Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Dialnet ErosProhibidoTransgresionesFemeninasEnLaLiteratura 4044267 PDF
Dialnet ErosProhibidoTransgresionesFemeninasEnLaLiteratura 4044267 PDF
No hace falta remontarse mucho tiempo atrás para observar que en el mundo
académico imperaba la ausencia de estudios críticos sobre el homoerotismo femenino
en la Edad Media y Moderna, ya porque no interesara transitar por caminos tan
peliagudos, ya por prejuicios atávicos o simplemente por puro desconocimiento.
Abordar el análisis de la diversidad sexual de la mujer no deja de estar exento de
dificultades, no todas atribuibles a cuestiones morales o a la estrechez de miras de
cierto sector de la crítica. No hay que olvidar que nos enfrentamos a un terreno
desconocido del que no se tiene la suficiente información, porque nos referimos a
una sexualidad transgresora (en cuanto que se sitúa al margen de la moral ortodoxa),
198 Transgresiones femeninas AnMal Electrónica 32 (2012)
F. Cantizano Pérez ISSN 1697-4239
o porque nos acercamos con nuestra mirada contemporánea a textos escritos muchos
siglos atrás, o bien por prejuicios atávicos que aún perduran. En general, el
investigador que se enfrenta al estudio del homoerotismo corre el riesgo de dejarse
llevar por el uso de términos o conceptos anacrónicos, que no adquirieron el sentido
que les damos hoy hasta bien entrado el siglo XIX. Además, como indica Lacarra Lanz
(2011), la falta de testimonios documentales concretos sobre la homosexualidad
femenina puede llevar al estudioso a recrear en los textos literarios un discurso poco
afortunado, tergiversado o no siempre pensado, escrito o pretendido por el autor,
sea este masculino o femenino. Mérida, a su vez, duda de que pueda haber un
lesbianismo medieval, tal y como lo entendemos hoy en día, «no tanto por la
marginación de los historiadores como, ante todo, por la propia ubicación periférica
de los discursos en torno al homoerotismo femenino a lo largo del Medioevo
cristiano» (2008: 49).
Por eso conviene actuar con prudencia y dedicar un mayor esfuerzo
investigador, ya que las actuales teorías que tratan sobre el homoerotismo no sirven
adecuadamente a los fines de este campo, principalmente porque no resuelven el
problema del anacronismo, sobre todo, en lo relativo a las cuestiones de identidad
sexual y de orientación sexual. Así, Lacarra Lanz (2011) rechaza la teoría
esencialista, que considera que la sexualidad y la orientación sexual son naturales e
innatas a las personas, y que por estar inscritas biológicamente permanecen
inmutables en el tiempo y en el espacio; también, la teoría construccionista de
Foucault, que duda que se pueda aplicar el concepto de identidad sexual y la noción
de sexualidad gay o lesbiana, en cuanto que son construcciones modernas que
requieren unos parámetros sociales, económicos y políticos inexistentes hasta el
siglo XIX; y la Queer, que rechaza la clasificación de los individuos en categorías
universales —homosexuales, heterosexuales— y defiende la igualdad de todas las
identidades sexuales, argumentando que, dado el gran número de variaciones
culturales, no es posible deslindar lo normal de lo anormal o raro. Esta teoría,
deudora de Foucault, aunque más eficaz que las otras, tampoco resuelve del todo el
problema del anacronismo.
Ante la escasez documental, la teoría queer, creada en los años 90 por autoras
como Judith Butler o Eve Kosofsky Sedwigck, propone una nueva consideración en los
estudios de género, anclados en prejuicios heterosexistas en «que la identidad era un
imperativo que subyacía a toda condición humana, estando caracterizada por la
AnMal Electrónica 32 (2012) Transgresiones femeninas 199
ISSN 1697-4239 F. Cantizano Pérez
estabilidad» (Alcoba 2005: 9). Lacarra Lanz (2011) cita a Bennet (2000), que critica
que las investigaciones sobre historia de las mujeres se hayan centrado en la
normalidad heterosexual, y por eso sugiere acudir a otros parámetros culturales e
históricos que permitan superar la historia del lesbianismo concebida como una
relación sexogenital. Incluso los pocos testimonios que se conservan son los de
mujeres castigadas o ejecutadas por sus conductas sexuales. Pero como las personas
experimentan el sexo de formas diversas, Bennet infiere que se trata de buscar
cualquier atisbo en los textos que nos permita encontrar emociones homoeróticas,
basada en la semejanza, no en rígidos patrones identitarios; es decir, buscar «the
women who loved other women», independientemente de sus prácticas sexuales.
Surge, por tanto, una nueva categoría que denomina lesbian-like, o sea, rebeldes
sexuales o mujeres cuya forma de vida diaria les habría llevado a tener relaciones
homoeróticas, aunque no se hubieran consumado las relaciones sexuales; es decir,
basta con que exista una afectividad o tensión erótica —según Sautman y Sheingorn
(2001: 3; cit. por Lacarra Lanz 2011)— para considerar como lesbian-like casos como
los de mujeres que por sus circunstancias conviven con otras mujeres, o de las que
transgreden el orden social, patriarcal, marital o conventual establecido, al resistirse
a contraer matrimonios impuestos, o de aquellas que vierten los roles sociales al
vestirse y comportarse como hombres o las que persiguen graduarse en estudios,
generalmente vedados por ser mujeres.
Si Lacarra Lanz muestra cierto escepticismo respecto del análisis elaborado por
la teoría queer de textos medievales y de otros lejanos, es por la falta de prudencia
que mencionábamos antes. En concreto, sostiene que la falta de deseo erótico es lo
que dificulta la correcta interpretación hermenéutica de la obra literaria: el
concepto lesbian-like puede ser revelador para reconocer el homoerotismo femenino
en la literatura, pero la lejanía del tiempo conlleva no comprender relaciones de
cariño, de afecto o de simple amistad que no necesariamente presuponen deseo
erótico alguno (2011).
1
El marbete homosexual fue utilizado por primera vez por Karl Maria Kertbeny en 1860, pero
no es sino con la Psychopathia sexualis (1866), de Richard von Krafft-Ebing, cuando adquiere
su sentido actual. Homoerotismo lo recoge en 1914 el discípulo de Freud, Sandor Ferenczi, en
su comunicación «El homoerotismo: nosología de la homosexualidad masculina», presentada
en el Tercer Congreso Internacional de Weimar.
AnMal Electrónica 32 (2012) Transgresiones femeninas 201
ISSN 1697-4239 F. Cantizano Pérez
prefiere para referirse al frotamiento entre vulvas, más conocido como la «posición
de las tijeras» o la tijereta 2 . Marcial se burla de la casta y honesta Basa al descubrir
lo que oculta bajo sus apariencias: «tienes la audacia de ayuntar dos coños iguales y
tu portentoso clítoris hace las veces de varón» (2004: 50). Pero también las tribas
romanas son mujeres que ocultan su sexualidad femenina y que se sirven de prótesis
o artilugios de cuero (ólisbos), imitando los falos masculinos para tener relaciones
sexuales donna con donna, es decir, con otras mujeres 3 . Para Bonnet, Marcial fue el
primero en calificar como tríbada a la cortesana Philaenis, encontrada en un burdel
(1995: 48): «tríbada de las propias tríbadas, a la que te follas, la llamas amiga». Por
tanto, jode (futuis) a su amiga, «sodomiza a chavales la tríbada Filénide, y más
rabiosa que un marido empalmado se cepilla a once chavalas al día»; pero, además,
para resaltar su homosexualidad, concluye Marcial: «cuando se pone cachonda, no la
mama —esto le parece poco viril—, sino que devora con ansia la entrepierna de las
chavalas» (1997: 67).
Es, por consiguiente, un anacronismo utilizar los términos lesbianismo, safismo,
tribadismo y similares para referirnos a relaciones homoeróticas femeninas
anteriores al siglo XVI e, incluso, prácticamente hasta el siglo XIX, en primer lugar
porque no existían o eran poco utilizados, aunque eso no quiere decir que no se
hubiera teorizado sobre la cuestión; por ejemplo, Aretas, al comentar en el siglo X el
Pedagogo de Clemente de Alejandría, anota que a las tríbadas se las llama también
invertidas y lesbianas. En segundo lugar, porque si bien se conocían las relaciones
entre mujeres, son escasos los documentos que nos han llegado, reinando una
invisibilidad latente en el estado de la cuestión, lo que conlleva que se imponga un
silencio tácito admitido socialmente (los testimonios que se conservan suelen estar
redactados por hombres), y, en cualquier caso, frecuentemente, se persigue la burla,
la sátira y el insulto (Lacarra Lanz 2011).
2
Curiosas son las denominaciones con que es conocida esta postura: en Latinoamérica,
tortilla, cachapa o arepear, en referencia a los movimientos que se hacen al amasar las
arepas o tortillas; en Méjico, tallada de pelucas, choque de pelucas, peinar el oso, tijerazo o
tijeretazo; en inglés, scissorfighting, ‘pelea o lucha de tijeras’, slamming clams, ‘golpearse
las almejas’, entre otras (cfr. Satchi 2011).
3
Martos Montiel (2000) ha documentado exhaustivamente el uso de los ólisbos y la
homosexualidad femenina en Grecia y Roma, en un revelador artículo al que remito para los
amantes de la cultura clásica.
202 Transgresiones femeninas AnMal Electrónica 32 (2012)
F. Cantizano Pérez ISSN 1697-4239
¿Has hecho lo que algunas mujeres suelen hacer, has fabricado algún aparato o
artilugio a modo de miembro viril a tu medida, lo has atado con algunas ligaduras en
tus partes pudendas o en las de una compañera y has fornicado con otras
mujerzuelas u otras contigo, con el mismo instrumento o con otro? Si lo has hecho,
cumplirás penitencia todas las fiestas de guardar durante cinco años.
todo lo que no sea colaborar con Dios procreando en la forma e incluso en la postura
tenida por natural, es pecado, y por ser pecado es delito y por delito que ofenda
directamente a Dios merece la máxima pena (1990: 49).
4
Presente en toda la Edad Media es la cuestión planteada por san Pablo, Tertuliano y
reafirmada por san Jerónimo, sobre la oposición entre la imagen negativa de Eva, fuente de
pecado, y la positiva de María, la mujer santa por excelencia (Martínez 2010).
204 Transgresiones femeninas AnMal Electrónica 32 (2012)
F. Cantizano Pérez ISSN 1697-4239
Bazán añade que para la Iglesia medieval el sexo conyugal debería practicarse
por el vaso natural (in debito modo e in debito vase), esto es, el hombre tenía que
estar encima de la mujer en decubito prono, introduciendo el esperma por vía
vaginal. Asimismo, se consideraba antinatural el sexo anal y cualquier otra postura
que no tuviera como fin garantizar que el esperma llegara hasta el útero 5 . No era
correcta, por tanto, la posición decubito supino, es decir, por la espalda.
Igualmente, la felación, el cunnilingus, el mantener relaciones sexuales en festivos
religiosos o durante el ciclo menstrual, tampoco estaban autorizados por los
teólogos. Se distinguen dos tipos de sodomía: la perfecta, que es la practicada
analmente entre dos varones, y la imperfecta, por el varón a la mujer, también
analmente, es decir, fuera del vaso adecuado (2007: 439-440). Sobre la sodomía
imperfecta, relata el cronista del siglo XVII Pellicer de Ossau en sus Avisos que una
mujer denunció a su marido por practicar el pecado nefando con ella: «El Viernes
pasado quemaron a aquel hombre que acusó su muger cometía el pecado
nefando con ella. Y ella, por estar preñada, quedó en la cárcel» (2002:565).
Igualmente, moralistas como Gerónimo Velázquez, Alonso Rubio, Jerónimo Ceballos o
el granadino Gabriel de Maqueda pretendían en sus Invectivas el cierre de las
mancebías porque «en ellas se enseñan, ejercitan y usan pecados de sodomía y
contra natura; de manera que ellas son escuelas de esta nefanda maldad y sus
rameras maestras en este torpe vicio» (Maqueda 1622: 20-23).
Como existía la posibilidad de que las mujeres también cometieran estos
pecados, las autoridades eclesiásticas intentaron controlar estas prácticas. Pero el
coito entre mujeres no está penado por la ley divina ni la humana. Es un pecado
grave, pero no tanto como el denominado vicio sodomítico entre varones, expresión
que alude a las ciudades bíblicas de Sodoma y Gomorra. En los reinos hispánicos, las
principales leyes sobre el delito-pecado contra natura y las menciones expresas a
Sodoma y Gomorra se recogían en los fueros municipales medievales, que surgieron
5
Representativa es esta composición recogida en PESO (1984: 201-204), en la cual «Enseña la
madre a la novia / cómo se lo tiene de hacer, / alzando las piernas arriba, / y con el culo
cerner» (vv. 1-4). La clave está en el estribillo que se repite a lo largo del poema: «A la
gatesca, es verdad / que se gana dos pulgadas, / hija mía, mas mirad / que no conviene a las
casadas, / sino estarse bien echadas / y hoder bien a placer, / alzando bien las piernas
arriba, / y con el culo cerner» (vv. 29-36).
AnMal Electrónica 32 (2012) Transgresiones femeninas 205
ISSN 1697-4239 F. Cantizano Pérez
a partir de Fernando III, pero, sobre todo, en la Castilla de Alfonso X. En las Partidas,
principal norma alfonsina, en concreto en el Proemio del Título XXI de la séptima, se
define al sodomítico como el «pecado en que caen los onbres yaziendo unos contra
otros contra natura y costumbre natural». A continuación se arguye que proviene de
las ciudades de Sodoma y Gomorra y que, si se puede probar el pecado, se ha de
castigar con la muerte, «tan bien como el que lo faze, commo el que lo consiente», y
esto incluye a todo hombre o mujer que «yoguiere con bestia».
Las leyes posteriores, como la famosa pragmática de los Reyes Católicos
fechada en Medina del Campo en 1497, agravaron lo contenido en las Partidas,
imponiendo además la pena de muerte de fuego. La pragmática posterior sobre este
asunto, de 1592, es de época de Felipe II: no cambia lo legislado anteriormente, pero
se facilitan los medios probatorios a la hora de perseguir el delito. Todo este cuerpo
legal estuvo vigente hasta el siglo XIX, en que se empezaron a codificar las leyes
penales (Tomás y Valiente 1990: 41-45).
En todos estos textos jurídicos no se menciona a la mujer directamente
vinculada al pecado nefando o sodomía, pero las interpretaciones de los juristas de la
época, como Gregorio López y Antonio Gómez, sugieren que también se refieren a las
mujeres y, por tanto, han de ser castigadas; eso sí, con menos rigor que con el varón.
Antonio Gómez precisa que hay sodomía entre un hombre con su mujer o con otra
hembra e incluso foemina cun alia foemina (cit. por Tomás y Valiente 1990: 41-45).
El mismo criterio muestra el franciscano catalán Francesc Eiximenis en Lo libre de les
dones, de 1398: «la quinta espècia s'apella sodomia, e és quant mascle comet crim
aytal ab mascle, o fembra ab fembra» (1981: 339) 6 . Con todo, coinciden con la
penitencial de Burchard de Worms, en que si el acto carnal se comete mediante
aliquo instrumento materiali, el castigo será mayor que si se hiciera sine aliquo
instrumento. La misma acepción se recoge en el Libro de las confesiones, compuesto
en la Edad Media por el clérigo salmantino Martín Pérez, según explica él mismo,
para ayudar a «clérigos menguados de sçiençia» en el ministerio de la confesión:
E si la muger fizo forniçio cun alia mediante aliquo instrumento adinuento, faga
penitençia de tres annos; e si fizo cun aliquo instrumento in se ipsa, faga penitençia
de un anno; si fizo forniçio cun alia sicut si essentt vir et femina & absque
6
«La quinta clase se llama sodomía, y es cuando varón comete tal crimen con varón o hembra
con hembra».
206 Transgresiones femeninas AnMal Electrónica 32 (2012)
F. Cantizano Pérez ISSN 1697-4239
instrumento, ayune tres quaresmas, segunt las ferias que los santos ordenaron
(1999: III, 70r).
Granada que el demonio se le aparecía «haciendo con ella muchos actos deshonestos
a modo de fornicaciones con derramamiento de semen así extra vas, como intra vas».
A raíz de aquello se empezó a masturbar con instrumentos, «ya de caña de hierro» o
con sus manos, incluso durante la misa con un crucifijo. Pero el tribunal, en contra
de su propia doctrina, dictaminó que la beata había sido engañada por el demonio y
se suspendió la causa (Sánchez Ortega 1992: 211-213).
Sin embargo, Mérida (2008: 51) trae a colación dos hechos en los que las
mujeres fueron colgadas o estuvieron a punto de serlo. El primero figura en el Terç
del crestià, de Francesc Eiximenis (1981), en el que se cuenta de una mujer que tuvo
dos esposas y «no fue quemada mas fue colgada con aquel artificio nal cuello con el
cual había yacido carnalmente con las dos hembras». El segundo, extraído del Libre
de memories valenciano, relata que una mujer que había sido presa por ladrona,
confiesa que portaba «una cosa de home entre les cames («piernas»)», y que con ello
había tenido trato con otras mujeres, como si fuese un hombre, utilizando dicho
instrumento de piel. Fue salvada in extremis.
Cristóbal de Chaves, abogado en la Real Audiencia de Sevilla a finales del siglo
XVI y buen conocedor de la Cárcel Real de Sevilla, constata que muchas mujeres
estaban presas por haberse fabricado unos instrumentos que imitaban al miembro
viril con pieles de oveja (baldrés):
Y auiendo muchas mugeres que queriendo más ser honbres que lo que naturaleza les
dio se an castigado muchas que en la cárcel se han hecho gallos con un
baldrés hecho en forma de natura de honbre que, atado con sus sintas se lo ponían y
an lleuado por esto docientos azotes y destierro perpetuo (1999: 254).
aprieta, / mas dales pena ver la carne lisa. / Entonces llegó Amor, con mucha prisa,
/ y puso entre las dos una saeta. // La una se apartó muy consolada / por haber ya
labrado su provecho, / la otra se quedó con la agujeta…».
El uso de instrumentos o consoladores ya se documenta en la Edad Media 7 . En
las cantigas de escarnio y maldecir 8 , en que eran frecuentes las burlas a las religiosas
y a las soldadeiras, hallamos asimismo testimonios de consoladores. Lapa (1970: 236)
recoge la del trovador gallego Fernand’Esquio, que vivió entre la segunda mitad del
siglo XIII y principios del XIV: el poeta regala a una abadesa a la que llama «su
amiga» cuatro carallos franceses, y dos a una prioresa. Caralho en portugués, carallo
en gallego, carajo en castellano y carall son expresiones que designan al falo. En este
caso concreto son consoladores:
7
Aunque se sabe de su uso en China, Egipto, Grecia y Roma, hoy se estima que los primitivos
artilugios surgieron en el Paleolítico. Los materiales eran de lo más diverso: piedra, cuero,
madera, y en Oriente Medio, incluso de boñiga de camello seca y resina. El uso de un gedoma
o sustituto del pene fabricado de cuero y algodón ya aparece citado en un códice lemosín del
siglo XV conservado en la Biblioteca Nacional de Madrid (Ms. 3356), Speculum al foder.
Tratado de recetas y consejos sobre el coito: «A.y fembres d’aquestes que usen de gedoma si
que és fet de cuyir lent e de cotó, confeccionat de dins a forma de vit» (Anónimo 1978:
fols. 35-54).
8
Cfr. los magníficos estudios de Mérida (1997), Lacarra Lanz (2001) y Cabanes Jiménez
(2005).
AnMal Electrónica 32 (2012) Transgresiones femeninas 209
ISSN 1697-4239 F. Cantizano Pérez
Este «regalo» que consigue de una burguesa tiene una doble lectura. Por un
lado, sorprende la educación con que se dirige a la abadesa («a su amiga»), pero hay
que recordar que es una cantiga de escarnio y su fin es burlarse de la religiosa, por lo
que se exaltan sus vicios, no sus virtudes. Por otra parte, ¿por qué necesita cuatro
caralhos (y, además de buen tamaño, «caralhos asnaes» y con buenos materiales,
«enmanguados en coraes») esta abadesa, y dos la prioresa? La respuesta está en que
el poeta, para seguir con su burla, intenta resaltar la insaciabilidad de la mujer y su
exacerbado apetito sexual; por tanto, tiene ella que sustituirlos habitualmente, dado
que, por la vehemencia y la frecuencia con que los utilizaba, acabaría por
estropearlos. «Abadessa» puede ser una anfibología, ya que designa también a quien
regenta un burdel, asimismo llamados madre o, en el caso de ser un hombre, padre
(Liu 1995: 207–208; Cantizano Pérez 2010: 161-164).
La edición de Lapa (1970: 386) trae otra cantiga similar, pero en esta ocasión el
autor, Pero Garcia Burgalês, se burla de una «soldadeira», María Negra. Estas eran
mujeres que a cambio de una «soldada», bailaban y cantaban en la corte, para reyes
y nobles. María Negra, ya mayor, tiene que calmar su enorme apetito sexual con
consoladores que mete en su vagina («pousada»), pues ningún hombre quiere
satisfacerla ya. Y asimismo tiene que reponerlos frecuentemente, ya que, por el
excesivo uso («na mao no queren durar»), poco le duran («pouco lhe dura»):
9
Otras mujeres solas realizan prácticas similares, sin artilugios. Los compiladores de PESO
recogen, por ejemplo: «—Madre, la mi madre / que me come el quiquiriquí /— Ráscatele, hija
y calla, / que también me come a mí» [...] (1984: 94 [nº 60]); «Cuando te tocares, niña, /
mira, mira y ten acuerdo / que te toques de medio a medio» (1984: 96 [nº 61]). Otras, en
cambio, como la amiga de Bernal Francés, dicen: «sola me estoy en mi cama / namorando mi
cojín» (Rey Briones 2006: 184). Frenk trae composiciones como «Veinte y dos años tengo, /
madre, casarme, / que me duelen los dedos / de tanto urgarme» y «—Marikita, ¡kómo te
tokas! / — A la fe, madre, komo las otras» (2003: 1176 y 1177 [nos 1652 bis y 1653 bis]).
AnMal Electrónica 32 (2012) Transgresiones femeninas 211
ISSN 1697-4239 F. Cantizano Pérez
distorsionado de la sexualidad femenina (Cabanes 2004: 2). Con todo, las cantigas
que tratan sobre relaciones eróticas masculinas acaparan casi la totalidad de las
cantigas de escarnio. Si hasta ahora hemos visto las relacionadas con el anhelo
erótico y la masturbación femenina, podemos encontrar algunas composiciones que
dejan entrever unas breves pinceladas de un posible homoerotismo femenino, eso sí,
de escasa representación comparado con el masculino. En la más conocida de ellas,
el poeta Afonso Eanes do Coton (Lapa 1970: 74) se quiere ir porque no consigue un
coño («baratar»), aunque al final se revela que Mari’ Mateu está tan deseosa de
coños como el yo enunciador («tan desesejosa ch’ és de cono com’ eu»):
En otro texto, este poeta apunta a una posible relación homoerótica entre una
soldadeira, Marinha Sabugal, y una vieja, con una diferencia de edad considerable
entre las dos mujeres (Lapa 1970: 85). Por el contrario, el trobador castellano del
siglo XIII, Johan Vasquiz de Talaveira, compuso una cantiga contra las relaciones de
la soldadeira María Leve con una joven (Lapa 1970: 373).
No deja de ser difícil analizar el anhelo femenino medieval —véase sobre esto
Segura Graíño (1992)—, basado generalmente en testimonios masculinos, pues en una
sociedad patriarcal como la europea de entonces, la escritura no era una labor
asignada a las mujeres. No obstante, se cuenta con testimonios, cartas y diversos
escritos. Lacarra Lanz considera que en apenas veinte textos anteriores al siglo XVI se
pueden encontrar testimonios reales o encubiertos de homoerotismo femenino
(2011). Las investigaciones en este campo casi empiezan con Dronke, que encontró
212 Transgresiones femeninas AnMal Electrónica 32 (2012)
F. Cantizano Pérez ISSN 1697-4239
unas cartas de amor entre monjas del siglo XII, escritas en latín y procedentes de un
monasterio de Baviera: Dum recordor que dedisti oscula / Et quam iocundis verbis
refrigeraste pectuscula / Mori libet / Quod te videre non liceo («Cuando recuerdo
los besos que me diste / y con qué tiernas palabras acariciabas mis pequeños pechos,
/ quiero morir / porque no me es permitido verte» [1968: 482]). Brown (1989)
descubrió en Florencia un caso real de homoerotismo femenino en un convento, que
buenos quebraderos de cabeza produjo incluso al Papa en la Italia de la
Contrarreforma de los siglos XVI-XVII. Se trata del suceso de la abadesa Benedetta
Carlini, que ingresó a los nueve años en el convento de las teatinas de Pescia. Fue
investigada a raíz de unas visiones que tenía, pero finalmente se descubrió que
durante años había sido la amante de la hermana Bartolomea Crivelli, a la que había
seducido haciéndola creer que se había transformado en un ángel masculino.
En una época en que las monjas generalmente provenían de familias
adineradas, la entrada al convento o el matrimonio eran las únicas salidas que podían
encontrar en sus vidas. En los escritos de muchas mujeres sin vocación suelen
reflejarse la espiritualidad conventual femenina, pero también se desprende de
ellos, en algunas ocasiones, una lectura homoerótica. Por eso, hoy se centran las
investigaciones en los textos de Hildegard von Bingen, Hadewijch de Brabante,
Mechtild de Magdeburg, Margery Kempe, Marguerite Porete, y también en las vidas
de algunas santas y en las beguinas. Igualmente se ha estudiado el erotismo en las
cansó amorosas de las trobairitz y, en especial, de Bieris de Romans, quizás el único
testimonio narrado en primera persona del Medievo (Lacarra Lanz 2011).
Junto a las cantigas, el testimonio medieval más auténtico que se puede
encontrar de mujeres que se expresan en libertad, ya en cuanto a «sus sentimientos
y […] opiniones, ya sea en la realización de sus deseos en el campo amoroso» (Sobh
1984: 16), es el de las poetas o poetisas arábigo andaluzas de la Córdoba musulmana
de alrededores del siglo XI o de la Granada de la centuria siguiente, estudiadas
principalmente por Sobh (1984) y Garulo. Otros investigadores de las letras
iberorrománicas medievales como Mérida (1997 y 2008: 58) también han dedicado
numerosos esfuerzos a la recuperación de estas mujeres inéditas en Occidente.
Quizás la más conocida poeta de la Córdoba Omeya es Walláda bint al-Mustakfí,
una de las mujeres más cultas de Al-Andalus. Hija de califa y bisnieta de de Abdal-
Rahman III, mantuvo una curiosa relación amorosa con el eximio poeta Ibn Zaydún y
también con otros hombres y mujeres de su tierra cordobesa. Mérida destaca su
AnMal Electrónica 32 (2012) Transgresiones femeninas 213
ISSN 1697-4239 F. Cantizano Pérez
Otra literatura que queda también por descubrir, aunque últimamente los
avances de la crítica —(debidos, entre otros, a Cantera Montenegro, Cano, Orfali,
Bravo, Lazar, Lledó, Deyermond y Sánchez Prieto)— son considerables, es la que
214 Transgresiones femeninas AnMal Electrónica 32 (2012)
F. Cantizano Pérez ISSN 1697-4239
pues la mujer puede tomar por amante a quien desee y no debe fingirse como
forzada en el venus, sino que desarrollará toda su iniciativa imaginable, por lo que
estas relaciones se pintan con toda la carga posible de abyección y desenfreno
(Gabino 1996: 100).
Otros críticos, como Díez Fernández (2003: 234), destacan que sería arriesgado
afirmar, sin otras pruebas concluyentes, que ante un texto que contenga una
situación homoerótica haya detrás un escritor sodomita, o que se puedan extrapolar
conclusiones fehacientes sobre su posible preferencia sexual.
Para la mentalidad medieval y moderna europea era muy difícil entender que
pudiera haber mujeres que transgredieran los códigos de conducta sexualmente
AnMal Electrónica 32 (2012) Transgresiones femeninas 215
ISSN 1697-4239 F. Cantizano Pérez
Socorridísimo era el topos de asociar a los sodomitas con los italianos, «pues las
traseras no valen sino en Italia» (Quevedo 1993: 176) y, más específicamente, con
genoveses, sicilianos, venecianos, etc. Eran numerosos los italianos que vivían en
España en esa época y, al igual que ocurría con la sífilis, era frecuente considerar al
extranjero como la causa y el origen tanto de la temida enfermedad como del
pecado nefando o mal vicio, como se designaba a veces en los tribunales
inquisitoriales. El poema sugiere que Licori abre la puerta de Italia (es decir, la de
«atrás»), pero sin cerrar la de España, expresión de clara comprensión que tergiversa
el conocido proverbio: «Donde una puerta se cierra, otra se abre» (en este caso, las
dos están abiertas). Estaba tan generalizada esta coalición, que hasta un futuro santo
nacido en la Toscana en 1380, Bernardino Albizzeschi, posteriormente conocido como
san Bernardino de Siena, dedicó numerosos sermones a las costumbres sodomíticas
italianas. En el más conocido de ellos, Abominabile peccato della maledetta
soddomia (Sermón XXXIX), afirmaba que en Italia había más sodomitas que en ningún
otro país (1989: 1149).
En muchos de estos textos es difícil delimitar la frontera que separa lo satírico
de lo burlesco, porque, según sostiene Díez Fernández, la sodomía genera no solo un
rechazo desde el punto de vista legal, moral y religioso, sino también, del popular y
literario. Buena parte de las obras se refugian en la anonimia o presentan falsas
atribuciones, gozando de más libertad (por razones obvias de censura) los textos
manuscritos frente a los impresos, aunque, en general, tanto unos como otros
muestran una visión negativa de las conductas y prácticas sexuales no admitidas por
la moral ortodoxa tradicional. En cambio, hay cierta coincidencia en el tratamiento
AnMal Electrónica 32 (2012) Transgresiones femeninas 217
ISSN 1697-4239 F. Cantizano Pérez
10
Sería la caricatura de Mateo Alemán, el autor del Guzmán de Alfarache (Márquez Villanueva
1984). Curiosamente, cabe recordar que el padre de Guzmán procedía de Génova: Garrote
Bernal (2008: 224) relaciona la presentación que el narrador hace de su padre italiano con el
hermafroditismo.
218 Transgresiones femeninas AnMal Electrónica 32 (2012)
F. Cantizano Pérez ISSN 1697-4239
¡Bendígate Dios y señor Sant Miguel Ángel! ¡Y qué gorda y que fresca que estás! ¡Qué
pechos y qué gentileza! Por hermosa te tenía hasta agora, viendo lo que todos
podían ver; pero agora te digo que no ay en la cibdad tres cuerpos como el tuyo, en
cuanto yo conozco. No paresce que ayas quinze años. ¡O, quién fuera hombre y
tanta parte alcançara de ti para gozar tal vista! (Rojas 2001: 386).
representa que una mujer pueda desear a otra en el siglo XVI, y además complica
seriamente el aserto de considerar el cuerpo de la mujer como imperfecto, tal y
como lo concebía la medicina de la época (Burshatin 1999: 443-446). Igualmente, se
destaca la importancia que tiene (en una escena de voyeurismo femenino) la mirada,
la vista, el olfato, el tacto y el oído como el origen del deseo y el apetito sexual en
la novela, que, junto con el androginismo, el onanismo y el homoerotismo, desplazan
el discurso falocéntrico tradicional (Gerli 2009).
Incluso no falta alguna alusión al bestialismo entre mujeres y animales
mitológicos (Pasifae con el toro, Minerva con el can) y reales, como echa en cara
Sempronio a Calisto al referirse a las relaciones de su abuela con un ximio (Rojas
2001: 239). No es raro encontrar testimonios similares en la literatura de esa época.
Torquemada (1994: 588-594), por ejemplo, relata en su Jardín de flores curiosas el
ayuntamiento carnal que sufren para salvar su vida una doncella sueca con un oso y
una portuguesa con un simio. En ambos casos, tienen criaturas con formas humanas.
No solo la literatura de los siglos XV-XVII presenta la sodomía como mera
acusación, insulto o burla, sino que también pueden encontrarse situaciones de
acercamiento amoroso entre mujeres, producidas como consecuencia de un
equívoco, de un engaño, de la ambigüedad (más o menos intencionada) y por
ocultación o desdoblamiento de la identidad sexual. Un ejemplo sugerente lo
encontramos en el Tirant lo Blanc, novela de Joanot Martorell y supuestamente
concluida por Martí Joan de Galba. En los capítulos 229-231, Tirant se encuentra en
Constantinopla, donde es introducido secretamente en la habitación de la princesa
Carmesina, una muchacha floreciente de apenas quince años. La joven princesa es
palpada y besada por el caballero, pero ella cree que es Plazer de mi Vida,
(Plaerdemavida), su doncella y además alcahueta del caballero:
Sin conocer la verdad, la princesa no pone muchos reparos a ser tocada por su
doncella Plaerdemavida, la cual, excitada, no duda en afirmar: «¡O cómo soys
donzella de mal sofrimiento! Salís agora del baño y tenéys las carnes lisas y gentiles,
y deléytome en tocarlas», acción que cuenta con el beneplácito de la princesa:
220 Transgresiones femeninas AnMal Electrónica 32 (2012)
F. Cantizano Pérez ISSN 1697-4239
morbo que pudiera suscitar, suponía una transgresión del rol establecido, lo que le
permitía desempeñar las artes y mañas masculinas (enamorar a otras damas, manejar
la espada, resolver situaciones de peligro, etc.) y gozar de una mayor libertad sin
necesidad de buscar la protección del varón. Por consiguiente, podía experimentar
situaciones que tenía vedadas en la vida real por su condición de mujer. Como botón
de muestra, cabe citar a la doña Juana de Tirso de Molina en Don Gil de las calzas
verdes, la Rosaura calderoniana de La vida es sueño o doña Leonor en Valor, agravio
y mujer de Ana Caro. Por el contrario, el travestismo masculino que aparece en
escena puede obedecer a situaciones distintas (como motivo burlesco, ser un simple
artificio literario o servir como disfraz), que no siempre supone una reivindicación de
una orientación sexual homoerótica y que, en cualquier caso, matiza Díez Fernández,
el contexto de la obra debe aclarar antes de extraer conclusiones determinantes
(2004: 149-151) 11 .
Spada Suárez contabilizó cerca de ciento veinte comedias en las que aparecen
mujeres vestidas de hombres, y Canavaggio considera que en apenas veinte obras hay
trazos de travestismo masculino (Díez Fernández 2004: 146). La mayoría de estas
mujeres travestidas suelen utilizar atuendos masculinos para vengar la honra o el
honor perdido, siendo atípicas en las letras españolas las que se sirven de su traje
masculino para seducir a otras mujeres.
Una relación homoerótica excepcional transcurre en el Libro I de La Diana de
Jorge de Montemayor. Selvagia e Ismenia, en apariencia dos mujeres, velan juntas en
el templo de Minerva durante las fiestas en honor a la diosa y rápidamente surge en
ellas un enamoramiento, tal y como relata la pastora Selvagia: «¿Cómo puede ser,
pastora, que siendo vos tan hermosa os enamoréis de otra que tanto le falta para
serlo, y más siendo mujer como vos?». Montemayor deja entrever una visión
profemenina más acorde con el Renacimiento al afirmar que el amor entre mujeres
es más duradero, sin que el tiempo y el azar lo alteren: «¡Ay pastora!, respondió
Ismenia, que el amor que menos veces se acaba es éste, y el que más consienten
pasar los hados, sin que las vueltas de Fortuna ni las mudanzas del tiempo les vayan a
la mano» (1996: 46). Sin embargo, Montemayor no culmina el amor entre las dos
11
Aparte de los estudios clásicos de McKendrick (1974) y Bravo Villasante (1976), conviene ver
las agudas reflexiones de Ferrer Valls (1998), Díez Fernández (2004), Dekker y De Pol (2006) y
Alcalá Galán (2010).
222 Transgresiones femeninas AnMal Electrónica 32 (2012)
F. Cantizano Pérez ISSN 1697-4239
Pero hasme herido —le dice a Amor— de llaga muy contranatural, pues nunca una
dama de otra se enamoró, ni entre los animales [ay] qué pueda esperar una hembra
de otra en este caso de amor (Villalón 1990: 252).
Julieta tiene un hermano gemelo, Julio, que es quien haciéndose pasar por su
hermana, vestido de mujer, retorna con Melisa. Convencida esta de que Julio es
Julieta, descubre en su primer encuentro sexual la transformación que se ha
producido en el sexo de Julieta: «y mirándola y palpándola aún no cree que la tiene,
ansí aconteçe a Melisa: que aunque ve, toca y tienta lo que tanto desea, no lo cree
hasta que no lo prueba» (Villalón 1990: 258-259).
El Libro II de La Diana recoge otra posible situación homoerótica entre
Felismena y Celia. Felismena, vestida de hombre y con la identidad de Valerio, acude
a la corte en busca de su amado, don Felis. Con su traje despierta la pasión de Celia,
cortejada por don Felis: «Más de dos meses me encubrió Celia lo que me quería,
aunque no de manera que yo no viniese a entendello» (Montemayor 1996: 125). Sin
embargo, se ha discutido la posible implicación homoerótica de este episodio, ya que
Felismena actúa como Valerio y en ningún momento descubre su verdadera identidad
(Galván González 2009).
No era fácil en la época burlar la censura inquisitorial en cuestiones de
sodomía. Sin embargo, una obra en la que abiertamente una mujer declara su amor
AnMal Electrónica 32 (2012) Transgresiones femeninas 223
ISSN 1697-4239 F. Cantizano Pérez
hacia otra, como señala Crivellari (2005: 53-55), es Añasco de Talavera, de Álvaro
Cubillo de Aragón, donde, bajo la clásica confusión de identidad producida por el
disfraz masculino, la bella Dionisia, su protagonista, prototipo de la mujer varonil,
declara repetidamente su amor por su prima Leonor, la cual está enterada de lo que
siente por ella: «Rigurosa, prima, estás / pues cree mi amor no quieres» (vv. 394-
395; cit. por Crivellari 2005). Incluso sus amigos y familiares discuten francamente
sobre la situación. Crivellari sugiere que Cubillo logra escapar de la censura por su
fuerte condena del sentimiento de Dionisia y porque al final la protagonista accede a
casarse con don Diego 12 .
Por tanto, un topos que da mucho juego en la literatura del Siglo de Oro, y
especialmente en el teatro, es el de esta mujer varonil, hombruna, virago,
marimacho, medio hombre y otras lindezas con que los autores designan a este tipo
de hembras aguerridas que renuncian a llevar una vida acorde a su condición,
optando por seguir una existencia en la que impera la fuerza y la violencia,
echándose habitualmente al monte donde viven agrestemente, matando a cuantos
hombres encuentran a su paso y sintiendo ocasionalmente una fuerte inclinación
erótica hacia otras mujeres. El mito del salvaje vestido solo de pieles viene de
antiguo, embebido de raíces grecorromanas, orientales y de antiguas culturas
primitivas, y cuenta con una sólida y larga tradición europea y oriental en sus
manifestaciones artísticas y literarias. En España, en concreto, los estudios sobre el
folklore popular han demostrado que el mito presenta peculiaridades diferentes de
unas regiones a otras. En el Libro de buen amor, 950-1042, figuran las serranas,
cuatro mujeres aguerridas con las que el narrador se topa en la sierra de
Guadarrama, pero una parte de la crítica ha descartado que pueda haber realmente
una influencia directa de las silváticas sobre estas serranas descritas por el
Arcipreste (1989), pues este motivo está muy presente en el folklore europeo,
consolidado por medio de la tradición oral (López-Ríos 1999: 75 y ss.).
12
La crítica ha encontrado otras posibles relaciones homoeróticas en El baño de Argel de
Cervantes, donde «Constanza, la cautiva cristiana, declara su pena de amor a Zahara, quien
entiende que este tormento de amor es causado por otra mujer» (Imperiale 2000: 344, n. 1).
Otras muestras aparecen en las novelas cortas del siglo XVII (Colón 2001). Asimismo,
Calderón, en Afectos de odio y amor y La protestación de la fe, hace alusiones a la reina
Cristina de Suecia, conocida por su sexualidad ambigua (Velasco 2011: 180).
224 Transgresiones femeninas AnMal Electrónica 32 (2012)
F. Cantizano Pérez ISSN 1697-4239
Desengaño Sexto, titulado Amar solo por vencer, dentro de sus Desengaños amorosos,
María de Zayas pone en boca de Esteban / Estefanía: «¿quién ha visto que una dama
se enamore de otra?» (1998: 320), con lo que ella misma estaba advirtiendo sobre la
tendencia natural de los hombres al engaño, razón por la que ha de explicarse el
posible homoerotismo de esta obra: como un recurso ideado por Esteban para seducir
a Laurela. Así, el músico y poeta Esteban no tiene más remedio que vivir como mujer
(el lector conoce en todo momento que Estefanía es en realidad don Esteban) y sufrir
los acosos del padre de Laurela durante un año para conseguir los amores de la rica y
culta Laurela: «porque te aseguro que desde el punto que vi tu hermosura, estoy tan
enamorada (poco digo: tan perdida), que maldigo mi mala suerte en no haberme
hecho hombre» (Zayas 1998: 306). Con esta afirmación sentencia y evidencia, frente
a las demás señoras presentes en la escena, los cortejos que hace una dama a otra.
Sin embargo, subyace en sus líneas una reivindicación del deseo y el goce femenino.
La mujer no sólo es un sujeto deseado, sino que también puede tomar parte activa
en la esfera masculina y representar un papel activo y pasivo simultáneamente, es
decir, ser origen y fin del deseo (Cifuentes-Aldunate 2009: 59). La tesis final es que
el amor de los hombres es pasajero, engañadizo, centrado en lo carnal, mientras que
«el verdadero amor en el alma está, que no en el cuerpo», y la amistad entre
mujeres es más sincera: «mas es amor sin provecho amar una mujer a otra», dice una
criada, a lo que responde Estefanía: «Ese es el verdadero amor, pues amar sin premio
es mayor fineza» (Zayas 1998: 317). Pero, tras satisfacer su pasión, en una sola noche
de amor, Esteban abandona a Laurela y esta muere trágicamente al caerle un muro
encima.
Son numerosas las obras de Zayas que tratan el travestismo, pero el propósito
último de aquellas en las que se incluyen posibles situaciones homoeróticas, como en
La burlada Aminta y venganza del honor, incluida en las Novelas amorosas y
ejemplares, es advertir y condenar las conductas femeninas consideradas peligrosas
en la España tridentina del siglo XVII. A conclusiones semejantes llegan sus
contemporáneas, sor Juana Inés de la Cruz y Ana Caro, en su defensa de superar el
encierro material a que se veía abocada la mujer, por encima de restricciones
familiares y sociales.
Muchos ríos de tinta ha hecho correr la amistad romántica entre mujeres en el
siglo XVII, como la que mantuvieron María de Zayas y Ana Caro, sor Juana Inés de la
Cruz y la condesa de Paredes, o aquellas amistades particulares entre monjas sobre
AnMal Electrónica 32 (2012) Transgresiones femeninas 227
ISSN 1697-4239 F. Cantizano Pérez
las que alertaba santa Teresa de Jesús: «Parece que lo demasiado entre nosotras no
puede ser malo; y trae tanto mal y tantas imperfecciones consigo» (1956: 35). La
crítica no se pone de acuerdo en si se puede hablar o no de una auténtica relación
homoerótica. Ante la falta de documentación pertinente, es difícil verificar si existe
realmente o no un deseo homoerótico, como señala Lacarra Lanz (2011),
posiblemente silenciado en ocasiones por la propia autocensura.
Para concluir, es importante volver a destacar que debe actuarse con cautela
para evitar el anacronismo, especialmente en lo que se refiere a las cuestiones de la
identidad y la orientación sexuales. Esto no necesariamente significa que el crítico
tenga que ser excesivamente restrictivo, porque el autor puede autocensurarse y
ocultar su propia identidad sexual. Habrá que analizar cada obra concreta para sacar
las conclusiones pertinentes. En algunos casos, el texto aportará claridad meridiana
por sí mismo; en los demás, habrá que acudir a otros parámetros, como aconseja
Bennet (2000). Vale.
BIBLIOGRAFÍA CITADA
M. A. CHAMOCHO CANTUDO (2008), «El delito de sodomía femenina en la obra del Padre
franciscano Sinistrati D’Ameno, De sodomia tractatus», Revista de Estudios
Histórico-Jurídicos, 30, pp. 387-424.
C. CIFUENTES-ALDUNATE (2009), «El aspecto kinky del entretenimiento honesto en
María de Zayas», en Escenas de transgresión. María de Zayas en su contexto
literario-cultural, ed. I. Albers y U. Felten, Madrid-Frankfurt am Main,
Iberoamericana-Vervuert, pp. 53-63.
B. CLAVERO (1990), «Delito y pecado. Noción y escala de transgresiones», en Sexo
barroco y otras transgresiones premodernas, ed. F. Tomás y Valiente et al.,
Madrid, Alianza, pp. 57-89.
I. COLÓN (2001), La novela corta en el siglo XVII, Madrid, Laberinto.
D. CRIVELLARI (2005), «La serrana de la Vera, de Luis Vélez de Guevara: entre
convención y desviación», Acotaciones, 14, pp. 37-62.
G. de CHAVES (1999), Relación de la cárcel de Sevilla, ed. C. H. Beatriz Sanz Alonso,
Valladolid, Universidad.
R. DEKKER y L. van DE POL (2006), La doncella quiso ser marinero. Travestismo
femenino en Europa (siglos XVII-XVIII), Madrid, Siglo XXI de España.
J. I. DÍEZ FERNÁNDEZ (2001), «Imágenes de la sodomía en los poemas de los siglos de
oro», en Tiempo de burlas. En torno a la literatura burlesca del Siglo de Oro,
ed. J. Huerta y J. Ponce Cárdenas, Madrid, Verbum, pp. 119-143.
J. I. DÍEZ FERNÁNDEZ (2003), La poesía erótica de los Siglos de Oro, Madrid, Laberinto.
J. I. DÍEZ FERNÁNDEZ (2004), Tres discursos de mujeres (Poética y herméneutica
cervantinas), Alcalá de Henares, Centro de Estudios Cervantinos.
J. I. DÍEZ FERNÁNDEZ (2006), «Asedios al concepto de literatura erótica», en Venus
venerada. Tradiciones eróticas de la literatura española, ed. J. I. Díez y A.
Martín, Madrid, Complutense, pp. 1-18.
P. DRONKE (1968), Medieval Latin and the rise of the European love-lyric, II, Oxford,
Clarendon.
F. EIXIMENIS (1981), Lo libre de les dones, Barcelona, Curial Edicions Catalanes, 2
vols.
T. FERRER VALLS (1998), «Mujer y escritura dramática en el Siglo de Oro: del
acatamiento a la réplica de la convención teatral», en Actas del Seminario La
presencia de la mujer en el teatro barroco español […], ed. M. de los Reyes
230 Transgresiones femeninas AnMal Electrónica 32 (2012)
F. Cantizano Pérez ISSN 1697-4239