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El IMPERIALISMO

La expansión de Europa en ultramar produjo nuevas rivalidades entre las


grandes potencias y difundió la idea de que el equilibrio de poder había de
considerarse como una cuestión mundial y no solamente limitada a Europa. La
civilización europea, con sus ideas de competencia económica, energía, efi-
cacia práctica, explotación, patriotismo, poder y nacionalismo, cayó sobre Asia
y África. Pero con ello llevó también, quizá involuntariamente, otra serie de
ideas que había heredado de la Revolución Francesa y de sus precursores del
siglo S.XVIII.

Ahora bien, la influencia no fue tan sólo unidireccional. Gracias a la experiencia


imperialista, los países de Europa tomaron contacto con culturas primitivas y
exóticas, y éstas ejercieron a su vez un profundo efecto sobre la sensibilidad
europea. A principios del siglo xx, el arte de África, por ejemplo, contribuyó a la
revolución pictórica europea iniciada por Pablo Picasso hacia 1907. Al mismo
tiempo, la ciencia de la antropología se desarrolló rápidamente cuando la
colonización convirtió la observación de sociedades poco conocidas en algo, a
la vez, practicable y de creciente importancia para gobiernos y administradores.

La expansión imperialista ha recibido diferentes explicaciones; y quizá ninguna


sea capaz, por sí sola, de dar cuenta de desarrollos que variaran
convenientemente según las distintas partes del mundo. La explicación más
completa es la que atribuye el movimiento imperialista a presiones económicas.
Este punto de vista fue expuesto por el inglés J. A. Hobson y algunos
pensadores socialistas de Alemania y Austria; pero adquirió su forma más
popular e influyente en un panfleto escrito por Lenin en 1916: El imperialismo,
fase superior del capitalismo. Según Lenin, con el desarrollo industrial de
Europa y la progresiva concentración del capital debida a la creación de trusts y
cariéis y al papel cada vez más importante de los bancos en la financiación de
todo tipo de empresas industriales y comerciales, a los financieros les resultaba
cada vez más difícil invertir su dinero de modo provechoso. El mercado
europeo estaba saturado y, en consecuencia, era esencial hallar nuevos
campos de inversión en ultramar. Esta necesidad, según Lenin, forzó a las
potencias europeas a repartirse el mundo en una pugna por conquistar
nuevos mercados industriales y nuevas zonas en las que invertir. El resultado
fue una agudización de la rivalidad entre las potencias que hacía inevitable la
guerra. Los grupos de presión económica —ya fuesen financieros en busca de
nuevos campos de inversión, o comerciantes que buscaban nuevas salidas
para sus mercancías y nuevas fuentes de materias primas— desempeñaron un
papel considerable a la hora de persuadir a los gobiernos de Europa para que
se embarcaran en la expansión colonial.

Hubo, con todo, otros móviles, además de los económicos, que contribuyeron
al movimiento imperialista. El impulso de realizar descubrimientos científicos y
de explorar territorios desconocidos ayudó a abrir África. El deseo de los
misioneros cristianos convertir a los paganos les llevó a establecer centros de
influencia europea en partes remotas del mundo.

Una vez comenzado el movimiento imperialista, éste generó su propio impulso.


Gran Bretaña era la que poseía el mayor imperio adquirido en períodos
anteriores, y la posesión del mismo determinó en buena parte la naturaleza del
posterior imperialismo inglés en el siglo XIX.

La existencia de colonias autogobernadas con población británica inspiró en


muchos ingleses la visión de una federación mundial de habla inglesa ligada
por la creencia común en el gobierno parlamentario y por lazos de intereses
económicos mutuos. Después de la Primera Guerra Mundial, en la cual las
colonias suministraron una importante ayuda militar a Gran Bretaña, surgió la
idea de una British Commonwedth, una asociación libre- de estados
independientes vinculados por una lealtad común a la Corona. Pero la
existencia de los lazos de la Commonwealth, por tenues que fueran, supuso
una constante en la política británica hasta la década de 1960 que contribuyó a
la renuencia de los gobiernos británicos a comprometerse de lleno en Europa
en los años que siguieron inmediatamente a la Segunda Guerra Mundial.

La posesión de la India creó problemas diferentes a Gran Bretaña. En la India


los administradores- británicos eran eficientes, justos, abnegados y
magnánimos; pero seguían siendo una casta alejada de la sociedad que
gobernaban, publicado en 1924.) Durante generaciones, la India había
proporcionado un campo de entrenamiento para el ejército británico. El
comercio británico con la India y las inversiones británicas en dicho país daban
a los británicos una buena razón para permanecer allí.
La construcción del canal de Suez y la apertura después de 1869 de una ruta
marítima hicieron que Egipto se convirtiese en una zona de vital importancia
para Gran Bretaña; y si la ocupación de Egipto en 18S2 por Gran Bretaña fue
debida en parte al deseo de proteger los intereses de los inversores británicos
en aquel país, su retención fue debida a la necesidad de controlar un sector
vital de la ruta a la India. Y una vez en Egipto, los ingleses sintieron la
necesidad de expansionarse por el África Central y Oriental debido a su
preocupación por la seguridad de Egipto y, especialmente, del Alto Nilo. Aquí,
el imperialismo desarrolló de nuevo su propio impulso. La posesión por Gran
Bretaña de un imperio ya creado, y especialmente de 3a India, hizo que
muchos políticos, funcionarios y militares británicos desearan impedir la
expansión de otras potencias europeas a zonas adyacentes a territorios
británicos o a lo largo de las rutas a las posesiones británicas. El imperialismo
era una causa popular en la Inglaterra de la década de 1890.

La sensación; de que la posición de Gran Bretaña en el mundo estaba siendo


desafiada, no sólo lo pone de manifiesto la «rebatiña por África», donde las
ganancias territoriales británicas fueron mayores, sino que también lo
confirmaba la política británica en China, donde Gran Bretaña había sido, con
mucho, la potencia comercial más influyente e importante desde que forzó a
China, tras dos guerras anteriores de aquel mismo siglo, a abrir sus puertos a
los comerciantes extranjeros. En la década de 1890, la aparición de Japón
como una eficaz potencia accidentalizada y la derrota que infligió a China en
1895 cambiaron la situación.

Los intereses y aspiraciones mundiales de Gran Bretaña, azuzados por la


nueva y barata prensa popular con lemas como «El Imperio en el cual nunca se
pone el son», hallaron su más sorprendente expresión simbólica en las
celebraciones del septuagésimo quinto aniversario de la reina Victoria en 1897.

Al cabo de tres años, Gran Bretaña se vio envuelta en una dura y enconada
guerra en África del Sur contra los boers, los descendientes de los colonos
holandeses en Transvaal y el Estado Libre de Orange. Aunque los británicos
ganaron la guerra y obligaron a las repúblicas boers a integrarse en la Unión de
África del Sur, la contienda fue más larga y dura de lo esperado, y contribuyó
notablemente a cambiar los sentimientos populares en Gran Bretaña. A partir
de los primeros años del siglo XX la época del imperialismo popular más
estridente ya había pasado.

Todas las grandes potencias de Europa se vieron afectadas por el movimiento


imperialista, con la excepción de Austria-Hungría, demasiado preocupada por
el conflicto de nacionalidades dentro de sus fronteras.

Durante el período que siguió a 1870, Francia amplió su imperio norteafricano,


en el que Argelia había atraído ya a muchos colonos franceses, con el
establecimiento del protectorado sobre Túnez en 1881 y luego sobre
Marruecos en 1912.

En la década de 1880, los franceses fueron activamente animados en sus


aventuras coloniales por Bismarck, quien esperaba que la expansión en
ultramar desviaría la atención popular francesa de las perdidas provincias de
Alsacia-Lorena. Mientras que para Gran Bretaña el mantenimiento de su
hegemonía mundial constituía el cometido principal de su política exterior, los
franceses se veían desgarrados entre su deseo de imperio y su ansia de
revancha en Europa por la derrota de 1870 y la pérdida de territorio francés. El
Imperio Francés en Extremo Oriente reportó sustanciosos beneficios
económicos. Junto con las Indias Orientales holandesas y los territorios
británicos en Malasia, la Indochina francesa producía una considerable
proporción del suministro mundial de caucho, por lo que las inversiones en las
plantaciones y en la construcción de ferrocarriles rendían muy buenos
intereses.

La participación francesa en la pugna por África fue también considerable,


aunque gran parte del territorio-que conquistó era «suelo menudo» (las arenas
del Sahara), con escasos alicientes para los inversores franceses. Durante la
década de 1890, esta rivalidad anglofrancesa en África Central fue el tema
crucial de las relaciones diplomáticas entre ambos países. Los franceses
trataban de arrancar a les británicos concesiones y acuerdos comerciales y
fronterizos favorables, y los británicos procuraban mantener su posición y
conservar un máximo de África abierto al comercio y la influencia británica. Una
expedición francesa enviada a través de África para reivindicar el territorio, se
encontró cata a cara con una fuerza expedicionaria británica que acababa de
lograr la reconquista del Sudán. Los franceses se vieron obligados a admitir
que oponerse a los británicos en África era algo que estaba por encima de sus
posibilidades, a menos que contaran con el apoyo alemán en Europa, apoyo
cuyo precio sería la renuncia para siempre a Alsacia-Lorena, y éste era un
precio que ningún gobierno francés podía permitirse el lujo de pagar. Aunque el
público francés se sintió amargado por los éxitos coloniales británicos.

El imperialismo francés sí ejerció un efecto más acusado, tanto sobre los


pueblos sometidos como en la metrópoli, que el británico. Los franceses
estaban mucho más decididos a que sus pueblos coloniales quedaran
asimilados a la sociedad y cultura .francesas. La colonización francesa se
basaba en el supuesto de que los súbditos franceses en África o Asia podían
transformarse en franceses y que eso colmaría sus ambiciones. En ambos
casos, la experiencia de la dominación, los métodos y las ideas extranjeras
contribuyeron al movimiento para la independencia nacional en las colonias;
pero es discutible que los franceses dejaran en sus ex-súbditos una huella
cultural más profunda que los británicos.

La potencia colonizadora que tuvo más éxito, en el sentido que su imperio ha


durado y de que nunca ha conocido un proceso de colonización, fue Rusia..
Entre 1880 1900, la administración fue reorganizada y, con la construcción del
ferrocarril transiberiano, se estimuló la emigración a Siberia, que alcanzó
momento culminante en los años 1907-9, creando una ruda sociedad de
añeros parecida a la del Oeste norteamericano en sus primeros tiempos,
desarrollando una importante industria textil y produciendo grandes
cantidades de trigo. En 1898, Rusia ocupó Port Arthur, una base en la costa
del norte de China, con lo que obtuvo n puerto en el Pacífico que, a diferencia
del puerto siberiano de Vladivostock, estaba libre de hielos todo el año. Al
mismo tiempo iba en aumento la influencia del grupo favorable a la expansión,
aun a riesgo de una guerra con Japón. 1904 guerra ruso-japonesa, se
luchó por el control de Corea, país que los japoneses consideraban esencial
pata su seguridad nacional. La derrota de Rusia frente a Japón supuso un
desastre inesperado para el gobierno zarista, y puso fin a las esperanzas rusas
de un imperio extremo-oriental todavía más extenso.

En Rusia, el imperialismo no sólo adoptó la forma de la colonización de Siberia


y de la expansión en Extremo Oriente, que llevaría al choque con Japón.
También halló expresión en un intenso programa de rusificación de los pueblos
no rusos del Imperio. Con la excepción de un breve período entre las dos
guerras, la mayoría de los habitantes de esa región, tuvieron que soportar la
supresión alternativa y a veces simultánea de su identidad nacional por
alemanes y rusos.

Gran Bretaña, Francia y Rusia poseían, vastos imperios que les reportaban
considerables beneficios económicos. Las otras grandes potencias con
aspiraciones imperialistas, Alemania e Italia, mostraron hasta qué punto la
posesión de colonias se había convertido en un asunto de prestigio nacional
más que de interés nacional o económico. El logro de la unidad nacional hizo
que la generación siguiente se sintiera ansiosa de algo más, de un nuevo
quehacer nacional y de una nueva fuente de orgullo nacional.

Los italianos tenían por lo menos una buena razón para desear colonias. Italia,
especialmente en el sur, estaba superpoblada y cada año eran más los
italianos que se veían obligados a emigrar. La idea de obtener un imperio en
África del Norte (y Túnez estaba a menos de 100; millas de Sicilia) resultaba
muy atractiva, porque proporcionaría territorios donde los europeos pudieran
establecerse, y porque haría realidad el sueño de fundar un nuevo Imperio
Romano en tierras que habían sido una de las más ricas provincias de la
antigua Roma. En 1881, los franceses, animados por Bismarck, establecieron
su protectorado sobre Túnez. Por ello, en los siguientes quince años la política
exterior italiana estuvo en buena medida dictada por los celos de Francia. Los
italianos construyeron una importante marina de guerra y emprendieron una
guerra arancelaria contra Francia. Los italianos no lograron establecerse al otro
lado del Mediterráneo hasta 1911, fecha en que con
siguieron apoderarse de Libia. El primer territorio africano que Italia adquirió fue
en 1882 en la costa del mar Rojo. Los italianos creyeron que
su prestigio estaba en juego, y que una política de «renunciación» sería fatal
para cualquier gobierno que la propusiera. En 1885 ocuparon Massawa. En
1890, los italianos estaban en posesión de la colonia que ellos llamaron
Eritrea y habían establecido un protectorado sobre parte de Somalia. Se vieron
implicados con el antiquísimo y un tanto decrépito imperio cristiano de Etiopía.
E1 emperador Menelik, ansioso de fortalecer su precaria situación en el trono,
estuvo dispuesto a la cooperación e hizo concesiones a los italianos; pero en
1893 denunció el tratadoque había firmado con ellos, y una vez más el
sentimiento nacional italiano pidió avance antes que retirada. El ejército italiano
se comprometió cada vez más y, a principios de 1896, sufrió una inesperada y
humillante derrota a manos de los etíopes en Adua, dejando casi dos mil
prisioneros italianos en poder de Menelik.

El desastre de Adua llevó a la caída del gobierno de Crispi y a una prolongada


crisis política y social en Italia y condujo a un breve rechazo de toda empresa
colonial y al deseo entre los nacionalistas italianos de borrar a largo plazo la
vergüenza de la catástrofe etíope.

En .el caso de Alemania, el deseo de un imperio colonial fue reflejo del


profundo sentimiento de inquietud e insatisfacción sobre el lugar que ocupaba
Alemania en el mundo a finales del siglo XIX. Bismarck estaba
fundamentalmente desinteresado en la expansión colonial. Su política seguía
estando firmemente “centrada en Europa, tras su destitución en marzo de 1890
por el joven emperador Guillermo II, hubo muchas fuerzas en Alemania
dispuestas a emprender una política más aventurera. La Welpoliiik (política
mundial) se convirtió en una de las consignas del nuevo reinado. Las colonias
obtenidas por Alemania nunca fueron muy importantes o económicamente
rentables; pero la posesión de colonias parecía a muchos alemanes simbolizar
que habían alcanzado el status de potencia mundial. La ‘”adquisición de
colonias estuvo estrechamente ligada, en la mente de los alemanes, con la
construcción de una gran marina de guerra.
La Weltpolitik significó para los alemanes de la década de 1890 el
descubrimiento de una nueva misión universal para Alemania.

La construcción de la flota alemana y el apoyo que ésta recibió, fue una


manifestación más potente del imperialismo reinante que el desarrollo real de
los territorios coloniales que Alemania consiguió adquirir. A muchos alemanes
les parecía, dado el ejemplo de Gran Bretaña, que una, marina poderosa era el
único medio para proceder a un reajuste en el equilibrio de poder mundial en
favor de los intereses de Alemania. El incremento de las ambiciones coloniales
e imperialistas de los principales Estados significó que la diplomacia europea
debía ocuparse a partir de entonces de una zona mucho más extensa.

Las rivalidades coloniales y la pugna por nuevos mercados y campos de


inversión llevarían inevitablemente a la guerra. Cuando ésta estalló, se libró
principalmente por intereses y fines europeos, mientras que la esperanza de
ganancias coloniales “influyó tan sólo deforma incidental. El movimiento
imperialista afectó directamente de tres maneras a las relaciones entre los
Estados europeos en los años anteriores a 1914. En primer lugar, las
alineaciones internacionales creadas en torno a cuestiones coloniales chocaron
a menudo con el esquema de relaciones internacionales surgido en Europa
durante los años posteriores a la Guerra franco-prusiana. En segundo lugar, los
acuerdos específicos sobre cuestiones coloniales par aculares llevaron a
menudo a una entente más general. En tercer lugar, las rivalidades coloniales y
la consiguiente carrera de armamentos afectaron toda la vida internacional,
estimulando doctrinas racistas y dando apoyo ‘a las toscas teorías
evolucionistas que interpretaban las relaciones entre estados en términos de la
lucha por la supervivencia que gobernaba el mundo de la naturaleza.

Con el logro de la unificación alemana bajo la jefatura de Prusia, el propósito de


h diplomacia de Bismarck fue asegurarse de que Francia permaneciera aislada
y fuera incapaz de planear un desquite bélico para recobrar Alsacia-Lorena.
Uno de los principales objetivos de Bismarck fue evitar el tener que elegir entre
Austria-Hungría y Rusia, y mantener, en el sudeste de Europa, una situación
estable que hiciera tal elección innecesaria.
Si Austria-Hungría era un aliado formal de Alemania, a ésta iba a serle más
fácil influir en su política exterior. Bismarck deseaba mantener buenas
relaciones con Rusia: tratando de formar una Liga de los Tres Emperadores de
Alemania, Austria-Hungría y Rusia, luego, con ocasión de la crisis búlgara de
1885-6 que demostró lo inestable que seguía la situación en los Balcanes, fir-
mando directamente un acuerdo secreto con Rusia en 1887 (más tarde
conocido como «Tratado de Reaseguro»), Bismarck había tratado de
asegurar la estabilidad de Europa haciendo entrar a Italia en la Triple Alianza
con Alemania y Austria-Hungría en 1882, y estableciendo una alianza con
Rumania en 1883.

Muchos de estos acuerdos permanecieron parcial o totalmente secretos, y


aunque en líneas generales eran en su mayoría conocidos, siempre existía la
sospecha de que había en ellos más de lo que se veía. El complejo sistema
diplomático forjado por Bismarck sirvió de momento para sus propósitos de
mantener el equilibrio de Europa y la seguridad de Alemania, también dio a los
radicales de todos los países nuevos motivos para atacar la diplomacia secreta
y un sistema internacional en el cual las cuestiones que implicaban la paz y la
guerra, así como el destino de millones de personas, eran arreglos a puerta
cerrada y sin discusión pública.

La caída de Bismarck en 1890, resultado del antagonismo personal entre el


anciano estadista y el joven emperador Guillermo II, condujo a importantes
cambios en la situación internacional. El Tratado de Reaseguro con Rusia no
fue renovado, pese a que los rusos estaban interesados en ello. El resultado
fue que los rusos se volvieron hacia Francia, de modo que en los años
siguientes muchos miles de millones de francos fueron invertidos por franceses
en obligaciones rusas.

Por lo tanto, había un terreno abonado-para unas relaciones más estrechas


entre Rusia y Francia, especialmente si se tiene en cuenta que éstas habían de
dar a Francia una sensación dé seguridad al sugerir a Alemania la amenaza de
una guerra en dos frentes, algo que Alemania estaba dispuesta a evitar a todo
trance.
Con la alianza franco-rusa, aparentemente enfrentada a la Triple Alianza de
Alemania, Austria-Hungría e Italia, se desvanecían muchas de las ventajas que
la diplomacia de Bismarck había conseguido para Alemania.

Las ambiciones de Alemania por convertirse en una potencia mundial eran


contrarias a los principios de la política exterior bísmarckiana, que siempre se
habían orientado a fines identificables y objetivos limitados, mientras que, bajo
Guillermo II, los objetivos eran a menudo tan vagos e in-ciertos como
grandiosos y ambiciosos. La expansión ultramarina llevó -a todas las potencias
europeas a una competencia más directa con Gran Bretaña. Francia y Gran
Bretaña eran rivales en África y Siam. Rusia parecía desafiar el predominio
británico en Extremo Oriente. Para Alemania, que miraba a su alrededor en
busca de «un lugar bajo el sol» en el campo colonial, Gran Bretaña parecía
cerrarle el paso a la expansión en todas las partes del mundo.

Francia, Alemania y Rusia se coaligaron para intervenir en nombre de la


preservación de la integridad de China al finalizar la guerra chino-japonesa,
cuando surgía la ocasión de una acción conjunta en el escenario colonial para
salvaguardar la posición europea contra amenazas locales, las potencias
olvidaban de momento sus diferencias.

La intervención de las potencias para limitar las ganancias japonesas después


de lá derrota de China en 1895 fue seguida por una ‘tentativa de asegurarse
zonas de influencia en China, en las cuales su comercio gozara de un trato
preferencial, y adquirir bases en la costa para respaldar sus reclamaciones.

Los británicos ya no gozaban de una posición incontestable en China. Otras


potencias europeas tenían allí la oportunidad de comerciar y de obtener
ganancias territoriales.

Los británicos vieron la mayor amenaza a su posición en la extensión de la


influencia rusa en el norte de China, y a finales de 1897 se esforzaron en
conseguir un apoyo diplomático local contra rusia al fracasar sus intentos de
llegar a una acuerdo con ella.
Las tentativas hechas en 1898 y de nuevo en 1901 para negociar una alianza
angloalemanS no dieron ningún resultado, pues los alemanes deseaban un
compromiso general que los británicos no estaban dispuestos a conceder, y los
británicos esperaban apoyo local en Extremo Oriente, algo que los alemanes
pensaban que les enfrentaría innecesariamente con los rusos. Los británicos
encontraron lo que querían mediante una alianza con Japón en 1902.

El fracaso en la consecución de una alianza anglogermana a principios del


siglo XXha sido considerado por algunos historiadores, especialmente en
Alemania, como una oportunidad desastrosamente perdida que pudo haber
impedido la Primera Guerra Mundial.

Las negociaciones internacionales más afortunadas son las que tratan de


puntos detallados y específicos. En 1901 hubo un punto específico del que
tratar: la cuestión del desarme naval. Pero en este punto ninguna de las partes
estaba dispuesta a nacer concesiones importantes a la otra. Mientras los
británicos deseaban un apoyo limitado fuera de Europa para proteger sus
intereses imperiales, los alemanes deseaban un compromiso británico en
Europa que garantizara la seguridad alemana mientras llevaban adelante sus
vagos planes de Welpolitik.

La crisis de Fashoda en 1898 había demostrado que los franceses no eran lo


suficientemente fuertes como para desafiar la posición de Gran Bretaña en
África, si los británicos estaban decididos a mantenerla. Además, la crisis había
demostrado también que Rusia, el aliado de Francia, no deseaba dar a ésta
ninguna ayuda inmediata y efectiva fuera de Europa. Cada una de las
‘principales potencias europeas tenía un voto en la Caisse de la , que había
sido establecida en la época de ocupación de Egipto para regular las finanzas
egipcias en interés de los inversionistas europeos.

Se iniciaron en 1903 negociaciones entre Gran Bretaña y Francia. Tras meses


de intrincadas discusiones se llegó finalmente a un acuerdo en abril de 1904.
por medio de un tratado que daba a Gran Bretaña mano libre en Egipto,
prometía apoyo británico para una arción francesa en Marruecos y aclaraba
cierto numero de puntos conflictivos.
Pronto se puso de manifiesto que la. Entente Cordiale repercutía en las
relaciones entre las potencias europeas en general, y no sólo en la esfera de la
política imperialista de Gran Bretaña y de Francia. Esta tentativa de afirmar los
intereses alemanes y de romper la solidaridad de la reciente Entente anglo-.-
francesa, fracasó rotundamente.

El resultado fue una colaboración más estrecha entre Francia y Gran Bretaña,
tanto antes como durante la conferencia ‘ sobre la cuestión marroquí que se
celebró en Algeciras en 1906.

La nueva amistad entre Francia y Gran Bretaña fue puesta a prueba durante
1904 y 1905 por la guerra entre Rusia, aliada de Francia, y Japón, aliado de
Gran Bretaña. Los alemanes aprovecharon la ocasión para adelantar
propuestas para formar una liga continental integrada por Alemania, Francia y
Rusia, y dirigida contra Gran Bretaña.

En 1906, por lo tanto, la Entente entre Gran Bretaña y Francia se vio fortalecida
más que debilitada, básicamente porque después del arreglo de sus principales
disputas coloniales cada uno empezó a preocuparse más por la situación en
Europa.

La derrota de Rusia frente a Japón tuvo también el efecto de desalentar a


Rusia en sus planes de expansión en el Extremo Oriente, así

como de despejar la inmediata amenaza rusa a los intereses británicos en


China. El gobierno liberal británico estaba preocupado por la inestabilidad del
sistema ruso, que la revolución de 1905 había puesto de manifiesto, y muchos
de sus partidarios radicales se oponían tenazmente 2 cualquier acuerdo con el
gobierno zarista que pudiera mejorar su imagen y credibilidad en .el extranjero
y-contribuir a su fortalecimiento interno.

El acuerdo fue firmado finalmente en abril de 1907. Establecía la neutralización


del Tibet. y la retirada de la misión militar británica que había allí, mientras que
los rusos reconocían la pertenencia de Afganistán a la esfera británica. Persia
fue mantenido como estado independiente, pero quedó dividido en zonas de
influencia rusa y británica con una zona neutral en medio.
El acuerdo de 1907 suprimió algunas de las causas inmediatas de fricción
con Gran Bretaña. También mantuvo a las-rusos en la esperanza de que Gran
Bretaña no se opondría a sus propósitos en Europa en
una época en la que el gobierno ruso había reavivado sus ambiciones en
los Balcanes y. sus esperanzas de controlar la salida del mar Negro.

La violencia y la injusticia inherentes al dominio colonial hacían anticuada la


ideología liberal de los defensores del libre comercio de una generación
anterior, de modo que el imperialismo no se reducía únicamente al movimiento
de expansión ultramarina, sino que más bien se trataba de un fenómeno que lo
penetraba todo y que afectaba a casi todos los sectores de la sociedad.

Las ideas más profundas que inspiraron el concepto de imperialismo fueron las
de aquellos que pueden ser clasificados como «social-darwinistas»,
quienes concebían las relaciones entre Estados como una lucha
perpetua por, la supervivencia en la que algunas razas eran consideradas
como «superiores» a otras, debido a un proceso evolutivo en el Cual los más
fuertes siempre acababan por imponerse.

La doctrina dé la selección natural pudo, por lo tanto, ser fácilmente asociada


con otra línea dé pensamiento: la desarrollada por el escritor francés Josepn-
Árthur Gobineau., quien publicó, en 1853, el Ensayo sobre la desigualdad de
las razas humanas. Gobineau recalcó que el factor más importante en el
desarrollo era-la raza, y que aquellas razas que mantenían su superioridad
eran las que también mantenían intacta Su pureza racial. De ellas, la raza aria
era laque mejor había sobrevivido; la pureza racial era imposible de conservar
en el siglo XIX, y que, en consecuencia, incluso para los arios se cernía una
perspectiva de decadencia.

Para H._S. Chamberlainr la doctrina de una raza de amos que había


desarrollado sus cualidades en la lucha por la existencia y que las mejoró a lo
largo de un proceso de selección natural, ya unida a la creencia de que tal raza
de amos posee una misión específica
Aunque las teorías raciales tuvieran una mayor aceptación en Alemania, no
representaron un factor desdeñable en los demás países.

La creencia de que las razas blancas eran superiores a las negras o amarillas,
aunque no fuera expresada con un ropaje teórico, fue un supuesto básico del
imperialismo. Bajo toda actividad imperialista, independientemente de la forma
concreta que adoptara y cualesquiera que fuesen sus causas inmediatas,
subyacía una-creencia en la inevitabilidad de una lucha por la supervivencia
entre las potencias de un conflicto entre ‘naciones vivas y naciones
moribundas; y en esta lucha el llamamiento á la creencia en la supervivencia
natural de una raza particular a menudo desempeñaba un importante
papel.

Existía una creciente inquietud ante una posible amenaza a la posición de las
razas dominantes.

El temor a que los chinos, que constituían una importante comunidad mercantil
en todo el sudeste asiático pudieran competir con éxito con el comercio
europeo, se unió, tras la resonante derrota de Rusia frente a Japón en la guerra
de 1904-5, a la angustia de pensar en lo que ocurriría si los pueblos de Oriente
llegaban a ser tan eficientes, industrial y militarmente, como las naciones
occidentales.

Desde la Revolución Francesa, la mayoría de los países de Europa habían


abolido los impedimentos y desigualdades legales que las comunidades judías
habían sufrido desde la Edad Media, y los judíos estaban, legalmente en pie de
igualdad con los demás ciudadanos, en la medida en que tenían derecho a
votar a presentarse como candidatos en las elecciones, desplazarse libremente
y a ejercer cualquier profesión.

Solamente en Rusia casi todos los judíos seguían obligados a vivir en ciertos
distritos y estaban sometidos a dificultades administrativas cada vez mayores.

Buena parte del antisemitismo que se desarrolló entre 1880 y 1900 tenía, por lo
tanto, fundamentos económicos. El antisemitismo económico, por erróneo y
lamentable que fuera, tenía al menos una
explicación aparentemente racional. Más difíciles de comprender eran
aquellas formas de odio y temor a los judíos que no surgían del contacto diario,
sino que eran experimentadas por personas que apenas habían visto a un
judío.

Pocos años después, el asunto Dreyfus brindó otra oportunidad para reavivar
los sentimientos antisemitas, ya que la agitación contra Dreyfus y los que
pedían una revisión de su condena por espionaje fue fácilmente convertida en
un ataque contra los orígenes judaicos de Dreyfus (era uno de los pocos judíos
en el estado mayor) y el celo de sus partidarios fue rápidamente atribuido a una
conspiración judía.

El caso Dreyfus llevó directamente a la fundación de un nuevo grupo


monárquico radical, la Action F raneáis e. que habría de tener una existencia
continua hasta la Segunda Guerra Mundial y que proporcionó una ideología
coherente y bien difundida para la derecha antirrepublicana, err Ja oaal el
antisemitismo ocupaba un lugar destacado.

La figura más importante en Ja elaboración de esta ideología fue Charles


Maurras rechazó la democracia parlamentaria al preconizar un sistema
representativo de base corporativa o profesional en el marco de una monarquía
restaurada, sino que se sintió obsesionado por el peligró que para la seguridad
de Francia encarnaban los elementos que, según él, no estaban consagrados
por entero al país: «los cuatro estados confederados», como él llamaba a
masones, protestantes, judíos y méteques, termino que acuñó para incluir a
todas aquellas personas de origen extranjero que vivían en Francia.

El otro portavoz de este nuevo nacionalismo era Maurice Barres, novelista y


crítico de talento que rompió con la mayoría de sus amigos en los círculos
literarios avanzados de París en los tiempos del caso Dreyfus. Para Barres, los
judíos estaban casi automáticamente excluidos de la vida francesa, ya que la
nacionalidad era una cuestión de «la tierra y los muertos», un asunto de
generaciones que habían vivido y habían sido enterradas en el suelo de
Francia.
El antisemitismo no afectó profundamente a la vida de los judíos en Francia.

En Alemania o Austria-Hungría, el antisemitismo conoció un desarrollo mucho


más vasto, tanto en el aspecto ideológico como en el político, si bien fue en
Rusia, a partir de 1881, donde los judíos no sólo se vieron expuestos a la
discriminación y a la negación de los derechos civiles, sino, además, sometidos
periódicamente a la violencia física.

En Berlín, un movimiento socialcristiano protestante, dirigido por el capellán de


la corte, Adolf Stócker, unió al antisemitismo un ataque puritano contra los
elementos más ostentosos y rimbombantes de la nueva clase capitalista
alemana, mientras que en Viena_ el movimiento social- , cristiano católico, bajo
la dirección -del alcalde reformista Karl Lueger, combinó también esfuerzos
germanos a favor del bienestar social con un llamamiento a los prejuicios
antijudíos de la clase media baja vienesa, inquieta ante lo que ella entendía
como una amenaza económica de sus rivales, judíos.

En Francia, el ejercicio efectivo de los derechos civiles por parte de los judíos
apenas se vio menoscabado por causa del” antisemitismo En Alemania y
Austria, en cambio, los judíos se desenvolvían constantemente bajo una
sensación de humillación-.y. discriminación.

Sin embargo, en los años anteriores a la Primera Guerra Mundial, fue en Rusia
donde el antisemitismo tomó a veces la.forma de violencia física. Estos ataques
eran a veces organizados deliberadamente por la policía, ansiosa de desviar el
descontento contra el régimen zarista hacia otro blanco, y otras veces por
particulares. Además, fue en Rusia donde se originó la más tosca literatura
antisemita.

En uno de los grupos nacionalistas y antisemitas rusos, la Unión del Pueblo


Ruso, fundada en 1905, se lanzó la idea del exterminio tísico de los judíos, idea
que fue también comparada por unos pocos fanáticos patológicos de Viena
entre 1909 y ‘1913 cuando vivía allí el joven Adolf Hitler.
Los judíos trataron de responder de varios modos a esta creciente amenaza del
antisemitismo en Europa. Muchos, sobre todo entre los
más ricos y afortunados, confiaban en lograr asimilarse a las clases entre las
que vivían. Muchos también emigraron a Londres o a Estados Unidos, llevando
consigo a menudo utópicas ideas revolucionarias surgidas de su
desesperación. Otros sacaron conclusiones diferentes de sus experiencias y
pensaron que en una época de creciente nacionalismo, la única esperanza
para los judíos consistía en afirmar su propia identidad nacional y
establecer su propio Estado nacional.

Fueron los supuestos raciales que subyacían en el movimiento imperialista lo


que intensificó el desarrollo del antisemitismo

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