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La Comedia Humana - Honore de Balzac
La Comedia Humana - Honore de Balzac
El coronel
Chabert y otras
historias
La Comedia Humana (Editorial
Lorenzana) - VII
ePub r1.0
Titivillus 06.08.15
Título original: Le Colonel Chabert, La
messe de l’athée, L’interdiction, Le
contrat de mariage, Autre étude de
femme
Honoré de Balzac, 1844
Traducción: Juan Godó Costa
Diseño de cubierta: Piolin
El coronel Chabert.
La misa del ateo.
La interdicción.
El contrato de matrimonio.
Otro estudio de mujer.
EL CORONEL
CHABERT
EL CORONEL CHABERT
A la señora
condesa Ida de Bocarmé
nacida Du Chasteler.
UN DESPACHO DE
PROCURADOR
LA TRANSACCIÓN
EL HOSPICIO DE LA
VEJEZ
Señor,
La señora condesa Ferraud me
encarga que os diga que vuestro cliente
había abusado completamente de vuestra
confianza, y que el individuo que
afirmaba ser el conde Chabert ha
reconocido haber asumido
indebidamente cualidades falsas.
Recibid, etc.
Delbecq.
***
En el año 1840, hacia el fin del mes
de junio, Godeschal, entonces
procurador, iba a Ris, en compañía de
Derville, su predecesor. Cuando
llegaron a la avenida que conduce de la
carretera principal a Bicêtre, vieron
bajo uno de los olmos del camino a uno
de esos pobres canosos y decrépitos que
han obtenido el bastón de mariscal de
los mendigos, viviendo en Bicêtre como
las mujeres indigentes viven en la
Salpêtrière. Aquel hombre, uno de los
dos mil desgraciados alojados en el
hospicio de la Vejez, se hallaba sentado
en un guardacantón y parecía concentrar
toda su inteligencia en una operación
bien conocida de los inválidos y que
consiste en hacer secar al sol el tabaco
de Sus pañuelos, para evitar quizás el
blanquearlos. Aquel anciano tenía un
rostro simpático. Iba vestido con esa
tela de paño rojizo, que el hospicio
entrega a sus huéspedes, especie de
horrible librea.
—Fijaos, Derville —dijo Godeschal
a su compañero de viaje—, fijaos en ese
viejo. ¿No se parece a esos grotescos
que nos vienen de Alemania? ¡Y eso
vive, y quizás es feliz!
Derville tomó sus lentes, miró al
pobre, hizo un movimiento de sorpresa y
dijo:
—Ese viejo, querido, es todo un
poema, o, como dicen los románticos, un
drama. ¿Has encontrado alguna vez a la
condesa Ferraud?
—Sí, es una mujer muy inteligente,
pero demasiado devota —dijo
Godeschal.
—Ese viejo es su marido legítimo,
el conde Chabert, el antiguo coronel; sin
duda habrá sido ella la que le ha traído
aquí. Si se halla en este hospicio, en vez
de vivir en un hotel, es únicamente por
haberle recordado a la linda condesa
Ferraud que la había tomado como se
toma un coche de alquiler. Todavía
recuerdo la mirada de tigre que le lanzó
en aquella ocasión.
Habiendo excitado con estas
palabras la curiosidad de Godeschal,
Derville le contó la historia que
precede. Dos días después, el lunes por
la mañana, al regresar a París, los dos
amigos echaron una ojeada a Bicêtre, y
Derville propuso ir a ver al conde
Chabert.
A mitad de camino de la avenida, los
dos amigos encontraron sentado sobre el
tronco de un árbol abatido a aquel
anciano, que tenía en la mano un bastón
y se entretenía trazando rayas en la
arena. Al mirarle atentamente,
admitieron que acababa de desayunar
fuera del establecimiento.
—Buenos días, coronel Chabert —le
dijo Derville.
—¡Nada de Chabert, nada de
Chabert! Me llamo Jacinto —respondió
el anciano—. Ya no soy un hombre, soy
el número 164, séptima sala —añadió
mirando a Derville con ansiedad
temerosa, con un temor de niño y de
viejo—. ¿Vais a ver al condenado a
muerte? No está casado. Es muy feliz.
—Pero hombre —dijo Godeschal—.
¿Queréis dinero para comprar tabaco?
Con todo el candor de un pillete de
París, el coronel tendió ávidamente la
mano a cada uno de los dos
desconocidos, quienes le dieron una
pieza de veinte francos él les dio las
gracias con una mirada estúpida,
diciéndoles:
—¡Bravo, soldados!
Fingió apuntarles y exclamó
sonriendo:
—¡Fuego con las dos piezas! ¡Viva
Napoleón! —y describió en el aire con
su bastón un arabesco imaginario.
—El sufrimiento moral le habrá
hecho caer en una segunda infancia —
dijo Derville.
—¡Él, en la infancia! —exclamó un
viejo hospiciano que le estaba mirando
—. ¡Ah! hay días en los que hay que
andarse con cuidado con él. Es un viejo
malicioso lleno de filosofía e
imaginación. Pero hoy, ¡qué queréis!
Hoy está de buen humor. En 1820 ya
estaba aquí. Por aquel entonces, un
oficial prusiano, cuya calesa subía la
cuesta de Villejuif, pasó a pie por aquí.
Nos hallábamos los dos solos, Jacinto y
yo, junto a la carretera. Esta oficial
conversaba, mientras andaba, con otro,
con un ruso o con un animal de la misma
especie, cuando al ver al anciano, el
prusiano como por broma, le dijo: «He
aquí un viejo cazador que debió de estar
en Rosbach». «Yo era demasiado joven
para estar allí, le respondió, pero he
sido bastante viejo para encontrarme en
Jena». Entonces el prusiano prosiguió su
camino sin hacer más preguntas.
—¡Qué destino! —exclamó Derville
—. Salido del hospicio de los Niños
abandonados, viene a morir en el
hospicio de la Vejez, después de haber,
en el intervalo, ayudado a Napoleón a
conquistar Egipto y Europa. ¿Sabed,
querido —repuso Derville tras una
pausa—, que hay en nuestra sociedad
tres hombres, el sacerdote, el médico y
el hombre de justicia, que no pueden
amar el mundo? Llevan ropaje negro,
quizá porque llevan el luto de todas las
virtudes, de todas las ilusiones. El más
desgraciado de todos es el procurador.
Cuando el hombre va a buscar al
sacerdote, llega a él impulsado por el
arrepentimiento, por los
remordimientos, por creencias que le
hacen interesante, que le acrecientan y
que consuelan el alma del mediador,
cuya tarea no deja de ir acompañada de
cierto goce: purifica, repara, reconcilia.
Pero, nosotros, los procuradores, vemos
repetirse los mismos malos
sentimientos, nada los corrige, nuestros
despachos son cloacas que no pueden
remediarse. ¡Cuántas cosas no he
aprendido en el ejercicio de mi cargo!
He visto morir a un padre en una
buhardilla, en la más espantosa miseria,
abandonado por dos hijas a las que
había dado cuarenta mil libras de renta.
He visto quemar testamentos; he visto a
madres despojar a sus hijos, maridos
robar a sus mujeres, a mujeres matar a
sus maridos sirviéndose del amor que
les inspiraban para volverles locos o
imbéciles, con objeto de vivir en paz
con un amante. He visto a mujeres dar al
hijo de su matrimonio brebajes que
habían de acarrearles la muerte, con
objeto de enriquecer al hijo del amor.
No puede deciros todo lo que he visto,
porque he visto crímenes contra los
cuales la justicia es impotente. En fin,
todos los horrores que los novelistas
creen inventar se hallan siempre por
debajo de la verdad. Vos vais a conocer
todas esas cosas, os lo aseguro; yo me
voy a vivir al campo con mi mujer. París
me inspira horror.
—Ya he tenido ocasión de ver
muchas cosas en el despacho de
Desroches —respondió Godeschal.
París, febrero-marzo de 1832
LA MISA DEL ATEO
LA MISA DEL ATEO
A Auguste Borget
Por su amigo
DE BALZAC
***
Aun cuando las circunstancias de
este relato sean todas ellas verdaderas,
sería un grave error aplicarlas a un solo
hombre de esa época, ya que el autor ha
reunido en una misma figura documentos
relativos a varias personas distintas.
LA INTERDICCIÓN
LA INTERDICCIÓN
LA DEMANDA
EL LOCO
EL INTERROGATORIO
Dedicado a G. Rossini
RESPUESTA DE LA CONDESA DE
MANERVILLE A SU MARIDO
París, 1839-1842.
HONORÉ DE BALZAC nació en 1799
en Tours, donde su padre era jefe de
suministros de la división militar. La
familia se trasladó a París en 1814. Allí
el joven Balzac estudió Derecho, fue
pasante de abogado, trabajó en una
notaría y empezó a escribir: obras
filosóficas y religiosas, novelas de
consumo publicadas con seudónimo e
incluso una tragedia en verso, Cromwell,
se cuentan entre estas primeras
producciones, todas ellas anteriores a
1827. Fue editor, impresor y propietario
de una fundición tipográfica, pero todos
estos negocios fracasaron, acarreándole
deudas de las que no se vería libre en
toda su vida. En 1830 publica seis
relatos bajo el título común de Escenas
de la vida privada, y en 1831 aparecen
otros trece bajo el de Novelas y cuentos
filosóficos: en estos volúmenes se
encuentra el germen de La comedia
humana, ese vasto «conjunto orgánico»
de ochenta y cinco novelas sobre la
Francia de la primera mitad del siglo
XIX, cuyo nacimiento oficial no se
produciría hasta 1841, a raíz de un
contrato con un grupo de editores.
Balzac, autor de una de las obras más
influyentes de la literatura universal,
murió en París en 1850.