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Cátedra

Pcicopatología evolutiva

Titular: Lic. Marcela Raggi

Ficha

NEUROPSICOLOGÍA COGNITIVA DEL CEREBRO ENVEJECIDO

El envejecimiento conlleva grandes cambios en el funcionamiento cognitivo, algunos


como resultado de alteraciones generales en el funcionamiento del cerebro y otros producto
del declive localizado de estructuras neuronales específicas. La neuropsicología geriátrica
tiene que discriminar entre las diferentes etiologías de los déficit y especificar cuáles son los
mecanismos neurona les que subyacen a los cambios cognitivos. Con la disponibilidad de
métodos de neuroimagen de alta resolución, técnicas para crear modelos cognitivos y
comparaciones con lesiones cerebrales focales, los neuropsicólogos se encuentran
actualmente en una buena posición para afrontar el reto. La evidencia que empieza a surgir
de todos estos enfoques combinados podría transformar nuestro modo de entender el
proceso de envejecimiento.
Trataremos de resumir las principales teorías y los conjuntos de evidencia que
conectan los cambios cognitivos al envejecer con sus bases neuronales subyacentes. Dada
la amplitud del tema, se ha tenido que seleccionar la bibliografía científica revisada. Se
presentan, por ello, numerosas referencias a trabajos que ofrecen análisis más exhaustivos
de los principales aspectos comentados en cada sección.

Los rasgos anatómicos más destacados y algunos problemas generales a la hora de


relacionar la estructura cerebral con el funcionamiento cognitiva.

Una vez resumidos los objetivos del enfoque neuropsicológico del envejecimento,
haremos una revisión empírica de este campo.

a. La estructura del cerebro y los efectos de la edad.

Cada uno de los dos hemisferios cerebrales contiene cuatro lóbulos principales que
aportan procesos específicos al repertorio general del pensamiento y la conducta humana
Los lóbulos occipitales están situados en la parte posterior del cerebro y contienen las
regiones corticales primarias para la visión, junto con las áreas visuales secundarias y de
asociación que procesan la salida de la zonas primarias.
La jerarquía básica de zonas corticales primaria, secundaria y de asociación
también existe en los lóbulos temporales, para el procesamiento auditivo, y en los lóbulos
parietales, donde se procesa la información somatosensorial procedente del cuerpo. Las
zonas de confluencia de las regiones occipital, temporal y parietal integran la información

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entrante desde múltiples modalidades sensoriales y pueden verse influidas por los objetivos,
los estados emocionales y atencionales y la posición del cuerpo respecto del entorno.

Los lóbulos frontales se sitúan en la parte anterior del cerebro. En su límite posterior,
junto a la corteza parietal, se encuentra la franja motriz, que contiene la maquinaria neuronal
para enviar órdenes matrices al cuerpo. En las personas diestras, el área de Broca se sitúa
en la corteza frontal izquierda en la zona anterior que linda con la franja motora. Se sabe
que esta región juega un papel crucial en la planificación y programación del lenguaje. Otras
subregiones frontales poseen conexiones recíprocas con las cortezas secundarias y de
asociación de todas las modalidades sensoriales y con centros subcorticales como el
tálamo, el hipocampo y la amígdala, que están implicados en la emoción y la memoria. Se
piensa, por tanto, que los lóbulos frontales están en lo más alto de la jerarquía de
procesamiento de la información, donde pueden modular (inhibir o promover) las
operaciones neurona les de otras regiones cerebrales de acuerdo con las intenciones, los
objetivos y los planes mantenidos.
Al microscopio se observa que las seis capas de la corteza tienen distinto grosor y
densidad celular dependiendo de la función de cada región.
El neuroanatomista Brodmann, quien trabajó a comienzos del siglo pasado, clasificó
52 subregiones de la corteza cerebral sobre la base de la citoarquitectura. Su clasificación
numérica es el sistema de referencia más ampliamente utilizado en la neurociencia cognitiva
humana.
Las regiones cerebrales también pueden denominarse por las fisuras o giros en que
residen o por su localización relativa con respecto a un lóbulo concreto: hacia el lado
(lateral), en el centro (media), encima (dorsal), debajo (ventral).
Existen diferencias físicas entre los cerebros envejecidos (por encima de los 60
años) y jóvenes (entre 18 y 35 años). Los surcos se hacen más prominentes con la edad,

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debido, tanto a la pérdida de células en algunas zonas, como al encogimiento generalizado
del tejido cerebral en sí (Haug y Eggers, 1991).
La reducción de las ramificaciones dendríticas contribuye a la atrofia asociada a la
edad y presumiblemente afecta a la calidad y eficiencia de la comunicación neuronal. El
envejecimiento da lugar a concentraciones menores de neurotransmisores, especialmente
de dopamina, que colabora en el funcionamiento de los lóbulos frontales, y de acetilcolina,
que juega un papel importante en el aprendizaje y la memoria.
Los cambios intracelulares y la reducción del flujo sanguíneo cerebral también comprometen
la eficiencia metabólica del cerebro. Los cambios en el riego sanguíneo (cambios
hemodinámicos) asociados a la edad complican la interpretación de los resultados de los
métodos de neuroimagen, tales como la tomografía por emisión de positrones (PET) y la
resonancia magnética funcional (RMNF), ya que se basan en el flujo sanguíneo para
localizar la actividad neuronal. En el PET, se inyecta un fluido radioactivo en la sangre y las
emisiones de isótopos resultantes señalan los cambios en el flujo sanguíneo producto de los
cambios localizados en la actividad neuronal. La técnica del RMNF detecta los cambios en
las propiedades magnéticas de la sangre como resultado de la actividad neuronal localizada.
Una línea activa de investigación en este ámbito intenta discriminar entre las diferencias de
edad atribuibles a factores hemodinámicos y las que reflejan cambios neurocognitivos (por
ejemplo, D'Esposito, Zarahn, Aguirre y Rympa, 1999; Ross y cols., 1997).
Dada la diversidad de las estructuras cerebrales, no es sorprendente que unas zonas
envejezcan más que otras. Tanto los estudios post mortem como las imágenes en vivo
señalan que las zonas con mayor atrofia son el hipocampo, la corteza prefrontal dorsolateral
y partes del cerebelo (Raz, en prensa). Pero, tal y como nos señala la ciencia
cerebroconductual del siglo pasado, la correspondencia entre estructura y función no es
perfecta.
Los signos físicos de disfunción regional no tienen por qué manifestarse en déficit
constatables, debido, por ejemplo, a la reorganización, los procesos compensatorios y los
cambios en estrategias. En la misma línea, tampoco resulta fácil identificar las estructuras
neuronales que subyacen a los cambios cognitivos o comportamentales. Establecer la
correspondencia entre operaciones cognitivas y circuitos neuronales es difícil, porque
nuestras teorías cognitivas son imprecisas, las medidas conductuales son a menudo muy
variables y las medidas neuronales pueden ser indirectas.
Sin embargo, la evidencia convergente de distintos ámbitos de neurociencia cognitiva
ha producido avances significativos en la comprensión de las bases neuronales de la
cognición.
¿Qué esperamos aprender de un abordaje neuropsicológico del envejecimiento?
Existen varios objetivos importantes e interesantes. El primero es lograr una mejor
comprensión de las habilidades cognitivas y de las operaciones mentales que se ven más
afectadas con la edad. Basadas en gran medida en estudios puramente conductuales, las
teorías cognitivas del envejecimiento ofrecen puntos de vista enfrentados acerca de si la
velocidad de procesamiento, los recursos de la atención, la memoria operativa u otros
constructos cognitivos están en la raíz de los efectos de la edad.
Existen indicaciones de que el cerebro envejecido puede elaborar procesos
compensatorios que reducen el declive del rendimiento. Al identificar qué es lo que resulta

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óptimo para estos cerebros tendremos más oportunidades de desvelar los secretos de un
envejecimiento satisfactorio.

CONCLUSIONES
La evidencia sugiere que cambios en zonas específicas del cerebro y en las redes en
que operan, subyacen al declive asociado a la edad en funciones cognitivas específicas,
incluyendo la codificación y recuperación de la memoria explícita, la memoria de contexto,
algunos aspectos de la memoria operativa y algunas formas de inhibición.
A la luz de estos resultados, las explicaciones que atribuyen el envejecimiento
cognitivo a mecanismos globales, como un procesamiento más lento generalizado o pérdida
de recursos parecen incompletas. Aunque claramente es mucho lo que queda por aprender,
en la actualidad, la evidencia más llamativa corresponde a las alteraciones asociadas al
envejecimiento en las funciones frontales y en las funciones del lóbulo temporal medio.
¿Quiere esto decir que los procesos occipitales y parietales y las funciones no mnemónicas
de los lóbulos temporales no se ven afectados por el envejecimiento? Y, ¿qué ocurre en el
cerebelo? La neurociencia tiene un largo camino por recorrer hasta entender su papel en el
desarrollo y el declive cognitivo. Por otra parte, una explicación neurocognitiva amplia tendrá
que considerar en último término los efectos potencialmente amplios de los cambios
neuroquímicos y especificar su interacción con efectos concretos del envejecimiento. Son
muchos los retos metodológicos planteados por el uso de los métodos de neuroimagen en la
investigación, y la extracción de conclusiones válidas a partir de las diferencias de edad en
las activaciones cerebrales puede ayudar a superados. El refinamiento de los constructos
cognitivos también facilitará nuestra capacidad para relacionados con mecanismos neurona
les específicos de procesamiento. La investigación neurocognitiva tiene que establecer una
clasificación más detallada de los tipos de inhibición, de atención y de los procesos de
codificación y recuperación de la memoria, ya que es probable que cada uno se
corresponda con un mecanismo neuronal específico que se vea afectado de forma selectiva
por la edad. Por último, los datos prometedores acerca de compensación y plasticidad en el
envejecimiento marcan nuevos horizontes para la investigación que podrían permitir el
descubrimiento de métodos para optimizar el funcionamiento neurocognitivo a lo largo de
toda la vida.
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