vez intentas hablar pero no te salen las palabras, aún queriendo no lo puedes hacer...
pero no importa y te doy un beso en la frente, acuesto tu rostro sobre mi pecho y dejo que te
duermas... y si supieras la alegría que tengo al sentir por fin tu corazón descansar, oigo sus
latidos, reposados, calmados, con un trasfondo de susurro.. te quiero papá... y nuestros
corazones se hablan sin palabras.. y así mi niño, veo como te duermes en mis brazos... Sabes
que nunca estarás sólo, que siempre me tendrás a tu lado... Tu miedo por fin se ha apagado...

TE QUIERO, PAPÁ...

Anónimo
UN CUENTO

(Privación de libertad = la libertad está en uno mismo)

Había una vez un rey muy poderoso que reinaba un país muy lejano. Pero el monarca tenía un
problema: era un rey con dos personalidades.

Había días en los que se levantaba rebosante, eufórico, feliz. Ya desde la mañana, esos días
aparecían como maravillosos. Los jardines de su palacio le parecían más bellos. Sus sirvientes,
por algún extraño fenómeno, eran amables y eficientes esas mañanas. En el desayuno
confirmaba que se fabricaban en su reino las mejores harinas y se cosechaban los mejores
frutos.

Esos eran días en que el rey rebajaba los impuestos, repartía riquezas, concedía favores y
legislaba por la paz y por el bienestar de los ancianos. Durante esos días, el rey accedía a
todos los pedidos de sus súbditos y amigos.

Sin embargo también existían otros días: Eran días negros. Desde la mañana se daba cuenta
de que hubiera preferido dormir un poco más. Pero cuando lo notaba ya era tarde y el sueño lo
había abandonado.

Por mucho esfuerzo que hacía, no podía comprender por qué sus sirvientes estaban de tan mal
humor y ni siquiera lo atendían bien. El sol lo molestaba aún más que las lluvias. La comida
estaba tibia y el café demasiado frío. La idea de recibir gente en su despacho le aumentaba el
dolor de cabeza.

Durante esos días, el rey pensaba en los compromisos contraídos en otros tiempos y se
asustaba pensando en cómo cumplirlos. Esos eran días en que el rey aumentaba los
impuestos, incautaba tierras, apresaba a sus opositores...

Temeroso del futuro y del presente, perseguido por los errores del pasado, en esos días
legislaba contra su pueblo y su palabra más usada era NO.

Consciente de los problemas que estos cambios de humor le ocasionaban, el rey llamó a todos
los sabios, magos y asesores de su reino a una reunión.

-Señores - les dijo - todos ustedes saben acerca de mis variaciones de ánimo.

Todos se han beneficiado de mis euforias y han padecidos mis enojos. Pero el que más padece
soy yo mismo, que cada día estoy deshaciendo lo que hice en otro tiempo, cuando veía las
cosas de otra manera.

Necesito de ustedes, señores, que trabajéis juntos para conseguir el remedio, sea brebaje o
conjuro que me impida ser tan absurdamente optimista como para no ver los hechos y tan
ridículamente pesimista como para oprimir y dañar a los que quiero.

Los sabios aceptaron el reto y durante semanas trabajaron en el problema del rey. Sin embargo
todas las alquimias, todos los hechizos y todas las hierbas no consiguieron encontrar la
respuesta al asunto planteado. Entonces se presentaron ante el rey y le contaron su fracaso.

Esa noche el rey lloró.

A la mañana siguiente, un extraño visitante le pidió audiencia. Era un misterioso hombre de tez
oscura y raída túnica que alguna vez había sido blanca.

-Majestad - dijo el hombre con una reverencia -, en el lugar de donde vengo se habla de tus
males y de tu dolor. He venido a traerte el remedio. Y bajando la cabeza, acercó al rey una
cajita de cuero. El rey, entre sorprendido y esperanzado, la abrió y buscó dentro de la caja. Lo
único que había era un anillo plateado.
-Gracias - dijo el rey entusiasmado - ¿es un anillo mágico?

-Por cierto lo es - respondió el viajero -, pero su magia no actúa sólo por llevarlo en tu dedo...
Todas las mañanas, apenas te levantes, deberás leer la inscripción que tiene el anillo. Y
recordar esas palabras cada vez que veas el anillo en tu dedo.

El rey tomó el anillo y leyó en voz alta: "Debes saber que esto también pasará."

Anónimo
UN TROPIEZO

Publicado en Cuentos Rodados, Editorial Patria Grande

El Chaco ardía en el algodonal. Mediaba enero, y Ciriaco se había levantado muy temprano a
fin de aprovechar el fresco de la mañana para pegar la última carpida al tabloncito de algodón
que tenía en un claro del monte, como a siete cuadras de la casa. Comenzaban ya a preñarse
los capullos tratando de reventar en una mano abierta que regalaba la blanca fibra.

Serían cerca de las once de la mañana. Estaba con la azada en la mano desde las cinco, y
ahora el cansancio se desparramaba por su cuerpo lo mismo que el sudor que lo deshidrataba
dejándole huellitas de sal al secarse. Tenía sed y esperaba llegar cuando antes a su rancho
para refrescarse bajo el chorro de agua de la bomba y beber después despacio y a sorbos
lentos. Conocía los peligros del agua fresca para el que la bebe con ansia y con el cuerpo
recalentado por las faenas del campo.

Decidió acortar el camino. En lugar de hacerlo por la huella que bordeaba un rastrojo viejo lleno
de malezas, lo cortó derecho por entre los yuyos altos y la gramilla espesa. Con la azada al
hombro, y arrastrando a medias sus viejas alpargatas, trataba de avanzar por entre el malezal
donde el año anterior había tenido la chacra. Iba distraído de lo que hacía y concentrado en lo
que le esperaba. Ni tiempo tuvo de darse cuenta, cuando sus pies tropezaron en un gran bulto
que estaba escondido entre el pastizal.

No hubo manera de evitar la costalada. Instintivamente arrojó a un lado la azada, para no


lastimarse con ella, y dejó que el cuerpo cayera lo más flojo posible, para evitar quebraduras.
Se dio un tremendo golpe que apenas si lograron mitigar las ramas del yuyo colorado que lo
recibió, junto con algunas rosetas traicioneras. Desde adentro le nació la necesidad de
desahogarse con una maldición. ¡Lo que le faltaba al día!

Pero se contuvo. Si había tropezado, con algo sería. ¿Y si aquello fuera una sandía? Se puso
de pie, y recogiendo la azada, fue despejando el lugar donde terminaban las huellas de sus
pisadas y comenzaba la de su cuerpo. Y efectivamente, allí entre la gramilla alta y los yuyos
frondosos, estaba una hermosa sandía con la guía medio seca. Pesaba como veinte kilos.
Seguramente alguna semilla de la cosecha anterior había germinado entre el rastrojo, y ahora
le ofrecía su fruto de la única manera que tenía: poniéndoselo delante de sus pies.

A pesar del cansancio, del calor, y de su cuerpo dolorido por la caída, cargó con cariño la
sandía sobre sus hombros y con cuidado completó la distancia que lo separaba de su rancho.
Y mientras de antemano saboreaba la sorpresa que le daría a su patrona, se iba diciendo a sí
mismo:

-¡No hay tropiezo que no tenga su parte aprovechable!

Anónimo
UNA HISTORIA PARA NIÑOS GRANDES

(Salud / Participación / Familia)

"Yo era todavía un niño pequeño. Entre las muchas cosas que me deslumbraban estaba el
viejo teléfono, que en la época era una antigua caja de madera colgada en la pared, con el
auricular suspendido a su costado. Lo que más me intrigaba era que en su interior vivía un
pequeño genio, muy inteligente y amable que sabia todas las cosas: la hora que era, el tiempo
que haría al otro día, el horario de los trenes, los teléfonos de los amigos de mis padres, y su
amabilidad para decir todo lo que mis padres deseaban comunicarles.

Deseaba mucho conocer el nombre de este mago chiquito así que me puse a escuchar todo lo
que mi madre le decía, hasta que descubrí que ella lo llamaba: "Informeporfavor".

Las cosas mágicas siempre tienen nombres largos, como "abracadabra".

Mi primer contacto con "Informeporfavor" se produjo un día que nunca olvidare, cuando mi
madre visitaba una vecina y me dejó sólo por unos minutos. Yo aproveché para bajar al sótano,
en donde mi padre tenía su tallercito casero. Me puse a golpear con el martillo hasta que me di
tal martillazo en un dedo que este se hinchó hasta parecerse a una morcilla. No ganaba nada
con gritar como un loco, pues en la casa no había nadie para escucharme. Pero entonces...
¡¡¡qué maravilla!!! Me acordé del genio "Informeporfavor". Subí tan rápido como pude,
descolgué el teléfono y le hablé: "Informeporfavor". En efecto, él estaba allí. Y además tenía
una suave voz de mujer. Tal vez en vez de un genio era una genia.

En cuanto me respondió, y ya que había alguien para escucharme me puse a llorar con todas
las ganas, y como pude le conté lo que me pasaba. "Estaba sólo en la casa, y me había
golpeado un dedo, y..."Informeporfavor me pregunto "puedes alcanzar en la nevera los cubitos
de hielo". Le dije "sí, puedo". Y me explicó que los aflojara bajo el chorro de agua, que sacara
uno y me lo pusiera sobre el dedo. Eso me hizo mucho bien y pensé que tal vez
"Informeporfavor" había hecho un poco de magia para ayudarme.

Desde entonces yo llamaba en secreto a "Informeporfavor" para consultarla por todo: "Como se
deletrea y se escribe: "fijar". "Como se calcula el área de un cuadrado". "¿Cuál es la capital de
España?" Y enseguida, "Informeporfavor" me decía todo, con una paciencia extraordinaria y
me lo repetía si era necesario.

Pero creo que la más grande ayuda que Sally me dio, fue un día cuando mi adorado canarito
apareció muerto en su jaula. Eso me dolió mucho más que el martillazo en el dedo. Llamé a
"Informeporfavor" y le conté mi profunda tristeza.

¿Puede usted explicarme, - le pregunte- cómo es posible que un pobre pajarito que pasa el día
cantando para alegrarnos a todos, termine un día caído sin poder moverse, ¿en el piso de su
jaula?. Pensó un momento, y luego me dijo: "Tu sabes, hay otros mundos a donde ir a
cantar"... Aquellas palabras me consolaron porque imaginé al pajarito feliz, cantando en otro
mundo tal vez más lindo que el nuestro.

Un día, cuando ya habíamos hablado algunas veces más, me pregunto mi nombre.

Yo le dije "Tom". Y ella me dijo "Me puedes llamar Sally".

Algunas semanas mas tarde, mi padre fue trasladado a causa de su trabajo y fuimos a vivir
bastante lejos del pueblo en donde telefoneaba a Sally.

En la nueva ciudad, cuando llamaba por teléfono a "Informeporfavor", me contestaba alguien


que no era Sally y a Sally nadie la conocía.

Tuve una gran pena.

Luego crecí, y me enseñaron como funcionan los teléfonos y aprendí que los genios no
existían. Entonces tuve más deseos de conocer a esa segunda mamá que era Sally.
Un día, siendo ya un joven empleado tuve que hacer un viaje en avión y descender en transito
cerca de mi antigua aldea natal. Tenía media hora entre dos aviones. Así que fui al teléfono
público, llame y pedí a Sally. Cuando ella me respondió le pregunte: Sally, podrías decirme
¿cómo se deletrea "fijar?”. Pensó un momento y me respondió: "¡Espero que tu dedo ande un
poco mejor!" Y entonces los dos estallamos en una carcajada simultánea.

Le conté mi nueva vida, mi empleo, y le agradecí todo lo que había hecho por mí siendo niño.
Le dije todo lo que ella había significado en mi vida. Pero entonces fue ella la que me dijo, soy
yo la que te debe mucho. No puedes imaginarlo: siempre soñé con tener un hijo, pero no lo
tuve y tu llenaste de manera formidable ese vacío. Cuando nos despedimos le prometí llamarla
cuando volviera, pues seguramente tendría que hacer un viaje similar algunas semanas
después y podría ir a conocerla. Paso un tiempo y el nuevo viaje se produjo.

Entre el cambio de aviones llame a la central telefónica. "Sally, por favor". "¿Es usted un
pariente de Sally?" -contestó otra telefonista.

- "No, pero somos viejos amigos, dígale que es Tom".

"Señor, - me respondió la telefonista- lamento tanto darle esta mala noticia, pero Sally falleció
hace 15 días. Últimamente estaba muy enferma y trabajaba solo medio tiempo, hasta que la
perdimos.

¡Todos la extrañamos tanto!... Pero, espere un poco, usted me dijo ¿qué se llama Tom?

- Sí, señora, Tom.

- ¡Ah!, Sally me dejo antes de abandonar el trabajo una notita para usted.

Espere, aquí esta, ella me dijo que usted comprendería, la nota dice: "Tom, “hay otros mundos
a donde ir a cantar”. ¿Usted puede comprender?

- Sí señora, - pude apenas articular- comprendo... muchas, muchas gracias y adiós. Faltaban
unos minutos para la partida del avión. De vuelta hacia la puerta de embarque me di cuenta
que tenía los ojos húmedos.

Anónimo
UNA SOLA OPORTUNIDAD

(Salud = desarrollo personal)

Un hombre recibió una noche la visita de un ángel. Quien le comunico que le esperaba un
futuro fabuloso: Se le daría la oportunidad de hacerse rico. De lograr una posición importante y
respetada dentro de la comunidad y de casarse con una mujer muy hermosa.

Ese hombre se paso la vida esperando que los milagros prometidos llegasen, pero nunca lo
hicieron, así que al final murió solo y pobre. Cuando llego a las puertas del cielo vio al ángel
que le había visitado tiempo atrás y protesto: "me prometiste riqueza, una buena posición social
y una bella esposa. ¡Me he pasado la vida esperando en vano!.

Yo no hice esa promesa, replico el ángel, "te prometí la oportunidad de riqueza, una buena
posición social y una esposa hermosa".

El hombre estaba realmente intrigado. "No entiendo lo que quieres decir" confesó.

“¿Recuerdas que una vez tuviste la idea de montar un negocio, pero el miedo al fracaso te
detuvo y nunca lo pusiste en practica?” El hombre asintió con un gesto.

“Al no decidirte unos años mas tarde se le dio la idea a otro hombre que no permitió que el
miedo al fracaso le impidiera ponerla en practica, recordaras que se convirtió en uno de los
hombres más ricos del reino”.

También recordaras, prosiguió el ángel “En aquella ocasión, en que un terremoto asolo la
ciudad, derrumbo muchos edificios y miles de personas quedaron atrapadas en ellos. En
aquella ocasión tuviste la oportunidad de ayudar a encontrar y rescatar a los supervivientes,
pero no quisiste dejar tu hogar solo por miedo a que los muchos saqueadores que había te
robasen tus pertenencias: así que ignoraste la petición de ayuda y te quedaste en casa”, el
hombre asintió con vergüenza.

“Esa fue tu gran oportunidad de salvarle la vida a cientos de personas, con lo que hubieras
ganado el respeto de todos ellos” continuó el ángel,

por último ¿recuerdas aquella hermosa mujer pelirroja, que te había atraído tanto? La creías
incomparable a cualquier otra y nunca conociste a nadie igual. Sin embargo, pensaste que tal
mujer no se casaría con alguien como tú y para evitar el rechazo, nunca llegaste a
proponérselo”.

El hombre volvió a asentir, pero ahora las lágrimas rodaban por sus mejillas, “si, amigo mío,
ella podría haber sido tu esposa" dijo el ángel. " Y con ella se te hubiera otorgado la bendición
de tener sanos y hermosos hijos y multiplicar la felicidad en tu vida”.

A todos se nos ofrecen a diario muchas oportunidades, pero muy a menudo, como el hombre
de la historia, las dejamos pasar por nuestros temores e inseguridades.

Pero tenemos una ventaja sobre el hombre del cuento...

“AÚN ESTAMOS VIVOS”

Anónimo
LAS ESCONDIDILLAS

Y ella seguía en mi closet. Escondida. Guardada para no verla; para imaginarme que no
existe.

Tres meses ya lleva en mi closet. Y a veces por las noches mientras sueño, sus olores
nauseabundos me despiertan. Todo se ha vuelto tan ridículo.

Pero hasta eso la situación ha mejorado. Antes era peor. Sus gritos eran peores que los
ronquidos de mi madre. Asustado: después de una pesadilla llegaba a su cama; y para qué:
para que sus ronquidos me desquiciaran. Claro que había un monstruo, pero no bajo mi cama;
estaba en su garganta. En fin, eso ya no importa. No hay ronquidos ni gritos, todo es calma.
Pero si hay olores, pensé que me acostumbraría, pero es intolerable. ¡Hasta mi ropa huele a
muerto! Realmente fue una decisión tonta. Mis vecinos empiezan a sospechar, incluso mis
compañeros de trabajo. Ayer nada más; subí las escaleras ¿y para qué? Para encontrar las
puertas de mi departamento abiertas. Claro, la portera llamó a la compañía de gas reportando
una fuga, al menos eso dijo cuando me vio. Vieja loca, qué sabe ella de fugas de gas.

En fin, creo que mi decisión de esconderla no fue muy buena. La escondí para no verla, para
olvidarla; para olvidarme de que existe. Pero ahí sigue, escondida. He planeado sacarla de mi
casa, pero la gente se daría cuenta. ¡Ya me imagino los chismes! Ja!, como si ellos no
arrumbaran las cosas que olvidan; es más, luego ni las meten al closet, a veces las tiran a la
basura o a veces nada más las avientan a un rincón.

En fin, no sé que me imaginé cuando lo hice; yo que la quiero olvidar, y ella que me obliga a
recordarla.

Armando López
¿POR QUÉ LLORA VICENTE?

Así pasa un tiempo; sin testigos, recordando, oyendo voces, recreando imágenes. Deseando
poder abrir su cráneo en dos y de una buena vez entender todo. Los gritos no lo dejan
concentrarse; la gran tempestad no ha terminado.

El río corre indiferente. Se recuesta sobre su espalda. Unas cuantas nubes, rumiando vientos,
lo observan pasivamente.

Vicente retira las lágrimas de su rostro con los dedos, y un poco de aire trémulo escapa por su
boca. Las nubes continúan mirándolo, y él dormita sintiendo el incómodo cosquilleo de un
insecto sobre su cara.

Cuando sienta hambre y regrese a casa su madre lo estará esperando.

- ¿Adónde andabas, Grillo?

- Por "ay".

Ya no hay rastros visibles, ya no hay rabia contenida; sólo un leve amargo en la garganta. Ya
no hay hormigueo en los brazos ni en el paladar. Todo sigue igual. Mañana temprano tendrá
que conseguir un nuevo cuaderno y otros colores. Pero esta vez no podrá ir con Doña Clara; y
los tendrá que esconder en otro lado; tal vez en casa de Pancho. El domingo robará limosna a
Santa Cecilia para poder pagar lo fiado. Dibujará a la Virgen suspendida sobre el río como una
libélula, y la coronará con algodones. Arrancará la hoja del cuaderno, la doblará muy bien, y la
meterá en la vitrina, y caerá junto a las otras hojas secas; y silencioso, entre velas e incienso,
abandonará la Iglesia.

El hombre está hecho de barro, y los dibujos en la tierra se borran de un soplido.

Armando López
EL ASPECTO DEL CORAJE

Yo sé cual es el aspecto del coraje. Lo vi durante un viaje en avión, hace seis años. Sólo ahora
puedo contarlo sin que se me llenen los ojos de lágrimas.

Cuando nuestro avión despegó del aeropuerto de Orlando, aquel viernes por la mañana,
llevaba a bordo a un grupo elegante y lleno de energía. El primer vuelo de la mañana era el
preferido de los profesionales que iban a Atlanta por asuntos de negocios. A mí alrededor había
mucho traje caro, mucho peinado de estilista, portafolios de cuero y todos los aderezos del
viajante avezado. Me instalé en el asiento con algo liviano para leer durante el viaje.

Inmediatamente después del despegue, notamos que algo andaba mal. El avión se
bamboleaba y tendía a desviarse hacia la izquierda. Todos los viajeros experimentados,
incluida yo, intercambiamos sonrisas sabedoras. Era un modo de comunicarnos que todos
conocíamos esos pequeños problemas. Cuando uno viaja mucho, se familiariza con esas
cosas y aprende a tomarlas con desenvoltura.

La desenvoltura no nos duró mucho. Minutos después nuestro avión empezó a perder altura,
con un ala inclinada hacia abajo. El aparato ascendió un poco, pero de nada le sirvió. El piloto
no tardó en hacer un grave anuncio: -Tenemos algunas dificultades-dijo-:En este momento
parece que no tenemos dirección de proa. Nuestros indicadores señalan que falla el sistema
hidráulico, por lo cual vamos a regresar al Aeropuerto de Orlando. Debido a la falta de
hidráulica, no estamos seguros de poder bajar el tren de aterrizaje. Por lo tanto, los auxiliares
de vuelo prepararán a los señores pasajeros para un aterrizaje de emergencia. Además, si
miran por las ventanillas verán que estamos arrojando combustible. Queremos tener la menor
cantidad posible en los tanques, por si el aterrizaje resulta muy brusco.

En otras palabras, íbamos a estrellarnos. No conozco espectáculo más apabullante que el de


esos cientos de litros de combustible pasando a chorros junto a mi ventanilla. Los auxiliares de
vuelo nos ayudaron a instalarnos bien y reconfortaron a los que ya daban señales de histeria.

Al observar a mis compañeros de vuelo, me llamó la atención el cambio general de semblante.


A muchos se los veía ya muy asustados. Hasta los más estoicos se habían puesto pálidos y
ceñudos. Estaban literalmente grises, aunque me costara creerlo. No había una sola
excepción. "Nadie se enfrenta a la muerte sin miedo", pensé. Todo el mundo había perdido la
compostura, de un modo u otro.

Comencé a buscar entre el pasaje a una sola persona que mantuviera la serenidad y la paz
que en esos casos brindan un verdadero coraje o una fe sincera. No veía a ninguna.

Sin embargo, un par de filas a la izquierda sonaba una serena voz femenina, que hablaba en
un tono absolutamente normal, sin temblores ni tensión. Era una voz encantadora, sedante. Yo
tenía que encontrar a su dueña.

A mí alrededor se oían llantos, gemidos y gritos. Algunos hombres mantenían la compostura,


pero aferrados a los brazos del asiento y con los dientes apretados; toda su actitud reflejaba
miedo.

Aunque mi fe me protegía de la histeria, yo tampoco habría podido hablar con la calma y la


dulzura que encerraba esa voz tranquilizadora. Por fin la vi.

En medio de todo ese caos, una madre hablaba con su hija. Aparentaba unos treinta y cinco
años y no tenía rasgo alguno que llamara la atención. Su hijita, de unos cuatro años, la
escuchaba con mucha atención, como si percibiera la importancia de las palabras. La madre la
miraba a los ojos, tan fija y apasionadamente que parecía aislarse de la angustia y el miedo
reinantes a su lado.

En ese momento recordé a otra niñita que, poco tiempo antes, había sobrevivido a un terrible
accidente de aviación. Se creía que debía la vida al hecho de que su madre hubiera ceñido el
cinturón de seguridad sobre su propio cuerpo, con su hija atrás, a fin de protegerla. La madre
no sobrevivió. La pequeña pasó varias semanas bajo tratamiento psicológico para evitar los
sentimientos de culpa que suelen perseguir a los sobrevivientes.

Se le dijo, una y otra vez, que la desaparición de la madre no era culpa de ella.

Rezando porque esta situación no acabara igual, agucé el oído para saber qué decía esa mujer
a su hija. Necesitaba escuchar.

Por fin, algún milagro me permitió distinguir lo que decía esa voz suave, segura y tranquilizante.
Eran las mismas frases, repetidas una y otra vez.

-Te quiero muchísimo. Sabes, ¿verdad? , que te quiero más que a nadie. -Sí, mami- repuso la
niña.

-Pase lo que pase, recuerda siempre que te quiero. Y que eres buena. A veces suceden cosas
que no son culpa de uno. Eres una niña muy buena y mi amor te acompañará siempre.

Luego la madre cubrió con su cuerpo el de su hija, abrochó el cinturón de seguridad sobre
ambas y se preparó para el desastre.

Por motivos ajenos a esta tierra, el tren de aterrizaje funcionó y nuestro descenso no fue la
tragedia que esperábamos. Todo terminó en pocos segundos.

La voz que oí aquel día no había vacilado ni por un instante, sin expresar duda alguna, y
mantuvo una serenidad que parecía emocional y físicamente imposible. Ninguno de nosotros,
avezados profesionales habría podido hablar sin que le temblara la voz. Sólo el mayor de los
corajes, ayudado por un amor más grande aún, pudo haber sostenido a esa madre y elevarla
por sobre el caos que la rodeaba.

Esa mamá me demostró cómo es un verdadero héroe. Y en esos pocos minutos oí la voz del
coraje.

Casey Hawley
LOS GRANDES MUEBLES DE SALA

Tímidos habitantes nocturnos de lo más profundo de lejanas llanuras del Asia Central, los
grandes muebles de sala habitaron hasta hace relativamente pocos años las estepas de
jugosos pastos y grandes ríos apacibles.

Los guerreros mongoles, audaces jinetes en pequeños caballos de largas crines, que cazaban
con poderosas flechas la pantera nebulosa y el lobo estepario, nunca se atrevieron a matar un
solo mueble de sala.

El Gran Khan descansaba después de las batallas reclinado en un enorme sofá amaestrado,
que dormía plácidamente la mayor parte del día en la penumbra de su tienda. Los aguerridos
hombres de la estepa, considerados salvajes por los europeos de su época, eran sin embargo,
extremadamente tiernos con los grandes muebles de sala, a los que protegían y veneraban
considerándolos dioses del descanso.

Menos razonables que los mongoles fueron los exploradores europeos, que no dudaron en
cazar a sangre y fuego los pacíficos animales, al descubrir que podían hacer con ellos un
magnífico negocio. En vista de que los ejemplares que intentaban llevar vivos a Europa morían
de tristeza una vez abandonaban su hábitat, los naturalistas disecaron y montaron algunos en
una estática actitud, para ser enviados a los grandes museos. Rellenándolos de paja y usando
resortes de alambre, hicieron un burdo remedo, una vulgar imitación de los mullidos vientres de
los pacíficos animales, que a pesar de ser sólo una infame copia del original, causaron
sensación en el público al divulgarse el uso que les daban los jefes mongoles a los ejemplares
que habían domesticado.

Los pedidos no se hicieron esperar. Reyes, príncipes, duques y papas, la nobleza de alcurnia y
la nobleza del dinero encargaron hasta tres y cuatro juegos de sala completos para alegrar
palacios y jardines.

Indefensos como la mayoría de los grandes animales nocturnos, los cazadores los
ahuyentaban por centenares incendiando los juncales donde habitaron por siglos, arreándolos
en ruidosas batidas hasta los mataderos de la llanura abierta donde los sacrificaban a garrote
para no dañar las pieles.

Fue un proceso de extinción semejante al que acabó con la mayoría de los bisontes
americanos y los grandes herbívoros africanos, con la dolorosa diferencia que los grandes
muebles de sala desaparecieron totalmente. Los cazadores furtivos, la soledad, la tristeza de
los criaderos asolados y algunas plagas como el comején y la polilla acabaron con los
poquísimos ejemplares que habían sobrevivido, en parajes aislados, a la inmisericorde
persecución llevada a cabo por los europeos.

De esta manera los fabricantes se adueñaron del mercado, inundándolo con las vulgares
imitaciones en varios estilos, que nada tienen que ver con la ternura y la gracia de los
originales. Las exorbitantes ganancias les alcanzaron hasta para pagar avisos de prensa en los
que se decía que la masacre de los grandes muebles de sala era una invención de naturalistas
celosos de la industria, de científicos exagerados y de ecólogos románticos enemigos del
progreso; y que esa maravilla de la fauna, junto con el pájaro Dodó y el lobo de Tasmania, las
otras joyas perdidas de la naturaleza, eran invenciones de viajeros alucinados.

Celso Román – Colombia


¡NINGUNO!

El pequeño Chad era un muchachito tímido y callado. Un día, al llegar a casa, dijo a su madre
que quería preparar una tarjeta de San Valentín para cada chico de su clase. Ella pensó, con el
corazón oprimido: "Ojalá no haga eso", pues había observado que, cuando los niños volvían de
la escuela, Chad iba siempre detrás de los demás. Los otros reían, conversaban e iban
abrazados, pero Chad siempre quedaba excluido. Así y todo, por seguirle la corriente compró
papel, pegamento y lápices de colores. Chad, dedicó tres semanas a trabajar con mucha
paciencia, noche tras noche, hasta hacer treinta y cinco tarjetas.

Al amanecer del Día de San Valentín, Chad no cabía en sí de entusiasmo. Apiló los regalos con
todo cuidado, los metió en una bolsa y salió corriendo a la calle. La madre decidió prepararle
sus bizcochos favoritos, para servírselos cuando regresara de la escuela. Sabía que llegaría
desilusionado y de ese modo esperaba aliviarle un poco la pena. Le dolía pensar que él no iba
a recibir muchos obsequios. Ninguno, quizá.

Esa tarde, puso en la mesa los bizcochos y el vaso de leche. Al oír el bullicio de los niños, miró
por la ventana. Como cabía esperar, venían riendo y divirtiéndose en grande. Y como siempre,
Chad venía último, aunque caminaba algo más deprisa que de costumbre.

La madre supuso que estallaría en lágrimas en cuanto entrara. El pobre venía con los brazos
vacíos. Le abrió la puerta, haciendo un esfuerzo por contener las lágrimas.

-Mami te preparó leche con bizcochos-dijo.

Pero él apenas oyó esas palabras. Pasó a su lado con expresión radiante, sin decir más que:

-¡Ninguno! ¡Ninguno!

Ella sintió que el corazón le daba un vuelco.

Y entonces el niño agregó:

-¡No me olvidé de ninguno! ¡Ninguno!

Dale Galloway
UNA TIERNA CARICIA

De "Chocolate caliente para el Alma De Las Parejas

Lo que viene del corazón, toca el corazón

Don Sibet

Michael y yo no nos dimos cuenta que la camarera había venido y había puesto los platos
sobre la mesa. Estábamos sentados en un pequeño restaurante alejado del alboroto de la calle
Tres, en Nueva York. Ni siquiera el aroma de nuestros panqueques rellenos, recién llegados,
resultó un impedimento para nuestra entusiasta charla. De hecho, los panqueques
permanecieron hundidos en su crema durante bastante tiempo. Estábamos disfrutando
demasiado como para pensar en comer.

La conversación, aunque no profunda, era vivaz.

Nos reímos al recordar la película que habíamos visto la noche anterior, y no estuvimos de
acuerdo acerca del sentido del texto que acabábamos de leer para nuestro seminario de
literatura. Él me habló del momento en que había dado el drástico paso hacia la madurez al
convertirse en Michael y negarse a seguir respondiendo al nombre de “Mikey”. ¿Había sido a
los doce o a los catorce años? No lo recordaba, pero sí recordaba que su madre lloraba y que
había dicho que él estaba creciendo con demasiada rapidez. Mientras nos dedicábamos a
nuestros panqueques de arándanos, yo le hablé de los arándanos que mi hermana y yo
solíamos recoger cuando íbamos a visitar a nuestros primos al campo. Recordaba que siempre
terminaba los míos antes de volver a la casa, y mi tía me prevenía acerca de algún fuerte dolor
de estómago. Por supuesto, nunca tuve ninguno.

Mientras nuestra dulce conversación continuaba, mis ojos recorrieron el restaurante y se


detuvieron en un pequeño reservado donde estaba sentada una pareja de edad. El vestido
floreado de la mujer parecía tan falto de color como el almohadón donde ella había apoyado su
gastada cartera. La cabeza calva del hombre brillaba tanto como el huevo duro que estaba
comiendo a pequeños bocados. Ella también comía su avena con una lentitud casi tediosa.

Pero lo que me llevó a pensar en ellos fue su imperturbable silencio. Me pareció que un vacío
melancólico invadía aquel pequeño rincón. Mientras mi charla con Michael fluctuaba de risas a
susurros, de confesiones a opiniones, la intensa quietud de aquella pareja me llamó la
atención. “Qué triste –pensé- haberse quedado sin cosas para decir. ¿No hay otra página que
hayan vuelto todavía en la historia de cada uno? ¿Y si eso nos pasa a nosotros?”

Michael y yo pagamos nuestra modesta cuenta y nos levantamos para salir del restaurante.
Cuando pasamos junto al rincón donde se encontraba la pareja de edad, por casualidad se me
cayó la billetera.

Al inclinarme para recogerla, vi que sus manos libres estaban suavemente entrelazadas.
¡Habían estado de la mano todo ese tiempo!

Me incorporé y me sentí puesta en mi lugar por el simple pero profundo acto de unión que
había tenido el privilegio de observar. La caricia de aquel hombre recibía de los dedos
cansados de su esposa, llenó no sólo lo que yo había percibido como un rincón
emocionalmente vacío, sino también mi propio corazón. El de ellos no era el silencio incómodo
cuya amenaza uno siempre presiente detrás de una respuesta ingeniosa o el final de una
anécdota en una primera salida. No, el de ellos era un estado de calma y serenidad, un amor
gentil, consciente de que no siempre se necesitan palabras para expresarse.

Probablemente habían compartido esa hora de la mañana durante largo tiempo, y tal vez ese
día no era distinto al de ayer, pero se hallaban en paz con respecto a eso, y también el uno con
el otro.

Tal vez, pensé, mientras Michael y yo salíamos de allí, no iba a ser tan malo que algo similar
nos pasara a nosotros algún día. Tal vez, incluso fuera agradable.
LA AUSENTE SENCILLEZ

¿Por qué se hace hoy tan difícil la sencillez?

¿Por qué hay tan pocos gestos sencillos, sonrisas sencillas, gustos, amores, expresiones,
personas, conversaciones, modas y vidas sencillas?

Estamos inundados de artificio, amaneramiento, doblez, disimulo, sofisticación, cursilería, y


afectación.

¿Por qué siendo tan fácil ser sencillo se elige la complicación de lo sofisticado?

¡Qué absurdo empeño en colorear la gota limpia y transparente de agua clara!

De niños fuimos muy sencillos. Cuando empezamos a ser mayores, aprendemos e imitamos la
necia afectación hipócrita de los mayores.

¿Por qué hacer complicado lo que es simple?

Lo verdadero, si es sencillo, es más verdadero.

Lo bello, si es sencillo, es más hermoso.

Lo bueno, si es sencillo y simple es mejor.

Amar las cosas sencillas, los modos sencillos, las costumbres sencillas, las palabras sencillas...

El ser más perfecto es el más simple.

Ocurre en la vida moderna como si existiera una competencia habitual por ver quién llama más
la atención por lo extravagante y afectado.

Y se ha llegado a ver todo ello como normal. Es uno de los signos de nuestro tiempo.

Darío Lostado
DEL SENDERO DEL MAGO

El más puro de los caballeros que sirvió a Arturo fue Galahad, a pesar de tener en común con
el rey el hecho de haber sido concebido fuera del matrimonio.

Aunque el hecho de que Galahad fuese hijo natural de Lancelot, no conllevaba estigma alguno,
cuando llego el día en que debía convertirse en paladín de una dama de la corte, el rey Arturo
se opuso y manifestó su descontento.

- "No permitiré que seas el paladín de ninguna dama noble", declaró Arturo.

Galahad se ruborizó y tartamudeó:- "Pero mi señor, todo caballero debe servir a una dama para
demostrarle la pureza de su amor".

"¿Qué sabes tu del amor?" Preguntó Arturo de una manera tan incisiva que Galahad se
ruborizó todavía más intensamente. "Si estás tan ansioso de luchar por una dama, te
presentaré a tres para que escojas".

El rey mandó llamar inmediatamente a Margaret, una vieja lavandera de cabello cano y con
verrugas en la nariz. "¿Le servirás a ella por amor, gentil caballero?, -le preguntó Arturo. La
confusión de Galahad fue enorme. "No comprendo mi señor" murmuró.

Arturo lo miró fijamente he hizo salir a la mujer. "Traigan a otra", ordenó. Esta vez trajeron a
una niña recién nacida. "Si Margaret te pareció demasiado vieja y fea, entonces ¿Qué piensas
de esta dama? Es de noble cuna y no puedes negar su hermosura". Aunque no había duda de
que la niña era muy hermosa, la confusión de Galahad, iba en aumento. Sacudió la cabeza.

"Este amor del que hablas es un amo difícil de complacer" dijo Arturo. Mandó llamar a una
tercera dama, y esta vez entró Arabela, una preciosa niña de doce años. Galahad la miró y
trato de reprimir la ira. "Mi señor, es apenas una jovencita y mi media hermana", dijo.

"Pediste una dama a la cual servir" dijo Arturo, "y he sido lo bastante generoso como para
presentarte a tres. Ahora debes decidir".

Galahad, estaba aturdido. "¿Por qué te burlas de mí, de ese modo?", preguntó.

Arturo hizo un gesto con la mano, y en pocos minutos, salió todo el mundo del gran salón y
ellos dos quedaron solos. "No me burlo de ti", le dijo. "Trato de mostrarte algo que aprendí de
mi maestro Merlín".

Galahad alzó los ojos y vio que el ceño de Arturo se había suavizado. "Mis caballeros dicen
servir a sus damas por amor", prosiguió el rey, "y, a pesar de sus votos de amar castamente, la
mayoría de las veces sienten pasión por aquellas a quienes sirven, ¿no es verdad?, Galahad
asintió. "Y cuanto más grande es su pasión por las damas, mayor es su celo de servirles,
¿verdad?, preguntó Arturo. El joven caballero asintió de nuevo. "Merlín me enseñó otra forma
de amar", dijo Arturo. "Piensa en la anciana, en la niña recién nacida y en la jovencita que es tu
hermana. Todas ellas son manifestaciones de lo femenino, y en la medida en que esas formas
cambian, lo que llamas amor, cambia con ellas. Cuando dices que estás enamorado, lo que
realmente estás diciendo es que has satisfecho una imagen que llevas dentro.

"Así es como comienza el apego, con la inclinación por una imagen. Podrías afirmar que amas
a una mujer, pero si ella llegara a traicionarte con otro hombre, tu amor se trocaría en odio.
¿Por qué? Porque tu imagen interior ha sido mancillada y, puesto que ésa era la imagen que
amabas, el hecho de que haya sido traicionada, te provoca ira".

"¿Qué puedo hacer al respecto?", preguntó Galahad. "Mira más allá de tus emociones, las
cuales cambiarán constantemente y pregúntate que hay detrás de la imagen. Las imágenes
son fantasías que existen para protegernos de algo que no deseamos enfrentar. En este caso
se trata del vacío. A falta de amor por ti mismo, creas una imagen para tapar el vacío. De allí, el
intenso dolor que causa un rechazo o una traición en el amor, porque deja expuesta la herida
abierta de tu propia necesidad".

"El amor, es considerado como algo muy hermoso y elevado", se lamentó

Galahad, "no obstante, tú lo haces sonar como algo horrible".

Arturo sonrió. "Lo que SUELE considerarse amor, puede tener consecuencias terribles, pero
ese no es el final de la historia. El amor tiene un secreto. Merlín me lo contó hace muchos
años, como yo te lo confío ahora: Cuando puedas amar a una anciana, a una niña y a una
jovencita de la misma manera, serás libre para amar más allá de la forma. Entonces se
desatará dentro de ti la esencia del amor, que es una fuerza universal. Y dejarás de sentir
apego -el llamado silencioso, al cual obedece el amor".

Deepak Chopra
LA CAMPANA DE PLATA

Se cuenta de un rey que hizo colocar una campana de plata en una torre muy alta de su
palacio, al comenzar su reinado. Él anunció que haría sonar la campana cada vez que
estuviera feliz, para que sus súbditos supieran de su alegría.

La gente esperaba el sonido de la campana de plata, pero esta permanecía silenciosa. Los
días se convirtieron en semanas y las semanas en meses, y los meses en años. Pero la
campana no sonaba para avisar que el rey era feliz.

El rey envejeció y finalmente yacía en su lecho de muerte en el palacio. A medida que algunos
de sus llorosos súbditos llegaban para acompañarlo, él descubrió que su gente realmente le
había amado todos estos años.

Finalmente el rey fue feliz. Poco antes de morir, tiró de la cuerda de la campana de plata, para
hacerla sonar.

Piensa en esto "toda una vida de infelicidad, porque él no sabia que era muy querido y
aceptado por sus leales súbditos".

Hay muchas personas que pasan por la vida sin saber que son queridas y apreciadas por los
demás. Quizás son aquellos que están cerca de ti los que necesitan el calor de saber que
alguien piensa en ellos.

Donald Hunger Ford


EN LA CELDA

Cuando apareció por primera vez, sentí una sensación admonitoria, como de viejo augurio
cumplido. Todo en ella delataba su conjura contra mí, sabia que a partir de aquel momento no
podría escapar a mi desgracia.

Nos acomodamos en mi estrecho cuarto como pudimos, no le pregunté como había llegado,
ella no me preguntó como había vivido, firmamos un tácito acuerdo de complicidad, era la única
manera de sobrevivir.

Pero el acuerdo no resultó equitativo, no por culpa de ella, sino por culpa mía, yo necesitaba de
alguien en mi vida, pero no de cualquier manera, lo necesitaba de manera absorbente, ella así
lo entendió, por eso no puedo culparla de nada, si acaso hay un culpable, ese soy yo.

Diría que ella se limitó a complacerme, desde ese punto de vista, fue una gran compañera, casi
una amante ideal.

Por los hechos posteriores, al menos como los dio a conocer la prensa, podría pensarse que
nuestra intimidad era algo turbulenta, truculenta, sin embargo, ahora puedo afirmar que fue una
relación inocente. Sí, inocente, pues, ella conocía esa otra parte de mí que me repugnaba por
sucia y con un gran sentido de la caridad dedicaba los mejores instantes de nuestra intimidad a
complacerla. Me asustaba su proceder, me reprochaba el permitirle hacerlo, sabía que con eso
caía en sus manos, entregaba mis armas, a veces llegaba a detestarla, pero el placer era
superior a mí, a mis intenciones. Su actitud en esos momentos me remitía a su pasado, no
podía imaginarla distinta de una puta, entonces me sentía despreciable, rebajado al nivel de mi
propia existencia.

Después de esos momentos me sentía débil, incapaz de expulsarla, sabía que me destruiría,
que me acercaría al final, pero también sabia que no podría evitarlo.

Estaba vencido y ella lo sabia, se regodeaba con su victoria, jugaba con su dominio, era un
juego peligroso, pero ella no lo creía así, me consideraba un ser inofensivo y sin embargo
dispuesto a proteger. Fue su exceso de confianza en mí, lo que la perdió, cuando lo
comprendió ya era demasiado tarde, su suerte ya estaba echada.

Muchas veces quise tirarle sus trapos a la calle, pero su sumisión me vencía, quería hacerle
comprender que lo hacia por ella, por su seguridad, pero las palabras no me alcanzaban, ella
interpretaba esto como impotencia, como dominio de ella sobre mí y quizás se reía en su
interior, quizás se burlaba de mí, estaba muy equivocada.

Tal vez no estaba equivocada, tal vez estaba en lo cierto y el equivocado era yo, por eso
cuando lo comprendí, no quise darle la razón y entonces cometí el acto supremo, el único acto
que podría darme la razón.

La vez que llamó un hombre preguntando por ella no quise averiguar quién era ni qué quería,
estábamos en una lucha sin cuartel y la indagación podría perderme, así que la golpeé
salvajemente, con ruindad, sin inmutarme. Después de la paliza ella siguió limpiando el cuarto
tranquilamente, me desplomé sobre la cama, había cometido un gran error, ahora si estaba
perdido, le había dado su primer gran triunfo sobre mí, ahora ya nada podría salvarme.

Desde ese día empecé a temerle, progresivamente fui sintiendo un gran temor, empezó a
asustarme su presencia, los días se me fueron llenado de pánico.

Segura de su dominio se paseaba de manera amplia por el cuarto, yo trataba de ocupar el


menor espacio posible, por regla general siempre me recogía en un rincón, no quería alterar su
espacio, ni interrumpir su peregrinaje hacia todas mis cosas.
En aquellos momentos deseaba con fervor una excusa para matarla, la presencia de un
amante por ejemplo, sin embargo, sabia que no tendría fuerzas para cumplirlo, su pródigo
desdén me desarmaba.

Una vez intente el contraataque, ocurrió en la noche, me deslice como una babosa por junto a
su cuerpo, intente sujetarle los muslos desnudos pero la humedad y el calor de su sexo tan
próximo a mis manos me obligó a la retirada, sentí temor de perder mi dominio personal, luego
inicie el ataque por los hombros, me sentía mas seguro por estos lados, recorrí su espalda y
sus caderas, un ligero estremecimiento de sus labios me indico que ganaba terreno, cuando
abarqué su vientre con mis manos, su piel se deshizo en un tenue oleaje continuo de rítmicas
sensaciones de colores sin mirar y fragancias sin oler, no pude resistir, me hundí en aquellas
carnes húmedas hasta el final; qué me importaban orgullo, dignidad o seguridad personal,
podía perder la vida allí mismo, no me importaba, me habría sentido glorioso; había iniciado un
viaje sin retorno por el río de la degradación.

Cuando desperté me sentí despreciable. Creo que llovía, al menos yo tenia húmedos los
huesos. La mire con horror, nunca antes me había parecido tan dominante, era como un
montón de redondeces que amenazaban con venirse encima. Con temor, casi con veneración
me escurrí por entre la cobija, cuando alcance el suelo, una alegría infinita me acelero el
corazón.

Me observé en el espejo, sobrevivía, había sobrevivido a aquella tentativa sobrehumana para


mí, esto me llenó de valor y de esperanza, seguramente saldría con vida de aquella
encrucijada, en que me había metido.

Pero esa frágil tentativa de libertad no borró el miedo que sentía por la mujer, como habría sido
mi deseo, antes por el contrario lo agudizó más, ya no me atrevía a insinuarle nada de nada,
ella se fue apoderando de mis cosas, empezó a determinar mis acciones, a regularlas, no era
difícil para ella, mis acciones eran bien pobres por lo demás, no tenía mucho en que esparcir
mis deseos, en realidad todo se circunscribía al espacio que ella ocupaba, tal vez por eso se
sentía en la obligación de ordenármelo todo.

Cuando yo intentaba decirle algo, recriminarle algo, me miraba con ojos apacibles, con ojos
cansados de comprender, su respiración me recordaba el pacto inicial, pacto que yo había roto
en la creencia de ser capaz de tener una mujer, entonces no me quedaba otra alternativa
distinta a callarme.

Una vez más sentí ganas de tirarla a la calle sin explicarle nada, no quise meditar mi
resolución, simplemente cogí sus vestidos y los arroje a la calle, me miró con ojos llenos de
compasión, su mirada decía que lo entendía todo, su actitud al empezar a recoger sus cosas
mostraba un ser infinitamente culpable, un ser que se sentía infinitamente despreciable, no
pude soportar esa visión, rápidamente recogí sus vestidos de la calle para luego acomodarlos
en el sitio que ocupaban en la habitación, me reprochaba a mi mismo este gesto de debilidad,
sabia que me estaba perdiendo, que me estaba hundiendo hasta que no quedara de mí más
que una superficie grasienta por medio de la cual se podría adivinar que allí había existido un
hombre, pero no podía evitarlo.

Me consolaba y trataba de justificar mi situación diciéndome que vivía emociones fuertes, en


realidad la única emoción fuerte era el miedo. Tuve que confesarme que el miedo siempre lo
había experimentado, por eso no era una emoción fuerte, puesto que no era una sensación
nueva, ya que todo lo nuevo es lo que sentimos como fuerte.

Desde ese día todo fue un infierno para mí, había perdido la excusa principal para justificarme,
si acaso, sería un cobarde y sin embargo esto tampoco era nuevo, pues, siempre había sido un
cobarde y ella estaba ahí para recordármelo, ahora lo comprendía todo, ahora comprendía el
porque de mi miedo hacia ella, no era por su posesión violenta a través de la sumisión, no era
que ella me hubiera quitado mi espacio, simplemente ella, desde que había llegado se había
convertido en el hecho permanente que recordaba mi cobardía, mi incapacidad, mi inutilidad,
ahora estaba todo claro, ahora solo restaba negar todo ello con un acto supremo que me
reivindicara ante mí mismo, así que tome un cuchillo, el de la cocina, entre otras cosas, y la
maté.
Sí, la maté, no podía soportarla un día mas como el espejo de mi decadencia, de mi realidad
interior.

Ella simplemente trataba de sobrevivir, yo era su plato de comida diario, sin embargo ¿no es
esto más cruel todavía? es mejor no pensar más, ya no vale la pena reflexionar sobre eso,
después de todo... después de todo ya es de día y creo que no ha cambiado mucho mi vida,
por eso no me asusta mi situación actual, ya tengo algo definido, muchos años en prisión.

Edgar Samboní Andrade – Colombia


CELEBRACIÓN DE LA FANTASÍA

JUEGO

Fue a la entrada del pueblo de Ollantaytambo, cerca del Cuzco. Yo me había despedido de un
grupo de turistas y estaba solo, mirando de lejos las ruinas de piedra, cuando un niño del lugar,
enclenque, haraposo, se acercó a pedirme que le regalara una lapicera. No podía darle la
lapicera que tenía, por que la estaba usando en no sé que aburridas anotaciones, pero le ofrecí
dibujarle un cerdito en la mano.

Súbitamente, se corrió la voz. De buenas a primeras me encontré rodeado de un enjambre de


niños que exigían, a grito pelado, que yo les dibujara bichos en sus manitas cuarteadas de
mugre y frío, pieles de cuero quemado: había quien quería un cóndor y quién una serpiente,
otros preferían loritos o lechuzas y no faltaba los que pedían un fantasma o un dragón.

Y entonces, en medio de aquel alboroto, un desamparadito que no alzaba mas de un metro del
suelo, me mostró un reloj dibujado con tinta negra en su muñeca:

-Me lo mandó un tío mío, que vive en Lima -dijo

-Y anda bien -le pregunté

-Atrasa un poco -reconoció.

Eduardo Galeano
TERAPIA INTENSIVA

Lo encontraron en su casa de Buenos Aires, caído en el suelo, desmayado, respirando


apenitas. Mario Benedetti había sufrido el más feroz ataque de asma de toda su vida.

En el Hospital Alemán, el oxígeno y las inyecciones lo devolvieron, poquito a poco, al mundo, o


a algún otro planeta más o menos parecido. Cuando alzaba los párpados, veía muñequitos que
bailaban, tomados de la mano, en la remota pared, y entonces volvía a sumergirse en un
silencio asueñado y ausente. Estaba molido. Había sido aporreado por Joe Louis, Rocky
Marciano y Cassius Clay, todos a la vez, aunque él nunca les había hecho nada.

Escuchó voces. Las voces iban y venían, se acercaban, se alejaban, y en alemán decían algo
así como mal, mal, lo veo muy mal; un caso difícil, difícil; quién sabe si pasa de esta noche.
Mario abrió un ojo y no vio muñequitos. Vio unas túnicas blancas, al pie de su cama. Con voz
de bandera arriada, preguntó:

—¿Tan grave estoy?

Lo preguntó en perfecto alemán. Y uno de los médicos se indignó:

—¿Y usted por qué habla alemán, si se llama Benedetti?

El ataque de risa lo curó del ataque de asma y le salvó la vida.

Eduardo Galeano
AYER

Tuvo que pasar mucho tiempo para que me diera cuenta de que el viento había cesado, de que
la palidez de la luna iluminaba una estrecha franja del cuarto, alargando la silueta de los
objetos más próximos a la ventana. Desde mi rincón intuí, más que vi, la vaga forma de un
espejo; la forma inconcreta de un mueble cualquiera consiguió llenarme de congoja, dejándome
la sensación de vacío que aún hoy puedo sentir de vez en cuando. Al tiempo de levantarme, un
pesado cenicero se volcó sobre la mesa. No me preocupé por limpiar nada.

Tampoco quise mirar por encima del hombro cuando atravesé aquella puerta.

La mañana siguiente fue especialmente desagradable en todos sus aspectos. La sensación de


fracaso que me inundaba, al mismo tiempo contribuía a desorientarme y a afianzar la pálida
melancolía que se iba apoderando de mi persona. De una manera un tanto mecánica entablé
de nuevo relaciones forzadas con la vida, ocupándome de los rutinarios quehaceres
domésticos con desgana. Tuve con demasiada lucidez la sensación de que, antes de limpiarlo
de nuevo, el polvo acumulado sobre los muebles ya lo había visto antes, de una manera
idéntica; el simétrico vuelo del ave que rompió la pulida superficie de un espejo, apenas
vislumbrado de reojo en una fracción de segundo, me recordó lo ya sucedido. No obstante,
decidí olvidarlo todo y releí, pues tuve tiempo para ello, un viejo relato de London, que me dejó
insatisfecho en medio de esa estúpida sensación que los acontecimientos presentidos dejan
por algún tenebroso rincón del inconsciente. Como en un sueño dirigí mis pasos esa jornada
repetida, pues poco a poco empecé a darme cuenta de lo que estaba sucediendo. Algo vago
como un presentimiento se hizo al fin hueco en mi pecho. Y comencé a preocuparme.

Hacia mediodía consumí los mismos alimentos que en la precedente había engullido, sin
hambre; bebí los mismos caldos; me derrumbé en la cama de la misma manera desconsolada
y cansina; me levanté una media hora más tarde, con la misma sensación de ahogo que en la
víspera me aprisionó la garganta; las mismas lágrimas bañaron mi rostro entonces, pues sabía
con claridad estremecedora a lo que estaba abocado.

Decidí salir a la calle y romper así la simetría. Pero no pude hacerlo. Recordé los desesperados
esfuerzos que todo eso me había costado en otro momento, hacía veinticuatro horas justas.
Una y otra vez regresé a esa puerta cerrada, aunque de sobra sabía que jamás llegaría a
franquearla. En mi desesperación, cogí el teléfono; lo colgué sin hacer llamada alguna; volví a
la puerta, al teléfono, con el abatimiento del tigre enjaulado, con el abandono de la falta de
fuerzas ante lo que se sabe ineludible.

Pensé en saltar por la ventana, pero me di cuenta de que ya lo había pensado y de que me iba
a ser del todo imposible hallar una solución no sopesada con anterioridad, en ese cuarto, en
esa jaula idéntica de tiempo repetido. Por último, me relajé en mi asiento y fui testigo de la
caída de la tarde. Era miércoles, veinticinco de enero. Una fría luz difuminada, como
corresponde a esa época del año, se agolpaba en la sala. Los muebles en el cuarto se tornaron
con el tiempo fantasmales, atenuándose de una manera ilógica, hasta que desapareció por
completo su aparente consistencia. Ni siquiera me molesté en dar las luces de la casa.

Hacia las doce una fuerte brisa comenzó a sacudir todos los cristales del edificio, haciendo que
me estremeciera en el asiento. El fuego no se había encendido en todo el día, y por lo tanto el
frío se había alojado junto a mi persona. Supe que jamás alcanzaría las cerillas sobre la repisa
de la chimenea; que todos mis actos iban a ser duplicados exactos aquella noche de esa otra;
que no me levantaría hasta pasadas las cuatro de la madrugada y que, para entonces, tendría
que haber pasado mucho tiempo para que me diera cuenta de que el viento había cesado, de
que la palidez de la luna iluminaría una estrecha franja del cuarto, alargando la silueta de los
objetos más próximos a la ventana. Desde mi rincón intuiría la vaga forma de un espejo; la
forma inconcreta de un mueble cualquiera conseguiría llenarme de congoja, dejándome la
sensación de vacío que aún hoy puedo sentir de vez en cuando.

Al tiempo de levantarme, un pesado cenicero se volcaría sobre la mesa. No me preocuparía


por limpiar nada. Tampoco miraría por encima del hombro, cuando atravesara aquella puerta...

Eladio Bulnes Jiménez - España


LUGAR EQUIVOCADO

Trabajo perjudicial

Todavía era de noche cuando el hombre se levantó. Con el automatismo de lo que se ha hecho
miles de veces, tomó la caña, la linterna y la pipa, y se dirigió a la laguna.

Una vez allí, preparó con destreza los enseres de pesca, lanzó el anzuelo, encendió la pipa y
esperó.

Acertaba a pasar por allí un joven provisto de un equipo de pesca.

-¿Qué tal, buena pesca?

-Nada, no.

-¿Hace mucho que está?

-Hoy, desde el amanecer. Pero hace diez años que vengo todas las mañanas.

-¿Y suele obtener buenas piezas?

-No, nunca.

-Pero, ¿qué carnada usa?

-Ninguna, hijo. No vale la pena.

-¿Cómo?

-Esta laguna no tiene peces, porque no tiene ni una gota de agua.

-Y ¿para qué viene?

-Porque no sabría adónde más ir, ni qué otra cosa hacer. Cuando esta laguna tenía agua, toda
mi familia se alimentó de ella. No aprendí otra forma de vivir.

Elena Espinal
BERARDO CON FRÍO

Lo sentí desde mi cama. Curiosamente sentí su temblor de frío desde mi cuarto tan lejos de ahí
en mitad de la noche. Paula Berardo temblando sentada en un rincón, tratando de cubrirse en
vano con sus brazos y sus piernas en el piso de granito helado, desnuda en el inmenso tablero
de ajedrez de algún salón lejano. Su piel erizándose poco a poco, marcando con autoridad que
es recién el comienzo del frío, que aunque estoy a tiempo de llegar y tocar despacio su pelo
rojo sin hablar, sacándome cada prenda para ponérselo a ella, trasladarle apenas mi calor, en
un intercambio que ella y yo tomaremos equívocamente por amor. Comenzar poniéndole,
cuando ya esté completamente desnudo, mi slip negro y que por eso estemos a punto de
sonreír, pero el frío, lo cómico de una prenda demasiado masculina en un cuerpo de mujer, las
diferencias de relieve, esas cosas. Luego la necesaria camiseta de frisa blanca, doblarle un
poco las mangas hacia arriba; las medias; el pantalón demasiado holgado para Berardo pero
quizás ajustando el cinturón en el orificio indicado; la camisa celeste prendida hasta el último
botón; el chaleco, la primer sonrisa de tibio placer en el rostro de Berardo; la corbata y su nudo
impecable, inútil pero prolijo, los zapatos varios números más grandes pero quizás apretando
un poco los cordones; finalmente el saco bien prendido y poder vernos así de frente, ella con mi
traje ya templada y yo completamente desnudo, parados uno contra otro, mientras el frío ahora
sube desde la planta de mis pies.

Un beso interminable desde su boca tibia a mis labios helados; verla alejarse por el salón como
un peón negro triunfante y salir por la puerta principal. Paula Berardo caminando tranquilo
desde su flamante calor.

Sentarme a sentir el frío en el mismo rincón, en la misma posición, los brazos y las piernas
cubriéndome inútilmente; mi piel erizándose hasta el preciso momento en que él lo sienta
desde su cama, desde su habitación lejana a mitad de la noche, hasta que por fin él se decida
y venga, cuando conozca desde allá el frío que toda mujer sentiría como yo siento aquí sentada
en un salón grandísimo contra el granito helado; hasta que otro hombre acepte el cambio,
hasta que otro hombre acepte el cambio, hasta que otro hombre acepte el cambio.

Fernando Oviedo
LA MARIONETA DE TRAPO SALUD

Si por un instante Dios se olvidara de que soy una marioneta de trapo, y me regalara un trozo
de vida, posiblemente no diría todo lo que pienso, pero, en definitiva, pensaría todo lo que digo.
Daría valor a las cosas, no por lo que valen, sino por lo que significan.

Dormiría poco y soñaría más, entiendo que por cada minuto que cerramos los ojos perdemos
sesenta segundo de luz. Andaría cuando los demás se detienen, despertaría cuando los demás
se duermen, escucharía mientras los demás hablan, y cómo disfrutaría de un buen helado de
chocolate…

Si Dios me obsequiara un trozo de vida, vestiría sencillo, me tiraría de bruces al sol, dejando al
descubierto no solamente mi cuerpo, sino mi alma.

Dios mío, si yo tuviera un corazón… Escribiría mi odio sobre el hielo, y esperaría a que saliera
el sol.

Pintaría con un sueño de Van Gogh sobre las estrellas un poema de Benedetti, y una canción
de Serrat sería la serenata que le ofrecería a la luna.

Regaría con mis lágrimas las rosas, para sentir el dolor de sus espinas, y el encarnado beso de
sus pétalos…

Dios mío si yo tuviera un trozo de vida… No dejaría pasar un solo día sin decirle a la gente que
quiero, que la quiero. Convencería a cada mujer de que ella es mi favorita y viviría enamorado
del amor.

A los hombres, les probaría cuán equivocados están al pensar que dejan de enamorarse
cuando envejecen, sin saber que envejecen cuando dejan de enamorarse.

A un niño le daría alas, pero dejaría que él solo aprendiese a volar. A los viejos, a mis viejos, les
enseñaría que la muerte no llega con la vejez sino con el olvido.

Tantas cosas he aprendido de ustedes los hombres… He aprendido que todo el mundo quiere
vivir en la cima de la montaña sin saber que la verdadera felicidad está en la forma de subir la
escarpada.

He aprendido que un hombre únicamente tiene derecho a mirar a otro hombre hacia abajo,
cuando ha de ayudarlo a levantarse.

Son tantas cosas las que he podido aprender de ustedes, pero finalmente mucho no habrán de
servir porque cuando me guarden dentro de esta maleta, infelizmente me estaré muriendo…

Gabriel García Márquez


REMEDIOS LA BELLA

Uno de los personajes más fascinantes de Macondo. Remedios es una mujer bellísima y
extraña, elemental y pura, que vive como ajena a la vida ordinaria. Su belleza enciende el
deseo de los hombres, pero aquellos que intentan consumarlo mueren de forma inesperada.
Veamos el poético final de la historia de tan insólita mujer.

La suposición de que Remedios, la bella, poseía poderes de muerte, estaba entonces


sustentada por cuatro hechos irrebatibles. Aunque algunos hombres ligeros de palabra se
complacían en decir que bien valía sacrificar la vida por una noche de amor con tan
conturbadora mujer, la verdad fue que ninguno hizo esfuerzos por conseguirlo. Tal vez, no sólo
para rendirla sino también para conjurar sus peligros, habría bastado con un sentimiento tan
primitivo, y simple como el amor, pero eso fue lo único que no se le ocurrió a nadie. Úrsula no
volvió a ocuparse de ella. En otra época, cuando todavía no renunciaba al propósito de salvarla
para el mundo, procuró que se interesara por los asuntos elementales de la casa. "Los
hombres piden más de lo que tú crees", le decía enigmáticamente. "Hay mucho que cocinar,
mucho que barrer, mucho que sufrir por pequeñeces, además de lo que crees." En el fondo se
engañaba a sí misma tratando de adiestrarla para la felicidad doméstica,, porque estaba
convencida de que, una vez satisfecha la pasión, no había un hombre sobre la tierra capaz de
soportar así fuera por un día una negligencia que estaba más allá de toda comprensión. El
nacimiento del último José Arcadio, y su inquebrantable voluntad de educarlo para Papa,
terminaron por hacerla desistir de sus preocupaciones por la bisnieta. La abandonó a su suerte,
confiando que tarde o temprano ocurriera un milagro, y que en este mundo donde había de
todo hubiera también un hombre con suficiente cachaza para cargar con ella. Ya desde mucho
antes, Amaranta había renunciado a toda tentativa de convertirla en una mujer útil. Desde las
tardes olvidadas del costurero, cuando la sobrina apenas se interesaba por darle vuelta a la
manivela de la máquina de coser, llegó a la conclusión simple de que era boba. "Vamos a tener
que rifarte", le decía, perpleja ante su impermeabilidad a la palabra de los hombres. Más tarde,
cuando Úrsula se empeñó en que Remedios, la bella, asistiera a misa con la cara cubierta con
una mantilla, Amaranta pensó que aquel recurso misterioso resultaría tan provocador, que muy
pronto habría un hombre lo bastante intrigado como para buscar con paciencia el punto débil
de su corazón. Pero cuando vio la forma insensata en que despreció a un pretendiente que por
muchos motivos era más apetecible que un príncipe, renunció a toda esperanza. Fernanda no
hizo siquiera la tentativa de comprenderla. Cuando vio a Remedios, la bella, vestida de reina en
el carnaval sangriento, pensó que era una criatura extraordinaria. Pero cuando la vio comiendo
con las manos, incapaz de dar una respuesta que no fuera un prodigio de simplicidad, lo único
que lamentó fue que los bobos de familia tuvieran una vida tan larga. A pesar de que el coronel
Aureliano Buendía seguía creyendo y repitiendo que Remedios, la bella, era en realidad el ser
más lúcido que había conocido jamás, y que lo demostraba a cada momento con su asombrosa
habilidad para burlarse de todos, la abandonaron a la buena de Dios. Remedios, la bella, se
quedó vagando por el desierto de la soledad, sin cruces a cuestas, madurándose en sus
sueños sin pesadillas, en sus baños interminables, en sus comidas sin horarios, en sus hondos
y prolongados silencios sin recuerdos, hasta una tarde de marzo en que Fernanda quiso doblar
en el jardín sus sábanas de bramante, y pidió ayuda a las mujeres de la casa. Apenas había
empezado, cuando Amaranta advirtió que Remedios, la bella, estaba transparentada por una
palidez intensa.

-¿Te sientes mal? -le preguntó.

Remedios, la bella, que tenía agarrada la sábana por el otro extremo, hizo una sonrisa de
lástima.

-Al contrario -dijo-, nunca me he sentido mejor.

Acabó de decirlo, cuando Fernanda sintió que un delicado viento de luz le arrancó las sábanas
de las manos y las desplegó en toda su amplitud. Amaranta sintió un temblor misterioso en los
encajes de sus pollerones y trató de agarrarse de la sábana para no caer, en el instante en que
Remedios, la bella, empezaba a elevarse. Úrsula, ya casi ciega, fue la única que tuvo
serenidad para identificar la naturaleza de aquel viento irreparable, y dejó las sábanas a
merced de la luz, viendo a Remedios, la bella, que le decía adiós con la mano, entre el
deslumbrante aleteo de las sábanas que subían con ella, que abandonaban con ella el aire de
los escarabajos y las dalias, y pasaban con ella a través del aire donde terminaban las cuatro
de la tarde, y se perdieron con ella para siempre en los altos aires donde no podían alcanzarla
ni los más altos pájaros de la memoria.

Gabriel García Márquez


UN DÍA DE ESTOS

Del Libro "Los funerales de la Mamá Grande"

El lunes amaneció tibio y sin lluvia. Don Aurelio Escovar, dentista sin título y buen madrugador,
abrió su gabinete a las seis. Sacó de la vidriera una dentadura postiza montada aún en el
molde de yeso y puso sobre la mesa un puñado de instrumentos que ordenó de mayor a
menor, como en una exposición. Llevaba una camisa a rayas, sin cuello, cerrada hacia arriba
con un botón dorado, y los pantalones sostenidos con cargadores elásticos. Era rígido, enjuto,
con una mirada que raras veces correspondía a la situación, como la mirada de los sordos.

Cuando tuvo las cosas dispuestas sobre la mesa, rodó la fresa hacia el sillón de resortes y se
sentó a pulir la dentadura postiza. Parecía no pensar en lo que hacía, pero trabajaba con
obstinación, pedaleando en la fresa incluso cuando no se servía de ella.

Después de las ocho hizo una pausa para mirar el cielo por la ventana y vio dos gallinazos
pensativos que se secaban al sol en el caballete de la casa vecina. Siguió trabajando con la
idea de que antes del almuerzo volvería a llover. La voz destemplada de su hijo de once años
lo sacó de su abstracción.

-Papá.

-Qué.

-Dice el alcalde que si le sacas una muela.

-Dile que no estoy aquí.

Estaba puliendo un diente de oro. Lo retiró a la distancia del brazo y lo examinó con los ojos a
medio cerrar. En la salita de espera volvió a gritar su hijo.

-Dice que sí estás porque te está oyendo.

El dentista siguió examinando el diente. Sólo cuando lo puso en la mesa con los trabajos
terminados, dijo:

-Mejor.

Volvió a operar la fresa. De una cajita de cartón donde guardaba las cosas por hacer, sacó un
puente de varias piezas y empezó a pulir oro.

-Papá.

-Qué.

Aún no había cambiado de expresión.

-Dice que sino le sacas la muela te pega un tiro.

Sin apresurarse, con un movimiento extremadamente tranquilo, dejó de pedalear en la fresa, la


retiró del sillón y abrió por completo la gaveta inferior de la mesa. Allí estaba el revólver.

-Bueno –dijo-. Dile que venga a pegármelo.

Hizo girar el sillón hasta quedar de frente a la puerta, la mano apoyada en el borde de la
gaveta. El alcalde apareció en el umbral. Se había afeitado la mejilla izquierda, pero en la otra,
hinchada y dolorida, tenía una barba de cinco días.

El dentista vio en sus ojos marchitos muchas noches de desesperación. Cerró la gaveta con la
punta de los dedos y dijo suavemente:
-Siéntese.

-Buenos días –dijo el alcalde.

-Buenos –dijo el dentista.

Mientras hervían los instrumentos, el alcalde apoyó el cráneo en el cabezal de la silla y se sintió
mejor. Respiraba un olor glacial. Era un gabinete pobre: una vieja silla de madera, la fresa de
pedal, y una vidriera con pomos de loza. Frente a la silla, una ventana con un cancel de tela
hasta la altura de un hombre. Cuando sintió que el dentista se acercaba, afirmó los talones
abrió la boca. Don Aurelio Escovar le movió la cara hacia la luz. Después de observar la muela
dañada, ajustó la mandíbula con una cautelosa presión de los dedos.

-Tiene que ser sin anestesia.

-¿Por qué?

El alcalde lo miró en los ojos.

-Está bien –dijo, y trató de sonreír. El dentista no le correspondió. Llevó a la mesa de trabajo la
cacerola con los instrumentos de trabajo hervidos y los sacó del agua con unas pinzas frías,
todavía sin apresurarse. Después rodó la escupidera con la punta del zapato y fue a lavarse las
manos en el aguamanil.

Hizo todo sin mirar al alcalde. Pero el alcalde no le perdió la vista.

Era una cordal inferior. El dentista abrió las piernas y apretó la muela con el gatillo caliente. El
alcalde se aferró a las barras de la silla, descargó toda su fuerza en los pies y sintió un vacío
helado en los riñones, pero no soltó un suspiro. El dentista sólo movió la muñeca. Sin rencor,
más bien con una amarga ternura dijo:

-Aquí nos paga veinte muertos, teniente.

El alcalde sintió un crujido de huesos en la mandíbula y sus ojos se llenaron de lágrimas. Pero
no suspiró hasta que no sintió salir la muela. Entonces la vio a través de las lágrimas. Le
pareció tan extraña a su dolor, que no pudo entender la tortura de sus cinco noches anteriores.
Inclinado sobre la escupidera, sudoroso, jadeante, se desabotonó la guerrera y buscó a tientas
el pañuelo en el bolsillo del pantalón. El dentista le dio un trapo limpio.

-Séquese las lágrimas –dijo.

El alcalde lo hizo. Estaba temblando.

Mientras el dentista se lavaba las manos, vio el cielo raso desfondado y una telaraña
polvorienta con huevos de araña e insectos muertos. El dentista regresó secándose las manos.

-Acuéstese –dijo- y haga buches de agua de sal. –El alcalde de pie, se despidió con un
displicente saludo militar y se dirigió a la puerta estirando las piernas, sin abotonarse la
guerrera.

-Me pasa la cuenta –dijo.

-¿A usted o al municipio?.

El alcalde no lo miró. Cerró la puerta, y dijo, a través de la red metálica:

-Es la misma vaina.

Gabriel García Márquez


EL ALMOHADÓN DE PLUMAS

Su luna de miel fue un largo escalofrío. Rubia, angelical y tímida, el carácter duro de su marido
heló sus soñadas niñerías de novia. Lo quería mucho, sin embargo, a veces con un ligero
estremecimiento cuando volviendo de noche juntos por la calle, echaba una furtiva mirada a la
alta estatura de Jordán, mudo desde hacía una hora. Él, por su parte, la amaba profundamente,
sin darlo a conocer.

Durante tres meses se habían casado en abril vivieron una dicha especial. Sin duda hubiera
ella deseado menos severidad en ese rígido cielo de amor, más expansiva e incauta ternura;
pero el impasible semblante de su marido la contenía siempre.

La casa en que vivían influía un poco en sus estremecimientos. La blancura del patio silencioso
frisos, columnas y estatuas de mármol producía una otoñal impresión de palacio encantado.
Dentro, el brillo glacial del estuco, sin el más leve rasguño en las altas paredes, afirmaba
aquella sensación de desapacible frío. Al cruzar de una pieza a otra, los pasos hallaban eco en
toda la casa, como si un largo abandono hubiera sensibilizado su resonancia.

En ese extraño nido de amor, Alicia pasó todo el otoño. No obstante, había concluido por echar
un velo sobre sus antiguos sueños, y aún vivía dormida en la casa hostil, sin querer pensar en
nada hasta que llegaba su marido.

No es raro que adelgazara. Tuvo un ligero ataque de influenza que se arrastró insidiosamente
días y días; Alicia no se reponía nunca. Al fin una tarde pudo salir al jardín apoyada en el brazo
de él. Miraba indiferente a uno y otro lado. De pronto Jordán, con honda ternura, le pasó la
mano por la cabeza, y Alicia rompió enseguida en sollozos, echándole los brazos al cuello.
Lloró largamente todo su espanto callado, redoblando el llanto a la menor tentativa de caricia.
Luego los sollozos fueron retardándose, y aún quedó largo rato escondida en su cuello, sin
moverse ni decir una palabra.

Fue ese el último día que Alicia estuvo levantada. Al día siguiente amaneció desvanecida.

El médico de Jordán la examinó con suma atención, ordenándole calma y descanso absoluto.

No sé le dijo a Jordán en la puerta de calle, con la voz todavía baja. Tiene una gran debilidad
que no me explico, y sin vómitos, nada. Si mañana se despierta como hoy, llámeme enseguida.

Al otro día Alicia seguía peor. Hubo consulta. Constatóse una anemia de marcha agudísima,
completamente inexplicable. Alicia no tuvo más desmayos, pero se iba visiblemente a la
muerte. Todo el día el dormitorio estaba con las luces prendidas y en pleno silencio. Pasábanse
horas sin oír el menor ruido. Alicia dormitaba. Jordán vivía casi en la sala, también con toda la
luz encendida. Paseábase sin cesar de un extremo a otro, con incansable obstinación. La
alfombra ahogaba sus pesos. A ratos entraba en el dormitorio y proseguía su mudo vaivén a lo
largo de la cama, mirando a su mujer cada vez que caminaba en su dirección.

Pronto Alicia comenzó a tener alucinaciones, confusas y flotantes al principio, y que


descendieron luego a ras del suelo. La joven, con los ojos desmesuradamente abiertos, no
hacía sino mirar la alfombra a uno y otro lado del respaldo de la cama. Una noche se quedó de
repente mirando fijamente. Al rato abrió la boca para gritar, y sus narices y labios se perlaron de
sudor.

¡Jordán! ¡Jordán! clamó, rígida de espanto, sin dejar de mirar la alfombra. Jordán corrió al
dormitorio, y al verlo aparecer Alicia dio un alarido de horror.

¡Soy yo, Alicia, soy yo!

Alicia lo miró con extravió, miró la alfombra, volvió a mirarlo, y después de largo rato de
estupefacta confrontación, se serenó. Sonrió y tomó entre las suyas la mano de su marido,
acariciándola temblando.

Entre sus alucinaciones más porfiadas, hubo un antropoide, apoyado en la alfombra sobre los
dedos, que tenía fijos en ella los ojos.
Los médicos volvieron inútilmente. Había allí delante de ellos una vida que se acababa,
desangrándose día a día, hora a hora, sin saber absolutamente cómo. En la última consulta
Alicia yacía en estupor mientras ellos la pulsaban, pasándose de uno a otro la muñeca inerte.
La observaron largo rato en silencio y siguieron al comedor.

Pst... se encogió de hombros desalentado su médico. Es un caso serio... poco hay que hacer...

¡Sólo eso me faltaba! resopló Jordán. Y tamborileó bruscamente sobre la mesa.

Alicia fue extinguiéndose en su delirio de anemia, agravado de tarde, pero que remitía siempre
en las primeras horas. Durante el día no avanzaba su enfermedad, pero cada mañana
amanecía lívida, en síncope casi. Parecía que únicamente de noche se le fuera la vida en
nuevas alas de sangre.

Tenía siempre al despertar la sensación de estar desplomada en la cama con un millón de


kilos encima. Desde el tercer día este hundimiento no la abandonó más. Apenas podía mover la
cabeza. No quiso que le tocaran la cama, ni aún que le arreglaran el almohadón. Sus terrores
crepusculares avanzaron en forma de monstruos que se arrastraban hasta la cama y trepaban
dificultosamente por la colcha.

Perdió luego el conocimiento. Los dos días finales deliró sin cesar a media voz. Las luces
continuaban fúnebremente encendidas en el dormitorio y la sala. En el silencio agónico de la
casa, no se oía más que el delirio monótono que salía de la cama, y el rumor ahogado de los
eternos pasos de Jordán.

Murió, por fin. La sirvienta, que entró después a deshacer la cama, sola ya, miró un rato
extrañada el almohadón.

¡Señor! llamó a Jordán en voz baja. En el almohadón hay manchas que parecen de sangre.

Jordán se acercó rápidamente Y se dobló a su vez. Efectivamente, sobre la funda, a ambos


lados del hueco que había dejado la cabeza de Alicia, se veían manchitas oscuras.

Parecen picaduras murmuró la sirvienta después de un rato de inmóvil observación.

Levántelo a la luz le dijo Jordán.

La sirvienta lo levantó, pero enseguida lo dejó caer, y se quedó mirando a aquél, lívida y
temblando. Sin saber por qué, Jordán sintió que los cabellos se le erizaban.

¿Qué hay? murmuró con la voz ronca.

Pesa mucho articuló la sirvienta, sin dejar de temblar.

Jordán lo levantó; pesaba extraordinariamente. Salieron con él, y sobre la mesa del comedor
Jordán cortó funda y envoltura de un tajo. Las plumas superiores volaron, y la sirvienta dio un
grito de horror con toda la boca abierta, llevándose las manos crispadas a los bandos: sobre el
fondo, entre las plumas, moviendo lentamente las patas velludas, había un animal monstruoso,
una bola viviente y viscosa. Estaba tan hinchado que apenas se le pronunciaba la boca.

Noche a noche, desde que Alicia había caído en cama, había aplicado sigilosamente su boca
su trompa, mejor dicho a las sienes de aquélla, chupándole la sangre. La picadura era casi
imperceptible. La remoción diaria del almohadón había impedido sin dada su desarrollo, pero
desde que la joven no pudo moverse, la succión fue vertiginosa. En cinco días, en cinco
noches, había vaciado a Alicia.

Estos parásitos de las aves, diminutos en el medio habitual, llegan a adquirir en ciertas
condiciones proporciones enormes. La sangre humana parece serles particularmente favorable,
y no es raro hallarlos en los almohadones de pluma.

Horacio Quiroga
LA BÚSQUEDA

Siempre había preguntado como sería la felicidad y si la alcanzaría algún día. Nada original,
por cierto; pero igual se lo preguntaba. Era un hombre simple.

Una vez le comentaron que había gente feliz no sé en que país, de esos con nombres raros
(como la felicidad, pensó) de Asia o África. ¿O era de Europa?. Bueno, el lugar no importaba; lo
cierto es que si había hombres felices, era posible para él también. Comenzó a planificar el
viaje, aunque no tenía en claro adonde.

Le dijeron también que a pesar de que el mundo está lleno de egoísmo, maldad y otras de esas
virtudes humanas, había siempre una esperanza de que todo cambiaría. ¿Cómo?, se preguntó.
Y salió a buscar la respuesta porque el que le contó eso, no se acordaba.

Preguntó (siempre preguntaba) a unos religiosos, no recordaba de qué religión y le explicaron


que todo comenzó con Adán y Eva. Que Dios los había creado para que fueran felices y les dio
una tierra hermosa para que la cuidaran. Pero que la competencia, envidiosa de tanta belleza y
felicidad, se encargó de arruinarlo todo. No muy convencido, agradeció la atención dispensada
por sus anfitriones y se fue más confundido que antes, no sin antes comprar una de las
publicaciones que vendían en la salida. No lograría darles la felicidad con esa pequeña
contribución monetaria, pero, por lo menos, ayudaría a satisfacer necesidades financieras más
inmediatas.

Otros, le explicaron detallada y apasionadamente que el hombre es malo desde sus entrañas,
que Dios no existe y que la felicidad es sólo una ilusión. Antes de dejarse tentar por la idea del
suicidio, agradeció y salió tratando de disimular su prisa.

Y así fue que vagó de lugar en lugar, siempre preguntando y preguntando, dejándose llevar por
el menor dato que le llegaba a sus manos. Hasta que se sintió agotado y decidió no viajar más.
Había pasado la mitad de su vida viajando, preguntando y había dilapidado sus recursos
materiales buscando la felicidad; y no aparecía.

Pero - sé preguntó (siempre lo hacía)- ¿ahora que no tengo que viajar más, no tengo que hacer
maletas y planear recorridos en mapas, que voy a hacer con mi tiempo? ¡Me va a sobrar! Y
encima, infeliz como soy.

Para matar el tiempo, como dicen algunos (estúpidos, porque el que mata es él a nosotros),
comenzó a observar su lugar, su propio lugar. Un día se le acercó un chico, le pidió una
moneda y se la dio. Sintió una sensación reconfortante dentro de él. Le llamó la atención ese
niño, con ropas prácticamente deshilachadas por el tiempo y el uso.

Se preguntó (tenía obsesión por las preguntas) como viviría ese pibe, quienes serían sus
padres, tendría más hermanos. De este modo se enteró que había más chicos como ese,
pobres, muy pobres, viviendo en lugares desheredados de toda comodidad y marginados de
este maravilloso mundo del ciberespacio, parecido a Disneyworld (por lo mágico y también por
lo artificial).

También (preguntando, por supuesto), se enteró de que había gente que estaba en desacuerdo
con este mundo injusto y quería cambiarlo. ¿Cómo?, volvió a preguntar. "Empezando por uno
mismo, le respondieron". ¿Cómo?, pregunta reiterativa. "Dejando de insultar por todo lo que
está mal, porque quita energía para trabajar por hacer las cosas bien. Vaya,”ame a alguien y
haga algo por esa persona", le dijeron.

Se fue, un poco turbado y preguntándose (¡y dale!) Como haría para amar a alguien, si él
siempre estuvo muy ocupado buscando la felicidad. ¡Esa era la clave! Había estado durante
mucho tiempo buscando el objetivo, pero se había ¡olvidado del proceso! ¡Tanto tiempo
desperdiciado! ¿Y ahora?.

Intentó, volvió a intentar y un buen (gran) día amó a alguien. Y ese alguien lo amó a él. Y se dio
cuenta de que amar era sólo cuestión de amar (se entiende, ¿no?).

Tuvieron hijos, les dieron amor y desde su casa generaban amor para dar y dar.
Cuando, ya viejo, le preguntaron (esta vez no preguntó, le preguntaron), si había alcanzado la
felicidad, miró al preguntador, le sonrió y poniendo su mano en el hombro del joven, le dijo: "La
felicidad siempre nos acompaña, está al lado nuestro. Lo que pasa es que somos un poco
cortos de vista. No es necesario buscarla, si realmente la querés, si la deseas con todo tu ser, y
té esforzás para que venga a vos, ella te encuentra solita. Anda, ama a alguien y hacé algo por
esa persona".

El joven se fue contento (¿feliz?) de haber conversado con ese viejito que trasuntaba felicidad.

Él pertenecía a una nueva generación. Toda una vida por delante.

Y no tendrían, seguramente, que viajar ni preguntar tanto.

Hugo Pablo Mauri – Argentino


VARIACIÓN DE RECUERDOS

En la mesita de noche le esperaba la misma nota de agradecimiento que enturbiaba sus


noches desde varios meses atrás. Meditó el punto: vivir por otra persona, para otra persona, las
preocupaciones de otro, por una madre y un recuerdo. Le pareció absurdo, y casi sonrió
amargamente, de no ser porque conocía demasiado bien su íntima flaqueza, su bronca y
áspera conciencia de mármol.

La muerte debería haberme llevado a mí, pensó reflejándose en la goleta Belvedere en dos
dimensiones de cartón y aceites. Pero si la muerte había sido la salvación de ella, igualmente lo
era para él. No preguntarse acerca de esa urdimbre de sensaciones encontradas hubiera sido
lo más sensato, pero cuando llegó aquel telegrama de agradecimiento seguía en el fondo de
todos los pensamientos uno solo, uno que se bastaba para quemarle por dentro como un ácido.

Con la cabeza embotada, sudor en la nuca, sudor frío en la frente, volvió a tomar las palabras y
a recolocarlas, volvió inútilmente a intentar dar otros significados. Una leve variación de
palabras y su imagen en el espejo del cuarto de baño sería otra, volvería a su pureza original.
Podía jugar a ser mil, pero a la hora de la verdad era sólo uno, uno que en verdad no servía, no
llenaba, constituía un ente vacilante, un paso en falso, tal vez por un residuo de bondad o quién
sabe si inocencia.

Cuando volvió al embarcadero un año después pensó que su espiritu se habría borrado, que la
muchacha -pobre, tan joven- ya no sería una memoria, apenas un vago recuerdo; ni eso.

Pero pronto se dio cuenta de que no, y de que seguía viva, aún más viva que él.

Un anciano -ignorando con quién hablaba- le contó la historia. Le contó, mientras su mirada
volaba sobre sus recuerdos y la superficie de oro del lago, cómo la muchacha había quedado
atrapada en el fondo del lago por el tobillo, en un estúpido juego de críos, y un conocido se
había sumergido tras ella, y que su búsqueda había sido de tal vehemencia que el mismo
hombre había acabado en el hospital.

Y esa voz aparecía como su propia conciencia, su mirada preocupada, volver al lugar, volver a
ese lugar maldito. Asintió a todo lo que el anciano decía, pero al final no le oía.

Sólo oía los gritos de los que estaban allí aquella tarde de junio. Es curioso... Y sobre todo, es
difícil entender cómo puede pasar algo tan horrible en un día tan hermoso.

Luz verde. El anciano se aleja y él vuelve a sentir el agua en sus pulmones, las lágrimas, los
gritos, el agua; pudo verla allí, en el fondo, antes de quedar inconsciente.

Se acercó a la orilla, bajo los robles. Sentado en una enorme piedra gris se quitó los zapatos y
los calcetines. Los pantalones y la camisa. A veces pensaba en que haría esto, que
comprobaría que aquel agua no se había transformado en un infierno de luz y mercurio. El
agua estaba fría, su alma ardía. Porque la culpa seguía escrita en aquel telegrama, una culpa
que sólo él podía leer. Cuando se sumergió fue como morir, o nacer. El agua se extremaba en
su piel y volvía una y otra vez.

Recordó, siendo ya la corriente misma en la que estaba atrapado, cómo había preparado una
broma para Lucía, aquella muchacha de la que apenas sabía el nombre de pila. Recordó cómo
la incitaba a probar su capacidad. Maldito cabrón, maldito, ¿Qué has hecho? Desearía vomitar
todo eso, desearía no volver a respirar, no volver a ver esa luz que no llega a tanta profundidad.
Lo desearía, como desearía no ver en su mente su mano empujando entre sonrisas de
burbujas el rostro aterrorizado de la chica.

Llega al fondo del lago, de su propia miseria, y no da marcha atrás.

Iago Rodríguez Dopico - España

¿QUÉ BELLO ES VIVIR?


Observaba sin pasión el escaso, casi nulo, tráfico bajo sus pies. Nadie pasaría a esas horas.

Nadie. Faltaban unos minutos para el Año Nuevo y las calles se aparecían vacías, con todo el
mundo esperando delante de un plato con doce uvas, entre vasos vacíos y botellas, con
familiares, amigos o amantes. Por eso nadie pasaba y por eso nadie la podía ver allí, agarrada
a la barandilla, mirando hacia el asfalto y a un solo paso del último salto. No estaba tensa, no
estaba nerviosa. Sólo esperaba a que llegaran las doce, por una especie de cuestión estética,
para que la historia fuera redonda, circular y perfecta. Esa misma perspectiva estética era la
que la hacía sentirse un poco descontenta con la fecha que había elegido. El frío polar la
estaba congelando y detestaba pensar que tal vez se le entumecerían las manos, porque
entonces podría resbalarse y caería al vacío con cara de sorpresa y sin ninguna compostura.
Debería haberse puesto guantes, pensó. Pero le agradaba la idea de notar expresamente el
momento en que sus manos dejaran al metálico y efímero contacto que sostenía su vida en
esos instantes. Ahora no lo sentiría, porque con el frío no sentía absolutamente nada. Debería
haberse abrigado más, pero ¿para qué? ¿para no resfriarse? No le hacía mucha gracia la idea
de quedar colgada en el vacío porque el abrigo se le hubiera enganchado con la barandilla.
Sería tan ridículo. Empezarían a pasar los coches, camino cada uno de una fiesta, buscando
alcohol para nublar la mente y pintar la vida con un poco de emoción y se encontrarían con ella
colgada del abrigo sobre la M-30, pataleando absurdamente. Desde luego esa sería una
anécdota que muchos de ellos contarían al llegar donde quiera que les esperaran.

Se sujetó un poco mejor para poder ver la hora. Las doce menos diez.

- Joder, aquí no se mueve el tiempo.

- Pues eso parece - oyó a sus espaldas.

El sobresalto estuvo a punto de hacerla perder el equilibrio. Intentó girarse para ver quién
hablaba, temiendo que fuera un psicópata o algo parecido, como si eso tuviera importancia a
estas alturas. El caso es que al volverse estuvo a punto de caer al vacío y sólo la salvó el brazo
de un hombre ya mayor, que la sorprendió con la fuerza de su contacto. Allí estaba con un viejo
sujetándola por la cintura, salvada por un instante de un suicidio prematuro, estúpida situación
donde las haya.

-Perdone si la molesto, pero ¿qué hace aquí?

Había algo en su tono de voz y en su aspecto que le recordaba a alguien.

Era mayor, pero no viejo, como los ángeles de las películas de los años cincuenta, que
aparecían en el momento oportuno para decirle al protagonista que debe rehacer su vida y ser
buena gente por siempre jamás. ¡Eso es! Se parecía al ángel de "¡Qué bello es vivir!". ¡Lo que
faltaba!

- ¿¡ Y a usted qué coño le importa!? Por si no es suficientemente obvio le diré que no me


apetece charlar. Y si me suelta un segundo continuaré con lo que estaba haciendo, es decir,
esperar a las doce para hacer un viaje de diez metros hasta el suelo. Gracias por su interés y
buenas noches -dijo indignada volviéndole la espalda, al menos lo que la permitía su forzada
postura.

Si al buen samaritano le sorprendió el rapapolvo, lo disimuló admirablemente, porque ni


siquiera se tomó la molestia de parpadear o tragar saliva. En todo caso tampoco la soltó.

Incómoda por la especie de acoso sexual que parecía estar sufriendo en un momento que se
suponía debía ser tan íntimo, estaba a punto de hacérselo notar al caballero cuando notó que
había algo raro. No se había dado cuenta antes, pero había un gran tumulto allá abajo. Un
coche se había empotrado contra la valla y estaba arrugado como un acordeón, otro le había
embestido y toda la calzada se veía absolutamente colapsada. Quién sabe cómo, acababa de
tener lugar un accidente múltiple y ella, en primer fila, ni siquiera había oído nada. Sin embargo,
el estruendo era terrible y el caos absoluto.

"Está claro, me he vuelto loca"


Un segundo después, agradeció que el desconocido aún la mantuviera sujeta por la cintura,
porque vio algo que no había visto antes. Unos metros por delante del coche había un cuerpo
tendido en una grotesca postura. Una cabeza de pelo largo, una chaqueta fina, impensable
para esta época del año, unos pantalones negros iluminados por el único faro útil del coche
accidentado. Un charco oscuro se extendía bajo el cuerpo, una mancha que parecía tener la
consistencia pegajosa y densa del petróleo, pero que no lo era. Le subió a la boca el amargo
regusto del miedo y sintió ganas de gritar. El sudor la empapó en un segundo, a pesar de lo
ligero de su ropa.

Nunca pensó que en un momento tan trascendental le fueran a fallar los nervios hasta el punto
de tener visiones, viejos que aparecen de la nada, aparatosos accidentes que suceden en
silencio... De repente todo el ruido del mundo estalló en su cabeza... Las sirenas de las
ambulancias, las bocinas de los coches, las voces de la gente asomada a las ventanillas, los
gritos de algún alguien... Los destellos de luz daban a la escena un aire aún más macabro,
sobre todo cuando le volvieron la cara para el cuerpo tendido en la calle y...

Ahora sí gritó. Y su grito perforó la noche como un estilete clavado en mantequilla.

- ¿Qué ocurre? ¡Dios mío! ¡¡Dios mío!! Estoy loca ¿¡Estoy loca!?

Presa de un ataque de histeria apenas notó como el desconocido la alzaba sin esfuerzo y la
depositaba en el lado seguro de la barandilla, si es que alguno lo era ya, o si es que acaso
importaba todavía. La abrazó fuerte, mientras su cuerpo apenas la respondía, presa de
violentas sacudidas.

- Schssst... -intentó tranquilizarla.- No pasa nada...

Ella alzó los ojos, mirándole sin verle en un estado alucinatorio.

- ¿Nada? ¡Estoy ahí abajo! ¡Y aquí arriba! O estoy loca... o estoy loca o no me diga que no
pasa nada, porque algo tiene que estar pasando.

La explicación llegó lentamente a su cerebro. No sabía muy bien si el viejo era el que se lo
explicaba o si era una voz en su cabeza, no entendía nada, pero tenía la certeza de que sabía
lo que había sucedido. Era absurdo, era ilógico y era imposible, sin embargo era cierto. Se
había resbalado en realidad. Se había resbalado y había caído al vacío sobre un coche que, en
contra de todas las normas sociales, se dirigía a alguna parte sin mostrar ningún respeto por
las doce campanadas. Se había caído y había provocado un accidente mortal. Un grupo de
coches había pasado en ese preciso momento y ella había caído sobre uno de ellos, los demás
colisionaron unos con otros colapsando toda la calzada en un instante. Con el impacto su
cuerpo había salido despedido varios metros y ahí estaba en esos momentos, tapado con una
tela metálica, entrando en una ambulancia. Un policía levantó ligeramente la tela y sacudió
ligeramente la cabeza con expresión apenada.

- Schssst. Sí, estás ahí abajo, pero no te preocupes...

- Yo no... no... no quería... -dijo entre lágrimas e hipos - Yo no quería que nadie saliera herido...
yo no quería que pasara nada de esto... Seguro que le he estropeado la noche a un montón de
gente -añadió. Tal vez el hecho de que un puñado de personas llegara tarde y con un ligero mal
cuerpo a alguna fiesta no debía de haberle importado en ese momento, pero su cerebro estaba
demasiado saturado para valorar una situación para la que no podía estar preparado.

- Por eso estoy aquí y por eso vamos a arreglarlo. ¿Quieres?

- Por favor, por favor... - suplicó escondiendo el rostro en las solapas de su abrigo, como si así
pudiera escapar de aquel macabro espectáculo.

De repente el silencio. Estaba agarrada a la barandilla de un puente sobre la M-30. No pasaban


coches, no pasaba nadie, no pasaba nada. Miró el reloj. Las doce menos diez. Con mucho
cuidado pasó una pierna por encima de la barandilla para ponerse en el lado seguro.

Ahí, esperándola, estaba el viejo.


- Bien hecho - dijo.

- ¿Y ahora?

- Ahora iremos a mi hotel, te darás un baño y te tomarás algo caliente.

- ¿Y luego? ¿Tendré que contarte mis problemas? ¿Me echarás un sermón? ¿Aparecerá Dios y
me acogerá en su seno?

- Lo dudo.

- ¿Entonces?

- Entonces, tu abrirás las piernas y yo abriré la cartera y así pasaremos la noche de fin de año.
Si no te gusta el plan, siempre puedes volver aquí y probar a tirarte otra vez.

Sinceramente sorprendida sólo fue capaz de responder:

- Pensé que eras un ángel, como el de "¡Qué bello es vivir!"

- Pues no pienses, querida.

Se encogió de hombros, resignada ya a aceptar la fatalidad de un destino que aquella noche,


aquella supuesta última noche, se había empeñado a poner patas arriba todas las leyes de la
lógica.

Segundos después, la carretera se llenaba otra vez de coches. Otra vez el ruido, las bocinas,
las sirenas y el destello intermitente de las luces de las ambulancias.

Inma García - España


ME ENCANTA DIOS

Me encanta Dios. Es un viejo magnífico que no se toma en serio. A él le gusta jugar y juega, y
a veces se le pasa la mano y nos rompe una pierna o nos aplasta definitivamente. Pero esto
sucede porque es un poco cegatón y bastante torpe de manos.

Nos ha enviado algunos tipos excepcionales como Buda, o Cristo, o Mahoma, o mi tía Chofi,
para que nos digan que nos portemos bien. Pero esto a él no le preocupa mucho: nos conoce.
Sabe que el pez grande se traga al chico, que la lagartija grande se traga a la pequeña, que el
hombre se traga al hombre. Y por eso inventó la muerte: para que la vida -no tú ni yo-, la vida,
sea para siempre.

Ahora los científicos salen con su teoría del Big Bang... Pero ¿qué importa si el universo se
expande interminablemente o se contrae? Esto es asunto sólo para agencias de viajes.

A mí me encanta Dios. Ha puesto orden en las galaxias y distribuye bien el tránsito en el


camino de las hormigas. Y es tan juguetón y travieso, que el otro día descubrí que ha hecho
-frente al ataque de los antibióticos- ¡bacterias mutantes!

Viejo sabio o niño explorador, cuando deja de jugar con sus soldaditos de plomo de carne y
hueso, hace campos de flores o pinta el cielo de manera increíble.

Mueve una mano y hace el mar, y mueve otra y hace el bosque. Y cuando pasa por encima de
nosotros, quedan las nubes, pedazos de su aliento.

Dicen que a veces se enfurece y hace terremotos y manda tormentas, caudales de fuego,
vientos desatados, aguas alevosas, castigos y desastres. Pero esto es mentira. Es la tierra que
cambia -se agita y crece- cuando Dios se aleja.

Dios siempre está de buen humor. Por eso es el preferido de mis padres, el escogido de mis
hijos, el más cercano de mis hermanos, la mujer más amada, el perrito y la pulga, la piedra más
antigua, el pétalo más tierno, el aroma más dulce, la noche insondable, el borboteo de la luz, el
manantial que soy.

A mí me gusta, a mí me encanta Dios. Que Dios bendiga a Dios.

Jaime Sabines - México


DÍA DE ACCIÓN DE GRACIAS

La palabra "Thanksgiving", el Día de Acción de Gracias, evoca para muchos


norteamericanos buenos recuerdos de reuniones con familiares y amigos, vacaciones de cuatro
días, el comienzo de las preparaciones para la Navidad, y el inicio de invierno con la nieve y el
frío.

Thanksgiving es un día en que se da gracias a Dios por las numerosas bendiciones de la vida.
Se puede decir gracias este día en un servicio religioso o en el silencio de su propio corazón.
Se puede también mostrar su gratitud, ayudando a la gente de escasos recursos, dando
donaciones de comida, ropa, y canastas con pavos que las iglesias y organizaciones
distribuyen, o se puede ayudar a servir la comida típica de la fiesta a personas desamparadas o
sin familia.

En los Estados Unidos, Thanksgiving, el último jueves del mes, es el día en que la gente viaja
más que en otro día festivo del todo el año. Algunos hacen sus reservaciones en avión con un
año de anticipación. Las carreteras se llenan de carros, muchos de ellos dirigiéndose al
aeropuerto. Todo esto es para reunirse con miembros de la familia, que en muchos casos viven
en estados diferentes. Se celebra Thanksgiving en varias formas. Hay, por ejemplo, la campaña
de la organización de Oxfam América en que la gente pasa todo un día antes de Thanksgiving
en ayuno, enviando el dinero ahorrado por no comer para aliviar el hambre en el mundo.

Además hay grupos de indígenas norteamericanos que se visten de duelo el día de


Thanksgiving, para demostrar que la historia de esta fiesta está relacionada con la llegada de
los colonos blancos, quienes desplazaron a los indígenas, hasta exterminarlos casi a todos.

Hay otras personas que pasan toda la tarde enfrente de la televisión, mirando equipos de fútbol
profesional o universitario, mientras las mujeres se reúnen en la cocina, preguntando porque se
casaron con hombres que les gusta el fútbol.

Como Thanksgiving cae el último jueves de noviembre, mucha gente sigue celebrando el
viernes, sábado y domingo, comiendo el pavo en varias formas durante todos estos días. Hay
desfiles de Santa Clauss durante este fin de semana que inician las festividades de Navidad y
la temporada comercial más importante del año. El viernes después de Thanksgiving, las
tiendas tienen una mayor cantidad de ofertas y se dice que la gente compra más en este día
que en cualquier otro día del año.

Al buscar las raíces de la fiesta, encontramos una mezcla de historia y leyenda. Históricamente
hubo un grupo de ingleses, llamado los puritanos, que por diferencias religiosas, se separaron
de la iglesia oficial protestante de Inglaterra.

Huyeron a Holanda donde consiguieron un barco, que llamaron el Mayflower (flor de mayo)
para viajar a la Nueva Tierra de América, donde ya existía una colonia de ingleses en
Jamestown, Virginia.

Así en 1620 embarcaron en el "Mayflower" por un mar que fue tan peligroso que muchos de
ellos murieron antes de llegar a un lugar que designaron como la colonia de Plymouth (que
ahora es parte de Massachussets). La mitad de ellos murieron después en un invierno muy
severo. Se dice que los indígenas les ayudaron a sobrevivir el invierno y en la primavera les
enseñaron a cultivar plantas nativas de la región. Tuvieron una cosecha abundante y según la
leyenda los indígenas y los puritanos juntos celebraron esta abundancia con una fiesta, a la
cual los indígenas trajeron pavos y carne de venado.

En 1789 George Washington, el primer presidente de la nueva nación, declaró el 26 de


noviembre como un día de agradecimiento a Dios. Esta costumbre continuó año tras año, con
varios cambios de fecha, hasta que en 1941, el Congreso de los Estados Unidos fijó el último
jueves de noviembre como el Thanksgiving Day oficial. Se celebra este día en las escuelas,
según la leyenda, presentando dramas con puritanos con sus vestidos de aquella época, el
barco Mayflower, y los indígenas y puritanos cenando juntos.
En Thanksgiving, se come platos nativos y tradicionales: "sweet potatoes," una especie de
camote, papas, calabazas, pan de maiz, "cranberry sauce" (salsa de una fruta roja y agria).
Como postre, el pastel de calabaza (pumpkin pie) con nata y lo más importante, pavo relleno
(stuffed turkey) con su jugo (gravy).

Lo que es interesante es que cada nuevo grupo de inmigrantes añade su comida y sus
tradiciones a la fiesta, enriqueciendo la tradición. Lo que nos une, más que la comida y la
historia, es que todos somos bendecidos por nuestro Creador. Vivir con gratitud cada día de la
vida es la mejor forma de vivir.

Jane Thiefels
TE VEO MAÑANA

Del Libro "Otra taza de chocolate caliente para el Alma”

Gracias a mi madre y su sabiduría no le temo a la muerte. Ella fue mi mejor amiga y mi mejor
maestra. Cada vez que estábamos juntas, ya sea al despedirnos a la noche o antes de
emprender un viaje, decía: "Te veo mañana". Era una promesa que siempre cumplió.

Mi abuelo era sacerdote y, en aquellos días, a comienzos de siglo, cada vez que un miembro
de la congregación moría, el cuerpo permanecía en la sala de recibo del ministro.

Para una niña de ocho años, esta experiencia puede resultar muy aterradora.

Un día, el abuelo vino a buscar a mi mamá, la llevó a su sala y le pidió que tocara la pared.

-¿Cómo la sientes, Bobbie? -preguntó.

-Bueno, esta dura y fría -respondió ella.

Entonces la llevó hasta el ataúd y le dijo: -Bobbie, voy a pedirte que hagas la cosa más difícil
que se puede pedir.

Pero si la haces, nunca volverás a tenerle miedo a la muerte. Quiero que pongas tu mano en la
cara del señor Smith.

Como ella lo quería mucho y confiaba en él, pudo cumplir con su pedido.

-¿Y? -quiso saber el abuelo.

-Papá -dijo ella-, se siente como la pared -Así es -dijo él-. Esta es su vieja casa; nuestro amigo,
el señor Smith, acaba de mudarse y no hay ningún motivo para tenerle miedo a una casa vieja.

La lección echó raíces y desarrolló durante el resto de su vida. No le tenía nada de miedo a la
muerte. Ocho horas antes de abandonarnos, hizo el pedido más insólito. Mientras estábamos
alrededor de su cama conteniendo las lágrimas, dijo: -No traigan flores a mi tumba porque no
estaré ahí. Cuando me libere de este cuerpo, volaré a Europa. Vuestro padre nunca quiso
llevarme. -El cuarto estalló en una carcajada y no hubo mas lágrimas por el resto de la noche.
Al besarla y desearle buenas noches, ella sonreía y decía: "Te veo mañana".

Pero al día siguiente, a las 6:15 de la mañana, el médico me llamó para decirme que había
emprendido su vuelo a Europa.

A los dos días, estábamos en el departamento de mis padres revisando las cosas de mamá,
cuando encontramos una pila de escritos suyos. Al abrir el paquete, cayó al piso un papel.

Era la siguiente poesía. No sé si la escribió ella o si había guardado con mucho cariño la obra
de otro. Lo único que se es que fue el único papel que se cayo, y decía:

EL LEGADO

Cuando muera, da lo que queda de mí a los niños.

Si necesitas llorar, llora por los hermanos que caminan a tu lado.

Rodea a alguien con tus brazos y dale lo que necesites darme a mí.

Quiero dejarte algo, algo mejor que palabras o sonidos.

Búscame entre la gente que conocí y amé. Y si no puedes vivir sin mí, déjame entonces
vivir en tus ojos, tu mente y tus actos de bondad.

Como mejor puedes amarme es dejando que las manos se toquen y dejando libres a los
niños que necesitan ser libres.
No muere el amor, las personas sí.

Por eso, todo lo que queda de mí es amor...

Bríndame...

Papá y yo nos miramos y sonreímos al sentir su presencia. Y una vez más fue mañana.

John Wayne Schlatter


ARTEMIO Y LAS ACEITUNAS

Gracias Kyoko, por tus valiosos comentarios

Viajaban las nubes pesadas de agua, cubriendo el cielo de presentimientos. Desde la ventana
del tren, se vislumbraban sus formas a lo alto y desde el pasillo se adivinaban, por la falta de
luz exterior. Artemio, con dolores en la parte baja de su espalda de tanto estar sentado, decidió
caminar. Un fuerte impulso lo llevó a hacerlo en contra de la dirección del tren. El río, también
visible desde las ventanas, que ahora iban pasando una a una frente a Artemio, seguía su paso
habitual hacia el mar, justo en dirección opuesta al avance de las nubes. Todo fluía hacia
alguna parte, nada estaba quieto. La manga de una chaqueta colgando oscilaba como péndulo
marcando el tiempo. Artemio y sus pasos hacia el norte. El tren y su marcha hacia el sur. El río
fluyendo hacia el este. Las nubes veloces al oeste. Un leve, casi imperceptible mareo giró en
la conciencia de Artemio, que por un segundo perdió noción del mundo y su presencia.

El tren se detuvo. No se suponía que parara todavía, faltaba una media hora para la próxima
estación, según Artemio. Curioso, miró por la ventana, y vio una estación que jamás había
visto. El piso estaba hecho de cerámica, en colores anaranjados, rojo pálido, amarillos con
tinte naranja. Los bancos de azulejos crema, semi-transparentes, con incrustaciones de
conchas marinas. La cabina telefónica no era como ninguna que él recordase. Nadie bajaba,
nadie subía, ningún pasajero parecía esperar. Una sensación de vacío total, quietud. Sólo el
tren, la estación, y él. Sin saber por qué, se bajó. Caminó unos pasos, sin rumbo aparente. El
tren desapareció de su vista, pero sabía que estaba allí, detenido, esperándolo.

Sabía que bastaba deshacer sus pasos para llegar a él, para llegar a su rutina, a su casa vacía,
a sus revistas de moda, donde miraba mujeres esbeltas, a su telenovela llorona y repetida, a su
frasco de aceitunas con pedacitos de pimentón rojo, a su colección de cactus enanos que
regaba una vez a la semana, con gotario. Dio un paso más, y se detuvo, sin saber si regresar.
Mantenía la vista baja, pero el oído agudo, a la espera de cualquier señal de partida. Levantó la
vista.

Se encontró con una cara. Un rostro delicado, de labios rosal silvestre, cejas acentuadas,
orejas pequeñas, tenue perfume de alelíes, profusas y finas pestañas. El rostro esbozó una
sonrisa. No fue una sonrisa insulsa, ni irónica, ni atrevida. Grata, apenas interrogante,
espontánea.

Artemio sonrió levemente, pero frenó su gesto impulsivo. Se preguntó quién podría ser, de
dónde había salido, qué buscaba. Pensó, aunque sólo por un momento, saludarla, preguntarle
cuál era el nombre de la estación, por qué el tren no se había detenido allí nunca antes, por
qué no había más personas esperando (quién era, cómo se llamaba, qué perfume usaba, tan
sutilmente fragante, cómo era que sus labios podían tener ese color tan natural y tan tentador).
Un quejido de metales quebró el encanto, recordándole el paso del espacio en el tiempo. Miró
aquel rostro por última vez, con aparente atención, sin realmente verlo.

Dio la media vuelta y casi corriendo llegó a la escalinata, mientras la imagen última y fugaz de
un rostro que todavía sonreía cruzó su subconsciente como una flecha, perdiéndose en algún
rincón de sus noches.

Corría el tren hacia su destino, cruzando los últimos desvíos del camino, con su carga interna
de circunstancias humanas. Su mente en blanco, pasajera, recuperó la rutina de las sonrisas
que no se muestran, en los ojos de un Artemio contento de haberse subido a tiempo para no
perder el comienzo de su telenovela, esos golpes musicales de alerta que hacían prever
dramáticos sucesos, esas caras simulando graves pasiones, las aceitunas verde añejo con sus
botones rojos, que algún día la memoria.

Jorge Braña
LA LLAMADA

Finalmente Justiniano encontró un par de tardes libres. Normalmente se quedaba trabajando


en casa un día cada semana, pero ahora decidió hacerlo dos días seguidos, aprovechando que
no tenía ninguna reunión. Para combatir sus tendencias a seguir trabajando al anochecer, y a
menudo hasta avanzadas horas de la noche, tomó la determinación de detenerse puntualmente
a las seis todos los días, salvo verdaderas emergencias, que no hubo. A esa hora preparó la
cena (cocinó una vez en cantidad suficiente para los dos almuerzos y las dos cenas, para
ganar tiempo), cenó, eligió tres discos compactos (Bach, Armstrong, Washington Jr.), un long
play (Ruby Braff) y se embarcó en la deliciosa tarea de escribir un cuento y un par de poemas.

Tendido boca abajo en la alfombra examinó su cuento apenas empezado y se largó en su


computadora portátil. Estuvo horas en esa posición, leyendo y escribiendo, a veces, riéndose
solo, pensando, interrumpido solamente por sus deseos de cambiar o repetir la música de vez
en cuando, u ocasionalmente ir al baño. Como a las dos de la mañana se dio cuenta de que
era tarde y mejor se acostaba, sino iba a amanecer cansado el segundo día. Se estableció una
lucha interna entre escribir el último segmento del cuento ahora que estaba lanzado y la forma
final le susurraba adentro, o acostarse a dormir. Siguió, mas el cansancio le nubló las ideas.
Decidió descansar.

Pero apenas apagó la luz comenzó a sonar el teléfono. Levantó el auricular con curiosidad y
desasosiego, quien diablos podría estar llamando a esa hora, le habría pasado algo a su
hermana, o quizás una de sus hijas en Europa se había confundido nuevamente con el cambio
de hora y lo llamaba en medio de la noche. Escuchó un tono largo, silencio, el mismo tono,
silencio. “Un fax”, exclamó. Salió rápidamente de su cama y caminó al cuarto chico que él
llamaba “escritorio”, a apretar el botón verde que engancha manualmente el aparato de fax.
Enganchó. Esperó un par de minutos, pero no salió nada. Sonó el pito de error. Terminó la
conexión. Esperó otro poco, por si intentaban de nuevo. Nada. Volvió a la cama.

Apagó la luz, y no había ni alcanzado a voltearse cuando ésta se encendió. Se sentó. “Qué
quiere decirme ahora”, pensó. Sonó el teléfono nuevamente. Tono, silencio, tono. Esta vez
corrió al aparato del fax. Esperó y esperó, hasta que el pito de error comenzó nuevamente su
desagradable sonido de alarma. “La próxima vez lo dejo que enganche sólo, es más lento, pero
ya me cabreó”, se dijo. Antes de llegar a la pieza ya estaba sonando el teléfono otra vez.
Sentado en la cama esperó que el aparato de fax enganchara automáticamente. Lo hizo, pero
con el mismo resultado anterior.

Molesto, decidió salir a caminar. Miró la hora, las dos y media. Sonrió, la idea de salir a caminar
a esa hora le hacía gracia. Afuera hacía frío, mas no tanto. El barrio a oscuras, salvo por la luz
de un farol. Silencio. Los árboles, la mayoría ya sin hojas, daban la impresión de fantasmas
esqueléticos. Echaba de menos el canto nocturno de los grillos, que este año se había
extendido hasta bien avanzado el otoño. No soplaba ni una brisa. Calma. Al dar vuelta la
esquina se encontró, para su sorpresa, con una luna tan grande y tan hermosa que casi se cae
de espaldas. En un pequeño claro entre las nubes, que tenían el cielo enteramente tapado,
estaba magníficamente instalada esta luna señorial, llena hasta la mitad, en el lado izquierdo,
mientras que el derecho completaba una perfecta esfera en forma semi-transparente. No
recordó haberla visto nunca así, con un lado sólido y el otro en transparencia. La admiró unos
minutos, absorto. Recordó que Clara le había pedido que mirara el cielo, que ella estaría allí
iluminándolo, en forma de estrella. Pero no era la primera vez que sucedía, que Clara se
equivocaba. A veces sí, se le aparecía en forma de estrella. Pero a menudo se le dejaba caer
en la luna. Como aquel día, pensó, volviendo del trabajo, cuando el cielo estaba incluso más
nublado que ahora, y al bajar el declive en el camino a su casa se le apareció de súbito la luna,
también majestuosa, llena y grande, enorme, en tonos amarillo-naranja. En esa oportunidad lo
primero que había hecho al llegar a casa fue prender su computadora y verificar si tenía
mensajes, y como había presentido, había uno de Clara, largo, cautivante, donde le contaba
que casi había llorado con sus flores y le regalaba más de sus versos hermosos y cada vez
más personales. Justiniano, habituado a la vida en el norte, sentía como pedacitos de su país
natal le iban volviendo a través de Clara. Se acordó de algunos versos (tu rostro velado me
recorre / de mar a cordillera / y me pierdo en el vértigo / del precipicio). Mar, cordillera,
precipicio. Otras veces eran los nombres de las flores, los tipos de pájaros. Elementos de su
tierra natal (aunque precipicio…). Se le ocurrió que al iniciarse su comunicación con Clara,
hacía más de veinticuatro años que había dejado definitivamente su país. Veinticuatro, número
con una cierta magia matemática. Tanta vida de por medio.

De pronto, una luz interior se encendió. Desde que Clara estuvo unos días enferma, Leona de
la Villa se las había ingeniado para integrar el aparato de fax de su amiga al sistema de
comunicación vía Internet. Cuando Justiniano escribía, llegaba el mensaje al computador de
Leona, quien se lo enviaba a Clara convertido en fax.

Cuando Clara escribía el proceso era al revés, lo enviaba desde su aparato de fax al
computador de Leona, desde donde el mensaje seguía en forma electrónica su viaje hacia el
computador de Justiniano. La lámpara de su velador, el teléfono, el tono de fax, la luna
majestuosa, no podía significar otra cosa. “Pero que imbécil soy” se dijo, y volvió a su casa con
paso apresurado.

Efectivamente, un mensaje de Clara esperaba en su correo electrónico. Lo imprimió para


llevárselo a su cuarto y leerlo tendido en su cama, el postre antes de dormirse. Camino a su
cuarto pasó frente al cuarto chico, donde se encontraba su aparato de fax. Con sorpresa se dio
cuenta de que también había llegado una página. La examinó. No tenía ni destinatario, ni
remitente, ni saludo, ni número de teléfono, ni fecha, ninguna seña de transmisión. Sólo un
párrafo largo, empezado a mitad de oración, seguido de otro corto. Los leyó, y si no hubiese
tenido una mano sobre el respaldo de una silla, allí mismo se cae. Era el final de su cuento.

Jorge Braña
LA VISITA

Clara escuchaba con atención a su amiga. Nunca se había tragado lo de las adivinas que
veían la suerte en el tarot o las palmas de las manos, pero las anécdotas que acababa de
escuchar por parte de sus amigas tenían un cierto aspecto fascinante. Aparentemente, la
señora a quien se referían tenía el don especial de captar la sicología de su cliente, llegando en
poco tiempo al centro del problema y los temores que secretamente guardaba. La adivina en
cuestión, la bruja Helena, era una de las más discretas y con más aciertos en todo Santiago.
Se rumoreaba que hasta la esposa del presidente la visitaba. Leona le echaba unas miradas a
Clara, tratando de percibir si ésta se interesaba. Por fin lo decidió.

“Vamos donde la bruja” le dijo, “a ver si me aclara de una vez por todas el rol de Justiniano en
mi vida, aunque lo más probable es que diga puras leseras”.

A pesar de su escepticismo, la idea de ir a ver una adivina era tentadora. Desde que su
correspondencia con Del Monte había tomado rumbos íntimos, primero casi como un juego,
más adelante con un paulatino desarrollo de sentimientos, poco a poco se iba sumiendo en
mundos paralelos. Ahora, el juego amenazaba con cobrar dimensiones desbordantes,
confundiéndose sueño con realidad, al punto que a veces, mientras besaba a cualquiera de sus
dos novios, se imaginaba que los labios eran los de Justiniano, hasta llegaba a desear que
fuera él quien la tomara en sus brazos, le acariciara las mejillas, la acurrucase con palabras
dulces, la hiciera dormirse en su pecho. ¿Cómo reconciliar esta sensación aterradora y
fascinante de una relación establecida a través de una correspondencia electrónica, absurda y
a su vez mágica, con su realidad cotidiana de mujer joven en busca de caminos concretos, a
miles de millas de distancia del chiflado que la hacía soñar? ¿Sería la adivina capaz de
penetrar más allá de las apariencias, a su mundo interno y secreto, donde la fantasía solía
transportarla hacia otros mundos, dimensiones oblongas donde volaba por encima de las
vicisitudes diarias hacia galaxias distantes, en tiempos imaginarios que sin embargo la
visitaban en ráfagas de sensaciones durante el día y la noche? No era la primera vez que la
fantasía y la realidad se le mezclaban de esa forma.

Quizás doña Helena le diera algunas pistas concretas que la ayudaran a equilibrar sus dos
mundos. Lo dudaba. A veces las adivinas eran muy precisas en sus consejos y acotaciones,
pero generalmente eran vagas, ambiguas, dejando que sus oyentes interpretaran las palabras
de la manera que más les convenía. De todos modos, no, perdía nada con tratar. Se
conformaba con algunas señas. Sólo unas señas.

Clara volvió a su casa al anochecer. A menudo cenaba afuera, con alguna de sus amigas, pero
ahora se sentía cansada por un sol que no le daba tregua y necesitaba tiempo sola para revisar
su proyecto y para contestarle a Justiniano. Al día siguiente estaba invitada a cenar donde
César, uno de sus novios, y al subsiguiente se juntaría con Leona a tomarse un té con
pastelillos a la hora de onces, para partir, a eso de las siete, donde la bruja Helena, que las
había citado a las siete y media.

Se sentó en la terraza a escribir un poema que agregaría en su carta a Del Monte, en un


cuadernillo donde anotaba sus poemas. Su mente jugaba con elementos de tiempo-espacio y
mundos paralelos. Después de unos minutos de falsos comienzos, las palabras por fin
empezaron a fluir. Antes de acabar sus versos sonó el teléfono, pero como no lo escuchó por
un rato, debido a su concentración en lo que escribía, cuando por fin lo atendió ya habían
cortado. Igual levantó el auricular, dijo “Aló” en forma automática y colgó de inmediato al oír el
tono de marcar. Cruzó la puerta y volvió a la terraza. La distracción la había hecho perder el
hilo del pensamiento y las estrofas finales no salieron. Miro durante largo rato la página sin que
se le ocurriera nada. El teléfono recomenzó a sonar. Corrió a contestarlo. Llegó justo tarde. En
lugar de volver, decidió hacerse un té. Llenó la tetera de agua y la puso en la hornilla, al fuego.
Fue a la terraza a buscar su cuaderno, pero éste no estaba sobre la mesa. Tampoco en la silla.
Ni en el suelo. “Lo debo haber entrado cuando sonó el teléfono”, pensó. Lo buscó
infructuosamente en la sala. Después en el comedor. En la cocina. Nada. Volvió a la terraza,
pero se detuvo, sorprendida, ante la puerta de salida, que estaba cerrada. Juraba haberla
dejado abierta. La abrió y salió a buscar. Nada. Entró. La tetera comenzaba a pitear. Antes de
dirigirse a la cocina a apagar la hornilla quiso volver a salir a la terraza, pues esta vez se le
había quedado la taza. La puerta estaba nuevamente cerrada. “Hummm”. La tetera chiflaba a
todo vapor. Dio unos pasos hacia la cocina, pero el teléfono empezó a sonar otra vez. Se volteó
hacia la sala, pero ahora sonó el timbre.

Todo suena”, exclamó. Chiflaba la tetera, sonaba el teléfono, el timbre intermitentemente.


Tetera, timbre, teléfono. Se sentó en el suelo y cerró los ojos. Todo siguió sonando. Pasaron
unos segundos, tal vez un minuto entero. Por fin se levantó y abrió la puerta de un tirón, airada.
Entró su madre, con un paquete y una mirada interrogante.

“Pero Clara, qué té pasa, hace rato que toco el timbre”.

“¿Y tus llaves? “Se me quedaron en casa. Traté de entrar por la terraza y estaba cerrada. Te vi
a través del vidrio y supe que estabas aquí, por eso no me fui, porque toqué el timbre por harto
rato”.

“Todo suena al mismo tiempo, la tetera, el teléfono, el timbre, se me perdió mi cuaderno y mi


taza, y la puerta de la terraza se cierra cuando le da la gana”.

Su madre dejó el paquete en el sofá y miró a su alrededor, extrañada. Fuera de la respiración


de Clara, no se escuchaba nada. La hornilla de la cocina donde estaba la tetera estaba
apagada. Abrió la puerta de la terraza. “Aire”, dijo. Clara la miraba. Entró, le dio una larga
mirada a su hija, frunciendo el seño, meneó la cabeza, y se fue hacia el baño. Clara salió a la
terraza, curiosa. Allí estaba, en perfecto orden, su cuaderno y una taza húmeda, caliente aún,
sin otro contenido que una bolsita de té usada. En su cuaderno, el poema estaba terminado.

Jorge Braña
LAS ALHAJAS DEL RECUERDO

La Revuelta

Años atrás, en un pequeño país de la península árabe, tan pequeño y aislado que en otras
regiones del mundo generalmente sólo los coleccionistas de estampillas saben de su
existencia, se produjo una pugna interna de poder que afectó para siempre la vida del lugar.

Esta tierra, que mejor que país podría caracterizarse como un principado, había sido por
generaciones gobernada por los descendientes de una familia en particular, la familia El
Hamamsy. Dentro de esta familia, habían habido reyes sabios y generosos, así como otros
déspotas y agresivos. Nunca había gobernado una mujer, siendo el descendiente siempre un
varón, el mayor. No se había dado nunca el caso de que un rey no tuviera hijos varones, como
le pasó a Enrique VIII en Inglaterra. De haber sucedido, igual era poco claro que hubiesen
dejado gobernar a una mujer, porque la cultura definía de manera muy formal los roles del
hombre y la mujer en la sociedad.

A medida que el siglo XX avanzaba, sin embargo, la presión por redefinir los procesos de
gobierno se iba haciendo cada vez más fuerte, y muchos pensaban que ya no era época para
monarquías. Otros valoraban la tradición por encima de los conceptos avanzados, y defendían
el reinado. La discusión no giraba, como históricamente lo había hecho en otras partes del
mundo y de la historia, en torno a la economía y los medios de producción, por cuanto el país
era pequeño y contaba con una gran riqueza petrolera, suficiente para mantener a todos mucho
más arriba de la pobreza. Cada ciudadano recibía, por el sólo echo de haber nacido allí, un
pago mensual equivalente al doble del salario mínimo en Estados Unidos. Los niños también
percibían una entrada, aunque menor, lo que permitía a las familias ahorrar, invertir, y tener casi
siempre cuentas y asuntos de negocios en el extranjero. El país mismo producía muy poco
fuera del petróleo, porque no tenía necesidad, importando prácticamente todo desde el
extranjero.

En este país, o principado, había disputas internas entre las familias poderosas, y entre los que
querían acabar con el reinado de Mohammed El Hamamsy se encontraba la poderosa familia
Khattar (pronunciado "Jatar"), encabezada por el magnate Atif Khattar, quien, escudado, como
hábil político que era, en la necesidad de modernizar el país, empezando por el sistema de
gobierno, apoyaba el descontento de los grupos más avanzados. Estudiantes, profesionales, y
algunos inmigrantes, pedían el fin de la monarquía. Muchos inmigrantes, sin embargo, temían
inmiscuirse en los asuntos internos del país pues llegaban a aplicarse castigos atroces a los
foráneos que lo hicieran con poco tacto.

Fresca en la memoria de todos estaba el caso de un adolescente de Oklahoma que había


hecho declaraciones a la prensa extranjera en contra del rey y del sistema judicial, y que más
tarde había sido descubierto pegando panfletos en las escuelas. A pesar de los aparentes
reclamos del Departamento de Estado de Estados Unidos, que ni tan grande habían sido, por
primar la diplomacia sobre la necesidad de proteger al muchacho, acabaron cortándole el pie
derecho y la mano izquierda, y obligándolo a abandonar el país. Un primo de Atif Khattar había
sido uno de los jueces, por lo que la prensa extranjera, haciendo muestra de gran inocencia,
había llegado a creer que al joven de Oklahoma lo podrían dejar libre, por la rivalidad de Atif
con el gobierno del lugar, sin darse cuenta que Atif en persona le había pedido a su primo que
lo condenara, pues lo menos que deseaba era la intromisión extranjera en los asuntos internos
del país, como tampoco le interesaba llegar verdaderamente a una democracia. Lo que la
familia Khattar realmente buscaba era sacar al rey del poder para reemplazar la estructura de
gobierno por una manejada por ellos, bajo la apariencia de una modernización y
democratización del país. Por si acaso, Atif tenía bien infiltrado todos los movimientos que
apoyaba, para no perder control por ningún lado.

Fue dentro de este clima político que una gran manifestación de estudiantes y profesionales se
lanzó a las calles para pedirle a Mohammed El Hamamsy que dejara el gobierno y llamara a
elecciones. Mohammed, que no era tonto, se daba cuenta de que no tenía grandes opciones.
Por un lado, si renunciaba la familia Khattar se apoderaría del poder, y Atif tenía todas las
características de un déspota. Por otro, dispersar por la fuerza a los manifestantes aumentaría
la presión y el descontento contra su gobierno. Como al cabo de varios días no se le ocurrió
nada, la manifestación continuó, hundiéndose el país en un clima de inestabilidad. La
confrontación alcanzó su punto crítico cuando los infiltrantes, por orden de Atif, provocaron a
los guardias del palacio, quienes en un momento de tensión cometieron la burrada de disparar,
matando a cuatro estudiantes. A las pocas horas un comando militar bien armado, encabezado
por un general que tenía negocios con la familia Khattar, llegó al palacio gritando consignas en
contra del rey, siendo recibido con gran alegría por el público, obligó a la guardia a rendirse,
tomó prisionero a Mohammed, y declaró que el reinado se había acabado para siempre. Se
produjo una gran fiesta colectiva, expresada más que nada en bailes y rezos multitudinarios en
la calle, que duró casi una semana. Al quinto día fue ejecutado el rey, lo que a mucha gente le
pareció excesivo, dado que, después de todo, no había sido nunca un tirano. Al sexto fueron
ejecutados los consejeros reales y todos los oficiales leales a la monarquía, lo que fue
considerado definitivamente excesivo por muchas personas, que comenzaron a pedir
explicaciones. Al séptimo se le pidió a los dirigentes profesionales y estudiantiles que se
dispersaran, volvieran a sus ocupaciones habituales, y se dejaran de pedir explicaciones, y al
octavo fueron aprisionados o ejecutados todos los que entre ellos no habían cumplido con el
pedido. La fiesta se había acabado.

Atif apareció en televisión diciendo que él, en persona, hablaría con los generales para
apaciguarlos y hacer menos dolorosa la transición, y explicó a la gente que no se podían
construir los cimientos de una democracia con tanto alboroto, por eso es que se habían tenido
que tomar algunas medidas que, a simple vista, parecían drásticas, pero que a la larga serían
para mejor.

Mientras tanto, Nabil El Hamamsy, el hijo de Mohammed, cursando su segundo año


universitario en Francia, seguía los eventos de su país con horror, y con la ayuda de algunos
ministros y embajadores del gobierno de su padre se preparaba para montar un gran golpe de
opinión pública. Muchos en el principado ya clamaban que Nabil, siendo el descendiente de
Mohammed, debía jugar un rol importante en la reestructuración del nuevo gobierno, por
motivos de continuidad. Atif Khattar, creyendo poder controlarlo, lo invitó a entrar, pero Nabil y
sus consejeros, sospechando, exigieron garantías para hacerlo. La negociación no era fácil,
porque los generales que apoyaban a Khattar veían la presencia de Nabil con malos ojos,
como una potencial debilidad del nuevo régimen, y aconsejaban el rechazo de casi todas las
garantías. Como Nabil seguía tratando de presionar a través de contactos diplomáticos y de la
prensa internacional, los generales decidieron liquidarlo, acribillándolo a balazos a la salida del
museo del Louvre, en pleno día, hiriendo a varios transeúntes y a dos guardias franceses.
Medida brutal, que atrajo la atención de la prensa extranjera más que cualquier cosa que el
mismo Nabil hubiese podido hacer. Los generales creyeron poder deshacerse del propio Atif, a
quien pusieron en arresto domiciliario, y tomarse ellos el poder. El nuevo gobierno cerró las
puertas al extranjero, cortó temporalmente relaciones diplomáticas con el mundo entero, y
dispuso una serie de medidas draconianas, comunicadas a través de bandos militares, en el
típico estilo de los gorilas que brotaran como cáncer por el mundo a fines de la década del
sesenta y comienzos del setenta. "Derramar sangre es a veces necesario en una democracia"
declararon por televisión, inspirados en las palabras de un general sudamericano con
complejos napoleónicos.

Pero el mundo ya había entrado en otra fase, y las dictaduras no eran tan bien vistas como
antes por las potencias occidentales, menos aún si el país tenía petróleo. Las grandes
corporaciones hablaban de "abrir mercados", de privatización, de estabilidad, de sociedades
globales. Hasta los más conservadores comenzaban a poner en duda la política de la
"zanahoria y el garrote" que se impusiera durante casi un siglo desde Estados Unidos para
asegurar la conformidad de los países en vías de industrialización. El incidente a la salida del
Louvre, filmado por la cámara portable de un turista japonés, aparecía una y otra vez en las
pantallas de televisión occidentales. Los partidos de oposición en todas partes clamaban que
era el colmo que su respectivo gobierno no hiciera nada, y pronto se empezó a hablar de un
posible bloqueo económico.

En vista de la tormenta internacional que se avecinaba, los generales decidieron rápidamente


reintegrar a la familia Khattar al gobierno, negociando con ellos el rol de cada cual en el poder,
a cambio de ayuda diplomática para rehacer poco a poco las relaciones externas, no fuera que
a los bancos occidentales se les ocurriera empezar a congelar fondos como medida de
descontento. Atif Khattar fue nombrado "Jefe de Estado", mientras se trataba de redactar una
constitución y establecer una especie de parlamento con civiles y militares. A la larga, la
estructura gubernamental se convirtió en una especie de monarquía republicana, con Khattar a
la cabeza, un invento local que desconcertó hasta los políticos más eruditos.

El regreso del grupo Khattar al poder, por ser civiles y reconocidos hombres de negocios en
esferas internacionales, calmó la desconfianza de los grandes inversionistas. A las pocas
semanas el gobierno ya había conseguido negociar con los capitales norteamericanos y
japoneses, que estuvieron de acuerdo en criticar mesuradamente al nuevo gobierno frente a las
cámaras de televisión, para no echar a perder su imagen ante el público, pero apoyarlo en
privado, a cambio de suculentas inversiones comunes en las áreas de exploración y transporte
del petróleo. Las otras potencias rápidamente siguieron los mismos pasos, y el país volvió
paulatinamente al anonimato histórico de siempre.

Jorge Braña
UN DETALLE FEMENINO

En una pequeña sala de reuniones en el palacio presidencial de un país de la península


árabe, tres hombres examinaban unos documentos en una mesa redonda. Era la sala privada
de los consejeros de Atif Khattar, el Jefe de Estado de la recientemente establecida monarquía
republicana. Fuera de los cuatro guardaespaldas que vigilaban la entrada con metralleta en
mano, nadie sabía que la sala estaba en uso a las cuatro de la mañana, y pocos hubiesen
imaginado el descubrimiento que estaba siendo discutido. Atif en persona examinaba los
documentos sin dejar de mover la cabeza y fruncir el ceño.

El general Gassan, jefe de la policía secreta, a quien se le atribuía ser autor intelectual del
atentado que acabara con la vida de Nabil El Hamamsy e hiriera a varios franceses frente al
Museo del Louvre, intercambiaba miradas graves con Khattar. Con su reputación de hombre
misterioso, ladino, y despiadado con sus enemigos, hasta el propio Khattar le temía. Sentado
entre ellos, un tipo alto y delgado, de tez blanca y pelo café claro, al que conocían sólo bajo el
nombre de "Roberts". El gringo tomó su maletín negro, marcó la combinación del cerrojo con el
maletín en su falda, para que los otros no la observaran, extrajo unas fotos y las puso sobre la
mesa. Roberts, de mirada seca y pocas palabras, disfrutaba por dentro del efecto que su
material producía en los árabes. Después de años de trabajar como oficial de inmigración en la
oficina de Los Ángeles, California, en el departamento de deportaciones, había por fin logrado
conseguirse un puesto en la CIA, que le parecía notablemente más interesante. Cansado de
deportar mexicanos y maltratar inmigrantes, durante años buscó a través de contactos que la
Central se interesara en él, lográndolo finalmente por casualidad al identificar entre sus
detenidos que esperaban deportación a un terrorista que la Central buscaba. Ahora había sido
enviado al lugar con el resultado de una investigación clasificada altamente secreta. Lo que ni
Roberts ni Gassan sabían era que el mismo Atif Khattar había iniciado la investigación, a través
de viejos contactos en la CIA. Khattar sabía de antemano el resultado, pero necesitaba montar
la operación sin aparecer como responsable, para poder lavarse las manos si el asunto llegaba
a salir a luz. Después de todo, al siniestro Gassan ya le atribuían varios asesinatos, uno más
no sorprendería a nadie.

A pesar de todo, Atif apenas podía mirar las fotos. Un remordimiento le recorría la espalda y le
quemaba la boca del estómago al ver la cara de la joven mujer que en más de una oportunidad
hubiese sentado de niña en sus rodillas. Gassan lo miraba con desprecio, interpretando su
malestar como vacilación. Roberts se moría de ganas de cruzar las piernas y mascarse unas
gomas, pero su unidad lo había entrenado en lo que se refiere a las costumbres locales, con
énfasis en lo que no se debe hacer. Atif dejó que Gassan examinara todo en silencio, y por fin
le dijo "tú eres el experto en estos asuntos, lo dejo en tus manos".

E inmediatamente después, mirando a Roberts, "de aquí en adelante tratará con el general
Gassan y su equipo, él sabrá lo que se hace y tomará las decisiones del caso. Yo a usted no lo
conozco". Roberts, a pesar de que debió haber previsto el resultado de la reunión, se sintió un
poco sorprendido. Gassan lo tranquilizó, dándole cita para esa tarde en su cuartel.

Jorge Braña
ANIMARSE A VOLAR

...Y cuando se hizo grande, su padre le dijo:

-Hijo mío, no todos nacen con alas. Y si bien es cierto que no tienes obligación de volar, opino
que sería penoso que te limitaras a caminar teniendo las alas que el buen Dios te ha dado.

-Pero yo no sé volar – contestó el hijo.

-Ven – dijo el padre.

Lo tomó de la mano y caminando lo llevó al borde del abismo en la montaña.

-Ves hijo, este es el vacío. Cuando quieras podrás volar. Sólo debes pararte aquí, respirar
profundo, y saltar al abismo. Una vez en el aire extenderás las alas y volarás...

El hijo dudó.

-¿Y si me caigo?

-Aunque te caigas no morirás, sólo algunos machucones que harán más fuerte para el
siguiente intento –contestó el padre.

El hijo volvió al pueblo, a sus amigos, a sus pares, a sus compañeros con los que había
caminado toda su vida.

Los más pequeños de mente dijeron:

-¿Estás loco?

-¿Para qué?

-Tu padre está delirando...

-¿Qué vas a buscar volando?

-¿Por qué no te dejas de pavadas?

-Y además, ¿quién necesita?

Los más lúcidos también sentían miedo:

-¿Será cierto?

-¿No será peligroso?

-¿Por qué no empiezas despacio?

-En todo casa, prueba tirarte desde una escalera.

-...O desde la copa de un árbol, pero... ¿desde la cima?

El joven escuchó el consejo de quienes lo querían.

Subió a la copa de un árbol y con coraje saltó...

Desplegó sus alas.

Las agitó en el aire con todas sus fuerzas... pero igual... se precipitó a tierra...

Con un gran chichón en la frente se cruzó con su padre:

-¡Me mentiste! No puedo volar. Probé, y ¡mira el golpe que me di!. No soy como tú. Mis alas
son de adorno... – lloriqueó.
-Hijo mío – dijo el padre – Para volar hay que crear el espacio de aire libre necesario para que
las alas se desplieguen.

Es como tirarse en un paracaídas... necesitas cierta altura antes de saltar.

Para aprender a volar siempre hay que empezar corriendo un riesgo.

Si uno quiere correr riesgos, lo mejor será resignarse y seguir caminando como siempre.

Jorge Bucay - Argentino


EL BUSCADOR

De "Cuentos para pensar"

Esta es la historia de un hombre al que yo definiría como buscador

Un buscador es alguien que busca. No necesariamente es alguien que encuentra. Tampoco


esa alguien que sabe lo que está buscando. Es simplemente para quien su vida es una
búsqueda.

Un día un buscador sintió que debía ir hacia la ciudad de Kammir. Él había aprendido a hacer
caso riguroso a esas sensaciones que venían de un lugar desconocido de sí mismo, así que
dejó todo y partió. Después de dos días de marcha por los polvorientos caminos divisó Kammir,
a lo lejos. Un poco antes de llegar al pueblo, una colina a la derecha del sendero le llamó la
atención. Estaba tapizada de un verde maravilloso y había un montón de árboles, pájaros y
flores encantadoras. La rodeaba por completo una especie de valla pequeña de madera
lustrada… Una portezuela de bronce lo invitaba a entrar. De pronto sintió que olvidaba el
pueblo y sucumbió ante la tentación de descansar por un momento en ese lugar. El buscador
traspaso el portal y empezó a caminar lentamente entre las piedras blancas que estaban
distribuidas como al azar, entre los árboles. Dejó que sus ojos eran los de un buscador, quizá
por eso descubrió, sobre una de las piedras, aquella inscripción … “Abedul Tare, vivió 8 años, 6
meses, 2 semanas y 3 días”. Se sobrecogió un poco al darse cuenta de que esa piedra no era
simplemente una piedra. Era una lápida, sintió pena al pensar que un niño de tan corta edad
estaba enterrado en ese lugar… Mirando a su alrededor, el hombre se dio cuenta de que la
piedra de al lado, también tenía una inscripción, se acercó a leerla decía “Llamar Kalib, vivió 5
años, 8 meses y 3 semanas”. El buscador se sintió terrible mente conmocionado. Este
hermoso lugar, era un cementerio y cada piedra una lápida. Todas tenían inscripciones
similares: un nombre y el tiempo de vida exacto del muerto, pero lo que lo contactó con el
espanto, fue comprobar que, el que más tiempo había vivido, apenas sobrepasaba 11 años.
Embargado por un dolor terrible, se sentó y se puso a llorar. El cuidador del cementerio pasaba
por ahí y se acercó, lo miró llorar por un rato en silencio y luego le preguntó si lloraba por algún
familiar.

- No ningún familiar – dijo el buscador - ¿Qué pasa con este pueblo?, ¿Qué cosa tan terrible
hay en esta ciudad? ¿Por qué tantos niños muertos enterrados en este lugar? ¿Cuál es la
horrible maldición que pesa sobre esta gente, que lo ha obligado a construir un cementerio de
chicos?.

El anciano sonrió y dijo: -Puede usted serenarse, no hay tal maldición, lo que pasa es que aquí
tenemos una vieja costumbre. Le contaré: cuando un joven cumple 15 años, sus padres le
regalan una libreta, como esta que tengo aquí, colgando del cuello, y es tradición entre
nosotros que, a partir de ahí, cada vez que uno disfruta intensamente de algo, abre la libreta y
anota en ella: a la izquierda que fue lo disfrutado…, a la derecha, cuanto tiempo duró ese gozo.
¿ Conoció a su novia y se enamoró de ella? ¿Cuánto tiempo duró esa pasión enorme y el
placer de conocerla?…¿Una semana?, dos?, ¿tres semanas y media?… Y después… la
emoción del primer beso, ¿cuánto duró?, ¿El minuto y medio del beso?, ¿Dos días?, ¿Una
semana? … ¿y el embarazo o el nacimiento del primer hijo? …, ¿y el casamiento de los
amigos…?, ¿y el viaje más deseado…?, ¿y el encuentro con el hermano que vuelve de un país
lejano…?¿Cuánto duró el disfrutar de estas situaciones?… ¿horas?, ¿días?… Así vamos
anotando en la libreta cada momento, cuando alguien se muere, es nuestra costumbre abrir su
libreta y sumar el tiempo de lo disfrutado, para escribirlo sobre su tumba. Porque ese es, para
nosotros, el único y verdadero tiempo vivido.

Jorge Bucay
EL ELEFANTE ENCADENADO LIBERTAD

Cuando yo era chico me encantaban los circos, y lo que más me gustaba de los circos eran
los animales. También a mí como a otros, después me enteré, me llamaba la atención el
elefante. Durante la función, la enrome bestia hacia despliegue de su tamaño, peso y fuerza
descomunal... pero después de su actuación y hasta un rato antes de volver al escenario, el
elefante quedaba sujeto solamente por una cadena que aprisionaba una de sus patas clavada
a una pequeña estaca clavada en el suelo. Sin embargo, la estaca era solo un minúsculo
pedazo de madera apenas enterrado unos centímetros en la tierra. Y aunque la cadena era
gruesa y poderosa me parecía obvio que ese animal capaz de arrancar un árbol de cuajo con
su propia fuerza, podría, con facilidad, arrancar la estaca y huir. El misterio es evidente: ¿Qué
lo mantiene entonces? ¿Por qué no huye? Cuando tenía 5 o 6 años yo todavía en la sabiduría
de los grandes. Pregunté entonces a algún maestro, a algún padre, o a algún tío por el misterio
del elefante. Alguno de ellos me explicó que el elefante no se escapaba porque estaba
amaestrado. Hice entonces la pregunta obvia: -Si está amaestrado, ¿por qué lo encadenan?
No recuerdo haber recibido ninguna respuesta coherente. Con el tiempo me olvide del misterio
del elefante y la estaca... y sólo lo recordaba cuando me encontraba con otros que también se
habían hecho la misma pregunta. Hace algunos años descubrí que por suerte para mí alguien
había sido lo bastante sabio como para encontrar la respuesta: El elefante del circo no se
escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde muy, muy pequeño. Cerré los
ojos y me imaginé al pequeño recién nacido sujeto a la estaca. Estoy seguro de que en aquel
momento el elefantito empujó, tiró, sudó, tratando de soltarse. Y a pesar de todo su esfuerzo,
no pudo. La estaca era ciertamente muy fuerte para él. Juraría que se durmió agotado, y que al
día siguiente volvió a probar, y también al otro y al que le seguía... Hasta que un día, un terrible
día para su historia, el animal aceptó su impotencia y se resignó a su destino. Este elefante
enorme y poderoso, que vemos en el circo, no se escapa porque cree -pobre- que NO PUEDE.
Él tiene registro y recuerdo de su impotencia, de aquella impotencia que sintió poco después de
nacer. Y lo peor es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente ese registro. Jamás...
jamás... intentó poner a prueba su fuerza otra vez...

Jorge Bucay
EL OSO

De “Cuentos para pensar”

Hay cuentos que son particularmente significativos para mí uno de ellos es ésta
antiquísima historia que me contó alguna vez mi abuelo y que quiero contarte, tal como
hoy la recuerdo.

Esta historia habla de un sastre, un zar y su oso.

Un día el zar descubrió que uno de los botones de su chaqueta preferida se había caído.

El zar era caprichoso, autoritario y cruel (cruel como todos los que enmarañan por demasiado
tiempo en el poder), así que, furioso por la ausencia del botón mandó a buscar a su sastre y
ordenó que a la mañana siguiente fuera decapitado por el hacha del verdugo.

Nadie contradecía al emperador de todas la Rusias, así que la guardia fue hasta la casa del
sastre y arrancándolo de entre los brazos de su familia lo llevó a la mazmorra del palacio para
esperar allí su muerte.

Cuando, cayo el sol un guardiacárcel le llevó al sastre la última cena, el sastre revolvió el plato
de comida con la cuchara y mirando al guardiacárcel dijo – Pobre del zar.

- El guardiacárcel no puedo evitar reírse - ¿Pobre del zar?, dijo pobre de ti tu cabeza quedará
separada de tu cuerpo unos cuantos metros mañana a la mañana.

- Si, lo sé pero mañana en la mañana el zar perderá mucho más que un sastre, el zar perderá
la posibilidad de que su oso la cosa que más quiere en el mundo su propio oso aprenda a
hablar.

- ¿Tú sabes enseñarle a hablar a los osos?, preguntó el guardiacárcel sorprendido.

- Un viejo secreto familiar... – dijo el sastre.

Deseoso de ganarse los favores del zar, el pobre guardia corrió a contarle al soberano su
descubrimiento:

¡¡El sastre sabía enseñarle a hablar a los osos!!

El zar se sintió encantado. Mandó rápidamente a buscar al sastre y le ordenó:

-¡¡Enséñale a mi oso a hablar nuestro gustaría complaceros pero la verdad, es que enseñar a
hablar a un oso es una ardua tarea y lleva tiempo... y lamentablemente, tiempo es lo que
menos tengo...

-El zar hizo un silencio, y preguntó ¿cuánto tiempo llevaría el aprendizaje?

- Bueno, depende de la inteligencia del oso... Dijo el sastre.

- ¡¡El oso es muy inteligente!! – interrumpió el zar

– De hecho es el oso más inteligente de todos los osos de Rusia.

-Bueno, musitó el sastre... si el oso es inteligente... y siente deseos de aprender... yo creo...


que el aprendizaje duraría... duraría... no menos de...... DOS AÑOS.

El zar pensó un momento y luego ordenó:

- Bien, tu pena será suspendida por dos años, mientras tanto tú entrenarás al oso. ¡Mañana
empezarás!

- Alteza - dijo el sastre – Si tu mandas al verdugo a ocuparse de mi cabeza, mañana estarán


muerto, y mi familia, se las ingeniará para poder sobrevivir. Pero si me conmutas la pena, yo
tendré que dedicarle el tiempo a trabajar, no podré dedicarme a tu oso... debo mantener a mi
familia.

- Eso no es problema – dijo el zar – A partir de hoy y durante dos años tú y tu familia estarán
bajo la protección real. Serán vestidos, alimentados y educados con el dinero de la corte y nada
que necesiten o deseen, les será negado... Pero, eso sí... Si dentro de dos años el oso no
habla... te arrepentirás de haber pensado en esta propuesta... Rogarás haber sido muerto por
el verdugo... ¿Entiendes, verdad?.

- Sí, alteza.

- Bien... ¡¡Guardias!! - gritó el zar –Que lleven al sastre a su casa en el carruaje de la corte,
denle dos bolsas de oro, comida y regalos para sus niños. Ya... ¡¡Fuera!!.

El sastre en reverencia y caminando hacia atrás, comenzó a retirarse mientras musitaba


agradecimientos.

- No olvides - le dijo el zar apuntándolo con el dedo a la frente – Si en dos años el oso no
habla... – Alteza... -

...Cuando todos en la casa del sastre lloraban por la pérdida del padre de familia, el hombre
pequeño apareció en la casa en el carruaje del zar, sonriente, eufórico y con regalos para
todos.

La esposa del sastre no cabía en su asombro. Su marido que pocas horas antes había sido
llevado al cadalso volvía ahora, exitoso, acaudalado y exultante...

Cuando estuvo a solas el hombre le contó los hechos.

- Estás LOCO – chilló la mujer – enseñar a hablar al oso del zar. Tú, que ni siquiera has visto
un oso de cerca, ¡Estás, loco!

Enseñar a hablar al oso... Loco, estás loco...

- Calma mujer, calma. Mira, me iban a cortar la cabeza mañana al amanecer, ahora... ahora
tengo dos años... En dos años pueden pasar tantas cosas en dos años.

En dos años... – siguió el sastre - se puede morir el zar... me puedo morir yo... y lo más
importante... por ahí el ¡¡oso habla!!

Jorge Bucay
EL TEMIDO ENEMIGO

De “Cuentos para pensar”

La idea de este cuento llegó a mí escuchando un relato de Enrique Mariscal. Me permití, partir
de allí prolongar el cuento transformarlo en otra historia con otro mensaje y otro sentido. Así
como está ahora se lo regalé una tarde a mí amigo Norbi.

Había una vez, en un reino muy lejano y perdido, un rey al que le gustaba sentirse poderoso.
Su deseo de poder no se satisfacía sólo con tenerlo, él, necesitaba además, que todos lo
admiraran por ser poderoso, así como la madrastra de Blanca Nieves no le alcanzaba con
verse bella, también él necesitaba mirarse en un espejo que le dijera lo poderoso que era.

Él no tenía espejos mágicos, pero contaba con un montón de cortesanos y sirvientes a su


alrededor a quienes preguntarle si él, era el más poderoso del reino.

Invariablemente todos le decían lo mismo:

-Alteza, eres muy poderoso, pero tú sabes que el mago tiene un poder que nadie posee: Él, él
conoce el futuro.

( En aquel tiempo, alquimistas, filósofos, pensadores, religiosos y místicos eran llamados,


genéricamente “magos”).

El rey estaba muy celoso del mago del reino pues aquel no sólo tenía fama de ser un hombre
muy bueno y generoso, sino que además, el pueblo entero lo amaba, lo admiraba y festejaba
que él existiera y viviera allí.

No decían lo mismo del rey.

Quizás porque necesitaba demostrar que era él quien mandaba, el rey no era justo, ni
ecuánime, y mucho menos bondadoso.

Un día, cansado de que la gente le contara lo poderoso y querido que era el mago o motivado
por esa mezcla de celos y temores que genera la envidia, el rey urdió un plan:

Organizaría una gran fiesta a la cual invitaría al mago y después la cena, pediría la atención de
todos. Llamaría al mago al centro del salón y delante de los cortesanos, le preguntaría si era
cierto que sabía leer el futuro.

El invitado, tendría dos posibilidades: decir que no, defraudando así la admiración de los
demás, o decir que sí, confirmando el motivo de su fama. El rey estaba seguro de que
escogería la segunda posibilidad. Entonces, le pediría que le dijera la fecha en la que el mago
del reino iba a morir. Éste daría una respuesta, un día cualquiera, no importaba cuál. En ese
mismo momento, planeaba el rey, sacar su espada y matarlo. Conseguiría con esto dos cosas
de un solo golpe: la primera, deshacerse de su enemigo para siempre; la segunda, demostrar
que el mago no había podido adelantarse al futuro, y que se había equivocado en su
predicción. Se acabaría, en una sola noche. El mago y el mito de sus poderes...

Los preparativos se iniciaron enseguida, y muy pronto el día del festejo llegó...

...Después de la gran cena. El rey hizo pasar al mago al centro y ante le silencio de todos le
preguntó:

- ¿Es cierto que puedes leer el futuro?

- Un poco – dijo el mago.

- ¿Y puedes leer tu propio futuro, preguntó el rey?

- Un poco – dijo el mago.

- Entonces quiero que me des una prueba - dijo el rey -


¿Qué día morirás?. ¿ Cuál es la fecha de tu muerte?

El mago se sonrió, lo miró a los ojos y no contestó.

- ¿Qué pasa mago? - dijo el rey sonriente -¿No lo sabes?... ¿no es cierto que puedes ver el
futuro?

- No es eso - dijo el mago - pero lo que sé, no me animo a decírtelo.

- ¿Cómo que no te animas?- dijo el rey-... Yo soy tu soberano y te ordeno que me lo digas.
Debes darte cuenta de que es muy importante para el reino, saber cuando perdemos a sus
personajes más eminentes... Contéstame pues, ¿cuándo morirá el mago del reino?

Luego de un tenso silencio, el mago lo miró y dijo:

- No puedo precisarte la fecha, pero sé que el mago morirá exactamente un día antes que el
rey...

Durante unos instantes, el tiempo se congeló. Un murmullo corrió por entre los invitados.

El rey siempre había dicho que no creía en los magos ni en las adivinaciones, pero lo cierto es
que no se animó a matar al mago.

Lentamente el soberano bajó los brazos y se quedó en silencio...

Los pensamientos se agolpaban en su cabeza.

Se dio cuenta de que se había equivocado.

Su odio había sido el peor consejero.

- Alteza, te has puesto pálido. ¿Qué te sucede? – preguntó el invitado.

- Me siento mal - contestó el monarca – voy a ir a mi cuarto, te agradezco que hayas venido.

Y con un gesto confuso giró en silencio encaminándose a sus habitaciones...

El mago era astuto, había dado la única respuesta que evitaría su muerte.

¿Habría leído su mente?

La predicción no podía ser cierta. Pero... ¿Y si lo fuera?...

Estaba aturdido

Se le ocurrió que sería trágico que le pasara algo al mago camino a su casa.

El rey volvió sobre sus pasos, y dijo en voz alta:

- Mago, eres famoso en el reino por tu sabiduría, te ruego que pases esta noche en el palacio
pues debo consultarte por la mañana sobre algunas decisiones reales.

- ¡ Majestad!. Será un gran honor... – dijo el invitado con una reverencia.

El rey dio órdenes a sus guardias personales para que acompañaran al mago hasta las
habitaciones de huéspedes en el palacio y para que custodiasen su puerta asegurándose de
que nada pasara...

Esa noche el soberano no pudo conciliar el sueño. Estuvo muy inquieto pensando qué pasaría
si el mago le hubiera caído mal la comida, o si se hubiera hecho daño accidentalmente durante
la noche, o si, simplemente, le hubiera llegado su hora.

Bien temprano en la mañana el rey golpeó en las habitaciones de su invitado.


Él nunca en su vida había pensado en consultar ninguna de sus decisiones, pero esta vez, en
cuánto el mago lo recibió, hizo la pregunta... necesitaba una excusa.

Y el mago, que era un sabio, le dio una respuesta correcta, creativa y justa.

El rey, casi sin escuchar la respuesta alabó a su huésped por su inteligencia y le pidió que se
quedara un día más, supuestamente, para “consultarle” otro asunto... (obviamente, el rey sólo
quería asegurarse de que nada le pasara).

El mago – que gozaba de la libertad que sólo conquistan los iluminados – aceptó...

Desde entonces todos los días, por la mañana o por la tarde, el rey iba hasta las habitaciones
del mago para consultarlo y lo comprometía para una nueva consulta al día siguiente.

No pasó mucho tiempo antes de que el rey se diera cuenta de que los consejos de su nuevo
asesor eran siempre acertados y terminara, casi sin notarlo, teniéndolos en cuenta en cada una
de las decisiones.

Pasaron los meses y luego los años.

Y como siempre... estar cerca del que sabe vuelve el que no sabe, más sabio.

Así fue: el rey poco a poco se fue volviendo más y más justo.

Ya no era despótico ni autoritario. Dejó de necesitar sentirse poderoso, y seguramente por ello
dejó de necesitar demostrar su poder.

Empezó a aprender que la humildad también podía ser ventajosa empezó a reinar de una
manera más sabia y bondadosa.

Y sucedió que su pueblo empezó a quererlo, como nunca lo había querido antes.

El rey ya no iba a ver al mago investigando por su salud, iba realmente para aprender, para
compartir una decisión o simplemente para charlar, porque el rey y el mago habían llegado a
ser excelentes amigos.

Un día, a más de cuatro años de aquella cena, y sin motivo, el rey recordó.

Recordó aquel plan aquel plan que alguna vez urdió para matar a este su entonces más odiado
enemigo

Y sé dio cuenta que no podía seguir manteniendo este secreto sin sentirse un hipócrita.

El rey tomó coraje y fue hasta la habitación del mago. Golpeó la puerta y apenas entró le dijo:

- Hermano, tengo algo que contarte que me oprime el pecho

- Dime – dijo el mago – y alivia tu corazón.

- Aquella noche, cuando te invité a cenar y te pregunté sobre tu muerte, yo no quería en


realidad saber sobre tu futuro, planeaba matarte y frente a cualquier cosa que me dijeras,
porque quería que tu muerte inesperada desmitificara para siempre tu fama de adivino. Te
odiaba porque todos te amaban... Estoy tan avergonzado...

- Aquella noche no me animé a matarte y ahora que somos amigos, y más que amigos,
hermanos, me aterra pensar lo que hubiera perdido si lo hubiese hecho.

Hoy he sentido que no puedo seguir ocultándote mi infamia.

Necesité decirte todo esto para que tú me perdones o me desprecies, pero sin ocultamientos.

El mago lo miró y le dijo:


- Has tardado mucho tiempo en poder decírmelo. Pero de todas maneras, me alegra, me
alegra que lo hayas hecho, porque esto es lo único que me permitirá decirte que ya lo sabía.
Cuando me hiciste la pregunta y bajaste tu mano sobre el puño de tu espada, fue tan clara tu
intención, que no hacía falta adivino para darse cuenta de lo que pensabas hacer, - el mago
sonrió y puso su mano en el hombro del rey. – Como justo pago a tu sinceridad, debo decirte
que yo también te mentí... Te confieso hoy que inventé esa absurda historia de mi muerte
antes de la tuya para darte una lección. Una lección que recién hoy estás en condiciones de
aprender, quizás la más importante cosa que yo te haya enseñado nunca.

Vamos por el mundo odiando y rechazando aspectos de los otros y hasta de nosotros mismos
que creemos despreciables, amenazantes o inútiles... y sin embargo, si nos damos tiempo,
terminaremos dándonos cuenta de lo mucho que nos costaría vivir sin aquellas cosas que en
un momento rechazamos.

Tu muerte, querido amigo, llegará justo, justo el día de tu muerte, y ni un minuto antes. Es
importante que sepas que yo estoy viejo, y que mi día seguramente se acerca. No hay ninguna
razón para pensar que tu partida deba estar atada a la mía. Son nuestras vidas las que se han
ligado, no nuestras muertes.

El rey y el mago se abrazaron y festejaron brindando por la confianza que cada uno sentí en
esta relación que habían sabido construir juntos...

Cuenta la leyenda... que misteriosamente... esa misma noche... el mago... murió durante el
sueño.

El rey se enteró de la mala noticia a la mañana siguiente... y se sintió desolado.

No estaba angustiado por la idea de su propia muerte, había aprendido del mago a
desapegarse hasta de su permanencia en el mundo.

Estaba triste, simplemente por la muerte de su amigo.

¿Qué coincidencia extraña había hecho que el rey pudiera contarle esto al mago justo la noche
anterior a su muerte?.

Tal vez, tal vez de alguna manera desconocida el mago había hecho que él pudiera decirle esto
para quitarle su fantasía de morirse un día después.

Un último acto de amor para librarlo de sus temores de otros tiempos...

Cuentan que el rey se levantó y que con sus propias manos cavó en el jardín, bajo su ventana,
una tumba para su amigo, el mago.

Enterró allí su cuerpo y el resto del día se quedó al lado del montículo de tierra, llorando como
se llora ante la pérdida de los seres queridos.

Y recién entrada la noche, el rey volvió a su habitación.

Cuenta la leyenda... que esa misma noche... veinticuatro horas después de la muerte del mago,
el rey murió en su lecho mientras dormía... quizás de casualidad... quizás de dolor... quizás
para confirmar la última enseñanza del maestro.

Jorge Bucay
LA ALEGORÍA DEL CARRUAJE

Un día de octubre, una voz familiar en el teléfono me dice: -Salí a la calle que hay un regalo
para vos.

Entusiasmado, salgo a la vereda y me encuentro con el regalo. Es un precioso carruaje


estacionado justo, justo frente a la puerta de mi casa. Es de madera de nogal lustrada, tiene
herrajes de bronce y lámparas de cerámica blanca, todo muy fino, muy elegante, muy "chic".
Abro la portezuela de la cabina y subo. Un gran asiento semicircular forrado en pana bordó y
unos visillos de encaje blanco le dan un toque de realeza al cubículo. Me siento y me doy
cuenta que todo está diseñado exclusivamente para mí, está calculado el largo de las piernas,
el ancho del asiento, la altura del techo... todo es muy cómodo, y no hay lugar para nadie más.

Entonces miro por la ventana y veo "el paisaje": de un lado el frente de mi casa, del otro el
frente de la casa de mi vecino... y digo: "¡Qué bárbaro este regalo! "¡Qué bien, qué lindo...!" Y
me quedo un rato disfrutando de esa sensación.

Al rato empiezo a aburrirme; lo que se ve por la ventana es siempre lo mismo.

Me pregunto: "¿Cuánto tiempo uno puede ver las mismas cosas?" Y empiezo a convencerme
de que el regalo que me hicieron no sirve para nada.

De eso me ando quejando en voz alta cuando pasa mi vecino que me dice, como
adivinándome: -¿No te das cuenta que a este carruaje le falta algo?

Yo pongo cara de qué-le-falta mientras miro las alfombras y los tapizados.

-Le faltan los caballos - me dice antes de que llegue a preguntarle.

Por eso veo siempre lo mismo -pienso-, por eso me parece aburrido.

-Cierto - digo yo.

Entonces voy hasta el corralón de la estación y le ato dos caballos al carruaje. Me subo otra
vez y desde adentro les grito:

-¡¡Eaaaaa!!

El paisaje se vuelve maravilloso, extraordinario, cambia permanentemente y eso me sorprende.

Sin embargo, al poco tiempo empiezo a sentir cierta vibración en el carruaje y a ver el
comienzo de una rajadura en uno de los laterales.

Son los caballos que me conducen por caminos terribles; agarran todos los pozos, se suben a
las veredas, me llevan por barrios peligrosos.

Me doy cuenta que yo no tengo ningún control de nada; los caballos me arrastran a donde ellos
quieren. Al principio, ese derrotero era muy lindo, pero al final siento que es muy peligroso.

Comienzo a asustarme y a darme cuenta que esto tampoco sirve.

En ese momento veo a mi vecino que pasa por ahí cerca, en su auto. Lo insulto: -¡Qué me hizo!

Me grita:-¡Te falta el cochero!

-¡Ah! - digo yo.

Con gran dificultad y con su ayuda, sofreno los caballos y decido contratar un cochero. A los
pocos días asume funciones. Es un hombre formal y circunspecto con cara de poco humor y
mucho conocimiento.

Me parece que ahora sí estoy preparado para disfrutar verdaderamente del regalo que me
hicieron. Me subo, me acomodo, asomo la cabeza y le indico al cochero a dónde ir.
Él conduce, él controla la situación, él decide la velocidad adecuada y elige la mejor ruta.

Yo... Yo disfruto el viaje.

"Hemos nacido, salido de nuestra casa y nos hemos encontrado con un regalo: nuestro cuerpo.

A poco de nacer nuestro cuerpo registró un deseo, una necesidad, un requerimiento instintivo, y
se movió. Este carruaje no serviría para nada si no tuviera caballos; ellos son los deseos, las
necesidades, las pulsiones y los afectos.

Todo va bien durante un tiempo, pero en algún momento empezamos a darnos cuenta que
estos deseos nos llegaban por caminos un poco arriesgados y a veces peligrosos, y entonces
tenemos necesidad de sofrenarlos. Aquí es donde aparece la figura del cochero: nuestra
cabeza, nuestro intelecto, nuestra capacidad de pensar racionalmente.

El cochero sirve para evaluar el camino, la ruta. Pero quienes realmente tiran del carruaje son
tus caballos.

No permitas que el cochero los descuide. Tienen que ser alimentados y protegidos, porque...
¿qué harías sin los caballos? ¿Qué sería de vos si fueras solamente cuerpo y cerebro? Si no
tuvieras ningún deseo, ¿cómo sería la vida? Sería como la de esa gente que va por el mundo
sin contacto con sus emociones, dejando que solamente su cerebro empuje el carruaje.
Obviamente tampoco podés descuidar el carruaje, porque tiene que durar todo el proyecto. Y
esto implicará reparar, cuidar, afinar lo que sea necesario para su mantenimiento. Si nadie lo
cuida, el carruaje se rompe, y si se rompe se acabó el viaje..."

Jorge Bucay
OBSTACULOS

De "Cuentos para pensar"

Este texto que reproduzco aquí no es en realidad un cuento, sino más bien una
meditación guiada, diseñada en forma de ensueño dirigido, para explorar las verdaderas
razones de algunos de nuestros fracasos. Me permito sugerirte que lo leas lentamente,
intentando detenerte unos instantes en cada frase, visualizándote en cada situación.

Voy andando por un sendero.

Dejo que mis pies me lleven.

Mis ojos se posan en los árboles, en los pájaros, en las piedras. En el horizonte se recorte la
silueta de una ciudad. Agudizo la mirada para distinguirla bien. Siento que la ciudad me atrae.

Sin saber cómo, me doy cuenta de que en esta ciudad puedo encontrar todo lo que deseo.
Todas mis metas, mis objetivos y mis logros. Mis ambiciones y mis sueños están en esta
ciudad.Lo que quiero conseguir, lo que necesito, lo que más me gustaría ser, aquello a lo cual
aspiro, o que intento, por lo que trabajo, lo que siempre ambicioné, aquello que sería el mayor
de mis éxitos.

Me imagino que todo eso está en esa ciudad. Sin dudar, empiezo a caminar hacia ella. A poco
de andar, el sendero se hace cuesta arriba. Me canso un poco, pero no me importa.

Sigo. Diviso una sombra negra, más adelante, en el camino. Al acercarme, veo que una
enorme zanja me impide mi paso. Temo... dudo.

Me enoja que mi meta no pueda conseguirse fácilmente. De todas maneras decido saltar la
zanja. Retrocedo, tomo impulso y salto... Consigo pasarla. Me repongo y sigo caminando.

Unos metros más adelante, aparece otra zanja. Vuelvo a tomar carrera y también la salto.
Corro hacia la ciudad: el camino parece despejado. Me sorprende un abismo que detiene mi
camino. Me detengo. Imposible saltarlo

Veo que a un costado hay maderas, clavos y herramientas. Me doy cuenta de que está allí para
construir un puente. Nunca he sido hábil con mis manos... Pienso en renunciar. Miro la meta
que deseo... y resisto.

Empiezo a construir el puente. Pasan horas, o días, o meses. El puente está hecho.
Emocionado, lo cruzo. Y al llegar al otro lado... descubro el muro. Un gigantesco muro frío y
húmedo rodea la ciudad de mis sueños...

Me siento abatido... Busco la manera de esquivarlo. No hay caso. Debo escalarlo. La ciudad
está tan cerca... No dejaré que el muro impida mi paso.

Me propongo trepar. Descanso unos minutos y tomo aire... De pronto veo, a un costado del
camino un niño que me mira como si me conociera. Me sonríe con complicidad.

Me recuerda a mí mismo... cuando era niño.

Quizás por eso, me animo a expresar en voz alta mi queja: -¿Por qué tantos obstáculos entre
mi objetivo y yo?

El niño se encoge de hombros y me contesta: -¿Por qué me lo preguntas a mí?

Los obstáculos no estaban antes de que tú llegaras... Los obstáculos los trajiste tú.

Jorge Bucay
SUEÑOS SEMILLA...

De "Cuentos para pensar"

En el silencio de mi reflexión percibo todo mi mundo interno como si fuera una semilla, de
alguna manera pequeña e insignificante pero también pletórica de potencialidades.

...Y veo en sus entrañas el germen de un árbol magnífico, el árbol de mi propia vida en proceso
de desarrollo.

En su pequeñez, cada semilla contiene el espíritu del árbol que será después. Cada semilla
sabe cómo transformarse en árbol, cayendo en tierra fértil, absorbiendo los jugos que la
alimentan, expandiendo las ramas y el follaje, llenándose de flores y de frutos, para poder dar
lo que tienen que dar.

Cada semilla sabe cómo llegar a ser árbol. Y tantas son las semillas como son los sueños
secretos.

Dentro de nosotros, innumerables sueños esperan el tiempo de germinar, echar raíces y darse
a luz, morir como semillas... para convertirse en árboles.

Árboles magníficos y orgullosos que a su vez nos digan, en su solidez, que oigamos nuestra
voz interior, que escuchemos la sabiduría de nuestros sueños semilla.

Ellos, los sueños, indican el camino con símbolos y señales de toda clase, en cada hecho, en
cada momento, entre las cosas y entre las personas, en los dolores y en los placeres, en los
triunfos y en los fracasos. Lo soñado nos enseña, dormidos o despiertos, a vernos, a
escucharnos, a darnos cuenta.

Nos muestra el rumbo en presentimientos huidizos o en relámpagos de lucidez cegadora.

Y así crecemos, nos desarrollamos, evolucionamos... Y un día, mientras transitamos este


eterno presente que llamamos vida, las semillas de nuestros sueños se transformarán en
árboles, y desplegarán sus ramas que, como alas gigantescas, cruzarán el cielo, uniendo en un
solo trazo nuestro pasado y nuestro futuro.

Nada hay que temer,... una sabiduría interior las acompaña... porque cada semilla sabe...
cómo llegar a ser árbol...

Jorge Bucay
EL AMENAZADO

Es el amor, tendré que ocultarme o huir. Crecen los muros de su cárcel, como un sueño atroz.

La hermosa máscara ha cambiado, pero como siempre es la única ¿de qué me servirán mis
talismanes; el ejercicio de las letras, la vaga erudición, el aprendizaje de las palabras que usó
al áspero norte para cantar sus mares y sus espadas, la serena amistad, las galerías de la
biblioteca, las cosas comunes, los hábitos, el joven amor de mi madre, la sombra militar de mis
muertos, la noche intemporal, el sabor del sueño?.

Estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo. Ya el cántaro se quiebra sobre la


fuente, ya el hombre se levanta a la voz del ave, ya se han oscurecido los que me miran por las
ventanas, pero la sombra no me ha traidor la paz.

Es, ya lo sé, el amor; la ansiedad y el alivio de oír tu voz, la espera y la memoria, el horror de
vivir en lo sucesivo. Es el amor con su mitología, con sus pequeñas magias inútiles.

Hay una esquina por la que no me atrevo a pasar. Ya los ejércitos se cercan, las hordas (esta
habitación es irreal; ella no la ha visto). El nombre de una mujer me delata. Me duele una mujer
en todo el cuerpo.

Jorge Luis Borges


FIESTA DE POETAS

Aquella mañana de octubre, Marisa Pelufo mi profesora de lengua y literatura ingresó a


tercero comercial con su habitual encanto juvenil.

Entonces descubrí que no era el único que sufría esa febril atracción por ella, y que ya no era
exclusivamente mía como lo había creído hasta ese momento. Éramos treinta y dos vándalos
apiñados en un salón diseñado para veinte, y el curso más revoltoso de la escuela.

Sin embargo manteníamos una excelente conducta durante las clases de literatura, lo que
motivó comentarios suspicaces en la sala de profesores, a tal punto que nos compararon con
los dulces y candorosos angelitos de estampitas religiosas.

Esas circunstancias me obligaron a tomar la delantera. Al día siguiente, y para que mi propósito
no se enfriara, decidí escribirle una carta a la profe, declarándome perdidamente enamorado de
ella.

Para conquistarla, y sabiendo la devoción que tenía por la poesía, busqué en un libro que creí
de Pablo Neruda, estos versos que cuidadosamente copié a mitad de página: "Si al mecer las
azules campanillas de tu balcón, crees que suspirando pasa el viento murmurador, sabe que
oculto entre las verdes hojas suspiro yo".

Los días que siguieron fueron interminables. Con impaciencia conté cada minuto que faltaba
para la próxima clase. Hasta que por fin llegó la hora, y contrariamente a lo que yo aspiraba,
Marisa entró al aula con la soltura juvenil de siempre, y ordenó tomar una hoja:

–Ahora voy a dictarles estas rimas de Bécquer... –dijo tomando una de las tantas hojas que
acomodó sobre su escritorio.

Para mi sorpresa, vi que el papel que tenía en sus manos era nada menos que mi carta, cuyas
rimas comenzó a recitar mientras su mirada recorría toda la clase. Mi sangre pareció
congelarse, mientras un sudor frío corría por mis costillas. "Está buscando al atrevido que la
escribió" – pensé simulando serenidad.

Cuando nuestras vistas se encontraron, mi labio superior comenzó a temblar nerviosamente.

Creo que ella se dio cuenta, pero continuó la clase como si no hubiera pasado nada y comenzó
a dictar: "Si al mecer las azules campanillas..."

–Pero, señorita, ¿no es Neruda? – interrumpí electrizado.

–No, alumno –me respondió con toda naturalidad– es Bécquer... – y tomando otro papel
prosiguió: Neruda escribió así: "Mis palabras llovieron sobre ti acariciándote, amé desde hace
tiempo tu cuerpo de nácar soleado..."

Luego, ante el asombro de todos, tomó una tercera hoja y dijo:

–Machado también escribió versos tan bellos como estos: "Sentí tu mano en la mía, tu mano de
compañera, tu voz en mi oído..."

Y después, tomando otra hoja y luego otra y otra más, prosiguió recitando a García Lorca,
Almafuerte, Quevedo, Hernández...

–Queridos alumnos –dijo finalmente– gracias por sus trabajos. Ayer fue el día más feliz de mi
vida. Gracias por comprender mi locura poética... Espero que algún día pueda decir de alguno
de ustedes: "Ese gran poeta fue alumno mío".

El silencio de la clase fue total, sólo se oía el rumor del viento primaveral que se filtraba por la
quebradura de un vidrio; "deben ser los poetas que están de fiesta", pensé.

José Brendan Wallace - Argentino


CONVOCANDO EL OLVIDO

"Sé bailar. Sé cantar. Sé dónde está el olv ido" - Juan Parra del Riego

Me preguntan por qué estoy tan alegre. Por qué canto, bailo, toco la guitarra y bromeo.

Y yo respondo que es la culminación de un proceso por el cual llegué hasta el último límite de
la desesperación, toqué fondo, y en vista de que no había para dónde seguir, porque ahí
estaba la barrera,

Tuve que devolverme y aquí estoy bañado de música, aficionado a la serenidad y la alegría, el
mundo cabe en mi mano.

Me declaro en carnavales permanentes, me declaro irresponsable, ahora sé qué significa la


expresión "risa loca".

Me veis en las barras del gimnasio, saltando en los trampolines, y es que he decidido renacer
cada día, cada nuevo día. El día que no renazca con la aurora será un día muerto.

¿Para qué quiero yo un día muerto? Siempre os olvidáis de que este día no volverá. Pero la
sabiduría no debe ser tanta que nos impida defendernos. El sabio se pone dé acuerdo con la
naturaleza y su vida se torna lenta, porque para él todas las cosas tienen el mismo valor. Es
incapaz de atravesar una barra en la rueda del universo.

Cito una carta de Jotamario a los caleños: "Hay que forzar la naturaleza. "¿No es en ello donde
radica la fuerza del arte, la perspicacia de los ingenieros?"

El respetable pueblo de sabios famélicos de la India. Cambiará todo en el mundo menos los
sabios. La sabiduría es inmutable por definición, puesto que es una sola.

El pacificador Murillo. No era su culpa. No distinguía entre científico y sabio. A Caldas lo


llamábamos sabio porque sabía hacer jeroglíficos. No fue fusilado por sabio sino por razones
de guerra. No encerraron los Estados Unidos a Ezra Pound por sus versos, sino por
declaraciones políticas inoportunas. Sabios hubiesen sido estos dos hombres si hubieran
querido soslayar los peligros a que su conducto las exponía. Pero ellos ya habían metido su
barra entre las ruedas del universo. No les llamemos sabios. La sabiduría se adquiere hacia los
siete años de edad. El resto de la vida te la pasas desembarazándote de ella.

Decía que nos olvidamos de que este día es único, que no volverá, porque nuestra conciencia
ha sido convertida en instrumento de oficina, una brillante maquinita.

Dicho está, pero lo digo de nuevo: el hombre evoluciona hacia la hormiga, y esto es
lamentable.

Actualmente ser hombre es tener automóvil. Si ser hombre es tener automóvil, sería mejor ser
automóvil.

De hecho hay muchos hombres para quienes la vida carece de sentido sin automóvil. En él se
instalan durante el breve recorrido de su eternidad.

Y dice Jesús: "Bienaventurados los que no tienen automóvil, ni fornican con máquinas.

Bienaventurados los que tienen las manos vacías porque ellos serán colmados de Nada".

Sólo cuando todo nos sobre podremos ir y volver, o perdernos en lo invisible e infinito.

Dejadme cantar a todo pecho como un buque en alta mar. Y no me preguntéis si una imagen
es correcta, es verdadera o es lógica. Canto como una ballena. No sé si las ballenas son
lógicas.

En puertos silenciosos me detuve, largas filas de prostitutas estaban paradas frente a los
burdeles con sus tarjetas de sanidad en la mano, para cumplir con la ley.
Bebí. Canté despreocupadamente.

Y mi acierto fue haberlo hecho todo en presente.

No me preocupo por la bomba ni por los problemas de la humanidad. No están en mis manos.
Si estuvieran en mis manos podríais dormir tranquilos.

Si la inteligencia del hombre no satisface a sabios y científicos, quienes la ponen en duda,


siendo dicha inteligencia la única amenaza que se cierne sobre el futuro, yo decido que la cosa
no tiene importancia. Esperemos a que el hombre mejore su inteligencia. Mientras tanto, ¡cómo
estoy de contento! No importa mi inteligencia deficiente. Para dentro de doscientos años espero
haber mejorado bastante, con ayuda de la técnica.

Bailo, canto. Linda, ven, bailemos, bebamos, cantemos. Dentro de doscientos años bailaremos,
beberemos, cantaremos.

Vamos, linda, hace doscientos años que estamos bailando. ¿No te cansas? Y bailamos
sumamente bien. Es admirable cómo bailamos. Hemos ganado en todos los concursos. ¿No-té
cansas?. Ven, linda, olvidemos. Vamos a olvidar.

Con su mueca característica: –Si linda, o lindo, ya lo olvidé.

José Jaramillo Escobar - Colombia


JOTAMARIO DE CALI

"… y continúa muy puñaletero el maldito…" - Gonzalo Arango

"Barbilindo poeta" se describió a sí mismo con sorna, con amor, encabritado en esa "pirueta
bufa" conque el crítico lo define.

La autocrítica y el auto elogio van parejos en su vida desvergonzada.

Es más: en un escrito afirmó ser de Colombia, para estupor de tantos lectores castísimos de
Bogotá, y no hay duda de que él lo decía con sus segundas intenciones, como todo lo que hace
y lo que ha hecho desde un principio, cuando aseguraba públicamente, con el cinismo de su
escuela, que una obra no es de quien la escribe sino del primero que la publica.

En su juventud se daba fama de cuchillero en su barrio, pero todos sus amigos lo queríamos
cuando lo íbamos a visitar bajo algodones y gasas, suspirando en la tarde soñolienta por una
venganza incompleta, levantándose antes de tiempo y quitándose los vendajes con desprecio,
pero volviéndoselos a poner cuando los visitantes se alejaban.

Entre los nadaístas, Jotamario es el cuento de nunca acabar.

Gonzalo Arango lo quería más que a Rosa Girasol y a Angelita y mucho más que a sí mismo,
pues varias veces arriesgó su vida por la de él, y pasó muchas noches escribiéndole sus
mejores cartas.

Con ese amor que Gonzalo tuvo por sus amigos, por lo cual ellos le amaron asimismo más que
a sus mujeres y a sus amantes y que a su patria, porque la patria son nuestros amigos –no son
unas piedras–.

También Jotamario ha sabido ser un señor de sólido corazón para con sus amigos, jodido como
él mismo pero dispuesto a hacer valer su derecho, de amar –y de odiar– si el amor no le
bastaba.

Con un sombrero de Judío Errante y unas botas largas de mujer atravesó los peores inviernos
de la capital y con los mismos el verano pero siempre él mismo en verano y en invierno.

Violento hasta el delito y tierno hasta las lágrimas, sobrio o borracho está siempre ebrio de todo
y gira a la velocidad de los planteas que parecen dormidos como un trompo hasta que de
pronto cabecean.

Ingenioso y brillante, inteligente y ruidoso, siempre en contravía, también la Tierra ha chocado


con él como cuando le arrebató a María de las Estrellas, pero Jotamario: "Esa Tierra me las
pagará, “Yo soy Jotamario".

Aunque despedazado siguió siendo Jotamario

Y se le veía muy compuesto por las calles de Bogotá. pero tenía los huesos pegados con
esparadrapo.

Me quito el sombrero y le digo: –Señor Jotamario, yo lo quiero mucho y todos sus amigos lo
quieren, especialmente la poesía lo quiere y está dispuesta a irse con usted para aquella isla
donde tanto soñó con ella en aquellos malos tiempos pero con buenos paisajes, donde se forja
la decisión de un hombre criado en un barrio pobre, desde niño acostumbrado a defenderse
con la navaja y a escabullirse de la policía, que sin embargo varias veces le rajó la cabeza y
por eso tuvimos que ir al hospital, pero siempre tan contento de parecerse a Apollinaire, con su
fama de bandido bien cimentada en los periódicos, aprovechando la convalecencia para revisar
sus poemas con la calma de los enfermos.

Y esperando que le dieran de alta para volver a los mismos lugares.


Toda la vida lo he conocido como un cabeciduro, lo cual no le quita lo inteligente sino que le
agrega lo tenaz, siempre sin importarle el mañana o el que dirán, siempre haciendo todo lo que
le ha dado la gana y negándose a hacer lo que por nada del mundo haría.

Enemigo del campo, su meta es la sociedad post-industrial, el whisky con hielo, la vida leve,
pero si le pones un obstáculo se te vuelve una fiera.

Por eso sus poemas son dulcísimos cuando está enamorado y cuando la vida lo acosa sus
poemas son pendencieros y bastardos.

En el pleno ejercicio de su arte lo saludo y en el pleno disfrute de la vida, sabio en poesía y


sabio en las cosas del mundo.

Podemos confiar en él porque tiene un palo atravesado en el corazón.

Su poesía nos es necesaria para el esclarecimiento y el goce.

En él tenemos a quién aplaudir y con quién llorar y reír.

Inscripto está como Nijinsky entre los " payasos de Dios".

José Jaramillo Escobar - Colombia


LA CASA DE BOB

A San Bernardo del Viento fuimos a buscar la casa de Bob, es decir, donde él había nacido
con sus padres, encontrando el mundo completamente hecho y perfeccionado, por lo cual se
suponía que no le tocaría trabajar.

Tanta alharaca que las generaciones anteriores hicieron con el cuento de que estaban dándole
los últimos toques a este mundo para nosotros, y venir a ver que ahora nos salen con que lo
tenemos que volver a hacer todo de nuevo.

Era una casa construida con maderas olorosas y hojas de palma, en un terreno junto al río, en
medio de los árboles y los pájaros, algo así como una casa en los lindes del paraíso.

Desde mucho antes de llegar ya se escuchaban los pájaros, toda la mañana estuvimos
oyéndolos, miles de pájaros, y los árboles se extendían por la llanura, extensos arrozales,
ganados de muy largas, elegantes orejas, y el horizonte marino que nunca se sabe si está
cerca o lejos.

En Lorica, en las escaleras de piedra y cemento del muelle, sobre el río Sinú, nos detuvimos
como en un pasaje bíblico.

Para tomar una embarcación hasta San Bernardo del Viento, en medio de bandadas de garzas,
bandadas de loros chillones, y el batelero era un muchacho, descendiente de las Mil y una
Noches, un joven moreno, de larguísimo cuello, alta cabeza de ojos almendrados, negrísimos,
con viveza de lagartija.

Y un turbante rojo encima de su antigua sonrisa de vendedor de perlas.

"¡El Viento! ¡El Viento!", se oye gritar en Lorica, hay pocos pasajeros para "El Viento", la
carretera es un remolino de polvo, y en "El Viento" la estatua danzante de San Bernardo
levanta el pie, el viento le levanta la sotana blanca.

–"¡El Viento! ¡El Viento!"

En San Bernardo del Viento las casas bajo las palmeras, las redes de pescar tendidas al sol.

Por esta calle se va –se iba– a la casa de Bob.

A la mañana llegaron tres hombres, habían venido de muy lejos, en una canoa, y traían con
ellos esquejes del árbol del pan.

Los sagrados esquejes fueron admirados por los ancianos y los niños, puestos en agua y
plantados al atardecer en los huertos, con tanta unción como si hubiesen sembrado el propio
pan eucarístico.

Después de la ceremonia de siembra del árbol del pan entramos a una casa para recabar agua
fresca de la tinaja, un mosquitero para dormir, un latiguillo de palma para espantar los
mosquitos.

En el cine, un patio al aire libre, se apiñaba la grita de los chicos del pueblo.

Y en la plaza, a la luz de los mechones de petróleo, se jugaba al dominó, se tomaban


refrescos, se escuchaba la música que salía de un parlante llamado "El Bacano".

Un niño se me acercó: –Tío, ¿me trajo usted una moneda?

En la casa un huésped: un joven pescador que había venido por mar, siete días remando en
una canoa, para matricularse en el colegio y aprender una letras.

En el sopor de la tarde luchaba desesperadamente con la aritmética, sudaba mares. Me miró


casi asfixiado.

Sin duda prefería sus redes y sus pescados que el propio mar multiplica.
Cuando amanece, algunas mujeres sobre pollinos blancos se dirigen al caserío de la playa.

En el camino encontrarán parejas de jóvenes estudiantes, vestidos de blanco, que van al


colegio, las muchachas llevan la sombrilla para su compañero, él lleva los libros de ambos, y
más adelante una escuela rural donde juegan los niños.

Las señoras que gobiernan los pollinos no están de acuerdo conque los niños gasten su tiempo
en jugar, los regañan al paso.

Van chupando limones para la sed.

–"Comadre, venir a la escuela a jugar, ¡qué dice, comadre!"

Donde estaba el río hay ahora unos pantanos con pinceladas de anchas hojas, y todo el suelo
cubierto por la cascarilla del arroz que los molinos desechan.

–¿Y es ésta la calle por donde se va –se iba– a la casa de Bob?

Hace algún tiempo los vecinos se quejaron al gobierno central porque temían que el río "se iba
a llevar el pueblo".

Vinieron los ingenieros, hicieron sus cálculos, desviaron el río, ¡Y ahora los vecinos se quejan
porque sin río y sin mar!

La casa de Bob, sin el río, perdió su razón de ser, quedó como extraviada en el monte, la
abandonaron, empezaron a caerse las paredes, hasta que desapareció y ahora tratamos de
adivinar si fue en este lugar o en aquél donde la casa se levantaba.

Si encuentras un árbol de naranjas o uno de limón ese será sin duda el patio y podría
describirte todo el resto.

Diseminada por el pueblo está la casa de Bob, en las mujeres de los pollinos, en los chicos del
cine, en los mechones de petróleo, en la arena de las calles, en los altos cocoteros, en el viejo
pescador que fuma su tabaco mientras construye una red nueva, está la casa de Bob.

José Jaramillo Escobar - Colombia


LA TRISTEZA DEL INCA

Este era un Inca triste, de soñadora frente, de ojos siempre dormidos y sonrisa de hiel, que
recorrió su imperio, buscando inútilmente a una doncella hermosa y enamorada de él.

Por distraer sus penas, el Inca dio en guerrero; puso a su tropa en marcha y el broquel
requirió; fue sembrando despojos sobre cada sendero y las nieves mas altas con su sangre
manchó.

Tal, sus flechas cruzaron inviolables regiones, en que apenas los ríos se atrevían a entrar; y
tal fue, derramando sus heroicas legiones: de la selva a los andes al mar. Fue gastando las
flechas que tenía en su aljaba, una vez y otra y otra, de región en región, porque cuando salía
victorioso, lograba levantar la cabeza, pero no el corazón. Y ya cuando de tanto levantar la
cabeza, celebró bailes magnos y banquetes sin fin, pero no logra nada disipar su tristeza, ni
la sangre del choque, ni el licor del festín. Nada entraba en el fondo de su espíritu oculto: ni las
cándidas ñustas de dignástico rol, ni los cirios de Quito, consagradas al culto, ni del Cuzco,
tampoco, los vestales del sol. Fue llamado el más viejo sacerdote " adivina este mal que
me aqueja y el remedio del mal" dijo al gran sacerdote, con voz trémula y fina, aquel
joven monarca, displicente y sensual. -¡Ay, señor! - dijo el viejo sacerdote - Tus penas
remediarse no pueden; tu pasión es mortal. La mujer que has ideado tiene añil en las venas
un trigal en los bucles y en la boca un coral. - ¡Ay, señor! - ciertos días vendrán hombres muy
blancos, Ha de oírse en los bosques el marcial caracol: cataratas de sangre colmaran los
barrancos, y entrarán otros dioses en el Templo del Sol. La mujer que has ideado pertenece a
tal raza, vanamente la buscas en tu innumera grey, y servirte no pueden oración ni amenaza,
porque tiene otra sangre, otro dios y otro rey. Cuando el rito sagrado le mando optar esposa,
hizo astillas el cetro con vibrante dolor, y aquel joven monarca se enterró en una fosa y
pensando en la rubia fue muriendo de amor.

José Santos Chocano - Peruano


ACUÉRDATE

De el “El llano en llamas”

Acuérdate de Urbano Gómez, hijo de don Urbano, nieto de Dimas, aquel que dirigía las
pastorelas y que murió recitando el "rezonga, ángel maldito" cuando la época de la influencia.
De esto hace ya años, quizá quince. Pero te debes acordar de él. Acuérdate que le decíamos el
Abuelo por aquello de que su otro hijo, Fidencio Gómez, tenía dos hijas muy juguetonas: una
prieta y chaparrita, que por mal nombre le decían la Arremangada, y la otra, que era requetealta
y que tenía los ojos zarcos; y que hasta se decía que ni era suya y que por más señas estaba
enferma del hipo. Acuérdate del relajo que armaba cuando estábamos en misa y que a la mera
hora de la Elevación soltaba su ataque de hipo, que parecía como si se estuviera riendo y
llorando a la vez, hasta que la sacaban afuera y le daban tantita agua con azúcar y entonces se
calmaba.

Ésa acabó casándose con Lucio Chico, dueño de la mezcalera que antes fue de Librado, río
arriba, por donde está el molino de linaza de los Teódulos.

Acuérdate.

Acuérdate que a su madre le decían la Berenjena porque siempre andaba metida en líos y de
cada lío salía con un muchacho. Se dice que tuvo su dinero pero se lo acabó en los entierros,
pues todos los hijos se le morían de recién nacidos y siempre les mandaba cantar alabanzas,
llevándolos al panteón entre músicas y coros de monaguillos que cantaban "hosannas" y
"glorias" y la canción esa de "ahí te mando; Señor, otro angelito". De eso se quedó pobre,
porque le. resultaba caro cada funeral, por eso de las canelas que les daba a los invitados del
velorio. Sólo le vivieron dos, el Urbano y la Natalia, que ya nacieron pobres y a los que ella no
vio crecer, porque se murió en el último parto que tuvo, ya de grande, pegada a los cincuenta
años.

La debes haber conocido, pues era realegadora y cada rato andaba en pleito con las
marchantas en la plaza del mercado porque le querían dar muy caro los jitomates; pegaba de
gritos y decía que la estaban robando. Después, ya de pobre, se le veía rondando entre la
basura, juntando rabos de cebolla, ejotes ya sancochados y alguno que otro cañuto de caña
"para que se les endulzara la boca a sus hijos".

Tenía dos, como ya te digo, que fueron los únicos que se le lograron.

Después no se supo ya de ella.

Ese Urbano Gómez era más o menos de nuestra edad, apenas unos meses más grande, muy
bueno para jugar a la rayuela y para las trácalas. Acuérdate que nos vendía clavellinas y
nosotros se las comprábamos cuando lo más fácil era ir a cortarlas al cerro. Nos vendía
mangos verdes que se robaba del mango que estaba en el patio de la escuela y naranjas con
chile que compraba en la portería a dos centavos y que luego nos las revendía a cinco. Rifaba
cuanta porquería y media traía en la bolsa: canicas ágatas, trompos y zumbadores y hasta
mayates verdes, de esos a los que se les amarra un hilo en una pata para que no vuelen muy
lejos.

Nos traficaba a todos, acuérdate.

Era cuñado de Nachito Rivero, aquel que se volvió menso a los pocos días de casado y que
Natalia, su mujer, para mantenerse, tuvo que poner un puesto de tepache en la garita del
camino real, mientras Nachito se vivía tocando canciones todas desafinadas en una mandolina
que le prestaban en la peluquería de don Refugio, nosotros íbamos con Urbano a ver a su
hermana, a bebernos el tepache, que siempre le. quedábamos a deber y que nunca le
pagábamos, porque nunca teníamos dinero. Después hasta se quedó sin amigos, porque todos
al verlo, le sacábamos la vuelta para que no fuera a cobrarnos.

Quizá entonces se volvió malo, o quizá ya era de nacimiento.


Lo expulsaron de la escuela antes del quinto año, porque lo encontraron con su prima la
Arremangada jugando a marido y mujer detrás de los lavaderos, metidos en un aljibe seco.

Lo sacaron de las orejas por la puerta grande entre la risión de todos, pasándolo por en medio
de una fila de muchachos y muchachas para avergonzarlo.

Y él pasó por allí, con la cara levantada, amenazándonos a todos con la mano y como diciendo:
"Ya me las pagarán caro."

Y después a ella, que salió haciendo pucheros y con la mirada raspando los ladrillos, hasta que
ya en la puerta soltó el llanto; un chillido que se estuvo oyendo toda la tarde como si fuera un
aullido de coyote.

Sólo que te falle mucho la memoria, no te has de acordar de eso.

Dicen que su tío Fidencio, el del trapiche, le arrimó una paliza que por poco y lo deja parálisis, y
que él, de coraje, se fue del pueblo.

Lo cierto es que no lo volvimos a ver sino cuando apareció de vuelta por aquí convertido en
policía. Siempre estaba en la plaza de armas, sentado en una banca con la carabina entre las
piernas y mirando con mucho odio a todos. No hablaba con nadie. No saludaba a nadie.

Y si uno lo miraba, él se hacía el desentendido como si no conociera a la gente.

Fue entonces cuando mató a su cuñado, el de la mandolina.

Al Nachito se le ocurrió ir a darle una serenata, ya de noche, poquito después de las ocho y
cuando todavía estaban tocando las campanas el toque de Ánimas. Entonces se oyeron los
gritos, y la gente que estaba en la iglesia rezando el rosario salió a la carrera y allí los vieron: al
Nachito defendiéndose patas arriba con la mandolina y al Urbano mandándole un culatazo tras
otro con el máuser, sin oír lo que le gritaba la gente, rabioso, como perro del mal. Hasta que un
fulano que no era ni de por aquí se desprendió de la muchedumbre y fue y le quitó la carabina y
le dio con ella en la espalda, doblándolo sobre la banca del jardín, donde se estuvo tendido.

Allí lo dejaron pasar la noche. Cuando amaneció se fue. Dicen que antes estuvo en el curato y
que hasta le pidió la bendición al padre cura, pero que él no se la dio.

Lo detuvieron en el camino. Iba cojeando, y mientras se sentó a descansar llegaron a él. No se


opuso. Dicen que él mismo se amarró la soga en el pescuezo y que hasta escogió el árbol que
más le gustaba para que lo ahorcaran.

Tú te debes acordar de él, pues fuimos compañeros de escuela y lo conociste como yo.

Juan Rulfo - México

También podría gustarte