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Por todos es sabido que, hace muchos años, la tribu de indios Sioux habitaba las
grandes praderas de Norteamérica. Según cuenta una vieja historia, en una
ocasión dos jóvenes de esa tribu se enamoraron perdidamente. Él era un valiente
guerrero llamado Toro Bravo, y su amada, una linda muchacha de nombre Nube
Azul.
Los dos jóvenes se querían tanto que su mayor temor era que un día su amor se
disolviera en el aire y se lo llevara el viento. Juntos eran muy felices y se
preguntaban qué debían hacer para que esto nunca sucediera.
– Gran Jefe, hay algo que nos preocupa y necesitamos su ayuda. Nube Azul y yo
nos amamos muchísimo y queremos que nuestro amor jamás se termine.
Deseamos fervientemente que usted pida a los dioses que nos mantengan unidos
para siempre.
El sabio jefe levantó la mirada y contempló con agrado a la feliz pareja. Después,
con su característica voz grave, les dijo lo que pensaba.
– No invocaré a los dioses, pero tengo que deciros que sí hay algo que podéis
hacer.
Nube Azul sonrió a su enamorado y apremió al jefe para que les diera las
instrucciones.
– Tú, Nube Azul, tendrás que subir la altísima montaña donde anidan los
halcones y buscar el más fuerte y hermoso de todos. Cuando lo encuentres,
atrápalo con la ayuda de una red y con muchísimo cuidado para no hacerle daño.
Después esperarás en la cima hasta que salga la luna llena, y tres días más tarde,
bajarás al poblado y me lo traerás sano y salvo.
La joven asintió.
– Tú, Toro Bravo, escalarás la escarpada y peligrosa montaña donde anidan las
águilas para encontrar la más robusta y valiente de todas. Como Nube Azul, sólo
llevarás una red y también esperarás en la cumbre hasta que la luna llena asome
en el firmamento. Tres días después, regresarás aquí con el águila sana y salva.
Toro Bravo y Nube Azul se abrazaron y cada uno tomó un camino distinto. Los dos
estaban dispuestos a llevar a cabo la difícil misión para preservar su amor.
– Aquí estamos, señor. Díganos qué tenemos que hacer con estas aves ¿Quiere
que nos las comamos? ¿Debemos soltarlas o quizá regalárselas a alguien?
– No, no, nada de eso. Lo único que tenéis que hacer es atarlas una a la otra por
las patas y observar.
La pareja no entendía nada pero obedeció la orden. Nube Azul cogió un trozo de
cuerda y, con ayuda de Toro Bravo, ató la pata derecha del halcón a la pata
izquierda del águila asegurándose de que el nudo fuera resistente. Después, se
cogieron de la mano y se quedaron mirando cómo las dos aves trataban de volar y
no podían. Por mucho que batían y batían las alas les resultaba imposible
levantarse un palmo por encima del suelo y mucho menos desplazarse por el aire.
De tanto intentarlo y debido a la angustia de verse inmovilizados, los animales se
pusieron muy nerviosos y empezaron a atacarse entre ellos a golpe de picotazos.
El anciano miró las caras asustadas de Toro Bravo y Nube Azul y les dijo:
– Como veis es imposible volar cuando uno está amarrado a otro. En el amor
sucede lo mismo. Si queréis amaros eternamente, volad juntos, acompañaos
siempre, pero nunca os sintáis atados. Tenéis que ser personas independientes
para sentiros libres y poder dar lo mejor de vosotros mismos. Éste es, por tanto, mi
consejo: compartid vuestra vida pero jamás os sintáis prisioneros el uno del otro.
Sólo así lo lograréis.
Sin decir nada más, el gran jefe se agachó, cortó la cuerda, y dejó en libertad al
águila y al halcón.
El zorro inteligente
Cuento popular El zorro inteligente
– Sí, te quiero, pero te dejo porque apestas y ya no soporto más ese olor que
desprendes y que atufa toda la cueva.
– ¡De acuerdo! ¿Te parece bien que avisemos al burro, al cerdo y al zorro?
– ¡Gracias por acudir con tanta celeridad a nuestra llamada! Os hemos reunido
aquí porque necesitamos vuestra opinión sincera. La reina y yo hemos nos hemos
enzarzado en una discusión muy desagradable y necesitamos que vosotros
decidáis quién dice la verdad.
– Quiero que os acerquéis a mi esposa y digáis si huele bien o huele mal. Eso es
todo.
Los tres animales se miraron atemorizados, pero como se trataba de una orden de
los reyes, escurrir el bulto no era una opción.
Alguien tenía que ser el primero y le tocó al burro. Bastante asustado, dio unos
pasos hacia adelante y arrimó el hocico al cuello de la leona.
El borrico pagó muy cara su contestación y se fue con el rabo entre las piernas en
busca de un nuevo lugar para vivir.
– ¡¿Estás diciendo que el que miente soy yo?!… ¡Debería darte vergüenza
contradecir a tu rey! ¡Lárgate de este reino para siempre! ¡Fuera de mi vista!
El cerdo, que pensaba que tenía todas las de ganar, fracasó estrepitosamente. Al
igual que el burro, tuvo que exiliarse a tierras lejanas.
Hace muchos años, en un reino muy lejano, vivía un rey viudo con sus queridos
hijos los príncipes Luis, Jaime y Alberto. Los muchachos eran trillizos y se
parecían muchísimo físicamente: los tres tenían los ojos de un azul casi violeta, la
piel blanquísima, el cabello ondulado hasta los hombros, y una exquisita elegancia
natural heredada de su madre. Desde su nacimiento habían recibido la misma
educación e iguales privilegios, pero lo cierto es que aunque a simple vista solían
confundirlos, en cuanto a forma de ser eran completamente distintos.
El día que cumplieron dieciocho años el monarca quiso hacerles un regalo muy
especial, y por eso, después de un suculento desayuno en familia, los reunió en el
salón donde se celebraban las audiencias y los actos más solemnes. Desde su
trono de oro y terciopelo rojo miró feliz a los chicos que, situados de pie frente a él,
se preguntaban por qué su padre les había convocado a esa hora tan temprana.
– Hijos míos, hoy es un día clave en vuestra vida. Parece que fue ayer cuando
vinisteis al mundo y miraos ahora… ¡ya sois unos hombres hechos y derechos! El
tiempo pasa volando ¿no es cierto?…
La emoción quebró su voz y tuvo que hacer una pequeña pausa antes de poder
continuar su discurso.
Cogió una pequeña caja de nácar que reposaba sobre la mesa que tenía a su lado
y del interior sacó tres bolsitas de cuero atadas con un hilo dorado.
– Cada bolsa contiene cien monedas de oro. ¡Creo que es una cantidad suficiente
para que os vayáis de viaje durante un mes! Ya sois adultos, así que tenéis
libertad para hacer lo que os apetezca y gastaros el dinero como os venga en
gana.
Los chicos se miraron estupefactos. Un mes para hacer lo que quisieran, como
quisieran y donde quisieran… ¡y encima con todos los gastos pagados! Al
escuchar la palabra ‘regalo’ habían imaginado una capa de gala o unos calzones
de seda, pero para nada esta magnífica sorpresa.
Cuando el reloj marcó las doce en punto los príncipes abandonaron el palacio,
decididos a disfrutar de un mes único e inolvidable. Como es obvio, cada uno tomó
la dirección que se le antojó conforme a sus planes.
Luis decidió cabalgar hacia el Este porque allí se concentraban las familias nobles
más ricas e influyentes y creyó que había llegado el momento de conocerlas.
Jaime, como buen vividor que era, se fue directo al Sur en busca de sol y alegría.
¡Necesitaba juerga y sabía de sobra dónde encontrarla! A diferencia de sus
hermanos, Alberto concluyó que lo mejor era no hacer planes y recorrer el reino
sin un rumbo fijo, sin un destino en concreto al que dirigirse.
Un día tras otro las semanas fueron pasando hasta que por fin llegó el momento
de regresar y presentarse en el salón del trono para dar cuentas al rey. Con
diferencia de unos minutos los príncipes saludaron a su padre, quien les recibió
con cariñoso achuchón.
– Y mirad mi bolsa… ¡sigue llena! Me han invitado a todo, así que de las cien
monedas solo he gastado tres. ¡Un mes de lujo por la cara!… ¿A que es genial?
– ¡Ja, ja, ja! Está claro que has disfrutado y me alegro mucho por ti.
– ¡Oh, sí, sí, mejor que bien!… ¡Puedo decir sin mentir que ha sido el mejor mes
de mi vida!
– ¡Es difícil resumir todo lo que he vivido en pocas palabras!… Solo os diré que al
poco de partir me crucé con unos carromatos en los que viajaba una compañía de
más de cuarenta artistas. Como no me reconocieron les dije que era un
comerciante de telas que iba al sur y me dejaron unirme al grupo. ¡Fue estupendo!
En cada pueblo al que iban ofrecían un espectáculo que dejaba a todo el mundo
boquiabierto. Había equilibristas, cómicos… ¡e incluso faquires!
– ¡Caramba, qué bien suena todo eso!… ¡Debió ser muy divertido!
– Por cierto, me daban cama y comida a cambio de fregar los platos. ¡Tuve tan
pocos gastos que traigo de vuelta casi todas las monedas que me llevé!
– Ay, mi querido Jaime ¿cuándo sentarás la cabeza? ¡Mira que te gusta hacer
extravagancias!… En todo caso, me alegro mucho de que este viaje haya sido tan
placentero para ti.
– Bueno, yo quise ver con mis propios ojos cómo viven los habitantes del nuestro
reino. Durante un mes recorrí todas las granjas que pude y charlé con un montón
de campesinos de las cosas que más les preocupaban, como la escasez de
semillas y la falta de lluvia estos últimos años. Debo decir que todos fueron muy
amables y compartieron conmigo lo poquito que tenían.
– ¡Para ver la realidad! ¡Para conocer lo que pasa más allá de los muros de
palacio!… Los que estamos aquí lo tenemos todo, pero ahí fuera la mayoría de la
población trabaja de sol a sol en circunstancias muy duras. ¿Sabíais que muchos
no tienen ni un viejo arado que les facilite las tareas del campo? ¿Y que la
mayoría sobrevive a base de pan y queso porque no tienen otra cosa que llevarse
a la boca?…
A pesar de que lo que estaba contando era muy deprimente, Alberto no se vino
abajo y expuso la parte positiva del viaje.
– ¡Lo bueno es que he tomado nota de todo y tengo un montón de ideas que
podemos llevar a cabo para mejorar las condiciones de vida de todas esas
personas! En cuanto a mis monedas siento decir que vengo con el saquito vacío
porque las repartí entre los más necesitados.
Los tres príncipes contuvieron la respiración al ver que su padre se ponía más
serio que de costumbre.
– Pero he de confesar que también fue una artimaña para poneros a prueba.
Miradme… ¡yo ya soy un anciano! Necesito descansar y pasar los años que me
quedan cuidando las flores del jardín y paseando a mis perros. ¡Ha llegado la hora
de que este reino tenga un nuevo gobernante que guíe su destino!
Luis bajó la cabeza y el rey caminó un par de pasos hasta que tuvo a Jaime a
pocos centímetros de distancia.
– Querido Jaime… Te has convertido en un hombre que sabes disfrutar de todo lo
que te rodea. Necesitas emociones fuertes y sé que vivirás con intensidad hasta el
final de tus días. Solo espero que tanto disfrute no te convierta en un ser vacío sin
nada que ofrecer a los demás. Intenta que tu vida sea útil, deja un legado
importante que jamás sea olvidado. Te deseo amor y felicidad el resto de tu vida.
Dicho esto, y ante el asombro del príncipe Luis y del príncipe Jaime, depositó la
corona sobre su cabeza.
– A partir de hoy serás el rey de este reino. Gobierna con justicia y traerás
prosperidad, gobierna con bondad y serás amado, gobierna con la razón y serás
respetado por las generaciones venideras. Como a tus hermanos, también a ti te
deseo amor y felicidad el resto de tu vida.
Y así fue cómo por primera vez un regalo de cumpleaños sirvió para que un
monarca eligiera a su sucesor. Al parecer se trató de una sabia decisión, pues
según cuenta la leyenda, el nuevo rey luchó por crear una sociedad menos
desigual, impulsó grandes reformas, y pasó a la Historia con el nombre de Alberto
el Bondadoso.