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INTRODUCCION
La Santísima Virgen María experimenta la misericordia de Dios más que ninguna otra
creatura. Ella obedeció la Palabra de Dios con absoluta confianza en Su misericordia:
“Porque has mirado la humildad de tu sierva; por eso todas las generaciones me
llamaran bienaventurada” (Lucas 1, 48). El cántico de María, el Magnificat, expresa su
“fiat”, su “sí” de aceptación gozosa de la voluntad de Dios, teniendo un contenido
profético de las maravillas realizadas por la misericordia de Dios en Ella, a través de su
actitud de gratitud en los discípulos de su Hijo amado, Jesucristo, siendo Ella la
discípula predilecta de su Hijo, Jesucristo.
El Magnificat de la Santísima Virgen María nos revela el nuevo pueblo de Dios, el rostro
real de Dios, Su misericordia para con la humanidad. Nuestra Señora conoce mejor que
nadie el significado de la Divina Misericordia, el precio pagado por nuestra redención
en la Cruz, donde Su Divino Hijo sufrió y murió. Ella, que estaba a los pies de la Cruz,
mereció ser considerada un Icono de Misericordia, Madre de la Divina Misericordia,
Nuestra Señora de la Misericordia, pues estos títulos nos dan una mejor idea de la
asociación de María con la labor redentora de Jesucristo, su único Hijo. El misterio de
la misericordia de Dios es mejor comprendido a través de la vocación maternal de
María, como se hace Ella a los pies de la Cruz: el rostro maternal de Dios, del Dios de la
misericordia a toda la humanidad. No hay amor humano más puro, más total, que el
de una madre tiene por sus hijos.
El poder del Espíritu Santo, se manifestó en este Año Jubilar pasado, Año de la
Misericordia Divina para la Iglesia Universal y el mismo es proclamado por el Papa
Francisco precisamente antes del Año del Centenario de las Apariciones de Nuestra
Señora de Fátima, año 2017, sirviendo de gran preparación espiritual y pastoral para la
efemérides de la más grande mariofanía en la historia de la humanidad. El Año Jubilar
de la Misericordia es como un retiro espiritual prolongado que vino para ser realidad la
homilía del Papa Benedicto XVI en mayo, 13, 2010 en el Santuario de Fátima, cuando
anunció que pronto vendría el definitivo triunfo del Inmaculado Corazón de María:
“Que los próximos siete años sean que nos separan del centenario de las apariciones
aceleren el cumplimiento de la profecía del triunfo del Inmaculado Corazón de María,
para la mayor gloria de la Santísima Trinidad”.
Como los discípulos de Emaús sintieron sus corazones ardiendo en amor divino en la
presencia de Jesucristo, nosotros podemos ver con los ojos de la fe, la Luz que es Dios
mismo, viniendo a través del Inmaculado Corazón de María, como Ella hizo con Lucía,
Jacinta y Francisco, convirtiendo nuestros pobres, fríos e infelices corazones en
corazones ardientes en la llama del Amor Divino. Santa Jacinta tenía su corazón que
ardía con el fuego del amor de Dios por lo que comparte con Jesucristo el deseo por
convertir a los pobres pecadores. Sigamos las enseñanzas de los grandes santos como
San Agustín, el gran maestro espiritual de la conversión y santo patrono de la Diócesis
de Leiria-Fátima, como llamaba a sus discípulos en su libro “Confesiones”, a cultivar
una vida interior de vigilancia para ver a Dios con “los ojos del corazón”, un corazón
que fue creado para vivir siempre con su Creador y que no puede ser feliz apartado de
Dios. Esta es la experiencia religiosa que todos necesitamos: “Acercarnos a Dios y
llegar a ser sus íntimos amigos”. Esta es la verdadera experiencia religiosa que
nosotros debemos buscar en cada peregrinación a Fátima. Esto es lo que caracteriza la
íntima relación entre Jesús y Su discípulo amado, Juan, que era digno de recostar su
cabeza sobre el hombro de su Maestro; quien nunca abandonó a Jesús y acompañó a
María al pie de la Cruz, mientras los demás huyeron; quien recibió a María como su
Madre espiritual en su hogar y en su corazón; quien recibió a María como Madre
espiritual de toda la raza humana.
CARIDAD: EL SIGNO DE NUESTRA VIDA INTERIOR
Pero ahora el triunfo de María debe moverse al corazón de los seres humanos, a una
renovación de la vida espiritual, al dominio de la vida interior del hombre y la mujer de
hoy. Según colapsó la estructura maligna de la Unión Soviética y de los países
comunistas de Europa Oriental que esclavizaban el corazón de tantos, ahora nos toca
colapsar las estructuras malignas del vicio, la corrupción, la inmoralidad, las
estructuras de los países democráticos que viven de espaldas a Dios, que se han
esclavizado, no por ideologías ateas como lo fueron los países de Europa Oriental, sino
peor aún, por no querer hacer la voluntad de Dios, idolatrando al consumismo
materialista que ha sustituido al ideológico Hoy no queremos cumplir con la voluntad
de Dios. Con la consagración colegial del mundo, con especial atención a los países que
más necesidad tenían de la misericordia de Dios, realizada por San Juan Pablo II, en
unión a todos los obispos del orbe católico y a los obispos ortodoxos que se les
unieron, el 25 de marzo de 1984, las estructuras malignas de las sociedades ateas y
totalitarias colapsaron. Ahora, estamos viviendo una nueva etapa: El estado de
confrontación entre las fuerzas de la Mujer vestida de sol y el dragón rojo por el
dominio del corazón humano, como revela el Libro de Apocalipsis, Capítulo 12. Esa
lucha se ha movido desde la arena política a la arena espiritual por el dominio del
corazón humano.
El Papa Francisco nos brinda una visión fresca muy inspirada en Fátima. El consagró su
ministerio petrino el 13 de mayo del 2013, a la Virgen de Fátima en Portugal, a través
de la conferencia episcopal de obispos de Portugal. En el Santuario de Fátima se
consagró al Papa Francisco a la Virgen de Fátima para que Ella lo utilizara como
instrumento como Sucesor de Pedro. El 13 de octubre del mismo año, el Papa
Francisco consagró al mundo renovando la consagración al Inmaculado Corazón de
María, delante de la estatua de la Virgen de Fátima, que viajo a Roma, directamente
desde el Santuario de Fátima en Portugal. Dos momentos donde se ve claro el efecto
de Fátima sobre el papado actual.