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Cuando Rut decidió acompañar a Naomí para vivir en medio de un pueblo que le era desconocido,

procuró ser tratada sólo como una mera criada que sirve a su ama. Cuando su ama muriera,
también su vida finalizaría, pues no tenía ninguna otra razón por la cual vivir más que para servir a
Naomí. Nunca pensó que se casaría con un hombre de Bet Léjem de la tribu de Iehudá. Ella era
una moavita, ¿quién destruiría su simiente por ella? Pues la Torá establece (Deuteronomio 23:4):
No entrará amonita ni moavita en la congregación de Di-s… por toda la eternidad. Esta
prohibición no parecía hacer distinción entre hombres y mujeres, así como la prohibición
(Deuteronomio 23:3,8,9) de aceptar un edomita, un egipcio o un mamzer -«bastardo», hijo de una
unión ilegítima- no discrimina entre hombres y mujeres.

Pero el Santo, bendito sea, quien crea la luz del Mashíaj, tenía un plan diferente. En las primeras
generaciones luego de la entrega de la Torá nunca surgió el interrogante respecto de si esta
prohibición de aceptar un amonita o moavita como parte del pueblo judío incluía tanto a hombres
como a mujeres. Por ello, la halajá -decisión legal- sobre este asunto nunca había sido enseñada y
por lo tanto no existía ninguna tradición al respecto. Hasta entonces nunca hubo un solo moavita
digno de ser incluido en la congregación de Di-s. Fue sólo en la generación de Boaz y Rut cuando
se planteó por vez primera dicha pregunta.

Entonces los Sabios se sentaron para analizar el caso y llegaron a la conclusión de que [la
prohibición de] la Torá se refería a un amonita y no a «una amonita», a un moavita y no a «una
moavita». Se debe resaltar que la Torá, cuando hace referencia a las prohibiciones de aceptar
edomitas, egipcios y mamzerím, utiliza la forma masculina, aunque éstas también incluyen a las
mujeres; sin embargo, la prohibición referente a los amonitas y moavitas es diferente, pues la Torá
nos proporciona además el motivo de la misma: [No entrará amonita ni moavita en la
congregación de Di-s]… Por cuanto no salieron a recibiros con pan y agua en el camino cuando
salisteis de Egipto (Deuteronomio 23:5).

Esta afirmación no puede ser aplicada a las mujeres, pues no es usual que las mujeres salgan para
proveer provisiones a los viajeros. Por otro lado, la prohibición de admitir en el pueblo judío a un
edomita o a un egipcio [durante tres generaciones] y a un mamzer [para siempre] no presenta una
razón adjunta y se aplica a hombres y mujeres por igual.

En la generación de Boaz Di-s iluminó las mentes de los Sabios que dilucidaron esta halajá, pues
en ese entonces la misma tuvo aplicación práctica. Todo el pueblo de Israel estaba esperando por
[el surgimiento de] Rut, quien volvía de los campos de Moáv para que la luz del Mashíaj se revele
a través de ella.

Cuando Rut se unió a la congregación de Di-s, esta halajá fue olvidada una vez más por muchos
Sabios y comenzó a surgir nuevamente la duda al respecto. Esta duda, que persistió en las
generaciones subsiguientes entre los Sabios, también era parte del plan Divino, pues la puerta no
debía dejarse abierta para todas aquellas moavitas que quisieran formar parte de la congregación
de Di-s. Además, existía otra razón oculta que debía revelarse sólo cuando llegara el momento de
permitir que la luz del Mashíaj brillara en todo su majestuoso esplendor. El Mashíaj debía pasar
primero por etapas de miedo y estremecimiento. De este modo el camino del Rey Ungido -David-
estaría siempre entre dos extremos: profundidades abismales por un lado, y cumbres Celestiales
que conducen al Trono Celestial por el otro.

Esto es lo que la sabiduría Divina había decretado. El camino por el cual transitaría el Rey Ungido
debía ser preparado con grandeza y humildad: grandeza sin parangón y humildad sin comparación.
Las puertas de la sabiduría de la Torá y las profundidades de su verdad fueron abiertas a los Sabios
en beneficio de Rut, para que ella pudiera casarse con Boaz. Boaz era el jefe del Sanhedrín -Corte
Suprema de Justicia judía- y el líder del pueblo luego de la muerte de Elimélej. Su grandeza estaba
a la vista, constituía un cimiento de soberanía. Por otro lado, Rut -una moavita conversa que
recogía espigas detrás de los segadores- representaba la encarnación de la humildad misma, otros
de los cimientos sobre los cuales se yergue la soberanía. El Santo, bendito sea, quien conoce la
esencia del corazón, percibió también los concurrentes aspectos ocultos de sus personalidades: la
humildad de Boaz y la grandeza de Rut.

Cuando dos gigantes espirituales se unen en matrimonio, ¿quiénes son sus hijos? Son, sin duda,
héroes de una magnitud colosal. ¡Boaz se casó con Rut y David fue su descendiente! David, sobre
quien el versículo declara: Es hábil en tañer, y poderoso en valor, hombre de guerra y perspicaz,
un hombre de personalidad, y Di-s está con él (I Samuel 16:18).

Hábil en tañer – se refiere a su gran conocimiento de mikrá [Torá Escrita].

…y poderoso en valor – se refiere a su conocimiento de Mishná [la Torá de Oral].

…hombre de guerra – pues sabía cómo «luchar» en la «batalla» de la Torá.

…perspicaz – en su realización de buenos actos.

…un hombre de personalidad – en el Talmud, pues dio un nuevo brillo a la Halajá.

…y Di-s está con él – ya que la Halajá se decide siempre según su opinión (Rut Rabá 4).

Naomí tuvo el mérito de que sus intenciones coincidieran con el plan Divino. Luego de que Rut se
convirtiera en su «hija», la envió a Boaz para que el reinado no se apartara de su casa. Rut nunca
se hubiera imaginado que ella heredaría la más preciada de las Coronas de Israel: el Reinado. En
su humildad, se habría contentado con casarse con un pobre y simple joven, expresando
constantemente su gratitud por haber merecido formar parte de la herencia de Di-s. ¿Cómo podía
pretender ascender a las más elevadas alturas?

Rut habría podido escapar de la grandeza, pero no lo hizo, por cuanto dijo: «Ahora soy hija de
Naomí. Haré que la grandeza retorne al lugar que le corresponde. Todo lo que soy es gracias a
Naomí. Soy toda suya. Incluso aquellos rasgos que no son naturalmente míos, los convertiré en
parte de mí. Por Naomí, vestiré incluso ropajes de realeza: …todo lo que me ordenes, haré» (Rut
1:5).

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