Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
1 de 7
Karl Marx
Crítica de «El sistema nacional de economía
política» de Friedrich List
Escrito en marzo de 1845, se trata del manuscrito inédito de un proyecto de artículo sobre el libro de F. List. Fue
publicado por primera vez en ruso, en Voprosy Istorii K.P.S.S., Nº 12, 1971. Lo que aquí presentamos son sólo unos
extractos, traducidos por R. Ferreiro de la versión inglesa digitalizada por el Marxist Internet Archive.
5
Nosotros restringimos, por lo tanto, nuestra crítica a la parte teórica del libro de List, y de hecho
sólo a sus descubrimientos principales.
¿Cuáles son las proposiciones principales que el Sr. List tiene que demostrar?
7
Dado que el Sr. List distingue la economía política actual, ostensiblemente cosmopolita, de su
propia económica (político-nacional), por estar basada la anterior en los valores de cambio y la
última en las fuerzas productivas, tenemos que empezar con esta teoría. Además, puesto que la
confederación de fuerzas productivas se supone que representa la nación en su unidad, tenemos
que examinar también esta teoría antes de la distinción antedicha. Estas dos teorías forman la
base real de la economía nacional [de List] como distinta de la economía política.
No podría ocurrírsele al Sr. List que la organización efectiva de la sociedad es un materialismo
desalmado, un espiritualismo individual, un individualismo. No podría ocurrírsele que los
economistas políticos han dado a este estado social solamente una expresión teórica
correspondiente. En otro caso, él tendría que dirigir su crítica contra la organización actual de la
sociedad, en lugar de contra los economistas políticos. Él les acusa de no haber encontrado
ninguna expresión que embellezca una realidad triste. Por eso, quiere dejar esta realidad en
todas partes justo como es, y sólo cambiar su expresión. En ninguna parte critica la sociedad real
sino que, como un verdadero alemán, critica la expresión teórica de esta sociedad y le reprocha
que exprese lo real y no una noción imaginaria de lo real.
La fábrica es transformada en una diosa, la diosa del poder manufacturero.
El propietario de la fábrica es el sacerdote de este poder.»
2
Es posible, por supuesto, considerar la industria desde un punto de vista completamente
diferente del sórdido interés del mercadeo, desde el que es considerada hoy día no sólo por el
comerciante y el fabricante individuales, sino también por las naciones manufactureras y
comerciales. La industria puede considerarse como un gran taller, en el que el hombre toma
primero posesión de sus propias fuerzas y de las fuerzas de la naturaleza, se objetiva y crea para
sí las condiciones de una existencia humana. Cuando la industria se considera de este modo, uno
se abstrae de las relaciones en que funciona hoy, y en que existe como industria; el punto de
vista no se sitúa dentro de la época industrial, sino antes de ella; la industria no es considerada
por lo que es hoy para el hombre, sino por lo que el hombre actual es para la historia humana, lo
que él es históricamente; no es su existencia actual (no la industria como tal) lo que es
reconocido, sino más bien el poder que la industria tiene, sin saberlo o quererlo, y que la
destruye y crea la base para una existencia humana.
(Sostener que cada nación atraviesa su propio desarrollo internamente sería tan absurdo como
la idea de que cada nación está obligada a pasar por el desarrollo político de Francia o el
desarrollo filosófico de Alemania. Lo que las naciones han hecho como naciones, lo han hecho
para la sociedad humana; todo su valor consiste en el hecho que cada nación singular ha
logrado, para beneficio de otras naciones, uno de los aspectos históricos principales (una de las
principales determinaciones) en cuyo marco la humanidad ha logrado su desarrollo, y, por
consiguiente, después de que hubiesen sido desarrolladas la industria en Inglaterra, la política en
Francia y la filosofía en Alemania, ellas se han desarrollado para el mundo, y su importancia
histórico-mundial, como también la de estas naciones, ha llegado por lo tanto a su fin.)
Esta valoración de la industria es, entonces, al mismo tiempo el reconocimiento de que ha
llegado la hora de deshacerse de ella, o sea, de la abolición de las condiciones materiales y
sociales en que la humanidad ha tenido que desarrollar sus capacidades como esclava. Pues, tan
pronto como la industria ya no es considerada como interés mercantil, sino como desarrollo del
hombre, el hombre, en lugar del interés mercantil, se convierte en el principio, y lo que en la
industria podría desarrollarse sólo en contradicción con la industria misma, es la base dada que
está en armonía con eso que va a desarrollarse.
Pero el individuo miserable que [en sus ideas] sigue estando dentro del sistema actual, que
desea sólo elevarlo a un nivel que no ha sido alcanzado todavía en su propio país, y que mira con
ávida envidia a la otra nación que ha alcanzado este nivel, ¿tiene este individuo miserable el
derecho a ver en la industria algo que no sea el interés mercantil? ¿Tiene él el derecho a decir
que se preocupa sólo del desarrollo de las capacidades del hombre y del dominio del hombre de
las fuerzas de la naturaleza? Pues esto es justo tan vil como si un negrero fuese a alardear de
que sacudió su látigo sobre sus esclavos para que los esclavos tuviesen el placer de ejercer su
fuerza muscular. El filisteo alemán es el negrero que sacude el látigo de los aranceles
proteccionistas, para instilar en su nación el espíritu de la “educación industrial” y enseñarle a
ejercer sus fuerzas musculares.
La escuela de Saint-Simon nos ha proporcionado un ejemplo instructivo de a donde lleva que la
fuerza productiva creada, inconscientemente y contra su voluntad, por la industria, sea
acreditada a la industria actual y las dos se confundan: la industria y las fuerzas que la industria
trae a la vida, inconsciente e involuntariamente, pero que sólo se convertirán en fuerzas
humanas, en poder del hombre, cuando la industria sea abolida. Esto es tan absurdo como si el
burgués quisiera atribuirse el mérito de que su industria crease al proletariado, y en la figura del
proletariado el poder de un nuevo orden mundial. Las fuerzas de la naturaleza y las fuerzas
sociales que la industria trae a la vida (que evoca), están en la misma relación con ella que el
proletariado. Hoy son todavía esclavos del burgués, y en ellos él no ve nada más que los
instrumentos (los soportes) de esta sucia (egoísta) avidez de ganancia; mañana romperán sus
cadenas, y se revelarán como los portadores del desarrollo humano que le hará volar por los
aires, junto con su industria que asume el sucio cascarón exterior -que él considera como su
esencia- sólo hasta que el núcleo humano haya ganado la fuerza suficiente para hacer estallar
Círculo Internacional de Comunistas Antibolcheviques - cica_web@yahoo.com - http://www.geocities.com/cica_web
Karl Marx – Crítica de «El sistema nacional de economía política» de F. List Pág. 6 de 7
esta cáscara y presentarse en su propia figura. Mañana harán estallar las cadenas mediante las
que el burgués les separa del hombre y que, de este modo, las distorsiona (las transforma) de
verdadero vínculo social en grilletes de la sociedad.
La escuela de Saint-Simon glorificó en ditirambos el poder productivo de la industria. Las
fuerzas que la industria convoca a la existencia las agrupa con la propia industria, es decir, con
las actuales condiciones de existencia que la industria da a estas fuerzas. Estamos, por supuesto,
lejos de poner a los saint-simonistas al mismo nivel que alguien como List o como el filisteo
alemán. El primer paso para romper el hechizo lanzado sobre la industria era abstraerse de las
condiciones, de los grilletes del dinero, en que las fuerzas de la industria de hoy operan, y
examinar estas fuerzas en sí mismas. Este fue el primer llamamiento al pueblo a emancipar su
industria del mercadeo y a entender la industria actual como una época transicional. Los saint-
simonistas, es más, no se detuvieron en esta interpretación. Fueron más lejos -a atacar el valor
de cambio, la propiedad privada, la organización de la sociedad actual. Propusieron la asociación
en lugar de la competencia. Pero fueron castigados por su error original. No sólo la confusión
arriba mencionada les llevó más allá en la ilusión de ver al sucio burgués como un sacerdote,
sino que también provocó, después de las primeras luchas externas, que volvieran a caer en la
vieja ilusión (confusión) -pero ahora hipócritamente, porque precisamente en el curso de esta
lucha la contradicción entre las dos fuerzas que habían confundido se puso de manifiesto. Su
glorificación de la industria (de las fuerzas productivas de la industria) se convirtió en una
glorificación de la burguesía...»
«5) “Las causas de la riqueza son algo completamente distinto de la riqueza misma. La fuerza
capaz de crear riqueza es infinitamente más importante que la riqueza misma” [List, op. cit., p.
201].
La fuerza productiva aparece como una entidad infinitamente superior al valor de cambio. Esta
fuerza demanda la posición de esencia interior, mientras el valor de cambio demanda la de un
fenómeno pasajero. La fuerza aparece como infinita, el valor de cambio como finito; la anterior
como inmaterial, el último como material -y encontramos todas estas antítesis en el Sr. List. Por
eso el mundo sobrenatural de las fuerzas toma el lugar del mundo material de los valores de
cambio. Considerando la bajeza de una nación que se sacrifica a sí misma por valores de cambio,
la bajeza de las personas que son sacrificadas por cosas, es bastante evidente que las fuerzas,
por otro lado, parecen ser esencias espirituales independientes -fantasmas- y personificaciones
puras, deidades, y para acabar se puede muy bien demandar del pueblo alemán ¡que sacrifique
los malos valores de cambio por fantasmas!
Un valor de cambio, el dinero, siempre parece ser un objetivo externo, pero la fuerza
productiva parece ser una finalidad que emerge de mi misma naturaleza, un autoobjetivo. Así, lo
que yo sacrifico en la forma de valores de cambio es algo externo a mí; lo que yo gano en la
forma de fuerzas productivas es mi autoadquisición -eso es lo que parece, si uno se queda
satisfecho con una palabra o, como un alemán idealista, no se preocupa por la sucia realidad que
subyace tras esta palabra grandilocuente.
Para destruir el resplandor místico que transfigura la “fuerza productiva”, uno sólo tiene que
consultar cualquier libro de estadísticas. Allí uno lee sobre la fuerza hidráulica, la fuerza del
vapor, la fuerza del hombre, la fuerza del caballo. Todas estas son “fuerzas productivas”.
¿Figurará una alta apreciación del hombre para sí como una “fuerza” junto a los caballos, el
vapor y el agua?
Bajo el sistema actual, si una espina encorvada, los miembros torcidos, un desarrollo y
fortalecimiento unilateral de ciertos músculos, etc., te hacen más capaz de trabajar (más
productivo), entonces tu espina encorvada, tus miembros torcidos, tu movimiento muscular
unilateral son una fuerza productiva. Si tu vaciedad intelectual es más productiva que tu
abundante actividad intelectual, entonces tu vacío intelectual es una fuerza productiva, etc., etc.
Si la monotonía de una ocupación te hace más adecuado para esa ocupación, entonces la
monotonía es una fuerza productiva.
¿Está el burgués, el propietario de la fábrica, preocupado en absoluto por que el obrero
desarrolle todas sus habilidades, ejerciendo sus capacidades productivas, realizándose como un
ser humano, y por tanto realizando al mismo tiempo su naturaleza humana?
Dejaremos al Píndaro inglés del sistema fabril, el Sr. Ure, contestar a esta pregunta:
“De hecho, la finalidad y tendencia constantes de cada mejora en la maquinaria es reemplazar el
trabajo humano en conjunto, o disminuir su coste, sustituyendo la industria de los hombres por la