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Universidad Católica Andrés Bello

Facultad de Humanidades y Educación


Escuela de Comunicación Social
Cátedra: Gestión Cultural
Profesor: Carlos Guzmán

Escrito por:

Mariangel G. Gelvis R. CI: 26.573.067


Verónica Y. Ramírez. P CI: 26.746.653

Cuando hablamos de la cultura entendida como un conjunto de costumbres, formas o


modos de vida que identifican a un pueblo; un modo de comportamiento según los valores y
modelos normativos de las personas que existe independientemente de toda práctica social y
de una telaraña de significados como “estructuras de significación socialmente establecidas”
(Geertz, 1992, 26), también debemos comprender cómo es que esta sale a relucir y se convierte
en algo concreto y tangible para los que la practican.

Para explicar mejor esta premisa, podemos decir sencillamente que no hay cultura si
no hay obra. Como bien dice la gerente cultural María Elena Ramos “la cultura hace tangibles,
audibles y visibles para muchos las ideas inicialmente más íntimas e intangibles” (Libertad y
Comunicación, 2006, p.40). Es por ello que no existe una orquesta que no pueda interpretar o
tocar música –pues esa es su función- así como no existiría el propósito de un compositor si no
se realiza alguna obra compuesta en acto.

Para que esto pueda suceder, es decir, para que la cultura consiga un espacio en el cual
pueda ser expresada, aceptada y recibida, debemos apoyarnos en dos de sus grandes pilares: la
política y la gestión.

Según García Canclini Néstor, en Políticas Culturales en América Latina, la política


cultura se define como “un conjunto de intervenciones realizadas por el Estado, las
instituciones privadas y las asociaciones comunitarias a fin de orientar el desarrollo simbólico,
satisfacer las necesidades culturales dentro de cada nación y obtener consenso para un tipo de
orden o de satisfacción social.” En otras palabras, se define como un conglomerado de acciones
y prácticas sociales de entes u organismos públicos y privados, en conjunto con agentes sociales
y culturales.

Por otra parte, la gestión cultural es aquella que busca concentrar y favorecer todo tipo
de prácticas culturales dentro de la vida cotidiana del ciudadano de forma individual. En
términos más modernos, la gestión se vincula de manera directa con la planificación, la
estrategia, la optimización y el empleo de herramientas que faciliten la finalidad concreta
previamente establecida.

La unión de dichas prácticas son las que nos permiten emitir y definir –con ayuda de la
comunicación y el lenguaje– los valores, principios e ideales de una cultura, ya sea a nivel
micro (enfocado en un solo aspecto cultural: música, teatro, patrimonio, turismo, etc…) o a un
nivel macro (en el caso de las marca país que no representa solo a un sector cultural sino a una
cultura en general).
Una vez entendido estos conceptos, nos basaremos en la Agenda 2030 de los Objetivos
de Desarrollo Sostenible (ODS) para ejemplificar, en el caso de Venezuela, la política y gestión
cultural que ha sido aplicada por el Estado de esta nación.

En un principio, la Agenda 2030 es el plan global para la erradicación de la pobreza, la


lucha contra el cambio climático y la reducción de las desigualdades (Suárez; ONU.org.pe). En
él, se aprobaron 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible y 169 metas asociados a estos que
comprenden las dimensiones sociales, económicas y ambientales de cada nación circunscrita.

Entre los 17 objetivos planteados, nos enfocaremos en los siguientes:

Poner fin a la pobreza en todas sus formas y en todo el mundo; poner fin al hambre,
lograr la seguridad alimentaria y la mejora de la nutrición y promover la agricultura sostenible;
garantizar una vida sana y promover el bienestar de todos a todas las edades; garantizar una
educación inclusiva y equitativa de calidad y promover oportunidades de aprendizaje
permanente para todos; garantizar la disponibilidad y la gestión sostenible del agua y el
saneamiento para todos; garantizar el acceso a una energía asequible, fiable, sostenible y
moderna para todos; promover el crecimiento económico sostenido, inclusivo y sostenible, el
empleo pleno y productivo y el trabajo decente para todos; construir infraestructuras resilientes,
promover la industrialización inclusiva y sostenible y fomentar la innovación; lograr que las
ciudades y los asentamientos humanos sean inclusivos, seguros, resilientes y sostenibles;
garantizar modalidades de consumo y producción sostenibles; promover sociedades pacíficas
e inclusivas para el desarrollo sostenible, facilitar el acceso a la justicia para todos y construir
a todos los niveles instituciones eficaces e inclusivas que rindan cuentas.

Desde su consagración en el mes de Septiembre de 2015, se ha debido de estar


trabajando a favor del alcance de estos objetivos. Sin embargo, es de dominio público la fuerte
crisis en la que se encuentra el país en sus distintos sectores (político, ciudadano, económico,
social, entre otros…), lo que ha traído como consecuencia un atraso en el cumplimiento de las
metas, y en otros, su desmejoramiento.

Hoy en día, la gestión hacia el logro de los 17 objetivos establecidos no está planificada
para que sea sostenible en ninguno de sus aspectos. Esto viene ligado a la política cultural del
Estado que se preocupa o se dedica a la “igualdad social” bajo los preceptos del socialismo. De
ahí que la solución –o la “gestión realizada” para para la mayoría de estos objetivos–
comprenda una carga para el Estado tanto a nivel institucional como económico que no es, ni
será, capaz de soportar.

Por ello, soluciones como el subsidio alimenticio de una nación a través de cajas
alimentarias mensuales y el pago de bonos u obtención de capital a través de “misiones”, no
contribuye a la erradicación de la pobreza en todas sus formas, poner fin al hambre, lograr la
seguridad alimentaria y la mejora de la nutrición, ni mucho menos promover el crecimiento
económico sostenido e inclusivo, el empleo pleno y productivo, y el trabajo decente para todos.

Para que el país pueda realizar una buena gestión en cuanto al cumplimiento de los
objetivos propuestos por la agenda, este se debe enfocar en cinco pilares fundamentales que no
solo impulsarán el desarrollo del mismo sino el desempeño de los acuerdos establecidos. Estos
son: la dimensión estética o cognitiva, económica, social, político-estratégica operativa y
creativa.

Dentro de dichas dimensiones encontramos el eje de la educación (inclusiva, dedicada


a la formación de profesionales en los diferentes sectores, crítica y competitiva), la gobernanza
(los marcos normativos, políticos e institucionales; el diálogo, la paz y la inclusión; las políticas
culturales, la ley orgánica de la cultura y la participación cultural), el eje patrimonial
(infraestructuras, sostenibilidad del patrimonio, museos, artesanía, espacios culturales), la
comunicación (libertad de expresión, acceso y uso del internet, medios de comunicación
públicos, libertades ciudadanas), el eje creativo (turismo cultural, libertad artística en sus
diferentes vertientes: audiovisual, escénica; innovación y capital creativo) y el eje económico
(emprendimiento, economía creativa, industrias culturales, empleo).

No obstante, para llevar estos procesos a cabo se necesita con vehemencia la fuerza
avasallante de la democracia y por ende, de las libertades culturales. Pues, si la agenda de un
gobierno impone por la fuerza una política dotada de estrategias y actuaciones que refuercen
la identidad y la visión de un desarrollo que no es compartido y aceptado por la mayoría de sus
participantes, esta se convertirá en un autoritarismo que solo fortalece sus programas culturales
e impulsa únicamente sus procesos creativos, cerrándole las puertas a la diversidad y la riqueza
cultural.

Es así como se presentan dificultades concretas al momento de plantearse un escenario


para lograr una gestión cultural de manera exitosa. Además de la carencia de un sistema
democrático, la escasa o nula participación comunitaria que refleja la apatía de la sociedad. Tal
como lo indica el Ministerio de Cultura de Colombia (Manual para la gestión, 2012) el uso
inadecuado de los recursos financieros y la poca calidad del trabajo de quienes lideran las
labores culturales son factores que ocasionan incisivamente problemas en la gestión cultural.

Incluso un problema para la gestión es la falta de procesos adecuados pensados para


garantizar canales de información efectiva y comunicación eficaz. A nivel social es importante
destacar la poca organización por parte de la comunidad para relacionarse con las actividades
que van de la mano de su desarrollo personal. Sin embargo, para estas problemáticas
encontradas y estudiadas, se han desarrollado requisitos específicos que debe contener la
gestión cultural para que el resultado sea efectivo.

Involucrar a la sociedad y volver suya la creación de planes y proyectos como parte de


la gestión, es uno de los ejes estratégicos que se manejan. Así como también establecer un
espacio para las relaciones estratégicas entre las políticas, los planes y los programas.

Es así entonces como la Agenda 2030 presenta tres etapas fundamentales:


Reconstrucción del sistema cultural y político, la Institucionalidad y la Gobernanza. Así pues
se trabaja en función de cinco ejes y cinco dimensiones -los cuales mencionamos
anteriormente- que se enfocan en potencializar el complejo cultural y creativo, para brindar
bienestar y aportar al desarrollo de la sociedad venezolana a nivel económico y social.

Para alcanzar los objetivos propuestos en la agenda, la estrategia es un factor


indispensable. Saber y conocer las necesidades, expectativas y aspiraciones de la sociedad es
el primer paso para acertar en el contenido que se va a difundir a nivel cultural. Anudado a ello,
hay que darle importancia a las audiencias y a su participación activa como parte integral del
proceso cultural; entender que esto trae como consecuencia directa la definición de las acciones
culturales. Así lo establece el Consejo Nacional de Cultura y Arte, se debe buscar la inclusión
de las dimensiones temporales permite definir metas a corto y largo plazo.

Pero esto no permanece en meras complicaciones o problemas enunciados, se presentan


características que son elementales al momento de conseguir una gestión eficiente y exitosa.
Es importante mencionar que se debe conocer la diversidad cultural que se maneja en la
sociedad, así pues se establece una incorporación que no va dirigido exclusivamente a un
público meta -como el caso de la política cultural del Estado venezolano, que únicamente
resalta sus dogmas y posee el monopolio de las industrias- sino que implique la relación entre
todos los grupos sociales presentes. Con esta base es más factible lograr la participación y
promover la correlación con los diversos sectores de la población, las organizaciones e
instituciones involucradas, y no la segregación y el progreso de pocos.

Adicionalmente es pertinente trabajar para desarrollar los planes culturales con la


finalidad de estructurarlos considerando condiciones económicas, sociales y políticas. Dicha
planificación debe plantearse con objetivos claros y precisos enfocados en metas reales
posibles de alcanzar, de esta manera es más factible aprovechar todos los recursos
administrados.

En tal sentido, la gestión que ha mantenido el Estado no aspira a la inclusión de toda la


comunidad. Es decir, las actividades organizadas con fines culturales no despiertan la iniciativa
de los ciudadanos para involucrarse en el desarrollo de los objetivos estratégicos planteados
dentro del marco de las políticas culturales claramente establecidas. A su vez, las
planificaciones culturales no le brindan al ciudadano el deseo de permanecer y mejorar el
sistema de producción y desarrollo de iniciativas culturales. Objetivamente podemos observar
que el Estado no incorpora en su totalidad el uso de nuevas tecnologías a nivel cultural, dejando
un espacio vacío en comparación a otras políticas mundiales.

Sin embargo, no podemos negar la existencia y creación de diversos métodos para


involucrar más a la sociedad en temas culturales. Así, pues, podemos encontrar el “Plan
Operativo Anual 2016”, la existencia de Gabinetes Culturales por Estado, la creación de
Asamblea Musical de Caracas o los “Fondos Concursables para desarrollar la Cultura en
diferentes áreas”. A pesar de esto, el impacto que generan dichas actividades organizadas no
ha sido de mayor relevancia ni se ha promovido de la manera más efectiva. Podemos ponderar,
nuevamente, éstas acciones como de la carente -o inexistente- interacción de las comunidades
en los procesos llevados a cabo.

Todo esto nos lleva a una gran cuestionante, ¿cómo lograr que la apatía de la ciudadanía
en relación al involucramiento en el ámbito cultural disminuya considerablemente?
Ciertamente no es una tarea fácil para aquellos que se encargan de ejercer las acciones
culturales, quienes -en la mayoría de los casos- no se encuentran inmersos en las verdaderas
dinámicas culturales que se desarrollan en las comunidades. Por esta razón, no se logra la
difusión efectiva y el acceso público de los espacios de esparcimiento y de representación
institucional.
Con el fin de cambiar este precedente, es necesario la descentralización de los equipos
y servicios. Proteger y darle valor real a la diversidad cultural con políticas activas que se han
dejado a un lado en gran medida por parte del Estado venezolano. Sin duda es pertinente
realizar mejoras considerables en cuanto a la planificación y gestión de las políticas culturales
con la participación de responsables en el área -gestores culturales-.

Recordemos que toda política cultural que no cuestione el marco lógico en el proceso
de desarrollo, tiene altas probabilidades de fracasar. En tal sentido, un ejemplo más concreto
son las plataformas culturales que diseñan las Artes Escénicas Culturales, las cuales solo se
presentan como “agentes de contratación de agrupaciones de allegado, parientes y afines. Estas
acciones no suponen en la actualidad una estrategia en desarrollo en pro de la cultura de las
comunidades o de la sociedad misma, pues carecen de visualización clara enfocada en este
tópico. Siguen representando una estructura de poder que únicamente busca la satisfacción
personal y unilateral de las demandas, dejando de lado por completo a aquellos que sí buscan
hacer vida cultural.

Según el Ministerio de Cultura de Colombia, específicamente en el Manual para la


Gestión de la Cultura, es necesario construir plataformas de comunicación e información
efectiva y veraz ante tres caras diferentes: la comunidad, el Estado y las organizaciones
privadas. Así pues, establece que la formación en gestión de las diversas áreas culturales es el
eje primordial para el buen desarrollo de las propuestas; al igual que brindarles un seguimiento
y permanente control que permitan crear informes de contenido para evaluar aquello que se
logró.

“Una gestión cultural efectiva requiere, sin duda alguna, una concepción transversal de
la cultura.” (POLÍTICAS CULTURALES: EVOLUCIÓN DE LOS PARADIGMAS, Por
Sylvie Durán y George Yudice.2012). Un concepto que haga posible responder a la
responsabilidad social que existe dentro de cada ciudadano. Fomentar, a su vez, la capacitación
de nuevos intermediarios de las comunidades de manera que se puedan aprovechar en su
totalidad los recursos y las nuevas tecnologías empleadas.
Referencias:

● Libertad y Comunicación, 2006, p.40


● Canclini Néstor, en Políticas Culturales en América Latina
● Suárez; ONU.org.pe
● Ministerio de Cultura de Colombia (Manual para la gestión, 2012)
● Consejo Nacional de Cultura y Arte
● POLÍTICAS CULTURALES: EVOLUCIÓN DE LOS PARADIGMAS, Por Sylvie
Durán y George Yudice.2012

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