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El equilibrio ecológico, puede ser considerado desde dos puntos de vista, que
obviamente establecen diferencias notables entre la percepción y la valoración de los
sistemas naturales, conforme a la primacía que se le otorga, bien a la Naturaleza en
sus propias leyes y dinámicas bien a la función social que esa naturaleza
representa para una comunidad humana.
De esta manera podríamos decir que el equilibrio ecológico es una tendencia de los
sistemas naturales, sobre la base del balance que se produce en el flujo de energía,
que mantiene el sistema; el mayor equilibrio podríamos encontrarlo cuando los
sistemas naturales llegan a su climax, es decir cuando se establece una perfecta
armonía entre todos los elementos presentes en el sistema, lo cual hace que el flujo
de energía se cumpla sin ninguna interrupción y sin pérdidas significativas, es decir
con un alto grado de eficiencia donde las interrelaciones entre todos los elementos
del sistema, es decir todas las especies, encuentran su óptimo y se estabilizan sobre
la base de ese optimo de funcionamiento.
Estos equilibrios, sin embargo, pueden ser modificados, como consecuencia de los
cambios que pueden producirse en otros sistemas vecinos, o por cambios de mayor
trascendencia como pudieran ser los cambios climáticos, los movimientos sísmicos,
las erupciones volcánicas, etc.
De esta manera, el equilibrio ecológico es una función de los valores sociales que los
recursos naturales - es decir los territorios con todas sus potencialidades naturales,
económicas, socioculturales y geopolíticas -, tienen en un momento dado, para una
comunidad local, regional, nacional o transnacional específica.
Este equilibrio puede medirse, por tanto, en términos de los impactos ambientales
que las actividades provocan y la sensibilidad ambiental de los sistemas naturales,
generando así un balance negativo o positivo, que puede revertir las tendencias
naturales o por el contrario favorecerlas.