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Karl Marx – Crítica de «El sistema nacional de economía política» de F. List Pág.

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Karl Marx
Crítica de «El sistema nacional de economía
política» de Friedrich List
Escrito en marzo de 1845, se trata del manuscrito inédito de un proyecto de artículo sobre el libro de F. List. Fue
publicado por primera vez en ruso, en Voprosy Istorii K.P.S.S., Nº 12, 1971. Lo que aquí presentamos son sólo unos
extractos, traducidos por R. Ferreiro de la versión inglesa digitalizada por el Marxist Internet Archive.

I. Caracterización general de List


«Toda la parte teórica del sistema de List no es nada más que un [hay tres palabras ilegibles]
encubriendo el materialismo industrial de la franca economía política con frases idealistas. En
todas partes deja que la cosa siga existiendo, pero idealiza su expresión. Rastrearemos esto en
detalle. Es justamente esta vacía fraseología idealista la que le permite ignorar las barreras
reales que están en el camino de sus píos deseos y complacerse en las más absurdas fantasías
(¿que hubiese sido de la burguesía inglesa y francesa si hubiese pedido permiso a la nobleza de
alto rango, a la considerada burocracia y a las viejas dinastías dominantes para dar a la
“industria” la “fuerza de la ley”?).
El burgués alemán es religioso incluso cuando es un industrial. Huye de hablar sobre los sucios
valores de cambio que codicia y habla de las fuerzas productivas; huye de hablar sobre la
competición y habla de una confederación nacional de fuerzas productivas nacionales; huye de
hablar de su interés privado y habla del interés nacional.
Cuando uno observa el cinismo franco y clásico con que la burguesía inglesa y francesa, tal
como es representada -al menos al principio de su dominación- por sus primeros portavoces
científicos de la economía política, tal como es elevada la riqueza económica a un dios y
cruelmente sacrificado todo lo demás a ella, a este Moloch, también en la ciencia; y cuando, por
otro lado, uno observa la manera idealizadora, tratante de frases, ampulosa, del Sr. List, que en
medio de la economía política desprecia la riqueza de los “hombres virtuosos” y sabe de
objetivos más elevados, uno está obligado a encontrar “también triste” que el día presente no
sea más un día para la riqueza.
El Sr. List habla siempre con métrica de Moloso. Presume continuamente de una retórica torpe
y verbosa, cuyas aguas turbulentas siempre le conducen al final a un banco de arena, y cuya
esencia consiste en repeticiones constantes sobre los aranceles proteccionistas y las verdaderas
fábricas alemanas. Es de continuo sensiblemente suprasensible.
El idealizador filisteo alemán que quiere volverse rico tiene, por supuesto, que crear primero
para sí mismo una nueva teoría de la riqueza, una que haga la riqueza digna de luchar por ella.
El burgués de Francia e Inglaterra ve la aproximación de la tormenta que destruirá, en la
práctica, la vida real de lo que se ha llamado hasta ahora riqueza; pero el burgués alemán, que
no ha llegado todavía a esta riqueza inferior, intenta proporcionar una nueva interpretación,
“espiritualista”, de ella. Él crea para sí una economía política “ideal”, que no tiene nada en común
con la economía política profana francesa e inglesa, con el propósito de justificar para sí mismo y
para el mundo que él, también, quiere hacerse rico. El burgués alemán empieza su creación de
riqueza con la creación de una economía política altisonante e hipócritamente idealizadora.»

4. La originalidad del Sr. List.


«El burgués alemán sólo puede añadir sus ilusiones y frases a la realidad francesa e inglesa.
Pero lo mismo que le es escasamente posible dar lugar a un nuevo desarrollo de la economía
política, es aún más imposible para él lograr en la práctica un mayor avance en la industria, del
por ahora casi agotado desarrollo de los fundamentos actuales de la sociedad.

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Nosotros restringimos, por lo tanto, nuestra crítica a la parte teórica del libro de List, y de hecho
sólo a sus descubrimientos principales.
¿Cuáles son las proposiciones principales que el Sr. List tiene que demostrar?

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Permítasenos inquirir en el objetivo que quiere lograr.
1) El burgués quiere del Estado aranceles proteccionistas para poner sus manos en el
poder y la riqueza estatales. Pero dado que [en Alemania], a diferencia de Inglaterra y Francia,
no tiene el poder estatal a su disposición y, por consiguiente, no puede guiarlo arbitrariamente
como le gusta, sino que tiene que recurrir a los ruegos, es necesario para él, en relación al
Estado, cuya actividad (modo de acción) quiere controlar para su propio beneficio, pintar su
demanda a él como una concesión que él hace al Estado, mientras que [en realidad] reivindica
concesiones del Estado.
Por consiguiente, a través del conducto del Sr. List, él [el burgués alemán] demuestra al Estado
que esta teoría difiere de todas las demás en que él permite el Estado interferir y controlar la
industria, en que él tiene la más alta opinión de la sabiduría económica del Estado, y sólo le pide
que dé pleno campo de acción a su sabiduría, con la condición, claro, de que esta sabiduría esté
limitada a proporcionar aranceles proteccionistas “fuertes”. Su demanda de que el Estado debe
actuar de acuerdo con sus intereses es pintada por él como el reconocimiento del Estado,
reconocimiento de que el Estado tiene el derecho de interferir en la esfera de la sociedad civil.
2) El burgués quiere hacerse rico, ganar dinero; pero al mismo tiempo tiene que llegar a
un arreglo con el idealismo actual del público alemán y con su propia conciencia. Por
consiguiente, intenta demostrar que él no realiza sus esfuerzos por bienes materiales injustos,
sino por una esencia espiritual, por una fuerza productiva infinita, en lugar de los malos, finitos,
valores de cambio. Por supuesto, esta esencia espiritual implica la circunstancia de que el
burgués aprovecha su oportunidad para llenar sus propios bolsillos con mundanos valores de
cambio.
Dado que el burgués espera ahora hacerse rico principalmente a través de los “aranceles
proteccionistas”, y dado que los aranceles proteccionistas sólo pueden enriquecerle en la medida
en que no sean más los ingleses, sino el propio burgués alemán, quien explote a sus
compatriotas, de hecho quien los explote aún más de lo que eran explotados desde el extranjero,
y dado que los aranceles proteccionistas demandan un sacrificio de valores de cambio de los
consumidores (principalmente de los obreros que van a ser reemplazados por máquinas, de
todos aquellos que sacan un ingreso fijo, tal como funcionarios, perceptores de renta de la tierra,
etc.), el burgués industrial tiene que demostrar, por lo tanto, que, lejos de ansiar después bienes
materiales, lo que él quiere no es otra cosa que el sacrificio de valores de cambio, bienes
materiales, por una esencia espiritual.
En lo fundamental, por consiguiente, se trata sólo de una cuestión de autosacrificio, de
ascetismo, de la grandeza cristiana del alma. Es un puro accidente que A haga el sacrificio, pero
B ponga el sacrificio en su bolsillo. El burgués alemán es, con mucho, demasiado altruista para
pensar en esta conexión con su ganancia privada, que accidentalmente demuestra estar
enlazada con este sacrificio. Pero si debe resultar que una clase, cuyo permiso el burgués alemán
piensa que él requiere para su emancipación, no puede estar de acuerdo con esta teoría
espiritual, entonces esta teoría debe abandonarse y, en oposición a la Escuela [que defiende la
libertad de comercio], precisamente ha de entrar en juego la teoría de los valores de cambio.
3) Dado que todo el deseo de la burguesía equivale, en esencia, en llevar el sistema fabril
al nivel de la prosperidad “inglesa” y en hacer del industrialismo el regulador de la sociedad, es
decir, en llevar adelante la desorganización de la sociedad, el burgués tiene que demostrar que
sólo está preocupado por la armonización de toda la producción social y por la organización de la
sociedad. Él restringe el comercio exterior por medio de aranceles proteccionistas, mientras la
agricultura, mantiene él, logrará rápidamente su más alta prosperidad gracias a la industria
manufacturera.
Por consiguiente, la organización de la sociedad se resume en las fábricas. Ellas son las
organizadoras de la sociedad, y el sistema de competición al que dan vida es la más precisa
confederación de la sociedad. La organización de la sociedad que el sistema fabril crea es la
verdadera organización de la sociedad.
La burguesía tiene ciertamente razón en concebir en general sus intereses como intereses
idénticos, justo como el lobo como lobo tiene un interés idéntico con sus prójimos lobos, por
mucho que sea el interés de cada lobo individual que él, y no otro, se abalance sobre la presa.

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Finalmente, es característico de la teoría del Sr. List, como también de toda la burguesía
alemana, que para defender sus deseos de explotar están obligados en todas partes a recurrir a
frases “socialistas” y, así, forzados a mantener un engaño que se sido refutado hace mucho
tiempo. Mostraremos en varios pasajes que las frases del Sr. List, o en su caso las consecuencias
que se siguen de ellas, son comunistas.
Nosotros, por supuesto, estamos lejos de acusar a alguien como el Sr. List y su burguesía
alemana de comunismo, pero esto nos ofrece una nueva prueba de la debilidad interna, la
falsedad y la hipocresía infame del “bondadoso” e “idealista” burgués. Nos demuestra que su
idealismo en la práctica no es nada más que el encubrimiento sin escrúpulos e irreflexivo de un
materialismo repulsivo.
Finalmente, es característico que la burguesía alemana empieza con la mentira con que acaba
la burguesía francesa e inglesa -después de alcanzar una posición donde está compelida a
disculparse a sí misma, a ofrecer excusas por su existencia.

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Dado que el Sr. List distingue la economía política actual, ostensiblemente cosmopolita, de su
propia económica (político-nacional), por estar basada la anterior en los valores de cambio y la
última en las fuerzas productivas, tenemos que empezar con esta teoría. Además, puesto que la
confederación de fuerzas productivas se supone que representa la nación en su unidad, tenemos
que examinar también esta teoría antes de la distinción antedicha. Estas dos teorías forman la
base real de la economía nacional [de List] como distinta de la economía política.
No podría ocurrírsele al Sr. List que la organización efectiva de la sociedad es un materialismo
desalmado, un espiritualismo individual, un individualismo. No podría ocurrírsele que los
economistas políticos han dado a este estado social solamente una expresión teórica
correspondiente. En otro caso, él tendría que dirigir su crítica contra la organización actual de la
sociedad, en lugar de contra los economistas políticos. Él les acusa de no haber encontrado
ninguna expresión que embellezca una realidad triste. Por eso, quiere dejar esta realidad en
todas partes justo como es, y sólo cambiar su expresión. En ninguna parte critica la sociedad real
sino que, como un verdadero alemán, critica la expresión teórica de esta sociedad y le reprocha
que exprese lo real y no una noción imaginaria de lo real.
La fábrica es transformada en una diosa, la diosa del poder manufacturero.
El propietario de la fábrica es el sacerdote de este poder.»

II. La teoría de las fuerzas productivas y la teoría de los valores de


cambio
«El Sr. List es en tal medida presa de los prejuicios económicos de la vieja economía política
-más incluso, como veremos, que otros economistas de la “Escuela”- que para él “bienes
materiales” y “valor de cambio” coinciden por completo. Pero el valor de cambio es enteramente
independiente de la naturaleza específica de los “bienes materiales”. Es independiente tanto de la
cualidad como de la cantidad de los bienes materiales. El valor de cambio desciende cuando
crece la cantidad de los bienes materiales, aunque tanto antes como después éstos mantengan la
misma relación con las necesidades humanas. Los valores de cambio no están relacionados con
la calidad. Las cosas más útiles, como el conocimiento, no tienen ningún valor de cambio. El Sr.
List debiera haber entendido, por consiguiente, que la conversión de los bienes materiales en
valores de cambio es un resultado del sistema social existente, de la sociedad de la propiedad
privada desarrollada. La abolición del valor de cambio es la abolición de la propiedad privada y
de la adquisición privada. El Sr. List, por otra parte, es tan ingenuo como para admitir que por
medio de la teoría de los valores de cambio
“se puede establecer los conceptos de valor y capital, de beneficio, salarios, renta de la tierra,
resolverlos en sus partes componentes, y especular sobre lo que podría influir en su ascenso y
descenso, etc., sin tener en cuenta al hacerlo las condiciones políticas de las naciones” (pág. 211).
Por lo tanto, sin tener en cuenta la “teoría de las fuerzas productivas” y las “condiciones
políticas de las naciones”, todo esto puede “establecerse”. ¿Qué se establece de este modo? La
realidad. ¿Que se establece, por ejemplo, mediante los salarios? La vida del obrero. Además, se
establece de este modo que el obrero es el esclavo del capital, que él es una “mercancía”, un

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valor de cambio, cuyo mayor o menor nivel, subida o bajada, depende de la competición, de la
oferta y la demanda; se establece de así que su actividad no es una manifestación libre de su
vida humana, que es, en su lugar, una venta con regateo (huckstering sale) de sus fuerzas, una
alienación (venta) al capital de sus habilidades unilateralmente desarrolladas, en una palabra,
que es “trabajo”. Se pretende olvidar esto. El “trabajo” es la base viviente de la propiedad
privada, es la propiedad privada como la fuente creativa de sí misma. La propiedad privada no es
nada más que trabajo objetivado. Si se desea dar un golpe mortal a la propiedad privada, se la
debe atacar no sólo como un estado material, sino también como actividad, como trabajo.
De este modo, si los salarios pueden “establecerse” de acuerdo con la teoría de los valores, si
por tanto se “establece” que el hombre mismo es un valor de cambio, que la abrumadora
mayoría de la gente de las naciones constituye una mercancía, que puede ser determinada sin
tener en cuenta “las condiciones políticas de las naciones”, ¿qué prueba todo esto, sino que esta
abrumadora mayoría de la gente de las naciones no tiene que tener en cuenta las “condiciones
políticas”, que éstas son para ella una pura ilusión, y que una teoría que en realidad se hunde en
este sórdido materialismo, de convertir a la mayoría de la gente de las naciones en una
“mercancía”, en un “valor de cambio”, y de someter a esta mayoría al conjunto de las
condiciones materiales del valor de cambio, es una hipocresía infame y un lavado de cara
idealista (embellecimiento), cuando en relación a otras naciones baja la vista despreciando el
malo “materialismo” de los “valores de cambio”, y se preocupa ostensiblemente sólo de las
“fuerzas productivas”?
Además, si las condiciones del capital, la renta de la tierra, etc., pueden “establecerse” sin
tener en cuenta las “condiciones políticas” de las naciones, ¿qué demuestra esto sino que el
capitalista industrial y el perceptor de la renta de la tierra se guían en sus acciones en la vida
real por la ganancia, los valores de cambio, y no por las consideraciones sobre las “condiciones
políticas” y las “fuerzas productivas”, y que su charlatanería sobre la civilización y las fuerzas
productivas es sólo un embellecimiento de las estrechas tendencias egoístas?
El burgués dice: Por supuesto, la teoría de los valores de cambio no debe ser minada dentro del
país; la mayoría de la nación debe seguir siendo un mero “valor de cambio”, una “mercancía”,
una que debe encontrar a su comprador apropiado, una que no es vendida sino que se vende a
sí misma. En relación a vosotros, proletarios, e incluso en nuestras relaciones mutuas, nosotros
nos consideramos como valores de cambio, aquí subsiste la ley del mercadeo universal. Pero en
relación a otras naciones nosotros debemos interrumpir el funcionamiento de esta ley. Como
nación no podemos mercadearnos a nosotros mismos para otras naciones.
Dado que la mayoría de la gente de las naciones ha quedado sujeta a las leyes del mercadeo
“sin tener en cuenta” las “condiciones políticas de las naciones”, esa proposición no tiene otro
significado que el siguiente: Nosotros, los burgueses alemanes, no queremos ser explotados por
los burgueses ingleses del modo en que vosotros, los proletarios alemanes, sois explotados por
nosotros, y en que nos explotamos entre nosotros. No queremos someternos a las mismas leyes
del valor de cambio a las que os sometemos a vosotros. Ya no queremos reconocer fuera del
país las leyes económicas que reconocemos dentro de él.
¿Qué quiere entonces el filisteo alemán? Quiere ser un burgués, un explotador, dentro del país,
pero también quiere no ser explotado fuera del país. Se engree de ser “nación” en relación a los
países extranjeros y dice: Yo no me someto a las leyes de la competencia, esto es contrario a mi
dignidad nacional; como nación soy un ser superior al mercadeo.
La nacionalidad del obrero no es ni francesa, ni inglesa, ni alemana, es el trabajo, la esclavitud
libre, el automercadeo. Su gobierno no es ni francés, ni inglés, ni alemán, es el capital. Su aire
nativo no es ni francés, ni alemán, ni inglés, es el aire de la fábrica. La tierra que le pertenece no
es ni francesa, ni inglesa, ni alemana, está a unos cuantos pies bajo el suelo. Dentro del país, el
dinero es la patria del industrial. ¡De este modo el filisteo alemán quiere que las leyes de la
competencia, del valor de cambio, del mercadeo, pierdan su poder al llegar a las fronteras de su
país! ¡Sólo está dispuesto a reconocer el poder de la sociedad burguesa en tanto esté de acuerdo
con sus intereses, los intereses de su clase! ¡No quiere caer víctima de un poder al que quiere
sacrificar a otros, y al que él se sacrifica dentro de su propio país! ¡Fuera del país él quiere
mostrarse y ser tratado como un ser diferente de lo que es dentro del país y de cómo se
comporta dentro del país! ¡Quiere dejar existir la causa y abolir uno de sus efectos!
Nosotros le demostraremos que venderse a uno mismo dentro del país tiene, como su
consecuencia necesaria, venderse fuera; que la competición, que le da su poder dentro del país,
no puede prevenirle de volverse impotente fuera del país; que el Estado, que él subordina a la

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sociedad burguesa dentro del país, no puede protegerle de la acción de la sociedad burguesa
fuera del país.
Como quiera que el burgués individual luche contra los otros, como clase el burgués tiene un
interés común, y su comunidad de interés, que se dirige contra el proletariado dentro del país,
está dirigida contra el burgués de otras naciones fuera del país. A esto el burgués lo llama su
nacionalidad.

2
Es posible, por supuesto, considerar la industria desde un punto de vista completamente
diferente del sórdido interés del mercadeo, desde el que es considerada hoy día no sólo por el
comerciante y el fabricante individuales, sino también por las naciones manufactureras y
comerciales. La industria puede considerarse como un gran taller, en el que el hombre toma
primero posesión de sus propias fuerzas y de las fuerzas de la naturaleza, se objetiva y crea para
sí las condiciones de una existencia humana. Cuando la industria se considera de este modo, uno
se abstrae de las relaciones en que funciona hoy, y en que existe como industria; el punto de
vista no se sitúa dentro de la época industrial, sino antes de ella; la industria no es considerada
por lo que es hoy para el hombre, sino por lo que el hombre actual es para la historia humana, lo
que él es históricamente; no es su existencia actual (no la industria como tal) lo que es
reconocido, sino más bien el poder que la industria tiene, sin saberlo o quererlo, y que la
destruye y crea la base para una existencia humana.
(Sostener que cada nación atraviesa su propio desarrollo internamente sería tan absurdo como
la idea de que cada nación está obligada a pasar por el desarrollo político de Francia o el
desarrollo filosófico de Alemania. Lo que las naciones han hecho como naciones, lo han hecho
para la sociedad humana; todo su valor consiste en el hecho que cada nación singular ha
logrado, para beneficio de otras naciones, uno de los aspectos históricos principales (una de las
principales determinaciones) en cuyo marco la humanidad ha logrado su desarrollo, y, por
consiguiente, después de que hubiesen sido desarrolladas la industria en Inglaterra, la política en
Francia y la filosofía en Alemania, ellas se han desarrollado para el mundo, y su importancia
histórico-mundial, como también la de estas naciones, ha llegado por lo tanto a su fin.)
Esta valoración de la industria es, entonces, al mismo tiempo el reconocimiento de que ha
llegado la hora de deshacerse de ella, o sea, de la abolición de las condiciones materiales y
sociales en que la humanidad ha tenido que desarrollar sus capacidades como esclava. Pues, tan
pronto como la industria ya no es considerada como interés mercantil, sino como desarrollo del
hombre, el hombre, en lugar del interés mercantil, se convierte en el principio, y lo que en la
industria podría desarrollarse sólo en contradicción con la industria misma, es la base dada que
está en armonía con eso que va a desarrollarse.
Pero el individuo miserable que [en sus ideas] sigue estando dentro del sistema actual, que
desea sólo elevarlo a un nivel que no ha sido alcanzado todavía en su propio país, y que mira con
ávida envidia a la otra nación que ha alcanzado este nivel, ¿tiene este individuo miserable el
derecho a ver en la industria algo que no sea el interés mercantil? ¿Tiene él el derecho a decir
que se preocupa sólo del desarrollo de las capacidades del hombre y del dominio del hombre de
las fuerzas de la naturaleza? Pues esto es justo tan vil como si un negrero fuese a alardear de
que sacudió su látigo sobre sus esclavos para que los esclavos tuviesen el placer de ejercer su
fuerza muscular. El filisteo alemán es el negrero que sacude el látigo de los aranceles
proteccionistas, para instilar en su nación el espíritu de la “educación industrial” y enseñarle a
ejercer sus fuerzas musculares.
La escuela de Saint-Simon nos ha proporcionado un ejemplo instructivo de a donde lleva que la
fuerza productiva creada, inconscientemente y contra su voluntad, por la industria, sea
acreditada a la industria actual y las dos se confundan: la industria y las fuerzas que la industria
trae a la vida, inconsciente e involuntariamente, pero que sólo se convertirán en fuerzas
humanas, en poder del hombre, cuando la industria sea abolida. Esto es tan absurdo como si el
burgués quisiera atribuirse el mérito de que su industria crease al proletariado, y en la figura del
proletariado el poder de un nuevo orden mundial. Las fuerzas de la naturaleza y las fuerzas
sociales que la industria trae a la vida (que evoca), están en la misma relación con ella que el
proletariado. Hoy son todavía esclavos del burgués, y en ellos él no ve nada más que los
instrumentos (los soportes) de esta sucia (egoísta) avidez de ganancia; mañana romperán sus
cadenas, y se revelarán como los portadores del desarrollo humano que le hará volar por los
aires, junto con su industria que asume el sucio cascarón exterior -que él considera como su
esencia- sólo hasta que el núcleo humano haya ganado la fuerza suficiente para hacer estallar
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esta cáscara y presentarse en su propia figura. Mañana harán estallar las cadenas mediante las
que el burgués les separa del hombre y que, de este modo, las distorsiona (las transforma) de
verdadero vínculo social en grilletes de la sociedad.
La escuela de Saint-Simon glorificó en ditirambos el poder productivo de la industria. Las
fuerzas que la industria convoca a la existencia las agrupa con la propia industria, es decir, con
las actuales condiciones de existencia que la industria da a estas fuerzas. Estamos, por supuesto,
lejos de poner a los saint-simonistas al mismo nivel que alguien como List o como el filisteo
alemán. El primer paso para romper el hechizo lanzado sobre la industria era abstraerse de las
condiciones, de los grilletes del dinero, en que las fuerzas de la industria de hoy operan, y
examinar estas fuerzas en sí mismas. Este fue el primer llamamiento al pueblo a emancipar su
industria del mercadeo y a entender la industria actual como una época transicional. Los saint-
simonistas, es más, no se detuvieron en esta interpretación. Fueron más lejos -a atacar el valor
de cambio, la propiedad privada, la organización de la sociedad actual. Propusieron la asociación
en lugar de la competencia. Pero fueron castigados por su error original. No sólo la confusión
arriba mencionada les llevó más allá en la ilusión de ver al sucio burgués como un sacerdote,
sino que también provocó, después de las primeras luchas externas, que volvieran a caer en la
vieja ilusión (confusión) -pero ahora hipócritamente, porque precisamente en el curso de esta
lucha la contradicción entre las dos fuerzas que habían confundido se puso de manifiesto. Su
glorificación de la industria (de las fuerzas productivas de la industria) se convirtió en una
glorificación de la burguesía...»

«5) “Las causas de la riqueza son algo completamente distinto de la riqueza misma. La fuerza
capaz de crear riqueza es infinitamente más importante que la riqueza misma” [List, op. cit., p.
201].
La fuerza productiva aparece como una entidad infinitamente superior al valor de cambio. Esta
fuerza demanda la posición de esencia interior, mientras el valor de cambio demanda la de un
fenómeno pasajero. La fuerza aparece como infinita, el valor de cambio como finito; la anterior
como inmaterial, el último como material -y encontramos todas estas antítesis en el Sr. List. Por
eso el mundo sobrenatural de las fuerzas toma el lugar del mundo material de los valores de
cambio. Considerando la bajeza de una nación que se sacrifica a sí misma por valores de cambio,
la bajeza de las personas que son sacrificadas por cosas, es bastante evidente que las fuerzas,
por otro lado, parecen ser esencias espirituales independientes -fantasmas- y personificaciones
puras, deidades, y para acabar se puede muy bien demandar del pueblo alemán ¡que sacrifique
los malos valores de cambio por fantasmas!
Un valor de cambio, el dinero, siempre parece ser un objetivo externo, pero la fuerza
productiva parece ser una finalidad que emerge de mi misma naturaleza, un autoobjetivo. Así, lo
que yo sacrifico en la forma de valores de cambio es algo externo a mí; lo que yo gano en la
forma de fuerzas productivas es mi autoadquisición -eso es lo que parece, si uno se queda
satisfecho con una palabra o, como un alemán idealista, no se preocupa por la sucia realidad que
subyace tras esta palabra grandilocuente.
Para destruir el resplandor místico que transfigura la “fuerza productiva”, uno sólo tiene que
consultar cualquier libro de estadísticas. Allí uno lee sobre la fuerza hidráulica, la fuerza del
vapor, la fuerza del hombre, la fuerza del caballo. Todas estas son “fuerzas productivas”.
¿Figurará una alta apreciación del hombre para sí como una “fuerza” junto a los caballos, el
vapor y el agua?
Bajo el sistema actual, si una espina encorvada, los miembros torcidos, un desarrollo y
fortalecimiento unilateral de ciertos músculos, etc., te hacen más capaz de trabajar (más
productivo), entonces tu espina encorvada, tus miembros torcidos, tu movimiento muscular
unilateral son una fuerza productiva. Si tu vaciedad intelectual es más productiva que tu
abundante actividad intelectual, entonces tu vacío intelectual es una fuerza productiva, etc., etc.
Si la monotonía de una ocupación te hace más adecuado para esa ocupación, entonces la
monotonía es una fuerza productiva.
¿Está el burgués, el propietario de la fábrica, preocupado en absoluto por que el obrero
desarrolle todas sus habilidades, ejerciendo sus capacidades productivas, realizándose como un
ser humano, y por tanto realizando al mismo tiempo su naturaleza humana?
Dejaremos al Píndaro inglés del sistema fabril, el Sr. Ure, contestar a esta pregunta:
“De hecho, la finalidad y tendencia constantes de cada mejora en la maquinaria es reemplazar el
trabajo humano en conjunto, o disminuir su coste, sustituyendo la industria de los hombres por la

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de mujeres y niños; o la de los artesanos especializados por la de obreros ordinarios” (Filosofía de
las manufacturas, etc., París, 1836, t. I, p. 34).
“Debido a la flaqueza de la naturaleza humana ocurre que, cuanto más cualificado es el obrero, más
terco y obstinado puede volverse y, por supuesto, menos insertado como componente de un
sistema mecánico... por consiguiente [el punto principal] del fabricante moderno es, a través de la
unión de capital y ciencia, reducir la tarea de sus trabajadores al ejercicio de la vigilancia y la
destreza, etc.” (loc. cit., t. I, p. 30).

Fuerza, Fuerza Productiva, Causas

“Las causas de la riqueza son algo completamente diferente de la riqueza misma.”


¿Pero, si el efecto es diferente de la causa, no debe la naturaleza del efecto estar contenida ya
en la causa? La causa debe ya llevar consigo el rasgo determinando que se manifiesta después
en el efecto. La filosofía del Sr. List llega tan lejos como para saber que causa y efecto son “algo
completamente diferente”.
[“La fuerza capaz de crear riqueza es infinitamente más importante que la riqueza misma.”]
¡Es un reconocimiento preciso del hombre que lo degrada a una “fuerza” capaz de crear
riqueza! El burgués no ve en el proletario a un ser humano, sino a una fuerza capaz de crear
riqueza, una fuerza que, es más, él puede comparar entonces con otras fuerzas productivas -un
animal, una máquina- y si la comparación se demuestra desfavorable para el hombre, la fuerza
del que el hombre es portador debe dejar su sitio a la fuerza de la que es portador un animal o
una máquina, aunque en ese caso el hombre tiene (disfruta) todavía del honor de figurar como
una “fuerza productiva”.
Si caracterizo al hombre como un “valor de cambio”, esta expresión ya implica que las
condiciones sociales le han transformado en una “cosa”. Si yo le trato como una “fuerza
productiva”, estoy poniendo en el lugar del sujeto real un sujeto diferente, estoy sustituyéndole
por otra persona, y él existe ahora sólo como una causa de riqueza.
La totalidad de la sociedad humana se convierte meramente en una máquina para la creación
de riqueza.
La causa no es de ningún modo superior al efecto. El efecto es meramente la causa
abiertamente manifestada.
List se pretende interesado en todas partes en las fuerzas productivas por razón de ellas
mismas, totalmente aparte de los malos valores de cambio.
Ya se ha arrojado alguna luz sobre la esencia de las “fuerzas productivas” de la actualidad, por
el hecho de que en el presente estado la fuerza productiva consiste no sólo en, por ejemplo,
hacer más eficiente o natural el trabajo del hombre y las fuerzas sociales más efectivas, sino
justamente otro tanto en hacer el trabajo más barato, o más improductivo para el trabajador.
Por eso, la fuerza productiva está, desde el comienzo, determinada por el valor de cambio.»

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