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CIENCIA, TECNOLOGIA Y GLOBALIZACION

ISAIS COVARRUBIAS

1.- LA CIENCIA COMO EMPRESA SOCIAL

La ciencia representa probablemente la manifestación más grande de


las posibilidades de la empresa humana considerada en su carácter
único y universal. La búsqueda de la verdad, cualquiera que ésta sea,
o de cualquier forma que se le defina, ha devenido en finalidad
fundamental. Desde su aparición como filosofía hacia el siglo V a.C.
en la Grecia Antigua, la ciencia ha sido tanto un producto de la
innata curiosidad humana por conocer el mundo circundante, como
el resultado de urgencias sociales de obtener ciertos tipos de
conocimiento. Se ha discutido extensamente si tal búsqueda
socialmente motivada y organizada de conocimiento cierto fue la
fuerza iniciadora de la dinámica del cambio social o acaso
representó una consecuencia de estos cambios.

En todo caso, por su vinculación estrecha con la filosofía, en sus


inicios la ciencia estaba imbuida de una relación con la naturaleza
que le otorgaba un carácter relativamente ajeno a propósitos
meramente prácticos: "Según se dice, un alumno de Platón mientras
recibía instrucción matemática de su maestro preguntó al final
impacientemente: Mas, ¿para qué sirve todo esto? Platón, muy
ofendido, llamó a un esclavo y le ordenó que entregara una moneda
al estudiante Ahora -dijo- no podrás decir que tu instrucción no ha
servido en realidad para nada. Y, con ello, el estudiante fue
despedido" (Asimov, 1973:18).

Sin embargo, muy pronto se manifestarían las posibilidades de la


ciencia como instrumento para acrecentar la base material y, en
consecuencia, como medio de afianzar el poder social, económico y
político. La fe en la ciencia está hasta cierto punto justificada por el
papel revolucionario que desempeñó en los siglos XVII y XVIII,
cuando los científicos lograron superar el conocimiento estéril por
un saber que coadyuvó a lograr las transformaciones radicales de las
condiciones sociales De esta manera se consiguió ensamblar; cada
vez con mayor perfección, los elementos de un saber nuevo que
emparentaba lo que es verdadero con lo que es bueno para la
humanidad.

A lo largo de su desarrollo, la ciencia ha dejado de ser un


instrumento humano para explorar y cambiar el mundo y se ha
transformado paulatinamente en un sólido "bloque de conocimiento"
impermeable a los sueños, deseos y expectativas. Responde a una
dinámica conformada por una realidad compleja, donde a los
problemas intrínsecos a ella, a su desenvolvimiento interno, se
vinculan sus interrelaciones con las esferas de lo ideológico, lo
político y lo económico. Estas relaciones no se han establecido
necesariamente para extraer de la ciencia los medios con los cuales
acrecentar las posibilidades de bienestar social, en muchos casos
estas relaciones han respondido a un afán de poder por parte de
quienes las usufructúan como un medio para sus objetivos
inmediatos.

Dentro del interior de la ciencia se encuentran las debilidades y las


grandezas propias de cualquier actividad propiciada por el hombre.
Así, resulta frecuente observar en su historia episodios donde las
barreras levantadas contra la difusión de una teoría científica nueva
han sido producto de la resistencia demasiado humana de una
generación o de un grupo de sabios, cuya carrera, posiciones y
prestigio, dependen completamente de la autoridad que les confiere
la teoría a punto de ser destronada.

Al mismo tiempo, los científicos se han vuelto más y más distantes,


ansiosos de especial reconocimiento e incapaces de expresar sus
ideas de un modo que el profano pueda entender, al menos en sus
principios esenciales. La superespecialización de la ciencia
moderna, dividida en compartimientos cada vez más restringidos,
amplía mucho más este distanciamiento, entre los propios miembros
de la comunidad científica, e incluso entre practicantes de la misma
disciplina.

La discusión sobre la utilización de la ciencia para propósitos ajenos


a su carácter y naturaleza no es reciente, entre otras cosas porque
involucra aspectos morales, económicos y políticos, de gran
importancia. Para Marx la actividad científica se ve conformada en
todas las etapas de la historia por los requerimientos del proceso
productivo, surge de preocupaciones materiales y no se desarrolla
como reacción a exigencias internas de la propia ciencia, de manera
que deviene en mero instrumento al servicio de las fuerzas
productivas dominantes. Pero es con el desarrollo de la ciencia
moderna que su utilidad para las esferas de poder político y
económico se extrapola significativamente.

La preocupación por la amenaza implícita en el uso de los


descubrimientos científicos por parte del Estado y grupos de poder
nacionales para satisfacer fines bélicos y de dominio sobre otros
pueblos estuvo presente en los escritos y en la acción civil y política
de filósofos como Russell y en científicos como Einstein y
Openheimer. El equilibrio de poder surgido con posterioridad a la
Segunda Guerra Mundial, reveló con el advenimiento de la Guerra
Fría y con la formación de los complejos militares-industriales
dentro de las potencias, que no estaban nada desencaminados
quienes señalaban el desvío de los propósitos fundamentales del que
hacer científico en la dirección de alinearse con los objetivos
políticos y económicos perseguidos dentro del contexto creado por
estos escenarios.

Por otra parte, son variados los casos donde se ha producido


infiltración ideológica en la ciencia, lo cual ha tenido el efecto de
eximir a las teorías de la necesaria verificación con los hechos, de lo
cual se sigue que su verdadera función consiste en poner el prestigio
que otorga lo científico al servicio de la ideología. Este es
evidentemente el caso del darwinsmo social, que tuvo su
manifestación más contundente en las teorías “científicas” que
postulaban la nacionalsocialista alemán para justificar el exterminio.

Se ha señalado también que algunos test modernos para medir el


coeficiente intelectual están viciados de ideología en la medida que
han querido sustentar diferencias de inteligencia entre diversos
grupos raciales. Otro caso lo constituyó el “lissenkismo" una teoría
postulada y aplicada por el biólogo Lissenko, que intentó hacer
conciliar la biología con las tesis marxistas-leninistas. Un corolario
de esta tesis permitía sostener la posibilidad de transmitir los
caracteres adquiridos de manera que se podía ir conformando un
“hombre nuevo”. Su aplicación en la extinta Unión Soviética
durante la época comprendida entre 1936-1964 se reveló un fracaso
y significó un retraso relativo de la biología y de la agricultura
soviética.

La infiltración ideológica con el objeto de imponer determinadas


ideas, o bien utilizar las ideas existentes para justificar
comportamientos y prácticas ideológicas con el fin de lograr control
social, antes que amainar; pareció exacerbarse en la postguerra.
Hacia el final de la Segunda Guerra Mundial, Hayek (1978) se
pronunció en contra del "totalitarismo científico" al que parecía
conducir los político-económicos basados en planificáéión que se
desplegaban por toda Europa, tanto en le países socialistas como en
las sociedades democráticas que desarrollaban un "Estado de
Bienestar". Dado que en el sustrato ideológico de la planificación
estatal da por sentado que los fines sociales justifican todos los
medios, la ciencia derivaría en un mero instrumento activista de los
ideales perseguidos

Si esta cuestión es vista desde un ángulo diferente, la posición de


Hayek representa una visión unilateral de un proceso que,
probablemente, tenía su contrapartida dentro de los países
democráticos. Sakakibara encuentra suficientes elementos
ideologizantes en el que hacer científico institucionalizado tanto del
lado del socialismo como del lado del capitalismo en el entorno
producido por la Guerra Fría. En ambos sistemas político-
económicos las ciencias, y en particular las ciencias sociales, se
ajustaban a una suerte de "progresivismo" que alentaba el aumento
del bienestar material y una justa distribución de la riqueza. La
infactibilidad real de este "progresivismo" tanto en su versión
socialista como en su forma neoclásica del capitalismo se debió,
antes que a una pérdida de fe en su concepción como fin absoluto a
alcanzar (mediante el uso y aplicación de la razón, una versión
actualizada del positivismo decimonónico), a los poderosos factores
limitantes que se le oponen. Uno de ellos tiene que ver con la
escasez evidente de recursos de todo género que se necesitarían
para la realización de esta posibilidad. El otro tiene que ver con su
sustentabilidad, como proyecto, en vista de la necesidad de proteger
el medio ambiente.

En el escenario actual globalizante y desaparecido el mundo


socialista, las dificultades inherentes a la comunidad científica,
siguen siendo las que surgen al considerar que ésta no se desarrolla
al margen de la sociedad, y por el contrario siempre constituye un
hecho sociopolítico. El científico es un ser íntimamente tributario de
la sociedad en la cual vive y es la cultura que lo rodea la que
finalmente orienta sus investigaciones. No cabe duda que la ciencia
es un producto sociocultural y, por esta razón, no está exenta de las
complejidades observables en los procesos sociales. La historia de
las ciencias individuales, incluyendo una relación de sus cambiantes
tipos de progreso en diferentes etapas históricas, puede ser vista, en
parte, como el resultado de las necesidades cambiantes de la
sociedad.

La ciencia moderna es un producto sociocultural, que surgido en


Occidente, respondía a unas determinadas necesidades y
expectativas y que logró ser canalizada a través de instituciones
incentivadoras de su desarrollo. Por consiguiente, las motivaciones
que condujeron a su creación y expansión, las formas de creación y
expresión, las formas de expresión y la presentación de sus
resultados, corresponden a la cultura que la originó. Desde este
punto de vista, cabe considerar que la ciencia no es un producto
universal ni, por tanto, comprensible para todas las sociedades por
igual. Esta aservación se puede constatar si nos fijamos en los
procesos integradores y desintegradores planteados por la
globalización. En efecto, la ciencia constituye hoy en día un
fenómeno global, pero que se expande a ritmos regionales muy
diferentes y con resultados enormemente desiguales por todo el
mundo.

En este orden de ideas, Feyerabend (1993), ha criticado las posturas


ingenuas acerca de ciencia actual, altamente desarrollada e
institucionalizada en los países ricos y de bajo alcance y
desorganizada en las naciones pobres. El saber científico de esta
última parte del siglo XX ha renunciado a cualquier pretensión
filosófica y se ha convertido en un gran negocio. A menudo se dejan
de lado todo tipo de consideraciones humanitarias, así como
cualquier idea de mejoramiento o de progreso más allá de reformas
locales que no suponen, en última instancia, un gran avance hacia la
resolución de problemas globales como la pobreza, las pandemias, la
contaminación ambiental (calentamiento global), desempleo
estructural, explosión demográfica...

Desde este punto de vista, el desarrollo de las ciencias sociales


confronta de cara a entender los complejos procesos que subyacen al
fenómeno de la globalización, una ruptura epistemológica, al
modificarse profundamente los marcos sociales y mentales de
referencia a los que muchos se habian habituado. Si resulta válida la
hipótesis de un mundo articulado cada vez más de acuerdo a las
exigencias de la práctica tecnocrática y de la razón instrumental, el
dilema "individualismo vs. holismo", "interpretaciones micro-maro",
conocimiento total-parcelario" y otra buena cantidad de disyuntivas
metodológicas, suponen, más allá de la discusión de su pertinencia
respectiva, aceptar la transformación del objeto de estudio de lo
social, en amplias proporciones y en ciertos aspectos de manera
espectacular. Esto implica que, por primera vez, las ciencias sociales
son desafiadas a pensar el mundo como una "sociedad global". El
nuevo objeto de las ciencias sociales que surge directamente del
fenómeno de la globalización no sólo es nuevo, sino que también es
muy problemático, por lo cual resulta apresurado establecer una
perspectiva metodológica prioritaria o exclusiva.

Es bajo este contexto que las ciencias sociales se enfrentan a un


nuevo desafío epistemológico. Muchos de sus conceptos, categorías
e interpretaciones se ponen en tela de juicio, mientras que otros
pierden su vigencia o se vuelven obsoletos. Por otra parte, algunas
explicaciones relegadas en el pasado serán recreadas desde una
nueva dimensión, en la medida que la realidad social se transfigura y
se revelan otros horizontes para el pensamiento.

Los intentos de aprehender sistemáticamente, en un enfoque


unívoco, en una teoría totalizadora, el carácter de la sociedad global,
chocan abruptamente con su nivel de complejidad y supera
abiertamente los límites convencionales de cualquier ciencia social
considerada individualmente.

Como lo han sostenido Ianni (1996:167): "Aunque haya énfasis y


prioridades en cuanto a este o aquel aspecto de la globalización, se
vuelve evidente que cualquier análisis implica necesariamente varias
ciencias. La economía de la sociedad global implica también
aspectos políticos, históricos, geográficos, demográficos, culturales
y otros. No siempre, pero en muchos casos los estudios y las
interpretaciones sobre la globalización reabren cuestiones
epistemológicas que parecían resueltas, cuando las ciencias sociales
trabajaban principalmente con la sociedad nacional como emblema
del paradigma clásico".
En definitiva, en cuanto a la pregunta ¿qué es la verdad en la
ciencia?, o mejor aun, ¿qué tan verdaderos son los sistemas de
creencia que elaboran los científicos?. No existen respuestas fáciles
porque éstas responden, como se ha tratado de dejar en claro, a los
valores socioculturales de los cuales parten dichas creencias,
permeabilizando el universo de preguntas y respuestas a las que
accede el investigador. Aunque la verdad científica resulta ser un
sistema de creencia universal, probablemente es incontestable que
sufre diferentes adaptaciones en el proceso de ser asimilada por una
determinada cultura local. Por otra parte, se puede sostener con
relativa propiedad que las verdades de la ciencia, bien como sistema
universal, bien corno sistema local, no sólo revelan lo que sus
integrantes, los científicos, deciden como grupo lo que es y lo que
no es verdad, sino también muestran una faceta distintiva de suma
importancia: las verdades de la ciencia se manifiestan socialmente
útiles, en la medida que con ellas el hombre puede alterar su
ambiente, en otras palabras, se introduce en el terreno de la
tecnología.

2. - TECNOLOGÍAS DE PUNTA DENTRO DE UN ORDEN


SOCIAL GLOBALIZADO

Aunque se puede argumentar que la tecnología y el proceso de


globalización han estado vinculados de manera tangible desde por lo
menos la mundialización del comercio hacia el siglo XV cuando el
desarrollo de la tecnología naval y militar permitió la expansión
ultramarina de las potencias atlánticas, primero España y Portugal y
posteriormente Inglaterra y Francia, no es menos cierto que la forma
como se relaciona la tecnología moderna con el fenómeno de
globalización evidencia aspectos sui generis y de consecuencias
poco predecibles. La tecnología devino en instrumento de dominio
político y económico desde la fase de desarrollo del capitalismo
mercantil y posteriormente se afianzó en la etapa del capitalismo
industrial, pero es en la era microelectrónica cuando se insertan
espacios hasta hace poco relativamente aislados de su influencia y
toma un carácter hegemónico que en buena medida responde a
directrices globalizadas que escapan al control de las esferas de
poder nacionales. Se parte pues de la idea que tanto el desarrollo
tecnológico actual, así como la naturaleza global de la civilización,
representan características únicas de la sociedad moderna y su
conjunción supone una ampliación y diversificación en la definición
de los parámetros que rigen el orden social, económico y cultural.

Resulta evidente que la transformación de la ciencia técnica y de la


técnica en fuerza productiva constituye el rasgo más característico
del siglo XX, adquiriendo el proceso ritmos cada vez más crecientes
y desiguales alrededor del mundo. Las ciencias naturales y sociales
junto con sus expresiones técnicas se agilizan y generalizan por las
posibilidades abiertas con la revolución microelectrónica y
biotecnológica generando nuevos modos de producción, de trabajo,
abarcando el campo de las relaciones sociales y culturales en todos
sus aspectos. La imposición de un orden mundial tecnologizado no
sigue una dirección unívoca ni definida, pero se manifiesta en una
variedad de complejidades que van desde las fábricas automatizadas,
pasando por las finanzas electrónicas y las telecomunicaciones hasta
los productos biosintéticos y la clonación.

Marcuse (1987) subrayó el carácter dialéctico implícito entre la


tecnología y la dinámica de la modernización, otra manera de
interpretar la globalización, en el sentido que la tecnología al
representar una forma de organizar la producción, una totalidad de
instrumentos, esquemas e inventos, también constituye una manera
de organizar, perpetuar o cambiar las relaciones sociales existentes,
las formas predominantes del pensamiento y los patrones de
comportamiento, por lo cual deviene en un instrumento de
dominación y control. Toda tecnología, en la medida que se inserta
en la estructura social y puede servir a distintas finalidades, pero
como técnica monopolizada por los detentadores del poder, en
sociedades atravesadas por desigualdades sociales y económicas,
resulta en un instrumento de manipulación de manera que reitera y
amplía las estructuras prevalecientes en sus diversidades y
desigualdades.

La tecnología moderna presupone una nueva división internacional


del trabajo y de la producción basadas en la flexibilización, la
automatización y en las técnicas organizacionales representadas em
el “neofordismo” y el “toyotismo” lo cual se amplía y se generaliza
apoyadas en las posibilidades microelectrónicas hacia la concreción
de la globalización del capitalismo en términos geográficos e
históricos. En la medida en que se desarrollan y generalizan los
procesos implicados en la globalización, se rebasan y disuelven las
fronteras locales, regionales, nacionales y se rompen las barreras
culturales, lingüísticas; pero por sobre todo se asiste a la
estandarización de relaciones, procesos y estructuras que se traducen
en técnicas sociales de producción y control. La tecnificación de las
estructuras sociales estaría representada por el predominio de la
racionalidad instrumental, lo cual conlleva a operativizar los grupos
sociales e instituciones en la dirección de los fines y valores
constituidos en el ámbito del mercado, una sociedad tecnificada que
puede ser vista como un complejo espacio de intercambios, y donde
incluso el individuo se revela como adjetivo, subalterno (Ianni,
1996).

Una manifestación de la racionalidad instrumental, implicada en la


tecnología moderna al servicio de las estructuras de denominación
política y económica, los constituirían las tecnoestructuras. En la
visión de Galbraith (1980) El Nuevo Estado Industrial, otra
categoría interpretadora de la globalización, exige tecnocracias
formadas por profesionales ocupados en cada momento en obtener,
elaborar, intercambiar y contrastar información, que planifiquen
estrategias y tomen decisiones destinadas a organizar, dinamizar y
modificar el desempeño de las organizaciones y que puedan trabajar
eficientemente con el Estado, de manera que éste sea
convenientemente dirigido. Las tecnoestructuras establecen una
relación simbiótica con las estructuras de poder, cuando no
representan el poder mismo, de manera de alinear las fuerzas
sociales en consonancia con los intereses prevalescientes insertos en
el proceso de globalización. Aunque las tecnoestructuras se
formaron y desarrollan en el ámbito de la economía a nivel de
empresas, corporaciones y conglomerados, nacionales y
multinacionales, hoy en día está estrechamente vinculadas a la
dinámica de los múltiples cambios impuestos por el capitalismo en
un orden global.

Con las tecnologías modernas el proceso de racionalización que se


desarrolla a todos los niveles de lo económico, social y cultural,
alcanza cotas avanzadas, multiplicándose las posibilidades de
influir, disciplinar, modificar, las instituciones y organizaciones de
todo tipo en todas las partes del mundo. Este proceso de
racionalización llevado hasta sus últimas consecuencias supone el
sometimiento del individuo, particular y colectivamente, a los
productos de dicha racionalización. De esta manera, la tecnología de
medio o instrumento se transforma en fin, objetivo por excelencia,
en una sorprendente inversión de medios y fines: “Todos los círculos
de la vida social, de la empresa a la escuela, del mercado al Estado,
de la iglesia a la familia son progresivamente organizados y
dinamizados por las tecnologías de la racionalización, abarcando
recursos de las ciencias naturales y sociales de la cibernética a la
psicología”. (Ianni, 1996:108-109). Las probables consecuencias
del dominio absoluto sobre el individuo a través del control social
con el uso intensivo de ciertas tecnologías modernas se reflejaron en
novelas anticipatorias como Un Mundo Feliz de A. Huxley y 1984
de O.Orwell. Las tecnologías que retuerzan el control sobre la
identidad personal tienen una importante expresión en los avances
logrados en biónica, genómica y con la clonación. En efecto, se
vislumbra un futuro donde el individuo podrá ser programado
genéticamente antes de su concepción, elegir sus cualidades, el
desciframiento del genoma humano permitirá establecer un
documento de identidad genético que posibilite la reparación de
fallos y enfermedades, el mismo cuerpo servirá de almacén de
prótesis y la factibilidad de donar órganos y personas le abre las
puertas a la posibilidad de réplicas en serie con una identidad
genética definida de antemano. Para Attali (1991:90): “Todas las
leyes de la economía resultarán trastornadas; se abandonará el orden
mercantil. Convertido en prótesis de sí mismo, el hombre será
producido como una mercancia. La vida será objeto de artificio,
creadora de valor y de rentabilidad.”

Las posibilidades y algunas de las consecuencias de un orden


electrónico en las esferas de lo económico, financiero y en el campo
de las comunicaciones, ha sido suficientemente analizadas dado que
son aspectos relacionados con la vanguardia de los desarrollos
tecnológicos en boga, principalmente la robotización fabril, el
advenimiento de la organización plana, el auge de las bases de datos,
internet y la autopista de la información. Sin embargo, los
mecanismos de control social, cultural, político que generarán en un
futura éstas y otras tecnologías, vislumbra un panorama incierto y
lleno de complejidades. Los sistemas electrónicos que ya dominan
una gran cantidad de actividades comerciales, financieras y de otra
índole supone la posibilidad cierta de estandarizar los
comportamientos individuales y grupales alineándoles y
vinculándolos inevitablemente con un orden social dominado por
dichos sistemas. Es bastante probable que en un futuro, la
incapacidad de utilizar la tecnología implicada en las computadoras
y las redes de comunicación modernas sea el equivalente al
analfabetismo en una sociedad anterior.

Vale la pena, pues, especular sobre un escenario de control social


dirigido y establecido a partir de políticas globales con una única
organización o gobierno de alcance mundial. Este contexto estaba
presente en la temprana visión, en 1924, de Russell (1986) para
quien, la consecuencia inevitable del aumento de la organización en
el mundo moderno resultaría en la anaplicabilidad de los principios
del liberalismo. De esto se seguía la necesidad de tal organización o
gobierno mundial, el cual no podría sustentarse en sus comienzos
sino en el control férreo de la sociedad, incluso utilizando la fuerza,
para luego dar paso a un orden social y político con ciertas
características iniciales de tipo orwelliano.

No obstante, este escenario dista de ser medianamente realista por


diversas razones. La globalización es un proceso que ha manifestado
tener un carácter dialéctico y dicotómico, es simultáneamente,
integrador a la vez que desintegrador, igualador y desigualador,
ordena y desordena, simplifica y complejiza, levanta barrera
mientras abre ventanas de oportunidad, trata de imponer una lengua,
una ideología, una cultura, al mismo tiempo que, por esta misma
razón, genera la resistencia natural al avasallamiento, que termina
por preservar expresiones culturales periféricas. Esta dicotomía se
ha traducido en la práctica en la imposibilidad manifiesta, por
ejemplo, de los gobiernos nacionales al momento de acordar
políticas globales para serios problemas de alcance mundial,
particularmente el daño ambiental, la explosión demográfica, el
déficit alimentario, los armamentos nucleares y convencionales, la
droga. Por eso no resulta tan sencillo imaginar instituciones
planetarias autoritarias con un inmenso control, pero tampoco
resulta fácil visualizar un escenario de organizaciones mundiales
democráticas y eficaces, a pesar que la mejor tecnología disponible
para la solución relativa de los problemas convive con nosotros.

Es probable que un orden político mundial, democrático o


totalitario, se enfrentará a los mismos dilemas que confrontan los
Estados nacionales, la pérdida de gran parte de sus poderes. Se
asistiría quizás a una burocratización de las organizaciones
mundiales con las mismas consecuencias que han tenido para los
gobiernos, y observable incluso en las organizaciones
internacionales, existentes, esto es, la liberación de dichas
burocracias del control de sus mandatos. Nuevamente, la tecnología
propiciadora de control y orden puede estar sirviendo en realidad
para dispersar el poder, atomizarlo e incluso generar anarquía social
y caos. Un ejemplo de ello se refleja en la lucha liberada por los
Estados nacionales por controlar la información. Es sabido que en el
derrumbe del bloque socialista influyó significativamente la
incapacidad de los gobiernos totalitarios de mantener aislados a sus
habitantes de la información acerca de cómo se vive en las
sociedades capitalistas desarrolladas. La misma ineficacia que
manifiestan los gobiernos de los países ricos en evitar el acceso a
información privilegiada o no a individuos minoritarios que utilizan
dicha información con diferentes fines y propósitos. En un mundo
donde la información es poder, éste ha dejado de ser privativo de los
Estados y grandes corporaciones y se ha dispersado sobre un amplio
conjunto de actores sociales.

Por otra parte, el proceso de rápida obsolescencia tecnológica


pareces estar vinculada a las exigencias impuestas por un orden
económico y social globalizado. En el entorno económico mundial
supone la necesidad de un proceso de producción continuo, del tipo
“destrucción creativa”, que exacerba la competitividad librada entre
firmas y consorcios nacionales y multinacionales. En el ámbito de la
organización, implica la adopción de los principios que definen a las
nuevas organizaciones: la información y el conocimiento, a objeto
de superar la obsolescencia de sistemas organizativos que no
permiten manejar los flujos de información con la rapidez exigida
por la competitividad. En el campo del trabajo, prefigura la
desaparición de esta categoría en los términos en que normalmente
ha sido definida, para ser sustituida por otra categoría replanteada
que considere a una sociedad con un alto nivel de ocio voluntario e
involuntario. En la esfera de lo cultural determina la
homogenización de los gustos y costumbres, la “macdonalización”
de la cultura y de la sociedad a objeto de equipararla al orden
impuesto por la lógica globalizante.
La no adaptación a esta lógica globalizante, precedida de un sistema
de valores donde competitividad, obsolescencia y homogenización,
marcan la pauta, genera un proceso de exclusión social en dos
niveles. El primer nivel se vislumbra en el campo de las naciones o
regiones y determina la marginación de éstas del escenario global en
la medida que no cumplen las exigencias que, desdes afuera, les son
impuestas. El segundo nivel responde a la exclusión producida en el
interior de las propias sociedades incluso de aquellas que dictan los
parámetros del orden global. Esta exclusión social se identifica con
los bolsones de pobreza que van surgiendo a la par del “desempleo
tecnológico”, el debilitamiento de los sistemas de seguridad
pública, la inmigración ilegal y supone una nueva división de clases
más profunda e injusta que las existentes previamente.

La ciencia y la tecnología tienen una dimensión cultural, económica,


pero, por sobre todo, una dimensión política. Las dimensiones
cultural y económica del saber tecnológico, dentro de un entorno
global, ha significado potenciar las posibilidades de generar
excedentes sociales importantes, mediante la aplicación sistemática
del conocimiento y de la información, pero al mismo tiempo han
repercutido en la creación de problemas de variada índole y alcance,
que afectan a la sociedad global y a los desposeídos y desclasados
que expulsa el sistema desde diversos ámbitos. Es entonces, lo
creemos sinceramente, de la dimensión política del entorno global,
pero también de la esfera regional, nacional o local, donde deben
surgir las nuevas formas de organizar a las personas en un todo
social armónico, donde debe formularse un nuevo consenso social
no excluyente, que siente las bases para una nueva distribución de la
riqueza producida socialmente, y establezca los parámetros de un
desarrollo sustentable.
REFERENCIAS

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York.

Attali J. (1991) Milenio. Seix Barral. Barcelona

Drucker, P. (1988) The coming of the new organization. Harvard


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Heinemann. Oxford.

Ferrer, A. (1996) Historia de la Globalización. FCE. México.

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Galbraith, J.K. (1980) El Nuevo Estado Industrial. Ariel. Barcelona.

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Caracas.

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