Está en la página 1de 2

Leidy Martínez

Dejavú
En la vereda el Bosque vivía un hombre de machete en mano y sombrero, recorría el campo de
montaña a montaña a la hora que fuera. La finca que cuidaba era de cuarenta hectáreas sembradas
entre plátano, yuca, café, aguacate, naranjos y rodeada por pinos. Benjamín, acostumbraba
acompañado de su taza de café caliente bien cargado, observar la neblina que bajaba y cubría las
montañas en el amanecer y el sol que acariciaba las hojas húmedas de los árboles cada mañana y de
fondo escuchaba a su mujer atizando el fogón y moviendo trastes o los ladridos de los perros
pidiendo comida, el sonido de los vecinos rajando leña y el canto de los pájaros. Sentado en su silla,
tomó un trago de café, cerró sus ojos y respiró hondo intentado atrapar ese instante de vida, su
esposa, por medio de un llamado lo trajo de vuelta, le sirvió su desayuno, otra taza de café y le
empacó jugo en una cantimplora.
Benjamín salió a los cultivos como era de costumbre y en los senderos que se forman entre los
matorrales, encontró lo que al parecer era un viejo libro a medio enterrar, llevaba acuestas un
racimo recién cortado que su esposa le había encargado, pero el inusual libro llamó tanto su
atención que se dispuso a sacarlo. La pasta era como del cuero disecado de algún animal no
conocido, grueso, escamoso y muy rígido, maltratado por el sol y el agua, de un color café como el
de la tierra húmeda, tenía símbolos gravados que no comprendía y su pasta decía “Magia Negra”.
Miró a todos lados y se tomó unos instantes en abrirlo. La tarde transcurría lenta como sin tiempo, a
lo lejos se escuchaba algún leñador cortando madera, el platanal estaba en silencio y solo el viento
golpeaba suave en las hojas secas que colgaban de las matas de plátano. Lo abrió y lo hojeó, había
rezos, rituales y un preámbulo, en su hoja inicial estaba escrito una serie de pruebas para hacerse
digno, la primera prueba consistía en buscar el lugar más alto que haya a su paso y esperar allí a
media noche.
En la oscuridad de la noche, Benjamín se ubicó en la montaña que a su parecer era la más alta,
llevaba puesto una ruana y fumaba un cigarro, a las tres bocanadas escuchó una voz imponente,
resonante y muy cerca que le ordenó botar el cigarro, Benjamín le dio una fumada más y lo
escondió bajo la ruana, la terrible voz mucho más cerca le habló nuevamente y le gruñó que era
desobediente, y dicho esto, pasó por su lado, aquel era una sombra robusta, alta, más oscura que la
noche, de caminar felino, pisadas profundas y respiración flameante. Le dijo –sígueme, obedece y
tendrás cualquier cosa que desees- y continuó caminando, su cola golpeó las piernas de Benjamín,
él se quedó petrificado, por su cuerpo subió un corrientazo que le erizó los pelos, no había luz de
luna, no había nadie cerca, solo estaba aquella aparición y él. Debía seguirlo hasta el frondoso árbol
de la colina que le señaló. El misterioso ser avanzó con rapidez a un paso imposible de seguir,
quedando atrás Benjamín, cuando hubo retornado la sangre a su cerebro decidió escapar de regreso
a la finca.
Durante una semana el libro fue archivado y no comentado con nadie, después de semejante
encuentro pensó en no volverlo a leer, pero le causaba tanta curiosidad de saber qué podría pasar
con la propuesta que estaba dispuesto a averiguar hasta donde podía llegar. Fue a buscarlo y lo leyó
nuevamente, en las instrucciones estaba contemplado ese primer suceso y había una segunda
indicación, debía ir al lugar ya visitado y esperar. Así fue. Hizo su aparición la imponente sombra,
gruñó acerca de la decisión de huir, pero sin más rodeos le señaló con su garra el frondoso árbol de
aquella noche y se fue con rapidez. Benjamín iba decidido a averiguar qué había para él en ese
árbol, caminó unos cuantos pasos, la noche era diferente, era una noche de luna, veía la figura
robusta y espeluznante esperándolo, y notó que a su paso los árboles comenzaron a balancearse
como si un fuerte viento los tomase, la luna se ocultó y empezó a llover de tal manera que los rayos
atravesaban los troncos y los dividían en dos, cada paso que daba se veía obstaculizado por los
ramajes y troncos que caían, y hubo un momento en que fue atrapado por el mismo bosque, gritó a
la sombra que lo ayudara, pero no se inmutó, seguía llamándolo y esperándolo. Benjamín exhausto
de luchar por avanzar decidió retroceder unos pasos y descubrió que los árboles y ramajes se lo
permitían, intentó de nuevo avanzar y no lo logró, esa noche, después de muchas horas regresó a la
finca.
Al día siguiente muy temprano, se levantó corriendo a mirar los árboles caídos y el desastre de la
noche anterior, pero todo estaba intacto. Había llovido. Se detuvo, se sentó en su silla, agarró su
taza de café caliente bien cargado, observó la neblina dispersarse en las montañas en el amanecer, la
luz del sol posarse sobre las hojas húmedas de los árboles, su esposa al fondo atizando el fogón…

También podría gustarte