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ACTIVIDAD 9

Tipo de victima infantil

En mi criterio, para que un niño asesine, tiene que haber una vulnerabilidad de tipo
biológico o psicológico, siendo que en el primer caso puede tratarse de algo innato
o bien de un daño o alteración cerebral que haya afectado los mecanismos
reguladores de la conducta, sobre todo en lo que respecta al control de los
impulsos.

Los múltiples factores pueden dividirse en exógenos e internos, división esta que
es clave a la hora de saber qué tan rescatable es tal o cual niño asesino en
concreto. Dice por ello el especialista Vicente Garrido: “Cuanto más peso tengan
en cada caso los factores exógenos, los factores ambientales y educativos, más
posibilidades de recuperación. Y al revés, cuanto más pesen los factores internos,
es decir, de temperamento o personalidad, peor es el pronóstico. Si presenta
rasgos que en un adulto serían catalogados como de psicopatía, como
insensibilidad o falta de arrepentimiento, el pronóstico es peor (…). Una
personalidad psicopática lo seguirá siendo, seguirá manipulando y buscando
siempre su conveniencia, pero puede llegar a interiorizar que hay unos límites que
no debe traspasar.”. Esto nos muestra que un niño con tendencias psicopáticas no
está condenado al crimen, pero lógicamente es mucho más propenso a caer en él,
dado un entorno determinado, que un niño sin esas tendencias en ese mismo
entorno.

Ahora, y en cuanto a los factores externos, tenemos que el niño que mata, y en
líneas generales el niño que delinque con violencia, suele haber sido víctima de
abandono, maltrato, carencias emocionales, y usualmente pobreza. Puntualmente
en lo que son los maltratos, las estadísticas muestran que aproximadamente un
90% de los niños maltratados se convierten en personas violentas y maltratadoras,
y empiezan ya desde temprano a manifestar esa violencia, pudiendo en casos
excepcionales plasmarla en el asesinato…
Ya a nivel de los mecanismos psicológicos, a veces estos suelen ser profundos y
nada evidentes. Por ejemplo, los psicólogos afirman que, cuando el niño mata con
ensañamiento, está manifestando en ello un deseo inconsciente de destruir la
imagen que tiene de sí mismo como ser vulnerable, buscando así librarse del
sentimiento que tiene de ser una víctima. Otra situación interesante es la que se
da con la humillación; pues, cuando un niño es humillado, frecuentemente se
dispara en él un mecanismo psíquico que le lleva a ver en los demás la causa de
todos sus males; y esto, desde luego, va haciendo que se acumulen deseos de
venganza, aumentando la probabilidad de que el niño busque hacer daño, ya que
eso equivaldría a atacar la fuente de sufrimiento.

Pasando ahora a la interacción entre los factores ambientales y los factores


internos, surge la pregunta de por qué, dado un determinado entorno lleno de
circunstancias que empujan al crimen, un chico se vuelve criminal y otro no. La
respuesta quedó insinuada antes: hay ciertas tendencias innatas que potencian,
en un conjunto dado de condiciones externas desfavorables, el surgimiento de la
tendencia criminal. Ese es el caso de las llamadas “personalidades antisociales” y
de los sujetos con tendencias psicopáticas. Pero existen casos en que tales
tendencias no nacen con el niño y aun así éste termina delinquiendo con violencia:
en algunos casos de este tipo, lo que ha ocurrido es que las condiciones del
entorno han sido tan fuertes que han terminado afectando, modificando hasta
cierto punto estructuras cerebrales vinculadas al control de los impulsos y a otros
aspectos ligados a lo que determina la presencia o ausencia de la tendencia
criminal. De este modo, estudios clínicos muestran que “niños sometidos a malos
tratos sistemáticos tienen la amígdala hasta un 12% más reducida”, y la amígdala
tiene como función principal el proceso y almacenamiento (a partir de memorias)
de reacciones emocionales. Algo parecido sucede cuando el niño, como
consecuencia del maltrato recibido, tortura animales, ya que se ha demostrado
que la repetición de actos crueles termina por menoscabar las conexiones y
estructuras cerebrales vinculadas a la empatía… Cabe mencionar que todo esto
tiene mucha más vigencia en el caso del niño, pues su cerebro es más maleable,
más cambiable, ya que está en fase de maduración, de desarrollo. Al respecto de
este tema, José Sanmartín, director del Centro Sofía para el Estudio de la
Violencia, explica que: “Sabemos que los niños maltratados también presentan
afectación de las conexiones entre los dos hemisferios a través del cuerpo calloso.
Las conexiones entre la amígdala o el hipocampo y la corteza prefrontal son muy
importantes, porque la corteza es el lugar donde residen los mecanismos de la
conciencia. En ella comparamos opciones, evaluamos consecuencias, elegimos
entre disyuntivas, y decidimos llevarlas a la práctica o no. Luego impregnamos de
sentimiento esas acciones. Y todo eso lo hace la corteza prefrontal, que lee e
interpreta los impulsos que llegan de la amígdala y los potencia o los inhibe según
esa valoración”

los principales elementos temperamentales que podrían favorecer la aparición de


la violencia, estos son la dureza emocional, la impulsividad y la ausencia de
miedo. La dureza emocional se puede manifestar en indiferencia hacia los demás,
insensibilidad o falta de empatía, simple frialdad, o crueldad en casos extremos.
“Si no siento, no sufro”, tal es la lógica del niño que adopta la dureza emocional
como respuesta a un entorno que le genera malestar, siendo que ese entorno
puede pasar desde manifestarse a nivel familiar en algo tan radical como unos
padres que golpean, hasta manifestarse en algo aparentemente no tan nocivo
como unos padres que no insultan ni golpean pero son fríos, distantes e
indiferentes, siendo que, si hay hermanos y estos repiten la conducta o si
simplemente no hay hermanos o fuente alguna que contrarreste esa falta de
afecto, las consecuencias serán aún peores en el proceso de endurecimiento
emocional del niño. Pasando a la impulsividad, de ésta ya se dijo que puede verse
empeorada por el maltrato, y potenciada por una inadecuada formación en la que
no existan límites y valores. Finalmente, la ausencia de miedo es el más peligroso
de los tres componentes, y generalmente es innato cuando se manifiesta con
intensidad. Dice sobre esto el psicólogo Andrés Pueyo: “En estos niños, el castigo
no sirve de nada. Ni el castigo físico, ni la amenaza, les produce el más mínimo
impacto”.
Casuística del Petiso Orejudo

La historia del “Petiso orejudo” es una de las más escalofriantes que puedan
encontrarse dentro de la criminología moderna a mi parecer. Este muchacho
argentino, llamado Cayetano Santos Godino, comenzó su carrera criminal con tan
solo 7 años de edad, escogiendo a otros niños como sus víctimas. Godino, quien
además era pirómano, tuvo en vilo a toda la población de Buenos Aires de
principios del siglo XX. La estremecedora vida del Pequeño orejudo, el niño
asesino, ha sido llevada a la gran pantalla de mano del director madrileño Jorge
Algora, bajo el titulo “El niño de barro. La historia de Cayetano Santos Godino
coincide completamente con la de muchos otros asesinos en serie adultos y, como
suele suceder, comienza con una infancia tortuosa. Hijo de inmigrantes
calabreses, este muchachito nacido en 1896, en la ciudad de Buenos Aires, tenía
siete hermanos y un padre alcohólico y maltratador. Fiore Godino, su progenitor,
había contraído sífilis incluso antes de que naciera Cayetano, lo que le trajo al niño
graves problemas de salud. Incluso podría decirse que ya desde pequeño el
“Petiso orejudo” conoció la muerte de cerca, a causa de las enfermedades que le
afectaban. Godino se crió en la ley de la calle. Las reglas de una ciudad repleta de
inmigrantes en ese principio de siglo XX y que todavía estaba muy lejos de ser lo
que sería tiempo después. De hecho Almagro y Parque Patricios, hoy dos
sectores plenamente integrados en la capital argentina, eran zonas linderas y con
descampado. Esos barrios serían el epicentro de las andanzas de este niño, al
que muchos no dudarían en calificar como un verdadero monstruo. Cayetano
desde los cinco años comienza a recibir educación formal en diversos centros
escolares. Pero la falta de interés en el estudio y su comportamiento violento e
indisciplinado hacen que Godino vaya de un colegio a otro con rumbo errante. Su
hábitat natural eran las calles y descampados. Le encantaba matar gatitos y
observar como agonizaban. También sentía adoración por el fuego. Estaba claro
que el “Petiso orejudo” no era un niño normal y corriente. Tenía tan solo 7 años
cuando cometió su primer acto violento hacia una persona. La edad en la que un
chico debería estar más preocupado por sus juegos y fantasías propias de la
niñez. Pero a Cayetano, le atraían otras cosas. A pesar de su aspecto flacucho,
sus orejas prominentes y su baja estatura, Godino tenía un gran poder de
atracción sobre los menores. Los invitaba a sus juegos, les ofrecía caramelos y así
lograba llevarlos a zonas donde nadie pudiera ver lo que pretendía hacer con
ellos.

La primera de sus víctimas, aunque tuvo la suerte de que nada grave le sucediera,
fue Miguel de Paoli, un niño de casi dos años, que fue golpeado por el “Petiso” y
después arrojado sobre una zanja llena de espinos. Un agente que circulaba por la
zona se percató de lo ocurrido y llevó a los niños a la comisaría, donde fueron
recogidos por sus madres unas horas más tarde. Un año más tarde, sería el turno
de Ana Neri, una vecina suya que apenas tenía 18 meses de edad. También tuvo
fortuna la pequeña Anita, ya que los golpes que Cayetano le infringió con una
piedra no llegaron a matarla gracias a la intervención de un policía que advirtió lo
que sucedía y puso fin al asunto. Godino salió de prisión esa misma noche por su
corta edad. Ya para aquel entonces se había iniciado en la delincuencia menor
junto a su amigo Alfredo Tersi y su padre había descubierto una gran cantidad de
pájaros muertos que el “Petiso” guardaba debajo de su cama. Su primera víctima
mortal estaba al caer.

Aunque nadie se enteraría hasta tiempo después. Una niña de 18 meses de edad,
era golpeada y luego enterrada viva por Cayetano, quien cubrió la fosa con latas y
otros desperdicios. Este hecho había ocurrido en 1906, cuando Godino ya contaba
con 10 años de edad. La muchacha fallecida, presumiblemente, sería María Rosa
Face, sobre quien se había efectuado la denuncia de desaparición y jamás había
regresado. En el terreno baldío donde el “Petiso” adujo enterrarla se construyó un
edificio de dos plantas. Así es que nunca pudo corroborarse la confesión del niño
criminal. Para ese entonces, Cayetano Santos Godino parecía ser una persona
irredimible. Tenía 10 años de edad, se había convertido en un masturbador
compulsivo y en un auténtico irreverente. Sus padres no sabían que hacer con él,
fue el mismo Fiore Godino quien lo denunció ante las autoridades. Cayetano pasó
dos meses tras las rejas, para volver a su vida habitual: la de la vagancia y el
morbo. Después de agredir a Severino González Caló (a quien intentó ahogar) y a
Julio Botte (le quemó los párpados con un cigarrillo), nuevamente sus progenitores
lo entregan ante las autoridades. Era 1908 y ese Cayetano de 12 años de edad
fue enviado a pasar sus días en la Colonia para menores de Marcos Paz. Se sabe
el efecto que suele causar una estancia en prisión para cualquier recluso. Lejos de
rehabilitarlo y reinsertarlo en sociedad, aunque aprendió allí a leer y escribir, los
duros días de reclusión lo devolvieron a las calles mucho más endurecido, frío y,
por supuesto, ávido de crímenes. Tres años pasó allí y salió hecho todo un
adolescente, pero un adolescente que había vivido cosas que otros no. Cayetano
se hacía fuerte en las calles. Deja de transitar los lugares por donde andaba
siempre y se dirige hacia las zonas más lúgubres de la ciudad. Allí empieza a
consumir alcohol y a inmiscuirse en cuestiones no del todo santas. Sus padres
consiguen que trabaje en una fábrica, pero tan sólo dura tres meses en su puesto.
Estaba claro que su carrera se encontraba en otro sitio. Su próxima víctima mortal
sería Arturo Laurora, un joven de 13 años, quien apareció brutalmente golpeado,
semidesnudo y con un cordel en su cuello estrangulándolo. Algunos días antes, el
17 de enero de 1912, Godino había prendido fuego una bodega de la calle
Corrientes. Cuando fue detenido, sus palabras fueron claras y no mostraban
ningún tipo de remordimientos: “me gusta ver trabajar a los bomberos. Es lindo ver
como caen en el fuego”.

Estos hechos no serían sino la confirmación de lo que vendría luego: un sinfín de


agresiones y crímenes de todo tipo. Primero prendió fuego a Reina Vaínicoff
arrimando una cerilla a su vestido de percal. La niña de cinco años falleció poco
después. También, demostrando su amor por el fuego, causó tres incendios más
que pudieron ser controlados, incluyendo una estación de trenes. Los animales se
encontraban asimismo bajo su “jurisdicción”. Por esto, mató a puñaladas a la
yegua de su patrón Paulino Gómez, cuando se encontraba trabajando en una
bodega. Algunos niños tuvieron mejor fortuna que otros. Así fue como
milagrosamente se salvaron Roberto Russo, de 2 años de edad, Carmelo Gittone,
de 3 y Catalina Naulener, de 5. Todos ellos fueron golpeados y seducidos
previamente por el “Petiso orejudo” (ese nombre ya era común para hacer
referencia a él en los círculos por los que se movía).
De todos modos, o algún agente del orden o una persona que casualmente vio lo
que estaba sucediendo, pudo impedir un desenlace mucho más trágico. Pero
Cayetano Santos Godino se tenía reservado un último crimen. Tal vez el más
nefasto de todos. Era la mañana del 3 de diciembre de 1912 y Cayetano salía de
su casa como lo hacía siempre, a vagabundear un rato. También Jesualdo
Giordano, un niño de 3 años, se dirigía a jugar con sus amigos del barrio. Y tuvo la
mala suerte de que su destino y el de Godino se cruzaron. El “Petiso” se sumó a
los chicos, que no pusieron reparos. Al fin y al cabo, siempre se llevó bien con
ellos. Un poco por su aspecto de idiota y otro poco porque sabía seducirlos.
Jesualdo por medio de caramelos cayó en su juego. Jesualdo caminó con
Cayetano hasta la Quinta Moreno, un lugar alejado donde el “Petiso orejudo” haría
de las suyas por última vez. Allí lo arrinconó, lo golpeó y, quitándose la cuerda que
llevaba por cinturón, lo ahorcó. Pero como el chico no moría, lo ató de pies y
manos y salió en busca de un elemento más contundente. En la búsqueda, se
topó con el padre de Jesualdo y hasta tuvo el tino de decirle que fuera a la
comisaría a hacer una denuncia por su desaparición. El elemento que empleó
Godino para acabar con el niño Jesualdo fue un clavo de cuatro pulgadas, que
enterró en la sien de la criatura. Luego cubrió el cuerpo con una chapa y se dio a
la fuga. Incluso tuvo el atrevimiento de pasar por el velatorio del niño. Dicen que
aún quería ver si tenía el clavo enterrado en la sien. Dos agentes de policía, Peire
y Bassetti, ya habían unido acertadamente las pistas de todos los crímenes y
fechorías. No quedaban dudas de que se trataba de Cayetano Santos Godino, ese
adolescente repleto de perversión y totalmente reacio a respetar las leyes y
normas establecidas. Un registro en la casa de los Godino arrojaría rápidos
resultados: restos de la cuerda que utilizó para estrangular a Jesualdo Giordano y
un recorte del periódico La Prensa que relataba los detalles del crimen llevaron las
sospechas al terreno de las certezas. Godino confesó sus crímenes y, en un
primer momento, fue llevado a un Hospital de Salud Mental. Es que creían que era
un disminuido psíquico y que no tenía consciencia de sus actos. Pero allí trató de
matar a un inválido postrado en una cama y a una persona que paseaba en sillas
de ruedas. Los años finales de Cayetano Santos Godino transcurrieron en la
cárcel del Ushuaia –la ciudad más austral del mundo-, conocida como “la prisión
del fin del mundo”. Un durísimo correccional, donde estaban recluidos los
delincuentes más peligrosos y que, para establecer una similitud, era equivalente
a las prisiones rusas de Siberia o el San Quintín estadounidense.

“Es un imbécil o un degenerado hereditario, perverso instintivo, extremadamente


peligroso para quienes lo rodean”, afirmó tajantemente el informe psiquiátrico,
cuando Godino pidió por su libertad en 1936. Finalmente Cayetano falleció en
1944, víctima de una hemorragia interna. Se supone que fue producto de las
continuas palizas y vejaciones sexuales que recibía por parte de los otros
reclusos. Un final alejado, cruento, correspondiente con lo que fue la vida de un
niño extraño, con aspecto de idiota y que sentía un enorme placer por hacer lo que
la sociedad condena.

Justificación

Escogí este caso en particular para connotar que los niños siempre serán victimas
muy vulnerables tanto en altos como bajos estratos sociales, supervisados o con
omisión de cuidado, en hogares disfuncionales como funcionales.

En este caso es todo un paradigma para los estudiosos de la criminalidad se


puede observar que el victimario por su condición de vulnerabilidad de niño se
convirtió en victima al final de sus días asesinado por adultos y en un marco
general este niño siempre fue víctima de las circunstancias sociales que influyeron
en su sano desarrollo de sus procesos mentales.

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