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Juan Sebastián Silva.

CORDURA ENFERMIZA.

Por un pasillo con paredes blancas, iluminado por unas lámparas, va caminando
aquel Doctor, con una mirada centrada y fría, con la típica bata que utilizan los
profesionales de la salud, zapatos impecables y también un pantalón negro de
prenses; observa que repentinamente ha llegado a su consultorio porque se
encuentra al final del pasillo, observa el ventanal con vista a la ciudad y entra a su
guarida. Empieza, como todas las veces que entra a su consultorio, a detallar cada
uno de los instrumentos que utiliza para su labor, observa su horóptero, esa cosa
que cuando uno es niño se le parece a unas gafas gigantes salidas de un futuro
excitante, a el doctor profesional de la visión le parece muy interesante este equipo,
porque gracias a ese equipo se puede hallar una corrección muy rápida según la
necesidad del ojo, en vez de hacer lo que se hace en el mundo, que es buscar
correcciones sectorizadas a incongruencias universales.

Por otro lado de la ciudad, quizá un lugar cercano al consultorio del Doctor; un
Escritor por convicción y amante de la lectura, se prepara para dirigirse hacia su
escritorio hecho en madera de ébano, tomar asiento y continuar con una obra que
venía escribiendo, en su trabajo hablaba sobre la muerte y la percepción sobre ella.
Este escritor no tiene ninguna particularidad, tampoco es una figura relevante, como
la mayoría de individuos que vivimos en una ciudad como Bogotá, hacemos parte
de un conjunto de humanos masificados dentro de una cotidianidad enfermiza.

En último lugar, nos encontramos ante una iglesia en el sector de Chapinero, la


arquitectura pseudogótica, siendo peyorativo, se ve explicita en la majestuosidad del
edificio, en medio del caos de la ciudad, sobre una arteria del transporte público.
Tranquilidad propia de la contracción eclesiástica. Allí está un Sacerdote, conocido
por su calidad como humano, un correcto ejemplo de lo que es un hombre de fe, de
dios.
II

Se repite la escena del pasillo, no se distingue la hora exacta, pues la mayoría del
tiempo es igual, o eso piensa el Doctor. Es casi epidémica la forma como a este
hombre le atropella la cotidianidad y la rutina, como el demás resto de mundo. Entra
a su consultorio y se encuentra con la imagen de un sujeto, sentado mirando hacía
el horóptero de espalda a la puerta del consultorio, vestido de forma muy elegante,
con sombrero negro, gabán negro, zapatos negros muy bien lustrados y pantalón de
paño, también de color negro, luego de un segundo después de verlo, el sujeto
volteó su mirada, al mismo tiempo, el doctor vio ese iris de color azul que lo dejo
totalmente perplejo y sin aliento, de forma ipso facta el doctor perdió literalmente su
visión. Sintió el borde hacía la locura, quedó paralizado y no podía siquiera mover
sus labios y articular la lengua para decir una silaba. Intervalos que demoran un
segundo y parecen como si toda la vida se viera en función de un tiempo tan corto
como es un segundo.

Dentro de la casa cural, se halla el Sacerdote; aparentemente meditando, cae


inmerso en su contradicción existencial, sabe que desde su niñez esto lo atormenta,
no es la primera vez que siente dicha angustia e intranquilidad por sí mismo.
Sentado en la oscuridad parcial del cuarto, entra un rayo de luz solar que golpea su
cara y la parte en dos; ya después de tanto estrés y alboroto en su cabeza, siente la
necesidad de pensar en un conjunto de parafilias que su cerebro acostumbra a
imaginar, usa esto para recordar que no debe pensar tanto en lo que lo afecta y que
su espíritu debe seguir firme ante el destino que supuestamente el no eligió y que
fue concebido por poder divino. Mero idealismo, lo más banal de lo intangible.

Son las tres de la tarde, hora en la que el sol toma cierta altura y su energía
golpea más fuerte, no todos los días son así de perfectos, los días perfectos
acarrean cosas que rompen con la cotidianidad del que lo percibe. Es una hora
perfecta para que el Escritor salga a la calle a tomar un poco de aire y a fumar un
cigarrillo. Caminaba por la carrera 13 sentido norte sur, miraba semáforos, también
veía las caras de las personas, los carros, cruzaba calles y también sonrisas. En
uno de esos cruces que aparentemente son normales, nunca NUNCA habrá ánimos
de reciprocidad ante un gesto de cordialidad de parte de otro; sus ojos se estrellan
de lleno en la locura. La Locura con mirada cautivante, difícil de olvidar; la Locura
con un cabello perfecto, ni largo ni corto, la Locura con unos elementos faciales
totalmente simétricos, simplemente lo más bello con lo que el Escritor se pudo haber
topado durante toda su vida en la calle. La Locura se percató de la presencia del
Escritor, y el Escritor, se percató que la locura supo de él; Locura y escritor se
vieron porque ambos querían hacerlo.

III

La eternidad para el Doctor había terminado, luego de ese segundo mortal,


reaccionó al pánico que lo mutaba y se preguntó por el porqué de su desgracia, es
decir, qué diablos puede hacer un experto en los ojos sino puede ver, nunca se
preguntó por lo absurdo de los hechos. En un tono bastante calmado y reflexivo, se
dio cuenta que el solo hecho de imaginarse la vida dentro de una penumbra, en
donde no se puede distinguir lo que está alrededor, es algo que produce miedo; el
sentir que el cerebro solo recibe información errónea de los ojos, debe generar el
vacío más inexplicable jamás experimentado por un humano. Eso pensaba el
Doctor, sin saber cómo reaccionar ante eso; logra retornar a la realidad de la que
había evacuado e intenta recordar lo que a diario veía, así como cuando llegaba al
consultorio, pudo encontrarse con el teléfono y de inmediato llamó a su esposa,
para contarle lo sucedido, ella inmediatamente salió hacía el consultorio anonadada
por lo que había escuchado de las palabras de su cónyuge.

IV

Al Escritor no le da miedo la cordura, no la sentía desde hace mucho tiempo. Quiso


enfrentarla, quería volver al sitio en donde se la encontró para conocerla, interactuar
con ella y superar los sentimientos negativos que ya traía producto de sus
experiencias pasadas.

Para volverse a topar con ella, comenzó a tomar caminatas con la misma ruta
que había usado aquel día que la vio. Fue así durante un mes, no consiguió verla.
Casi resignado ante su labor, decidió salir una última vez y sí, era un día soleado,
eran las 3 de la tarde y a eso de las 3:30, ahí venía de nuevo la Locura, al Escritor le
hervía la sangre producto de la ansiedad y la incapacidad de saber qué hacer. Se
cruzaron las miradas, así como la primera vez, y en una reacción tomó la decisión
de mover sus labios para dirigirle la palabra. Fue como si hubiese sido un
pensamiento reciproco, ambos reaccionaron de la misma manera; bastó solo un
saludo para denotar entre los ojos de él y ella, la conexión de sus almas, fuerte
destino que ellos mismo buscaron y encontraron.

Eran las mismas 3:30 de la tarde, con el mismo día soleado, en el mismo
lugar donde el Escritor se hallaba con la Locura, carrera 13 entre calle 51. El
Sacerdote salía de la iglesia, pasa por el lado de esta pareja de una manera
tranquila pero mirándolos a ambos, aparentemente a ambos. Cruzó la calle y tomó
un vehículo del transporte público hacia el sur de la ciudad, donde nadie supiera de
él o su actividad; Terminó en un barrio popular, donde la cantidad es tabernas es
bastante amplia y enterró su papel como empleado a servicio de la religión, pidió un
litro de aguardiente para terminar de aplastar su sentido de moral dogmática en la
que se veía metido, su personalidad comenzó a tener trastornos, era consciente de
lo que sentía, así que de nuevo le sacó el cuerpo a lo que lo flagelaba,
sumergiéndose de lleno en el exceso del alcohol, quería tocar fondo, no quería salir.

Habían pasado ya unas 6 horas después del incidente del Doctor, eran las 3 de la
tarde, el mismo día soleado y un lugar muy cercano al de los eventos de las
próximas 3:30. El consultorio se situaba directamente en la calle 51.

Su esposa llegó, él no había hablado con nadie aparte de ella, así que con lágrimas
en sus ojos cegados, contó lo que podría ser tomado como una historia ficticia
creada por cualquier novelista loco que quería alterar la realidad en alguna de sus
historias. Era obvio el estado de estupefacción de su esposa, su cerebro no podía
comprender lo irreal de lo que estaba escuchando y su cuerpo no sabía
comportarse ante semejantes incongruencias; así que le dijo a su esposo que
debían irse a casa, le pidió que fuera reservada en la salida y que procurara qué
nadie lo viera y menos que lo viera en su estado.

Tomaron un taxi, casi que de forma simultánea a el sacerdote qué tomaba su bus, y
se dirigieron hacía el sentido occidental de la ciudad. En el camino le pide a su
esposa que hable con algún conocido experto en psiquiatría, pero fueron unas
palabras ambiguas, como un susurro que luego se olvida, también expresó su
tristeza diciendo que no quería volver a su trabajo, que su vida se había terminado
totalmente.
El doctor solo pensaba que debía estar en su casa hasta que la muerte se dignara a
girar su vista hacía él para terminar con lo que sería una vida sin sentido dentro de
la oscuridad imaginaría que lo rodeaba.

Después de su encuentro anhelado, el Escritor había quedado en tener una cita con
la Locura, solo había pasado tres días desde lo ocurrido en la carrera 13 con calle
51, faltaban aún dos días para el día de la cita. Nervioso desde el primer momento
en dejar de verle los ojos a la Locura, hasta el pasar de cada segundo; solo restaba
esperar, mientras, en su libro consignaba formas de percibir la muerte, acabando
casi con su cometido, quería terminar hablando de cuando la muerte llega producto
de una decisión propia del individuo que la quiere generar, parece que el Escritor no
halla mucho que decir. La mayoría tiene un dios perverso que solo genera muerte y
dolor, nadie ve que eso es absurdo, por eso se crea un dualismo entre muerte y
vida.

Durante la siguiente semana, el Doctor experimentó situaciones extrañas, el


día 5 de mayo fue cuando ocurrió lo de sus ojos, al siguiente día, comenzó a sentir
que perdía la movilidad de sus articulaciones; su llanto, sus gritos de auxilio y su
imploración a dios fue vana, se dio cuenta como la vida simplemente se le iba, pero
debía sufrir sabiendo que aún estaba vivo. Veinticuatro horas de llanto le dieron
paso a la pérdida del sentido del olfato, del tacto, y el gusto. Ya para el jueves no
había nada alentador que lo hiciera no tener ganas de simplemente suicidarse,
aunque él mismo no podía incurrir en hacerse daño, su cerebro empezó a tener
alucinaciones mórbidas, como si tuviera definitivamente un daño cerebral, se veía a
sí mismo como su verdugo. Su alter, en las alucinaciones, le cortaba los dedos y le
mutilaba los brazos, también a veces solo soñaba con quitarse la vida. Lo extraño
de lo que alucinaba era que luego de tales cosas, en la misma alucinación se
despertaba como si no hubiese pasado nada, se repetía su tragedia una y otra vez,
algo así como el mito de Prometeo en la mitología griega, en dónde el susodicho fue
castigado, encadenándolo a una piedra, haciéndolo inmortal y que un águila se
comiera su hígado todos los días a la vez que cada noche, volvía a crecer su
órgano. Un jueves que le recordó lo eterna que es la vida, le mostró qué más allá no
hay más y que el dolor solo es producto de la parte antagónica alojada en nuestro
espíritu, no había explicación natural a lo que le estaba sucediendo, según él, así
que ya botando la toalla sumergió la poca cordura que supuestamente le quedaba,
en pensar cómo vivir en el infierno por el cual atravesaba.

Había sido un inicio de semana diferente, es decir, desde el 5 de mayo, en el


día martes, mientras el Doctor sufría por la inmovilidad del su cuerpo, y el Escritor
se hallaba en una posición de ansiedad, el Sacerdote se castigaba a sí mismo,
mientras no hacía más que recitar pasajes bíblicos. Flagelando su cuerpo que
según él, no era suyo, no era un asunto de arrepentimiento, por un contrario
contradictorio se lastimaba porque sabía que ese pedazo de carne no entrañaba lo
que en realidad era el sacerdote; aparte de las freses típicas religiosas que citaba,
su cerebro no era capaz de dejar de pensar que su vida no tenía sentido, igual
producto de su situación tampoco podía darse a si mismo un sentido, por eso mismo
fue que terminó como sacerdote. Típico entre débiles.

Al otro día luego de una jornada de confesiones en la iglesia le queda claro lo


misericordioso que es su dios y piensa que puede ayudar a las personas de una
forma más directa, posiblemente eso le dé sentido a su existencia.

Llegó el día que tanta preocupación le traía al Escritor, sábado 10 de Mayo,


se iba a adentrar en el ojo del huracán, se iba a perder en la mirada de la locura
¿Quién ha sentido que la locura lo observa? Es tan común como sentir miedo, pero
nadie se da cuenta que la locura es más tangible que lo que su cabeza cree y
dogmatiza.

Llegar unos minutos antes a una cita es un síntoma de que hay algo diferente
y bueno, ambos llegaron temprano a la cita, una sonrisa sirvió como elemento para
romper la tensión para darle paso un saludo; luego de unos cuantos intercambios de
palabras, la circunstancia los hizo caminar hacía un mismo rumbo, se dirigían hacía
una tienda que está en la Calle 19 con Carrera 5, cada pidió una empanada
acompañada por un Té. No hubo silencios incomodos, extrañamente por lo cual el
Escritor cayó en cuanta que estaba aislado de la realidad, ya estaba totalmente
ahogado en los ojos de la Locura; pasó el tiempo, la noche llegó, lo que los obligó a
terminar con su encuentro, separarse de nuevo y concretar una próxima salida.

VI
La siguiente salida para dentro de tal solo tres días, un espacio de tiempo
demasiado largo para el Escritor, la locura ya se había encargado de forma total de
su tiempo, ya había olvidado su libro. Durante el domingo, lunes y martes
siguientes, su rutina se vio reducida a hacer nada, solo pensaba en ella, no dejaba
de pensar en todos sus atributos físicos y personales, volvía a caer en cuenta del
porqué de su miedo a la locura, y es que su tiempo se estaba consumiendo, la vida
era irritante mientras no estaba con ella, por eso su temor, dependencia a sentirse
loco.

El domingo, una salida con un amigo; el factor común era pensar en ella. El
lunes, unas cuantas paginas leídas, unos cuantos cigarrillos, unas miradas hacia la
banalidad de la prensa, pero ella seguía ahí. El martes, el último día de espera, no
hacía más que revolcarse en su cama, con manos y pies tocando el grado de
congelación, y su cama impregnada de olor del sudor. Estaba muy impaciente
porque en realidad su encuentro con la locura era lo más hermoso que
experimentaba en su vida, un posible auge de una nueva etapa en su vida, una
etapa totalmente desconocida. Imaginarán lo que le costó poder finalmente dormir
en la noche del martes 13 de mayo.

El día en el que el Escritor salió con la Locura, es decir, el sábado 10 de


mayo, en la plenitud de la mañana el doctor se preparaba para abrir los ojos y
encontrarse de nuevo con la maldición de no poder ver y no poder sentir lo que lo
rodeaba, extrañamente pudo enfocar, ver colores y darse cuenta que estaba tapado
con unas cobijas de color café. No lograba coordinar las extremidades que había
perdido hacía unas horas y es que como si Jesús hubiera llegado y lo hubiese
curado, era imposible entender que sus discapacidades desaparecieron. La vida
pasó a someter la muerte en tales circunstancias tan innaturales.

Es claro que nada parece tener sentido, como cuando yo voy solo en el
transporte público, miro hacia la ventana y empiezo a pensar porque diablos estoy
ahí mirando un punto fijo sin ningún sentido aparente, parece inconsciente el hecho
de vivir. O cuando se siente la presencia de la soledad y preciso hay un espejo
mirando hacia dónde uno está, nuestra mirada se pierde en el vacío duplicado del
espejo y se somete ante las preguntas que empiezan a originarse en la cabeza, no
nos sentimos dueños de lo que somos, es como si la realidad fuera la fantasía
soñada por un psicópata.
Eso que se puede llegar a sentir parece absurdo y lo que le sucedía al Doctor
es aparentemente obvio que es absurdo. Ahora como podrá actuar un individuo que
sintió como se podía vivir al tiempo que se sentía muerto. El Doctor extrañamente lo
tomó muy normal, como había tomado todo desde antes, se reivindica en sus oficios
laborales, no da explicaciones, el consultorio es propio entonces no tenía problema
por no haber asistido en esos días; el caso es que retornó a su cotidianidad. Su
esposa no comprendió lo estúpido que era todo lo que había pasado así que optó
por darse un tiempo y alejarse un poco de él. El Doctor afrontó la proximidad de la
soledad.

Sería desde el sábado 10 hasta el miércoles 14 de Mayo un lapso de tiempo


en donde, por primera vez, el Doctor no sabía en qué estado se encontraba. Sintió
como la cotidianidad lo golpeaba fuerte en la cara, como esto era algo normal en su
vida, se dio cuenta que todo lo que había vivido era absolutamente igual, que había
sido una pérdida de tiempo solo darse cuenta hasta ahora que todo había sido
monótono. Así que el domingo lo dedicó a planear que hacer el resto de la semana.
El lunes, luego de media jornada laboral, se fue a un antro a jugar billar, actividad
que no frecuentó nunca a lo largo de sus experiencias. El martes, se fue a tomar
una cantidad alta de cerveza, el solo quería romper la vida estéril que había
desarrollado.

Es poco importante describir lo que el Sacerdote había hecho paralelamente


en el trascurso de estos días, solo me limito a decir que había caigo en un estado
mental deplorable. Era martes 13 de Mayo, ya un poco tarde, alrededor de las 9 de
la noche, las expresiones corporales de este sujeto eran raras, movía sus dedos sin
razón aparente de una forma muy aleatoria. Evadiendo totalmente su realidad, se
hallaba sentado en el piso, apoyando su espalda contra la pared de algún lado de la
casa cural, por un segundo pensó que halló la razón que le daría sentido a su vida,
entendió que lo que debía hacer era ayudar a la gente, pero no como lo venía
haciendo, sino debía darles la solución definitiva a sus problemas por pequeños que
fueran, que de un solo abrir y cerrar de ojos, las personas ya no vieran más lo que
les dolía y pudieran vivir en la tranquilidad infinita.

Después de la excitación que le produjo el haberle hallado tal sentido a su vida, lo


que hizo fue ponerse en función de su labor para poder empezar al día siguiente. El
plan era acercarse a las personas, hablarles y dar la solución; él también quería
ayudarse ese mismo día, lo último que haría para poder redimir su cuerpo para que
su alma fuera totalmente libre del dogmatismo que la prostituía.

VII

Era miércoles 14 de Mayo, por un lado de este cuadrado, estaba el Escritor, quien
iba en busca de su miedo este día, ella definitivamente era perfecta e implacable,
por eso el Escritor se encontraba en esta situación de ansiedad continua. Quedaron
de encontrarse en el mismo lugar en dónde el primer día sus miradas se
enamoraron, la misma carrera, la misma calle y la misma esquina.

Por otro lado del cuadrado, estaba el doctor, quien después de esas cosas
extrañas que supuestamente le pasaron, después de anhelar la muerte, sentía que
estaba viviendo el momento más feliz de su vida, nunca había estado tan tranquilo,
nunca había parado durante algún momento del día para sonreírle a su imagen
reflejada en un vidrio, nunca había sido él. Se encontraba en su consultorio,
expectante por el fin de jornada laboral y retomar lo que había planeado el domingo
pasado, se preparaba para salir e improvisar contando con 4 objetivos

Siendo las 4 de la tarde, un día soleado en un punto de la ciudad, carrera 13


con calle 51, nada alteraba el orden natural de la vida, a excepción de mis palabras.
El mismo caos organizado de la ciudad, la misma anarquía en las vías producida
por los conductores del transporte público, las mismas caras opacas que ni con el
sol brillan y que caminan de norte a sur o viceversa a encontrarse con lo patético de
sus vidas, las tiendas y la basura que la basura arroja a la calle. Todo estaba bien,
todo estaba ahí.

Un minuto luego de las 4pm, llega el Escritor y enseguida llega la mujer; por
la calle 51 sale el Doctor, vestido de forma muy elegante, con sombrero negro,
gabán negro, zapatos negros muy bien lustrados y pantalón de paño, también de
color negro.

Unos minutos antes del encuentro lejano de esas dos necrologías, el


sacerdote piensa en fabricar su propia necrología. El hace parte de ese tercer lado
de este cuadrado. Sacó de un mueble añejo un arma corta, modelo Smith and
Wesson, calibre de 11mm y un tambor que permite que permite cargar 6 disparos, él
cargó solo 4 municiones, guardo su herramienta de trabajo entre el bolsillo de su
gabán, tomó una última copa de un vino barato y salió a cumplir su destino consigo
mismo.

VIII

Eran de nuevo las 4 de la tarde, en punto, el Sacerdote bajó unas cuantas escaleras
que comunicaban con la calle, observó la naturalidad perturbadora de la zona,
además de ver unos cuantos transeúntes, su vida se paralizó, el tiempo y el espacio
desaparecieron, quizá sea este un síntoma de felicidad y satisfacción. El Escritor
cruzaba unas palabras con su locura, el Sacerdote se percató que ese sujeto estaba
hablando solo en la esquina, le pareció reconocida la cara del sujeto, recordó que lo
había visto un día y se acercó a hablarle. Después de todo la locura sí le había
destruido la cabeza a este sujeto que hablaba solo, con razón le temía.

El Doctor sintió que el tiempo y el espacio no se mutaba con respecto a los


demás individuos que se encontraban por ahí, todo era la misma mierda vista desde
la mima forma de ver la mierda. Su vida se paralizó, el tiempo y el espacio
desaparecieron, quizá sea este un síntoma de felicidad y satisfacción, es que había
muerto y había resucitado, hombre totalmente redimido; echó un vistazo
panorámico, apretó su mano en el bolsillo y desenfundó el arma que lo acompañaba
en esta ocasión tan especial, sobre las personas que estaban cerca suyo, primero
cayó el Sacerdote, luego el Escritor, que en el momento hablaba con el Sacerdote,
luego cae ese sujeto que parece ajeno a esta necrología pero hace parte del todo, y
como si hubiese contado las balas apretó el gatillo apuntando hacia su cabeza,
mientras como últimas palabras exclamó, OJALÁ TODOS SEAN LIBRES; la pólvora
se encendió de ipso facto, luego de una salpicada de sangre, cayó al suelo con el
cráneo destrozado.

Cuatro tiros limpios y letales, experiencias sobrenaturales que realmente eran


mera ficción producto de un cerebro enfermo, una locura que era literalmente locura,
un libro inconcluso, un hombre que fue salvado de su propio destino, un
incongruente encuentro entre el miedo, el miedo a vivir, y un último lado del
cuadrado que pudo haber sido usted o pude haber sido yo.

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