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Cuenta la leyenda urbana que en un pueblo de el País Vasco hubo

una bomba que llegó a tierra pero nunca estalló. En 1937, como
parte de la ayuda que le brindó Hitler a Franco para vencer al
bando de los republicanos, socialistas y anarquistas durante la
Guerra Civil Española, el temible equipo de aviación alemán
llamado “Luftwaffe” bombardeo varias ciudades españolas.

Cuenta la leyenda urbana que en un pueblo de el País Vasco hubo una


bomba que llegó a tierra pero nunca estalló. La bomba quedó incrustada
en el medio de la plaza central del pequeño poblado. Los pobladores
sorprendidos y asustados no se animaron a moverla, y mucho menos
desarmarla. Allí permaneció años durante el gobierno de Franco como un
símbolo aleccionador. Representaba la muerte, el poder del régimen y el
castigo a quien se rebelara.

Una día de primavera, por la mañana, Julen se cansó del detalle del
paisaje que arruinaba la plaza. Buscó herramientas, pidió ayuda que no
encontró, y se decidió a desarmar y quitar el artefacto. Las primeras
horas trabajó solo, ante la mirada lejana de sus coterráneos. Para el
medio día ya contaba con la ayuda de sus amigos, pues si de algo hay
que morir, que sea junto a los amigos. Para la media tarde todo el pueblo
estaba en la plaza, expectante y colaborando como pudiera.

Antes del anochecer la habían desarmado, subido a una carreta, y


decidido que la iban a llevar al pueblo vecino, donde se encontraba la
sede municipal de la región.Pero lo interesante de la historia fue lo que
encontraron dentro de la ojiva, es decir, la punta o cabeza de la bomba;
la parte que viaja del lado de abajo cuando una bomba es lanzada, y
posee el detonador. Allí, junto a cables y piezas de metal hallaron un
papel manuscrito, que contenía solo unas pocas palabras. Pensaron que
tal vez indicara el lugar donde fue hecha, sus componentes, o algunas
instrucciones de uso, pero de todos modos despertó la curiosidad del
pueblo.

Claramente no era en vasco, en castellano, ni en ingles. Era


aparentemente alemán. En el pueblo, había una sola persona que podía
llegar a descifrar la escritura: Mirenchu, quien de pequeña, por el trabajo
de su padre había estado algunos años en Hamburgo. Mirenchu
naturalmente estaba en la plaza. Fue solicitada y tomo el papel. Se tomó
algunos segundos, que no fueron más de medio minuto. Ordenó en su
mente las palabras, la gramática, y para cortar con el suspenso dijo
mirando a todos sus vecinos (que al mismo tiempo la miraban en
silencio): “Salud. De un obrero alemán que no mata trabajadores.”
Nadie se movió de la plaza las siguientes horas. Discutieron, hicieron
conjeturas, e interpretaron de mil maneras el manuscrito. Finalmente,
antes de la media noche, por unanimidad el pueblo decidió que la bomba
no se iría, incluso, volvería a su lugar. A partir de ese momento la bomba
en la plaza comenzó a simbolizar la resistencia, el fin del miedo, y el
poder de un pueblo con conciencia de clase. Todo ello como regalo de un
obrero alemán, que en medio de la dictadura nazi se jugó la piel, y dejó
claro que ni el miedo, ni el régimen lo iban a poder hacer matar
trabajadores.

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