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5 nov 2017

Qué pasa con China

Immanuel Wallerstein

Con mucha frecuencia,cuando escribo acerca de la crisis estructural del moderno sistema-mundo,
y por tanto del capitalismo como un sistema histórico, recibo objeciones que dicen que he
descuidado la fuerza del crecimiento económico de China y su capacidad para servir como
reemplazo económico para la claramente menguante fuerza de Estados Unidos más Europa
occidental, el llamado Norte.

Éste es un argumento perfectamente razonable, al que se le escapan, sin embargo, las dificultades
fundamentales del sistema histórico existente. Además, pinta un retrato de las realidades chinas
bastante más rosa de lo justificado si se mira más de cerca.

Déjenme responder esta pregunta, entonces, en dos partes: uno, el desarrollo del sistema-mundo
como un todo, y dos, la situación empírica de China en el momento actual.

El análisis de lo que llamo la crisis estructural del moderno sistema-mundo es el que he realizado
en muchas ocasiones en estos comentarios y en otros de mis escritos. Es, no obstante, importante
repetirlo de una forma condensada. Esto es mucho más necesario puesto que aún personas que
dicen concordar con el concepto de una crisis estructural parecen, sin embargo, resistirse en la
práctica a aceptar la idea de la caída del capitalismo por fuerte que sea ésta.

Hay una serie de elementos del argumento que hay que reunir. Uno es la aseveración de que
todos los sistemas (sea cual sea su espectro y sin excepción alguna) tienen vidas y no pueden ser
eternos. La explicación de esta eventual caída de cualquier sistema es que los sistemas operan en
ritmos cíclicos y en tendencias seculares.

Los ritmos cíclicos se refieren a vaivenes constantes de ida y regreso hacia un equilibro en
movimiento, una realidad perfectamente normal. Sin embargo, cuando varios fenómenos se
expanden de acuerdo a sus reglas sistémicas y luego se contraen, no retornan después de
contraerse exactamente adonde estaban antes de su viraje cíclico en ascenso.

De aquí se deriva que su curva en el largo plazo es ascendente. Esto es a lo que nos referimos con
una tendencia secular. Si uno mide esta actividad en la ordenada, o el eje Y de la gráfica, uno ve
que con el tiempo se aproximan a una asíntota de 100 por ciento, que no puede cruzarse. Parece
que cuando factores importantes alcanzan un punto anterior a un 80 por ciento de la ordenada,
comienzan a fluctuar de una manera errática.

Cuando las curvas cíclicas arriban a este punto cesan de utilizar los llamados medios normales de
resolver las constantes tensiones en el funcionamiento de un sistema y entran, por tanto, en una
crisis estructural del sistema.
Una crisis estructural es caótica. Esto significa que en lugar de la serie normal de combinaciones o
alianzas que previamente se usaron para mantener la estabilidad del sistema, se varían
constantemente estas alianzas en busca de ganancias de corto plazo. Esto únicamente hace que la
situación empeore. Notamos aquí una paradoja –la certeza del final del sistema existente, y la
incertidumbre intrínseca de lo que eventualmente lo reemplazará creando por tanto un nuevo
sistema (o nuevos sistemas) que estabilice las realidades.

Durante el periodo un tanto más largo de crisis estructural, observamos una bifurcación entre dos
modos alternativos de resolver la crisis –uno reemplazándolo con un sistema diferente que de
algún modo conserva los elementos esenciales del sistema moribundo y uno que lo transforma
radicalmente.

En concreto, en nuestro actual sistema capitalista hay quienes buscan encontrar un sistema no
capitalista que, sin embargo, mantenga los peores rasgos del capitalismo: jerarquía, explotación y
polarización. Y hay quienes desean establecer un sistema que sea relativamente democrático e
igualitario, un tipo de sistema histórico que nunca ha existido antes. Estamos en medio de esta
batalla política.

Ahora, miremos el papel que juega China en lo que está ocurriendo. En términos del presente
sistema, China parece ir ganando mucha ventaja. Argumentar que esto significa la continuación
del funcionamiento del capitalismo como sistema es básicamente (re)afirmar el punto inválido de
que los sistemas son eternos y de que China está reemplazando a Estados Unidos del mismo modo
en que Estados Unidos reemplazó a Gran Bretaña como la potencia hegemónica. Si esto fuera
cierto, en otros 20-30 años China (o tal vez el noreste asiático) sería capaz de fijar sus reglas al
sistema-mundo capitalista.

Pero ¿realmente está ocurriendo esto? Primero que nada, el margen económico de China, aunque
es todavía mayor que aquel del Norte, ha ido declinando significativamente. Y esta decadencia
bien podría amplificarse pronto, conforme crece la resistencia política ante los intentos de China
por controlar a los países aledaños y encantar (es decir, comprar) el respaldo de los países más
alejados, algo que parece estar ocurriendo.

¿Puede China entonces depender de acrecentar la demanda interna para mantener su demanda
global? Hay dos razones por lo que esto no es posible.

La primera razón es que las actuales autoridades se preocupan de que un creciente estrato medio
pueda comprometer su control político y busque limitarlo.

La segunda razón, más importante, es que mucha de la demanda interna es resultado de


préstamos irresponsables por parte de los bancos regionales, que enfrentan una incapacidad para
sustentar sus inversiones. Si colapsan, aun parcialmente, esto podría ponerle fin a todo el margen
económico de China.

Además, ya ha habido, y continuará habiendo, vaivenes alocados en las alianzas geopolíticas. En


un sentido, las zonas clave no están en el Norte, sino en áreas tales como Rusia, India, Irán,
Turquía y el sureste de Europa, todas ellas buscando sus propios roles en un juego de cambio de
bandos rápidos y repetidos. El fondo del asunto es que, aunque China tenga un gran papel que
jugar en el corto plazo, no es un papel tan grande como el que China desearía y que algunos del
sistema-mundo restante temen. No es posible para China detener la desintegración del sistema
capitalista. Únicamente puede intentar asegurar su lugar en un futuro sistema-mundo.

Traducción:

Ramón Vera-Herrera

© Immanuel Wallerstein

https://www.iwallerstein.com/what-about-china/

http://www.jornada.unam.mx/2017/11/05/opinion/018a1mun

28 Enero 2017

China y Estados Unidos: ¿socios?

Immanuel Wallerstein

Casi todos los políticos, periodistas y analistas políticos describen las relaciones entre China y
Estados Unidos como una competencia hostil, especialmente en Asia oriental. Yo no estoy de
acuerdo. Pienso que entre lo central de la agenda política de ambos países está alcanzar un
acuerdo de largo plazo. El hueso duro de roer que los contiene es quién de los potenciales socios
es el perro que manda.

Cuando Donald Trump afirma que quiere hacer que Estados Unidos sea grandioso de nuevo, para
nada se halla fuera del consenso general en Estados Unidos. Usando palabras diferentes y
propuestas políticas diferentes, esta fútil ambición es compartida por Hillary Clinton, Barack
Obama y aun Bernie Sanders, y por supuesto por los republicanos. Es compartida también por los
ciudadanos más ordinarios. ¿Quién se anima a decir que Estados Unidos debería conformarse con
ser el número dos?

Cuando en 1945 Estados Unidos derrotó definitivamente a su gran rival, Alemania, se dispuso a
asumir el papel de potencia hegemónica en el sistema-mundo. El único obstáculo era el poderío
militar de la Unión Soviética. El modo en que Estados Unidos abordó el asunto de este obstáculo
fue ofrecer a la Unión Soviética el estatus de socio menor en el sistema-mundo. Nos referimos a
este arreglo tácito como los Acuerdos de Yalta. Ambos lados negaron que hubiera arreglo alguno,
y ambos lados lo implementaron a fondo.

Estados Unidos sueña con implementar un arreglo semejante al de Yalta, con China. China se burla
de esta idea. Considera que los días de hegemonía estadunidense ya pasaron, creyendo que
Estados Unidos ya no cuenta con la fuerza económica para apuntalar ese estatus. También
considera que la desunión interna de Estados Unidos lo hace impotente en la arena política. Por el
contrario, China busca imponer un arreglo tipo Yalta donde Estados Unidos sea el socio menor. La
analogía más cercana sería la relación posterior a 1945 entre Gran Bretaña y Estados Unidos.

China considera que lenta, pero seguramente, su fuerza económica crecerá imparable en las
décadas venideras. Considera que puede lastimar el bienestar económico estadunidense mucho
más de lo que Estados Unidos puede dañar a China. Además, piensa que atraerá a otros asiáticos
que resienten haber vivido, por lo menos los últimos dos siglos, en un mundo dominado política y
culturalmente por los europeos.

Es seguro que el análisis de China tiene dos puntos débiles. Tal vez China sobrestima el grado en
que puede continuar dominando, a nivel mundial, la superioridad productiva. Y le asalta el temor
de que el país pudiera desgarrarse, como ha ocurrido con frecuencia en la historia china. Un
arreglo con Estados Unidos podría minimizar el impacto de estos riesgos para China.

Y en cuanto a Estados Unidos, un día la realidad tocará fondo y el papel de socio menor podría ser
mejor que quedarse sin arreglo alguno. A este respecto, Trump puede acelerar el proceso. Él
ladrará, amenazará e insultará, pero no hará de Estados Unidos un país hegemónico de nuevo. En
este sentido, el régimen de Trump desengañará a más estadunidenses que cualquier versión
sobria de la misma ambición, como aquella representada por la presidencia de Obama.

En cualquier caso, la danza oculta entre China y Estados Unidos –la no declarada búsqueda de una
sociedad– permanecerá siendo la actividad geopolítica en el sistema-mundo de las décadas
venideras. Todos los ojos deberían estar puesto en esto. De un modo o de otro, China y Estados
Unidos terminarán siendo socios.

Traducción: Ramón Vera Herrera

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