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Habitos / Articulo de una revista

Al descifrar los mecanismos neurales que subyacen


a nuestros rituales diarios, los investigadores
comienzan a comprender el modo en que adquirimos
los hábitos y por qué nos cuesta tanto desterrarlos
Ann M. Graybiel y Kyle S. Srnith

Al repetir una conducta, esta se acaba fijando en circuitos específicos de hábitos que
involucran al estriado del cerebro. Tales circuitos tratan la rutina como una unidad de actividad
automática. Sin embargo, la neocorteza se encarga de supervisar el hábito. Si mediante
señales de luz se modifica esta parte del cerebro en ratas de laboratorio, se puede interrumpir
un hábito o interferir en su formación. Conocer mejor el funcionamiento de estas estructuras
cerebrales podría contribuir al desarrollo de nuevos fármacos, terapias de conducta o simples
trucos que nos ayuden a controlar nuestros hábitos.
Cada día todos llevamos a cabo un sorprendente número de rutinas. Muchas de ellas como
cepillarnos los dientes o conducir por una ruta habitual nos permiten realizar ciertas tareas de
forma automática. Evitamos así la sobrecarga del cerebro que se producirla si 110S
concentráramos en cada pasada del cepillo o en los incontables pequeños movimientos del
volante para ajustar el rumbo. Otras costumbres, como salir a correr, contribuyen a
mantenernos sanos. En cambio, comer con regularidad golosinas seguramente no nos
ayudará. Y los hábitos que entran en el territorio de la compulsión o adicción, como la
sobreingesta o fumar, pueden poner en riesgo nuestra existencia.
A pesar de que los hábitos constituyen una parte importante
de nuestra vida, averiguar cómo el cerebro convierte una nueva
conducta en rutina ha entrañado una enorme dificultad. Sin este
conocimiento, los especialistas lo han tenido complicado a la
hora de ayudar a las personas a abandonar sus malos hábitos,
ya sea mediante tratamiento farmacológico o de otro tipo.
Las nuevas técnicas están permitiendo descifrar por fin los
mecanismos neurales que se hallan en la base de nuestros ritua~
les. Se han identificado así los llamados circuitos de hábitos, esto
es, las regiones cerebrales y las conexiones responsables de crear
y mantener las rutinas. El conocimiento aportado por esta línea
de investigación está ayudando a comprender cómo construye el
cerebro buenos hábitos y por qué nos cuesta abandonar no solo
los de menor importancia, sino también los que el médico o las
personas queridas nos piden que interrumpamos. Los estudios
sugieren que si condicionamos de forma deliberada nuestro cere~
bro, podríamos llegar a controlar los hábitos, tanto los positivos
como los negativos. Podemos albergar esta esperanza gracias a
un hallazgo sorprendente: incluso cuando parece que actuamos
de forma automática, una parte del cerebro está supervisando
nuestra conducta.
¿QUÉ ES UN HÁBITO?
Los hábitos parecen un t ipo peculiar de acción, pero desde un
punto de vista neurológico pertenecen al amplio espectro de la
conducta humana.
En una parte del espectro hallamos comportamientos que
pueden reali zarse con el suficiente automatismo como para de~
jamos espacio cerebral para otros propósitos. Otros, en cambio,
exigen dedicarles tiempo y energía. Los hábitos se forman de
modo espontáneo a medida que exploramos el medio físico y
social y nuestro mundo interno. Ponemos a prueba· las eon~
duetas en situaciones concretas, descubrimos cuáles parecen
beneficiosas y no muy costosas, las seleccionamos y pasamos a
integrarlas en nuestra rutina.
Este proceso, que comienza en la infanci a, viene con una
contrapartida. Cuanto más rutinaria se vuelve una conducta,
menos conscientes de ella nos volvemos. ¿Apagué la estufa an~
tes de salir de casa? ¿Cerré la puerta? Esta falta de supervisión
no solo puede interferir con nuestro funcionamiento diario,
también puede favorecer la aparición de malos hábitos. Muchas
personas que han engordado uno o dos kilos en poco tiempo
se dan cuenta de repente de que han estado comiendo más
chucherías de lo habitual sin ser conscientes de ello.
Esta pérdid a gradual en la vigilancia de nuestras acciones
también implica que los hábitos pueden compartir rasgos comu~
nes con las adicciones. Piénsese en los juegos de ordenador, las
apuestas en la Red o los mensajes electrónicos o tuits constantes,
además, por supuesto, del consumo excesivo de alcohol u otras
drogas. Un patrón de conducta repetitivo, de impul so adjetivo,
puede surgir de una antigua acción deliberada. Los neurocien~
tíficos están aún lidiando con la idea de si las adicciones son
como hábitos normales, solo que más acentuados, aunque sin
duda pueden considerarse ejemplos extremos del espectro de la
conducta. Así sucede en ciertas alteraciones neuropsiquiátricas,
como el trastorno obsesivo compulsivo, en el que los pensamientos
y las acciones se vuelven acaparadores, o ciertas form as de
depresión, en las que los pensamientos negativos funcionan
en un bucle continuo. Algunas formas extremas de los hábitos
también pueden aparecer en el autismo o la esquizofrenia, enfermedades
en las que uno de los problemas son las conductas
repetitivas, excesivamente focalizadas.
DE LA CONDUCTA DELIBERA DA A LA RUTINA
Aunque los hábitos se sitúan en diferentes partes del espectro
de la conducta, comparten ciertos rasgos principales. Una vez se
forman tienden a perdurar. Si uno se dice «deja de hacer eso»,
la mayoría de las veces no lo logrará, en parte debido a que la cr í~
tica suele aparecer demasiado tarde, cuando ya se ha producido
la conducta y sus consecuencias se han manifestado.
Tal persistencia ha contribuido a desentrañar el circuito
neural responsable de la formación y el mantenimiento de los
hábitos. Estos se vuelven tan arraigados que los llevamos a cabo
incluso cuando no queremos, fenómeno al que contribuye lo que
se denomina recompensa contingente. De este modo, cuando
hacernos A, recibimos alguna recompensa; pero si hacemos B,
no la recibimos o somos castigados. Las consecuencias asociadas
a nuestras acciones determinan nuestra conducta futura en una
u otra dirección.
Las señales descubiertas en el cerebro parecen correspon~
derse con ese aprendizaje dependiente del refuerzo, como mostraron
en un principio Wolfram Schultz y Ranulfo Romo, ambos
por entonces en la Universidad de Friburgo, en Suiza. Tales
observaciones han sido corroboradas hoy mediante modelos
informáticos. De especial importancia son
las señales de error en la predicción del
refuerzo, que indican a posteriori la eva-
luación de la mente sobre si se cumplió
una predicción acerca de una recompensa
futura. De alguna manera, el cerebro analiza
estas evaluaciones, 10 que da forma
a nuestras expectativas y añade o sustrae
valor a ciertos modos de actuar. Mediante
la supervisión interna de nuestras acciones
y la asignación de un valor positivo o
negativo, el ce rebro refuerza determinadas
conductas y convierte así las acciones
deliberadas en habituales.
Muchos nos preguntábamos qué sucedía
en los ci rcuitos neurales para que
se produjera este cambio y si podríamos
suprimirlo. En el laboratorio de Graybiel,
en el Instituto de Tecnología de Massachusetts
(MIT), comenzamos una serie
de experimentos para descifrar qué vías
cerebrales estaban involucradas y cómo
variaba su actividad según se iban for mando
los hábitos.
Primero, necesitábamos un test para
determinar si cierta conducta corresponde
a un hábito. El psicólogo británico
Anlhony Dickinson desarrolló uno en los
años ochenta del siglo xx que todavía se
utiliza ampliamente. Él y sus colaboradores
enseñaron a ratas de laboratorio
a presionar una palanca en una caja experimental
para recibir una recompensa en forma de comida.
Cuando los animales habían aprendido la tarea y se hallaban
de nuevo en sus jaulas, los experimentadores «devaluaron» la
recompensa, bien dejando a las ratas que la comieran hasta la
saciedad o administrándoles un fármaco que les producía una
nausea moderada después de consumirla. Más tarde, llevaron
de nuevo a los múridos a la caja y les dieron la opción de escoger
entre presionar o no la palanca. Si lo hacían a pesar de
que la recompensa les provocaba ahora malestar, Dickinson
consideraba la conducta un hábito. Pero si el animal se mostraba
consciente -si es Que podemos atribuir esa capacidad a
una rata- y no apretaba la palanca, como si se diera cuenta de
que la recompensa se había vuelto desagradable, entonces se
concluía que no se había formado un hábito.

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