Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
DISTANCIA
FACULTAD DE ECONOMÍA
INTEGRANTES:
WILLIAM DAVID AGÜERO PORTUGAL
MIGUEL FEDERICO REYNA MUÑOZ
TELESFORO ARCE GONZALES
MAYO 2016
PRESENTACIÓN
El siguiente trabajo, tiene como finalidad, recopilar información acerca del comportamiento
económico del Perú, en la etapa republicana, dentro del aspecto político y social los cuales están
ligados íntegramente al aspecto económico, la etapa republicana comprende cerca de dos siglos
de existencia de la nación, lo cual denota la extensión de los temas y procesos que ha sufrido
nuestra nación por si sola y en el contexto mundial.
Por lo que analizaremos los hechos más relevantes, que influyeron en el proceso y determinaron
de algún modo cambios en el proceso y el desarrollo de una república tan pequeña y compleja
como es la nuestra.
I.- INTRODUCCIÓN
Tratar de la Historia Económica en el periodo republicano, es un tema muy extenso ya que se trata
de un lapso poco mayor a un siglo, que resultó decisivo para la historia del Perú por corresponder
a la época que siguió inmediatamente a la independencia. Fue el momento en que debieron
tomarse las decisiones fundadoras acerca de la organización política y económica de la nación, que
por el hecho de tener dicho carácter, luego no tuvieron fácil marcha atrás. La guerra del salitre,
entre 1879-1883, dividió claramente este período en dos etapas. La primera, entre 1821-1883, fue
propiamente la de pos independencia; vale decir, el lapso en que debieron resolverse los
problemas planteados por la nueva situación política resultante del rompimiento con la metrópoli
española. Algunos de ellos eran urgentes y requerían respuestas inmediatas. La segunda, entre
1883- 1930, se asemejó mucho a la primera, en el sentido de emerger de una guerra y de los
problemas derivados de la pérdida de riqueza y legitimidad política por parte de la clase
gobernante, pero también tuvo algunos elementos distintos. Detengámonos un poco en señalar
los caracteres generales de cada etapa. Ya no es una novedad señalar que la economía del Perú
emergió debilitada tras la guerra de independencia. Esta había durado casi veinte años, si se
contaba desde las campañas del ejército de Abascal contra los insurgentes del Río de la Plata y de
Quito, en 1809, hasta la rendición de los realistas en la fortaleza del Callao y el develamiento de
los partidarios de Fernando VII en Huanta, Ayacucho, a finales de la década de 1820.
Durante los años del guano se expandió la burocracia, se robustecieron las fuerzas armadas y se
iniciaron obras ambiciosas que debían acondicionar el territorio para el comercio interno y la
futura colonización de la Amazonía. La poca planificación, la desorientación que producía la falta
de demanda en la economía y la corrupción de los hombres del gobierno (con poca fiscalización
del Congreso y la prensa, dada la debilidad de estas instituciones) hicieron que estos proyectos
quedasen truncos y no produjesen el efecto previsto. Si algo tuvo un crecimiento impresionante
en el país durante la era del guano, junto con el presupuesto del Estado, fue el tamaño de la deuda
pública. En vísperas de la cesación de pagos de 1876, esta ascendía a aproximadamente cinco
veces el presupuesto de la república. Pero esto era más fácil de pensar que de hacer. Los líderes
del civilismo terminaron finalmente comulgando con la doctrina del estanco, extendiéndolo al
salitre.
Entonces vino la guerra, que terminó resolviendo el dilema de los peruanos entre impuestos o
estanco de la manera más drástica: los chilenos se quedaron con los recursos que había estancado
el Estado peruano y de cuyas rentas había vivido en sus últimas décadas, obligándolo a volver los
ojos hacia los impuestos. Los hombres de la posguerra del salitre solían hacer un símil entre la
situación del país después de la guerra de la independencia con la vigente después de la guerra del
salitre: la misma devastación, pobreza y desorden político. La única diferencia, decían, era que en
la primera teníamos la ilusión y el optimismo que da la victoria, mientras que en la segunda
padecíamos la amargura de la derrota. No obstante, deberían anotarse otras diferencias
importantes que mejoraban el panorama a favor de la segunda. Por ejemplo, en esta segunda
coyuntura no ocurrió la desaparición de la élite económica que sucedió en la primera. Durante los
años de la bonanza del guano el país atrajo inmigrantes europeos y americanos, entre científicos,
empresarios y comerciantes, que serían la clave para una relativamente rápida reconstrucción de
la economía en los años finales del siglo XIX. Además, existían los partidos políticos, cuyos
integrantes podían funcionar como una bisagra eficaz entre las demandas de la clase empresarial y
la labor administrativa del gobierno.
Por último, la infraestructura física e institucional montada durante los años del guano resultó útil
para la reconstrucción. La primera incluía muelles, almacenes y dársenas en los puertos, así como
ferrocarriles (aunque inconclusos) que unían los puertos con las minas y las tierras del interior. La
segunda consistía en una Carta Constitucional (la de 1860), tibiamente liberal que, tras un largo
período de inestabilidad, había alcanzado cierto consenso como “ley fundamental” —al punto que
un importante partido político (el Constitucional) basó su “ideario” en la defensa de dicha
Constitución—, así como en leyes que Introducción | 15 promovían un acceso más ágil, aunque
siempre excluyente de las mayorías indígenas, a las minas. La Escuela de Ingenieros Civiles y de
Minas era otra institución, hija de la bonanza guanera, que rindió sus frutos en los años difíciles
del renacimiento económico de finales del XIX. Importantes reformas administrativas, que
incluyeron un profundo rediseño de la política tributaria, monetaria y de gobierno territorial,
tuvieron lugar entre 1885 y 1900, lo que sentó las bases del crecimiento económico registrado
durante los primeros treinta años del siglo XX. En cuanto a lo primero, se desplegó un régimen
tributario que, desechando el modelo del estanco, volvió a la práctica del impuesto como canal de
ingresos gubernamentales. Los impuestos que se implantaron fueron de tipo indirecto, que eran
más sencillos de recaudar que los de tipo directo y que, para la clase propietaria, tenían el
importante atractivo de no tocar sus ganancias. En lo concerniente al régimen monetario se optó
por seguir la estela británica del patrón oro, que le daba a la moneda una extraordinaria
estabilidad (como venganza contra la hiperinflación de los años de la guerra) aunque, a la vez, una
penosa rigidez si quería jugarse con las ventajas de la devaluación para el comercio exterior.
Respecto del manejo territorial se optó por una política de descentralización moderada, que le
daba a las oligarquías locales una cierta dosis de autonomía frente al gobierno central. El
relanzamiento de las exportaciones fue el propósito de dicho programa. Ingentes toneladas de
azúcar, algodón, cobre, plata, petróleo, caucho y lanas salían de los valles de la costa, las minas de
la sierra y de la costa norte, de la floresta amazónica y de las punas de los Andes del Sur. Conforme
se introdujo el siglo XX fue, sin embargo, quedando claro que la industria iba rezagándose en el
crecimiento de la producción, frente a la veloz expansión de las exportaciones primarias agrícolas
y mineras. Otro tanto ocurrió con el caucho del Oriente y las lanas del Sur. Errores en la política de
concesión de los recursos naturales y el manejo de la mano de obra determinaron que estos
sectores no pudieran mantenerse en la dura competencia que existió en el mercado mundial de
las materias primas, en los primeros decenios del siglo XX. Con relación al porqué se detuvo el
impulso de la industria manufacturera, cabe volver los ojos a la vigencia de una estructura social
relativamente cerrada y que, en los inicios del siglo XX, todavía padecía la huella del pasado
colonial. De los aproximadamente cuatro millones de habitantes que tenía el Perú un siglo
después de su independencia, no menos de una mitad vivía fuera de una 16 (Carlos Contreras
Carranza economía de mercado dentro de una economía campesina de auto subsistencia). Esta
era de baja productividad, dada la mala calidad de las tierras y pastos que habían quedado en
manos campesinas una vez que los colonos españoles y sus descendientes republicanos apartaron
sus lotes y dictaron las leyes que le dieron legalidad a sus despojos. Esa mitad excluida del
mercado residía en comunidades aldeanas alejadas de las ciudades y privadas de caminos,
escuelas, policías y energía eléctrica. No recibían servicios del Estado, aunque sí las presiones de
las autoridades locales para que prestasen servicios “de república”, oficiando de mensajeros,
limpiando caminos ajenos o reparando calles en la capital de la provincia. Sus posibilidades de
incorporación a la economía moderna se limitaban a emigrar, temporal o perpetuamente, a un
centro minero o a una hacienda de la costa. Pero no siempre existía esta posibilidad; en verdad,
parecía limitada al sector más acomodado dentro de los campesinos, quienes podían tener el
capital y el apoyo necesarios para emprender dicha aventura.
El balance que podemos hacer del primer siglo de vida independiente del Perú en materia
económica es bastante ambiguo; con avances importantes en algunos renglones, como el
crecimiento demográfico, la mayor penetración del Estado en el territorio y la diversificación de
las actividades productivas primarias (minería, agricultura, ganadería y silvicultura), pero retrasos
también notables en otros campos, como en el de la disminución de la desigualdad en el reparto
de la riqueza, y, en ese sentido, en el establecimiento de un sistema de acceso a los recursos
económicos, a la educación y a los mercados que no discriminara a la población descendiente de
los pueblos aborígenes del país. Quizás el mayor logro en este aspecto ocurrió durante la segunda
etapa (la que corrió entre 1883- 1930), al tomarse por lo menos conciencia de que ese era un
problema grave que afrontar. El acondicionamiento del territorio para la economía de mercado y
el establecimiento de un sistema fiscal que dependiera menos del financiamiento externo y de los
vaivenes del mercado mundial fueron otros campos en los que el desempeño fue pobre durante la
primera centuria independiente.
II.- OBJETIVOS
El presente trabajo, pretende hacer un análisis del proceso por el que ha atravesado nuestro país
en su periodo republicano, en materia económica y su consecuente influencia política y social.
A nombre del primero, J. Russell Gubbins expuso que los altos aranceles cobrados a los bienes
de consumo importados abatían la renta aduanera, con la cual podrían financiarse nuevas
obras de infraestructura pública. Por lo demás, el Estado no debía proteger industrias, cuyos
productos solo encarecían el costo de vida. Así, según Gubbins, el proteccionismo ocasionaba
una pérdida de dos millones de soles en derechos aduaneros dejados de recaudar y, para
cubrir esa cifra, el Estado aplicaba otros impuestos de costosa administración, que solo
empobrecían a los consumidores. Esta idea era compartida por Alejandro Garland, quien
lamentaba que el Estado hubiese invertido diez millones de soles en fomento industrial desde
1890, cuando las manufacturas locales apenas generaban valores por cuatro millones de soles.
En cambio, de haberse destinado ese dinero a las industrias extractivas, el fisco habría recibido
hasta doce millones de soles. A su criterio, estas actividades permitían conquistar nuevas
regiones y expandir el comercio internacional, que era el camino natural por donde llegaban
los capitales y tecnología.
Esa pugna, ha sido el común denominador de la economía nacional durante los casi doscientos
años de nuestra frágil república, mientras que algunos sectores proponen impulsar el
desarrollo industrial local, otros fomentan el estractivismo y la venta de materias primas al
exterior, para luego comprar artículos de consumo y tecnología importados.
Más recientemente, Sinesio López señala que el Estado oligárquico de principios del siglo XX
aplicó una “política económica liberal criolla”, que se tradujo en el sometimiento de la
economía interna a las leyes del mercado internacional, especialmente en los períodos de
auge de las exportaciones, las cuales son reguladas por leyes y precios internacionales, lo que
actualmente se le conoce como la globalización.
IV.- CONCLUSIONES
El crecimiento sostenido es un fenómeno reciente que, en el caso del Perú, tiene lugar a partir de
las primeras décadas del siglo XX. En efecto, antes del siglo pasado había épocas de crecimiento
sucedidas por etapas de regresión económica. El ingreso per cápita en 1900, en los primeros años
de la República Aristocrática, era similar al de la década de 1760, cuando Amat y Junient
gobernaba el Perú encandilado por la Perricholi. Vale la pena recordar que, hasta donde sabemos,
ninguna economía europea había experimentado crecimiento sostenido antes de la revolución
industrial. Según Angus Maddison, por ejemplo, el ingreso per cápita en Europa en los albores del
siglo XVIII no era apreciablemente distinto del de la época de los romanos. El problema es que
mientras Europa Occidental comenzó a crecer a mediados del siglo XVIII, el Perú solo lo ha hecho
de manera sostenida desde inicios del siglo XX.
Considero que la debilidad del Estado es la explicación central del lamentable desempeño
económico del Perú, en particular al inicio de la vida independiente. El problema es que, a
diferencia de los países que vivían en la periferia de la América española, el Estado colonial fue
completamente destruido por el proceso emancipador que sacudió a la región. El fin de la
administración colonial representó el colapso de las instituciones estatales, las que tuvimos que
re-fundar luego que los ejércitos extranjeros (que supuestamente nos liberaron) abandonaron el
Perú a fines de la década de 1820. Conviene recordar que mientras el ejército “patriota” estaba
compuesto en su mayoría por colombianos, chilenos y argentinos, el grueso del ejército “realista”
era peruano. Al contrario de lo que muchos podríamos creer, la independencia fue la primera
guerra que perdimos.
El segundo factor que, en mi opinión, explica nuestro subdesarrollo es las numerosas ocasiones en
que hemos adoptado políticas intervencionistas que alejan al mercado de la asignación de
recursos. Todos los economistas aprendemos en el primer curso de economía que los mercados
suelen ser eficientes cuando se les deja operar. Nos enseñan que el precio de equilibrio es el
resultado de igualdad entre la oferta y la demanda. También aprendemos que fijar precios fuera
del equilibrio origina mercados negros o escasez. Sin embargo, por alguna curiosa e indescifrable
razón, muchos de nosotros olvidamos estas lecciones esenciales de la teoría de precios cuando
diseñamos políticas públicas. De pronto, probablemente imbuidos de buenas intenciones,
queremos diversificar la economía cambiando los precios relativos, desarrollar la agricultura con
subsidios, aumentar el crédito con la banca de fomento, incrementar la productividad mediante la
reforma agraria, o industrializarnos a través de aranceles altos.
Errar es humano. Y es humano también aprender de las malas decisiones. Pero repetir los
errores es fácil cuando no sabemos cuáles han sido o cuando dejamos que el paso del tiempo
nuble nuestros recuerdos. Bruno Seminario.
V.-BIBLIOGRAFÍA
República”