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5/013/034 - 31 T
Teórico Nº 4
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Literatura Europea del Renacimiento
Teórico Nº 4
como también entre Salutati y Petrarca. Salutati, por otra parte, luego conoció
personalmente a Bruni y a Poggio y, no solo los conoció, sino que –más precisamente-
los promovió profesionalmente. Y esto no termina aquí, como canciller, Coluccio
Salutati contrató a un maestro bizantino llamado Manuel Crisoloras para que dicte
clases de griego en Florencia desde 1397 hasta 1400. Con él estudió, por ejemplo,
Leonardo Bruni. Cuando ustedes lean más adelante el Diálogo a Pier Paolo Vergerio de
Leonardo Bruni, verán que, en la primera jornada, la acción se sitúa en la casa de
Coluccio Salutati y está ubicada ficcionalmente alrededor de 1402. Se van a encontrar
que en ese diálogo está Leonardo Bruni, Niccolò Niccoli, todo este grupo de jóvenes
que en 1402 tenían entre 20 y 30 años, y que están rodeando a Coluccio, el viejo sabio
que conoció a las grandes figuras del primer humanismo en vida, de forma directa, se
carteaba con Boccaccio, con Petrarca. Y, justamente, en este Diálogo que leerán se
plantea la cuestión de si las llamadas “tres coronas florentinas” (Dante, Petrarca y
Boccaccio) son inferiores o superan a los escritores antiguos (Cicerón, Virgilio, Tito
Livio, etc.). El mismo interlocutor, Niccolò Niccoli, sostendrá primero la superioridad
de los antiguos y, luego, al otro día, la equivalencia, o incluso la superioridad, de los
modernos. Dejando la cuestión a medio cerrar, el lector es invitado a resolver el asunto
por su cuenta. Recuerden que tanto Niccoli como Bruni son destinarios de dos de las
Cartas de Poggio que veremos.
Bien, Cosme de Médici es también una figura muy importante en el siglo XV, es
una figura central en la historia florentina. Hacia 1433, Cosme de Médici fue expulsado
de Florencia por la aristocracia, pero en 1434 volvió apoyándose en el pueblo y,
guardando las formas republicanas, gobernó de hecho y sin interrupciones hasta su
muerte en 1464. Leonardo Bruni fue canciller de Florencia antes y durante la hegemonía
de los Médicis, entre 1427 y 1444. Poggio Bracciolini lo fue de 1453 a 1459. Toda la
primera mitad del XV, y con Cosme se acentuó, florecieron la pintura, la escultura y la
arquitectura de la mano de importantes artistas como Brunelleschi, Ghiberti, Donatello
y Masaccio. En la segunda mitad del XV, el nieto de Cosme, Lorenzo de Médici,
continuó con esta promoción de las artes, cuando se hizo cargo del gobierno de
Florencia en 1469 y se rodeó de artistas como Botticelli, Leonardo da Vinci, Miguel
Ángel, etc. En tiempos de Cosme, en 1439, un Concilio que comenzó en Basilea y luego
pasó a Ferrara, cambia su sede a Florencia. Se buscaba la reunificación de la Iglesia
latina con la Iglesia bizantina frente a la amenaza turca. Un viejo Leonardo Bruni,
ducho desde hace décadas en la lengua griega, recibió como canciller a los delegados
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Boccaccio. Bruni escribe y opina sobre la vida de Dante, pero al mismo tiempo discute
con cómo Boccaccio la ha presentado, con lo que elige contar o no. Es decir, esta
segunda generación de humanistas respeta pero también discute con la primera
generación.
Un primer dato interesante que aparece allí es que Bruni alude a la participación
de Dante en la batalla de Campaldino, una batalla en el marco de los combates que
venían dándose entre dos facciones, los Güelfos de Florencia y los Gibelinos de Arezzo.
En dicha batalla, digo, Dante defiende a Florencia. Luego de la misma, vuelve a su casa
y “a los estudios se entregó con más fervor que antes”. Dicho esto, Bruni se pregunta:
¿por qué Boccaccio no lo dijo? ¿Por qué pasó por alto esta batalla? Boccaccio se
demora mucho cuando Dante era pequeño y a los 9 años conoce a Beatriz, pero ¿por
qué no se detuvo en este episodio?
“Volviendo a nuestro propósito, digo que Dante virtuosamente se lanzó a combatir
por la patria en esta batalla; y querría que nuestro Boccaccio de esta virtud hubiese
hecho más mención que de su amor de los nueve años y semejantes
superficialidades, que por él son contadas de tan gran hombre. ¿Qué querés que te
diga? La lengua va por donde el diente duele, y a quien place beber siempre razona
sobre el vino”.
Lo que Bruni le está criticando a Boccaccio es no tener otra cosa en la cabeza que
el amor y pasar por alto este importante episodio de su vida política. Dante, además de
ser un estudioso, cuando estuvo en peligro su ciudad, salió con sus armas a defenderla.
Estas consideraciones de Bruni están en el marco de una cuestión que tocó
Petrarca en el texto mencionado al final de la clase pasada, Sobre la vida solitaria. La
contraposición entre la vida en el bosque y la vida en la ciudad era, en el texto
petrarquesco, la contraposición entre lo que llamaba “vida contemplativa” y “vida
activa”. La vida contemplativa es la vida del estudioso escritor en el bosque, la vida
activa es la vida política en la ciudad. En la primera, se busca sobre todo la verdad, en la
segunda, la justicia. Petrarca, en un pasaje de este texto, se demora en describir “la
cuádruple división de la virtud”. El grado más bajo está ocupado por el hombre que ha
elegido el género de vida activa, siendo su virtud, la virtud política; con su honestidad
busca la felicidad, ocupándose de mantener sana la cosa pública. En los tres grados
siguientes de la virtud (purificadora, perfeccionadora y ejemplar), el hombre se aleja de
la ciudad; primero para purificarse de los afectos y ocuparse de la filosofía; segundo
para disfrutar de una vida sin afectos y santa; tercero –por encima del hombre- es la idea
o modelo humano en la mente de Dios. Petrarca mismo dice que se ubica y habla de los
dos primero grados: la virtud política y la virtud purificadora que se ocupa de la
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filosofía.
Volviendo a Bruni y su Vida de Dante, podríamos decir que lucha por apropiarse
del legado de Dante de un modo diferente al hecho por Boccaccio. Y esta diferencia se
asienta en la dispar postura respecto de la cuestión de la vida activa o contemplativa.
Esta segunda generación discrepa en esto con la primera. Al menos, con lo que la
primera ha sostenido en algunos de sus textos, más allá de su comportamiento histórico
real frente a estos asuntos. Veámoslo en otro pasaje.
Citábamos antes que Bruni contaba que, vuelto de la batalla, Dante volvió a la
casa y a sus estudios (estudii), para lo cual, agrega, “nunca dejó la conversación urbana
y civil (conversazioni urbane et civil). Esto es, no asumió “aquel error de muchos
ignorantes, que no creen poder ser estudiantes sino se esconden en la soledad y el ocio”.
Parece un ataque directo a posturas como la Petrarca y su invitación a una vida solitaria.
Las vidas contemplativa y activa no son incompatibles para Bruni. También se estudia
conversando con otros en la ciudad; tal cual lo representa en su ya mencionado Diálogo
a Pier Paolo Vergerio.
Aparte de las armas y la conversación civil, en esta Vida de Dante aparecen otros
asuntos que hay que resaltar. En el Tratado en alabanza de Dante, Boccaccio había
dicho:
No pudieron los amorosos deseos, ni las dolientes lágrimas, ni la solicitud
matrimonial, ni la halagadora gloria de los cargos públicos, ni el miserable exilio, ni
la intolerable pobreza, nada pudo con todas sus fuerzas apartar jamás a nuestro
Dante de su principal ocupación, esto es, de los sagrados estudios.
Boccaccio, entre otras cosas, alaba en Dante su “forza d’ingegno e di perseveranza”,
aquella con la que hubo de sortear las distintas adversidades y que lo llevó a mantenerse
hasta acabar resultando ilustre, “el poeta chiarissimo”. ¿Qué hubiese podido llegar a ser
sin tantos obstáculos o adversidades, o sin las mujeres, o sin los cargos públicos, sin el
exilio, o sin la pobreza? El mismo autor se responde: “Ciertamente, yo no lo sé; pero si
me fuese permitido decirlo, yo diría que hubiese en la tierra llegado a ser un dios”.
A esto, Bruni contesta en dos momentos. Respecto del matrimonio, sostiene que
Dante:
no solamente conversó civilmente sino que, además, tomó mujer en su juventud, y
su mujer fue una gentil dama de la familia de los Donati, llamada por nombre doña
Gemma, de la cual tuvo muchos hijos, como en otra parte de esta obra mostraré.
Aquí Boccaccio no tiene paciencia y dice que las mujeres son contrarias a los
estudios. No se acuerda que Sócrates, el más alto filósofo que jamás hubo, tuvo
mujer e hijos, y cargos en la república de su ciudad.
Y sigue nombrando a Aristóteles, Cicerón, Catón, Séneca, etc. Respecto de su trabajo
menciona sus participaciones en los consejos comunales y su posterior nombramiento
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César fuera coronado emperador. Julio César lo perdona y vive, pero cuando lo matan a
Julio César y se inicia la lucha sucesoria entre Marco Antonio y Octavio, Cicerón
acabará asesinado por sicarios. Es decir, el tipo se metió en la política hasta,
literalmente, la muerte. Digamos, por último, respecto de esta edad oscura en medio de
la antigüedad y el presente, que no había en esa época consenso en relación con los
siglos que abarcaba. Garin, en Edades oscuras y Renacimiento: un problema de límites,
da cuenta de la enorme variedad de periodizaciones que hay para esta Edad Media.
Volviendo al texto de Bruni, nuestro autor menciona que Petrarca “se hizo clérigo
secular, no tanto porque fuera su intención, cuanto porque estaba urgido por la
necesidad, pues, de la herencia de su padre poco o nada le quedó”. Sobre el final, hace
una comparación entre Dante y Petrarca, respecto de esta oposición entre vida activa y
vida contemplativa, que va a dejar abierta, no la va a terminar de resolver. Se
preguntará: ¿qué es mejor? ¿La “vida activa y civil” de Dante o la “vida serena y
ociosa” de Petrarca? Ambos se dedicaron a la vida contemplativa, al estudio y las letras,
aunque uno en medio de la adversidad (exilio, pobreza) y el otro en medio de la
abundancia y el reconocimiento. Y ¿qué es más dificultoso: conservar “la mente en los
estudios” en la adversidad o en la prosperidad? Como decía, el texto argumenta en un
sentido y en otro, sin acabar de resolver la cuestión. Como ocurre en muchos de estos
textos humanistas, la cuestión resta abierta e invita al lector a intervenir.
Esta cuestión de vida activa y contemplativa, que ya encontramos en Petrarca y
Boccaccio, que estamos viendo en Bruni, continuará durante todo el XV y el XVI. Un
hito importante al respecto, es el De vita contemplativa et activa de Cristoforo Landino,
escrito en 1472. Es un diálogo donde se enfrentan las dos posiciones: la vida
contemplativa está defendida por Leon Battista Alberti y la vida activa por Lorenzo de
Médici. La resolución apunta a una combinación de ambas vidas, poniendo como
ejemplo a Cicerón. Hay que hacer notar que, sin embargo, es revelador que aquí se
opongan un “intelectual” y un “político”, y no, como en Bruni, dos intelectuales, con
compromisos políticos diferentes. Quizás esto esté dando cuenta de la progresiva
transformación que van sufriendo los humanistas en la medida en que muchos acabarán
como cortesanos en el siglo XVI. Aunque no todos. Erasmo no, por ejemplo.
Quizás una comparación ayude a comprender mejor la situación y la actividad
multifacética de Bruni. Pensemos en muchos de los argentinos del siglo XIX.
Hernández defendió sus ideas con las armas y el periodismo, fue senador y escribió el
Martín Fierro; igual Mitre, Sarmiento y tantos otros multifacéticos hombres del siglo
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hacer clérigo hacia el final de su vida, o en la segunda parte de su vida. Porque, claro,
esta carta está escrita en 1436 y ¿cuántos años tenía en 1436 Poggio Bracciolini? 56. Y
se acaba de casar a los 55 ¿con quién? Con una chica de 18 años. Desde ya que no hay
que retroceder hasta Boccaccio o avanzar hasta Cervantes para encontrar chanzas, motes
y advertencias respecto de una unión semejante. El propio Poggio se había reído
mordazmente de los viejos que se casan con jovencitas en uno de los textos que
componen sus Facezie (la número 243). Muchos años después, en 1454, en un carta a
Roberto Valturio, que parece que tenía problemas de esterilidad con su esposa, el casi
octogenario Poggio, padre ahora de seis hijos, tratando sobre la experiencia o no en el
trato con las mujeres, nos aclara todavía, esta vez con un lenguaje cuartelero:
Me dirás que he tomado una esposa muy tarde, pero yo no era un recluta en el
combate con las mujeres sino un veterano.
Y para apoyar estas afirmaciones de Poggio, respecto de su veteranía en el asunto, nada
mejor que consultar a los enemigos. En una invectiva, Tommaso Morroni da Rieti
sostiene que el amor del humanista por las ruinas romanas, parecen atraerlo a ellas sobre
todo de noche, cuando son frecuentadas por los lenones (en criollo, por los cafishos).
Lorenzo Valla, que tuvo una serie de disputas con Poggio Bracciolini en las que se
mataban, menciona a una tal Lucía, una sirvienta-concubina con la que habría tenido
catorce hijos. ¿Mentira? ¿Verdad pero exagerada? No sabemos, lo cierto es que en 1433
Poggio reconocía tres hijos naturales.
Por otra parte, Poggio escribió un diálogo que se llama: An seni sit uxor ducenda,
esto es, ¿Debe un viejo tomar esposa? o también, ¿Un viejo está para casarse? El
texto, dedicado a Cosme de Médici, retoma una antigua pregunta que es “si un sabio
debe casarse”. En San Jerónimo figura esta pregunta y aún antes. Pero acá es “si un
viejo debe casarse”. En el diálogo, está lo que los amigos le dicen a Poggio sobre este
tema, Niccolò Niccoli y Carlo Marsuppini. El primero lo ataca y le va a decir que está
loco. El segundo lo defiende y apoya.
Aludía recién a un texto de San Jerónimo, de entre fines del siglo IV y principios
del V. Se llama Adversus Jovinianum. En uno de sus pasajes plantea la pregunta: an vir
sapiens ducat uxorem (¿debe el hombre sabio tomar esposa?). Una pregunta que
Jerónimo atribuye a Teofrasto (el discípulo de Aristóteles) y a su libro De Nupcias, y
cuya respuesta habría sido que “no”. “Ciertamente, en primer lugar, porque impide el
estudio de la filosofía, dado que no se puede a la vez atender a la esposa y a los libros”
dice Teofrasto sobre el matrimonio. En las Confesiones, san Agustín también se expresa
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casándose, todavía erra más si encima se dedica a algún género de enseñanza liberal,
formando su espíritu en las buenas artes. “Pues el hombre que está bajo su solo arbitrio
es mucho más libre de entregarse al estudio de las letras que aquél que está sujeto a una
mujer”. ¿Por qué se mezclan estas cosas? ¿Hay una relación necesaria entre la
enseñanza y la sexualidad?
Alumno: (inaudible)
Profesor: Mirá, hasta no hace mucho tiempo (no sé si seguirá) estaba la idea de
que el artista no podía casarse. Tenía que tener experiencias, tenía que estar “abierto”,
había artistas que lo veían como una cosa burguesa, como una solución burguesa a la
vida. Te casás, tenés hijos, trabajás, ¡ya está! Y eso de algún modo nos puede tirar una
pista de estas discusiones que nos parecen ajenas pero que en algún sentido siguen
vigentes en alguna medida.
Bien, decía entonces Niccolò que “el hombre que está bajo su solo arbitrio es
mucho más libre de entregarse al estudio de las letras que aquél que está sujeto a una
mujer”. Carlo, por el contrario, presentado como alguien joven que se ha casado hace
poco, rebate lo anterior del siguiente modo, en línea con lo ya antes citado de Bruni:
Porque el ayuntamiento de macho y hembra es necesario para la conservación del
mundo, la naturaleza misma lo instituye, no sólo entre los hombres, sino asimismo
en el resto de los vivientes. De ahí que pienso que vive mejor quien prefiere una vida
en común que se acomodada a la vida civil y que engendra prole para engrandecer la
ciudad, que aquel otro que se la pasa solitario, estéril, lejos del trato con otros y
privado de la cotidiana benevolencia y de la verdadera y perfecta amistad que brinda
óptimamente el cónyuge.
Y en relación con el saber, dice:
En verdad, el matrimonio no desvía [a los hombres sabios] del ocio de las letras.
Porque Sócrates, Platón, Aristóteles, Teofrasto y nuestros Catón el viejo, Cicerón,
Varrón y Séneca, y otros muchos hombres doctísimos han estado casados y ello no
les ha impedido superar en todo género de virtud y enseñanza a aquellos menos que
repugnan la unión conyugal.
Ahora bien, esta idea de que el matrimonio es necesario para la conservación del
mundo, para el engrandecimiento de la ciudad ¿a qué recuerda? Recuerda al inicio de la
Política de Aristóteles. Pareciera estar dirigido allí, lo están tomando de allí. Son los
textos de Aristóteles que aparecen durante la Edad Media lo que están siendo referidos,
los cuales están asimismo en la base del modelo de matrimonio elaborado por los
teólogos y los canonistas de los siglos XII y XIII, siendo la culminación de ese proceso el
concilio de Lyon II en 1274, cuando se declara al matrimonio como uno de los siete
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doquier al célibe”. Pues, “qué decir de aquellos que porque se abstienen del matrimonio
caen en el adulterio, la fornicación, o en otro vicio mucho más detestable”. A su
entender, son muy pocos aquellos que pueden entregarse de una manera absoluta a la
vida de continencia. Hay otras cosas que me gustaría profundizar en este texto latino de
Poggio Bracciolini. Por ejemplo, el personaje Carlo habla del matrimonio como
“sociedad natural y comunidad de vida”, de tratar a la esposa “como otra parte de ti
mismo y no como una sierva”, cosa que para la época no está nada mal. Pero, está el
tema de que se trata de una chica muy joven. A favor de esta idea, plantea que, siendo la
esposa tan joven, el esposo rejuvenecerá al mismo tiempo que podrá modelarla a su
gusto, hacerla obsecuente a sus gestos, pues, no impregnada en malas costumbres, se
acomodará a sus hábitos y sabrá respetar su edad; distinguirá el vicio de la virtud
gracias a sus continuos consejos y costumbres de vida. Pero viene Niccolò y le dice “¿y
la debilidad en la cama” de la vejez (imbecilles in venerem) frente al “apetito
vehemente” de la juventud (vehementiorem appetitum)?”. ¿Cómo va a saciar a una
joven de 18 años? El otro le contesta que “a la joven virgen bien educada y mantenida
lejos de la sociedad de los hombres y las mujeres, le sucede lo mismo que a esas niñas
recluidas en casas religiosas, esto es, no viendo nada del exterior, ningún deseo les
mueve”. Desconociendo su propio deseo, la adolescente permanecerá contenta con el
viejo. Y esta parte ya nos parece un poco más cruel ¿no? Para encontrar una relación
más igualitaria entre el hombre y la mujer tenemos que esperar al siglo XVI. Uno de los
lugares es el Orlando furioso de Ariosto, que algunos años hemos dado. Allí, casi
modelado sobre la idea de este mundo guerrero de hombres y mujeres de Platón,
aparecen dos mujeres guerreras en el texto; una de ellas es una de las protagonistas
principales, Bradamante, que tiene todas las características de Laura pero lleva casco y
armadura, ataca a los hombres y les gana, y ella es la que salva a su hombre, no es un
caballero el que la salva a ella. Pero ahí ya estamos en el siglo XVI. Además en el siglo
XVI va a haber una especie de boom de poetisas, que otros años también hemos dado,
como Louise Labé en Francia o Gaspara Stampa en Italia, que toman la voz en el siglo
XVI, después del silencio al que los hombres las sometieron durante centurias (esto
dicho por ellas). Aquí, en esta segunda generación de humanistas, tenemos simplemente
una discusión que se da entre hombres acerca de la mujer.
Yo había dicho que Poggio se casaba con su mujer, cuando tenían 55 y 18 años,
que tuvieron hijos, etc. Ahora, Vaggia, así se llamaba su mujer, va a morir antes que
Poggio, unos meses antes. De acuerdo a las cartas que ha escrito él, la relación parece
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haber sido buena, aunque ¡claro! que no tenemos cartas de Vaggia para confirmarlo.
Aunque esto, asimismo impide una negación terminante de lo afirmado por Poggio,
pues en base a qué no creeremos que este sabio y viejo veterano en el combate con las
mujeres pudo haber hecho finalmente feliz a esa muchacha del siglo XV. Pero lo que sí
sabemos es que fueron enterrados juntos, en el coro de la Iglesia de Santa Croce. Y allí
están todavía.
(Intervalo)
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manera de documento. Por ejemplo, hace unos años se publicaron las cartas entre
Hannah Arendt y Heidegger. No estaban pensadas para ser publicadas esas cartas que se
mandaron, se publican después. En cambio el epistolario es una obra que está recopilada
por el autor y con una organización que vamos a ver que no es cronológica. Tampoco es
monológica, hay cartas que escribe él y cartas que le envían a él, también recopiladas.
Es como un diálogo, “publicamos la que te mandé a vos y luego tu respuesta” y así. Yo
les había comentado entonces que Poggio había publicado tres epistolarios. Todos en
latín, aunque en algunos momentos introduce algunas palabras en vulgar, lo que fue
muy criticado por algunos. La primera compilación son las Cartas a Niccolò
(Epistolarum Liber ad Nicolaum Nicolum). Inicialmente, estas cartas no estaban
destinadas a publicarse. Volviendo de Inglaterra, decide recopilarlas y entonces las
cartas que ha escrito antes, que son de 1416 en adelante, se las tiene que pedir a los
destinatarios. Va a Niccoli y le dice: “prestame la carta que te mande” y la vuelve a
copiar. A partir de ese momento, de todas las cartas que envía hace una copia. Recopila
principalmente entre 1434 y 1437. Hay 88 cartas entre 1416 y 1436, pero sobre todo son
del ‘20 y del ‘30. Hay lagunas. La primera versión de este epistolario es de 1437. La de
los baños de Baden, la más antigua, es de 1416, pero fíjense que figura como número 46
en la colección. Está entre una de 1433 y una de 1424, es decir que nada que ver con la
cronología. Yo les decía ya la otra vez que a las cartas hay que pensarlas como los
ensayos que más adelante vamos a ver con Montaigne. Estas cartas a Niccolò están
emulando una colección de Cicerón, que compuso un epistolario destinado a Ático, una
especie de alter ego.
Muy bien, la siguiente gran compilación que Poggio hace se llama Epistolarum
familiarum libri, esto es, Libro de las Epístolas Familiares o, directamente, las
Familiares. Consta de dos volúmenes, las Familiares I y las Familiares II. Insisto, como
hiciera con Petrarca, en que “familiares” tiene un sentido aquí más amplio que la
familia, son también los amigos, los allegados. La colección de las Familiares I fue
pensada desde el principio para publicarse, de modo que, cuando Poggio escribía, hacía
copias y se las guardaba. Comienza a recopilar entre 1422 y 1423, es decir, en el mismo
momento en que empieza a recuperar las cartas a Niccolò Niccoli. Son 169 cartas. Hay
una primera edición de 1438 y una segunda de 1444. La primera edición tiene 107
cartas que iban de 1423 a 1438 que se estira en esa segunda edición de 1444 hasta las
169 con cartas que van de 1438 a 1444, a excepción de la carta a Guarino Veronese
sobre Quintiliano y la que le escribe a Leonardo Bruni sobre Jerónimo de Praga, ambas
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de 1416. Estas dos cartas son la V y la VI del libro 4, pues están ordenadas en 10 libros.
Para que vean cómo está armada la compilación les leo las fechas de las primeras 14
cartas, pertenecientes al libro I: 1438, 1424, 1426, 1426, 1424, 1426, 1426, 1423, 1424,
1423, 1425, 1424, 1425, 1424. Ya a partir de las Familiares empieza a no haber
autógrafos, esto quiere decir que no están escritas por el propio Bracciolini sino que
fueron escritas por un escribano. Esto se debía a que la mano de Poggio ya
prácticamente estaba destruida; recordemos que él trabajó de copista. Justamente, va a
los baños de Baden porque son baños termales, para tratarse el dolor en las
articulaciones, y esto ya en 1416, así que imaginen. En 1437/1438 la mano ya la tenía
muy dañada. El tercer volumen de epístolas, las Familiares II, son 9 libros de cartas que
escribe de 1445 a 1459, cuando muere. Hay una enorme cantidad de manuscritos de
fanáticos que copian estos epistolarios que van de 1440 a 1480, es decir, aparte de lo
que reúne y compila Poggio, circulan un montón de antologías que hacían los propios
amigos o discípulos.
Hasta aquí, estas referencias generales al Epistolario de Bracciolini que, como
decíamos, nada tiene que ver con una compilación póstuma, sino que es algo reunido y
pensado de entrada por el autor mismo, una composición al estilo petrarquesco en
donde él se construye como personaje. Antes de ir a la carta con la que nos compete
empezar, yo quería leerles otra. Hace unos años traduje esas cartas que ustedes tienen
ahí; ahora estoy traduciendo otras más de Bracciolini, entre ellas traduje la primera, la
que abre el Epistolario a Niccolò Niccoli. Es una carta a Francisco Marescalco desde
Bologna en 1436; una carta que funciona como prólogo y donde le dedica esta primera
colección de sus epístolas. Esta era uno de las maneras de publicar un manuscrito;
enviarle una copia a alguien. Leemos allí, después del saludo inicial:
Desde diversos lugares y ocasiones, he con frecuencia escrito muchas cartas a
Niccolò Niccoli, un doctísimo varón florentino, a quien estoy unido desde mi misma
adolescencia con lazos de la más íntima amistad y benevolencia. Ellas fueron
escritas por mí en torno a variados asuntos domésticos y de nuestra privacidad,
conforme se presentaba la oportunidad y el estado de los negocios lo permitía,
aunque explayándome en ellas con cualquier cosa que me viniera a la boca, al punto
de que hasta algunas veces le injerté [al latín] ciertas palabras en vulgar por
diversión. Quiero decir: no sólo confiaba a las cartas aquellas cosas hechas o dichas
por mí, sino asimismo, como si escribiera a otro yo, mis inquietudes y pensamientos.
Fíjense que acá no sólo va a tratar de cosas hechas o dichas, sino que también “como si
le escribiera a otro yo”, a un alter ego, confiará sus inquietudes y pensamientos. Por eso,
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insisto en que el epistolario no son cartas que se mandan como cuando uno se va de
vacaciones. En muchos sentidos, es el género discursivo anterior al ensayo moderno.
Antes de entrar a nuestra primera carta tenemos que hacer una pequeña historia
del Papado. Porque, como sabemos, esta carta fue escrita por Poggio cuando está en un
Concilio acompañando al Papa. Esto también nos va a servir para cuando hablemos de
Erasmo, además. Entre 1309 y 1377 la corte papal se trasladó a Aviñón. En 1377 volvió
a Roma con un Papa que es Gregorio XI y que es Papa desde 1370 a 1378. Pero, a su
muerte, en Roma se elige un papa y en Aviñón otro, es decir, que desde 1378 hasta1409
hay dos Papas. ¿Por qué hasta 1409? En 1409, los cardenales de Aviñón y de Roma,
reunidos en un Concilio en Pisa, depusieron a sus respectivos Papas, Benedicto XIII
(1394-1423) y Gregorio XII (1406-1415), y nombraron a otro, Alejandro V (1409-
1410), sucedido por Juan XXIII (1410-1415). Pero, como los otros dos no aceptaron ser
depuestos, resultó que desde 1409 a 1415 hubo tres Papas. Juan XXIII, bajo presión del
emperador Segismundo, convocó un Concilio en Constanza (1414-1418). El objetivo
principal de este Concilio era resolver esto que se llama “el cisma de occidente”. Como
decíamos, cuando se convocó al Concilio, había tres bandos que se disputan la cabeza
de la Iglesia: Gregorio XII, en Roma, Benedicto XIII en Avignon y Juan XXIII en Pisa.
En octubre de 1414, llegaba Juan XIII a Constanza con un numeroso séquito del que
formaba parte, como secretario apostólico, un treintañero Poggio Bracciolini. Pocos
meses después, el Concilio obligó a abdicar y depuso a los tres papas, quedando la
Iglesia desde 1415 a 1417 sin pontífice máximo. Justamente una de las discusiones que
había en ese momento es si el poder de la Iglesia residía en el Papa o en el Concilio, es
decir, si la Iglesia debía ser un sistema monárquico o uno parlamentario. Esto surgió en
el Concilio de Constanza y permaneció por algunos años hasta que en algún momento
en el curso del XV, sobre todo en la segunda parte, el Papado empezó a girar hacia la
monarquía absoluta como acaba girando toda Europa con los Reyes Católicos y Carlos
V en España, con Enrique VIII e Isabel en Inglaterra, con Francisco I en Francia. Todos
fueron girando hacia una forma Estatal absolutista que recibe en Europa el nombre
Antiguo Régimen. Ahora bien, volviendo al Concilio de Constanza, allí se discutía: ¿el
Papa tiene la última palabra o es el Concilio donde están representadas todas las
iglesias? La postura conciliarista y no papista terminó imponiéndose y se nombra Papa a
Martín V (1417-1431). Pero, en verdad, hasta el papa Nicolás V (1447-1455), los
litigios continuarán. Durante el Concilio fueron condenados a muerte Juan Hus y
Jerónimo de Praga. Todas estas cuestiones volverán 100 años después con la Reforma y
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la división definitiva de la Iglesia latina. Muchos han relacionado este primer cisma con
la Reforma, o a Juan Hus o a su inspirador John Wycliff, con Lutero.
Como ya hemos dicho, las tres cartas de Poggio Bracciolini que consideraremos
fueron escritas en 1416 durante su estancia en Constanza para el Concilio. Es la carta a
Niccolò sobre los Baños de Baden (es la número 46 del libro I del Epistolario a Niccolò
Niccoli, fechada el 18 de mayo); la carta a Leonardo Bruni sobre el juicio y ejecución a
Jerónimo de Praga (es la 6 del libro IV de las Familiares I, fechada el 29 de mayo); la
carta a Guarino de Verona sobre el descubrimiento de Quintiliano (es la 5 del libro IV
de las Familiares I, fechada el 16 de diciembre). Tal cual anticipara, comenzamos por
esta última.
¿Qué hacía Poggio una vez que fue depuesto Juan XXIII? Algunas cartas
permiten saber que una de sus tareas, a veces junto a Bartolomeo da Montepulciano y
Cencio de’ Rustici, era la búsqueda de textos antiguos. Ya Sabbadini, un estudioso del
siglo XX, contabilizó al menos cuatro viajes en busca de estos libros, siendo el segundo,
durante 1416 al monasterio de San Galo, el que ahora nos interesa. El centro de la carta
a Guarino es el descubrimiento en el monasterio de San Galo, junto con sus amigos
Bartolomeo y Cencio, de una versión completa de la Institutio oratoria de Marco Fabio
Quintiliano. Poggio refiere además que también hallaron los tres primeros libros y la
mitad del cuarto de las Argonauticon de Cayo Valerio Flacco, así como los Expositiones
de Quinto Asconio Pediano a ocho discursos de Cicerón. Con mínimas modificaciones
de circunstancia, envía la misma carta a Giovanni Corvini (además de a Guarino) donde
se reitera el descubrimiento de los mismos textos. Cencio, su compañero de aventuras
bibliográficas, también va a escribir una carta a un amigo que se llama Francesco da
Fiano relatando los mismos hechos y agregando tres textos más: el De utroque homini
de Lactancio, el De architectura de Vitruvio y el Partitiones XII versuum Aeneidos
principalium de Prisciano.
Tanto Quintiliano como el Vitruvio eran conocidos en la Edad Media. En este
sentido, Grafton y Burke han señalado cómo muchos de estos descubrimientos, en
realidad, deben ponerse entre comillas, pues, se trataría en muchos casos –más bien- de
nuevos modos de leer los textos antiguos, de nuevas puestas a circular de los mismos.
Es decir, estos inventan “este descubrimiento” así como inventan “lo de Edad Oscura”,
es una construcción también. En el caso de Quintiliano, sin embargo, se trata de una
versión íntegra que vendría a completar las lagunas o las lecturas por partes que el texto
sufría habitualmente en ese entonces. Poggio, luego de copiarlo, como hiciera también
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con los textos de Asconio y de Valerio Flacco, se los envió a Leonardo Bruni y Niccolò
Niccoli, y les dice: “De mi puño y letra los he transcripto –y por cierto velozmente- para
enviárselos a Leonardo Aretino [Bruni] y a Niccolò Florentino [Niccoli]…”. “Si los
quieres, le dice a Guarino, ya sabes dónde están”. Bruni, por su parte, le agradece el
envío con una carta llena de elogios:
Como Camilo fue llamado segundo Fundador por Rómulo, pues éste fundó la ciudad
y aquél la restituyó cuando estaba perdida; así tú entre todos serás llamado con
justicia segundo Autor, porque estando aquella [escritura de excelentes hombres] ya
perdida, nos fue restituida gracias a tu virtud y diligencia… ¡Oh inesperado gozo!
Oh Marco Fabio [Quintiliano], ¿yo a ti puedo verte del todo íntegro?
Decía que el descubrimiento de Quintiliano es justamente el centro de la carta de
Poggio a Guarino. Escuchemos algunos pasajes donde ello se narra:
Pero este [autor], antes cerca nuestro –digo de los italianos-, estaba tan lacerado, tan
mutilado, por culpa –creo- del tiempo, que en él no se reconocía ya ninguna belleza
ni hábito humano. Tú mismo viste al hombre hasta ese punto “con la boca
cruelmente lacerada, la boca y ambas manos, y de la desbastada cabeza las orejas
arrancadas, y la nariz trunca con infame herida”. De hecho, era doloroso y difícil de
sobrellevar para nosotros el haber tenido que perder tanta virtud oratoria en la
abominable laceración de un hombre tan elocuente; pero lo que entonces era más
doloroso y molesto a causa de la mutilación de este hombre, ahora nos congratula en
mayor medida, ya que nuestra diligencia le ha restituido el antiguo porte y dignidad,
la antigua belleza y perfecta salud […] ¿cómo se tienen ahora que poner los hombres
doctos –y particularmente los estudiosos de elocuencia- por el acontecimiento de
que hayamos hecho volver, más que desde el exilio, casi desde la misma muerte, tan
parejamente mutilado y disperso estaba poco ha, a esta luz singular y única de la
casa romana, apagada la cual nada quedaba excepto Cicerón?
Destaquemos algunos de los términos utilizados. De un lado, se humaniza el texto
y sus anteriores lagunas son presentadas como laceraciones en un cuerpo. Texto y autor
se identifican. La fragmentada Instituto oratoria es Quintiliano mutilado y despedazado.
Del otro lado, los términos “restituere” (restituir, volver a su primer estado, reintegrar) y
“revocare” (llamar de atrás a alguien que se va, hacer volver a alguien, renovar,
recobrar). Reintegrar los pedazos dispersos, hacer volver, más que del exilio, casi desde
“la misma muerte”. Renacimiento. La palabra nos viene. Se instala. ¿Renacimiento de la
cultura pagana? ¿Renacimiento de las letras y de los studia humanitatis? La carta parece
apoyar estas lecturas de la historia europea que se hacen desde el siglo XIX con
Burckhardt (que inventa la categoría de Renacimiento como inicio de la Modernidad) y
que tienen sus continuadores en el siglo XX con Panofsky, Baron y Garin. Volvamos a
Bracciolini y su carta:
Pues, no hay duda de que este hombre espléndido, límpido, elegante, lleno de
modales y de donaires no hubiese podido soportar por más tiempo la fealdad de
aquella cárcel, la oscuridad del lugar, la crueldad de los custodios… Parecía tender
las manos; implorar la fe de los ciudadanos romanos para que lo protegiesen de un
juicio inicuo […] Allí [en el monasterio de san Galo], en medio de una gran masa de
códices que sería largo enumerar, encontramos a Quintiliano todavía a salvo e
incólume, aunque lleno de moho y cubierto de polvo. Pues, aquellos libros no
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las fuentes, con los mismos textos renacentistas que vamos leyendo, de modo de ir
haciéndose su propia idea al respecto. Hay otro libro, que ustedes tienen para leer, cuyo
autor se llama Hale (La civilización del Renacimiento en Europa (1450-1620)), quien a
fines del XX vuelve a intentar y ampliar el planteo y desafío de Burckhardt. Peter Burke
(este otro autor que mencionaba hace un rato), ya en los umbrales del siglo XXI (año
2000), sostiene que el gótico, la caballería y la escolástica –a partir del llamado
Renacimiento- comenzaron a convivir y a competir con otra alternativa cultural, más
laica que clerical, civil antes que militar. Ciliberto (2002) afirma la necesidad de
comprender el anti-Renacimiento y contra-Renacimiento como partes del Renacimiento.
Ya algunos habían comenzado a señalar, contrario a las ideas de Burckhardt de la luz y
el renacer, una faceta oscura. Así es como empiezan a señalarse los aspectos oscuros y
nocturnos de ese humanismo del XV que se creía sólo solar, como Montalto (1998)
señala para Bracciolini y Alberti. Randolph Starn (2007) en línea con trabajos que
vienen de los 80, retoma y postula una lectura posmoderna para el Renacimiento, donde
la retórica de Kristeller se transforma en la nueva retórica, y un renacentista como León
Battista Alberti se transforma con su Momo en un adalid de los enmascaramientos y la
semiosis infinita.
Una de las preguntas que nos podemos hacer es: ¿cómo entender textos de hace
setecientos o seiscientos años atrás, como los de Petrarca o los de Bracciolini? ¿Cómo le
entramos? Sobre todo con el concepto de “historia” que tenemos hoy, donde hay
muchas posibilidades de interpretación. ¿Qué hacer con los textos? Venimos leyendo y
realizando entradas posibles en los textos. Sigamos. Adentrémonos ahora en la
discusión sobre el humanismo que plantea Heidegger, quien realiza, decía, el mayor
ataque en el siglo XX a los studia humanitatis y que tantos seguidores tendrá.
Martin Heidegger tiene un libro que se llama Carta sobre el humanismo, que es
una respuesta a una pregunta realizada por Jean Beaufret: “¿Cómo restituir un sentido a
la palabra Humanismo?” La pregunta es posterior a la Segunda Guerra Mundial. En la
edición que manejo, el texto de Heidegger está precedido por uno de Sartre, El
existencialismo es un humanismo.
Hay un pasaje en donde Heidegger va a intentar resumir qué es el humanismo
para él. Vamos a ver qué entiende Heidegger, pero también qué pensaban los alemanes
del humanismo, pues, mucho de lo que escucharemos ahora a Heidegger recuerda a lo
que encontrábamos en Kristeller. Quizás no dicen lo mismo, pero la idea de lo que
entienden por humanismo pareciera estar muy cercana. Les leo a Heidegger entonces:
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locura de Erasmo. La Locura va a decir frente a la Sabiduría que ella es quien guía la
vida de los hombres. Los hombres creen que son sensatos, sabios, racionales, pero no.
La que gobierna el mundo es la Locura. Ahí vamos a volver a esta pregunta y vamos a
tener que volver a preguntarnos qué es el hombre. Yo quisiera ahora, sin embargo,
continuar por unos momentos más para cerrar con un texto de Ernesto Grassi, intitulado
La filosofía del Humanismo.
Grassi intenta contestarle a Heidegger, no sé si con verdad o no, por momentos
parece que sí, por momentos parece que hace agua. La contraposición que va a hacer
Grassi es entre el filósofo y el humanista. Es decir, Grassi va a volver a lo que dicen los
propios humanistas del XIV y del XV, como Petrarca, que hablan de la retórica, la
poesía, la historia y lo que se van a llamar “humanidades” contra este filósofo y su
lógica, en aquel momento escolástica, pero que hoy podemos vincular a toda filosofía
racionalista desde Descartes a Hegel y más allá. En este sentido, él dice:
El quehacer filosófico parte de la cosa (res) y no de palabra (verbum). Y como la res
solo se puede determinar a través de un proceso racional, el único lenguaje válido y
adecuado es el racional; es decir: la ratio es la que le transmite el significado a la
palabra […] La esencia del lenguaje consiste en ser expresión de un significado del
ente fijado de manera racional. Para esta tradición tiene que corresponder la palabra
(verbum) al objeto (res). El hablar se halla firmemente ligado a una concepción
ahistórica del ente.
Lo que Grassi cree que ocurre con los humanistas de los siglos XIV al XVI es que van a
pasar de esta visión ahistórica de las cosas entendidas racionalmente a una visión
existencial a partir de una palabra histórica.
Si no se interpreta el problema de la filosofía como un problema de definición
racional del ente, sino como el de la adecuada respuesta a una interpelación
existencial por medio de la palabra significativa, entonces ya no es necesario partir
en la actividad filosófica de la categoría de lo “verdadero” del ente, sino del
desvelamiento del ente en su respectiva situación histórica.
Un poco más adelante:
La lógica es la ciencia del lenguaje exacto, fundamentado, pero no del lenguaje rico:
tropos, metáforas, dicendi figuras, son, en cambio, manifestación de la necesidad de
expresarse siempre de nuevo y de diferentes maneras en el marco del “aquí” y
“ahora” a través de un lenguaje variado y ágil; constituyen pues, características
peculiares del hablar “ingenioso”.
Por último:
La scientia rerum [la ciencia de las cosas] gira en torno al problema del ente y a sus
definiciones racionalmente fijadas. Las litterae [las letras] parten de la experiencia
del significado cambiante de las palabras: cuando no se tiene conciencia de este
hecho, no sólo permanece el lenguaje rígido e inflexible, sino que se ignora la
historicidad de la palabra […] El conocimiento de las litterae coincide con la
experiencia del significado variable de las palabras.
Como podrá notarse, más allá de cualquier otra consideración al respecto, Grassi parece
querer rescatar al humanismo de los ataques de Heidegger, aunque, de algún modo,
intentando quedar dentro de la esfera de su pensamiento. Como si le dijera a Heidegger
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que los humanistas renacentistas también pensaron al hombre en relación con la palabra.
Grassi sostiene que la tesis central de Heidegger contra el Humanismo es que “si el
término Humanismo pone el acento en el hombre como punto de partida de la filosofía
–o sea, sobre una concepción antropológica-, descarta con ello, ya desde un principio,
todo pensar originario”. A esto, sin embargo, Grassi no acaba de contestar del todo. Con
lo que la cuestión queda abierta.
Y a propósito de ello, quisiera traer a la colación dos textos más. Cosa que la
cuestión quede bien entreverada y llena de interrogantes. Ustedes, entonces, harán luego
su propio recorrido y llegarán a sus propias respuestas. El primer texto es el Orador de
Cicerón. Poggio Bracciolini hablaba de la retórica, de la vuelta de Quintiliano, pero
¿qué era en esa época antigua la retórica? Cicerón cuando escribe este libro dice que es
necesario unir dos disciplinas (disciplinae) que entonces se encontraban separadas en
Roma: la disciplina que enseña a entender (intelligendi) con la disciplina que enseña a
decir, a hablar (dicendi). La que enseña a entender está ligada a las cosas (rerum) y, en
cambio, la que enseña a hablar está ligada a las palabras (verborum). Es decir, esto debe
cruzarse, no deben estar separadas, si bien son cosas distintas. A diferencia de los
planteamientos de Grassi, aquí se postula que la filosofía (doctrina rerum) debe
articularse con la elocuencia (doctrina verborum). Uno va al Orador y se encuentra que
estas palabras (ratio, res, verba) Cicerón las está usando juntas. El orador perfecto
entiende las cosas y habla elocuentemente. ¿Por qué? ¿Qué era la retórica para Cicerón?
¿Qué era la retórica para Aristóteles? Si uno va al inicio de la Retórica de Aristóteles
lee:
La retórica es correlativa de la dialéctica, pues ambas tratan de cosas que en cierto
modo son de conocimiento común a todos y no corresponden a ninguna ciencia
determinada. Por eso todos en cierto punto modo participan de una y otra, ya que
todos hasta cierto punto intentan inventar o resistir una razón y defenderse y acusar.
Fíjense, lejos de presentarse enfrentadas, aquí retórica y dialéctica se muestran
correlativas. Pero, ¿qué es este uso común de una y otra de la que se habla? Había tres
clases de oratoria: la deliberativa, la forense y la demostrativa. La deliberativa se usaba
en el ágora. En el ágora todos los ciudadanos debían poder hablar, iban allí a decidir
hacia donde iba el país, si se iba a la guerra o se mantenía la paz, y para eso había que
argumentar, aludir a tópicos comunes a partir de los cuales contestar, había que
conmover, entonces, la retórica era algo que se usaba todos los días, en la vida política,
constantemente. También en un juicio, había que convencer al juez con argumentos, con
alusiones a la historia, de ser posible, conmoverlo. La demostrativa estaba destinada a la
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alabanza o al denuesto de personajes. Estas tres clases de las que habla Aristóteles se
encontraban asimismo en Roma. Ahora ¿qué pasó? Cuando cae la República romana,
cae el senado y en tiempos del Imperio ya no había un espacio de deliberación.
Entonces la retórica se va quedando en el terreno de la segunda y la tercera, la forense y
la demostrativa. La retórica del siglo II o III, todavía en la Antigüedad, ya es una
retórica que no tiene que ver ya necesariamente con el discurso forense o la lucha
política, se va asociando cada vez más a la enseñanza de las primeras letras, a la
gramática, a un escribir y hablar bien pero en términos muy generales. Cuando llega a la
Edad Media, lo hace dentro de las artes sermocinales o lingüísticas, a saber, gramática,
retórica y dialéctica; o es absorbida en el marco de la predicación. ¿Qué dicen entonces
algunos? Que cuando redescubren a Cicerón, los hombres del Renacimiento
redescubren el ágora. Coluccio Salutati, Bruni o Poggio Bracciolini eran hombres de
estado, tenían que escribir cartas, invectivas, construir poder. Hubo un gobernante de
Milán que decía que tenía más miedo de la pluma de Coluccio Salutati que de los
ejércitos de Florencia. Por la forma en que escribían, narraban y eran contundentes en su
palabra estos humanistas han recuperado la retórica en un sentido diferente al que
después va a venir con Castiglione, con los cortesanos. No puede hablarse del
movimiento humanista en términos tan generales. Atacar o defender el humanismo
como el desarrollo de un proceso único.
Bueno, la semana que viene tenemos dos cartas más y el Libro de anécdotas.
Disculpen la hora y nos vemos la semana que viene.
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