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LIMA NO TIENE ARREGLO

Por David Roca Basadre

La campaña electoral municipal apenas empieza a generar alguna expectativa, y es que


la crisis política mayor involucra a la credibilidad de todos los actores institucionales y
políticos. En Lima, donde lo más grave es que las propuestas de los candidatos se
reparten entre tecnología y cemento, más algunas reformas de organigrama que no
suenan muy convincentes, la crisis de credibilidad es mayor. Quizá estemos
condenados, en la capital, a tener alcalde electo con 12% de los votos, lo que no es
bueno para nadie.
Debo decir que extraño aquel diagnóstico que debe ser el principal de esta ciudad, y
que consiste en decir que simplemente ya colapsó. En 2007, sobre la base del total de
7 millones de habitantes censados, el INEI calculaba que recién en 2020 habría 9
millones de habitantes. Pero ya en 2018, la ciudad se adelantó a tener poco más de 9
millones y medio de habitantes.
Para quien quiera sorprenderse del caos vehicular, de la precariedad de los servicios en
muchos lugares, de los cerros que siguen invadiéndose hasta la punta – en Chorrillos,
donde vivo, las viviendas precarias en los cerros llegan desordenadas hasta las antenas
emisoras de televisión, y sin muro de contención alguno – debe interrogarse sobre el
crecimiento brutal de Lima antes que nada. Y darse cuenta de que ni con mil baipases,
vías de evitamiento, trenes o autobuses, Lima tiene solución. A lo más serán paliativos
con cierta eficacia provisional.
La inseguridad también tiene que ver con esto. La proxemia, ciencia que estudia las
relaciones de proximidad, de alejamiento entre las personas durante las interacciones,
establece diversas medidas, culturalmente condicionadas, que hacen posible la
convivencia. Permítaseme algunos números, nos van a ayudar. Lima mide desde Ancón
hasta Pucusana alrededor de 2,819 km². Lo que hace un promedio de 3 mil 500
personas por kilómetro cuadrado.
Pero no todos los distritos son iguales. El Cercado de Lima, donde se cometen poco
más del 22% de los robos y asaltos, mide 21.88 km² y tiene 282 mil 800 habitantes, es
decir 12 mil 925 personas por kilómetro cuadrado. San Isidro, con una tasa bajísima de
delincuencia, mide 11.1 km² y tiene 56 mil 800 habitantes, lo que da una densidad
poblacional de 5 mil 117 habitantes por kilómetro cuadrado. Multiplíquese carencias y
holgura promedio en cada lugar y se entiende la fórmula que explica muchas cosas.
Puede usted hacer la prueba con todos los distritos o barrios, será igual: densidad
poblacional multiplicada por insatisfacciones diversas, ligadas a lo que los sociólogos y
criminólogos llaman aspiracionismo frustrado, y el resultado está a la vista.
Los casi 700 mil automóviles en Lima, son lo que le explican los atoros que sufrimos.
¿Cuántos seremos en 2021, esa fecha mágica a la que no se sabe cómo llegaremos?
Si los automóviles siguen creciendo como hasta ahora, habrá que sumar al menos 200
mil más, ¿aguantará Lima? Si la población sigue creciendo, ¿superaremos los 12
millones? ¿Será posible vivir en Lima?
¿Cuánto de energía, de alimentos, de agua, de valles para destruir, se necesita para
satisfacer a un monstruo semejante?: la huella ecológica de Lima es de 107 mil 300 km²
es decir que Lima debe explotar 104 mil 500 km² en otros lugares para poder
mantenerse. Y la población sigue creciendo por gentes que se trasladan a Lima,
movidos por la necesidad y gentes que se multiplican sin cuidarse porque el sectarismo
religioso los anima, o porque los medios de prevención de embarazos les son
desconocidos.
La mayoría de los limeños usan transporte público, muy pocos el auto privado, y sin
embargo eso basta para hacer odioso transportarse por la ciudad. Los grandes edificios
para cien departamentos promedio pululan, convirtiéndose en siniestro anticipo de focos
de delincuencia. ¿Qué ocurriría si los servicios fallan, si no hay agua si no hay luz? ¿O
llega el terremoto tan anunciado?

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Las propuestas de los candidatos no aciertan, no porque no puedan ver cifras como
estas, sino porque no se las explican ellos mismos, solo las usan.
Sin embargo es sencillo de entender: Lima es parte del Perú. Ese es el detalle que no
se suele tener en cuenta.

La distancia
Emilio Romero es uno de esos próceres que se suele olvidar. Ya en 1932, en su libro
“El descentralismo” explicaba didácticamente que una nación era “una extensión de
tierra, una cantidad de agua y un grupo humano.” Es el balance de esos tres
componentes lo que permite el equilibrio que da la vida. Un adelantado del ecologismo,
Emilio Romero descubre como central una idea: la de distancia, que él descubre en esos
tiempos, tanto en lo que llamaba “angustiada topografía cataclísmica” de nuestro
territorio, como la que existía en la psicología de las personas diversas: “distancia de
espíritu a espíritu”, decía.
El balance tierra, agua, ser humano, a todas luces no existe aún ni en Lima ni en ninguna
localidad del Perú.
Y es así y por eso que, a pesar de los años, sigue vigente su observación sobre que no
hubo ni hay siquiera el proyecto de una organización nacional. Lo que tenemos es un
país que se ha formado por obra de conquistadores que vinieron a saquear y remitían
el saqueo desde Lima, por castas en la república que desde Lima seguían usando el
resto del país para lucrar y exportar y lo siguen haciendo, y multitudes de pobreza que
han hecho lo que han podido para sobrevivir. Lo que, desde las regiones empobrecidas
por el saqueo, significó siempre, sobre todo, ir a Lima donde está todo.
El centralismo benefició a Lima, y a sus castas, y a los caciques provincianos con
relaciones en Lima, durante siglos, a costa del despojo, y organizando el país al vaivén
de los caprichos de esos poderosos. Hoy, la sobrepoblación de Lima, la consecuente
saturación en la provisión de servicios, el desbarajuste vehicular, la sobredemanda de
atención, el persistente crecimiento desordenado, la inseguridad, la pobreza creciente,
son la factura que hay que pagar por tamaño caos.
Es necesario subrayar que la exigencia de descontrol que impera como doctrina liberal
(o neoliberal, es lo mismo) ante lo que llaman ahora “emprendedurismo”, que es el
nombre elegante, académico, para hacer lo que le viene en gana a cada cual, ha
aportado una cuota destructiva más letal en tiempos recientes, en nombre de una
libertad que solo la tienes cuando te la puedes pagar o se la quitas a alguien.
Emilio Romero hablaba en su tiempo de gamonales, a los que llamaba mandones, que
se perpetuaban en la jefatura de facto de las provincias y se valían de gran “sentido
acomodaticio” por el que siempre terminaban bien relacionados con cada gobierno que
llegaba. Las autoridades locales eran meros servidores de los mandones. La figura no
ha cambiado, sino el perfil de los protagonistas: mineras y petroleras y diversas
transnacionales o empresas dependientes de la exportación a costa de lo que fuere,
tierra o agua o gente, y protegidos desde los diversos gobiernos en Lima, son las
autoridades reales en cada localidad. Y claro, ante cada eventualidad política, caen
siempre parados, como el gato.
Todo ello nos plantea lo razonable, y que es como decir una grosería a los devotos del
emprendedurismo: hay que planificar el uso del territorio. Hay que lograr ese equilibrio
entre tierra, agua y humanidad en cada rincón del territorio, y cada lugar debe ser
además lo más autosuficiente posible.
¿Qué vamos diciendo? Pues que Lima no se arregla si no se arregla el Perú, y para eso
se necesita planificar todos los procesos, en cada región, para complementarlos en uno,
consensuando desde la iniciativa de cada lugar. Para llegar a esa nación – o diremos
hoy con más propiedad – a esa colectividad plurinacional donde, en palabras de Emilio
Romero, “las diversas zonas del país produzcan más, y atiendan su fomento económico
cada vez más con sus propias fuerzas.” Y así, “exaltar las fuerzas morales, materiales
y naturales de las provincias.”

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Lima entonces
En la Nueva Agenda Urbana del encuentro Hábitat III de Naciones Unidas, en 2017, se
verifica que “la población urbana mundial prácticamente se duplicará para 2050, lo que
(…) plantea enormes problemas de sostenibilidad en materia de vivienda,
infraestructura, servicios básicos, seguridad alimentaria, salud, educación, empleos
decentes, seguridad y recursos naturales, entre otros.” Y expresa demandas como la
erradicación de la pobreza, la integración en el espacio urbano, economías urbanas
sostenibles e inclusivas, “la sostenibilidad del medio ambiente, promoviendo el uso de
la energía no contaminante y el uso sostenible de la tierra y los recursos en el desarrollo
urbano,…”, la planificación y el diseño urbanos y territoriales, todo lo que puede
entenderse de dos maneras.
Por un lado, lo que vemos en la mayoría de las ofertas de candidatos: más autobuses,
más pistas, vehículos novedosos como un teleférico, quizá autos eléctricos,
coordinaciones con la policía, hasta la obsesión trumpiana de alguno que quiere dar
armas a todo el mundo, etc. Propuestas que ven a Lima como un microcosmos intocable
y cuya función centralista, suicida, les parece natural.
Por otro lado, lo que significaría una manera de actuar alterna, otro paradigma, que al
reconocer la interrelación nefasta entre Lima y el resto del país, opte por revertir ese
proceso, por cuestionar al urbanismo como único referente y plantee integrar a la ciudad
capital al proceso de descentralización que ya no sería tan solo la redistribución de
recursos y facultades a gobiernos regionales, sino la promoción de procesos de
desarrollo local, con ofertas de empleo, de educación, de salud, de esparcimiento y
cultura, que broten del propio entorno. Así como la renovada exaltación del ruralismo
bien atendido, devuelto a su dignidad reconocida como proveedora de alimentos para
todos. Mientras se van trabajando las urgencias de Lima con paliativos necesarios,
pensar en país, precisamente para ayudar a Lima.
Como consecuencia de todo ello, debiera darse el progresivo vaciamiento de Lima. Hay
maneras. ¿Y si se exonera de impuestos durante, digamos, cinco años, a empresas
productivas – no extractivas – que inviertan fuera de Lima, respetando derechos
laborales y al ambiente? En Lima hay un excedente de oferta laboral con 8,1% de
desempleo y el 80% de los que trabajan lo hacen como informales y a veces recibiendo
pagos menores al salario mínimo. ¿Cuántos no migrarían?
Como dice Emilio Romero, afirmando precursoramente la necesidad, también, de
representaciones políticas con lo que hoy llamamos cuotas obligatorias, de todos los
sectores sociales: “El Perú es una gran nación chola, pese a los blancos de la élite. Y la
política cholista del descentralismo plantea esta necesidad fundamental. Una reforma
en el sistema político centralista que realice la educación de las diversas clases sociales
del Perú en la práctica política.”
Todas estas cosas que hoy debiéramos por fin entender: la descentralización,
planificada y concertada, es la mejor política para salvar a Lima. Esta Lima que hace
tiempo que es chola.

Texto publicado en la revista ‘Hildebrandt en sus trece’, en el N° 411 del 7 de


septiembre de 2018

http://unosodeanteojos.blogspot.com/2018/09/lima-no-tiene-arreglo.html

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