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Integrantes: Paula Niño Morales, David Alfonso Parada, Diana Lucía Alzate,
Zaida Mayorga y María Fernanda Rodríguez Jaime.
Introducción
De ahí que la literatura sea uno de los caminos más atractivos para acercarse al
interrogante. Para tal fin, nos aproximaremos a Zoro y a Dalia y Zazir, dos obras de la
literatura infantil que dejan al descubierto no solo la paridad entre la propensión infantil
a crear fantasías a causa del miedo, sino también el hecho de que para bordear la
pregunta de a qué le tienen miedo los niños se podría: abordar la perspectiva del autor,
del lector o la del personaje. Como las piezas literarias se tomarán a la letra, haremos
una aproximación a los personajes de estas dos obras, siguiendo sus pasos al detalle: en
un caso se trata precisamente de un niño; en el otro, de animales, personificaciones muy
próximas al mundo infantil. Sin embargo, para poder hacer tal aproximación, es
1 Cf., https://www.youtube.com/watch?v=Aj7YBRqqpdo
necesario clarificar o hacer un intento de definición del miedo, desde un sustrato
teórico.
Bajo esta perspectiva teórica es pertinente pasar a las obras literarias objeto a través de
una sencilla cadena de relaciones: hay un vínculo entre el miedo y la fantasía, a su vez
hay un nexo entre la fantasía y la literatura. Si bien, ni Zoro ni Dalia y Zazir hacen parte
de la literatura gótica, de suspenso, de terror, ni de aquella influida por Poe, el maestro
de los cuentos de terror, al interior de estas obras se identifican escenas en las que los
personajes son presas del miedo, esa afección en gran parte obedece a la fragilidad y a
la convalecencia eterna del ser humano que se proyecta en los personajes literarios.
Zoro
En Zoro, un niño indígena de 12 años, cuya comunidad está en permanente huida por la
colonización y que, en medio de un ataque al interior de la selva, se separa de su
familia, hay tres referencias más o menos explícitas del miedo, no necesariamente
designado como tal. Estas tres referencias tienen como antesala el sentido de la
afectación determinante del miedo, destacado por el estado de abandono del niño: “…su
pueblo montado en barcas, había desaparecido. Ahora recordaba un confuso griterío y
un estampido de pólvora y un golpe en la cabeza que lo había desvanecido…” (Jairo
Aníbal Niño: 1996, 10). Tal estado de abandono, da lugar a la temibilidad, de esta
manera es como si el afecto preparara el terreno a lo temible, y una vez abonado el
terreno, surge la figuración, la concreción, o mejor, la ubicación del miedo.
Considerando lo anterior, en lo que sigue mencionaremos las tres referencias, sin por
ello, dejar de lado, escenas de la obra que más o menos indirectamente nos llevan a
pensar en el miedo, lo siniestro y la fantasía.
La segunda, conlleva la ubicación fantástica del miedo y ocurre cuando Zoro, en medio
de la selva, ve aproximarse ante él al tigre de vidrio: “(…) Zoro ocultó su cara entre las
manos esperando el zarpazo que le quitara la vida” (Jairo Aníbal Niño: 1996, 11). El
tigre de vidrio es una criatura propia de la selva que en el relato deviene fantástica, Zoro
se cubre el rostro con las manos porque no quiere ver lo que intuye que se aproxima: ser
devorado por la criatura. Esta indeterminación y a la vez presunción de lo que
acontecerá permite caracterizar la afección de Zoro como miedo, así como el hecho de
que el objeto que le produce esa afección, aunque fantástico, hace parte del mundo y es
exterior al niño.
A partir de aquí, como en juego de espejos, el niño y el animal se equiparan en una sola
mirada, como se colige a continuación:
“Zoro levantó la cara, miró al tigre y vio reflejada en sus ojos la historia del
día de la fiera. Lo vio allí, levantarse por la mañana, ocultarse entre los
pastizales y lanzarse en una carrera eterna contra un rebaño de toros de
monte, hacer siesta bajo un cielo de calor, y vio su propio retrato navegar
por el río, atar su caballito flotante a un palo de caimo, dormir, vislumbrara
la polvareda de la luna, ver al tigre en el ojo del tigre, y cubrir su rostro con
las manos del pánico” (Jairo Aníbal Niño: 1996, 12).
Pero casi al instante, el animal se separa de la escena y deja tras su oscura desaparición
una noche de sobresalto:
“El tigre de vidrio dio un salto enorme, y el niño lo vio brincar tras el aleteo sudoroso de
un pato ciego que no encontraba la tierra para posar su agotado cuerpo. Vio desaparecer
al pato entre la boca del tigre y luego vio desaparecer al tigre entre unas nubes negras”.
El niño “no pudo volver a conciliar el sueño” (Jairo Aníbal Niño: 1996, 12).
“Al tercer día, en un claro, se toparon con una vaca enorme, de ojos color de
aceituna y con una piel clara y brillante. Se sorprendieron de que junto al
vientre del animal hubiera una escalera de mármol. Subieron por ella y
cuando llegaron al último escalón, se abrió una puerta en la barriga de la
vaca. Descubrieron entonces que el animal, en su interior, era una casa.
Penetraron en una sala que tenía un tapete rojo con flores bordadas en las
orillas, cojines de raso, y un dormitorio con un colchón de plumas de garza.
Del techo pendían varios bejucos transparentes y pronto descubrieron que,
al oprimirlos soltaban un chorro de leche cremosa y fresca. Como estaban
muy fatigados, se tendieron en los cojines y durmieron mecidos por el
ronroneo y las respiraciones del animal” (Jairo Aníbal Niño: 1996, 43).
Al día siguiente,
La tercera referencia explícita es el llamado del padre de Zoro para que el niño no se
dejase permear por el miedo, esa afección que a veces resulta paralizante: “”Hijo”, dijo
la voz del recuerdo, “no permitas que el miedo inunde tu corazón. Ningún peligro, por
grande que sea, te debe impedir pensar y reflexionar. Tú puedes pensar y esa es tu mejor
arma. Úsala” (Jairo Aníbal Niño: 1996, 50). El alcance de las palabras del padre se
evidencia en todo el relato, puesto que Zoro nunca se resigna a la quietud respecto al
dominio de los invasores, ni respecto a los peligros de la selva.
Dalia y Zazir
Sobre este tema, Lacan (1949) en su texto El estadio del espejo como formador de la
función del yo (je) tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica, mencionó
que el infans nace con un cuerpo prematuro que no reconoce como propio, las partes
que ve de él no las diferencia del cuerpo de la madre o de su cuidador. Sólo a partir de
los seis meses de edad logra ver la imagen especular de su cuerpo, la cual asume como
propia a partir de un proceso de identificación que conquista desde dos momentos: uno,
cuando ve el movimiento de aquella imagen y lo relaciona con su propio movimiento;
dos, cuando el otro autentica dicha imagen especular al decirle “tú eres eso” (Jacques
Lacan (1949): 2002, 93).
Dalia y Zazir se envuelven en una aventura fantástica para encontrar al caballo más
antiguo, sabio y pequeño del mundo, del cual quieren beber sus palabras. Zazir
atraviesa la aventura de vivir en un escenario que está siempre en su contra: bestias y
lugares inesperados con los que tropieza en su travesía de búsqueda de un doble que
jamás siente que pueda ser él.
Los dos personajes emprenden un valiente viaje hacia el Valle de la Estrella; viaje con
“(…) un valor iniciático; implica el abandono de lo que le es más familiar, por ello,
comporta el riesgo del encuentro con lo extraño, lo extranjero, lo radicalmente Otro”
(Belén Rocío Moreno: 2002, p. 84). En efecto, los personajes, en el camino, encuentran
como refugio una caverna para pasar su primera noche, allí descubren unas luces color
violeta, que suscitan el siguiente diálogo:
Aquí se observa cómo Dalia es apoderada por el miedo, inicialmente prefiere detenerse
ante eso desconocido que aparece frente a sus ojos, se le manifiesta algo que no sabe de
qué se trata, no le amenaza, pero queda casi petrificada, tanto así que su tono de piel
cambia, no le asusta lo que ve, si no lo que pueda haber más allá; sin embargo, tal
parece que le resulta más espeluznante la soledad, pues decide embarcarse de nuevo con
Zazir. Precisamente, Lacan sostiene que “El miedo paraliza, se manifiesta mediante
acciones inhibidoras, incluso plenamente desorganizantes, o arroja al sujeto en el
desconcierto menos adaptado a la respuesta” (Lacan (1962-1963): 2010, 173).
Así, Dalia y Zazir deciden adentrarse en la caverna, donde se topan con múltiples
puertas metálicas y abren una de ellas, sin saber que esto daría apertura a las demás.
Las garras y los picos salieron de sus habitaciones y se lanzaron contra los
intrusos” (Jairo Aníbal Niño: 2014, 29).
Descripción un tanto monstruosa, que figura una aparición que llega desde lo
inesperado. Trozos de un otro que no es semejante sorprende en la escena a aquellos
minúsculos personajes, intimidan con intentos no fructíferos de agresión y son
representados como amenaza que fragmenta la imagen del yo. Por lo tanto, se lo querrá
esquivar, desaparecer y hasta aniquilar, y no es para menos pues su figuración, se podría
decir desestructura momentáneamente, tacha y hace evidente la falta en el sujeto.
Un día de espanto, Zazir vislumbró la extraña figura del jaguar de las nubes,
un animal con “patas tan largas que elevaban el cuerpo del felino a por lo
menos noventa y nueve metros de la tierra […] Zazir contempló la figura
del felino y se estremeció. Éste es el fin-dijo […] los jaguares son nuestros
peores enemigos. Y el jaguar de las nubes jamás deja un caballo con vida
[…] El jaguar se detuvo a unos veinte pasos de los dos amigos […] De
pronto, dio media vuelta y echó a correr” (Jairo Aníbal Niño: 2014, 42).
Después de ese tropiezo, creyendo que era el momento de su muerte, Zazir no pudo
conciliar el sueño, no ser devorado tal como lo esperaba generó en él un interrogante
acerca del deseo del jaguar: ¿no puedo creer que no me haya devorado? ¿qué quiere de
mí?, “los jaguares no desprecian un bocado de caballo. He visto a algunos engullir la
hierba que ha soportado durante la noche el sueño de la manada […] (Jairo Aníbal
Niño: 2014, 42).
En esta escena se sitúa la relación con el Otro cuando el sujeto ignora qué es para ese
Otro, es decir, el objeto de su deseo o la presa. Recordemos que el sujeto accede a su
imagen sólo a través de la mediación de la palabra del Otro, lo cual, muestra una
relación entre el sujeto y el deseo del Otro, ya que éste le atribuye una imagen en
conformidad con su deseo. Que el jaguar no actuara como Zazir lo esperaba, generó la
incógnita del deseo del Otro y, aumentó el interrogante sobre su propia imagen: ¿quién
era él para el Otro? Referente a esto, Colette Soler en su libro Declinación de la
Angustia, sostiene que, "lo que angustia es el enigma, sea del Otro, sea del sujeto"
(2007, p. 25), dicho interrogante acompañó a Zazir en todo su viaje hasta que fue
develado el deseo del Otro y su posición ante éste. A través de ese descubrimiento, pudo
ver el rostro de su enemigo y actuar.
-Sí
- Cuéntela.
- Creo que están hechos con la memoria del pasado mañana (Jairo Aníbal
Niño: 2014, 9).
Este no querer recordar que es lo mismo que no querer saber sobre aquello que
denominamos pasado. Se puede decir que para Zazir los tres tiempos pasado, presente y
futuro son lo mismo, un eterno pasado. No parece haber otro tiempo para la máquina del
pensar, lo cual, inevitablemente tiene efectos sobre el devenir del sujeto.
Con todo, Zazir y Zoro se lanzan a una aventura hacía lo desconocido y allí, donde la
laguna del recuerdo se instaura y el saber no acude para responder al desconcierto,
aparece el miedo. Con todo, el miedo no es la angustia. En esta última afección, el
sujeto está completamente a merced del Otro porque algo de sí se cierne en esa relación
y hay riesgo de ser devorado por eso, pero la aparición de la fantasía puede constituir
una evidencia de que el sujeto escapa de ser objeto de ese Otro.
De este modo, puede concluirse que las dos piezas literarias permiten suscitar
interrogantes y a la vez ejemplificar situaciones de miedo o angustia que atraviesan los
personajes en escenas concretas. Con todo, ni Zoro, ni Zazir retroceden y a cambio de
quedar petrificados por el recuerdo del terror del desplazamiento forzado, o por la
humillación de no encajar en la manada por su tamaño, prefieren vivir el devenir de una
aventura heroica.
Bibliografía:
Heidegger, Martin. El ser y tiempo. (Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2009)
Lacan, Jacques. El estadio del espejo como formador de la función del yo (je) tal como
se nos revela en la experiencia psicoanalítica (1949). En: Escritos I (Buenos Aires:
Siglo XXI, 2002)
Moreno, Belén. El monstruo con imagen, sin semejanza. En: Revista Desde el jardín de
Freud N°2. (Bogotá: Universidad Nacional, 2002)
En la web: