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CIUDADANOS DEL MUNDO

Adela Cortina

Alianza, Madrid, 1997


Nº de páginas: 265
Resumen: María de la Válgoma
El libro supone un estudio histórico, filosófico, ético, político, social y
económico de la noción de ciudadanía, desde sus orígenes, en la antigua
Grecia, hasta la actualidad de un mundo globalizado. El interés del término y
de otros afines -"civilidad", sería uno de ellos- es máximo en un mundo en el
que la individualidad -no así los derechos individuales- debe quedar superada
o sublimada en un quehacer social en el que consistiría la auténtica
ciudadanía. Aprender a ser ciudadano, enseñar a serlo, sería hoy una meta de
cualquier educador, ya que, como la autora afirma en reiteradas ocasiones "a
ser ciudadano se aprende". El bagaje ético y filosófico de Adela Cortina está
presente en toda la obra, así como una muy completa bibliografía, y -pese a
la insistencia en ocasiones en cuestiones obvias- sus propuestas, sobre todo
la fundamental del libro, la propuesta de una ciudadanía que trasciende lo
nacional y trasnacional para llegar a ser cosmopolita, es esencial en un
mundo en donde solo los países desarrollados participan de la globalización.
Interesante para el proyecto.
En el comienzo del libro, la autora nos recuerda La isla del Dr. Moreau, la
inquietante obra de H.B. Wells, un clásico de la literatura simbólica donde se
nos propone una metáfora de la condición humana. Como otras obras de
monstruos, reales o presuntos -Frankenstein, el Dr. Jekyll- los monstruos, por
carentes de compasión y de sentido, acaban atentando contra sus creadores
y contra el resto de la humanidad. Los humanimales, personajes creados por
Wells, mezcla de animal y hombre, serán mentalizados en lo que el creador
quiera, a través de la imposición de la ley y de infundirles temor. Pero el
experimento no funciona, ya que las pautas humanizadoras aprendidas a
golpe de repetición y de castigo no tienen más perspectiva que su
desaparición a corto o medio plazo. Porque de nada sirven los valores y las
leyes si no se aceptan y si no convencen a la razón y a los sentimientos. Es
cada individuo quien tiene que estar convencido de que esas leyes son las
que se daría a sí mismo, aunque las haya aprendido en un contexto social.
Con la metáfora de los humanimales Wells quería llamar la atención de que
es posible el retroceso de la humanidad, y hacía una crítica a las religiones y a
la vida política por el mismo motivo. Lo que Cortina pretende es rastrear el
debatido concepto de ciudadanía, como punto de unión entre la razón y esos
valores y normas que consideramos humanizadores.
CAPITULO 1. Hacia una teoría de la ciudadanía

En la década de los noventa se puso de moda un término tan antiguo como el


de "ciudadanía" (Morals, para los anglosajones), un área del saber que tiene
por objeto reflexionar tanto sobre la moral como sobre el derecho y la
política. Ciudadanías política, trasnacional y cosmopolita. La autora ve la
actualidad del término en la necesidad de generar entre los miembros de la
sociedad un tipo de identidad en la que se reconozcan y que les haga sentirse
pertenecientes a ella. Sin adhesión por parte de los ciudadanos al conjunto
de la comunidad -sea esta nacional, trasnacional o cosmopolita- es imposible
responder conjuntamente a los retos que se plantean. Daniel Bell señaló
cómo en sociedades cuya clave moral es el individualismo hedonista, los
individuos no están dispuestos a sacrificar sus intereses egoístas en aras del
bien común. Hace falta una revolución cultural que asegure la civilidad, la
disponibilidad de los ciudadanos a comprometerse en la cosa pública. Bell
habló de promover la "religión civil", de fortalecer el hogar público,
entendido como el sector de la administración de los ingresos y de los gastos
del Estado, que satisface las necesidades y aspiraciones públicas. Para que la
civilidad nazca y se desarrolle es necesario una sintonía entre la sociedad y
cada uno de sus miembros. Reconocimiento de la sociedad hacia sus
miembros y consecuente adhesión de éstos a los proyectos comunes,
componen ese concepto de ciudadanía que constituye la razón de ser de la
civilidad. John Rawls en su Liberalismo político, dice que hay que elaborar
una teoría de la justicia distributiva que pueda ser compartida por todos los
miembros de una sociedad con democracia liberal, e intentar encarnarla en
las instituciones básicas de la sociedad. Una de las dificultades para ello es
que en las sociedades pluralistas pueden existir grupos con diferentes
cosmovisiones -lo que él llama distintas "doctrinas comprehensivas del bien",
distintas concepciones de lo que es una vida digna de ser vivida, diferentes
proyectos de vida feliz. Por ello es necesario buscar aquellos valores que
todos comparten, los mínimos de justicia (frente a los que estarían los
máximos de felicidad) a los que una sociedad no está dispuesta a renunciar.
Cortina lo llama "ética de mínimos", como opuesta a una "ética de máximos",
para los proyectos de vida feliz. Rousseau distinguía entre el hombre, cuya
meta es la felicidad y el ciudadano, cuya meta es la justicia. Walzer y
Mcintyre creen que pertenecer a una comunidad justa es esencial para
sentirse ciudadano, implicado en ella. Pero estos autores, ambos
comunitaristas, critican el liberalismo y su teoría de mínimos y dicen que hay
que recuperar las ideas de bien y de virtud. Como dice Taylor, no basta la
justicia procedimental para vivir, hacen falta el sentido y la felicidad que se
encuentran en las comunidades. Además de diseñar modelos racionales de
justicia, hay que reforzar en los individuos su sentido de pertenencia a una
comunidad, principios que han de ir a la par. Ambos componen el concepto
de ciudadanía, que une la racionalidad de la justicia con el calor del
sentimiento de pertenencia. Pero para ello hay que encarar una serie de
problemas que tienen que ver con distintas facetas de la ciudadanía:
1.- La Ciudadanía es un concepto antiguo de raíz griega (política) y romana
(jurídica).
2.- Hoy día se habla de ciudadanía social, en el sentido del Estado del
Bienestar.
3.- La noción de ciudadanía, restringida al ámbito político, parece ignorar la
dimensión pública de la economía.
4.- La sociedad civil es la mejor escuela de civilidad. Es en los grupos de la
sociedad civil, generados libre y espontáneamente, donde las personas
aprenden a participar, ya que el ámbito político les está vedado ("argumento
de la sociedad civil").
5.- La ciudadanía propia de un Estado nacional quiebra con la coexistencia de
distintos grupos o culturas, dando lugar a una ciudadanía multicultural o
intercultural (Cortina) o diferenciada (Joung).
6.- La nacional y la trasnacional.
7.- La ciudadanía es el resultado de un quehacer, de un proceso que empieza
con la educación formal (escuela) e informal (familia, amigos, medios de
comunicación, ambiente social), porque a ser ciudadano se aprende.
CAPITULO 2. Ciudadanía política. Del hombre político al hombre legal

La ciudadanía es una relación política entre un individuo y una comunidad


política, en virtud de la cual el individuo es miembro de pleno derecho de esa
comunidad y le debe lealtad permanente (Derek-Heather, 1990). Desde la
Modernidad esa comunidad se entiende como un Estado nacional de
derecho. Ese vínculo político es un factor de identificación y de identidad
(frente a los que no lo tienen, por ej. los extranjeros). Es decir, que la trama
de la ciudadanía se urde con la aproximación a los semejantes y separación
con respecto a los diferentes. Esa dialéctica se vive como un conflicto, sobre
todo porque el universalismo cristiano está presente en el liberalismo y el
socialismo, y afirma que lo que nos une es mucho mayor que lo que nos
separa. Las religiones griega y romana son religiones de la ciudad, mientras
que el cristianismo es una religión de la persona, que la vincula con un dios
trascendente y con una comunidad universal. Sus herederos en lo político, el
liberalismo y el socialismo son cosmopolitas. de la doble raíz griega y romana
se origina a su vez dos tradiciones, la republicana, para la que la vida política
es el ámbito en el que los hombres buscan conjuntamente su bien, y la
libertad, según la cual la política es un medio para poder realizar en la vida
privada los propios ideales de felicidad. El ciudadano es el miembro de una
comunidad política que participa activamente en ella. Ya desde Grecia, el
ciudadano es el que se ocupa de las cuestiones públicas y no se contenta con
dedicarse a sus asuntos privados, pero es además quien sabe que la
deliberación es el procedimiento más adecuado para tratarlas, más que la
violencia, más que la imposición, más incluso que la votación que no es sino
el recurso último, cuando ya se ha empleado la fuerza de la palabra.

Una vida digna de ser vivida es la del ciudadano que participa activamente en
la construcción de una sociedad justa, en la que los ciudadanos puedan
desarrollar sus cualidades y adquirir virtudes. Por ello quien se recluye en sus
asuntos privados acaba perdiendo, no solo su ciudadanía real, sino también
su humanidad. un medio esencial para ser buen ciudadano es la educación,
porque a ser ciudadano se aprende. El ideal de participación sería el de la
democracia griega, directa, pero tal modelo tiene para nosotros cuatro
limitaciones: que es excluyente (solo para varones; estaban excluidas las
mujeres, los niños, los metecos y los esclavos), que libres e iguales eran solo
los atenienses, no los seres humanos, en tercer lugar que la libertad era solo
la de participar, pero no estaban protegidos en la vida privada, en la cual
podían darse fácilmente las injerencias de la Asamblea y por último que la
participación directa no es posible más que en comunidades reducidas. pero
además de la teoría a la práctica hay un trecho y los ciudadanos eran reacios
a participar.

Solo cuando los intereses de la ciudad en su conjunto estaban amenazados


entraba en acción la ciudadanía. En Roma cambia el sentido de la ciudadanía.
Más que una exigencia de implicación política va a ser una base para poder
reclamar derechos. Con la modernidad y el surgimiento de la idea de Estado,
los miembros de pleno derecho del estado con sus ciudadanos, aunque haya
otras formas de pertenencia. El estado va a ser el garante de la paz, la
agencia protectora (ejerce el monopolio de la violencia, impidiendo que cada
cual se tome la justicia por su mano), es expresión de la voluntad general y es
garante de la libertad externa. El Estado de derecho consigue estas metas a
través del imperio de la ley. Los ciudadanos son los que ostentan la
nacionalidad, vínculo que une al ciudadano con el Estado. Frente a este
término está el de nación, concepto muy vago, que, en principio, estaría
compuesto por una comunidad con cultura, lenguaje e historia comunes, así
como por la voluntad de sus miembros de constituirse como nación. El
Estado sería una comunidad artificial y la nación natural. Pero si fuera tan
natural no habría que imponerlo coactivamente por unos frente a otros, así
que como dice Cortina tan artificial es uno como la otra. Y como ocurre con
los seres humanos, no son solo naturaleza, sino sobre todo historia y cultura.
La señas de identidad del Estado nacional son la libertad de cada miembro de
la sociedad en cuanto persona, la igualdad en cuanto a súbdito y la
independencia en cuanto a ciudadano. Pero todo ello es insuficiente para
integrar en la comunidad a los que deberían sentirse sus miembros, si no se
dan otras dimensiones que veremos.
CAPITULO 3. Ciudadanía social: Del estado del bienestar al Estado de
justicia

Ante la dificultad de precisar el concepto de ciudadanía, la autora sigue el


que Thomas H. Marshall concibió hace medio siglo. Ciudadano es aquel que
en una comunidad política goza no solo de derechos civiles, no solo de
derechos políticos, sino también de derechos sociales (trabajo, educación,
vivienda, salud, prestaciones sociales en tiempo de especial vulnerabilidad).
La protección de estos derechos convierte al Estado en un Estado social de
derecho. Históricamente ha sido el llamado "Estado del bienestar" quien ha
encarnado ese Estado y ha reconocido la ciudadanía social de sus miembros,
y que hoy ha entrado en crisis. Surgido en la década de 1880 de la mano de
Bismarck, para contrarrestar el socialismo con medidas como el seguro de
enfermedad, contra accidentes laborales, pensiones para la vejez, etc. va
dando sucesivos pasos, como los señalados en la Welfare Theorie de Pareto y
Pigou, preocupados por aumentar el bienestar colectivo, el pensamiento de
Keynes, que hacia dependen la demanda de la tasa de empleo y el Informe
Beveridge, en plena 2ª Guerra Mundial, que trataba de suavizar las
desigualdades sociales, proponiendo un sistema universal de lucha contra la
pobreza. Tras esta evolución el Estado del bienestar se configura con los
elementos siguientes: 1) Intervención del Estado en los mecanismos del
mercado para satisfacer a determinados grupos. 2) política de pleno empleo.
3) institucionalización de sistemas de protección. 4) Institucionalización de
ayudas para los que no puedan estar en el mercado de trabajo. Pese a la
crisis de este estado y de tantas voces que claman por su desaparición,
concluye Cortina que hay una dimensión del Estado del bienestar que nadie
está dispuesto a tirar por la borda. Lo que hay que garantizar son unos
mínimos de justicia, no de bienes. Esos mínimos de justicia que pretende
defender el Estado social de derecho constituyen una exigencia ética, que
ningún Estado puede dejar insatisfecha. El presupuesto ético del Estado
social de derecho, si quiere tener legitimidad, es la necesidad de defender los
derechos humanos. Pero hoy el Estado social de derecho consiste en incluir
en el sistema de derechos fundamentales, no solo las libertades clásicas, sino
también los derechos económicos, sociales y culturales. La justificación ética
da lugar al estado social y la justificación económica al Estado del bienestar
(Laporta). Cortina aboga por un Estado de justicia, frente al Estado del
bienestar. "El Estado del bienestar ha confundido la protección de los
derechos básicos con la satisfacción de los deseos infinitos. Confundir la
justicia, que es un ideal de la razón, con el bienestar, que lo es de la
imaginación es un error". El Estado social de derecho debe ser un estado de
justicia, mientras que el bienestar es algo que debe buscárselo cada cual. La
ciudadanía es un tipo de relación que tiene una dirección doble: de la
comunidad hacia el ciudadano y de éste hacia la comunidad.
CAPITULO 4. Ciudadanía económica. La transformación de la economía

Se postula el paso de una ciudadanía acostumbrada a exigir a una economía


acostumbrada a participar en proyectos comunes, asumiendo
responsabilidades, lo cual implica transformar radicalmente la sociedad. Dahl
dice que "profundizar en la democracia consiste en multiplicar los centros de
poder para evitar los monopolios". Pero Cortina prefiere hablar del ejercicio
de la ciudadanía económica, es decir, la participación significativa en las
decisiones económicas, aunque añade que "es punto menos que imposible"
en principio por la globalización de los problemas económicos y la
financiación de los mercados transnacionales, lo que exigiría una ciudadanía
económica cosmopolita. La autora se acoge al lema "pensar basándose en la
llamada ética del discurso, aplicada a la economía y a la empresa y el
stakeholder capitalism o "capitalismo de los afectados", implantado en el
norte de Europa e Inglaterra. La aplicación del principio ético al mundo de la
economía y la empresa exige que todos los afectados por la actividad
empresarial sean considerados como "ciudadanos económicos", cuyos
intereses es preciso tener en cuenta en la toma de decisiones. Y solo son
válidas aquellas normas de acción con las que podrían estar de acuerdo todos
los posibles afectados como participantes en un discurso práctico. Por su
parte, el Stakeeholder capitalism entiende la empresa como una institución
que no solo satisface los intereses de los accionistas, sino que todos los que
resultan afectados por la actividad empresarial, pasando de la cultura del
conflicto a la cultura de la cooperación. Ha habido un conjunto de cambios en
la concepción de la empresa, en la que se ha transitado de la jerarquía a la
corresponsabilidad, de ser una máquina para generar beneficio económico se
entiende hoy como una organización dotada de cultura organizativa, con una
serie de valores éticos. Se reconfigura la ética del mundo laboral, gracias a la
cual los trabajadores no son ya meros asalariados, sino miembros necesarios
de una organización y se va del balance económico al balance social (como
grado de satisfacción que la empresa genera en la realidad). Se da así una
revitalización de la ética en las éticas aplicadas (ética económica y
empresarial, bioética, genética, ecoética, ética de las profesiones). Los
obstáculos para el ejercicio de la ciudadanía económica serian: la
precarización del trabajo y el desempleo, con renuncia al pleno empleo, la
nueva división en clases en la "sociedad del saber" y la tendencia a cargar la
responsabilidad social a un tercer sector o sector social, en el qlue se realizan
actividades sin ánimo de lucro (ONG, voluntariado, fundaciones, asociaciones
cívicas y de vecinos, asociaciones de padres, etc.), que se ocuparía de aquello
que queda desatendido por la esfera empresarial y política.
CAPITULO 5. Ciudadanía civil. Universalizar la aristocracia

De ser el gobierno de los aristoi, de los mejores, la aristocracia ha caído en un


claro declive. Y sin embargo, la necesidad de una cierta aristocracia ha ido
surgiendo en los diferentes campos de la vida social. En 1983 Peters y
Waterman publicaron el libro En busca de la excelencia, expresivo de las
aspiraciones del mundo empresarial, preocupados por superar la
mediocridad y situarse entre los mejores. Lo cierto es que la fuente principal
de la riqueza de los pueblos es la cualificación de los que en ellos trabajan, la
calidad de sus recursos humanos. Se pide calidad en todo, productos,
información, profesionales, lo que está fuera del alcance de los mediocres.
Los profesionales aspiran a la virtud, a la areté, como excelencia del carácter.
No contentarse con la mediocridad, aspirar a la aristocracia, no de unos
pocos, sino de todos los que se esfuerzan por realizar mejor su tarea
profesional. La actividad profesional es una actividad social. De los
profesionales se espera que no ejerzan su profesión solo por afán de lucro.
En la sociedad se ha producido un cambio de conciencia moral social, que
hace que deba ejercerse una profesión de manera acorde a la conciencia
moral de su tiempo. La opinión pública no está ya formada por los ilustrados,
como en la época de Kant, sino por aquellos "ciudadanos cívicos" capaces de
preocuparse por las cuestiones que afectan a todos. La opinión pública civil
está formada por asociaciones voluntarias, no estatales y no económicas, que
arraigan las estructuras comunicativas de la opinión pública en el mundo de
la vida. Por otro lado, el principio de la ética discursiva (Habermas), afirma
que toda persona es un interlocutor válido y ha de tenerse en cuenta su
opinión al decidir normas que le afecten.
CAPITULO 6. Ciudadanía intercultural. Miseria del etnocentrismo

Un concepto pleno de ciudadanía integra un estatus legal (un conjunto de


derechos), un status moral (un conjunto de responsabilidades) y una
identidad (sentimiento de pertenencia a una sociedad). Es difícil encarnar esa
ciudadanía plena en grupos humanos con grandes desigualdades materiales,
por eso el concepto de "ciudadanía social" pretendía al menos proporcionar
a todos los ciudadanos un mínimo de bienes materiales y el de "ciudadanía
económica", hacerles activamente participantes de los bienes sociales. Pero,
además, se plantean otros problemas en las sociedades donde hay diferentes
culturas. El ideal sería una ciudadanía multicultural, capaz de integrar las
diferentes culturas de una comunidad política de tal modo que todos sus
miembros se sientan "ciudadanos de primera". Los procedimientos para
organizar las diferencias culturales han sido muchos, desde un
multiculturalismo radical, con un sistema de apartheid, en el que cada grupo
está separado del resto y mantiene su propia cultura a un melting pot en el
que no se da una auténtica mezcla, sino una asimilación de las culturas
relegadas a la dominante. "Dilucidar cuales deben ser las relaciones entre las
diferentes culturas, tanto a nivel nacional como mundial, es una cuestión de
justicia", dice Cortina. Y no son sólo problemas de justicia, sino de riqueza
humana. Hay que adentrarse en un diálogo intercultural que descubra
aportaciones valiosas de cada cultura. Hay que tomar conciencia de que
ninguna cultura tienen soluciones para todos los problemas y que, cada una,
puede aprender de las demás. Una ética intercultural debe invitar a un
diálogo entre culturas a través del cual puedan llegar a ver lo que es
irrenunciable para construir entre todas una convivencia justa y feliz. Para
ello hay que afrontar problemas antropológicos, psicológicos, éticos, jurídicos
y políticos. El interculturalismo -con su diálogo entre culturas- es un proyecto
ético y político. Para que realmente lo sea tiene que contar con cuatro
elementos: 2) No se trata de asimilar el resto a la cultura dominante. 2)
Tampoco es la meta recrearse en la diferencia por la diferencia. Hay
diferencias que son respetables y otras que no lo son (Amy Gutman). 3) El
respeto que una cultura diferente merece tiene sus raíces en el respeto a la
identidad de las personas (aunque la identidad se puede elegir, al menos en
parte). 4) comprender otras culturas es indispensable para comprender la
propia. Las diferencias culturales son diferencias en el modo de concebir el
sentido de la vida y de la muerte, que justifican la existencia de diferentes
normas y valores morales. Pero no toda diferencia es cultural ni plantea
conflictos. Kymlicka distingue los siguientes grupos: 1) grupos
tradicionalmente desfavorecidos (mujeres, homosexuales, discapacitados), 2)
minorias nacionales que reclaman el autogobierno o mayores transferencias
de poder, 3) grupos étnicos o religiosos que piden apoyo y respeto para su
forma de vida. Desde una perspectiva jurídico política no todos reclaman lo
mismo. Unos querrán tener los mismos derechos que la mayoría, otros
querrán distintas transferencias de poder (autonomías, federalismo,
confederación) y otros un respeto y reconocimiento. Defender una lengua o
una cultura no es lo mismo que defender una nación. Para A. Cortina los
auténticos problemas multiculturales se producen en sociedades poliétnicas,
cuyos problemas no son solo políticos o jurídicos, sino morales y metafísicos.
Se plantea si es necesario la protección de derechos colectivos, frente al
liberalismo y el socialismo clásico que defienden universalmente derechos
individuales. Kymlicka afirma que lo que nunca puede permitirse es que un
colectivo, por minoritario que sea restrinja las libertades individuales de sus
miembros, que les fuerce a mantener una forma de vida que no desean. Las
identidades colectivas dependen de que los individuos que las componen
posean un fuerte sentido de pertenencia, pero se puede poseer esa cualidad
sin darle el mismo peso que otros. En ese sentido es en el que se habla de
identidad elegida. Cada persona puede optar autónomamente por los valores
que más le importan. La forma ética propia del Estado debería ser, a juicio de
A.C., la de un "liberalismo radical" dispuesto a defender, como irrenunciable
para una convivencia pluralista, la autonomía de los ciudadanos. ¿Cómo se
determina lo que es aceptable y lo que es rechazable? Dentro de la tradición
kantiana podríamos afirmar que no podemos considerar justa una norma si
no podemos presumir que todos los afectados por ella estarían dispuestos a
darla por buena tras un diálogo celebrado en condiciones de simetría. No
serian justas las normas que favorecen intereses grupales en detrimento de
las restantes personas. Mínimos de justicia serian aquellos que necesitamos
potenciar para que los interlocutores puedan dialogar en régimen de
igualdad, y cualquier rasgo cultural que ponga en peligro la defensa de esos
mínimos pertenece al ámbito de lo rechazable y renunciable.
CAPITULO 7. Educar en la ciudadanía. Aprender a construir el mundo juntos

La autora señala que se ha puesto de moda en nuestro país hablar de la


educación en valores, pero que una cosa es estar de moda y otra estar de
actualidad. Cree que urge educar en esos valores, que actúan como
integradores de los demás, sobre todo en los valores morales propios del
ciudadano. Porque a ser ciudadano se aprende, como a casi todo, pero no
por imposición sino por degustación. Educar en valores consiste en cultivar
las condiciones que nos preparan para degustar ciertos valores, para
reconocer en ciertas cosas un valor, y no solo porque sean subjetivamente
valiosas, sino porque nos permiten acondicionar el mundo para que podamos
vivir en él plenamente como personas (Zubiri). Existen unos valores que son
propiamente morales, como la libertad, la justicia, la solidaridad, la
honestidad, la tolerancia activa, la disponibilidad al diálogo, el respeto a la
humanidad en las demás personas y en uno mismo. Hay tres factores que los
especifican; a) Dependen de la libertad humana, está en nuestra mano
realizarlos. 2) No pueden atribuirse ni a los animales, ni a las plantas, ni a los
objetos inanimados. y 3) Una vida sin esos valores está falta de humanidad,
por eso los universalizaríamos, es decir, estamos dispuestos a defenderlos
para que cualquier persona pueda realizarlos. La disponibilidad de las
personas para realizar distintos valores ha ido cambiando, y se ha ido
produciendo a lo largo de la historia un progreso moral. Los valores cívicos
son la libertad -como individuo y como miembro de un grupo, la de
participar-, la igualdad, la solidaridad -que debe ser universal y que es
necesaria para defender otros valores como la paz, el desarrollo de los
pueblos menos favorecidos y el respeto al medio ambiente-, el respeto activo
y la disposición a resolver los problemas comunes a través del diálogo.
CAPITULO 8. Epílogo: El ideal de la ciudadanía cosmopolita

El universalismo moral irrumpe en la Historia a través de estoicismo y sobre


todo del cristianismo. Uno y otro conviene con Kant en que la humanidad
tiene un destino, el de forjar una ciudadanía cosmopolita, posible en una
suerte de república ética universal. por eso las bases de un plan de educación
deben ser cosmopolitas. El ideal cosmopolita está hoy encarnado en el
reconocimiento de los derechos de los refugiados, en la denuncia de
crímenes contra la humanidad, en la necesidad de un Derecho internacional,
en los organismos internacionales y, sobre todo, en la solidaridad de una
sociedad civil, capaz de obviar todas las fronteras. hay que educar en lo que
Kant llamaba "civilidad", que supone buenas maneras, amabilidad,
prudencia. Es moralmente educado quien tiene en cuenta en su obrar
aquellos fines que cualquier ser humano podría querer, lo cual le lleva a
tener por referente una comunidad universal. No basta con aprender a
resolver conflictos, hay que resolverlos con justicia, como no basta con
aprender a convivir, hay que hacerlo también con justicia. Hoy en día no
puede tenerse por justa ninguna comunidad política que no tenga en cuenta
a los "extranjeros" y no esté dispuesta a satisfacer sus necesidades básicas
por atender los deseos de algunos de sus ciudadanos. El referente en
cualquier comunidad política son los ciudadanos del mundo. Los bienes de la
tierra son bienes sociales, por lo que corresponden a toda la sociedad. Frente
a tantas exclusiones, "solo una lúcida y sabía solidaridad es una actitud
éticamente acertada", concluye la autora. Hay que luchar por una
globalización ética, por las mundialización de la solidaridad y la justicia,
descubrir los elementos comunes en las distintas religiones y culturas. El
reconocimiento de la ciudadanía social es condición sine que non para la
construcción de una ciudadanía cosmopolita que haga sentirse a todos los
hombres ciudadanos del mundo.
COMENTARIO

El libro supone un estudio histórico, filosófico, ético, político, social y


económico de la noción de ciudadanía, desde sus orígenes, en la antigua
Grecia, hasta la actualidad de un mundo globalizado. El interés del término y
de otros afines -"civilidad", sería uno de ellos- es máximo en un mundo en el
que la individualidad -no así los derechos individuales- debe quedar superada
o sublimada en un quehacer social en el que consistiría la auténtica
ciudadanía. Aprender a ser ciudadano, enseñar a serlo, sería hoy una meta de
cualquier educador, ya que, como la autora afirma en reiteradas ocasiones "a
ser ciudadano se aprende". El bagaje ético y filosófico de Adela Cortina está
presente en toda la obra, así como una muy completa bibliografía, y -pese a
la insistencia en ocasiones en cuestiones obvias- sus propuestas, sobre todo
la fundamental del libro, la propuesta de una ciudadanía que trasciende lo
nacional y trasnacional para llegar a ser cosmopolita, es esencial en un
mundo en donde solo los países desarrollados participan de la globalización.
Interesante para el proyecto.

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