La ciencia representa probablemente la manifestación más grande de
las posibilidades de la empresa humana considerada en su carácter único y universal. La búsqueda de la verdad, cualquiera que ésta sea, o de cualquier forma que se le defina, ha devenido en finalidad fundamental. Desde su aparición como filosofía hacia el siglo V a.C. en la Grecia Antigua, la ciencia ha sido tanto un producto de la innata curiosidad humana por conocer el mundo circundante, como el resultado de urgencias sociales de obtener ciertos tipos de conocimiento. Se ha discutido extensamente si tal búsqueda socialmente motivada y organizada de conocimiento cierto fue la fuerza iniciadora de la dinámica del cambio social o acaso representó una consecuencia de estos cambios.
En todo caso, por su vinculación estrecha con la filosofía, en sus
inicios la ciencia estaba imbuida de una relación con la naturaleza que le otorgaba un carácter relativamente ajeno a propósitos meramente prácticos: "Según se dice, un alumno de Platón mientras recibía instrucción matemática de su maestro preguntó al final impacientemente: Mas, ¿para qué sirve todo esto? Platón, muy ofendido, llamó a un esclavo y le ordenó que entregara una moneda al estudiante Ahora -dijo- no podrás decir que tu instrucción no ha servido en realidad para nada. Y, con ello, el estudiante fue despedido" (Asimov, 1973:18).
Sin embargo, muy pronto se manifestarían las posibilidades de la
ciencia como instrumento para acrecentar la base material y, en consecuencia, como medio de afianzar el poder social, económico y político. La fe en la ciencia está hasta cierto punto justificada por el papel revolucionario que desempeñó en los siglos XVII y XVIII, cuando los científicos lograron superar el conocimiento estéril por un saber que coadyuvó a lograr las transformaciones radicales de las condiciones sociales De esta manera se consiguió ensamblar; cada vez con mayor perfección, los elementos de un saber nuevo que emparentaba lo que es verdadero con lo que es bueno para la humanidad.
A lo largo de su desarrollo, la ciencia ha dejado de ser un
instrumento humano para explorar y cambiar el mundo y se ha transformado paulatinamente en un sólido "bloque de conocimiento" impermeable a los sueños, deseos y expectativas. Responde a una dinámica conformada por una realidad compleja, donde a los problemas intrínsecos a ella, a su desenvolvimiento interno, se vinculan sus interrelaciones con las esferas de lo ideológico, lo político y lo económico. Estas relaciones no se han establecido necesariamente para extraer de la ciencia los medios con los cuales acrecentar las posibilidades de bienestar social, en muchos casos estas relaciones han respondido a un afán de poder por parte de quienes las usufructúan como un medio para sus objetivos inmediatos.
Dentro del interior de la ciencia se encuentran las debilidades y las
grandezas propias de cualquier actividad propiciada por el hombre. Así, resulta frecuente observar en su historia episodios donde las barreras levantadas contra la difusión de una teoría científica nueva han sido producto de la resistencia demasiado humana de una generación o de un grupo de sabios, cuya carrera, posiciones y prestigio, dependen completamente de la autoridad que les confiere la teoría a punto de ser destronada.
Al mismo tiempo, los científicos se han vuelto más y más distantes,
ansiosos de especial reconocimiento e incapaces de expresar sus ideas de un modo que el profano pueda entender, al menos en sus principios esenciales. La superespecialización de la ciencia moderna, dividida en compartimientos cada vez más restringidos, amplía mucho más este distanciamiento, entre los propios miembros de la comunidad científica, e incluso entre practicantes de la misma disciplina.
La discusión sobre la utilización de la ciencia para propósitos ajenos
a su carácter y naturaleza no es reciente, entre otras cosas porque involucra aspectos morales, económicos y políticos, de gran importancia. Para Marx la actividad científica se ve conformada en todas las etapas de la historia por los requerimientos del proceso productivo, surge de preocupaciones materiales y no se desarrolla como reacción a exigencias internas de la propia ciencia, de manera que deviene en mero instrumento al servicio de las fuerzas productivas dominantes. Pero es con el desarrollo de la ciencia moderna que su utilidad para las esferas de poder político y económico se extrapola significativamente.
La preocupación por la amenaza implícita en el uso de los
descubrimientos científicos por parte del Estado y grupos de poder nacionales para satisfacer fines bélicos y de dominio sobre otros pueblos estuvo presente en los escritos y en la acción civil y política de filósofos como Russell y en científicos como Einstein y Openheimer. El equilibrio de poder surgido con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial, reveló con el advenimiento de la Guerra Fría y con la formación de los complejos militares-industriales dentro de las potencias, que no estaban nada desencaminados quienes señalaban el desvío de los propósitos fundamentales del que hacer científico en la dirección de alinearse con los objetivos políticos y económicos perseguidos dentro del contexto creado por estos escenarios.
Por otra parte, son variados los casos donde se ha producido
infiltración ideológica en la ciencia, lo cual ha tenido el efecto de eximir a las teorías de la necesaria verificación con los hechos, de lo cual se sigue que su verdadera función consiste en poner el prestigio que otorga lo científico al servicio de la ideología. Este es evidentemente el caso del darwinsmo social, que tuvo su manifestación más contundente en las teorías “científicas” que postulaban la nacionalsocialista alemán para justificar el exterminio.
Se ha señalado también que algunos test modernos para medir el
coeficiente intelectual están viciados de ideología en la medida que han querido sustentar diferencias de inteligencia entre diversos grupos raciales. Otro caso lo constituyó el “lissenkismo" una teoría postulada y aplicada por el biólogo Lissenko, que intentó hacer conciliar la biología con las tesis marxistas-leninistas. Un corolario de esta tesis permitía sostener la posibilidad de transmitir los caracteres adquiridos de manera que se podía ir conformando un “hombre nuevo”. Su aplicación en la extinta Unión Soviética durante la época comprendida entre 1936-1964 se reveló un fracaso y significó un retraso relativo de la biología y de la agricultura soviética.
La infiltración ideológica con el objeto de imponer determinadas
ideas, o bien utilizar las ideas existentes para justificar comportamientos y prácticas ideológicas con el fin de lograr control social, antes que amainar; pareció exacerbarse en la postguerra. Hacia el final de la Segunda Guerra Mundial, Hayek (1978) se pronunció en contra del "totalitarismo científico" al que parecía conducir los político-económicos basados en planificáéión que se desplegaban por toda Europa, tanto en le países socialistas como en las sociedades democráticas que desarrollaban un "Estado de Bienestar". Dado que en el sustrato ideológico de la planificación estatal da por sentado que los fines sociales justifican todos los medios, la ciencia derivaría en un mero instrumento activista de los ideales perseguidos
Si esta cuestión es vista desde un ángulo diferente, la posición de
Hayek representa una visión unilateral de un proceso que, probablemente, tenía su contrapartida dentro de los países democráticos. Sakakibara encuentra suficientes elementos ideologizantes en el que hacer científico institucionalizado tanto del lado del socialismo como del lado del capitalismo en el entorno producido por la Guerra Fría. En ambos sistemas político- económicos las ciencias, y en particular las ciencias sociales, se ajustaban a una suerte de "progresivismo" que alentaba el aumento del bienestar material y una justa distribución de la riqueza. La infactibilidad real de este "progresivismo" tanto en su versión socialista como en su forma neoclásica del capitalismo se debió, antes que a una pérdida de fe en su concepción como fin absoluto a alcanzar (mediante el uso y aplicación de la razón, una versión actualizada del positivismo decimonónico), a los poderosos factores limitantes que se le oponen. Uno de ellos tiene que ver con la escasez evidente de recursos de todo género que se necesitarían para la realización de esta posibilidad. El otro tiene que ver con su sustentabilidad, como proyecto, en vista de la necesidad de proteger el medio ambiente.
En el escenario actual globalizante y desaparecido el mundo
socialista, las dificultades inherentes a la comunidad científica, siguen siendo las que surgen al considerar que ésta no se desarrolla al margen de la sociedad, y por el contrario siempre constituye un hecho sociopolítico. El científico es un ser íntimamente tributario de la sociedad en la cual vive y es la cultura que lo rodea la que finalmente orienta sus investigaciones. No cabe duda que la ciencia es un producto sociocultural y, por esta razón, no está exenta de las complejidades observables en los procesos sociales. La historia de las ciencias individuales, incluyendo una relación de sus cambiantes tipos de progreso en diferentes etapas históricas, puede ser vista, en parte, como el resultado de las necesidades cambiantes de la sociedad.
La ciencia moderna es un producto sociocultural, que surgido en
Occidente, respondía a unas determinadas necesidades y expectativas y que logró ser canalizada a través de instituciones incentivadoras de su desarrollo. Por consiguiente, las motivaciones que condujeron a su creación y expansión, las formas de creación y expresión, las formas de expresión y la presentación de sus resultados, corresponden a la cultura que la originó. Desde este punto de vista, cabe considerar que la ciencia no es un producto universal ni, por tanto, comprensible para todas las sociedades por igual. Esta aservación se puede constatar si nos fijamos en los procesos integradores y desintegradores planteados por la globalización. En efecto, la ciencia constituye hoy en día un fenómeno global, pero que se expande a ritmos regionales muy diferentes y con resultados enormemente desiguales por todo el mundo.
En este orden de ideas, Feyerabend (1993), ha criticado las posturas
ingenuas acerca de ciencia actual, altamente desarrollada e institucionalizada en los países ricos y de bajo alcance y desorganizada en las naciones pobres. El saber científico de esta última parte del siglo XX ha renunciado a cualquier pretensión filosófica y se ha convertido en un gran negocio. A menudo se dejan de lado todo tipo de consideraciones humanitarias, así como cualquier idea de mejoramiento o de progreso más allá de reformas locales que no suponen, en última instancia, un gran avance hacia la resolución de problemas globales como la pobreza, las pandemias, la contaminación ambiental (calentamiento global), desempleo estructural, explosión demográfica...
Desde este punto de vista, el desarrollo de las ciencias sociales
confronta de cara a entender los complejos procesos que subyacen al fenómeno de la globalización, una ruptura epistemológica, al modificarse profundamente los marcos sociales y mentales de referencia a los que muchos se habian habituado. Si resulta válida la hipótesis de un mundo articulado cada vez más de acuerdo a las exigencias de la práctica tecnocrática y de la razón instrumental, el dilema "individualismo vs. holismo", "interpretaciones micro-maro", conocimiento total-parcelario" y otra buena cantidad de disyuntivas metodológicas, suponen, más allá de la discusión de su pertinencia respectiva, aceptar la transformación del objeto de estudio de lo social, en amplias proporciones y en ciertos aspectos de manera espectacular. Esto implica que, por primera vez, las ciencias sociales son desafiadas a pensar el mundo como una "sociedad global". El nuevo objeto de las ciencias sociales que surge directamente del fenómeno de la globalización no sólo es nuevo, sino que también es muy problemático, por lo cual resulta apresurado establecer una perspectiva metodológica prioritaria o exclusiva.
Es bajo este contexto que las ciencias sociales se enfrentan a un
nuevo desafío epistemológico. Muchos de sus conceptos, categorías e interpretaciones se ponen en tela de juicio, mientras que otros pierden su vigencia o se vuelven obsoletos. Por otra parte, algunas explicaciones relegadas en el pasado serán recreadas desde una nueva dimensión, en la medida que la realidad social se transfigura y se revelan otros horizontes para el pensamiento.
Los intentos de aprehender sistemáticamente, en un enfoque
unívoco, en una teoría totalizadora, el carácter de la sociedad global, chocan abruptamente con su nivel de complejidad y supera abiertamente los límites convencionales de cualquier ciencia social considerada individualmente.
Como lo han sostenido Ianni (1996:167): "Aunque haya énfasis y
prioridades en cuanto a este o aquel aspecto de la globalización, se vuelve evidente que cualquier análisis implica necesariamente varias ciencias. La economía de la sociedad global implica también aspectos políticos, históricos, geográficos, demográficos, culturales y otros. No siempre, pero en muchos casos los estudios y las interpretaciones sobre la globalización reabren cuestiones epistemológicas que parecían resueltas, cuando las ciencias sociales trabajaban principalmente con la sociedad nacional como emblema del paradigma clásico". En definitiva, en cuanto a la pregunta ¿qué es la verdad en la ciencia?, o mejor aun, ¿qué tan verdaderos son los sistemas de creencia que elaboran los científicos?. No existen respuestas fáciles porque éstas responden, como se ha tratado de dejar en claro, a los valores socioculturales de los cuales parten dichas creencias, permeabilizando el universo de preguntas y respuestas a las que accede el investigador. Aunque la verdad científica resulta ser un sistema de creencia universal, probablemente es incontestable que sufre diferentes adaptaciones en el proceso de ser asimilada por una determinada cultura local. Por otra parte, se puede sostener con relativa propiedad que las verdades de la ciencia, bien como sistema universal, bien corno sistema local, no sólo revelan lo que sus integrantes, los científicos, deciden como grupo lo que es y lo que no es verdad, sino también muestran una faceta distintiva de suma importancia: las verdades de la ciencia se manifiestan socialmente útiles, en la medida que con ellas el hombre puede alterar su ambiente, en otras palabras, se introduce en el terreno de la tecnología.
2. - TECNOLOGÍAS DE PUNTA DENTRO DE UN ORDEN
SOCIAL GLOBALIZADO
Aunque se puede argumentar que la tecnología y el proceso de
globalización han estado vinculados de manera tangible desde por lo menos la mundialización del comercio hacia el siglo XV cuando el desarrollo de la tecnología naval y militar permitió la expansión ultramarina de las potencias atlánticas, primero España y Portugal y posteriormente Inglaterra y Francia, no es menos cierto que la forma como se relaciona la tecnología moderna con el fenómeno de globalización evidencia aspectos sui generis y de consecuencias poco predecibles. La tecnología devino en instrumento de dominio político y económico desde la fase de desarrollo del capitalismo mercantil y posteriormente se afianzó en la etapa del capitalismo industrial, pero es en la era microelectrónica cuando se insertan espacios hasta hace poco relativamente aislados de su influencia y toma un carácter hegemónico que en buena medida responde a directrices globalizadas que escapan al control de las esferas de poder nacionales. Se parte pues de la idea que tanto el desarrollo tecnológico actual, así como la naturaleza global de la civilización, representan características únicas de la sociedad moderna y su conjunción supone una ampliación y diversificación en la definición de los parámetros que rigen el orden social, económico y cultural.
Resulta evidente que la transformación de la ciencia técnica y de la
técnica en fuerza productiva constituye el rasgo más característico del siglo XX, adquiriendo el proceso ritmos cada vez más crecientes y desiguales alrededor del mundo. Las ciencias naturales y sociales junto con sus expresiones técnicas se agilizan y generalizan por las posibilidades abiertas con la revolución microelectrónica y biotecnológica generando nuevos modos de producción, de trabajo, abarcando el campo de las relaciones sociales y culturales en todos sus aspectos. La imposición de un orden mundial tecnologizado no sigue una dirección unívoca ni definida, pero se manifiesta en una variedad de complejidades que van desde las fábricas automatizadas, pasando por las finanzas electrónicas y las telecomunicaciones hasta los productos biosintéticos y la clonación.
Marcuse (1987) subrayó el carácter dialéctico implícito entre la
tecnología y la dinámica de la modernización, otra manera de interpretar la globalización, en el sentido que la tecnología al representar una forma de organizar la producción, una totalidad de instrumentos, esquemas e inventos, también constituye una manera de organizar, perpetuar o cambiar las relaciones sociales existentes, las formas predominantes del pensamiento y los patrones de comportamiento, por lo cual deviene en un instrumento de dominación y control. Toda tecnología, en la medida que se inserta en la estructura social y puede servir a distintas finalidades, pero como técnica monopolizada por los detentadores del poder, en sociedades atravesadas por desigualdades sociales y económicas, resulta en un instrumento de manipulación de manera que reitera y amplía las estructuras prevalecientes en sus diversidades y desigualdades.
La tecnología moderna presupone una nueva división internacional
del trabajo y de la producción basadas en la flexibilización, la automatización y en las técnicas organizacionales representadas em el “neofordismo” y el “toyotismo” lo cual se amplía y se generaliza apoyadas en las posibilidades microelectrónicas hacia la concreción de la globalización del capitalismo en términos geográficos e históricos. En la medida en que se desarrollan y generalizan los procesos implicados en la globalización, se rebasan y disuelven las fronteras locales, regionales, nacionales y se rompen las barreras culturales, lingüísticas; pero por sobre todo se asiste a la estandarización de relaciones, procesos y estructuras que se traducen en técnicas sociales de producción y control. La tecnificación de las estructuras sociales estaría representada por el predominio de la racionalidad instrumental, lo cual conlleva a operativizar los grupos sociales e instituciones en la dirección de los fines y valores constituidos en el ámbito del mercado, una sociedad tecnificada que puede ser vista como un complejo espacio de intercambios, y donde incluso el individuo se revela como adjetivo, subalterno (Ianni, 1996).
Una manifestación de la racionalidad instrumental, implicada en la
tecnología moderna al servicio de las estructuras de denominación política y económica, los constituirían las tecnoestructuras. En la visión de Galbraith (1980) El Nuevo Estado Industrial, otra categoría interpretadora de la globalización, exige tecnocracias formadas por profesionales ocupados en cada momento en obtener, elaborar, intercambiar y contrastar información, que planifiquen estrategias y tomen decisiones destinadas a organizar, dinamizar y modificar el desempeño de las organizaciones y que puedan trabajar eficientemente con el Estado, de manera que éste sea convenientemente dirigido. Las tecnoestructuras establecen una relación simbiótica con las estructuras de poder, cuando no representan el poder mismo, de manera de alinear las fuerzas sociales en consonancia con los intereses prevalescientes insertos en el proceso de globalización. Aunque las tecnoestructuras se formaron y desarrollan en el ámbito de la economía a nivel de empresas, corporaciones y conglomerados, nacionales y multinacionales, hoy en día está estrechamente vinculadas a la dinámica de los múltiples cambios impuestos por el capitalismo en un orden global.
Con las tecnologías modernas el proceso de racionalización que se
desarrolla a todos los niveles de lo económico, social y cultural, alcanza cotas avanzadas, multiplicándose las posibilidades de influir, disciplinar, modificar, las instituciones y organizaciones de todo tipo en todas las partes del mundo. Este proceso de racionalización llevado hasta sus últimas consecuencias supone el sometimiento del individuo, particular y colectivamente, a los productos de dicha racionalización. De esta manera, la tecnología de medio o instrumento se transforma en fin, objetivo por excelencia, en una sorprendente inversión de medios y fines: “Todos los círculos de la vida social, de la empresa a la escuela, del mercado al Estado, de la iglesia a la familia son progresivamente organizados y dinamizados por las tecnologías de la racionalización, abarcando recursos de las ciencias naturales y sociales de la cibernética a la psicología”. (Ianni, 1996:108-109). Las probables consecuencias del dominio absoluto sobre el individuo a través del control social con el uso intensivo de ciertas tecnologías modernas se reflejaron en novelas anticipatorias como Un Mundo Feliz de A. Huxley y 1984 de O.Orwell. Las tecnologías que retuerzan el control sobre la identidad personal tienen una importante expresión en los avances logrados en biónica, genómica y con la clonación. En efecto, se vislumbra un futuro donde el individuo podrá ser programado genéticamente antes de su concepción, elegir sus cualidades, el desciframiento del genoma humano permitirá establecer un documento de identidad genético que posibilite la reparación de fallos y enfermedades, el mismo cuerpo servirá de almacén de prótesis y la factibilidad de donar órganos y personas le abre las puertas a la posibilidad de réplicas en serie con una identidad genética definida de antemano. Para Attali (1991:90): “Todas las leyes de la economía resultarán trastornadas; se abandonará el orden mercantil. Convertido en prótesis de sí mismo, el hombre será producido como una mercancia. La vida será objeto de artificio, creadora de valor y de rentabilidad.”
Las posibilidades y algunas de las consecuencias de un orden
electrónico en las esferas de lo económico, financiero y en el campo de las comunicaciones, ha sido suficientemente analizadas dado que son aspectos relacionados con la vanguardia de los desarrollos tecnológicos en boga, principalmente la robotización fabril, el advenimiento de la organización plana, el auge de las bases de datos, internet y la autopista de la información. Sin embargo, los mecanismos de control social, cultural, político que generarán en un futura éstas y otras tecnologías, vislumbra un panorama incierto y lleno de complejidades. Los sistemas electrónicos que ya dominan una gran cantidad de actividades comerciales, financieras y de otra índole supone la posibilidad cierta de estandarizar los comportamientos individuales y grupales alineándoles y vinculándolos inevitablemente con un orden social dominado por dichos sistemas. Es bastante probable que en un futuro, la incapacidad de utilizar la tecnología implicada en las computadoras y las redes de comunicación modernas sea el equivalente al analfabetismo en una sociedad anterior.
Vale la pena, pues, especular sobre un escenario de control social
dirigido y establecido a partir de políticas globales con una única organización o gobierno de alcance mundial. Este contexto estaba presente en la temprana visión, en 1924, de Russell (1986) para quien, la consecuencia inevitable del aumento de la organización en el mundo moderno resultaría en la anaplicabilidad de los principios del liberalismo. De esto se seguía la necesidad de tal organización o gobierno mundial, el cual no podría sustentarse en sus comienzos sino en el control férreo de la sociedad, incluso utilizando la fuerza, para luego dar paso a un orden social y político con ciertas características iniciales de tipo orwelliano.
No obstante, este escenario dista de ser medianamente realista por
diversas razones. La globalización es un proceso que ha manifestado tener un carácter dialéctico y dicotómico, es simultáneamente, integrador a la vez que desintegrador, igualador y desigualador, ordena y desordena, simplifica y complejiza, levanta barrera mientras abre ventanas de oportunidad, trata de imponer una lengua, una ideología, una cultura, al mismo tiempo que, por esta misma razón, genera la resistencia natural al avasallamiento, que termina por preservar expresiones culturales periféricas. Esta dicotomía se ha traducido en la práctica en la imposibilidad manifiesta, por ejemplo, de los gobiernos nacionales al momento de acordar políticas globales para serios problemas de alcance mundial, particularmente el daño ambiental, la explosión demográfica, el déficit alimentario, los armamentos nucleares y convencionales, la droga. Por eso no resulta tan sencillo imaginar instituciones planetarias autoritarias con un inmenso control, pero tampoco resulta fácil visualizar un escenario de organizaciones mundiales democráticas y eficaces, a pesar que la mejor tecnología disponible para la solución relativa de los problemas convive con nosotros.
Es probable que un orden político mundial, democrático o
totalitario, se enfrentará a los mismos dilemas que confrontan los Estados nacionales, la pérdida de gran parte de sus poderes. Se asistiría quizás a una burocratización de las organizaciones mundiales con las mismas consecuencias que han tenido para los gobiernos, y observable incluso en las organizaciones internacionales, existentes, esto es, la liberación de dichas burocracias del control de sus mandatos. Nuevamente, la tecnología propiciadora de control y orden puede estar sirviendo en realidad para dispersar el poder, atomizarlo e incluso generar anarquía social y caos. Un ejemplo de ello se refleja en la lucha liberada por los Estados nacionales por controlar la información. Es sabido que en el derrumbe del bloque socialista influyó significativamente la incapacidad de los gobiernos totalitarios de mantener aislados a sus habitantes de la información acerca de cómo se vive en las sociedades capitalistas desarrolladas. La misma ineficacia que manifiestan los gobiernos de los países ricos en evitar el acceso a información privilegiada o no a individuos minoritarios que utilizan dicha información con diferentes fines y propósitos. En un mundo donde la información es poder, éste ha dejado de ser privativo de los Estados y grandes corporaciones y se ha dispersado sobre un amplio conjunto de actores sociales.
Por otra parte, el proceso de rápida obsolescencia tecnológica
pareces estar vinculada a las exigencias impuestas por un orden económico y social globalizado. En el entorno económico mundial supone la necesidad de un proceso de producción continuo, del tipo “destrucción creativa”, que exacerba la competitividad librada entre firmas y consorcios nacionales y multinacionales. En el ámbito de la organización, implica la adopción de los principios que definen a las nuevas organizaciones: la información y el conocimiento, a objeto de superar la obsolescencia de sistemas organizativos que no permiten manejar los flujos de información con la rapidez exigida por la competitividad. En el campo del trabajo, prefigura la desaparición de esta categoría en los términos en que normalmente ha sido definida, para ser sustituida por otra categoría replanteada que considere a una sociedad con un alto nivel de ocio voluntario e involuntario. En la esfera de lo cultural determina la homogenización de los gustos y costumbres, la “macdonalización” de la cultura y de la sociedad a objeto de equipararla al orden impuesto por la lógica globalizante. La no adaptación a esta lógica globalizante, precedida de un sistema de valores donde competitividad, obsolescencia y homogenización, marcan la pauta, genera un proceso de exclusión social en dos niveles. El primer nivel se vislumbra en el campo de las naciones o regiones y determina la marginación de éstas del escenario global en la medida que no cumplen las exigencias que, desdes afuera, les son impuestas. El segundo nivel responde a la exclusión producida en el interior de las propias sociedades incluso de aquellas que dictan los parámetros del orden global. Esta exclusión social se identifica con los bolsones de pobreza que van surgiendo a la par del “desempleo tecnológico”, el debilitamiento de los sistemas de seguridad pública, la inmigración ilegal y supone una nueva división de clases más profunda e injusta que las existentes previamente.
La ciencia y la tecnología tienen una dimensión cultural, económica,
pero, por sobre todo, una dimensión política. Las dimensiones cultural y económica del saber tecnológico, dentro de un entorno global, ha significado potenciar las posibilidades de generar excedentes sociales importantes, mediante la aplicación sistemática del conocimiento y de la información, pero al mismo tiempo han repercutido en la creación de problemas de variada índole y alcance, que afectan a la sociedad global y a los desposeídos y desclasados que expulsa el sistema desde diversos ámbitos. Es entonces, lo creemos sinceramente, de la dimensión política del entorno global, pero también de la esfera regional, nacional o local, donde deben surgir las nuevas formas de organizar a las personas en un todo social armónico, donde debe formularse un nuevo consenso social no excluyente, que siente las bases para una nueva distribución de la riqueza producida socialmente, y establezca los parámetros de un desarrollo sustentable. REFERENCIAS
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York.
Attali J. (1991) Milenio. Seix Barral. Barcelona
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Ferrer, A. (1996) Historia de la Globalización. FCE. México.
Feyerabend, P. (1993) ¿Por qué no Platón?. Tecnos. Madrid.
Galbraith, J.K. (1980) El Nuevo Estado Industrial. Ariel. Barcelona.
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