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¿A dónde va Venezuela?

(si es que va a alguna parte)

Como ocurrió en Cuba, la oposición venezolana, fuertemente dividida, espera


un desmoronamiento del poder que nunca llega, mientras el gobierno sigue
denunciando conspiraciones externas y muchos venezolanos votan con los pies y
abandonan el país.

Recientemente Nicolás Maduro se juramentó para un segundo mandato de


seis años volvió a poner el foco en Venezuela y su crisis. En dicho acto Nicolás
Maduro lo escuchamos decir una promesa que nos retumba en los oídos. El
presidente prometió, en efecto, un nuevo comienzo, y adornó sus ofrendas con
frases como: ahora sí, esta vez sí. Sin embargo, Maduro lleva cinco años seguidos
prometiendo exactamente lo mismo: un cambio, y demandando más poder para
tener la capacidad de hacer más cosas por el pueblo.

En plena hiperinflación, Maduro sigue prometiendo que esta vez sí va a


controlar los precios y que tratará con mano dura a quienes se atrevan a
incrementarlos más allá de unas listas de precios regulados que son básicamente
una burla para la población. Cada año que promete que esta vez sí va a derrotar a
la guerra económica, la gente no hace más que mirar hacia el suelo y suspirar. Las
promesas mueren inmediatamente después de nacer.

Los líderes opositores venezolanos esperan que una desbastadora crisis


económica obligue a la gente a salir a la calle y a hacer una revuelta de hambre,
que expulse al gobierno de alguna forma. En el exilio, muy lejos de las bases
empobrecidas de la nación, la mayoría de la elite opositora aspira a una caída del
gobierno. Cuando ello no ocurre, confía en que el tiempo hará que las cosas
empeoren y provoquen al fin la ansiada rebelión.

Lo que parecen no entender, aunque lo dicen todo el tiempo, es que el


gobierno de alguna forma desarrolla un plan muy amplio de donaciones y
asistencias sociales masivas que contienen de manera relativamente efectiva a la
población más abiertamente empobrecida. De tal forma, el gobierno atiende a los a
los barrios con bolsas de comida (mediante los llamados Comités Locales de
Abastecimiento y Producción, CLAP), dinero en efectivo en sus cuentas (Bonos de
la Patria), servicios de electricidad, agua, aseo, transporte público ampliamente
subsidiado, gasolina casi gratuita. Ni hablar de sus políticas muy permisivas con la
delincuencia de los barrios, el tráfico de drogas, el comercio de bienes subsidiados
y el contrabando.

El gobierno ha sido tremendamente exitoso en colocar como “fracasada” a la


oposición. De tal forma, ha venido proyectando entre sus líderes una sensación de
derrota y frustración. A pesar de su enorme éxito electoral en 2015, cuando obtiene
la mayoría en la Asamblea Nacional, el bloque opositor se ha ido desintegrando con
extrema velocidad. En ese tortuoso devenir, la oposición ha optado por presentar
todo proceso electoral como fraudulento, con razón, pero con una postura derrotista
que ni siquiera le permite pelear por defender los votos.

La oposición venezolana llevaba meses diciendo que Maduro dejaría de ser


presidente legítimo luego del 10 de enero. Ese mismo día en el que maduro se
juramentó, pasó sin sobresaltos en cuanto a protestas o posibles enfrentamientos
en la calle. La noticia la dio el joven presidente de la Asamblea Nacional Juan
Guaidó, ofreciendo una concurrida rueda de prensa en la que, de una manera
sorprendente, dio el paso de desconocer a Maduro como presidente de la República
y aseguró estar listo para asumir la Presidencia interina del país, ante lo que la
oposición considera como una usurpación de funciones por parte de Maduro.

Juan Guaidó habló en un acto que concentró a unas 3.000 personas y donde
estuvo a punto de autoproclamarse presidente de la nación, pero no lo hizo del todo.
Blandiendo el artículo 233 de la Constitución, alegó que, si el presidente electo no
llegaba a asumir sus funciones, el presidente de la Asamblea Nacional quedaría
como encargado para dicha labor. Guaidó dijo que se está preparando una Ley de
la Transición y una posible amnistía general para los militares que se plieguen al
nuevo gobierno de transición que en 30 días convocaría a nuevas elecciones
generales.

El discurso de Guaidó deja muchos cabos sueltos. Lo que sí es cierto es que


la Organización de Estados Americanos (OEA) y los gobiernos de Brasil y Estados
Unidos pasaron inmediatamente a reconocerlo como presidente legítimo. El
Tribunal Supremo de Justicia emitió un comunicado de respaldo a Guaidó y lo
exhortó a que se juramente de una vez como presidente.

Ante esta situación, Maduro activó el ejército de propaganda de redes


sociales del gobierno y salieron 1.000 burlas contra el presidente, por decir lo más
decoroso. La oposición que dirige el plan que Guaidó protagoniza espera
exactamente que el gobierno reaccione para ver si puede sacudir de alguna manera
el terreno y obligar a los militares o a la comunidad internacional a ejercer alguna
acción más decidida. Entre tanto, los gobiernos de China y Rusia salieron
rápidamente a confirmar a Maduro como presidente y a asegurarle apoyo ante
cualquier injerencia externa.

Quizás la víctima más sufrida del proceso bolivariano ha sido la denominada


izquierda crítica. Chávez en 2007 prometió convertir en polvo a las bases de apoyo
del proceso que no apoyaran al Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), que
recién estaba creando. En este caso, esa promesa se cumplió a cabalidad. La
izquierda crítica que en masa apoyó al chavismo en los primeros años, y que poco
a poco se ha ido distanciando del proceso, ha desaparecido casi por completo.

La extrema dependencia de la población respecto al Estado también ha


alcanzado a esta izquierda dispersa, que en muchos casos expresa el miedo a
confrontar al gobierno por el temor de perder el empleo o una mínima prebenda
adquirida. El número de quienes han resistido, más los despidos, la represión y la
pobreza, es demasiado pequeño para hacerle sombra al gobierno. Los sindicatos,
centros universitarios y gremios están desapareciendo por completo al
desvanecerse la producción en todos los ámbitos y haberse trasformado la
emigración en el sino de millones de jóvenes.

La izquierda latinoamericana en general ha vivido del chavismo, es decir,


infinidad de referentes de izquierda han desfilado por el país recibiendo jugosos
viáticos, entrevistas y asesorías. Centenares de líderes de pequeños partidos y
organizaciones han recibido generosa ayuda del gobierno bolivariano, en muchos
casos desde las embajadas. Esa izquierda está en deuda con el gobierno y le cuesta
separarse a estas alturas de un régimen al que aplaudieron y defendieron

Por otra parte, una gran porción de la izquierda de América Latina trata
honestamente de distanciarse de sus gobiernos de la derecha o de las críticas al
proceso bolivariano de las cancillerías de Mauricio Macri, Jair Bolsonaro o Iván
Duque. En ese devenir se pierden los análisis concretos de la realidad concreta, sin
tantos apasionamientos y sesgos ideológicos. De esta forma, patinan tratando de
justificar honestamente políticas claramente erróneas y con consecuencias
catastróficas para la clase obrera y el pueblo venezolanos, quienes a la sazón
deberían ser el centro de su solidaridad.

Link del artículo : http://nuso.org/articulo/donde-va-venezuela-si-es-que-va-alguna-


parte/

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