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José María Arguedas

(Andahuaylas, 1911 - Lima, 1969) Escritor y etnólogo peruano, renovador de la


literatura de inspiración indigenista y uno de los más destacados narradores peruanos
del siglo XX.

José María Arguedas


Sus padres fueron el abogado cuzqueño Víctor Manuel Arguedas Arellano, que se
desempeñaba como juez en diversos pueblos de la región, y Victoria Altamirano
Navarro. En 1917 su padre se casó en segundas nupcias (la madre había muerto tres
años antes), y la familia se trasladó al pueblo de Puquio y luego a San Juan de
Lucanas. Al poco tiempo el padre fue cesado como juez por razones políticas y hubo
de trabajar como abogado itinerante, dejando a su hijo al cuidado de la madrastra y el
hijo de ésta, quienes le daban tratamiento de sirviente.
En 1921 se escapó con su hermano Arístides de la opresión del hermanastro. Se
refugiaron en la hacienda Viseca, donde vivieron dos años en contacto con los indios,
hablando su idioma y aprendiendo sus costumbres, hasta que en 1923 los recogió su
padre, quien los llevó en peregrinaje por diversos pueblos y ciudades de la sierra, para
finalmente establecerse en Abancay.
Después de realizar sus estudios secundarios en Ica, Huancayo y Lima, ingresó en
1931 en la Facultad de Letras de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos de
Lima para estudiar literatura. Entre 1932 y 1937 trabajó como auxiliar de la
Administración Central de Correos de Lima, pero perdió el puesto al ser apresado por
participar en una manifestación estudiantil a favor de la República Española.
Tras permanecer alrededor de un año en la prisión El Sexto, fue nombrado profesor de
castellano y geografía en Sicuani
En 1963, logró el título de doctor en Etnología y Arqueología. Por esos años se
desempeñó como funcionario público en el Ministerio de Educación, la Casa de
Cultura, el Museo de Historia. Asimismo, fue profesor del Instituto Pedagógico
Nacional de Varones y las universidades San Marcos y la Molina.

Fue en la Universidad Agraria La Molina (Lima), donde se dio un disparo en la cabeza,


víctima de una depresión profunda. Esto ocurrió 28 de noviembre de 1969. Después
de una penosa agonía falleció el 2 de diciembre de 1969.
Obra de José María Arguedas
La producción de Arguedas es amplia y diversa, comprende obras de ficción, trabajos,
ensayos y artículos. Sus trabajos cuentan la realidad de un Perú dividido en dos.
Por un lado, la región andina y población quechua, por otro la ciudad con raíces
europeas. Los grandes conflictos que surgen del choque entre ambas comunidades
fueron el núcleo de sus angustias.
Un siervo indio se dirige a la casa hacienda para cumplir su turno de pongo o sirviente,
según la usanza feudal en las haciendas de la sierra peruana de la época (principios
delsiglo XX). Era un hombrecito de cuerpo esmirriado y con ropas viejas. Solo con verle, el
patrón se burló de su aspecto y de inmediato le ordenó hacer la limpieza. El pongo se
portaba muy servicial; no hablaba con nadie; trabajaba callado y comía solo.

El patrón tomó la costumbre de maltratarlo y fastidiarlo delante de toda la servidumbre,


cuando esta se reunía de noche en el corredor de la hacienda para rezar el Ave María. El
patrón obligaba al pongo a que imitara a un perro o a una vizcacha; el pongo hacía todo lo
que le ordenaba, lo que provocaba la risa del patrón, quien luego lo pateaba y lo revolcaba
en el suelo. Incluso los demás siervos no podían contener la risa al ver tal espectáculo.

Y así pasaron varios días, hasta que una tarde, a la hora del rezo habitual, cuando el
corredor estaba repleto de la gente de la hacienda, el pongo le dijo a su patrón: "Gran
señor, dame tu licencia; padrecito mío, quiero hablarte". El patrón, asombrado de que el
hombrecito se atreviera a dirigirle la palabra, le dio permiso, curioso por saber qué cosas
diría. Entonces el pongo empezó a contarle al patrón lo que había soñado la noche
anterior: ambos habían muerto y se encontraron desnudos ante los ojos de San Francisco,
quien examinó los corazones de los dos. Luego, el santo ordenó que viniera
un ángel mayor acompañado de otro menor que trajera una copa de oro llena de miel. El
ángel mayor, levantando la copa, derramó la miel en el cuerpo del hacendado y lo enlució
con ella desde la cabeza hasta los pies. Cuando le tocó su turno al pongo, San Francisco
ordenó a un ángel viejo: "Oye viejo. Embadurna el cuerpo de este hombrecito con el
excremento que hay en esa lata que has traído: todo el cuerpo, de cualquier manera,
cúbrelo como puedas, ¡Rápido!" Entonces, el ángel viejo, sacando el excremento de la
lata, lo embadurnó en todo el cuerpo del pongo, de manera tosca.

Hasta allí parecía que esa era la justa retribución de ambos y así creyó entender el
hacendado, que escuchaba atento tal relato. Sin embargo, el pongo advirtió rápidamente
que allí no terminaba la historia, sino que San Francisco, luego de mirar fijamente a
ambos, ordenó que se lamieran el uno al otro, en forma lenta y por mucho tiempo. El viejo
ángel rejuveneció y quedó vigilando para que la voluntad de San Francisco se cumpliera.

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