Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Cuando el profesor posee un bajo concepto del alumno, éste lo intuye, y se sitúa
en clara desventaja frente a la opinión del profesor, experto y dotado de
reconocimiento oficial. Con el tiempo, el alumno acaba aceptando la opinión negativa
del profesor y se comporta como un mal alumno. El problema se agrava si
consideramos que, por una parte, el profesor no puede cambiar si no ve resultados
positivos en el alumno, y por otra, que éste no va a mejorar si el profesor no le señala
sus limitaciones y no le ayuda.
Los maestros muchas veces catalogan a sus alumnos, los clasifican y, sin
reflexionar sobre el valor que tiene su palabra, les ponen la ETIQUETA de ‘buen
alumno’ o ‘mal alumno’.
"...al mismo tiempo que el maestro conoce a sus alumnos, los clasifica o
categoriza: A es "inteligente", B es "inquieto", C es "desprolijo", D es "conversador", E
es "aplicado", etc..."
Los ‘buenos alumnos’ tampoco se la llevan de arriba. Hay muchos que no son
jóvenes felices a pesar de sus logros. Es que se les impone una exigencia extrema, que
puede coartar emocionalmente al alumno hasta no permitirle desarrollar su
creatividad, impedirle compartir, querer ganar siempre.
Son ‘chicos perfectos’, a los que no se les permite una mala nota, ni una materia
baja. El riesgo aparece (no sólo en referencia al stress) sino ante la eventualidad de que
al llegar a la universidad fracasen en un examen o, en su primer trabajo, un jefe les dé
una indicación en forma poco amable. Generalmente se les viene abajo el mundo, se
deprimen y terminan sin alcanzar éxito en su profesión.
Los adultos debemos pensar el valor que tienen para los niños y los jóvenes cada
palabra que pronunciamos, a veces sin medir.
Cuando son descalificatorias o resaltan las fallas, suelen ayudar a provocar los
fracasos que generalmente auguran: ‘¿ves que no servís para nada?’