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CAPITULO 7:

LA EMERGENCIA BIOLÓGICA DE LA CULTURA AL SERVICIO DEL


PROYECTO CREADOR 1

Ya es clásico, y sin duda demasiado cómodo, oponer naturaleza y cultura: la primera


estaría dominada por el determinismo, mientras que la segunda estaría caracterizada por
su rival, la libertad. En realidad, es ésta una visión cartesiana, desmentida tanto por la
antropología científica moderna como por la fe cristiana. Vamos a intentar mostrar que
la biología, en el hombre, se carga más bien de cultura, y que es la intención creadora la
que utiliza el juego emergente de las causas segundas en beneficio de una autopoiesis
del ser humano.

Reconocer el espíritu como un elemento esencial del hombre, decir que el ser humano
está dotado por naturaleza de razón, es decir, pretender -con Aristóteles- que al hombre
le es innata la capacidad de vivir según la razón, supone, de entrada, referirse a la
especificidad de ese primate-distinto-de-los-otros­primates, a su originalidad radical, al
«reino nuevo» que él inaugura en la deriva evolutiva, a la «nueva especie de vida»
suscitada en el corazón mismo de la biología. Evocar, por añadidura, su creación «a
nuestra imagen y semejanza» supone precisar, con Tomás de Aquino, que la
especificidad de esta naturaleza humana es, todavía más, fundamental receptividad a la
gracia.

Para el creyente, pues, el don inicial, es decir, la naturaleza innata del hombre, es la
virtualidad de la conciencia o de la vida racional y su apropiación específicamente

1
Édouard Boné, Es Dios una hipótesis inútil ?.
cristiana, que consiste en la capacidad de relación con Dios, creador y salvador, que se
le ofrece; esto es lo que se verifica universalmente en la especie humana y lo que es
válido, por encima y con independencia de todas las condiciones individuales de
genoma o de educación. Dicho de otro modo, esto es lo que se ha ido preparando a lo
largo del itinerario evolutivo recorrido por la gesta creadora, solicitadora a su vez del
juego de factores de hominización progresivamente reconocidos por la ciencia
biológica.

De la biología a la cultura: el libro de Jacques Ruffié señala de manera muy afortunada


la manifestación (nos gustaría decir: la «revelación») de esta especificidad humana: la
cultura es, pues, precisamente -más allá de la hominización ya conquistada- la
progresiva humanización, la culminación gradual de las virtualidades inscritas en el
punto de partida, y su paciente andadura hasta la madurez del hombre adulto y
plenamente realizado. En apropiación cristiana, y recurriendo al vocabulario tomista de
la receptividad radical a la gracia, esta humanización se identifica con la divinización de
la criatura humana, progresivamente incorporada a la estatura total del Cristo en
crecimiento 2.

LA ANTROPOLOGIA CIENTIFICA

Esta rápida incursión en el terreno del pensamiento aristotélico y de su superación en


santo Tomás no era inútil para proceder a una interpretación en profundidad de los datos
de la antropología científica más rigurosa. No puede dejar de impresionarnos ver cómo
la ciencia moderna reconoce el lugar único del hombre en la naturaleza, así como el
corte antropológico que hemos evocado más arriba.

La interpretación de una experiencia tan felicitante como indiscutible (y por un instante


rebasamos aquí el horizonte de la rigurosa ciencia antropológica) es que el hombre y la
mujer son los dos únicos seres de la naturaleza que llevan en sí el aliento de Dios y su
bendición; ambos son creados «a su imagen y semejanza». Más que simples criaturas,
son socios de Dios, que en adelante instaura con ellos una historia, una aventura. El ser
humano responde a una llamada particular, es una vocación; es el depositario de un plan
a realizar en nombre de Dios. El proyecto creador es precisamente la consumación del
programa: la progresiva humanización y la franca divinización de esta carne
excepcionalmente habitada de espíritu, a partir de la naturaleza, de ese innato de
capacidad racional y de receptividad a la gracia que las exige.

La hominización

Naturaleza y cultura; innato y adquirido; virtualidades del punto de partida y su


consumación mediante el juego de la libertad y la iniciativa ... Sin duda, es más fácil
detectar, en la historia de la especie humana, la emergencia de la humanización, es
decir, los caminos de su propia realización en el tiempo y en el espacio, que penetrar el

2
Nos inspiramos aquí en la nota de Jacques ÉTIENNE, «L'avenement de la moralité et le rapport a la
nature»: Revue Théologique de Louvain 12/3 (1981), pp. 316-323, Y su desarrollo en una conferencia
pronunciada en el Groupe Synthese, en Louvain-la-Neuve, sobre el tema «Naturaleza y cultura según la
teología moral».
misterio de su gradual divinización. Esta última no se deduce de la observación
científica, sino que forma parte del misterio del hombre ante su Dios. Ahora bien,
precisamente esta cultura y sus preliminares, segregados por el cerebro tanto en el
hombre como en los animales, nos dicen más sobre la génesis de lo humano y su
unicidad que toda la anatomo-fisiología. Y resulta difícil negar la evidencia
paleontológica y prehistórica de que cada estadio biológico franqueado por los
homínidos se traduce en un «progreso cultural».

La emergencia biológica está hoy ampliamente descodificada, y la lectura de la gradual


deriva de cefalización a través de todo el mundo animal, y muy particularmente en el
orden de los primates, se hace cada vez menos balbuciente. Si bien el neoencéfalo y el
neocórtex han seguido el impresionante gradiente de crecimiento que sabemos, en el
curso de los tres últimos millones de años hasta su desarrollo actual, no por ello les
pertenece ciertamente la exclusiva del conocimiento, de la conciencia y de la cultura. Es
verdad que juegan un papel esencial al respecto, pero no lo juegan completamente solos:
funcionan en continuidad con el resto del cerebro, lóbulo límbico y estructuras grises de
la base 3. El mismo sistema límbico representa una herencia de los mamíferos
primitivos: ya no se reconoce en él un cerebro esencialmente olfativo (lo que
antiguamente había sugerido llamarlo «rinoencéfalo»); hoy sabemos que proporciona la
información en términos de sensaciones emocionales que guían el comportamiento
necesario para la autoconservación de la especie. Las observaciones clínicas muestran el
papel que desempeña en el comportamiento emocional. Y esta misma estructura
límbica, a través del cerebro paleomamaliano, se incorpora al córtex rudimentario del
anterior cerebro reptiliano. No podemos desarrollar aquí todas las implicaciones de este
devenir cerebral, que dura unos 200 millones de años. Debemos reconocer al menos que
ya no es posible aislar artificialmente al hombre de las otras especies de primates, ni
siquiera del resto del mundo de los vertebrados, sino que es progresivamente detectable
en la naturaleza una gradual emergencia biológica de lo humano, es decir, de la cultura.

El acercamiento electro-encefalográfico al hombre y a otras especies de primates infra-


homínidos está lleno de rasgos comunes y de diferencias significativas. Entre otros
neurofisiólogos, Gestaut y Bert han interpretado la abundancia del ritmo alfa en la
especie humana: corresponde, en pleno estado de vigilia, a la focalización del
pensamiento y de la atención en una actividad específica, al esfuerzo de abstracción de
las realidades sensoriales o a la meditación. El electroencefalograma del estado de
sueño y de la actividad onírica, con la potencial riqueza que implican de nuevos
equilibrios en la vida psíquica y afectiva, constituye una manifestación importante de
esta emergencia; sin embargo, no es la única.

Si la cultura se caracteriza por la superación e incluso el reemplazo de lo innato por lo


adquirido, está claro que la vemos perfilarse como una virtualidad fundamental en el
retraso del desarrollo ontogenético característico del bebé humano. Sabemos que la
madurez cerebral, expresada por su actividad bioeléctrica, se adquiere a una velocidad
cinco veces menor en la especie humana que en el chimpancé. Esta relativa debilidad
del niño humano, su «dependencia» orgánica, no es una pobreza: a buen seguro,
requiere la protección correspondiente, pero representa asimismo la posibilidad de una
educación y, por ello mismo, la posibilidad abierta de un prodigioso desarrollo del

3
Henri GASTAUT, en (E. Morin y M. Piatelli-Palmarini [eds.]) L'unité de LA EMERGENCIA
BIOLÓGICA DE LA CULTURA l'homme. 1: Le primate et l'homme, Centre Royaumont pour une
Science de l'Homrne, Seuil, Paris 1974, p. 211.
aprendizaje, de lo adquirido, de la experiencia y, en una palabra, del acceso a la cultura.
La fase de crecimiento se extiende en la especie humana a unos veinte años: durante
este largo periodo, la capacidad de adquirir y memorizar las informaciones alcanza su
grado máximo. Es el único primate que dispone de un tiempo tan considerable para
aprender, tiempo que puede utilizarse para una prolongada escolarización que se
beneficie de la puesta en común, en el seno del grupo -por tradición oral al principio, y
por la escritura después-, de todas las experiencias individuales presentes y pasadas.

Entre los factores tradicionalmente reconocidos de la hominización está, en primer


lugar, la adquisición de la postura bípeda, de la que se deriva todo lo demás: la
liberación de la mano y de la osamenta maxilofacial, el desbloqueo de la región frontal.
La multiplicación de actividades más complejas necesita el incremento de los circuitos
neurónicos y la teleencefalización. La superficie cortical del Horno sapiens alcanza más
de 22.000 centímetros cuadrados (dos tercios de los cuales están sepultados en las
profundidades de los surcos), o sea, cuatro veces más que el gorila, que es, sin embargo,
el más voluminoso de los antropoides vivos. Pero hemos de señalar aún que el
incremento cortical afecta preferencialmente, en el hombre, a las zonas capaces de
grabar las informaciones, enviar órdenes precisas y garantizar el archivo de los
recuerdos y la reutilización de las experiencias pasadas; además, favorece los centros
extremadamente complejos de asociación, que permiten la reflexión lógica. «Es el
isocórtex homotípico el que alcanza un máximo de desarrollo en el Horno sapiens y le
asegura la praxis, la gnosis, la memoria, el lenguaje y la facultad de precisión» 4.

Conciencia refleja individual, y bien pronto, mediante la comunicación oral lógica (es
decir, un lenguaje elemental), conciencia refleja colectiva, hasta suscitar ese nuevo
«medio» psico-social que favorece el intenso juego de fuerzas selectivas desconocidas
hasta entonces: es fácil concebir el encadenamiento; falta aún, sin duda, una verificación
suficiente relativa a los factores determinantes qu~ intervienen en el proceso.

Las balizas

En el plano de las habilidades artesanales y en el del habla, sin embargo, las


observaciones nos permiten también detectar al menos una serie de preciosas balizas
que nos sugieren una emergencia progresiva de la cultura.

El lenguaje y su construcción lógica han sido ampliamente estudiados, entre otros, por
Gardner y Premack, y no es dudoso que son objetivamente detectables ciertas
habilidades lingüísticas en el chimpancé. No es éste el lugar adecuado para discutir las
interpretaciones, muy diversas a fin de cuentas, que se han propuesto de estas
observaciones. Todo el mundo coincidirá al menos en que estos primates difieren del
hombre, no en el hecho de no poseer representaciones internas, sino en que no poseen
ningún sistema que les permita objetivar sus representaciones internas. Y es éste un
umbral radical, suficiente quizá para hacer fundamentalmente heterogéneo s entre sí el
proceso subyacente al comportamiento pseudoverbal del primate y el proceso
subyacente al comportamiento verbal del hombre.

Jacques Monod concede al lenguaje un valor selectivo de primer orden. Al ser un medio
de comunicación rápido, es un incomparable agente de difusión de la cultura y hace

4
Jacques RUFFIÉ, «Le mutant hurnain», en L'unité de l'homme, op. cit., p.126.
posible una conciencia colectiva, que actualmente implica, en virtud de los medios de
comunicación rápida, a la práctica totalidad de la humanidad. Esta enorme piña común
de saberes, experiencias y posibilidades determina por sí misma una aceleración
permanentemente exponencial de la cultura, desencadenando el «ciclo sin fin» del
conocimiento.

En materia del utillaje, considerado desde siempre como específico de lo humano, las
excavaciones realizadas estos últimos decenios en el Este de África y en Etiopía han
multiplicado toda una serie de preciosas balizas. Por su parte, la investigación etológica
y el estudio de los comportamientos de los animales nos han enseñado mucho, y en
particular nos han ayudado a reconocer las analogías remotas y las diferencias que
existen en el seno de esta categoría de instrumentos a lo largo y ancho del mundo
biológico. Leroi-Gourhan nos invita a superar el marco de la morfología sistemática en
esta materia y a situar más bien el utillaje en un ciclo operatorio. Las conclusiones de
sus trabajos superan con mucho el marco de este capítulo sobre la cultura y el espíritu
humano. Con todo, permítasenos recordar que también aquí se manifiesta con gran
claridad una progresiva emergencia, a lo largo de millones de años, de este Neógeno
correspondiente a la aparición del hombre.

Naturaleza y tekné: el conjunto de virtualidades presente en el punto de partida, sus


condiciones de precariedad orgánica y de posible desarrollo cabal, la posición bípeda, la
liberación de la mano, la función cortical... permiten y sugieren, todo ello junto, el gesto
artes anal. La naturaleza racional del hombre -en el sentido de Aristóteles y de santo
Tomás- toma distancia en relación con la naturaleza de Descartes, esa «realidad
material, viva o no, susceptible de cálculo y ofrecida así al control de los hombres». El
hombre es ahora ese «animal desnaturalizado» de Vercors. La herramienta acaba de
hacer de él un «artesano». La tarea de humanización que lleva en el corazón le confiere
la responsabilidad de apoderarse de los resortes del mundo, descodificar sus leyes, y
hacerse cargo del devenir y la plena realización de este planeta, si no del universo: la
función de la herramienta va unida, pues, al devenir del hombre, desde el primer
guijarro recogido en el río y tallado de manera tosca hasta el más sofisticado de nuestros
ordenadores y la inteligencia artificial que se perfila en el horizonte del siglo que viene.

La psicología de la Gestalt había trazado en algún lugar la frontera entre el animal y el


hombre. Skinner manifiesta un estrecho parentesco intelectual con semejante
concepción asociacionista: «El comportamiento humano -escribe- se distingue de los
otros por su complejidad, su diversidad y sus mayores realizaciones, pero los procesos
fundamentales no son, a pesar de todo, necesariamente diferentes» 5. Estas concepciones
han sido sensiblemente superadas por la antropología actual, infinitamente más atenta a
la originalidad fundamental del «fenómeno humano»; se las considera como
abusivamente reduccionistas e inaceptables desde el punto de vista científico.

Jacques Ruffié precisa, de una manera muy pertinente, que «ha sido el desarrollo del
componente psíquico del hombre el que ha creado el medio humano. Ese desarrollo ha
sido permitido por una nueva organización biológica. Esta organización no lleva en sí
misma este desarrollo, pero lo permite» 6. Dicho de otro modo, la evolución cultural no
la trae consigo la biología, pero sí la favorece. «A partir de determinado estadio -
5
F. SKINNER, Science and Human Behavior; The Free Press, New York 1965, p. 39 (trad. cast.: Ciencia
y conducta humana. Una psicología científica, Fontanella, Barcelona 1971).
6
J. RUFFIÉ, loco cit., p. 130.
prosigue Ruffié-, es la evolución de las culturas y de las civilizaciones la que nos cuenta
la historia del hombre, y no las modificaciones biológicas (que se atenúan y acaban por
desaparecer). El hombre no cambiará ya, desde el punto de vista biológico: mediante su
cultura, ha escapado a la regla de la evolución especializadora, que constituyó para
todas las especies un camino sin retorno».

De esta suerte, toda obra cultural, toda invención artesanal o artística, toda iniciativa
tecnológica y todo ordenamiento de la sociedad habrán de ser juzgados, en último
extremo, por su aptitud para la humanización: la humanitud de que nos habla Albert
Jacquard. ¿Sirven o someten al hombre que los elabora? Ahora bien, «la opción en favor
de la razón, el desarrollo de la naturaleza en cultura humanizadora, están situados en la
perspectiva de la historia de la salvación, dirigida por un Dios creador, gratificador y
redentor». Son palabras de Jacques Étienne, profesor de teología moral de la
Universidad Católica de Lovaina. Por tanto, la obra cultural será juzgada, a fin de
cuentas, desde el punto de vista ético, por su conformidad con el proyecto creador,
teniendo en cuenta su aptitud para dejarse impregnar por la gracia, y no en razón de su
carácter de artificio o su proximidad al mundo de la materia inerte o de la biología.

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