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Problemas Rurales Colombianos – Crónica: ¿Cómo nos tocó la guerra?

Mis dos episodios. Crónica de una “desmovilización” y una masacre.

Soy oriundo de Tierralta, un municipio al sur del departamento de Córdoba con un


vasto territorio rural, gran parte del cual pertenece al Parque Natural Nudo del Paramillo.
Una región que por años ha albergado el conflicto armado colombiano por ser un corredor
estratégico e ideal para el negocio del narcotráfico, ya que conecta los departamentos
de Córdoba, Sucre, Bolívar, y al Urabá antioqueño y el Chocó. Este pequeño municipio,
ha sido, por muchos años, el lugar a donde llegan y pernoctan diferentes grupos armados
ilegales en distintas épocas. Intentaré narrar dos episodios que quedaron grabados en
mi memoria y que marcaron mi infancia

Episodio 1: La “desmovilización”.

Desde muy pequeño viví en la vereda Gallo, un caserío a unas 2 horas de recorrido
en Jhonso1 desde el puerto de Frasquillo. Las distancias allí las mediamos curiosamente
en unidades de tiempo. La vereda gallo, que hoy alberga una zona veredal en el marco
del proceso de paz con las FARC, era un pequeño caserío en la rivera del Rio Sinú en el
que vivían familias conformadas por no tantos apellidos. Tenía una pequeña escuela en
la que yo hice hasta cuarto grado de primaria, antes de irme a estudiar al casco urbano
del municipio. La vida de todos, niños jóvenes y ancianos giraba en torno al rio. Los más
jóvenes, nos bañábamos, saltábamos agua, pescábamos con atarraya, anzuelo, bollas
o careteabamos. Los mayores cosechaban y transportaban sus productos a través del
rio; pescaban y planchoneaban2. En invierno y en verano, sin percatarnos,
encontrábamos la forma de divertirnos alrededor del rio y sus aguas, que para una época
del año eran verdes y transparentes como una esmeralda y para otra época eran turbias
y amarillentas como la chicha de maíz que se acostumbra a preparar en época de
semana santa para brindarle a los visitantes.

En invierno nos divertía ver pasar o llegar los planchones, que era como se le conocía
a grandes balsas construidas con trozos de madera cortadas en forma rectangular y
amarradas entre sí que recorrían un largo camino desde las montañas en lo alto de los

1 Embarcación compuesta por una canoa en madera y un motor a gasolina fuera de borda. Recibieron este nombre

por las primeras marcas comerciales de motores que llegaron a la región.


2 Oficio de transportar la madera a través del rio, en balsas que denominaban planchones.

Marlon Mercado Triana


Estudiante de Primer Semestre de la Maestría en Desarrollo Rural
Pontificia Universidad Javeriana
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ríos Sinú, Manso, Rio Verde, La Esmeralda, El Socorro o el Tigre y otros tantos ríos,
riachuelos y quebradas que conforman el largo pero hermoso entramado hídrico del
Paramillo, hasta frasquillo, Tierralta o Montería en donde finalmente se vendía a muy
buen precio el Cedro, El Abarco, El Azulito y otras especies de árboles maderables que
se producían naturalmente en el parque.

Estaba prohibido bañarse mucho tiempo con las aguas de las primeras crecientes,
según nos decían, porque eso podría ocasionar que se nos “devolviera” el paludismo
que se había padecido, seguramente, meses atrás. Con el rio crecido podíamos jugar
los clásicos juegos “la lleva” y “el fo” y tirarnos desde el barranco a riesgo de que la
espina de algún barbudo o casimiro se nos clavara en el pie y con ello padecer un dolor
insoportable por partida doble. Primero, por el chuzón de la espina del pez y luego, por
el remedio para que no se nos inconara la herida. El único remedio efectivo para una
herida de espina de esos peces, parecía ser el parche canturrión. Todavía no se de que
estaba hecho ni de donde lo sacaban, pero era un trozo algún material que al calentarlo
se derretía y lo untaban en un pedazo de tela y lo pegaban en la herida para “sacar el
frio” y así evitar la infección.

En verano salían unas esplendidas playas en la rivera del rio, pedregosa en algunos
sectores, arenosa en otros. Cuando la arena, por causa del sol inclemente característico
de la región, se calentaba demasiado, no podíamos jugar durante mucho tiempo porque,
según decía mi mamá, nos podíamos enfermar. Un argumento similar aparecía cuando
los baños en el rio se extendían por mucho tiempo; nos decían, con un convencimiento
que no admitía discusión alguna, que nos íbamos a enfermar por andar “tirando nariz”.
Recuerdo que también estaba prohibido comer guama churima en exceso, por la misma
razón de antes.

El sector donde vivíamos “Los Mercado”, estuvo compuesto siempre por unas 5
viviendas. Allí habitaban unos tíos, mi familia y mis abuelos. En ese entonces creía que
las casas estaban muy separadas entre sí, pero hoy creo que no eran mas de 100 metros
entre una vivienda y otra. Nuestra casa era las mas alejada del rio y para llegar hasta él
teníamos que pasar por la casa de mis abuelitos. Las casas principales eran hechas en
madera y con techos de zinc, y por alguna extraña razón, hacían otra construcción al

Marlon Mercado Triana


Estudiante de Primer Semestre de la Maestría en Desarrollo Rural
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lado de la primera, la dejaban a medio cercar en tablas de madera y casi siempre era
utilizada para la cocina. Esta última por lo general tenía techo de palma. Ahí ubicaban el
fogón de leña o el binde y la troja para lavar los trastos o chocoros. A la parte de la
vivienda que tenía techo en zinc, la cercaban completamente en madera y ahí, en la
mayoría de las casas que recuerdo, ubicaban, en una amplia habitación, las camas de
todos los miembros de la familia. En Gallo, muchas de las viviendas tenían el piso en
cemento. En aquellas viviendas que aun tenían el tradicional piso en tierra, existía una
costumbre que consistía en que una vez terminaban de barrer la basura en las mañanas,
colocaban una especie de parches de agua y ceniza que tomaban del fogón, para
rellenar los huecos y corregir las irregularidades del piso.

Ese día, como cualquier otro, escuchamos el sonido particular de los motores que
bajaban por el rio, aunque esta vez, venían en una especie de caravana que estoy seguro
que no era común. Y como era costumbre de los niños y jóvenes correr hasta el rio a ver
pasar los jhonsos, fuimos junto con mis hermanos a esperar el clásico saludo de los
jhonseros3 cuando pasaban por algún caserío y encontraban personas en la orilla. Un
ademan con la mano, acompañado de la palabra “adiooos”. Ese día, sin embargo, ni las
personas apostadas en la orilla saludaron a los jhonseros ni los jhonseros hicieron el
acostumbrado ademan. Los pasajeros no eran tampoco los tradicionales campesinos e
indígenas que se transportaban diariamente por el rio. En esta ocasión, los pasajeros
eran unos personajes vestidos de camuflados negros y verdes y portando armamento
militar.

Mi padre, un hombre de atezado cutis, con un carácter que mezcla la bonhomía con
la paciencia y que a lo largo de su vida fue boga, jornalero, agricultor y jhonsero, era uno
de los encargados de transportar a uno de los grupos que se movilizaban por el rio hacia
el puerto de frasquillo esa tarde bonancible de junio de 1996 y que harían parte del
proceso de desmovilización de un reducto del EPL que no se había desmovilizado en el
proceso de paz firmado entre esa guerrilla y el estado colombiano en el año 1991. La
fecha la supe muchos años después, cuando me interesé por construir una especie de

3 Oficio o labor de conducir un Jhonso.

Marlon Mercado Triana


Estudiante de Primer Semestre de la Maestría en Desarrollo Rural
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línea de tiempo con aquellos recuerdos que el desplazamiento, la juventud, las


borracheras, los amores y desamores, no lograron borrar.

Luego, con el paso del tiempo, supe que no existió tal proceso de desmovilización,
sino que toda esa parafernalia hizo parte de una suerte de acuerdo en el que dejaban
las banderas del EPL para ingresar a las ya gruesas filas de las AUC al mando de Carlos
Castaño y Salvatore Mancuso, con lo cual, se volvería a repetir el que ya parece un
interminable ciclo de violencia que azota la región desde mucho antes de yo nacer.

Episodio II: La Masacre de los Hernández

El episodio II ocurrió unos años después. Luego de la construcción de la hidroeléctrica


Urra I, la mayoría de las familias que habitaban la vereda Gallo, al ser esta zona
inundable por el embalse, se vieron forzadas a desplazarse. Algunas familias se
desplazaron hacia los reasentamientos entregados en el proceso de reubicación, otras
hacia el casco urbano del municipio y otras zonas del departamento, y otras tantas hacia
zonas más altas del mismo territorio. Mi familia se trasladó hasta El Limón, una vereda
ubicada a una media hora de distancia de Gallo.

Allí, una de las mayores diferencias que había con respecto a nuestra vida antes de
Urra, era la presencia del embalse, un lago inmenso de agua que había cortado para
siempre el normal flujo de agua por el rio y con él las migraciones de peces, el viaje de
los planchones, las balsas, la pesca, el baño en el rio y la vida misma de los que como
yo, veíamos al rio como sinónimo de felicidad. Pero a pesar de todo, logramos
adaptarnos a la nueva realidad con todos los inconvenientes que trajo consigo el embalse
(mosquitos, aguas sucias por el material vegetal descompuesto, sedimentos etc). Para
esa época yo estudiaba en el casco urbano del municipio, empero en temporada de
vacaciones, debíamos ir el Limón a ayudar a mi papá en los oficios propios del campo.
Él siempre decía que en Tierralta (haciendo referencia al casco urbano del municipio) en
temporada de vacaciones, no hacíamos nada productivo, que él necesitaba ayuda y que
nosotros debíamos aprender de donde era que salía el dinero con el que nos alimentaba.
Sembrábamos plátano, arroz, maíz, cosechábamos y tirábamos machete como se le
conoce coloquialmente a la labor del jornalero cuando corta la maleza de los cultivos o
de los potreros.

Marlon Mercado Triana


Estudiante de Primer Semestre de la Maestría en Desarrollo Rural
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Esas fueron las últimas vacaciones que pasé junto a mis hermanos en la vereda el
Limón y como si la tierra misma no quisiera que la olvidáramos, sucedieron una serie de
hechos que, por su crueldad y barbarie, nunca borraré de mi memoria.

La vereda, como la mayoría de las que quedaban en la rivera del Sinú, tenía viviendas
a lado y lado del rio. En la margen izquierda, donde estaba la vivienda de mi familia,
había unas 6 viviendas, todas conformadas por familiares que tuvieron que asentarse en
esa zona alta de la vereda huyendo de la inundación y de los zancudos. En la margen
derecha, vivían unos tíos, sus hijos y unos primos de mi papa, los Hernández. Estos
últimos venían desplazados por la violencia de zonas altas del nudo del paramillo, una
vasta región boscosa y de suelos fértiles entre las cuencas de los ríos Manso y Sinú. Un
tiempo después de asentados en el limón, decidieron regresar esporádicamente a El
Manso a maderear4 y a establecer cultivos temporales, creyendo que la ola de violencia
había pasado. Nada mas lejos de la realidad.

Un día, todos miembros de la misma familia, entre padres, hijos, hermanos, cuñados,
sobrinos, fueron retenidos por un grupo armado ilegal5 en la desembocadura de uno de
los tantos ríos que alimentan el caudal del rio Sinú. En este punto, conocido como la
Boca del Socorro - cuenta el único sobreviviente de la masacre- fueron obligados a
desembarcar y los amarraron con las manos detrás de la espalda. Al caer tarde, todavía
entre oscuro y claro, empezaron a llevarlos en parejas hasta un sitio alejados del resto.
Allí, fueron decapitados, uno por uno a machetazos y sus cuerpos lanzados al rio. Con
la única mujer que iba en el grupo, la barbarie fue aun peor. El “Negro Asprilla”, como le
llamábamos cariñosamente al único que logró sobrevivir, se lanzó por un barranco hasta
caer al rio y después de penares, golpes y estar a punto de ahogarse, se zafó de las
cuerdas, y continuo rio abajo hasta sentirse fuera de peligro.

En esos mismos días, a un hermano de mi mama y varios compañeros que


regresaban a El Limón después de haber estado en la zona alta del rio Sinú, los
retuvieron en puntos cercanos a las masacres.

4Término usado coloquialmente para denominar la labor de cortar madera.


5Las autoridades atribuyeron el hecho a los frentes los frentes 18, 35 y 58 de las Farc, liderados por alias `El
Manteco y alias `El Negro Tomás. Fuente: El Tiempo, “24 CADÁVERES EN EL SINÚ”, 01 de junio 2001

Marlon Mercado Triana


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- Yo ya sabía la noticia de la muerte del “Guillo” y los demás -Cuenta mi tío “Molengo”
mientras mira al cielo y piensa que está vivo de milagro- y estaba resignado a que me
mataran. Estaba callado y con la cabeza gacha, rogando que por lo menos no me
mataron así de feo.

No lo asesinaron, y relata, que el cabecilla de ese grupo le dijo: “usted. Puede irse ya.
Estamos cansados de tanto matar gente”.

Tres días después, con los cadáveres ya empezando a descomponerse, pero aun
esparcidos en las aguas del rio, la comunidad se organizó, y entre familiares, amigos y
conocidos, empezaron a recoger los cuerpos mutilados de la familia Hernández. Ese día
no nos dejaron ir al rio, solo podíamos ver desde lo alto de la loma, cómo los jhonsos
llevaban halados con una cuerda los cadáveres de los amigos con los que tan solo unos
pocos días antes, jugábamos futbol y beisbol en la única chancha de la vereda.

Ese mismo día mi padre decidió que no podíamos seguir viviendo allí. Empacamos
todo lo que teníamos y nuevamente nos desplazamos de un lugar con el cual ya se había
generado un vínculo muy estrecho, pero que ahora, era el reflejo de una región inhóspita
en la que se nos arrebató, de la manera más inhumana posible, una parte de nosotros.

La masacre de los Hernández ocurrió un 22 de mayo de 2001. A pesar de que esta


fecha aparece en forma de una rayita más en la línea de tiempo que construí, fue la
primera vez en la que, ya teniendo conciencia del amor y el dolor, sentí cómo el conflicto
armado me tocaba de la forma mas cruel y despiadada posible: a través del asesinato
de mis amigos y familiares.

Marlon Mercado Triana


Estudiante de Primer Semestre de la Maestría en Desarrollo Rural
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