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El Mar Que No Tiene Orillas

 Matanzas

Por: Israel Moliner Castañeda.

Introducción:
En muchas cosmologías el mar es
concebido como matriz de la vida y en
asombrosa coincidencia, se estima que
en el orden de la creación los dioses lo
hicieron inmediatamente después del
cielo, siendo en él donde surgió la vida.
El vínculo entre el mar y la vida está
presente de modo inequívoco en la
mayoría de las religiones
subsaharianas, donde también se le
supedita a la maternidad.
Divinidades poderosísimas las marinas,
tenidas por padres de muchos otros
dioses y semidioses, han conservado
su lugar preferencial en el marco de las
transculturaciones africanas en
América.

YEMAYA
El nombre Yemayá proviene de Yeyé-omo-ejá , que en lengua yorubá significa madre
cuyos hijos son los peces , es un orisha o imolé de origen egbá, un subgrupo yorubá que
primero se estableció en la zona comprendida entre las actuales ciudades de Ifé e
Ibadán donde existía un río llamado Yemayá . Las guerras entre diferentes grupos
yorubás llevaron a los egbás a emigrar en dirección a Abeokutá en los inicios del siglo
XIX. El principal templo de Yemayá está localizado en Ibará, un barrio de Abeokuta.
Los devotos a estas divinidades van todos los años a buscar agua sagrada para lavar
sus achés o piedras mágicas en un afluente del río Ogún llamado Lakaxa . Esa agua
es recogida en jarras y se transporta solemnemente en una procesión seguida de
personas cargando diversos objetos de madera, al son de un conjunto de tambores.
De regreso, el cortejo visita las casas de las personas principales del barrio,
comenzando por la del Olùbará o rey de Ibará. En Benin se aduce que Yemayá es hija
de Olòókum , el dios del mar, como también es nombrado en Ifé. En una historia de
esa ciudad referida por Onalé Empega , ella aparece casada por primera vez
con Orumla y después con Olofín , el Rey de Ifé, con quien tuvo diez hijos, cuyos
nombres enigmáticos parecen comprender a otros orishas.
En Nigeria Yemayá tiene diversos nombres, que al caso
de Oshún , provienen de los ibú o lugares profundos de los
ríos. En las imágenes se le representa como una matrona de
senos voluminosos, símbolos de maternidad fecunda y
nutrida. Según cuentan en Ifé, esta peculiaridad de poseer
grandes senos fue la causa de las desavenencias con su
esposo, a quien ella previno honestamente antes del
casamiento que no le toleraría alusiones desagradables o
irónicas con respecto a sus mamas. Todo andaba feliz entre
los esposos, pero una noche el marido bebió abundante vino
de palmas y no pudiendo contener sus palabras hizo
grotescas burlas sobre los pechos de su mujer. Llena de
cólera, Yemayá golpea con un pie el suelo, haciendo surgir
un río que la llevó de nuevo a la casa de Olòókum, el océano.
Las salutaciones u orikis en honor de Yemayá aluden a sus características físicas.
Algunos de los más importantes entre dichos orikis son:

• Reina de las aguas que van a la casa de Olòókum.


• Ella usa vestidos de conchas para ir al mercado.
• Ella espera orgullosamente sentada delante del rey.
• Reina que vive en las profundidades del agua.
• Ella camina y da vueltas a la ciudad.
• Insatisfecha, derriba los puentes.
• Ella es propietaria de un fusil de cobre.
• Nuestra madre de senos abundantes.

En Cuba: La transculturación cubana del culto al orisha Yemayá se compone de dos


representaciones fundamentales: Yemayá, propiamente dicha, con sus veintiún
caminos que se asientan en las cabezas humanas y Olokum, quien no puede ser
asentado, porque el océano no puede caber en ninguna cabeza.
A Yemayá se le estima como patrona de la maternidad, fiel protectora de los niños
pequeños y amantísima madre capaz de procurar los mayores beneficios para sus
hijos. Tanto Yemayá con sus veintiún caminos o advocaciones, como Olòókum,
sincretizan con la misma Virgen de Regla. Antaño ambas eran festejadas el 24 de
septiembre, pero entrado el siglo XX hubo lugares y momentos donde a Olòókum le
conmemoraban el 24 de junio junto a Oggún. Ya en la segunda mitad del siglo pasado
era habitual festejarle el 7 de septiembre, día de la Virgen de Regla.
Olòókum es considerada generalmente como una sola, pero en algunos lugares del
interior de Matanzas me han mencionado a Asabá como su mensajera, nombre que no
debe ser confundido con el de Achabá, el cual es un camino de Yemayá. Otros me han
hablado de Omolokum como la hija de Olòókum, pero a mi juicio tal es una
denominación aplicable a toda persona que recibe el asiento de la dueña del océano y
no un avatar de ella.
En la ciudad de Matanzas vivió durante la primera mitad del siglo XX la afamada
Iyalocha Fermina Gómez, cuya casa ubicada en la calle Velarde entre Manzaneda y
Dos de Mayo, en el mismo centro de Simpson, era estimada como el principal templo
de Olòókum en Cuba, tal como expresara el sabio cubano Don Fernando Ortiz en
varias de sus obras.
Comúnmente en Matanzas se ha estimado que el culto a Olòókum proviene de la
región nigeriana de Egbado, que es un territorio perteneciente al Alafin Kingdom o
zona de la cultura yorubá. Gracias a lo gentil que siempre fue conmigo el señor
Eusebio Torriente, sobrino de Ferminita Gómez, puedo dar a conocer en estas líneas,
por vez primera, algunos de los aspectos hasta entonces secretos de este ritual.
Casa de Fermina Gómez
En su estado actual.

Refiere un patakín o historia sagrada que:


"Olòókum era una mujer muy bella, la cual iba en las tardes a pasear junto a la orilla
de la playa. Oggún sentía una insana pasión por ella, pero Olòókum, muy delicada en
todas sus cosas, no gustaba de las brusquedades de Oggún.
Sin embargo, un príncipe guerrero pretendía con más fortuna que Oggún a la diosa,
pues ella también le amaba. Una tarde, mientras desde un monte cercano Oggún la
espiaba, vio la llegada del príncipe, quien corrió a abrazar a Olòókum. Los amantes se
abandonan en apasionados juegos hasta bien entrada la noche en que se despiden,
quedando citados para la tarde siguiente.
Al otro día, Oggún, preso de los celos y el odio, intercepta al príncipe en el camino que
conduce a la playa y le da muerte; arrastra el cadáver y lo abandona allí donde
acostumbraban a reunirse los amantes. Al llegar Olòókum encuentra muerto a su
amado y comienza a llorar inconsolablemente. Es tanto el llanto que su rostro se
derrite, mientras las olas azules también vierten lágrimas sobre las arenas blancas.
Obbatalá, compungido por el sufrimiento de su hija y la forma como le ha quedado la
cara, llega en su auxilio y le cubre el rostro con una careta blanca que ella no se
quitará ya más. Luego le lleva hasta el ibú o fondo del mar, donde se encuentra la
puerta de plata que solamente los valientes y los héroes pueden traspasar para llegar
al alem o infinita morada de Oloddùmaré. El príncipe guerrero penetra al mundo de los
muertos o eggugunes y Olòókum queda aguardando en la puerta de plata con la
esperanza de volver a verlo un día".
Este patakín explica y fundamenta diversos aspectos del culto a Olòókum en la casa
de Fermina Gómez y es muy similar al recogido por el etnólogo Pierre Verger en la
región nigeriana de Ibadan y publicado en su célebre libro Orixas. Un análisis
hermenéutico del mismo nos lleva a las siguientes precisiones:
• El estrecho vínculo entre el culto a Olòókum y el de Eggún en las necrologías
santeras.
• La máscara existente en Matanzas tipifica lo fúnebre en Olòókum.
• En contraposición a patakies propios de La Habana, no se considera
a Olòókum encadenada en el fondo del océano.
• Explica que en los ileóchas o templos prestigiosos de Matanzas nunca se usen
perlas como adornos, pues estas son las lágrimas de Olòókum.
Fermina Gómez.

Los jubileos de Olòókum en la casa de Fermina Gómez duraban entre el 18 y el 24 de


septiembre de cada año, constituyendo una fiesta sumamente costosa pues había que
sacrificar a cada orisha su animal preferido y las ofrendas propias de la diosa azul
debían entregarse en el mismo océano.
Sin embargo, para algunos como Ferminita y sus más íntimos ahijados, todo el año
era una fiesta, o al menos, el tiempo para la preparación del festejo. Para otros
empezaba en los primeros días de enero. Siete prestigiosos babalawos, babalochas e
iyalochas dedicados a los cultos propios de los orishas Ellegbá, Oggún, Babalú-ayé,
Obbatalá, Shangó, Oshún y Orumila eran invitados, lo cual siempre constituía un
altísimo honor y era motivo de gran satisfacción para los designados.
Otros siete, cuyas identidades nunca se revelaban, bajo pena de los más terribles
castigos, eran convocados por Olòókum para acompañarla por los caminos que vienen
de la muerte a la vida y van de la vida a la muerte. Privilegio que para las personas de
esta fe tiene el apreciable significado de la amistad de Olòókum, con los beneficios que
ello entraña.
Pero también implicada un riego, para uno de los siete secretos elegidos, pues antes
de cumplirse un año de finalizada la fiesta, estaría frente a Olòókum en la puerta de
plata que conduce al alem, para llevarle un mensaje a su príncipe guerrero y ella
quedaría de nuevo esperando respuesta, pero ese mensajero nunca volvería al ayé o
mundo de los vivos.
De acuerdo a los testimonios de Eusebio Torriente- el sobrino de Ferminita-, Miguel
Arsina- quien fuera el tocador principal de los tambores de Olòókum en dicho templo- y
Rolando Cartaza, quien como nieto de Remigio Herrera Addé Chiná se vio impelido en
muchas ocasiones a presenciar dichas ceremonias, es que podemos sintetizadamente
hacer un bosquejo de esos jubileos.
"El día 20 antes del amanecer, los Osainistas partían en busca de las yerbas
sagradas, mientras temprano en la mañana, coincidiendo con la salida del sol y luego
de los cantos y rezos para Olòókum siete babalawos facultados para usar el cuchillo
de Oggún iniciaban la matanza de los animales ofrendados a los orishas. La sangre
bañaba copiosamente los sagrados otanes o piedras de fundamento pertenecientes a
cada uno de los imoles que Ferminita tenía asentados en su casa, los de sus
principales ahijados y los de otros santeros y santeras convocados al festival.
El día 21 era para el protocolo, pues se enviaban mensajes acompañados de los
derechos rituales (animales o dinero) para levantar o invitar a la ceremonia del océano
y su gran festejo. Esa noche se dejaba preparado el altar público o trono de Olòókum
en la sala de la casa, mientras en el igbodún o cuarto de fundamento colocaban los
otros asientos y adminículos rituales.
La mañana del 23 daba inicio con una febril actividad de las mujeres, unas preparando
las comidas que serían llevadas al océano. Otras acondicionando la casa, mientras los
tocadores y en especial el tamborero mayor ofrendaban un gallo colorado
a Shangó para que permitiera el lujo de otorgar voz los atabales.
No faltaban otros ahijados de Ferminita encargados de atender a los nutridos
forasteros que en esa mañana iban arribando a la casa de Velarde desde distintos
lugares de la provincia y de otros puntos de la Isla como Placetas, Abreu, Santiago de
las Vegas, Bejucal, Canasí y por supuesto, la propia capital. Pero desde 1950 también
fueron asiduos visitantes de República Dominicana, Puerto Rico y Bahía de Todos los
Santos en Brasil. El promedio de participantes en las últimas siete festividades
realizadas por Ferminita nunca fue menor a las 500 personas.
Ahijados de Ferminita dedicados a la estiba en el puerto eran los encargados de
coordinar con el gremio portuario los pormenores de la procesión acuática, realizada
en las lanchas que entonces usaban los braceros para ir a descargar los buques
surtos en la bahía. Dichas naves eran adornadas con telas y cadenas de papel en
colores azul y blanco.
A las 5 de la tarde del 23 de septiembre las naves partían desde el pequeño muelle
cercano a la casa del práctico del puerto, al final de la calle Milanés. Al menos tres
embarcaciones, aunque en las festividades de los años 1953 y 1954 llegaron a ser
cinco.
En la primera iba Ferminita acompañada de sus principales ahijados e invitados,
donde nunca falto algún político de la época, artistas como Celia Cruz o José Orefiche,
así como grandes rumberos de la talla de Hortensio Alfonso o de Esteban Lantrí,
cabeza se importantes cabildos cual Mario Reyes del Espíritu Santo de los Arará; los
ogbones de Uriabón, las iyalossas del Iyessá Moddú San Juan Bautista y hasta el
propio ewé babalawo Marcos Portillos Domínguez de Pedro Betancourt último gran
conocedor de los misterios de San Fancón o el Shangó Chino.
Al llegar a la altura de Maya ponían rumbo hacia el estrecho de la Florida y llegados a
la franja azul del océano Fermina comenzaba los rezos para su Olòókum mientras los
ayudantes iban entregado las ofrendas al mar. Allí mismo y desde todas las naves, se
cantaba un orú en honor a la dueña del mar profundo, al son de los sacrosantos
tambores batá, esos mismos que el 4 de diciembre de 1872 Addé China- Remigio
Herrera- hizo sonar por vez primera en Cuba, allí en la esquina de Manzaneda y
Daoiz, en su cabildo Santa Bárbara de nación lucumí, a menos de 200 metros de la
casa donde luego viviría Fermina Gómez.

Ruinas del cabildo lucumí Santa


Bárbara donde Remigio Herrera recreo
e hizo sonar por vez primera los
tambores batá en Cuba.
Pero el 24 era sin dudas el gran día. Al amanecer hacía el Eggún o rito luctuoso en
honor a los antepasados de la familia ritual. Un gran almuerzo coronaba la mañana,
como dejando todo preparado para la liturgia vespertina.
A las seis de la tarde Miguel Arsina llevaba los tambores batá al pie del trono
de Olòókum para dar comienzo al oro seco, como llaman los matanceros al orú del
igbodú. Entonces comenzaba un desfile de todos los presentes para saludar el sitial
del océano. Flexionando el torso tocaban el suelo con la punta de los dedos índice y
medio de la mano derecha y luego se los llevan a la boca besándolos y diciendo ¡Oh
mío Yemayá!
Seguía al filo de las 7 y media de la tarde un receso para comer y ya a las ocho y
media en el igbodú daba inicio un oro mixto de toques y cantos, pero sin bailar.
Concluida esta parte y pasadas las nueve y media, los tambores se trasladaban para
el patio, para dar comienzo al la liturgia última y principal.
Un corro de iyalochas vestidas con ropas blancas y azules
ocupaba el centro. Luego del saludo de los batá, daba
comienzo el oró público o del iyá aranrá. Poco a poco iban
surgiendo al ser evocados sus respectivos orishas, aquellos
santeros y santeras convocados desde el mes de enero
anterior, con la excepción del babalawo seleccionado y los
llamados para los misterios secretos.
Próximo a las once de la noche los posesos eran llevados a
una habitación en el fondo de la casa. Tal era como una señal para que los no
iniciados y las mujeres grávidas abandonaran la mansión. La puerta de la calle era
cerrada y empezaba el momento esperado todo el año.
Del último cuarto Miguel Arsina cambiaba los tambores batá por las profundas olas del
océano, los cueros azules, mucho más grave que cualquier otro tambor que haya
sonado en Cuba. Uno a uno, los posesos convocados iban saliendo del fondo de la
casa hacia la sala y cada cual era acompañado por un
enmascarado de careta y túnica blanca.
Seguían un orden estricto, Ellegbá, Oggún, Babalú-ayé, Shangó,
Oshún, un babalawo en representación de Orunmila ta la addé
babá moforí balé, y Obbatalá . Cuando el padre de todos los
orishas llegaba al centro de la sala, regresaba sobre sus pasos,
para buscar al enmascarado azul a quien todos llaman
Olòókum .
Vestía una máscara blanca y una túnica múltiple de tela y
encajes azules oscuros, sus manos y pies también iban
cubiertos por guantes y medias de idéntico color. Nada de su
piel podía ser visto.
Bailaban un buen rato al son de los himnos de Olòókum. Este bailando ponía sus
manos sobre los grandes tambores, sobre las cabezas de los tocadores y de los
concurrentes, uno a uno. Luego desaparecía del mismo modo que se había
presentado y tras él el resto de los encaretados y luego los otros procesos.
Los tambores del océano eran devueltos al cuarto del misterio. Al ponerlos en una
esquina cada tocador daba un tenue golpecito sobre su correspondiente cuero, como
indicando que en un año volvería a tronar, como pidiendo a Oloddùmaré que les
permitiera vivir para poder de nuevo tener el placer de sentir las voces del océano
entre sus manos. Terminado el tiempo de los mitos perpetuos, la realidad imponía las
miserias de lo cotidiano"
Cuando dirigí entre 1980 y 1985 la Agrupación Folklórica de Matanzas, gracias a la
colaboración de Francisco Zamora y las cantantes, tocadores y bailarines de
AfroCuba, pudimos rescatar los himnos sagrados del Olòókum matancero, para que no
se perdieran en los polvos del tiempo y aunque esta es una buena revista, pero no un
reproductor de sonidos, les dejo con estos cantos desde el fondo de mi alma, para que
los matanceros sientan sus orgullos y quienes no lo sean, se nos sumen o nos
envidien.

O mayo è uba upá o sile, O musitó, iya laye como yeso yo.

Olòókum.

Notas:
1.- MPEGA, Onalé.- Dioses Yorubas. Lagos University Press. Lagos 1981. Pág. 63. 2.- Ídem.
Nota: Este trabajo es un fragmento del capítulo Décimo Séptimo del libro Los Dioses Negros de Israel Moliner
Castañeda

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