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COMUNIÓN ÍNTIMA CON DIOS

«La comunión íntima de Jehová es con los que le temen, Y a ellos hará conocer su pacto».
(Salmo 25:14)

Hay verdades que el fiel creyente llega a saber que son secretos o misterios para el
incrédulo y aun para el creyente que no está en comunión con Dios. Son cosas que el
hombre natural no percibe. A la verdad, no son cosas que él busca porque, para él, son
locura. I Corintios 2:14 dice; «Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del
Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de
discernir espiritualmente». Por su rebelión, él ha entristecido al Espíritu Santo y, por eso,
no tiene discernimiento espiritual.

Las palabras «comunión íntima» son una sola palabra en hebreo y tienen la idea de algo
dado en secreto. No son verdades que Dios revela a sus santos como un favor especial. Es
más bien conocimiento que llegamos a tener por pasar tiempo con él. No es únicamente que
llegamos a tener más conocimiento en cuanto a cómo es Dios. Es también que llegamos a
saber cómo piensa Dios y como él obra I Corintios 2:16 dice que podemos tener «la mente
de Cristo».

El tener comunión con Dios significa pasar tiempo con él. Lo más tiempo que pasamos con
una persona, lo más que llegamos a conocer como es y cómo piensa. Es lo mismo con Dios.
Pasamos tiempo con Dios por leer la Biblia, estudiarla y meditar en ella. Hace falta
escaparnos del tumulto del mundo para poder dirigir nuestra atención hacia lo que estamos
leyendo. Es difícil hacerlo con la radio o televisión prendida o si hay gente hablando en su
alrededor. Por eso, tenemos que buscar un tiempo especial o un lugar especial en el cual
hacerlo. Para muchos, las primeras horas de la mañana son las mejores.

Incluido en la comunión también está la oración. Es mucho más que rezar algunas palabras
que hemos aprendido de memoria. También es más que acudir a Dios únicamente cuando
surge una necesidad especial. Es demorarse en su presencia, reflexionando sobre lo que
hemos leído. También es así en la oración. Es oración que consiste en compartir con él
nuestros pensamientos y anhelos y buscando su dirección y voluntad. En la comunión
íntima con Dios compartimos con él cosas íntimas, cosas que ni aun compartimos con
nuestros seres queridos más cercanos. Es a través de esta oración que encontramos la
dirección de Dios en nuestra vida. En estos momentos algunos de nuestros anhelos y sueños
empiezan a perder su brillo y con el tiempo se desvanecen mientras que Dios nos revela
algo mejor que él tiene para nosotros.

Nuestro texto dice que la comunión íntima es para los que temen a Dios. Esto significa
respeto, aun reverencia por él. El temor es más bien el anhelo de hacer todo a su agrado, no
por temor de su castigo sino de fallarle o entristecerle. Otro versículo parecido es
Proverbios 3:32 que dice; «Porque Jehová abomina al perverso; Mas su comunión íntima es
con los justos». Así que, la comunión íntima es para los justos. El que no es justo se siente
culpable y tiene vergüenza de pasar tiempo con Dios. Si estamos en comunión con Dios, su
Espíritu va a convencernos de lo malo que estamos haciendo como dice en Juan 16:8: “Y
cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio”. Si hacemos caso,
seremos más justos. Si no, más probable vamos a flaquear en nuestra comunión con Dios
por causa del sentido de culpabilidad.

La comunión íntima sirve para fortalecernos en las angustias de la vida. Las aflicciones
sirven para dirigirnos más cerca de Dios. Nos sentimos más dependientes de su poder
divino. Si nuestros amigos íntimos nos abandonan y nos traicionan, encontramos consuelo
en Dios. Tenemos su promesa en Isaías 41:10: «No temas, porque yo estoy contigo; no
desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré
con la diestra de mi justicia». Nuestros amigos y seres queridos pueden fallarnos y
traicionarnos pero Dios no. Por eso, nos hace falta comunión íntima con él. El quiere tener
comunión con nosotros. Le animo a buscar un lugar tranquilo y un tiempo cada día para
detenerse en la presencia de Dios.

CÓMO CULTIVAR COMUNIÓN CON DIOS

¿La idea de comunión con Dios lo atrae o lo aleja? Existen muchas cosas en nuestras vidas
que nos distraen y previenen de experimentar una comunión genuina con Dios. Vivir en
una sociedad tan acelerada con demandas interminables y oportunidades incontables puede
significar que desacelerar el paso para estar en comunión con Dios puede parecer una auto
complacencia —si no del todo imposible— en medio de nuestras ocupaciones; incluso
podemos sentirnos culpables cuando no logramos llevar a cabo las cosas de forma
constante.

Pero las relaciones interpersonales no son “cosas” que deban ser logradas, son más acerca
del “ser” que del “hacer”, necesitan atención, intercambio mutuo, y atención para que
prosperen. Las relaciones no pueden ser fuentes de fuerza vivificante si no estamos
presentes en ellas y para ellas. La comunión con Dios es una profunda necesidad de todo
ser humano, aún si reconocemos esa necesidad o no. La comunión con Dios es la forma en
que fuimos creados para funcionar, y es en última instancia, acerca de una relación muy
amorosa y muy presente con el Creador trino.

Como cristianos, estamos llamados a cultivar el interés amoroso por otras personas, pero
esto siempre debe entenderse a la luz de cómo nos sentimos atraídos a una relación
vivificante con Dios mismo (por ejemplo, Deut. 6: 4-5; 7: 7-9; Lev. 19:34; 1 Juan 4:19). Se
nos manda a amar y a obedecer a Dios, no porque Dios sea un dictador tiránico sino porque
Él creó a los seres humanos para que amen y Él sabe lo que hace se necesita para que el
hombre prospere. Suya es la senda de la “vida y el bien”, en oposición a la senda de “la
muerte y el mal” (Deut. 6:12-13). Fuimos hechos para disfrutar de nuestro Creador, para
descansar y ser acogidos en su presencia fiel. Él sabe cómo funciona la comunión con el
que da vida y se lamenta de cómo el pecado amenaza con distorsionar nuestra comunión
con él. El amor, incluso con el Creador, está destinado a ser mutuo, no solo unidireccional:
hemos de escuchar y hablar, para recibir y dar. Estar en comunión con Dios y con los
demás es la clave para la prosperidad humana (Ef. 4:32-5:1).

¿Por qué la comunión con Dios es tan difícil?

Nuestro pecado y el pecado en el mundo destruyen la comunión y nos impulsan a huir de


Dios. Pero fuimos diseñados para deleitarnos en nuestro Creador, para encontrar en su
presencia y su poder nuestro gran consuelo y fortaleza. Como creyentes no solo hemos sido
rescatados de las consecuencias condenatorias del pecado, sino también hemos sido
invitados a estar en una comunión restaurada con Dios. El mundo aún está roto, y nosotros
también. Esta ruptura afecta cada parte de nosotros, incluso y más que nada nuestra relación
con Dios. Una vez que descubrimos el perdón y la promesa de la comunión con el Dios del
universo, se nos invita a un santuario sagrado. En su presencia divina vemos
inevitablemente nuestro pecado, pero también descubrimos la profundidad de su gracia y la
increíble verdad de que Él desea estar con nosotros. Él desea tanto la comunión con
nosotros que murió a fin de hacerla posible (Rom. 5: 6-8).

Una vez que hemos sido abrazados por Cristo, nuestra visión debe centrarse mucho menos
en nuestro pecado y mucho más en las riquezas de la misericordia y el amor de Dios. Pero,
¿cómo llegamos a este lugar donde hay una visión restaurada y llena de esperanza? Es en y
a través de nuestra renovada comunión con el Creador trino que experimentamos seguridad
verdadera, la intimidad de ser un hijo de Dios, y el poder transformador que viene a través
de la comunión con Él. En este lado de la gloria, solo alcanzamos a degustar una comunión
sin obstáculos, pero este gusto apunta hacia lo que está por venir y nos da fuerza para
nosotros mismos y para aquellos que nos rodean.

A causa de nuestra lucha diaria contra el pecado, puede ser fácil preguntarse cómo nuestra
relación con Dios puede tener estabilidad o crecimiento. Los cristianos a veces se preguntan
si sus acciones son significativas a la luz de la soberanía y la gracia de Dios. ¿Hace alguna
diferencia que yo ore o no? ¿Mis intentos de vivir fielmente importan para mi relación con
Dios, o su gracia significa que mis acciones son irrelevantes? Si Cristo murió por mis
pecados y todo lo que tengo que hacer es creer en Él, ¿por qué debería meditar en las
Escrituras o ayudar a los pobres? Estos pensamientos pueden colocar signos de
interrogación acerca de nuestro tiempo con Dios, pero Dios no le tiene miedo a las
preguntas difíciles.

Unión vs comunión

Tenemos que tomar nota de la clásica distinción teológica entre “unión” y “comunión”.
Para deleitarse con la promesa de la comunión con Dios, primero tenemos que llegar a
descansar en nuestra unión establecida con Cristo. Estas dos deben distinguirse y sin
embargo mantenerse juntos si queremos apreciar la plenitud de la vida cristiana.

En primer lugar, los cristianos son los que, por el Espíritu, están unidos a Cristo. Al
emplear una imagen tan orgánica como una vid y sus ramas (Juan 15: 1-17), Jesús deja
claro que se supone que su pueblo tenga su identidad y su vida solamente en Él. Del mismo
modo Pablo recuerda a sus lectores que Cristo está en nosotros (por ejemplo, Ef. 3:17; Col.
1:27), y que estamos en Cristo (por ejemplo, Rom.16:7 2 Cor. 12:2). Por eso Pablo puede
decir que hemos sido crucificados con Cristo, (Gal. 2:20.) que hemos sido resucitados con
Él (Ef. 2: 6-7) , y que ahora es nuestra vida (1 Cor. 1. 15:22). Por lo tanto estamos “muertos
al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús” (Rom. 6:11). Por el Espíritu nacemos de
nuevo, con nuestra nueva identidad segura en el Señor resucitado (2 Cor. 5:17; 1 Ped. 1:3-
5). Debido a esta fuerte unión, los cristianos pueden estar confiados y seguros en el amor de
Dios por ellos (Rom. 8: 1, 37-39). Nuestra unión no se basa en nuestra capacidad de
guardar los mandamientos, nuestra obediencia no hace que Dios nos ame, más o menos.
Estamos seguros en el amor de Dios pues nos encontramos en Cristo (Gal. 2:16-17; 3:26)
La unión tiene que ver con la obra terminada de Cristo y no con lo que podríamos sentir o
hacer en un día determinado.

En segundo lugar, los cristianos son los que, debido a que están unidos a Cristo, son
capaces de disfrutar de la comunión con Dios. Mientras que nuestra unión con Cristo no
crece ni disminuye, nuestra experiencia de comunión puede, y de hecho lo hace. Así,
mientras que nuestras oraciones o falta de oraciones no nos hacen más, o menos, unidos a
Cristo, si hacen una diferencia real en nuestro disfrute en Dios y nuestra comunión con Él.
La unión establece la relación; la comunión es la comunicación mutua y la experiencia de
lo que sucede dentro de esa relación. Un marido negligente puede estar aún unido a su
mujer en el matrimonio, pero eso no significa que su relación esté prosperando. Su unión
legal no significa que una comunión vivificante esté teniendo lugar. Los beneficios que
pueden ser experimentados a partir de esa unión, no se disfrutan totalmente cuando se
produce tal desprecio. Los esposos que descuidan la comunicación, la atención y el cuidado
de sus esposas no solamente dañan a sus cónyuges; se hacen daño a sí mismos también. Los
creyentes que son descuidados en su comunión con Dios son como cónyuges que ignoran a
la que dicen amar. Dios nos invita no solo a estar seguros de nuestra salvación, sino a
prosperar en nuestra relación con Él. Llamamos a esto la comunión con Dios.

No necesitamos ir a un retiro de tres días o leer tratados teológicos extensos con el fin de
disfrutar de la comunión con Dios. Lo que sí necesitamos es aprender a saborear el amor, la
gracia y la comunión de nuestro Dios trino (2 Cor. 13:14). Al meditar sobre la misericordia
de Dios en Cristo, somos empapados lentamente en el amor que da la vida del Padre y la
gracia transformadora del Hijo. Todo esto ocurre en y a través de la presencia y el poder del
Espíritu, quien nos asegura en nuestra comunión con Dios.
Algunas sugerencias prácticas

En primer lugar, cultive un hambre por las Escrituras. Medite en ellas, ya que aquí podemos
estar seguros de descubrir la verdad acerca de nuestro Dios y de lo que significa estar en
relación con Él (Jos. 1.8, Sal 12:1-2). Segundo: participe de la Cena del Señor en forma
regular, porque este es un medio normal de la gracia de Dios para nosotros (1 Cor. 11:23-
26). Tercero, busque oportunidades con el fin de servir a los más necesitados y vulnerables.
Bíblicamente, hay una fuerte conexión entre amar a las viudas, los huérfanos y los pobres, y
amar a Jesús (Mat. 25: 35-40; St 1.27). Como el amor de Dios se mueve a través de
nosotros hacia los demás, nosotros mismos a menudo crecemos por esto en nuestro amor
hacia Él (1 Juan 4: 16-21). En cuarto lugar, busque refugio en Dios a través de momentos
de oración. Adoptados por Dios, nos acercamos con confianza al Padre porque ha “enviado
el Espíritu de su Hijo a nuestros corazones, que clama: ¡Abba, Padre! (Gál. 4: 6; véase
también Ef. 1:3-6)

Piense en una relación sana en la que usted haya estado o en una que usted ha observado
entre otros. Las cosas que marcan esa relación fuerte probablemente incluyan el cuidado y
la atención, el pasar tiempo juntos, la comunicación, la comprensión mutua y la alegría
compartida. Los seres humanos fuimos creados para este tipo de relaciones que dan vida y
que son el combustible de nuestras almas. Como cristiano, usted está seguro en su unión
con Cristo y esta unión hace de la comunión con Dios una posibilidad gozosa. Tenga
seguridad de su unión con Cristo y vea prosperar y fortalecer ganar su comunión con Él.

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