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das para siempre por su respectiva incomprensión y comprensión demasiado total para poder
integrarse en la sociedad dada. Por lo tanto, El Astillero tiene su estructura creada por sus
caracteres. Vista desde cualquier corte transversal de la novela, su estructura evoca un
anfiteatro. Sin embargo, en su totalidad, El Astillero, a pesar del lento progreso de su
argumento, se estructura a la manera de una vorágine. Es capaz de mantener su movimiento
vertiginoso más allá de su fin a pesar de su escasa intriga debido a la graduación llevada a cabo
en la respuesta que sus personajes dan al desafío de la sociedad, presente y oculta a la vez.
Los espacios
Pocos textos parecen prestarse al análisis del espacio como El astillero desde que la
novela está estructurada mediante capítulos titulados según los espacios donde ocurren,
más un número de orden.
Como en un guion cinematográfico, los sets y las escenas.
Los lugares son principalmente cuatro más uno: Santa María, el Astillero, la Glorieta, la
Casilla, que luego van coexistiendo en algunos capítulos.
Hay un quinto espacio, la Casa, que sólo aparece en el último capítulo (como “La Casa -
I”), donde confluye con todos los otros, menos Santa María.
Todos los espacios son susceptibles de análisis sémicos: astillero/astillas, glorieta/gloria,
casilla/casa. Santa María implica mucho más.
El Astillero
En el Astillero, es el mando, el poder, la importancia (perdida), como una parodia del que
fue antes, porque no hay nada que dirigir, nada que hacer. (la palabra farsa aparece 7 veces,
farsante 2). También variantes de juego. Tanto Larsen como Petrus son tahúres.
Es la decadencia, la antiactividad kafkiana, infinita; el proyecto absurdo en el cual se
gastan todas las energías, sabiendo que no hay victoria posible, como si el fin fuera otro.
El astillero es también la otra cara del prostíbulo, su conversión en farsa. Los
“cadáveres” (esta palabra se usa), aquí, no son las prostitutas sino los pedazos de chatarra que
se van vendiendo para subsistir.
Este espacio se convierte en la imagen misma de la desolación y el pasado
irremontable.
La Casilla
Es también una posibilidad de comunicación-comunidad y, sobre todo, de refugio
humano, pero Larsen termina huyendo a la vista del parto de la mujer de Gálvez, que siempre
ha sido vista como una especie de monstruo.
Santa María
Es el deseo de recuperar el poder perdido, la revancha; Larsen ejecuta actos vacíos, la
recorre buscando una fraternidad perdida, reproduce rituales que apenas tienen significado
para él, sin mayor resultado. Sabe que nunca va a ser aceptado, pero persiste en el desafío.
De todas maneras, volveré sobre esto.
La reconstrucción que Gustavo San Román hace de los espacios narrados demuestra
que, si bien Santa María parece poseer cierta coherencia, no sucede lo mismo con Puerto
Astillero, donde los espacios aparecen de dos maneras distintas, o al menos confusamente. En
el último capítulo, en especial, es como si el espacio se comprimiera durante la fuga de Larsen
hacia el embarcadero. Esto ocurre con varias de las referencias espaciales.
La Casa
Aparece una sola vez. Esto le da realce, por contraste (de todas maneras siempre es
una presencia ominosa, y deseada, en toda la novela).
Remplaza en cierto sentido a Santa María. Es entonces metáfora ésta.
Para Bachelard, en su topoanálisis de la casa: “... la casa es nuestro rincón del mundo...
el no-yo que protege al yo... todo espacio realmente habitado lleva como esencia la noción de
casa”.
Sin embargo, no es así en EA (y posiblemente nunca lo es en JCO). Larsen no tiene y
quizás jamás ha tenido una casa en este sentido. Incluso el otro ambiente que podría
considerarse casa, hogar, o sea, la Casilla (diminutivo de Casa), se ve caracterizado por su
sordidez, y finalmente provoca un rechazo clave